LOS MISTERIOS DE LA INICIACIÓN
Kassel, 1 de julio de 1909
Ayer, como resultado de nuestras consideraciones, nos dimos cuenta de que el impulso crístico, una vez que había surgido de la persona de Jesús de Nazaret, se unió a la evolución de la Tierra. Y ahora es un impulso tan fuerte dentro del desarrollo terrenal de la humanidad que tiene el mismo efecto sobre el hombre de hoy, que aquel procedimiento, que se hizo cada vez más peligroso para la vida del hombre, de dejar salir el cuerpo etérico del cuerpo físico durante tres días y medio durante la iniciación. En lo que respecta a la conciencia, el impulso crístico es tan fuerte como tal anormalidad.
Ahora bien, es preciso pensar que, de hecho, un cambio semejante sólo podía producirse lenta y gradualmente en la evolución humana, que no podía producirse con tanta fuerza y vigor desde el principio. Por eso fue necesario que en la resurrección de Lázaro se creara una especie de transición. Lázaro estuvo aún en estado de muerte durante tres días y medio. Pero, sin embargo, hay que darse cuenta de que este estado era algo distinto de aquel por el que habían pasado los antiguos iniciados. El estado de Lázaro no fue provocado artificialmente por el iniciador, como en los viejos tiempos, en los que el cuerpo etérico era sacado del cuerpo físico por procesos que no me es permitido describir aquí. Sucedió, podemos decir, de una manera más natural. Se puede ver en el propio Evangelio que el Cristo ya había estado en contacto con Lázaro y las dos hermanas Marta y María, pues allí dice (11:3): «El Señor lo amó», es decir, el Cristo Jesús ya había causado una gran y poderosa impresión en Lázaro desde hacía mucho tiempo, que estaba suficientemente preparado y maduro para ello. Y el resultado fue que con Lázaro no fue necesario provocar artificialmente un éxtasis durante tres días y medio durante la iniciación, sino que le vino completamente por sí mismo bajo la poderosa impresión del impulso crístico. Por tanto, Lázaro estuvo como muerto para el mundo exterior durante tres días y medio, aunque durante este tiempo había experimentado las cosas más importantes, de modo que sólo el acto final, la resurrección, fue llevado a cabo por el Cristo. Y cualquiera que conozca lo que allí ocurrió reconocerá todavía los ecos del antiguo proceso de iniciación en las palabras empleadas por el Cristo Jesús:
«¡ Lázaro, sal fuera!»Y el Lázaro resucitado era, como hemos visto, Juan, o más bien el escritor del Evangelio de Juan, el que, como primer iniciado en el sentido cristiano, por así decirlo, pudo traer al mundo el Evangelio del ser de Cristo.
Por lo tanto, podemos suponer desde el principio que este Evangelio de Juan, tan maltratado por la investigación teológica puramente histórico-crítica actual y presentado como nada más que un himno lírico, una expresión subjetiva de este escritor, nos permitirá asomarnos a los secretos más profundos del impulso de Cristo. Hoy en día, este Evangelio de Juan es un escollo para los materialistas en la investigación bíblica cuando se compara con los otros tres, los llamados evangelios sinópticos. La imagen de Cristo que se forman según los tres primeros evangelios es tan halagadora para los ilustrados de nuestro tiempo. Se ha llegado a decir, -e incluso desde el lado teológico-, que se trata del «simple hombre de Nazaret». Y una y otra vez se subraya que uno puede hacerse una imagen de Cristo como quizá la de un hombre nobilísimo que caminó sobre la tierra, pero aun así sólo la imagen de un hombre. De hecho, incluso se tiende a simplificar al máximo esta imagen, y se oye decir que también hubo un Platón, un Sócrates y otros grandes hombres. También se admite que existen diferencias de grado entre los individuos.
Hay que reconocer que la imagen de Cristo que nos ofrece el Evangelio de Juan es muy distinta de ésta. Justo al principio se dice que lo que habitó en el cuerpo de Jesús de Nazaret durante tres años era el Logos, la Palabra eterna o -según la palabra que también existe para ella-, la sabiduría creadora eterna. Esto no puede entenderse en nuestra época, que un hombre en el trigésimo año de su vida esté tan adelantado que sea capaz de sacrificar su propio yo y aceptar a otro ser, un ser que es de naturaleza absolutamente sobrehumana: el Cristo, a quien Zaratustra se refería como Ahura Mazdao. Por eso, esos críticos teológicos creen que el escritor del Evangelio de Juan sólo quería describir en una especie de himno lírico cómo se relaciona con su Cristo, y nada más. Por un lado está el Evangelio de Juan y por otro los otros tres Evangelios, pero si se quiere obtener una imagen mediocre de Cristo, aún se puede retratar al «hombre sencillo», aunque con grandeza histórica. A los eruditos más recientes no les gusta la idea de un ser divino en Jesús de Nazaret.
La Crónica Akáshica muestra que en su trigésimo año la personalidad a la que nos dirigimos como Jesús de Nazaret, a través de todo lo que había pasado en las encarnaciones anteriores, había llegado tan lejos en madurez que fue capaz de sacrificar su propio yo. Porque eso es lo que sucedió, que este Jesús de Nazaret, cuando fue bautizado por Juan, pudo tomar la decisión de salir del cuerpo físico, del cuerpo etérico y del cuerpo astral como yo, como el cuarto miembro del ser humano. Y ahora había una noble estructura de envoltura, un noble cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral imbuidos del yo más puro y altamente desarrollado. Era como un vaso puro, y en el bautismo de San Juan pudo recibir al Cristo, el Logos primordial, la sabiduría creadora. Esto es lo que nos dice la Crónica Akáshica. Y así lo reconocemos de nuevo, si queremos, en la descripción del Evangelio de Juan.
Pero, ¿no tenemos que aceptar lo que cree nuestra época materialista? Quizá a algunos de ustedes les sorprenda que hable de teólogos, es decir, de personas que hablan de lo espiritual, como si fueran pensadores materialistas. Pero no se trata de lo que alguien cree y de lo que investiga, sino de cómo investiga, independientemente del contenido. Quien no quiere saber nada de lo que nos concierne aquí, quien no quiere saber nada de un mundo espiritual y sólo mira lo que hay fuera, en el mundo material, en términos de documentos y demás, y con ello quiere formarse una imagen del mundo, es un materialista. Depende de los medios de investigación. Pero tenemos que enfrentarnos a ello.
Si lees los Evangelios, verás que hay ciertas contradicciones en ellos. Sin embargo, en lo que respecta a los aspectos principales, lo que podemos describir como lo esencial a partir de la crónica de Akasha, podemos decir que coinciden de manera notable. Coinciden, en primer lugar, en relación con el bautismo de Juan en sí mismo. Y esto se desprende de los cuatro Evangelios, que los autores de estos Evangelios otorgan el mayor valor posible al bautismo de Juan para Jesús de Nazaret. Además, coinciden en el hecho de la muerte en la cruz y el hecho de la resurrección. Estas son precisamente las verdades que para el pensador materialista actual son las más maravillosas. Por lo tanto, no hay contradicción al respecto. Pero, ¿cómo debemos abordar las otras aparentes contradicciones?
En primer lugar, tenemos dos evangelistas: Marcos y Juan. Ambos comienzan con el bautismo de Juan. Relatan los tres últimos años del ministerio de Cristo Jesús, es decir, sólo lo que ocurrió después de que el Espíritu de Cristo ya había tomado posesión de la triple envoltura de Jesús de Nazaret, de sus cuerpos físico, etérico y astral. Luego tenemos los dos Evangelios según Mateo y Lucas. En cierto sentido también siguen la historia anterior, que en nuestro sentido en la Crónica Akáshica sería la historia de Jesús de Nazaret antes de su ofrecimiento en sacrificio por el Cristo. Y aquí los que quieren buscar contradicciones se enfrentan desde el principio al hecho de que Mateo cuenta una historia de ascendencia que llega hasta Abraham, mientras que Lucas da una historia de descendencia que llega hasta Adán y de Adán al padre de Adán, hasta Dios mismo. Otra contradicción surgiría del hecho de que, según Mateo, tres sabios o magos, guiados por una estrella, vienen a saludar a Jesús recién nacido, mientras que Lucas cuenta la aparición a los pastores, la adoración de los pastores, la presentación en el templo, mientras que Mateo cuenta de nuevo la persecución de Herodes, la huida a Egipto y el regreso. Esto y muchas otras cosas podrían analizarse detalladamente como contradicciones. Podemos tratarlas si examinamos un poco más de cerca los hechos que se nos proporcionan independientemente de los Evangelios mediante la lectura de las Crónicas Akáshicas.
La Crónica Akáshica nos dice que Jesús de Nazaret nació en la época aproximada indicada en la Biblia, -una diferencia de unos pocos años no es importante-, y que en el cuerpo de Jesús de Nazaret vivía una individualidad que ya había experimentado altos niveles de iniciación en encarnaciones anteriores y había adquirido elevadas percepciones del mundo espiritual. Sí, la Crónica Akáshica nos dice algo más, y por el momento sólo voy a entrar en los contornos exteriores de lo que dice. La Crónica Akáshica, que proporciona la única historia real, nos dice que el que apareció en este Jesús de Nazaret había pasado por las más diversas iniciaciones en las más diversas regiones en sus encarnaciones anteriores. Y nos lleva de nuevo al hecho de que este portador posterior del nombre Jesús de Nazaret había alcanzado originalmente un alto y significativo nivel de iniciación y una alta y significativa eficacia dentro del mundo persa. Así, la Crónica Akáshica nos muestra cómo esta individualidad, que estaba en el cuerpo de Jesús de Nazaret, ya había trabajado dentro del mundo espiritual de la antigua Persia, cómo había mirado hacia el sol y se había dirigido al gran espíritu solar como Ahura Mazdao.
Ahora debemos darnos cuenta de que el Cristo se trasladó a los cuerpos de esta misma individualidad que había pasado por tales encarnaciones. ¿Qué significa esto: que el Cristo se ha trasladado a los cuerpos de esta individualidad? No significa otra cosa que el Cristo se sirvió de estos tres cuerpos para su actividad, el cuerpo astral, el cuerpo etérico y el cuerpo físico de Jesús de Nazaret. Todo lo que pensamos, todo lo que expresamos con palabras y todo lo que sentimos y percibimos está unido a nuestro cuerpo astral. Este es el portador de todo. Durante treinta años Jesús de Nazaret había vivido como yo en este cuerpo astral, había comunicado a este cuerpo astral todo lo que había experimentado y absorbido en encarnaciones anteriores. ¿En qué sentido este cuerpo astral tenía que moldear sus pensamientos? Tenía que formarlos de tal manera que se amoldara y se adhiriera a la individualidad que había morado en él durante treinta años. Cuando Zaratustra había mirado al sol en la antigua Persia y había hablado de Ahura Mazdao, esto quedó impreso en el cuerpo astral. En este cuerpo astral descendió el Cristo. ¿No era, pues, muy natural que el Cristo, cuando necesitaba imágenes del pensamiento, cuando necesitaba expresiones del sentimiento, sólo pudiera revestirlas de lo que su cuerpo astral le presentaba, fuesen como fuesen siempre? Porque si uno lleva una falda gris, aparece al mundo exterior con una falda gris. El Cristo aparecía al mundo exterior en el cuerpo de Jesús de Nazaret, en su cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral, de modo que sus pensamientos y sensaciones estaban coloreados por las imágenes de pensamientos y sensaciones que estaban en el cuerpo de Jesús de Nazaret. ¡Qué maravilla, pues, que en sus dichos nos resuenen algunas de las antiguas expresiones persas, y que en el Evangelio de Juan nos resuenen algunas de las expresiones que ya se usaban en la antigua iniciación persa! <Pues el impulso que estaba en el Cristo pasó al discípulo, al resucitado Lázaro>. Así, por así decirlo, el cuerpo astral de Jesús de Nazaret nos habla a través de Juan en su Evangelio. Y qué maravilla que escuchemos algunos ecos persas allí, es decir, que se hable en expresiones que recuerdan la antigua iniciación persa y sus formas de pensamiento. Ahora bien, en Persia no sólo se utilizaba Ahura Mazdao para referirse a los espíritus unidos en el sol, sino que en cierto sentido se utilizaba la expresión «Vohumanu» para los espíritus solares, es decir: la palabra creadora o el espíritu creador. Logos en el sentido de poder creador se utiliza por primera vez en la iniciación persa. Y esto nos aparece de nuevo en el primer versículo del Evangelio de Juan. Comprenderemos muchas otras cosas del Evangelio de Juan cuando sepamos que el propio Cristo hablaba a través de un cuerpo astral que había servido a Jesús de Nazaret durante treinta años, y que esta individualidad era la reencarnación de un antiguo iniciado persa. Y así podría mostrarles muchas cosas en el Evangelio de Juan, y verían cómo puede explicarse que precisamente el Evangelio más íntimo, donde emplea palabras pertenecientes a los misterios iniciáticos, se haga eco del modo de expresión persa tal como ha sido trasplantado a épocas posteriores.
¿Y los demás evangelistas? Si queremos entender esto, tenemos que recordar algunas cosas que ya hemos tratado en las observaciones anteriores.
Ya hemos oído que hubo elevados seres espirituales que trasladaron su escenario al sol cuando éste se separó de la tierra. Hemos llamado la atención sobre el hecho de que la forma astral exterior de estos elevados seres que se elevaron hacia el sol eran, por así decirlo, las contraimágenes de ciertas formas animales aquí en la tierra. Primero fue la forma del espíritu Tauro, la contraimagen espiritual de aquellas naturalezas animales que tienen como esencial en su desarrollo lo que podríamos llamar la organización alimenticia y digestiva. La contraimagen espiritual es, por supuesto, algo espiritualmente elevado; la imagen terrestre puede aparecer como algo bajo. Así pues tenemos entidades espirituales elevadas que han desplazado su escena al sol y trabajan desde allí hacia la esfera de la tierra y aparecen allí como los espíritus Tauro. Otros aparecen como espíritus leones, que tienen su contrapartida en aquellas naturalezas animales que han desarrollado preferentemente el corazón y los órganos de circulación sanguínea. Luego tenemos entidades espirituales que son contraimágenes de lo que encontramos en la naturaleza águila en el reino animal, los espíritus águila. Y finalmente tenemos tales entidades espirituales que unen las otras naturalezas armoniosamente, por así decirlo, en una gran síntesis, los espíritus humanos. Estos eran los más avanzados en cierto sentido.
Pasemos ahora a la antigua iniciación. Ésta daba al hombre la oportunidad de ver cara a cara a los elevados seres espirituales que habían precedido al hombre. Pero según los tiempos antiguos, como los hombres antiguos descendían de Marte, Júpiter, Saturno, Venus, tenían que ser iniciados de una manera diferente. Por eso había tantos oráculos diferentes en la Atlántida. Había tales oráculos que tenían su visión espiritual preferentemente sintonizada para ver aquellos espíritus que hemos caracterizado como los espíritus águila, mientras que otros veían los espíritus león, otros los espíritus toro y otros los espíritus humanos. Esto era según las características específicas de las personas a ser iniciadas. Esta diversidad fue una de las peculiaridades del período atlante, y sus ecos perduran hasta nuestra época postatlante. Así, en Oriente Próximo y en Egipto se podían encontrar centros de misterio donde las iniciaciones tenían lugar de tal manera que los iniciados veían a los seres espirituales elevados como espíritus-toro o como espíritus-águila.
La cultura exterior fluyó entonces a partir de los Misterios. Aquellos que eran capaces de ver de tal manera que veían a los seres espirituales elevados en forma de leones, también crearon una especie de imagen de lo que veían en el cuerpo de un león. Sólo que decían: Estos espíritus están implicados en el devenir del hombre y por eso dieron al cuerpo del león una cabeza humana. Esto se convirtió más tarde en la esfinge. Aquellos que veían las contraimágenes espirituales como espíritus de toro lo expresaron proclamando su testimonio del mundo espiritual mediante la introducción del culto al toro, que luego condujo al culto del toro Apis en Egipto por un lado y al culto del toro Mitra persa por otro. Pues lo que encontramos en las costumbres de culto externo de los diversos pueblos surgió de los ritos de iniciación.
Así, en todas partes había iniciados que sintonizaban más en su visión espiritual con los espíritus Tauro, otros que sintonizaban más con los espíritus Águila, etcétera. También podemos indicar en cierto modo la diferencia entre los diversos tipos de iniciación. Por ejemplo, aquellas personas que fueron iniciadas de tal manera que los seres espirituales se les aparecían bajo la forma de los espíritus Tauro, estaban especialmente informadas sobre aquellas relaciones de la naturaleza humana que contenían, por así decirlo, los secretos relacionados con el sistema glandular, los secretos relacionados con lo etérico. Y también fueron iniciados en otra área de la naturaleza humana: En lo que del hombre está, por así decirlo, firmemente unido a la tierra, lo que está forjado a la tierra. Todos los que fueron iniciados en los secretos de Tauro vieron a través de esto.
Intentemos ponernos en la mente de un iniciado así. Estos iniciados habían recibido la siguiente enseñanza de sus grandes maestros: El hombre ha descendido de las alturas divinas. Aquellos que fueron los primeros seres humanos eran descendientes de seres divino-espirituales. Por lo tanto, condujeron al primer hombre de vuelta a su Padre-Dios. Así el hombre descendió a la tierra, fue de forma terrenal en forma terrenal. Lo que estaba ligado a la tierra interesaba preferentemente a estas personas, y se interesaban por todo lo que la gente había experimentado en aquella época en que contaban a los seres divino-espirituales entre sus padres. - Lo mismo ocurría con los iniciados Tauro.
Con los iniciados de Águila era diferente. Ellos veían a esos seres espirituales que se relacionan de un modo muy peculiar con lo que es el hombre. Pero para comprender esto, debemos decir al menos unas palabras sobre la naturaleza espiritual de las aves.
En los animales, cuyas funciones inferiores los sitúan por debajo de los seres humanos, vemos entidades que se han endurecido demasiado pronto, por así decirlo, que no han mantenido su sustancia corporal blanda y flexible hasta el momento en que podrían haber sido absorbidas por la forma humana. En la naturaleza de las aves, sin embargo, tenemos tales seres que no han asumido las funciones más bajas, sino que se han saltado el punto hacia arriba. Por así decirlo, no han descendido lo suficiente, se han conservado inicialmente en sustancias demasiado blandas, mientras que los demás han vivido en sustancias demasiado duras. Y a medida que el desarrollo avanzaba más y más, tuvieron que ser condensados por las condiciones externas. Así, se condensaron de una manera que corresponde a una naturaleza demasiado blanda, a una naturaleza que ha descendido demasiado poco a la tierra. Esta es una expresión burda y popular, pero corresponde a los hechos. Estas naturalezas-pájaro corresponden como arquetipos a aquellos seres espirituales que también han pasado el punto hacia arriba, que se han conservado en una sustancia espiritual demasiado blanda y que, por tanto, en su progreso, han volado más allá de lo que podrían haber llegado a ser en un momento determinado. Se desvían hacia arriba, mientras que los demás se desvían hacia abajo. En el centro, por así decirlo, están los espíritus leones y los espíritus armoniosos que acaban de mantener el tiempo justo, los espíritus humanos.
Ya nos hemos dado cuenta de cómo aquellos que habían recibido algo de la antigua iniciación recibieron el acontecimiento crístico. Ya habían podido ver en el mundo espiritual en el pasado, y de tal manera que podía estar de acuerdo con su iniciación específica. Los que habían recibido la iniciación de Tauro, o sea, los iniciados de una gran parte de Egipto, lo sabían: Podemos mirar hacia arriba en el mundo espiritual; por lo tanto, los seres espirituales elevados también se nos aparecen en las contraimágenes de la naturaleza Tauro en el hombre. Pero ahora, decían los que se habían acercado al impulso crístico, ahora lo que rige en el reino espiritual se nos ha aparecido en su verdadera forma. Lo que siempre hemos visto en el pasado, aquello a lo que nos hemos elevado a través de las etapas de nuestra iniciación, nos ha presentado una prefiguración del Cristo. Es al Cristo a quien debemos situar en lo que hemos visto en el pasado. Si recordamos todo lo que hemos visto y que nos ha abierto poco a poco los mundos espirituales, ¿Adónde nos habría conducido si ya entonces hubiéramos estado en el nivel adecuado? Nos habría conducido al Cristo. Uno de estos iniciados describió el paso al mundo espiritual en términos de la iniciación de Tauro. Pero luego dijo: «Lo verdadero que hay en ella es el Cristo». - Y un iniciado León, un iniciado Águila, hablaron de la misma manera.
Todos estos misterios de iniciación tenían sus reglas muy específicas sobre cómo la persona en cuestión debía ser conducida al mundo espiritual. Los rituales diferían en función de cómo se debía entrar en el mundo espiritual. Y especialmente en Oriente Próximo y en Egipto había los más variados matices de misterios, donde era especialmente común conducir a los iniciados de tal manera que finalmente llegaran a la naturaleza del toro, y tales iniciaciones que llevaban a la contemplación de los espíritus leoninos y así sucesivamente.
Consideremos ahora desde este punto de vista a aquellos que, después de iniciaciones anteriores de la más variada naturaleza, se han hecho madurar para sentir el impulso crístico, para captar al Cristo de la manera correcta. Consideremos a un iniciado que ha pasado por las etapas que le han conducido a la contemplación del espíritu humano. Tal iniciado podría decirse a sí mismo: «¡Se me ha aparecido el verdadero soberano en el mundo espiritual, es el Cristo que vivió en Jesús de Nazaret! ¿Qué me ha llevado a esto? ¡Mi antigua iniciación! Conocía el camino que conduce a la contemplación del espíritu humano. Así describe lo que el hombre experimenta para llegar a la iniciación y poder reconocer en absoluto la naturaleza crística. Conocía la iniciación tal como estaba prescrita en los misterios que conducían a la iniciación humana. Por eso el alto iniciado que estaba en el cuerpo de Jesús de Nazaret se le apareció a imagen de los misterios por los que había pasado y reconocido; y lo describió como él mismo veía el asunto. Este es el caso en el relato según Mateo. Por lo tanto, una tradición más antigua es bastante correcta cuando relaciona al escritor del Evangelio de Mateo con uno de los cuatro símbolos que se os muestran aquí en los capiteles de las columnas de la derecha y de la izquierda, que llamamos el simbolismo del hombre. Una tradición más antigua asocia al escritor del Evangelio según San Mateo con el espíritu humano. Esto se debe a que el escritor del Evangelio de Mateo reconoció la iniciación en el Misterio del Hombre como su propio punto de partida, por así decirlo. En la época en que se escribieron los Evangelios, todavía no era costumbre escribir biografías como hoy. En aquella época a la gente le parecía que lo más importante era que había un alto iniciado que había recibido a Cristo en sí mismo. Lo más importante para ellos era saber cómo se llega a ser iniciado, por lo que hay que pasar como iniciado, justamente eso. Por eso se saltaban los acontecimientos externos del día a día que hoy parecen tan importantes para los biógrafos.
¡Qué no hace hoy un escritor de biografías para conseguir suficiente material! El «Schwaben-Vischer», Friedrich Theodor Vischer, utilizó una vez una muy buena imagen de caballero erudito al ironizar sobre la forma en que se escriben hoy las biografías. Dijo que un joven erudito se había propuesto una vez escribir una tesis doctoral sobre Goethe. En primer lugar, comenzó el trabajo preliminar y recopiló todo lo que pudo necesitar. Pero como no estaba satisfecho con eso, fue a todos los pisos de las casas de todas las ciudades donde vivió Goethe, rebuscó allí y también en todas las demás habitaciones. Barrió el polvo de todos los rincones, volcó barriles de basura malolientes para encontrar todo lo que aún se podía encontrar, y luego escribió una disertación «Sobre la conexión entre los sabañones de la señora Christiane von Goethe y las figuras mitológicas alegórico-simbólicas de la segunda parte de Fausto». Puede que sea una afirmación muy fuerte, pero en espíritu encaja con los escritores de biografías de la actualidad. Los escritores que quieren escribir sobre Goethe husmean en todo tipo de basura para escribir sus biografías. Ya no conocen la palabra discreción.
Sin embargo, quienes describieron a Jesús de Nazaret en sus evangelios dieron un relato diferente. Para ellos, todos los acontecimientos externos desaparecían en comparación con las etapas que Jesús de Nazaret tuvo que atravesar como iniciado. Lo describieron, pero también cada uno según su propia manera de conocer.
Mateo lo describe a la manera de los iniciados en el espíritu del hombre. Esta iniciación estaba próxima a la sabiduría egipcia. - Y ahora también podemos comprender cómo la persona que escribió el Evangelio según Lucas llegó a su peculiar descripción. Era alguien que, en sus encarnaciones anteriores, había alcanzado iniciaciones que conducían al espíritu de Tauro. Podía describir lo que correspondía a tal iniciación, podía decir: ¡Un gran iniciado debe haber pasado por estas etapas! Y lo describía con su colorido. Era uno de los que antes habían vivido principalmente dentro de los Misterios egipcios. No nos sorprende, pues, que nos dé precisamente ese rasgo que representa, por así decirlo, el carácter más egipcio de la iniciación. Tomemos al escritor del Evangelio de Lucas según lo que hemos obtenido ahora desde este punto de vista. Se decía a sí mismo: «Un alto iniciado vivía en la individualidad que estaba en el cuerpo de Jesús de Nazaret. He aprendido a penetrar a través de los misterios egipcios hasta la iniciación de Tauro. Lo sé. - Este tipo de iniciación estaba particularmente presente en él. Y ahora se decía a sí mismo: «Aquel que ha llegado a ser tan alto iniciado como Jesús de Nazaret también ha pasado por una iniciación egipcia en sus encarnaciones anteriores, además de todas las demás iniciaciones. - Así que en Jesús de Nazaret tenemos a un iniciado que pasó por la iniciación egipcia. Por supuesto, los otros evangelistas también lo sabían. Pero no les pareció particularmente importante porque no estaban tan familiarizados con la iniciación de este lado. Por eso no notaron ningún rasgo particular en Jesús de Nazaret.
Ya dije en las primeras lecciones que si una persona ha pasado por una iniciación en el pasado, le ocurre algo especial cuando reaparece. Entonces se producen acontecimientos muy concretos que parecen una repetición en el mundo exterior de lo que uno ya ha pasado antes. Supongamos que una persona hubiera pasado por una iniciación en la antigua Irlanda, entonces ahora se le tendría que recordar esta antigua iniciación irlandesa mediante un acontecimiento externo de la vida. Esto se demostraría, por ejemplo, mediante un acontecimiento externo que le hiciera hacer un viaje a Irlanda. Los que conozcan mejor la iniciación irlandesa se darán cuenta de que la persona en cuestión viaja a Irlanda. Los que no la conozcan no lo verán como un desplazamiento especial.
La individualidad que vivía en Jesús de Nazaret también estaba iniciada en los misterios egipcios. De ahí el traslado a Egipto. Entonces, ¿A quién le habría llamado especialmente la atención esta «huida a Egipto»? A alguien que lo conocía de su propia vida, y tal persona también describió este viaje especial porque sabía lo que significaba. Se describe en el Evangelio de Mateo porque el escritor sabía por su propia iniciación lo que significaba un viaje a Egipto para muchos iniciados en la antigüedad. Y si ahora saben que en el escritor del Evangelio de Lucas se trata de un hombre que conocía en particular la iniciación de los misterios egipcios que conducía al servicio del toro, entonces no les parecerá injustificado que una tradición más antigua asocie al escritor del Evangelio de Lucas con el símbolo del toro. Él no describe ningún viaje a Egipto por buenas razones, que no tenemos tiempo de explicar aquí. Pero sí describe tales acontecimientos típicos, cuyo valor era preferiblemente familiar para alguien cercano a la iniciación egipcia. El escritor del Evangelio de Mateo indica la relación de Jesús de Nazaret con Egipto más externamente al viajar a Egipto. El escritor del Evangelio de Lucas ve todos los acontecimientos que describe en el espíritu de una iniciación egipcia.
Veamos ahora al escritor del Evangelio según Marcos. Él omite toda la prehistoria, describiendo en particular la obra del Cristo en el cuerpo de Jesús de Nazaret a lo largo de tres años. En este aspecto, el Evangelio de Marcos coincide plenamente con el Evangelio de Juan. El escritor del Evangelio de Marcos pasó por una iniciación muy parecida a las iniciaciones del Próximo Oriente, incluso a las griegas, si queremos decirlo así, a las iniciaciones europeo-asiático-paganas, que eran las más modernas en aquella época. Todas ellas se reflejan en el mundo exterior de tal manera que aquel que es una personalidad elevada, que se inicia de una determinada manera, debe su origen no sólo a un acontecimiento natural sino sobrenatural. Recordemos que los admiradores de Platón, que querían imaginar a Platón de la manera correcta, no tenían ningún interés particular en saber quién era el padre físico de Platón. Para ellos, la espiritualidad de Platón eclipsaba todo lo demás. De ahí que dijeran: Aquello que vivió como el alma de Platón en el cuerpo de Platón, este Platón nace para nosotros como una alta entidad espiritual que fecunda a la humanidad inferior. Y así atribuyeron el nacimiento del Platón precioso para ellos, el Platón despierto, al dios Apolo. Para ellos, Platón era hijo de Apolo. Con estos misterios en particular, era costumbre no prestar especial atención a la vida anterior de la persona en cuestión, sino centrarse en el momento en que la persona en cuestión se convertía en lo que tan a menudo se menciona en los Evangelios: un hijo de los dioses, un hijo de Dios. Platón, ¡un hijo de Dios! Así lo describieron quienes fueron sus más nobles admiradores y sus más nobles conocedores.
Debemos darnos cuenta del significado que tal descripción tenía para la vida humana de tales hijos de los dioses en la tierra. Fue precisamente en el cuarto período cuando los hombres se asimilaron más al mundo físico-sensual, cuando llegaron a amar esta tierra. Los antiguos dioses les eran queridos porque podían visualizar cómo los hijos principales de la tierra eran los hijos de los dioses. Lo que caminaba por la tierra debía ser representado de esta manera.
El escritor del Evangelio de Marcos era una persona así. Por lo tanto, sólo describe lo que sucedió después del bautismo de Juan. Tal iniciación, como la que había experimentado el escritor del Evangelio de Marcos, condujo a la realización del mundo superior bajo la imagen del Espíritu-León. Por eso una antigua tradición asocia al escritor del Evangelio de Marcos con el simbolismo del león. Y ahora volvamos de nuevo a lo que ya hemos tocado hoy: el Evangelio de Juan.
Hemos dicho que la persona que escribió el Evangelio de Juan fue iniciada por el propio Cristo Jesús. Esto le permitió dar algo que contiene la semilla, por así decirlo, no sólo para la eficacia actual del impulso de Cristo, sino para la eficacia del impulso de Cristo en un futuro lejano. Proclama algo que seguirá siendo válido en un futuro lejano. Es uno de los iniciados de Águila que se había saltado el punto normal. El escritor de San Marcos da lo que es normal para esa época. Lo que llega más allá de este tiempo, lo que nos muestra cómo actúa Cristo en el futuro más lejano, lo que roza todo lo que se aferra a la tierra, lo encontramos en Juan. Por eso la tradición asocia a Juan con el símbolo del águila.
Para que vean que una tradición tan antigua, que relaciona a los evangelistas con aquello que, por así decirlo, constituía la esencia de su propia iniciación existente, no se basa en absoluto en una mera fantasía, sino que nace de los fundamentos más profundos del desarrollo cristiano. Hay que mirar tan profundamente en los acontecimientos. Entonces se darán cuenta de que los más grandes, los más destacados acontecimientos de la vida de Cristo se describen de la misma manera, pero que cada uno de los evangelistas describe a Cristo Jesús tal como él lo entiende según la manera de su iniciación. Ya he insinuado esto en mi libro «El cristianismo como hecho místico», pero de tal manera que puede ser insinuado para un público aún no preparado, pues fue escrito al principio de nuestro desarrollo espiritual-científico. Allí se ha considerado la falta de comprensión de nuestro tiempo con respecto a los hechos ocultos reales.
Así nos damos cuenta de que Cristo nos es iluminado desde cuatro lados: por cada uno de los evangelistas desde el lado que mejor conocía. Que el Cristo tiene muchos lados, bien lo creeréis después del poderoso impulso que él ha dado. Pero esto es lo que he dicho: una cosa se encuentra en todos los Evangelios: el descenso de la propia entidad crística desde las alturas divino-espirituales en el bautismo de Juan, y que esta entidad crística habitó en el cuerpo de Jesús de Nazaret, atravesó la muerte en la cruz y venció a esta muerte. Tendremos que profundizar en este misterio. Entendamos hoy esta muerte en la cruz de tal manera que primero nos preguntemos: ¿Qué caracteriza la muerte en la cruz para esta entidad-Cristo? Aquí hay que decir: Él se caracteriza de tal manera que es un acontecimiento que no hace diferencia entre la vida de antes y la vida de después. Esta es la esencia de la muerte de Cristo, que Cristo no se ha convertido en otro a través de la muerte, que sigue siendo el mismo que era, uno que representa la muerte en su insignificancia. De modo que quienes pudieron conocer la naturaleza de la muerte de Cristo se aferraron siempre al Cristo vivo.
Desde este punto de vista, ¿qué es entonces el acontecimiento de Damasco, donde el que antes era un Saulo se convirtió en un Pablo? Pablo sabía, por lo que había aprendido antes, que el espíritu que Zaratustra buscó por primera vez como Ahura Mazdao en el sol se acercaba poco a poco a la tierra, y que Moisés ya lo había visto en la zarza ardiente y en el fuego del Sinaí. Y también sabía que este espíritu tenía que entrar en un cuerpo humano. Pero Pablo, que todavía era un Saulo, no podía comprender que ese hombre, que iba a llevar al Cristo en su interior, tuviera que experimentar la ignominiosa muerte en la cruz. Sólo podía pensar que el Cristo, cuando viniera, tendría que triunfar, que tendría que permanecer en todo lo que tiene la tierra una vez que hubiera venido a la tierra. No podía pensar en el que colgaba de la cruz como portador de Cristo. Esa es la esencia de la visión paulina antes de que Saulo se convirtiera en Pablo. Y la muerte en la cruz, la ignominiosa muerte en la cruz con todo lo que conllevaba, eso es lo que inicialmente impidió a Pablo reconocer que el Cristo realmente ya había existido en la tierra. Entonces, ¿qué tuvo que pasar? Algo tuvo que sucederle a Pablo para que en un momento determinado pudiera convencerse a sí mismo: La individualidad que colgaba de la cruz en el cuerpo de Jesús de Nazaret era el Cristo; ¡el Cristo estaba allí en la tierra! Pablo se volvió clarividente a través del acontecimiento de Damasco. Allí pudo convencerse a sí mismo.
Cuando un clarividente miraba el mundo espiritual, éste aparecía cambiado tras el acontecimiento del Gólgota. En el pasado, el Cristo se encontraba en los mundos espirituales. Desde el acontecimiento del Gólgota, el Cristo puede ser encontrado en el aura de la tierra. Antes del acontecimiento del Gólgota, el Cristo no podía ser visto allí, pero después podía ser visto en el aura de la tierra. Esa es la diferencia. Y Saulo se dijo: «Si soy clarividente, puedo convencerme de que en aquel que colgó de la cruz y vivió como Jesús de Nazaret estaba el Cristo que ahora está en el aura de la tierra». Y vio lo mismo en el aura terrenal que Zaratustra había visto por primera vez como Ahura Mazdao en el sol. Ahora sabía: El que estaba en la cruz ha resucitado. Por eso ahora podía decir: ¡Cristo ha resucitado, se me ha aparecido, como se apareció a Cefas, a los otros hermanos y a los quinientos todos a la vez! Y ahora se convirtió en el proclamador del Cristo vivo, para quien la muerte no es tan importante como para otras personas.
Cualquiera que conozca este acontecimiento, si se duda de la muerte en la cruz, de la muerte de Cristo en esta forma concreta, estará de acuerdo con otro suabo que, en su «Urchristentum», ha recopilado con toda la exactitud histórica posible lo que pertenece a la mayor certeza de lo que sabemos al respecto. Gfrörer -es él- subrayó con razón la muerte en la cruz. Y uno puede estar de acuerdo con él hasta cierto punto cuando se expresa a su manera un tanto sarcástica diciendo que miraría críticamente a la cara a cualquiera que no estuviera de acuerdo con él y le preguntaría ¡si no tiene algo de razón debajo del sombrero!
Este es uno de los elementos más seguros del cristianismo: esta muerte en la cruz y lo que mañana describiremos como la resurrección y el efecto de las palabras: «¡Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo!». Y en eso consistía la predicación de Pablo. Por eso podía decir: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe». Pablo vincula el cristianismo a la resurrección de Cristo. Sólo en nuestro tiempo, por así decirlo, se empieza a pensar un poco de nuevo en estas cosas, donde este asunto no se convierte en una disputa teológica, sino en una cuestión de vida para el cristianismo. Por eso, el gran filósofo Solovyov se sitúa básicamente en el punto de vista de Pablo cuando subraya: Todo en el cristianismo depende de la idea de la resurrección, y un cristianismo del futuro es imposible si no se cree y no se capta la idea de la resurrección. - Y a su manera repite las palabras de Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe. Entonces el impulso de Cristo es imposible. No habría cristianismo sin Cristo resucitado y vivo.
Es característico, y por eso se puede subrayar, que espíritus profundos concretos sólo llegan a reconocer cuán correcta es esta palabra paulina a partir de su filosofía, sin todo ocultismo. Si uno trata un poco con tales espíritus, entonces ve que en nuestro tiempo ya empieza a haber personas que se forman conceptos de lo que debe ser una futura convicción humana y una visión humana del mundo, lo que debe aportar la ciencia espiritual. Pero los que no tienen ciencia espiritual no logran más que un recipiente conceptual vacío. Lo mismo ocurre con el profundo pensador Solovyov. Los sistemas de su filosofía son como vasijas conceptuales, y lo que hay que verter en ellas es lo que ya exigen, aquello para lo que ya caracterizan la forma, pero que no tienen, y que sólo puede venir de la corriente antroposófica. Verterá esa agua viva, la información sobre los hechos del mundo espiritual, lo oculto, en esos vasos. Esto es lo que esta visión espiritual-científica del mundo aportará a los mejores espíritus, que ya hoy muestran que la necesitan, y cuya tragedia reside en el hecho de que no pueden tenerla. Casi podemos utilizar la palabra para estos espíritus: ¡Tienen sed de Antroposofía! No han podido encontrarla. A través del movimiento antroposófico debe fluir a los vasos preparados por ellos lo que puede formar ideas claras, distintas y verdaderas sobre los acontecimientos más importantes, sobre acontecimientos tales como el acontecimiento de Cristo y el Misterio del Gólgota. Sólo la antroposofía o la investigación espiritual pueden iluminarnos al respecto con sus revelaciones sobre los reinos de los mundos espirituales. Sí, el misterio del Gólgota sólo puede ser comprendido para nuestro tiempo a través de la antroposofía, ¡a través de la investigación espiritual!
Traducido por J.Luelmo may,2025
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