GA175 Berlín, 3 de abril de 1917 - Los Misterios Paganos, el alma humana y la Resurrección de Cristo

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LOS MISTERIOS PAGANOS, EL ALMA HUMANA Y LA RESURRECCIÓN DE CRISTO

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner



Berlín, 3 de abril de 1917


Conferencia IX

El Misterio del Gólgota será el tema de nuestra reflexión en este momento. Esta reflexión se ha ido preparando conforme a lo que expuse en las últimas conferencias.

Recordemos lo más importante que hay que tener en cuenta. La última vez les mencioné que cualquier conocimiento real del mundo que satisfaga al alma humana requiere la comprensión de que tanto la clasificación del mundo como la clasificación de la humanidad, la clasificación de la esencia del hombre, deben llevarse a cabo según los tres principios de cuerpo, alma y espíritu. Esto es lo que debe ser reconocido más intensamente en el presente, especialmente en nuestro ámbito antroposófico. Por eso quiero llamar la atención de ustedes sobre el hecho de que en mi «Teosofía», incluso en su primera edición, el nervio de toda la discusión se basa en esta triple estructura. Todos ustedes habrán leído esta «Teosofía» y sabrán que el armazón, por así decirlo, de todo el libro radica en esta triple estructura, que luego se expresa en particular en las palabras:

«El espíritu es inmortal; el nacimiento y la muerte tienen lugar en la corporeidad conforme a las leyes del mundo físico; la vida anímica, sujeta al destino, actúa como mediadora en la relación entre ambos durante el transcurso de la vida terrenal.»

En otras palabras, en aquella época se consideraba necesario subrayar lo más claramente posible esta triple estructura. Pues al poner un énfasis, yo diría, muy especial en esta estructura tripartita, en realidad sólo se está en el terreno en el que hay que estar si en nuestro tiempo se quiere comprender el mundo y, dentro de esta comprensión del mundo, comprender el acontecimiento central de nuestro desarrollo terrenal, o esforzarse por comprenderlo: el acontecimiento central del Misterio del Gólgota. Ahora bien, acabo de exponerles la última vez qué es lo que se opone al esfuerzo de nuestra época por reconocer el mundo y al hombre de tal manera que la división en cuerpo, alma y espíritu no se mencione simplemente de pasada, sino que se lleve a cabo como si apuntara a una idea central. Ya les expliqué lo que se opuso a esto en el desarrollo occidental del espíritu, y en cómo en este desarrollo occidental, se perdió el concepto de espíritu. Les mencioné que a través del Octavo Concilio Ecuménico de Constantinopla, el espíritu o más bien la idea del espíritu, fue virtualmente eliminada del pensamiento occidental, y que esta eliminación de la idea del espíritu no sólo ha ejercido su influencia en el desarrollo de las ideas y sentimientos religiosos, sino que ha tenido un profundo efecto en todo el pensamiento de los tiempos modernos, de modo que hasta cierto punto no existe todavía hoy una filosofía oficial que pueda distinguir adecuadamente entre alma y espíritu. Y en todas partes se encuentra, la afirmación prejuiciosa, incluso entre las personas que creen sin prejuicios, provocada sólo por el octavo concilio general, de que el hombre se compone de cuerpo y alma. Quien conoce realmente la vida espiritual, no sólo tal como se encuentra en los ámbitos filosóficos más superficiales, sino tal como ha anidado en el pensar y en el sentir de todas las personas, incluso de aquellas que no piensan preocuparse en absoluto por las ideas filosóficas, quien conoce realmente esta vida espiritual de Occidente, verá en todas partes la influencia de la eliminación de la idea del espíritu. Y cuando en el último período surgió la tendencia a tomar algunas cosas de la sabiduría oriental, con el fin de corregir algunas cosas de allí dentro de la sabiduría occidental, entonces lo que se tomó se presentó bajo una luz en la que difícilmente se puede adivinar que el mundo y la humanidad se basan en la división: cuerpo, alma, espíritu. Pues en la división del hombre en cuerpo denso, cuerpo etérico, cuerpo astral, sthula sharira, linga sharira - präna, como se le llamaba entonces, -käma, käma-manas, y todas las cosas que han llegado de Oriente a Occidente-, en todas estas clasificaciones, que aglutinan de manera tan poco escrupulosa siete principios, no se advierte nada de lo que sería lo más importante: impregnar nuestra visión del mundo con la clasificación en cuerpo, alma y espíritu.

Casi se podría decir que esta clasificación en cuerpo, alma y espíritu ha quedado enterrada. Ciertamente, hoy se sigue hablando mucho del espíritu, pero lo que se dice son palabras. Pero la gente de hoy ya no sabe distinguir las palabras de las cosas. Por eso se toman en serio explicaciones que consisten en meras, yo diría, caleidoscópicas combinaciones de palabras, como es el caso de la filosofía de Eucken.

Ahora bien, si se pretende renunciar a la triple división en cuerpo, alma y espíritu, no se puede comprender la esencia del Misterio del Gólgota. Como expliqué la última vez, con el Octavo Concilio General la renuncia al espíritu se convirtió en un dogma; pero el asunto llevaba tiempo preparándose. Y el hecho de que haya llegado está básicamente relacionado con un desarrollo necesario de la vida espiritual occidental. Tal vez la manera más fácil de acercarse al Misterio del Gólgota, de comprender el Misterio del Gólgota, sea visualizar de qué modo Aristóteles, que estaba en la cumbre del pensamiento griego, formó su imagen del alma. Pues Aristóteles fue al mismo tiempo el filósofo más importante de toda la Edad Media, y el pensamiento actual sigue alimentándose de conceptos medievales, por poco que la gente quiera admitirlo. Además, vemos que lo que se desarrolló en la historia de la humanidad apareció en Aristóteles unos siglos antes del Misterio del Gólgota, y que luego se intentó comprender el Misterio del Gólgota con la ayuda de las ideas de Aristóteles entre los espíritus dirigentes de la Edad Media. Hay algo tan extraordinariamente significativo en estas cosas que realmente hay que tomarse la molestia de mirarlas con imparcialidad.

¿Qué piensa Aristóteles sobre el alma humana? Sin más preámbulos, explicaré simplemente cómo piensa Aristóteles sobre el alma humana, es decir, lo que el pensamiento griego de Aristóteles sobre el alma humana revelaba en una mente ilustrada. Aristóteles, -y así tenemos aproximadamente lo que pensaba sobre el alma el europeo más importante unos siglos antes del Misterio del Gólgota-, Aristóteles piensa: Cuando un ser humano entra en el desarrollo del mundo, lo hace a través del nacimiento o, digamos, a través de la concepción, entonces debe su existencia física en primer lugar a su padre y a su madre. Pero según Aristóteles, del padre y de la madre sólo puede proceder lo que constituye la existencia corporal; el ser humano completo nunca podría llegar a existir por la mera unión del padre y la madre. Así que en el sentido de Aristóteles, el ser humano completo no puede nacer de la unión del padre y la madre, porque este ser humano completo tiene un alma. Y esta alma tiene una parte, -entendamos por esto que Aristóteles distingue inicialmente dos partes en el alma-, toda esta alma tiene una parte que está completamente ligada al cuerpo, que se expresa a través del cuerpo, que recibe sus impresiones del mundo exterior a través de la actividad sensorial del cuerpo. Esta parte del alma surge como fruto necesario del co-desarrollo gracias al desarrollo material del ser humano, que proviene del padre y de la madre. No ocurre así con la parte espiritual del alma, o, -como Aristóteles acuña aún las palabras-, con la parte pensante del alma, con aquella parte del alma que participa en la vida espiritual general del mundo a través del pensar, que participa en el «nus», en el pensar del mundo. Para Aristóteles esta parte del alma es inmaterial, no material, y nunca podría surgir de lo que surge para el hombre del padre y de la madre, sino que sólo puede surgir para el hombre por el hecho de que Dios. -«lo divino» sería un término más adecuado si nos atenemos a las expresiones aristotélicas-, coopere en el surgimiento del hombre a través del padre y de la madre, que lo divino coopere.

Así es como nace el ser humano, el ser humano en su totalidad. Para Aristóteles es muy importante que la palabra se acuñe de esta manera: el ser humano completo nace de la cooperación de Dios con el padre y la madre. A través de Dios, el hombre recibe su parte espiritual o, en el sentido de Aristóteles, también se podría decir mental del alma. Esta parte mental del alma, que surge así a través del Dios en cada desarrollo del ser humano físico individual, surge gracias a la cooperación del Dios, está en desarrollo durante la vida entre el nacimiento y la muerte. Cuando el ser humano atraviesa la puerta de la muerte, lo físico es entregado a la tierra, y junto con lo físico aquella parte del alma que está ligada a los órganos del cuerpo; en cambio, lo que es la parte espiritual del alma se conserva. Ésta, que ahora es la parte espiritual del alma, vive espiritualmente en el sentido de Aristóteles, vive espiritualmente de tal manera que es, por así decirlo, llevada a otro mundo distinto de aquél con el que uno está conectado a través de los órganos corporales, y ahora vive una existencia inmortal. Vive una existencia inmortal en el sentido de Aristóteles, de modo que la persona que se ha entregado en vida, en el cuerpo, a tal o cual bien, es capaz de mirar hacia atrás a este bien, que ha insertado en la estructura del mundo, que está dentro de la estructura del mundo, pero que en esta estructura del mundo en la que ha sido colocado no puede modificarse. De hecho, Aristóteles sólo puede entenderse correctamente si se interpretan sus ideas en el sentido de que él pensaba que después de la muerte, el alma tiene que mirar hacia atrás, por toda la eternidad, hacia algún bien o algún mal que hubiera cometido.

Fue precisamente en el siglo XIX cuando se hizo el mayor esfuerzo imaginable desde diversos frentes para comprender claramente esta idea en Aristóteles, a veces difícil de entender por su forma de expresarse. Y puede decirse que Franz Brentano, recientemente fallecido, en su disputa con Eduard Zeller, intentó a lo largo de su vida reunir todos los elementos que pudieran conducir a una idea clara de lo que pensaba Aristóteles sobre la relación de la parte espiritual del alma humana con todo el ser humano. Pero lo que Aristóteles pensaba de este modo pasó a la filosofía, que se ha enseñado durante toda la Edad Media hasta los tiempos modernos, y se sigue enseñando en ciertos ámbitos de la vida eclesiástica. Franz Brentano, que realmente estudió intensamente estas ideas en la medida en que proceden de Aristóteles, se dio cuenta de lo siguiente.

Se dio cuenta de que debido a su pensamiento interior, Aristóteles era una mente verdaderamente elevada por encima del materialismo y por lo tanto no podía caer en la creencia de que la parte espiritual del alma es algo material; ni podía caer en la tonta creencia de que la parte espiritual del alma se desarrolla a partir de lo que el hombre recibe de su padre y de su madre. Por lo tanto, según Brentano, para Aristóteles sólo había dos maneras de pensar en la parte espiritual del alma. Una posibilidad era ésta: dejar que la parte espiritual del alma se desarrollara a través de una creación directa de Dios en cooperación con lo que procede del padre y de la madre, de modo que la parte espiritual del alma se desarrolla a través de la influencia de Dios en el embrión humano; solo que esta parte espiritual del alma no perece en la muerte, sino que, atravesando la puerta de la muerte, entra en una vida eterna. ¿Qué habría quedado de Aristóteles, dice Brentano, si no hubiera desarrollado esta idea? Y Brentano considera correcto que Aristóteles adoptara esta idea para sí mismo. ¿Qué habría quedado para él, dice, si no hubiera desarrollado esta idea? Sólo una segunda posibilidad. No hay una tercera posibilidad, dice Brentano. Y esta segunda posibilidad es la siguiente: suponer que el alma del hombre pre-existe, no meramente post-existe, sino que pre-existe; existe en lo espiritual antes del nacimiento, o antes de la concepción. Pero entonces, a partir del momento en que se admite, -y Brentano lo reconoce muy claramente-, que el alma preexiste de algún modo antes de la concepción, entonces no hay otra opción, cree Brentano, que suponer que esta alma no sólo se encarna una vez en la vida, sino que aparece una y otra vez en repetidas vidas terrenales. No existe ninguna otra posibilidad. Y puesto que, según Brentano, Aristóteles en su época de madurez rechazó la palingenesia, es decir, las vidas terrenas repetidas, no le queda más que el creacionismo, la creación del alma humana, la recreación completa del alma humana con cada generación embrionaria del ser humano, lo que no contradice la postexistencia, pero sí la preexistencia. Franz Brentano era originalmente un sacerdote y todavía era, me gustaría decir, uno de los últimos espíritus en pie de lo que se había desarrollado como el lado bueno de la filosofía escolástica aristotélica, debido a lo cual le parecía sobre todo razonable que Aristóteles rechazara la doctrina de las vidas terrenales repetidas y permitiera que se aplicara el creacionismo sólo en lo que se refiere a la postexistencia.

Y sin embargo, a pesar de todas las variantes, este punto de vista constituye el centro neurálgico básico de toda la filosofía cristiana, en la medida en que esta filosofía cristiana se dirige contra las repetidas vidas terrenales. Es extraño, yo diría que inquietantemente irritante, ver cómo un pensador tan eminentemente sensato como Franz Brentano, que se despojó de sus vestiduras sacerdotales, se esfuerza por ser cada vez más claro acerca de este creacionismo del alma, y cómo no hay para él ninguna posibilidad de tender un puente hacia la doctrina de las vidas terrenas repetidas. ¿Por qué? Esto se debe a que, a pesar de la profunda capacidad intelectual de Brentano, a pesar de su pensamiento enérgico y perspicaz, el concepto de espíritu le estaba vedado, nunca pudo llegar al concepto de espíritu y a su separación del concepto de alma. No hay forma de llegar al concepto de espíritu sin antes llegar al concepto de vidas terrenales repetidas. Sólo se puede perder la doctrina de las vidas terrenas repetidas si se pierde por completo el concepto de espíritu. Y básicamente, incluso en la época de Aristóteles, el concepto de espíritu era, yo diría, ya inestable. Se puede ver en los pasajes decisivos de los escritos de Aristóteles cómo éstos siempre se vuelven confusos cuando habla de la preexistencia. Siempre se vuelven confuso.

Pero todo esto está relacionado con algo tremendamente significativo y profundo; está relacionado con el desarrollo real de la humanidad. Está relacionado con el hecho de que en los siglos anteriores al Misterio del Gólgota la humanidad había entrado en una etapa de desarrollo en la que, digamos, había algo así como neblina alrededor del alma cuando se hablaba del espíritu. En aquella época todavía no había tanta niebla alrededor del alma del hombre como la que hay hoy cuando hablamos del espíritu, pero todo el proceso de corrupción del pensamiento en relación con el espíritu ya estaba comenzando en aquel tiempo. Y esto, mis queridos amigos, está relacionado con el hecho de que en el transcurso del tiempo, la humanidad ha experimentado un desarrollo que en cierto sentido el alma se ha convertido en algo diferente de lo que era en los tiempos primitivos del desarrollo humano en la tierra. En estos tiempos primitivos había una experiencia directa del espíritu debido a la existencia de la clarividencia atávica. No se podía dudar del espíritu. No se podía dudar del espíritu más de lo que se puede dudar del mundo sensorial exterior. Siempre es sólo una cuestión de si la gente debe llegar más o menos al conocimiento del espíritu. Pero que el camino del alma humana hacia el espíritu es posible, nadie podría dudarlo en ciertas épocas más antiguas del desarrollo humano. Tampoco nadie podría dudar de que durante la vida en la tierra, entre el nacimiento y la muerte, el espíritu vive dentro del alma humana, de modo que a través de este contenido espiritual el alma humana participa de la vida divina. Nadie podría dudar de esto. Y esta convicción, basada en la conciencia directa del espíritu, se expresaba por doquier en los Misterios y en su culto. Pero es curioso que ya uno de los filósofos griegos más antiguos, el viejo Heráclito, habla de los Misterios de tal manera que se ve que sabe que en tiempos aún más antiguos los Misterios eran algo tremendamente significativo para el hombre, pero que en el fondo ya habían descendido de su altura. Así que muy pronto, los griegos ilustrados hablan del hecho de que los Misterios ya habían descendido de sus alturas.

En estos misterios se practicaban muchas cosas diferentes. En nuestro contexto de hoy, sin embargo, sólo podemos interesarnos particularmente por la idea central de estos misterios. Detengámonos un momento en esta idea central de los Misterios, tal como se practicaban hasta la época del Misterio del Gólgota, tal como se seguían practicando en tiempos del emperador Juliano el Apóstata. Pues algunos aspectos del culto de estos misterios han sido enfatizados una y otra vez en los últimos tiempos, yo diría enfatizados en un sentido anticristiano. Se ha señalado que lo que se cuenta como la leyenda de Pascua, como el Misterio del Gólgota, es decir, la leyenda central real del sufrimiento, muerte y resurrección de Cristo, vivía por doquier en los Misterios. Y de esto se sacó entonces la conclusión de que el misterio pascual del cristianismo era básicamente sólo una especie de transferencia de antiguas costumbres mistéricas paganas, hacia la persona de Jesús de Nazaret. Y a algunas personas les parecen tan elocuentes las cosas que se pueden decir que no dudan de la verdad de la idea que intentan expresar: Esta gente dice, Aquello que los cristianos dicen sobre el hecho de que el Dios Cristo sufrió, fue liberado de la muerte, resucitó de entre los muertos, que esta resurrección está ligada a la esperanza y el anhelo de salvación de la gente, lo que los cristianos han formado como tales ideas, ya vivía en los misterios, en los más diversos cultos mistéricos. Las costumbres paganas fueron reunidas y fundidas en la leyenda pascual y transferidas a la personalidad de Jesús de Nazaret.

En tiempos más recientes, se ha ido aún más lejos, curiosamente incluso en zonas oficialmente cristianas, al considerar indiferente, -basta recordar ciertas corrientes de Bremen-, la existencia histórica de Jesús de Nazaret y afirmar que las diversas leyendas mistéricas y cultos mistéricos se habían unido a través de la vida social, se habían centralizado, por así decirlo, y que en la comunidad cristiana original la leyenda de Cristo había surgido de la antigua leyenda pagana. En una discusión que tuvo lugar aquí en Berlín hace años, -como resultado de estos dolorosos últimos años, lo que ha pasado antes se ha convertido a menudo en un mito y parece terriblemente lejano en el pasado, pero la discusión fue hace sólo unos años-. En esta discusión, uno podía ver cómo los representantes oficiales del cristianismo sostenían la opinión de que en realidad no podía tratarse de un Jesús de Nazaret histórico, sino sólo de una «idea del Cristo», que había surgido como idea, por así decirlo, en la primitiva comunidad cristiana a través de todo tipo de impulsos sociales.

Puede decirse que hay algo infinitamente seductor en la contemplación de los cultos mistéricos paganos y su comparación con lo que ha surgido como el misterio pascual cristiano. Pues basta con tomar en consideración lo que puede calificarse de descripción fiel de los cultos frigios. Y así como se pueden citar los cultos frigios, también se pueden citar otras fiestas; pues estas fiestas estaban muy extendidas de forma similar. Firmicus, por ejemplo, en una carta a los hijos de Constantino, habla del culto frigio: la imagen de Attis, es decir, de un dios determinado, -no es necesario entrar en qué dios-, la imagen del dios era atada a un tronco de árbol, llevada solemnemente con este tronco en procesión en un ritual de medianoche, y luego se celebraban también los sufrimientos del dios; se colocaba un cordero junto al árbol. Al día siguiente se proclamaba la resurrección del dios. Y mientras que el día anterior, cuando el dios había sido clavado en el tronco del árbol, es decir, entregado a la muerte por así decirlo, el pueblo prorrumpía ritualmente en las más terribles lamentaciones, al día siguiente, cuando se celebraba la resurrección del dios, las lamentaciones se convertían de repente en la más exuberante alegría. En otro lugar, cuenta Firmicus, se enterraba la imagen del dios Atis. Por la noche, cuando el duelo había alcanzado su punto culminante, se encendió de repente una luz, se abría la tumba y el dios resucitaba. Y el sacerdote pronunciaba las siguientes palabras: «Estad tranquilos, piadosos, puesto que el dios se ha salvado, vosotros también recibiréis lo que necesitáis, la salvación.

¿Quién podría negar que estas celebraciones rituales, que se celebraban en todas partes siglos y siglos antes de que tuviera lugar el Misterio del Gólgota, son muy similares a lo que incluía el Misterio Pascual dentro del cristianismo? Como era tan tentador pensar así, la gente lo creyó: Pues bien, estas visiones del Dios sufriente, moribundo y resucitado se difundieron por todas partes, y se centralizaron, por así decirlo, entre los cristianos y se transfirieron a Jesús de Nazaret.

Ahora bien, es importante comprender de dónde proceden realmente todas estas celebraciones de cultos, estos cultos paganos, estos cultos precristianos. Pues se remontan muy atrás, muy atrás, a aquellos tiempos en que los misterios se formaban de tal manera que se desarrollaban a partir de las más profundas percepciones originales sobre la naturaleza del hombre y su conexión con el mundo, como era el caso de la clarividencia atávica. Ciertamente, en la época en que las ceremonias frigias se realizaban de esta manera, la gente sabía tanto sobre el significado real de este asunto como sabemos hoy en ciertos templos masónicos sobre las ceremonias que allí se realizan. Pero sin embargo, estas cosas se remontan a un conocimiento originalmente grande sobre el mundo y las personas, a un conocimiento que realmente es extremadamente difícil de comprender hoy en día. Porque piénsenlo, el hombre realmente no vive en su entorno sólo con su cuerpo físico exterior, no es meramente dependiente de su entorno con respecto al cuerpo físico, sino que el hombre también vive con su alma y con su espíritu en el entorno exterior. Absorbe las ideas y concepciones de este medio exterior, se le hacen familiares, se le hacen habituales, y por las diversas consideraciones no puede apartarse de ellas. De modo que uno puede tener mucha buena voluntad y aun así tener dificultades para comprender ciertas cosas que se han perdido por las razones ya mencionadas y por otras más del desarrollo espiritual de la humanidad.

Lo que es la ciencia hoy, -no necesito decir en cada oportunidad que la admiro, ciertamente la admiro, pero sin embargo-, se aferra a la superficie más externa de las cosas; se aferra en el más mínimo grado a lo que conduce a la esencia. El hecho de que, a pesar de todo, se haya llegado muy lejos con esta ciencia en determinados ámbitos sólo se debe a que a veces se entiende que «llegar lejos» significa -bueno, esto o aquello. Ciertamente, se puede admirar el hecho de que esta ciencia haya llegado a la telegrafía sin hilos y a muchas otras cosas que desempeñan un papel importante en nuestros días, y se puede plantear la pregunta: ¿Qué tendríamos si no hubiéramos llegado a eso? Si entráramos en la discusión de estas cuestiones, ya nos toparíamos con lo que hoy está prohibido discutir. Eso que es tan actualmente ciencia es, por supuesto, sabiduría, que ha tenido sus últimos retoños, sus retoños ya corrompidos en las ya mencionadas costumbres mistéricas, simplemente tonterías, simplemente necedad. Tal vez sea así. San Pablo ya mencionó que lo que la gente considera necedad a menudo puede ser sabiduría ante Dios.

Un verdadero conocimiento de la naturaleza de la humanidad y del mundo tiene como resultado, entre otras muchas cosas, -hoy quiero hacer hincapié en los aspectos que nos resultan importantes para comprender el Misterio del Gólgota-, una determinada visión del organismo humano, que, por supuesto, a la ciencia actual le parece completamente descabellada. Este organismo humano difiere bastante sustancialmente del organismo del animal. Pues bien, ya hemos mencionado muchas diferencias; hoy queremos mencionar la que debe interesarnos en el Misterio del Gólgota. El organismo humano difiere bastante esencialmente del organismo animal, pues el organismo animal, si realmente se le estudia con los medios de la ciencia espiritual, lleva en sí mismo el impulso natural de la muerte. En otras palabras: Si se llega a conocer realmente el organismo animal con los medios de la ciencia espiritual, entonces se puede explicar a partir de la naturaleza del organismo animal que tal organismo deba pasar por la muerte en la forma en que lo hace, que el animal un día se descompondrá y será entregado a los elementos de la tierra. La muerte del animal no es algo incomprensible, sino que a partir del estudio del organismo animal es tan comprensible como lo puede ser, a partir del estudio del mismo, que el animal deba comer y beber. La naturaleza del organismo animal da lugar a la necesidad de la muerte del animal.

No ocurre lo mismo con la naturaleza del organismo humano. Aquí, por supuesto, llegamos al área que debe permanecer completamente incomprensible para la ciencia moderna. Si se estudia el organismo humano con todos los medios de la ciencia espiritual, no hay nada en el propio organismo humano que explique, explique absolutamente, la necesidad de la muerte. No hay nada que explique la necesidad de la muerte. En el caso del ser humano, la muerte debe ser aceptada como algo que simplemente se experimenta, y es imposible explicar por qué el ser humano realmente muere. Pues el hombre no nació originalmente para la muerte, ni nació como organismo externo para la muerte. El hecho de que la muerte ocurra en el hombre desde dentro no puede explicarse desde el ser del hombre mismo. El ser interior como tal no proporciona ninguna explicación de la muerte.

Sé muy bien que hoy en día esto es considerado una completa tontería por todos aquellos que quieren situarse en el terreno científico. Por lo general, es bastante difícil discutir todas estas cosas, porque en realidad están relacionadas con áreas de los más profundos misterios. E incluso hoy en día, si se quieren explicar estas cosas en su contexto, se sigue encontrando algo que no puede expresarse de otra manera que no sea la forma en que Saint-Martin, de quien hablé aquí la última vez, se expresa varias veces en su libro «Des erreurs et de la verite». Así, en un pasaje importante, en el que habla de las consecuencias para el desarrollo de la humanidad del hecho de que un cierto proceso tuviera lugar en el reino espiritual antes de que el hombre se encarnara físicamente por primera vez, Saint-Martin dice, cuando quiere hablar de este proceso sobrenatural-espiritual, palabras que todos los que están más íntimamente familiarizados con tales cosas comprenden:

«Pero por mucho que me gustaría llegar allí, mis obligaciones me prohíben la menor explicación sobre este punto; y por cierto, por mi propio bien, prefiero ruborizarme ante las ofensas del hombre que hablar de ellas».

En este caso, Saint-Martin tendría que hablar de una infracción cometida por el hombre antes de entrar en su primera encarnación en la tierra. No puede hacerlo. Ahora bien, por ciertas razones, -no porque la gente haya mejorado desde la época de Saint-Martin, sino por muchas otras razones-, hoy es posible decir algunas cosas que Saint-Martin aún no podía decir. Pero si se quisiera hablar de una verdad como la de que el hombre no ha nacido realmente para la muerte, en relación con todo lo que entra en consideración, entonces habría que tocar cosas que todavía no pueden ser oídas por los oídos de hoy en general. El hombre no ha nacido para la muerte y, sin embargo, ¡muere! Esto expresa algo que, por supuesto, es una tontería para los muy sabios de la ciencia actual, pero que para los que quieren penetrar en una comprensión real del mundo, es uno de los misterios más profundos. El hombre no ha nacido para la muerte y, sin embargo, muere.

Como ven, esta conciencia de que el hombre no nace para la muerte y sin embargo muere, eso es básicamente algo que, como un impulso oculto, corre a través de esos antiguos Misterios, incluyendo los Misterios de Attis a los que he aludido. En estos misterios se buscaba, por así decirlo, una posibilidad de comprender esto: El hombre no nace para la muerte y, sin embargo, muere. - En cierto modo, se suponía que los misterios proporcionaban una respuesta a este misterio. ¿Por qué se celebraban estos misterios? Se celebraban para que cada año se les dijera algo nuevo. Algo que se quería oír, algo que se quería sentir, algo que se quería recorrer en el alma, algo que se pretendía que se contara de nuevo cada año. Querían que se les dijera que aún no había llegado el momento en que el hombre tuviera que considerar seriamente su inexplicable muerte. ¿Qué esperaba tal creyente del sacerdote de Atis? Tal creyente tenía la certeza instintiva: llegará un momento para la tierra en que será serio, muy serio, mirar hacia la muerte inexplicable. Pero ese momento aún está por llegar. Y mientras el sacerdote celebraba los sufrimientos de Dios y la resurrección de Dios, esta celebración se convertía en un consuelo: aún no ha llegado el momento en que tengamos que ponernos serios para comprender la muerte.

En la antigüedad todos sabían que el acontecimiento descrito en la Biblia justo al principio del Antiguo Testamento, bueno para mí, llamémoslo «simbólico», apunta hacia una realidad. Aquellos antiguos lo sabían instintivamente. Sólo el materialismo moderno ha ido más allá de sentir instintivamente que la representación de la tentación de Lucifer apunta a un hecho real. Ciertamente, el pensamiento perverso que yace en la interpretación materialista del darwinismo es muy diferente de lo que debe considerarse como verdad en tal contexto. Porque este pensamiento pervertido que piensa: En la antigüedad, existían animales de un determinado tipo, que evolucionaron gradualmente hasta convertirse en los humanos actuales. En esta interpretación materialista del darwinismo, no hay lugar para la historia de la tentación del paraíso. Pues se necesitaría una mente muy degenerada para creer que un simio primitivo o un mono primitivo pudieran haber sido tentados por Lucifer.

Pues bien, existía la certeza instintiva de que detrás de lo que se contaba en el punto de partida del Antiguo Testamento, había un hecho pasado. ¿Y cómo se percibía este hecho? Este hecho se percibía de tal manera que uno se decía a sí mismo: Tal como el hombre estaba en realidad originalmente organizado físicamente, así no era mortal; pero a través de este hecho se ha añadido algo a su organización original que corrompe su organismo, y que significa que ahora también hay en él un impulso de mortalidad. A través de un proceso moral el hombre se hizo mortal, a través de lo que reside, -volveremos a esto-, en la misteriosa expresión de "pecado original".  El hombre no se volvió mortal de la misma manera en que otros seres naturales se han vuelto mortales, no se volvió mortal mediante ningún proceso natural, ni ningún proceso material, sino que el hombre se volvió mortal mediante un proceso moral. El hombre se hizo mortal a partir del alma.

El alma animal como alma que es de la especie, se encarna en el animal individual, que es mortal a causa de sus órganos. El alma de la especie sale del animal mortal tal como se había encarnado en él. Pero el organismo animal como tal, está destinado desde el principio a morir. No ocurre lo mismo con el organismo humano. El organismo humano es tal que lo que subyace a este organismo como alma de la especie, como alma grupal humana, se expresa en el ser humano individual y lo hace inmortal como organismo humano exterior. El hombre sólo podría hacerse mortal desde el alma mediante un acto moral. El alma debe estar constituida de una determinada manera para que el hombre sea mortal. Tan pronto como se toman tales cosas hoy al igual que se toman conceptos abstractos, no se comprende todo el asunto. Sólo cuando uno se eleva a una comprensión concreta, real del asunto, se comprenden estas cosas.

Ahora bien, en los tiempos antiguos, -en los tiempos incluso poco antes del Misterio del Gólgota, cuando se celebraban estos antiguos misterios-, la gente tenía los conocimientos más intensos: Es la propia alma del hombre la que hace que el hombre muera. Esta alma del hombre está en continuo desarrollo a lo largo de las épocas. ¿En qué consiste este desarrollo? Este desarrollo consiste en que cada vez más esta alma corrompe el organismo, estropea el organismo y participa cada vez más en la corrupción a través de la cual tiene un efecto destructivo sobre el organismo. El hombre miraba hacia la antigüedad y se decía a sí mismo: «Ha tenido lugar un acontecimiento moral por el cual el alma se ha vuelto tal que, cuando ahora mora en el cuerpo mediante el nacimiento, corrompe este cuerpo, pero al corromper el cuerpo no vive entre el nacimiento y la muerte como viviría si lo dejara incorrupto. Esto ha ido empeorando a lo largo de los siglos y milenios. ¡El alma corrompe el cuerpo cada vez más! Eso decían. - Pero esto significa que el alma encuentra cada vez menos oportunidades de encontrar su camino de regreso al espíritu. Cuanto más avanza el desarrollo de la humanidad, más y más corrompe el cuerpo; así inocula la muerte cada vez más intensa e intensamente al cuerpo. Y tiene que llegar un momento en que las almas, habiendo pasado tanto tiempo entre el nacimiento y la muerte, ya no puedan encontrar el camino de regreso al mundo espiritual.

Este tiempo era esperado con pavor y horror en la antigüedad. Se decían a sí mismos: «Pasará generación tras generación, y llegará la generación que tendrá almas que corromperán sus cuerpos y les inocularán la muerte tan intensamente que ya no será posible encontrar el camino de regreso a lo divino. ¡Esta generación llegará! - Eso decían. Y querían comprobar por sí mismos si el momento se acercaba ya más o menos. Por eso tenían el Attis y otras costumbres. Intentaban ver si todavía había tanta divinidad en las almas humanas que aún no había llegado el momento en que las almas humanas se habrían despojado de toda divinidad y ya no podrían encontrar el camino de vuelta a Dios. Por eso tenía un significado tremendo cuando el sacerdote decía: «¡Tened buen ánimo, piadosos; puesto que el Dios se ha salvado, la salvación necesaria os llegará también a vosotros! - Con esto quería decir: «¡Veis, el Dios que aún tiene influencia en el mundo, las almas aún no han llegado tan lejos como para haberse separado completamente del Dios; el Dios que aún resucita! - Esto es lo que el sacerdote quería proclamarles; era reconfortante lo que el sacerdote proclamaba. ¡El Dios todavía está en vosotros! - eso es lo que les decía.

Cuando se tocan estas cosas, tiene efecto sobre sentimientos y emociones tan infinitamente profundos que una vez estuvieron presentes en el desarrollo de la humanidad, que el hombre de hoy, que ha exteriorizado completamente sus intereses, ya no tiene ni idea de lo que la gente luchaba antaño. Puede que no supieran nada de lo que hoy se llama cultura, puede que fueran analfabetos, pero tenían esos sentimientos. Y en las escuelas de los sacerdotes, donde se conservaban las últimas tradiciones procedentes de la antigua sabiduría clarividente, se decía a los alumnos que iban a ser iniciados lo siguiente: Si el desarrollo continuara como lo hizo bajo la impresión de aquel acontecimiento moral al principio del desarrollo de la Tierra, entonces habría que estar preparado para el hecho de que las almas de los hombres encontrarían su camino lejos de Dios, hacia el mundo que ellos mismos crean corrompiendo el organismo humano hacia la muerte, hacia una muerte cada vez más intensa. Las almas conectarían con la tierra y a través de la tierra con lo que se llama el inframundo. Las almas se perderían. Pero como estas escuelas todavía tenían la sabiduría del espíritu, por supuesto, sabían que el hombre se compone de cuerpo, alma y espíritu. Esto que les estoy diciendo ahora se decía del alma, no del espíritu. Pues el espíritu es eterno en sí mismo y tiene sus propias leyes. Se sabía del espíritu lo que hizo necesario decir: Las almas desaparecerán en el inframundo, pero el espíritu humano reaparecerá en repetidas vidas terrenales. Y sería inminente un futuro de desarrollo terrenal, en el que los espíritus humanos se encarnarían de nuevo, pero mirarían hacia atrás, hacia toda el alma perdida que una vez estuvo en el devenir terrenal. Las almas se perderían. Las almas ya no vendrían. Los espíritus volverían a encarnar, lo que movería el cuerpo humano como si fuera automáticamente, sin que la forma en que mueven el cuerpo humano se sintiera, ni se percibiera en la experiencia del alma.

¿Cuál era, en cambio, el sentimiento de los que exhortaban al Misterio Pascual Cristiano? El sentimiento de los que insistieron en el Misterio de la Pascua Cristiana era el siguiente: Si en la tierra no ocurre nada más que lo que ha ocurrido desde tiempos inmemoriales, en el futuro surgirán personas sin alma en repetidas vidas terrenales. - Por eso esperaban lo otro. Esperaban lo que no podía formarse dentro de la propia vida terrenal, lo que iba a entrar en esta vida terrenal desde fuera. En otras palabras, esperaban el Misterio del Gólgota. Esperaban que entrara en el devenir terreno un ser que salvara de nuevo el alma, que arrebatara el alma de la muerte. El espíritu no necesitaba ser rescatado de la muerte, pero sí el alma. Este ser, que ahora se había insertado en el desarrollo terrenal desde fuera por medio del cuerpo de Jesús de Nazaret, era percibido como el Cristo que había aparecido para la salvación de las almas. Para que en el Cristo el hombre tenga algo con lo que pueda conectarse en el alma, para que a través de esta conexión con el Cristo el alma pierda su poder corruptor para el cuerpo y gradualmente se pueda recuperar todo lo que se había perdido. Por eso el Misterio del Gólgota se sitúa en el centro del desarrollo terrenal. Desde el comienzo de la evolución terrena hasta el Misterio del Gólgota, se pierde cada vez más, a medida que el poder corruptor se apodera cada vez más del alma para convertir a los hombres en autómatas del espíritu. Y desde el Misterio del Gólgota hasta el fin de la existencia terrena es el tiempo en el que lo que se perdió hasta el Misterio del Gólgota se vuelve a recuperar gradualmente. De modo que, cuando la tierra haya llegado al final de su evolución, los espíritus humanos se encarnarán en los últimos cuerpos, en esos cuerpos que vuelven a ser inmortales. Que a su vez son inmortales. Así se sentía el Misterio Pascual.

Pero para ello era necesario vencer el poder que hace posible la corrupción moral del alma. Este poder fue vencido en lo que el cristianismo percibe como el acontecimiento real del Gólgota. Los cristianos primigenios que estaban realmente familiarizados con las cosas. ¿Cómo les sonaba cierta frase importante? Ellos esperaban un acontecimiento exterior a través del cual pudiera surgir la posibilidad de que el poder que corrompía el alma perdiera su poder. Entonces resonó para ellos la última frase de Cristo: «¡Consumado es!» como testimonio de que ahora comienza el tiempo en que el poder corruptor del alma ha terminado.

Un acontecimiento extraño, un acontecimiento que alberga tremendos e insospechados misterios. Pues tan tremendos interrogantes surgen ante el Misterio del Gólgota. Veremos, a medida que avancemos en nuestra contemplación, que el misterio del Gólgota no puede pensarse sin Cristo resucitado. Cristo resucitado, ¡esa es la esencia! Y una de las palabras más profundas es la de Pablo: «Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra predicación y vana también vuestra fe». Cristo resucitado pertenece al cristianismo. Y sin Cristo resucitado, no puede haber cristianismo. La muerte también pertenece a el, la muerte de Cristo. ¿Pero piensen en cómo se presenta? ¿Y cómo debe presentarse? Un inocente es conducido a la muerte, conducido al sufrimiento, conducido a la muerte. Aquellos que lo llevan a la muerte están obviamente cargados con una pesada culpa. Pues un inocente es conducido a la muerte con lo que incurren en una pesada culpa. Sin embargo, ¿Qué significa para la humanidad esta culpa? Representa la salvación de la humanidad. Porque si Cristo no hubiera muerto, la salvación de la humanidad no se habría materializado. Ante el acontecimiento del Gólgota, nos encontramos ante el acontecimiento único que debemos decirnos a nosotros mismos: La mayor salvación que le ha sucedido a la humanidad en la tierra es que el Cristo fue inmolado. La mayor culpa en la que se ha incurrido es que el Cristo fuese inmolado. Aquí la más alta salvación coincide con la más profunda culpa.

Ciertamente, con un sentido superficial se pueden pasar por alto estas cosas. Para quienes no se aferran a lo superficial de las cosas, se trata de un profundo misterio. ¡El asesinato más monstruoso en la evolución de la humanidad se cometió para la salvación de la humanidad! Sientan ustedes este enigma. Si queremos comprender el misterio del Gólgota, debemos al menos intentar comprender este enigma. Y suena, aunque sea con palabras paradigmáticas, el impulso a la solución también viene de la cruz: «¡Padre Perdónalos, porque no saben lo que hacen!». Veremos que en la correcta comprensión de esta expresión está la respuesta al enigma significativo: del por qué el asesinato más monstruoso es la salvación del desarrollo humano.

Si consideran ustedes todo esto, empezarán a comprender que el misterio del Gólgota debe abordarse con los conceptos de cuerpo, alma y espíritu. Porque Cristo murió por las almas de los hombres. Él devuelve las almas de los hombres al mundo espiritual, del que habrían sido separadas si él no hubiera venido. La moral habría desaparecido del mundo. El espíritu habría sido conducido en el cuerpo automático por una necesidad sin moral. Esto habría hecho imposible experimentar nada en el alma. El Cristo debería volver las almas de nuevo. ¿Es de extrañar que tres siglos antes del Misterio del Gólgota el griego más ilustrado, Aristóteles, no supiera hablar correctamente sobre el alma ni sobre su conexión con el espíritu, ya que la crisis del alma era inminente? ¿Es necesario preguntarse, cuando esto era inminente para las almas, y Aristóteles no podía saber que el Salvador de las almas vendría, que estaba hablando falsamente sobre el alma? No hay por qué preguntárselo. Sin embargo, será necesaria otra explicación para el hecho de que Aristóteles se equivocara durante tanto tiempo acerca de la conexión entre el alma y el espíritu. Lo que Cristo significa para el alma humana nos enfrenta a la luz que nos muestra de nuevo al hombre en su naturaleza tripartita como cuerpo, alma y espíritu, y en la íntima conexión que existe entre el acontecimiento real objetivo y el acontecimiento moral; conexión que nunca será reconocida en su verdadera forma si no se reconoce la naturaleza tripartita del hombre, cuerpo, alma y espíritu.

Hoy sólo he podido ofrecerles una preparación para la discusión sobre las profundidades del alma humana a las que hay que descender si se quiere comprender hasta cierto punto el misterio del Gólgota. Creo que debe ser muy obvio para nosotros, muy cercano a nosotros, especialmente en nuestro tiempo, hablar de estas cosas y tal vez utilizar esta Pascua en particular para profundizar en estas cosas, en la medida en que sea posible para las personas en el tiempo presente. De esta manera, tal vez se pueda hablar de algunas cosas a nuestros sentimientos al principio, que pueden ser una semilla que sólo puede brotar en tiempos futuros dentro del desarrollo de la humanidad. Porque debemos pensar en muchas cosas de tal manera que sólo gradualmente llegamos a estar plenamente despiertos, que vivimos en una época en la que no captamos algunas cosas en plena vigilia, algunas de éstas y algunas de aquéllas. Esto se puede ver incluso en lo difícil que se le hace hoy a la gente captar los acontecimientos que nos llegan directamente cuando estamos plenamente despiertos. Desgraciadamente, no es posible indicar, ni siquiera con unos pocos trazos de pluma, cómo se visualizaría el doloroso acontecimiento, del que la humanidad de Europa, o al menos de Europa Central, sólo ha recibido conocimiento hoy entre nuestros acontecimientos contemporáneos, en alusión a la I guerra mundial que está teniendo lugar en esos mismos momentos. Tales cosas se viven hoy a menudo como dormidas. Pero no es posible decir aquí más sobre tales cosas.

Hoy sólo quería plantear algunas cuestiones para que la próxima vez podamos hablar del misterio del Gólgota.
Traducido por J.Luelmo may,2025

GA175 Berlín, 27 de marzo de 1917 - Misterios palestinos

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MISTERIOS PALESTINOS

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner



Berlín,  27 de marzo de 1917


Conferencia VIII

En este momento debo llamar repetidamente la atención sobre una línea de reflexión que debe atravesar toda nuestra ciencia espiritual en el presente. Me he referido a esta línea de reflexión como que debemos ver en todas partes que detrás de los conceptos y representaciones e ideas que el hombre se forma y en las que vive, no hay meramente lo que a menudo se llama lógica en la vida, sino que en los conceptos y representaciones de los hombres vive lo que puede llamarse realidad. Debemos buscar conceptos saturados de realidad. Y una y otra vez no puede ser innecesario, especialmente en las consideraciones que han de conducir ahora a una meta bastante definida, que describiré dentro de un momento, llamar la atención sobre lo comprensible que puede llegar a ser que un concepto, alguna idea que esté presente en la vida, pueda ser verdadera en cierto modo, pero sea incapaz de llegar hasta la realidad. Ciertamente, lo que realmente se quiere decir con estos conceptos saturados de realidad sólo se aclarará gradualmente; pero también se puede, mediante simples comparaciones, me gustaría decir, llegar gradualmente a tener la idea de lo que está saturado de realidad. Así que hoy, a modo de introducción, me gustaría utilizar una comparación para llamar la atención sobre lo que realmente quiero decir.

Lo que voy a decir a continuación no tiene aparentemente, pero sólo aparentemente, ninguna relación con las consideraciones que siguen, sino que es meramente una discusión introductoria. Hasta el año 1839, todos los cardenales romanos desde el siglo XVI han tenido que prestar un importante juramento. En los años de su pontificado, el Papa Sixto V, -reinó de 1585 a 1590-, había depositado 5 millones de scudi en el Castel Sant'Angelo como un tesoro que debía estar allí para casos de mala suerte. Y como se consideraba tan importante que tal tesoro estuviera allí para los casos malos, siempre se hacía jurar a los cardenales que custodiarían cuidadosamente este tesoro. En 1839, durante el pontificado de Gregorio XVI, el posterior cardenal Acton se opuso a este juramento; ya no quería que los cardenales juraran preservar este tesoro. - Si no se oye nada más de esta historia, se podrían plantear todo tipo de bellas hipótesis sobre por qué este extraño Acton no dejaba que los cardenales juraran, como todavía se exigía en aquella época, preservar el tesoro, que podía ser tan importante para el gobierno papal. Y todo lo que se diga al respecto podría contener mucha lógica. Pero todo lo que podría decirse muy bien sobre ello desaparecerá en comparación con lo que Acton sabía a través de ciertas conexiones fácticas, y que los cardenales no sabían. Él sabía que desde 1797, este tesoro había desaparecido de allí. Así que a los cardenales se les había hecho jurar que guardarían un tesoro que ya no estaba allí, y Acton simplemente no permitiría que se le hiciera jurar sobre algo que no estaba allí. Como ven, todas las bonitas discusiones e hipótesis que plantearía alguien que no supiera que todo el tesoro no estaba allí, que ya había sido utilizado bajo Pío VI, todas estas hipótesis se desmoronarían en nada.

Si uno medita un poco sobre tal ejemplo, -a veces parece innecesario meditar sobre tales cosas que son tan obvias, pero uno debe meditar sobre ellas y comparar algo tan obvio con algunas otras cosas en el mundo-, uno podría, precisamente por lo que resulta de tal hecho, llegar a darse cuenta de lo que realmente se quiere decir con conceptos saturados de realidad y no saturados de realidad. Ahora debo llamar la atención sobre esta naturaleza no saturada de realidad de las ideas del presente por la sencilla razón de que, como verán más adelante, tal vez sólo la próxima vez, esto está conectado precisamente con el tema que debe ser discutido de nuevo desde nuestro punto de vista en el momento presente. Me esforzaré por dejar que las consideraciones que ya hemos hecho fluyan en la discusión de una relación especial que se refiere al misterio de Cristo. Lo que expuse la última vez podrá servirles de apoyo precisamente en ese aspecto del misterio de Cristo que ahora queremos considerar. Hoy sólo quiero traer a sus mentes algunas cosas que parecen no tener relación con nuestro tema actual, porque pueden proporcionarnos un fundamento significativo.

Como ustedes saben, en mi libro «El cristianismo como hecho místico», publicado hace algún tiempo, empecé a señalar con cautela una determinada manera de ver el misterio de Cristo. Este «Cristianismo como hecho místico», -que, permítanme decirlo de pasada, fue uno de los últimos libros que el antiguo régimen de Rusia confiscó en su nueva edición hace unas semanas-, es, quisiera decir, un primer intento de comprender el propio cristianismo desde un punto de vista espiritual; desde un punto de vista que ha desaparecido más o menos a lo largo de los siglos dentro del propio desarrollo cristiano de Occidente. En primer lugar, me gustaría hacer hincapié en una cosa en particular, que, por supuesto, es de tal magnitud que todas las explicaciones del libro «El cristianismo como hecho místico» se sostienen o se derrumban con ella. En él se representa un determinado punto de vista de los Evangelios. Este punto de vista no se discutirá más. Pueden consultar este punto de vista en el libro. Pero si este punto de vista se justifica, debe asumirse al mismo tiempo que los Evangelios no fueron de ninguna manera escritos tan tardíamente como a menudo se asume hoy en día, incluso en la teología cristiana, sino que los Evangelios deben situarse en su origen indeterminadamente temprano. Ustedes saben que, según este punto de vista, los elementos de la doctrina protestante se encuentran en los antiguos libros de misterios, y que sólo se trata de reconocer el Misterio del Gólgota como cumplimiento de lo contenido en los antiguos libros de misterios. Ahora bien, tal visión espiritual del cristianismo en la época actual también encontrará contradicciones con algunas explicaciones teológico-históricas. Incluso los teólogos más modernos considerarán tal afirmación como históricamente infundada; después de todo, debería estar claro hasta cierto punto que los Evangelios aún no desempeñaban un papel especial en el siglo I, o al menos en los dos primeros tercios del mismo. E incluso hay representantes teológicos del cristianismo que dudan de que se pueda aportar prueba alguna de que en el siglo I de la era cristiana la gente que importaba pensara en la persona de Cristo Jesús o, como se quiera llamar, creyera en él.

Pues bien, cada vez será más evidente que si la investigación actual, sólo aparentemente tan cuidadosa, llega a todos los lados y no sólo es cuidadosa, sino integral, entonces muchas de las preocupaciones de la investigación cuidadosa se vendrán abajo. Por supuesto, hoy en día se pueden sacar todo tipo de conclusiones sobre las cuestiones que surgen de ciertas contradicciones entre los documentos cristianos y los documentos judíos, por ejemplo. Pero a estas conclusiones se opone el hecho de que los documentos no cristianos, es decir, los documentos no reconocidos oficialmente como cristianos, son muy poco conocidos y los teólogos cristianos, en particular, les prestan poca atención. En realidad, gran parte de esta desconsideración se debe a que el cristianismo, y en particular el propio Misterio del Gólgota, no se ha comprendido suficientemente desde el punto de vista espiritual; a que no ha sido posible conectar un concepto adecuado con la idea paulina, que distingue entre el hombre psíquico y el hombre pneumático. Basta con tomar nuestra división más elemental del hombre en cuerpo, alma y espíritu. En el fondo, San Pablo, que conocía las antiguas verdades mistéricas en su carácter atávico, no quería decir otra cosa con su distinción entre el ser humano psíquico y el pneumático que lo que nosotros debemos querer decir de forma renovada cuando hablamos del alma y del espíritu como dos miembros de la naturaleza humana. Pero precisamente esta distinción entre el ser humano psíquico y neumático, esta distinción entre alma y espíritu, es la que se ha perdido más o menos por completo en la contemplación occidental. El misterio del Gólgota no puede considerarse en su verdadera esencia si no se tiene un concepto del hombre pneumático como distinto del hombre psíquico.

Ahora me gustaría mencionar primero algunas cosas que ya he mencionado en años anteriores, algunas cosas que pueden mostrarles que muchas cosas, incluso puramente históricas en apariencia, se ven incorrectamente, especialmente cuando se habla de la investigación sobre la vida de Jesús en los últimos días. Quiero decir que los Evangelios se escribieron tarde. Sí, como ven, también hay muchos argumentos puramente históricos en contra de esto. Por ejemplo, se puede rebatir que el rabino Gamaliel II tuvo un juicio en el año 70 del primer siglo de nuestra era. Este juicio involucró lo siguiente. El rabino Gamaliel II. era hijo del rabino Simeón, que era hijo de Gamaliel, el mismo Gamaliel de quien Pablo era discípulo; y este Gamaliel II. tenía una hermana, y con esta hermana entró en un juicio de herencia. Fueron llevados ante el juez, y el juez era un romano inclinado al cristianismo, quizás también un judío inclinado al cristianismo, eso es difícil de determinar. Ahora bien, Gamaliel alegó que él era el único heredero, porque según la ley mosaica las hijas no podían heredar. Entonces el juez objetó: «Puesto que los judíos habéis perdido vuestra tierra, la Torá de Moisés ya no se aplica, pero sí el Evangelio, y según el Evangelio la hermana también debe heredar». - Al principio no había nada que hacer de forma directa. ¿Pero qué ocurrió? Gamaliel II, que no sólo era partidario de la herencia, sino también astuto, -hoy diríamos: solicitó el aplazamiento del juicio. Y así fue. El juicio se aplazó en un primer momento y, mientras tanto, Gamaliel II sobornó al juez. Así que en el segundo juicio, se presentó ante el juez sobornado, que ahora dictaminó de manera diferente y dijo: Sí, se había equivocado en el primer juicio. El Evangelio debía ser aplicado a tales juicios, pero el Evangelio decía que la Torá de Moisés no debía ser anulada por el Evangelio. Y para confirmar esto, se cita el versículo que se encuentra hoy en Mateo 5, versículo 17, acerca de no abolir la ley en la versión que también tiene hoy, por supuesto con las desviaciones que resultan del idioma griego y del idioma en que existía el Evangelio en aquella época, cuando se dictó esta sentencia en el año 70. Pero esta sentencia habla simplemente del Evangelio de Mateo, y el Talmud, que comunica estas cosas, habla de este Evangelio de Mateo como algo bastante natural.

Así, se podrían citar muchas cosas que mostrarían que, en una ampliación de la investigación, por lo demás muy cuidadosa, no se está pisando un terreno tan seguro históricamente, ni siquiera desde un punto de vista puramente externo, a menos que se sitúe el origen de los Evangelios muy atrás en el tiempo. La investigación histórica externa también justificará lo que constituye la base de mi libro «El cristianismo como hecho místico» a partir de fuentes completamente diferentes, a saber, puramente espirituales.

Ahora bien, todo lo que se refiere al Misterio del Gólgota sigue albergando los más profundos misterios, incluso para la época actual, que se resolverán cuando la comprensión científico-espiritual progrese cada vez más. Muchas cosas pueden indicar a la gente de hoy que las cuestiones no son tan simples como a menudo se imaginan hoy. Por ejemplo, poco se considera hoy la relación entre el judaísmo de la época y los puntos de vista de Cristo Jesús en el primer siglo cristiano. Hay teólogos que estudian ciertos escritos judíos para demostrar muchas cosas. Sin embargo, es fácil demostrar que estos escritos judíos, en los que se basan tantas cosas, ni siquiera existían en el primer siglo de la era cristiana. Pero hay algo que parece históricamente verificable: que en el siglo I, sobre todo en el segundo tercio del siglo I, había una buena, una relativamente buena relación entre el judaísmo y el cristianismo, si se quiere utilizar la palabra para esa época; que en general, cuando ciertos judíos ilustrados de la época entraban en discusiones con seguidores de Cristo Jesús sobre determinadas cuestiones, no era demasiado difícil establecer un consenso de creencias. Basta recordar casos como el del famoso rabino Eliezer que, hacia mediados del siglo I, conoció a un tal Jacob, -como él lo llamaba-, que profesaba ser discípulo de Jesús y que curaba en nombre de Cristo Jesús. El famoso rabino Eliezer mantuvo una discusión con este Jacob, y durante la conversación llegó a decir: «Lo que dice este Jacob no es en absoluto contrario al espíritu interno del judaísmo, y menos aún que cure a los enfermos en nombre de Jesús.

Ahora puede verse que esta unanimidad más o menos leve del período más antiguo se desvanece, especialmente hacia fines del siglo I; en otras palabras, que incluso los judíos ilustrados se convierten en terribles opositores, en odiadores de todo lo cristiano. Y así fue que cuando los escritos judíos que hoy se consideran importantes se escribieron en el siglo II de nuestra era, entró en la composición de estos escritos judíos un estado de ánimo completamente diferente del que realmente había en el judaísmo con respecto al cristianismo en el siglo primero. Realmente se pueden seguir las cosas de década en década de tal manera que se puede ver que un cierto odio hacia el cristianismo apenas comienza a desarrollarse, especialmente en el judaísmo. Esto va de la mano de un cambio en el propio judaísmo. En realidad, se puede decir que aunque los representantes actuales del judaísmo conocen naturalmente el Antiguo Testamento a su manera, pero no saben qué más se vivía en el judaísmo en la época del Misterio del Gólgota, con demasiada frecuencia juzgan mal lo que realmente está en juego en una visión verdaderamente histórica. Hay que tener en cuenta que ya en el primer siglo cristiano el Antiguo Testamento se leía de manera muy diferente a como se lee hoy, incluso por los rabinos judíos más eruditos. Especialmente desde el siglo XIX, la posibilidad de leer las escrituras antiguas se ha perdido más o menos. Porque con ciertas cosas, que incluso en el siglo XVIII existían todavía como una tradición secreta de antiguas verdades atávicas clarividentes, el hombre del siglo XIX ya no sabía imaginar nada en absoluto. Y el hombre de hoy ya no sabe imaginar otra cosa que no sea que considera a los que hablan de tales cosas, aunque pertenezcan a épocas anteriores, ¡bueno, que son mentes confusas!

La última vez llamé su atención sobre un libro importante, el libro «Des erreurs et de la verite» de Saint-Martin. Este libro es ciertamente un producto tardío en su género, en la medida en que habla a partir de tradiciones de antiguas percepciones que ya se han vuelto bastante sombrías, pero sin embargo sigue hablando a partir de estas tradiciones. Ya les he citado algunas cosas de este libro que el hombre moderno no puede imaginar. Pero si ahora adoptan el siguiente punto de vista, que se encuentra en Saint-Martin, verán aún más cómo Saint-Martin vive cosas que son la locura más brillante para el hombre moderno, si es que no las toman como poesía, -y hoy en día tomamos casi todo como poesía. De este modo, Saint-Martin sugiere que la raza humana, tal como es ahora, ha descendido a su condición actual a partir de un estado antiguo. Con cierta abstracción, algunas personas de hoy en día que no juran la cosmovisión materialista siguen soportando la idea de que la raza humana actual puede remontarse a tiempos más antiguos en los que se elevaba, por así decirlo, con una parte de su ser. Después de todo, a pesar de la coloración materialista del darwinismo, que supone que el hombre simplemente ha evolucionado hacia arriba desde la animalidad, todavía hay otras personas que opinan que el hombre ha descendido desde una cierta altura original, en la que, como he explicado, había tradiciones primigenias divinas. Pero cuando va más allá de esta abstracción y llega a afirmaciones tan concretas como las que se encuentran en Saint-Martin, y que se encuentran en Saint-Martin sólo porque enlazan con antiguas tradiciones de la antigua era clarividente, entonces, sí, entonces el hombre moderno ya no puede imaginar nada sobre tales cosas.

¿Qué debe imaginarse el hombre de hoy, que conoce a fondo la química, la geología, la biología, la fisiología, etc., y que además ha absorbido esa extraña estructura que hoy se llama filosofía, cuando Saint-Martin dice: «El género humano tal como es hoy sólo llegó a serlo después de la caída; originalmente era muy diferente. El hombre tenía originalmente una especie de coraza impenetrable. Esta coraza la ha perdido. Originalmente formaba parte de su ser orgánico. Con esta armadura pudo resistir el gran conflicto que se le impuso en los tiempos primigenios. En la prehistoria, el hombre tenía una lanza de bronce. Y en tiempos prehistóricos, el hombre tenía una lanza de bronce. Esta lanza de bronce podía herir como heridas de fuego. Y con esta lanza de bronce, el hombre pudo librar la batalla contra seres distintos al ser humano que se le impuso en aquellos tiempos. Y el hombre tenia siete arboles a su disposicion en el lugar donde estaba originalmente. Cada uno de estos árboles tenía 16 raíces y 490 ramas. El hombre abandonó este lugar. Se hundió.

No creo que uno fuera considerado por el hombre moderno como plenamente sensato si hiciera lo que sin duda hizo Saint-Martin: exigir para esta visión suya que él hace de los tiempos primitivos, una realidad tan plena como la que exige el geólogo para las bellas construcciones. Habría que inventar todo tipo de alegorías o símbolos abstractos, entonces se perdonaría un poco la historia. Pero Saint-Martin no representa eso; Saint-Martin representa realidades que originalmente estaban ahí. Por supuesto, fue necesario que Saint-Martin eligiera imaginaciones para ciertas cosas que estaban presentes en aquella época, cuando la tierra era aún más espiritual en su origen que después. Sólo las imaginaciones son representaciones de realidades; no deben interpretarse simbólicamente, sino que deben tomarse tal como son en su contenido imaginativo. - Quería mencionar esto, no para entrar ahora en esta cuestión, sino sólo para mostrarles cuán fundamentalmente diferente era el lenguaje en el que está escrito un libro como «Des erreurs et de la verite», incluso en el siglo XVIII, respecto al lenguaje que hoy se considera el único real. Esta forma de leer, que todavía se puede encontrar en Saint-Martin, ha muerto realmente.

Pero como, por ejemplo, el Antiguo Testamento sólo puede leerse en su profundidad si se dominan todavía o de nuevo ciertas cosas relacionadas con las concepciones imaginativas, se comprende que sobre todo con el siglo XIX se perdiera la posibilidad de leer el Antiguo Testamento. Pero cuanto más se retrocede, más se descubre que en el judaísmo, en la época en que tuvo lugar el Misterio del Gólgota, existía efectivamente, junto al Antiguo Testamento externo, lo que se puede llamar una visión de los misterios, una verdadera visión de los misterios. Y gran parte de esta visión de los misterios consistía precisamente en el hecho de que le daba a uno la posibilidad de leer el Testamento de la manera correcta. Ahora bien, no hay posibilidad de leer el Testamento de manera correcta si uno no lo toma en sus afirmaciones sobre el fondo de los hechos espirituales.

En la época del Misterio del Gólgota, el romanismo era el más reacio a la coloración particular de la doctrina secreta judía. Y, se puede decir, tal vez difícilmente ha habido mayores contrastes en el desarrollo de la tierra que el contraste entre el romanismo y el punto de vista del misterio guardado por los iniciados en Palestina. Pero por supuesto uno no debe tomar esta visión de misterio que vivió en Palestina tal como vivió en Palestina en aquel tiempo, porque entonces uno no encontraría la Cristiandad en ello, pero sólo algo como un pre-anuncio profético de la Cristiandad. Pero, por otra parte, lo que latía en el cristianismo sólo es comprensible si se mira sobre el trasfondo histórico de las enseñanzas de los misterios que existían en Palestina. Esta enseñanza de los misterios, sin embargo, estaba llena de secretos sobre el ser humano pneumático, estaba llena de aquello que orienta el conocimiento humano hacia la búsqueda del camino hacia el mundo espiritual. Mucho de lo que vivía en esta doctrina secreta también vivía más o menos en ramificaciones en los misterios griegos. Pero poco de ello vivía en los misterios romanos. La romanidad no podía utilizar el nervio básico de los misterios palestinos. Este nervio básico no podía ser necesario, porque la Romanidad desarrolló tal unión de personas, tal tipo especial de unión humana, que sólo puede existir si no se cuida del hombre neumático. Ese es el verdadero secreto de la historia romana, que en esta historia romana debía establecerse una coexistencia de seres humanos a través de la cual el ser humano pneumático fuera más o menos eliminado. Debía establecerse algo frente a lo cual no tiene sentido hablar del hombre en su ser tripartito: Cuerpo, alma y espíritu. Cuanto más se retrocede, más se ve que la concepción misma del Misterio del Gólgota que existía en la antigüedad se basa en esta diferenciación de todo el ser humano en cuerpo, alma y espíritu, del mismo modo que Pablo sigue hablando del hombre psíquico y pneumático, del alma y del hombre espiritual. Pero esto estaba destinado a ofender en grado sumo todos los sentimientos que tenía un romano. Y esta es también la razón de mucho de lo que ocurrió en el período siguiente.

Como saben, ese punto de vista que hoy ya no es útil, pero que en aquella época quería preservar la división del hombre y del mundo en general en cuerpo, alma y espíritu, es la gnosis. En el desarrollo posterior fue más o menos completamente eliminada, realmente eliminada, empujada hacia atrás, de modo que la gnosis desapareció por completo. No quiero decir que debería haberse conservado, sino que sólo quiero establecer el hecho histórico de que la gnosis todavía contiene la perspectiva de una concepción espiritual del Misterio del Gólgota y está siendo empujada hacia atrás. Ahora se está produciendo un desarrollo muy peculiar: el cristianismo fluye cada vez más hacia el carácter romano. Pero en la misma medida en que desemboca en el caracter romano, no es comprendido por éste en cuanto a su relación con el hombre pneumático. Y cada vez causaba más ofensa que ciertos representantes gnósticos del cristianismo siguieran hablando de cuerpo, alma y espíritu. En los círculos en los que el cristianismo se oficializó a la manera romana, se trató cada vez más de ocultar, de suprimir el espíritu, el concepto del espíritu. Existía el sentimiento de que no se debía señalar a la gente el espíritu, porque esto podría revivir todas las opiniones. -así se creía-. de la división del hombre en cuerpo, alma y espíritu.

Y así continuó el desarrollo. Y si uno realmente mira de cerca los primeros siglos del desarrollo cristiano, entonces uno encuentra que mucho de lo que usualmente se explica de manera diferente se muestra bajo la luz correcta por el hecho de que uno sabe que el cristianismo, que se estaba volviendo romano, estaba cada vez más preocupado por hacer desaparecer completamente el concepto del espíritu. Infinitas cuestiones de conciencia, cuestiones de conocimiento, sólo adquieren la luz adecuada cuando se responde a esta necesidad del cristianismo, que se ha hecho europeo, de descartar el espíritu. Y este desarrollo condujo finalmente a que en el Octavo Concilio Ecuménico de Constantinopla, en el año 869, se estableciera una fórmula, un dogma, que tal vez todavía no hablaba tan claramente en su formulación, pero que luego llevó a que se interpretara de tal manera que era anticristiano hablar de cuerpo, alma y espíritu; que era únicamente cristiano decir sólo que el hombre consta de cuerpo y alma. El Octavo Concilio Ecuménico presentó inicialmente la cuestión de tal manera que la fórmula era: El hombre tiene un alma pensante y un alma espiritual. Para no tener que hablar del espíritu como una entidad especial, se acuñó la fórmula: El hombre tiene un alma imaginativa y un alma espiritual. Pero todo se redujo a expulsar al espíritu de la visión del mundo.

Hay muchas cosas relacionadas con esto de las que la gente no se da cuenta. Nuestros filósofos actuales siguen enfocando sus consideraciones de tal manera que analizan lo físico por un lado y lo espiritual por otro. Si preguntáramos a estas personas, por ejemplo a Wundt o a mentes similares, en qué se basa esto, naturalmente creerían que se basa en realidades, en una observación real, que se reduce al hecho de que no tiene sentido hablar de cuerpo, alma y espíritu, sino sólo del cuerpo, que se dirige hacia fuera, y del alma, que se dirige hacia dentro. ¿Qué diría tal Wundt sino: ¡Ese, por supuesto, es el resultado de la visión! Él no tiene idea de que todo esto es consecuencia de lo que estableció el octavo concilio ecuménico. Los filósofos contemporáneos siguen sin hablar del Espíritu, porque siguen el dogma del octavo concilio ecuménico. Por qué los filósofos modernos renuncian al Espíritu, aunque no sea con palabras claras, no lo saben realmente más de lo que los cardenales romanos sabían lo que juraban en realidad cuando juraban conservar el tesoro desaparecido hace tiempo. Las cosas procreadoras de la historia, las fuerzas reales, son a menudo tan terriblemente despreciadas. Y así, hoy se puede considerar ignorante a quien no está de acuerdo con la ciencia «incondicional», -como se la llama-, de que el hombre consiste sólo en cuerpo y alma, simplemente porque quienes defienden la ciencia incondicional no saben que el requisito previo para ello son las estipulaciones del Octavo Concilio Ecuménico en 869. Y así sucede con muchísimas cosas. Uno quisiera decir que este octavo concilio es al mismo tiempo una ventana importante a través de la cual se puede mirar una buena parte del desarrollo occidental.

Ustedes saben que el desarrollo occidental está profundamente dividido entre las formas de religión que viven hoy en día en la Iglesia Ortodoxa Rusa y las formas de religión que viven en la Iglesia Católica Romana o que se han desarrollado a partir de ella. Desde un punto de vista puramente dogmático, -por supuesto, hay otros impulsos mucho más profundos detrás de estas cosas-, pero desde un punto de vista puramente dogmático, como ustedes saben, el famoso «filioque» es parte de la diferencia. Después de los concilios posteriores, -la Iglesia rusa sólo reconoce los siete primeros concilios-, la Iglesia católica romana reconoce la fórmula de que el Espíritu Santo procede, como ellos dicen, «tanto del Padre como del Hijo»; no sólo del Padre, sino también del Hijo. Esto fue declarado herético por Constantinopla. La Iglesia rusa, -como ya he dicho, hay impulsos mucho más profundos detrás de esto, pero esto sólo debe afirmarse hoy-, reconoce que el Espíritu Santo emana del Padre. - La gran confusión con respecto a este dogma, por supuesto, sólo pudo haber surgido porque la gente se confundió sobre el concepto del Espíritu en primer lugar, porque perdieron gradualmente el concepto del Espíritu por completo. Sin embargo, esto está relacionado con el hecho de que hacia el quinto período cultural postatlante el hombre iba a quedar excluido durante un tiempo de la contemplación del Espíritu. Comparado con esta verdad, lo que ocurrió allí es, podría decirse, el reflejo que tiene lugar en la superficie. Pero hay que ver a través de lo que hay en esta imagen especular si se quiere llegar a una visión válida y saturada de realidad.

Ahora no se ha completado el desarrollo, que tuvo un momento importante en la determinación dogmática de que no hay espíritu, que el hombre consiste sólo en cuerpo y alma. Los teólogos cristianos de la Edad Media, que todavía vivían en medio de las continuas tradiciones, -pues en realidad sólo era doctrina ortodoxa de la Iglesia que el hombre consiste en cuerpo y alma, mientras que los alquimistas y las demás personas que todavía estaban familiarizadas con las antiguas tradiciones sabían, por supuesto, que el hombre consiste en cuerpo, alma y espíritu, que el hombre consiste en cuerpo, alma y espíritu-, les resultaba extraordinariamente difícil encontrar la manera de ser ortodoxos por un lado y sin embargo por otro tener que reconocer que había algo detrás de las enseñanzas heréticas que vivían por todas partes sobre la división del hombre en cuerpo, alma y espíritu. Vemos por todas partes cómo los teólogos cristianos de la Edad Media en particular se retorcían y giraban y no podían llegar a un acuerdo con lo que llamaban la tricotomía, la división del hombre en tres partes. Quien no estudie la teología cristiana de la Edad Media en relación con estas dificultades que tuvo la teología para evitar la tricotomía, no podrá entenderla en absoluto.

Pero esta evolución, así indicada, dista mucho de ser completa, pues corresponde a un impulso extraordinariamente importante en el desarrollo de la civilización occidental. Y como en el siglo XX ocurrirán tantas cosas que debemos conocer si queremos comprender el tiempo presente, también debemos referirnos a esto de nuevo. Verán, originalmente, -es decir, si llamamos «original» a lo que surgió en este periodo relativamente posterior-, el hombre estaba dividido en cuerpo, alma y espíritu. El desarrollo había progresado tanto que el espíritu pudo ser abolido en el siglo IX. Pero ahora el asunto continúa. Sólo que uno no se da cuenta todavía adecuadamente, porque cosas tan importantes como toda la transformación del pensamiento, por ejemplo por Saint-Martin, no se han tenido aún en cuenta. El asunto va más lejos, y no basta con que sólo se haya abolido el espíritu; la humanidad tiende a abolir también el alma. Hasta ahora sólo se han dado pasos preliminares en esta dirección, precursores, pero ya ha llegado el momento de la abolición del alma. Pero el hombre no se da cuenta de tendencias tan importantes que se encuentran en el tiempo. Ya tenemos momentos importantes de desarrollo que preparan la abolición del alma. No se organizarán concilios como en el siglo IX, hoy las cosas suceden de otra manera. Tengo que decirlo una y otra vez: no critico estas cosas, sólo presento los hechos ante sus almas.

La abolición del alma ha tenido un comienzo de gran alcance en los ámbitos más diversos. Así, en el siglo XIX surgió lo que se denomina materialismo histórico, que se ha convertido en el punto de vista histórico fundamental para la socialdemocracia actual. Si consideramos a Engels y Marx como los principales, -sí, cómo decirlo, tal vez no debamos utilizar una palabra antigua, pero tal vez entre nosotros podamos hacerlo-, estos principales «profetas» del materialismo histórico, entonces son los descendientes directos, inmediatos, -históricamente hablando-, de los padres del octavo concilio ecuménico. Ahí tienen el desarrollo continuo. Lo que los Padres hicieron entonces en la abolición del espíritu, Marx y Engels lo continuaron en su intento, ya de muy largo alcance, de abolir el alma. No es verdad  que todos los impulsos espirituales ya no sean válidos según este punto de vista, sino que lo que hace avanzar la historia son sólo los impulsos materiales, la lucha por los bienes materiales. Y lo espiritual es sólo, como se ha dicho, la superestructura del fundamento real de los acontecimientos progresivos puramente materiales. Pero es particularmente importante reconocer la catolicidad genuina, la catolicidad de Marx y Engels. Sobre todo, es importante reconocer en estos esfuerzos decimonónicos la continuación genuina, verdadera, de lo que ocurrió con respecto a la abolición del espíritu.

Otro impulso para la abolición del alma radica en el desarrollo de la cosmovisión científica moderna. La cosmovisión científica, -no me refiero ahora a la ciencia natural, sino a la cosmovisión científica que ante todo sólo quiere aceptar lo físico como real, y sólo quiere aceptar todo lo espiritual como apariencia, incluso como superestructura de lo físico-, es la continuación directa de ese desarrollo que acabamos de reconocer en los momentos importantes del Octavo Concilio Ecuménico. Pero quizá una gran parte de la humanidad no crea en el asunto hasta que, procedente de ciertos centros de desarrollo terrestre, la abolición del alma alcance fuerza de ley; alcance más o menos fuerza de ley. Porque no pasará mucho tiempo antes de que en muchos estados surjan leyes que equivalgan a declarar no plenamente sensible a todo el que hable seriamente de alma, y sólo se declarará plenamente sensible a quien reconozca la «verdad» de que el pensar, el sentir y el querer surgen de ciertos procesos del cuerpo de un modo bastante necesario. Varias cosas han comenzado en esta dirección, pero mientras lo que ha comenzado sea sólo una visión teórica, no tendrá su gran efecto y significado profundamente incisivos. Alcanza este profundo efecto y significado cuando pasa al orden social, a la vida social de los seres humanos. Y la primera mitad de este siglo difícilmente llegará a su fin sin que ocurra en estos ámbitos lo que es terrible para el que sabe discernir: una abolición del alma, igual que se produjo la abolición del espíritu en el siglo IX.

Sólo se puede decir una y otra vez que lo que está en juego es la comprensión de tales cosas, la comprensión de los impulsos dentro de los cuales vive el hombre en el curso del desarrollo histórico: la comprensión de estas cosas. Pues es demasiado cierto que la humanidad actual, bajo la educación que le proporciona la visión puramente materialista del mundo, se abandona a un cierto estado de sueño. En cierto modo, la concepción materialista del mundo aleja al hombre del verdadero pensamiento, de una visión realmente sana de la realidad, lo adormece con respecto a las cosas importantes que realmente viven en el desarrollo histórico. Y así, hoy en día, sigue sin haber una voluntad firme, incluso entre aquellos a quienes les gustaría perseguir un cierto anhelo de conocimiento espiritual, de despertar realmente a ciertos impulsos que yacen en nuestro desarrollo; de intentar realmente mirar las cosas en su contexto tal y como son.

Así que hubo una especie de enseñanza secreta allá en Palestina, que preparó el Misterio del Gólgota, del cual el Misterio del Gólgota fue como un cumplimiento. He dicho que el Misterio del Gólgota fue el cumplimiento del misterio más grande de la historia de la tierra. Si esto es así, entonces se puede plantear la pregunta: ¿Por qué el romanismo desarrolló una antipatía tan fuerte hacia lo que surgió como cristianismo en relación con el Misterio del Gólgota? ¿Y por qué de estos impulsos de antipatía resultó que el espíritu fue virtualmente abolido?

Las cosas siempre tienen conexiones mucho más profundas de lo que uno se da cuenta cuando se limita a mirar su superficie. Pues no muchos querrán admitir hoy que Marx y Engels son Padres de la Iglesia; pero eso no es todavía una verdad especialmente profunda. Sin embargo, nos lleva a una verdad más profunda si consideramos lo siguiente: En el tribunal por el que fue condenado Cristo Jesús, actuaban principalmente saduceos, los llamados saduceos. ¿Qué eran en la época en que tuvo lugar el Misterio del Gólgota? ¿Qué eran los que en aquel tiempo se llamaban justamente saduceos? Eran los que querían camuflar todo lo que salía de los Misterios, quitarlos, acabar con ellos. Estos saduceos eran precisamente los que tenían cierto horror, pavor, escalofrío de todos los cultos mistéricos. Pero eran los que tenían el tribunal en sus manos. Y también eran los que estaban a cargo de la administración en Palestina en aquel tiempo. Pero estaban completamente bajo la influencia del estado romano, absolutamente bajo la influencia del estado romano. Eran basicamente los sirvientes del estado romano, lo cual se expresaba exteriormente por el hecho de que compraban sus posiciones con enormes sumas de dinero, y luego a su vez extorsionaban estas enormes sumas de la poblacion judia de Palestina. Eran ellos cuya mirada se centraba sobre todo en esto porque, se podría decir, su materialismo ahrimánico les había aguzado esta mirada, -eran ellos cuya mirada se centraba sobre todo en ver que había un gran peligro para la Romanidad si lo que le sucedía a Cristo en armonía con el carácter de los Misterios se volvía válido de alguna manera. Intuían que del cristianismo emanaba algo que poco a poco haría añicos la romanidad. Y está relacionado con esto que, básicamente, en el curso del primer siglo e incluso en siglos posteriores, fueron libradas por los romanos estas terribles guerras de exterminio contra la judería palestina. Y estas guerras de exterminio, que fueron de una naturaleza terrible, se libraron principalmente desde el punto de vista de exterminar a todos aquellos que conocían algo de la tradición y la realidad de los Misterios junto con los judíos que iban a ser masacrados. La intención era exterminar a palos todo lo que estuviera relacionado con el sistema de misterios que existía en Palestina.

Y a menudo está relacionado con esta erradicación el hecho de que la visión del hombre pneumático, el camino hacia el hombre pneumático, estuviera inicialmente, me gustaría decir, bloqueado, amurallado. Habría sido peligroso para los que más tarde quisieron abolir el espíritu de Roma, del cristianismo romanizado; habría sido peligroso para ellos si todavía hubiera habido muchos que, desde las antiguas escuelas de Palestina, hubieran sabido algo sobre los caminos hacia el espíritu, que todavía hubieran podido dar testimonio del hecho de que el hombre consta de cuerpo, alma y espíritu. Había que establecer algo en relación con el orden humano externo con lo que emanaba del romanismo, algo en lo que el espíritu no tuviera cabida. Había que introducir una corriente de desarrollo que excluyera los impulsos espirituales. Esto no habría sido posible si demasiadas personas hubieran conocido la interpretación mistérica del Misterio del Gólgota. Pues la gente sentía instintivamente que lo que iba a desarrollarse a partir del Estado romano no podía tener nada de espiritual. La Iglesia y el Estado romano contrajeron matrimonio y, en particular, de este matrimonio surgió la jurisprudencia. Al espíritu no se le permitió tener voz en nada de esto. Eso era importante. 

Pero es igualmente importante darse cuenta de que vivimos en una época en la que hay que volver a llamar al espíritu, hay que invocarlo para que tenga algo que decir en los asuntos de la gente. Ya pueden imaginarse lo difícil que será, puesto que las cosas están muy arraigadas. Creo que habrá que recorrer un largo camino antes de que se reconozca en círculos más amplios que la investigación histórica materialista es una continuación correcta del octavo concilio ecuménico. También creo que habrá que recorrer un largo camino antes de comprender qué hay realmente en «los escasos caracteres" que distinguen el cristianismo oriental en Europa del cristianismo occidental en Europa. Hoy nos contentamos con hablar de todas estas cosas sólo en la superficie, con emitir juicios sólo en la superficie. Algunas cosas tendrán que basarse en sentimientos, y los sentimientos pueden guiarse bien si se tiene en cuenta una cosa. El sentimiento al que me refiero, con el que concluyo hoy, es éste:

Quien estudie la verdadera historia de Europa desde la aparición del cristianismo y no se contente con esa convención de fábula que tan espantosamente se enseña hoy como historia y que es la causa secreta de muchos desastres, quien tenga sentido para el verdadero estudio de la historia, quien tenga el valor de rechazar de manera suficientemente enérgica esa espantosa convención de fábula que hoy se llama historia, llegará a un sentimiento precisamente respecto al desarrollo del cristianismo que puede ser un leitmotiv en la búsqueda del presente. Porque encontrará que nada ha experimentado tantos obstáculos, nada tantas oscuridades y distorsiones, como el desarrollo del cristianismo. Nada se ha vuelto tan difícil como la propagación del cristianismo. Y de ahí surge el sentimiento ulterior de que, si se quiere hablar de milagros, no hay mayor milagro que éste: que el cristianismo haya sobrevivido, que el cristianismo esté aquí. Pero no sólo está aquí, vivimos hoy en una época en la que este cristianismo tendrá que afirmarse contra la abolición del alma, no sólo contra la abolición del espíritu, ¡sino donde se afirmará! Pues es precisamente en el momento de mayor resistencia cuando el cristianismo desarrollará su mayor fuerza. Y en la resistencia que debe desarrollarse contra la abolición del alma, se encontrará también la fuerza para reconocer de nuevo el espíritu. Cuando del espíritu, -perdónenme el uso impropio de la palabra-, cuando del espíritu que domina el presente, surjan aquellas leyes por las que se declarará que no son plenamente sensatos aquellos que consideran el alma como algo real, -claro que las leyes no serán tales que quien reconozca el alma sea declarado no plenamente sensible, pero serán tales que bajo la brutal visión científica del mundo tal cosa tenga lugar-, cuando esta moderna decisión del concilio transformada, metamorfoseada, esté ahí, entonces también llegará el momento de volver a dar al espíritu su derecho.

Entonces, sin embargo, uno tendrá que darse cuenta de que los conceptos sombríos no funcionarán si uno no ve los orígenes más profundos, los fundamentos emocionales de estos conceptos sombríos. Porque los conceptos sombríos a veces albergan aquello que el hombre moderno no quiere admitir en absoluto, pero a lo que está sujeto. Como no quiere admitirlo, como no lo reconoce exteriormente, aparece en sus conceptos como un castigo. Pero Saint-Martin dice en lugares más importantes: No se puede hablar de estas cosas. Ciertamente, no podremos hablar de algunas cosas durante mucho tiempo, pero algunas cosas tendrían que establecerse como tablas de honor para señalar a la humanidad de hoy lo que es realmente el caso. Y tal tabla mostrará un día, en un futuro no muy lejano, de qué inclinaciones secretas ha surgido la interpretación materialista del darwinismo, de qué inclinaciones sensuales y perversas ha surgido el darwinismo materialista.

Pero no quiero deprimir vuestras mentes con nada que pueda estropearos la noche de hoy, así que no terminaré la frase, sólo quiero dirigir vuestros sentimientos hacia esas cosas. La próxima vez intentaremos al menos esbozar un edificio para el que he querido poner los ladrillos ante vuestras almas, como base para una contemplación especial del Misterio del Gólgota.
Traducido por J.Luelmo may,2025