GA109 Viena, 15 de junio de 1909 Teosofía y Ocultismo Rosa- Cruz- Inauguración de la rama de Breslau - Wroclaw

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Inauguración de la rama de Breslau - Wroclaw

RUDOLF STEINER

 
Viena, 15 de junio de 1909 

Cuando hay que pronunciar palabras con motivo de la inauguración de una rama, es más importante explicar la finalidad y el objetivo del trabajo científico-espiritual que aportar revelaciones significativas sobre los secretos de los mundos superiores. Si queremos visualizar el significado de la visión espiritual-científica del mundo para el alma humana, debemos dirigir nuestra mirada hacia y a través de diversas áreas.

Imaginen ustedes a una persona de los siglos XIII-XIV. Su vida transcurría en una época en la que aún no se había inventado el arte de la imprenta, que en los tiempos modernos ha ejercido una influencia tan poderosa en el alma humana. Imagínense a una persona de aquella época y pregúntense qué pasaba en su alma cuando, por ejemplo, volvía su mirada al cielo. Tal persona, cuyos puntos de vista aún no estaban influidos por el conocimiento acumulado y la erudición material, como los de una persona que vive hoy en día, veía el espacio resplandeciente con el sol durante el día e iluminado por el brillo de las estrellas por la noche, y su alma sentía que el espacio del universo estaba impregnado de fuerzas y seres espirituales. Él los sentía. A través de los medios de la cultura de aquel tiempo, surgieron en él ideas de hechos divino-espirituales, y los sentía directamente. Y así fue cuando veía las plantas que crecían de la tierra en primavera: su alma sentía esta naturaleza iluminada y llena de fuerzas de seres divino-espirituales.

Este sentimiento, esta percepción directa de las fuerzas espirituales de la naturaleza, retrocede cada vez más a medida que nos vamos acercando a la época actual. Esto no pretende ser una crítica despectiva de esta última, pues la retirada de este sentimiento va acompañada de la aparición de una forma diferente de reconocer la naturaleza, de una visión más intelectual y externa del mundo, y es muy correcto que la gente haya aprendido así a dominar las fuerzas de la naturaleza, a explorar el mundo en miniatura con microscopios y a seguir el curso de las estrellas por el espacio con telescopios. Es cierto que la gente se siente orgullosa hasta cierto punto de poder seguir aumentando su dominio de las fuerzas de la naturaleza, pero al mismo tiempo debemos darnos cuenta de que como consecuencia de ello han cambiado todos los impulsos humanos.

Cuando la gente solía mirar las estrellas, se decía a sí misma: siento lo divino-espiritual en las estrellas. Hoy, sin embargo, sólo ve los cuerpos físicos, y es difícil para la gente de hoy imaginar lo divino-espiritual. La humanidad ha perdido realmente la comprensión de esta visión divino-espiritual. Sin embargo, es cierto que incluso hoy en día hay muchas almas que están maravillosamente conmovidas por la comprensión de lo divino-espiritual. El alma tiene sed de imaginar que el espacio está lleno de lo divino-espiritual, lleno de un poder espiritual, y tiene necesidad de comprender lo divino.

Ahora bien, el desarrollo material descrito ha progresado tanto que precisamente los más serios y ávidos investigadores de la verdad han ido asumiendo poco a poco que sentir algo divino en el mundo sólo puede tratarse de una idea infantil, y que la humanidad ha entrado ya en una edad más madura en la que hay que dejar de lado los puntos de vista superados. Incluso el niño en la escuela está expuesto a una dicotomía que conlleva las más profundas consecuencias para la vida. Por un lado, a los niños se les enseña ciencia de forma puramente materialista, por otro lado se les enseña religión. Sin que exista un puente, un nexo de unión entre ambas. ¿En qué se convertirá esto más adelante en la vida? Se podría decir que toda la humanidad está dividida en dos bandos, según las consecuencias que se deriven de esta dicotomía. Por un lado, están los que se han vuelto indiferentes y ya no se preocupan por nada, y por otro, los que adoptan una visión trágica, cavilan y sin embargo no se aclaran, desesperando finalmente de la solucionabilidad de los enigmas de la vida. La humanidad pensante realmente se divide en estos dos bandos. Tal vez sean sólo las mentes más sencillas las que han conservado cierto sentimiento por lo espiritual. Aquellos que no se limitan a observarlo todo externamente saben que fue precisamente a mediados del siglo XIX cuando el peligro de que la humanidad se sumergiera por completo en la vida materialista fue mayor. Todo el ánimo y el estado de ánimo del hombre se convirtieron en un sentimiento y una sensibilidad materialistas. Hubo un terrible peligro para la humanidad. ¿Saben lo que habría sucedido si la ciencia espiritual no hubiera intervenido? El modo de pensar se habría hundido cada vez más en aguas materialistas. Las formas de pensamiento se habrían endurecido cada vez más y se habrían osificado cada vez más, sus delimitaciones se habrían vuelto cada vez más nítidas e inmutables en lugar de adaptarse en un flujo vivaz. Nadie habría sido capaz de sentir por los demás o con los demás, y sólo cada uno se habría sentido bien sólo para consigo mismo y habría despreciado y odiado a cualquiera que pensara y sintiera de otra manera. El pensar habría recibido formas completamente rígidas, desprovistas de todo amor, y el espíritu habría quedado finalmente tan relegado a un segundo plano que se habría hecho imposible para siempre una relación, y se habría perdido el camino hacia el mundo espiritual. La Tierra se habría convertido en una luna. Por esta razón, aquellos que tienen una visión de los mundos espirituales superiores han traído la ciencia espiritual a la humanidad. ¿De qué fuentes fluyen estas enseñanzas destinadas a salvar a la humanidad de este gran peligro?

Es oportuno decir algo sobre esto en un día en el que se va a inaugurar un grupo de trabajo recién formado. Estas fuentes todavía están ocultas para la mayoría de la gente, pero gradualmente se irán revelando cada vez más. Pero la ciencia espiritual se fundó a partir de estas fuentes. Pues bien, ¿Qué sostiene la ciencia espiritual? Dice muchas cosas que la gente común no percibe con sus sentidos ordinarios. Por ejemplo, dice que el hombre no consiste meramente en el cuerpo exteriormente visible, sino que tiene cuatro miembros; que además del cuerpo visible posee también un cuerpo vital o etérico invisible para la gente corriente, además un cuerpo sensorial o astral, y en cuarto lugar el yo, que va de encarnación en encarnación para completar un desarrollo progresivo en mucho tiempo. La ciencia espiritual nos dice aún más. Nos dice, por ejemplo, que la Tierra misma también experimenta un desarrollo de encarnación en encarnación, un desarrollo de naturaleza cósmica. Nos muestra además que el sol y los planetas desempeñan los papeles más importantes en este proceso de desarrollo, y que la existencia de todos estos cuerpos del mundo y sus procesos está relacionada con la existencia de seres espirituales.

¿Qué es todo esto? ¿Dónde se encuentran las fuentes de estas verdades? Éstas provienen de los iniciados. ¿Y quiénes son los iniciados? Son aquellos cuyos ojos espirituales están abiertos y que, por lo tanto, hablan del mundo espiritual porque conocen este mundo espiritual. Son los que ven entre los ciegos. Fichte ya aludió a esta relación y, en efecto, para el vidente, las cosas espirituales son tan reales como las físicas, es más, mucho más reales, pues para él estas últimas no son más que la expresión de las primeras. Por supuesto, mucha gente opinará, cuando un vidente habla de cuerpos etéricos, cuerpos sensoriales, etc., y de otras manifestaciones de naturaleza espiritual, que es un soñador y un fantasioso que toma teorías e hipótesis por realidades. El vidente comprende perfectamente que aquellos que no ven pueden hacer tales objeciones. En una sociedad de ciegos físicos, no importa cuánto y con qué precisión se hable de los colores y la luz, para los ciegos sigue siendo teoría, pero el vidente físico no podrá abrir el concepto, la realidad real del color y la luz a los ciegos físicos. Para ello, el ciego tendría que ser capaz de ver por sí mismo, y el mundo de la luz sólo puede abrirse al ciego operado con éxito.

Intentemos visualizar esta relación con otra imagen. Imaginemos que tenemos ante nosotros un gran recipiente con agua, y supongamos que hay una persona que no puede ver el agua con sus sentidos, no puede sentirla, no puede percibirla en absoluto. Para esta persona, el recipiente estaría vacío. Ahora supongamos además que pudiera haber alguna forma de hacer que las corrientes frías actuaran sobre el agua, provocando su congelación. Al principio, se formarían agujas de hielo aquí y allá, que luego podrían agruparse hasta formar grumos. Pero como el hielo es un cuerpo sólido, una persona que no tenga sensibilidad para el agua podría percibir las partículas de hielo que se forman. ¿Qué percibe? Percibe que se está formando hielo. ¿Pero de qué se forma? De la nada. Así es como el iniciado se relaciona con los demás. Donde ellos no ven nada, él ve. Pero ahora los hombres dicen: ¿Cómo puedo creer lo que no puedo verificar? Y puesto que no puedo hacerlo, ¿Qué sentido tendría ocuparse de tales cosas a priori, involucrarse en tales cosas? Los dogmáticos filosófico-monistas en particular exigen lo siguiente: que a priori se admita todo lo que ellos mismos afirman y, en segundo lugar, que nadie sepa más de lo que ellos mismos saben.

Ellos se presentan como los infalibles que pueden determinar los límites del conocimiento. El verdadero iniciado nunca negará los hechos investigados científicamente, sino que reconocerá favorablemente las verdades y los méritos de la ciencia. Sin embargo, debe negarse a admitir que el dogmático científico sea capaz de determinar los límites del conocimiento. El científico está orgulloso del conocimiento, en contraste con la fe. Pero cuando se habla de creer y no creer y el científico opina que los resultados de sus investigaciones están libres de creencias, se equivoca. Es sencillamente imposible investigar y enseñar algo sin creer. Por ejemplo, la teoría de las células. Tenemos en los libros las hermosas ilustraciones de las células, las divisiones celulares, la vida celular y demás, clara y distintamente, con todos los detalles. ¿Pero cuántos de nosotros hemos visto esto por nosotros mismos con tanta claridad? Todos creemos que es así. Incluso los profesores universitarios que enseñan esto rara vez lo han visto todo por sí mismos, y sin embargo lo enseñan. Ellos no han podido verlo por sí mismos porque es tan difícil y raro de observar que sólo unos pocos individuos logran verlo, y además porque en la realidad no es tan claro y nítido como parecen las ilustraciones. Piensen en la embriología. Partiendo de cada momento del embarazo se cree saber exactamente cómo es el embrión. Pero cuán extremadamente raro es que un investigador pueda llegar a saberlo, por ejemplo, a través de una muerte súbita que se produce en un momento determinado del embarazo. Cuántos investigadores no han visto nunca lo que enseñan. Hasta que él mismo no lo vea, tiene que creer, y los demás con él. Y sin embargo exige de la ciencia espiritual que no se crea, y que nadie sepa más que él mismo. La esencia del iniciado es que puede ver en el mundo espiritual. Con los iniciados, las fuentes son el conocimiento científico espiritual.

Sí, pero ¿De qué les sirve esto a quienes no poseen este conocimiento? Permitan que una parábola les enseñe esto. Observen esta estufa. Ahora imaginen que alguien se para frente a esta estufa y le dice: ¡Tú estufa, fuiste hecha para calentar, recuerda tu misión y calienta la sala! - ¿Lo hará? ¿Servirá de algo el discurso? No, la estufa no se moverá. Pero no le hables, trae leña y carbón y enciéndela, entonces cumplirá su misión.

Así ocurre con la comunicación de las verdades científico-espirituales. Son el combustible del alma humana. Durante miles de años, a la gente se le ha predicado moralidad y se le ha dicho: ¡Sed buenos, amaos los unos a los otros! ¿Pero lo hacen? ¿Acaso no se ve muy mal a pesar de todas las enseñanzas de la iglesia cristiana? En una ciudad del sur de Alemania, un pastor me dijo una vez: Lo que usted dice sobre los Evangelios, no puedo objetarlo en absoluto, pero ¿Qué sentido tiene formar pequeños reductos espirituales-científicos aquí y allá, cuando la iglesia lleva a cabo una educación práctica a la mayor escala? Sí, si este pastor tuviera razón, entonces no tendría sentido. Pero no tiene razón, porque si la iglesia cumpliera su tarea en toda su extensión, ¿Por qué siguen existiendo tantas maldades? ¿Acaso la gente va a la iglesia? La iglesia no predica moral práctica, predica moral de estufa. Hoy en día, no hay mucha gente que mejore con la mera persuasión. Y ahora incluso las personas más capaces han dado la espalda a la iglesia. Y si esto siguiera así, los seguidores de la iglesia serían cada vez más escasos y el materialismo se extendería cada vez más, hasta que un día no quedaría gran cosa de la iglesia. Para eso ha venido la ciencia espiritual, para proporcionar el combustible. Es material de calefacción, pues la mera comunicación de hechos de los mundos espirituales tiene un efecto atractivo y favorable sobre el desarrollo espiritual del individuo, favorable no sólo en relación con la moralidad, sino también en relación con la visión espiritual.
También hay entre los científicos espirituales quienes opinan que uno sólo debe ser bueno y noble y esforzarse por la perfección, entonces los ojos espirituales eventualmente se abrirían por sí mismos. Al mismo tiempo, creen que se debe hacer caso omiso de la comunicación de las verdades superiores y que sólo se debe esperar a poder ver por uno mismo hasta que el velo se levante por sí mismo. Los que piensan así se equivocan. Juzgan mal el carácter de tales mensajes en su efecto como material de calentamiento. Se trata de suscitar en el alma vibraciones que no le llegarían de otro modo ni por sí mismas.

Pero, ¿Qué es lo que puede y debe encenderse en el hombre si comprende y promueve su correcto desarrollo, tal como la ciencia espiritual se propone hacer? Para ello debemos remontarnos muy atrás. Debemos remontarnos a la antigua civilización india, que llamamos la época de los siete Rishis. Estos fueron los iniciados de la época que guiaron el desarrollo de la humanidad. Cuando, desde su visión espiritual, hablaban a la gente de lo Más Alto, decían: Por encima de todo ser, irreconocible, inescrutable, yace una causa, un ser que llamamos Vishva-Karman, pero que sólo podemos adivinar. Está, por así decirlo, demasiado lejos para que podamos reconocerlo. Sin embargo, después de nosotros, mucho más tarde, se acercará a la humanidad. Luego, en una época cultural muy posterior, otro iniciado habló de este ser. Era Zaratustra, no el histórico, sino un predecesor suyo. Cuando se dirigía al pueblo en su antigua lengua sagrada persa, cuyo esplendor apenas puede describirse hoy, decía: "Veo al ser más elevado en el sol, alrededor del sol. ¡Él está en la atmósfera del sol! - Y por eso lo llamó: Ahura Mazdao, la gran aura, en contraste con el hombre, la pequeña aura. Reconoció en la gran aura una imagen o modelo para la pequeña aura, el ser humano. Ahura Mazdao es igual a Ormuzd. Y predicó que Ahura Mazdao se revelaría un día en el hombre. Él previó eso. Pero también vio que hay fuerzas en el hombre que obstaculizan y lo alejan de la revelación del ser supremo dentro de él. A estas las llamó Ahriman, el maligno.

Más tarde, en otra época cultural, tenemos a otro gran iniciado. La comprensión le había llegado aún más cerca. Con los Rishis el ser supremo estaba, por así decirlo, oculto en el espacio a una inmensa distancia, con Zaratustra había avanzado hasta el sol, pero con Moisés la comprensión estaba ya al alcance de la mano. En la zarza ardiente que habló a Moisés tenemos el aura como componente de los elementos terrestres. Moisés reconoció que el ser más elevado está presente en la tierra. Para el iniciado, el ser había descendido a la tierra a través del sol. Ahora vivía en los elementos. Y cuando Moisés preguntó al ser qué debía decir al pueblo, éste le dijo: "Yo soy el Yo-soy, Yahvé". Así tenemos la explicación de que el ser había venido a desplegarse en el yo del hombre. En aquella época todavía no era así. En aquella época el hombre aún no había hecho que la conciencia del Altísimo se desplegara en su interior. Moisés, sin embargo, sabía que esto iba a suceder.

Y aún más tarde, llegó otra persona que se convirtió en clarividente: Pablo. Él sabía que ese ser supremo estaba encarnado en Jesucristo. Pero no podía creer, no podía entender que ese ser tuviera que morir en la cruz. Entonces fue iniciado. El hecho de que pudiera ser iniciado se debió a la peculiar circunstancia de haber nacido prematuramente. Un nacimiento prematuro, una persona que no ha nacido durante nueve meses completos, es una persona que no ha descendido tan profundamente en la materia, por lo que la visión del mundo espiritual le resulta más fácil. Y cuando Pablo se hizo clarividente, reconoció que el ser supremo vivía en Cristo. Ahora había cobrado vida realmente en el hombre. Por eso Cristo dice en la Última Cena: "El pan es mi cuerpo, el vino es mi sangre". Pan: tierra; vino, savia: espíritu.

Aquí es donde quería llegar hoy, para que ustedes sientan lo que significa que un ser así se haya acercado a la tierra, haya descendido a la tierra. Y esto sucedió en el Gólgota. ¿Realmente ese ser fluyó sobre la tierra en el Gólgota? Consideremos y comparemos el tiempo, digamos seiscientos años antes del nacimiento de Cristo con el tiempo seiscientos años después del nacimiento de Cristo. ¿Qué sucedió allí, cuál es la diferencia?

Seiscientos años antes de Cristo, vivía Buda. Vivía en un palacio real. Luego salió al campo y aprendió sobre la vejez, la enfermedad, la pobreza, la muerte y los cadáveres. Vio que toda la vida humana es sufrimiento: la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la pobreza es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, el nacimiento es sufrimiento, vivir separados de los que amamos es sufrimiento, en resumen, toda la existencia es sufrimiento. Por eso se dijo a sí mismo, y así se lo enseñó a la gente: debéis desaprender vuestra sed de existencia.  Aquí tenemos la desesperada renuncia a la creación.

Pero seiscientos años más tarde llegó el Gólgota. Allí vemos una cruz erigida como símbolo y un cadáver humano en la cruz. Y la gente mira al cadáver y se da cuenta de que existe la curación de todo sufrimiento. Esa es la diferencia. La gente ya no ve en la muerte el signo del sufrimiento, sino el signo de la curación del sufrimiento. Pueden salir victoriosos de lo que hay aquí en la vida. Y eso significa: un fruto es llevado a la otra vida.

Si el hombre comprende ahora que el nacimiento y la vida no son sufrimiento, sino que conceden la posibilidad de salir del sufrimiento, porque la vida da la oportunidad de desarrollar lo espiritual, que conduce más allá de todo sufrimiento, entonces la vejez ya no es sufrimiento, sino un acercamiento al fruto de la vida; la muerte ya no es sufrimiento, sino redención; la no unión con los que amamos ya no es sufrimiento, si uno se ha unido al Ser-Cristo de Todo Amor y envuelve en su amor a todos los seres de todos los mundos.

Todo esto se sintió seiscientos años después de Cristo, y desde entonces el hombre ha podido sentirse conectado con el Cristo, el Espíritu del Sol, que es también el espíritu de la tierra, que, al impregnar la tierra, impregna también a cada uno de nosotros, y que despierta la dulzura, el calor, el amor en nuestras almas, que despierta el Todo-Amor y transforma la tierra.

Y como la ciencia espiritual no enseña moralidad comunicando verdades espirituales, sino que establece una moralidad práctica, construirá para el hombre más moderno el puente que conduce al mundo espiritual. Puede ser que los que están a la cabeza de la cultura actual, las principales figuras de la industria y la erudición, los que marcan la pauta, sonrían ante estos pequeños reductos de la ciencia espiritual y ante lo que allí se investiga. ¡Que piensen lo que quieran! Hubo una vez una poderosa civilización romana, aquella antigua Roma imperial, que aún hoy admiramos en sus ruinas. El enorme y antiguo Coliseo era el lugar donde se quemaba incienso para cubrir el vapor ascendente de la carne de los cristianos despedazados por las fieras. Eso era la antigua Roma, a la luz del día. ¿Y abajo? Descendamos a las catacumbas. Allí encontramos a los primeros creyentes del Cristianismo, del Misterio del Gólgota, perseguidos y despreciados. Allí abajo, escondidos, adoraban a Cristo, allí realizaban sus actos simbólicos, allí abajo se fundaron las primeras comunidades cristianas. Aunque pequeños en número y despreciados, no dudaron. Abajo hay una pequeña multitud, despreciada y rechazada, arriba hay una gran multitud que marca la pauta: unos siglos más tarde, la antigua Roma ya no está allí, pero los que estaban abajo, el mundo inferior, han ascendido. Dentro de unos siglos, la ciencia espiritual también ascenderá por encima de la industria, la erudición y las comunicaciones humanas modernas. Sin embargo, no sientan esto con orgullo, sino con humildad, cuando se comparen en sus pequeños reductos con la Roma subterránea. Y si imaginan que la gloriosa ciencia actual será aplastada ante la ciencia espiritual, imagínenlo sólo con humildad. Si llevan este sentimiento con ustedes a partir de esta hora, para que siempre permanezca vivo en ustedes, entonces cooperarán en la difusión del amor humano universal, y entonces se sumergirán en una nueva cultura.

Invoco a todas las fuerzas espirituales buenas para que velen por la rama recién fundada y les ayuden a alcanzar el objetivo y a facilitar su trabajo.

Traducido por J.Luelmo dic.2023


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