GA321 Stuttgart 1 de marzo de 1920 - Impulso de la ciencia espiritual para el desarrollo de la física - Sensación de calor y termómetro.

       Volver al índice


Impulso de la ciencia espiritual para el desarrollo de la física
El calor en la frontera de la materialidad positiva y negativa 

RUDOLF STEINER


I conferencia 


Sensación de calor y termómetro. La conclusión de Aquiles con la tortuga. La tragedia de un pensar abandonado por la observación. El atomismo. Teorías cósmicas. Constitución del Sol: Materia con índice negativo. Contraste de la visión de los colores y Sensación de calor. Teoría mecánica del calor. No reversibilidad de los procesos orgánicos y de los grandes procesos inorgánicos; de la diferenciación y de la integración frente a la realidad

Stuttgart 1 de marzo de 1920

Queridos amigos,

El presente curso de conferencias constituirá una especie de continuación del que di la última vez que estuve aquí. Comenzaré con aquellos capítulos de la física que son de especial importancia para sentar una base satisfactoria para una cosmovisión científica, a saber, las observaciones de las relaciones térmicas en el mundo. Hoy intentaré presentarles una especie de introducción para mostrar hasta qué punto podemos crear un cuerpo de puntos de vista significativos de tipo físico dentro de una cosmovisión general. Esto mostrará además cómo puede asegurarse una base para un impulso pedagógico aplicable a la enseñanza de las ciencias. Por lo tanto, hoy iremos todo lo lejos que podamos para esbozar una introducción general.

La teoría del calor, así llamada, ha tomado una forma durante el siglo XIX que ha dado mucho apoyo a una visión materialista del mundo. Lo ha hecho porque en las relaciones del calor es muy fácil desviar la mirada de la naturaleza real del calor, de su ser, y dirigirla a los fenómenos mecánicos que surgen del calor.

El calor se conoce primero a través de las sensaciones de frío, calor, tibieza, etc. Pero el hombre aprende pronto que estas sensaciones parecen tener algo de vago, de subjetivo. Un sencillo experimento que puede realizar cualquiera demuestra este hecho.

fig. 1
Imaginen que tienen un recipiente lleno de agua a una cierta temperatura t, a la derecha del cual tienen un recipiente también lleno de agua a una cierta temperatura t - t', es decir, a una temperatura muy inferior a la del primer recipiente, (ver fig.1). Si ahora introducen dos dedos uno de cada mano en cada uno de los dos recipientes exteriores primero, percibirán el estado de calor de los dos recipientes.

Después, pueden sumergir los dedos que han estado en los recipientes exteriores en el recipiente central y verán que el dedo que ha estado en el agua fría sentirá caliente el agua del recipiente central, mientras que el dedo que ha estado en el agua caliente sentirá fría el agua del recipiente central. Por lo tanto, la misma temperatura se experimenta de forma diferente según la temperatura a la que se haya estado expuesto previamente. Todo el mundo sabe que cuando uno entra en un sótano, éste puede sentirse diferente en invierno que en verano. Aunque el termómetro esté en el mismo punto, las circunstancias pueden hacer que el sótano parezca cálido en invierno y fresco en verano. De hecho, la experiencia subjetiva del calor no es uniforme y es necesario establecer una norma objetiva para medir la condición térmica de cualquier objeto o lugar. Ahora bien, no necesito entrar aquí en los fenómenos elementales ni abordar los instrumentos elementales para medir el calor. Es de suponer que ustedes los conocen. Simplemente diré que cuando se mide la condición de temperatura con un termómetro, existe la sensación de que, puesto que medimos el grado por encima o por debajo de cero, estamos obteniendo una medición objetiva de la temperatura. En nuestro pensar consideramos que hay una diferencia fundamental entre esta determinación objetiva en la que no tenemos parte y la determinación subjetiva, en la que nuestra propia organización interviene en la experiencia.

Por todo lo que el siglo XIX se ha esforzado en conseguir, puede decirse que esta visión de la cuestión fue, desde cierto punto de vista, provechosa y justificada por sus resultados. Ahora, sin embargo, estamos en una época en la que la gente debe prestar atención a ciertas otras cosas si quiere avanzar en su forma de pensar y en su forma de vida. De la propia ciencia deben surgir ciertas cuestiones que simplemente se pasan por alto en conclusiones como las que he expuesto. Una pregunta es ésta: ¿Existe una diferencia, una diferencia objetiva real, entre la determinación de la temperatura por mi organismo y por un termómetro, o me engaño a mí mismo para obtener resultados prácticos útiles cuando introduzco tal diferencia en mis ideas y conceptos? Todo este curso estará diseñado para mostrar por qué hoy en día deben plantearse tales preguntas. A partir de las preguntas principales, mi objetivo será proceder a aquellas consideraciones importantes que han sido pasadas por alto debido a la atención exclusiva a la vida práctica. Verán cómo se han perdido para nosotros a causa de la atención a la tecnología. 

Quisiera impresionarles con el hecho de que hemos perdido completamente nuestro sentimiento por el ser real del calor bajo la influencia de ciertas ideas que se describirán más adelante. Y, junto con esta pérdida, se ha ido la posibilidad de poner a este ser de calor en relación con el propio organismo humano, una relación que debe establecerse por todos los medios en ciertos aspectos de nuestra vida. Para indicarles de una manera meramente preliminar la relación de estas cosas con el organismo humano, puedo llamar su atención sobre el hecho de que en muchos casos nos vemos obligados hoy en día a medir la temperatura de este organismo, como por ejemplo, cuando se encuentra en un estado febril. Esto les mostrará que la relación del ser desconocido del calor con el organismo humano tiene una importancia considerable. Las condiciones extremas que se dan en los procesos químicos y técnicos serán tratadas más adelante. 

Una actitud adecuada hacia la relación del ser desconocido del calor con el organismo humano tiene una importancia considerable. Las condiciones extremas que se dan en los procesos químicos y técnicos se tratarán más adelante. Sin embargo, no se puede lograr una actitud adecuada hacia la relación del ser del calor con el organismo humano sobre la base de una visión mecánica del calor. La razón es que, al hacerlo, se descuida el hecho de que los diversos órganos son muy diferentes en su sensibilidad a este ser de calor, que el corazón, el hígado, los pulmones difieren mucho en su capacidad de reaccionar al ser de calor. Con la visión puramente física del calor no se sientan las bases para el estudio real de ciertos síntomas de enfermedad, ya que la capacidad variable de reaccionar al calor de los diversos órganos del cuerpo escapa a la atención. Hoy en día no estamos en condiciones de aplicar al mundo orgánico los puntos de vista físicos construidos a lo largo del siglo XIX sobre la naturaleza del calor. 

 Esto es evidente para cualquiera que tenga un ojo para ver el daño hecho por la investigación física moderna, así llamada, al tratar de lo que podría designarse como las ramas superiores del conocimiento del ser viviente. Deben plantearse ciertas cuestiones, cuestiones que exigen, por encima de todo, ideas claras y lúcidas. En la llamada "ciencia exacta", nada ha hecho más daño que la introducción de ideas confusas.

Entonces, ¿Qué significa realmente cuando digo que si meto los dedos en los recipientes de la mano derecha y de la izquierda y luego en un recipiente con un líquido de temperatura intermedia, obtengo sensaciones diferentes? ¿Hay realmente algo en el ámbito conceptual que sea diferente de la supuesta determinación objetiva con el termómetro? Consideremos ahora, supongamos que usted coloca termómetros en estos dos recipientes en lugar de sus dedos. Entonces obtendrá lecturas diferentes dependiendo de si observa el termómetro en un recipiente o en el otro. Si luego colocas los dos termómetros en lugar de sus dedos en el recipiente del medio, el mercurio actuará de manera diferente en los dos. En uno subirá; en el otro bajará. Ya ven que el termómetro no se comporta de forma diferente a sus sensaciones. Para establecer una visión del fenómeno, no hay diferencia entre los dos termómetros y la sensación de sus dedos. En ambos casos ocurre exactamente lo mismo, es decir, se muestra una diferencia respecto a las condiciones inmediatamente anteriores. Y de lo que depende nuestra sensación es de que no tenemos en nuestro interior ningún punto cero o de referencia. Si tuviéramos tal punto de referencia, entonces estableceríamos no sólo la sensación inmediata, sino que tendríamos un aparato para relacionar la temperatura percibida subjetivamente con dicho punto de referencia. Entonces atribuiríamos al fenómeno, al igual que hacemos con los termómetros, algo que en realidad no es inherente a él, a saber, la variación con respecto al punto de referencia. Como ven, para la construcción de nuestro concepto del proceso no hay ninguna diferencia.

Cuestiones como éstas son las que deben plantearse hoy si queremos aclarar nuestras ideas, o de lo contrario todas las ideas actuales sobre estas cosas son realmente confusas. No se imaginen ni por un momento que esto no tiene importancia. Todo nuestro proceso vital está ligado a este hecho de que no tenemos en nosotros ningún punto de referencia de la temperatura. Si pudiéramos establecer tal punto de referencia dentro de nosotros, esto requeriría un estado de conciencia completamente diferente, una vida anímica diferente. Precisamente porque el punto de referencia está oculto para nosotros, llevamos el tipo de vida que llevamos.

Verán, muchas cosas en la vida, en la vida humana y también en el organismo animal, dependen del hecho de que no percibimos ciertos procesos. Piensen en lo que tendrían que hacer si estuvieran obligados a experimentar subjetivamente todo lo que ocurre en su organismo. Supongan que tuvieran que ser conscientes de todos los detalles del proceso digestivo. Una gran parte de nuestra condición de vida se basa en el hecho de que sustraemos nuestra conciencia de ciertas cosas que ocurren en nuestro organismo. Entre estas cosas está que no llevamos dentro un punto de referencia de temperatura, - no somos termómetros. Por lo tanto, una diferenciación subjetiva-objetiva como la que se suele hacer no es adecuada para una comprensión global de lo físico.

Desde la época de los antiguos griegos, éste ha sido el punto incierto del pensar humano. Tenía que ser así, pero no puede seguir siéndolo en el futuro. Pues los antiguos filósofos griegos, Zenón en particular, ya habían orientado el pensar humano sobre ciertos procesos de una manera sorprendentemente opuesta a la realidad exterior. Debo llamar su atención sobre estas cosas aun a riesgo de parecer pedante. Permítanme recordarles el problema de Aquiles y la tortuga, del que he hablado a menudo.

Supongamos que tenemos aquí el camino s que recorre el Aquiles (A), digamos en un tiempo determinado. Esa es la velocidad a la que puede correr. Y aquí tenemos la tortuga (S). Lleva la delantera (AS). Aquiles corre detrás de la tortuga. Tomemos el momento en que Aquiles llega aquí en S. La tortuga sigue corriendo. Aquiles tiene que correr tras ella. En el tiempo en que corre a través de esta distancia (A S), la tortuga ha llegado aquí (en 1), y en el tiempo en que corre a través de este espacio siguiente (S 1), ha llegado aquí (en 2). Y así la tortuga siempre corre un poco hacia adelante. El Aquiles debe correr primero tras ella, que ella ya ha recorrido. Y Aquiles nunca puede seguir a la tortuga. Pero, la forma en que la gente lo consideraría es la siguiente. Dirían, sí, entiendo perfectamente el problema, pero Aquiles pronto alcanzaría a la tortuga. Todo el asunto es absurdo. Pero si razonamos que Aquiles debe recorrer el mismo camino que la tortuga y la tortuga va por delante, nunca alcanzará a la tortuga. Aunque la gente diría que esto es absurdo, sin embargo la conclusión es absolutamente necesaria y no se puede argumentar nada en contra. Llegar a esta conclusión no es una tontería, pero, por otra parte, es muy inteligente si se tiene en cuenta únicamente la lógica del asunto. Es una conclusión necesaria e ineludible. Ahora bien, ¿de qué depende todo esto? Depende de esto: de que, mientras pienses, no puedas pensar de otro modo que el que exige la premisa.

De hecho, no dependes estrictamente del pensar, sino que ven la realidad y se dan cuenta de que es obvio que Aquiles pronto atrapará a la tortuga. Y al hacer esto desarraigas el pensar por medio de la realidad y abandonas el puro pensar. No tiene sentido admitir las premisas y luego decir: "Quien piensa así es estúpido". Mediante el puro pensar no podemos sacar nada de la proposición salvo que Aquiles nunca atrapará a la tortuga. ¿Y por qué no? Porque cuando aplicamos nuestro pensar absolutamente a la realidad, entonces nuestras conclusiones no concuerdan con los hechos. No pueden estarlo. Cuando volcamos nuestro pensar racionalista sobre la realidad no nos sirve de nada que establezcamos supuestas verdades que resultan no ser ciertas. Pues debemos concluir que si Aquiles sigue a la tortuga, él pasa por cada punto por el que pasa la tortuga. Idealmente es así; en realidad no hace nada de eso. Su paso es mayor que el de la tortuga. No pasa por cada punto del camino de la tortuga. Debemos, por tanto, considerar lo que Aquiles hace realmente, y no limitarnos simplemente a pensar. Entonces llegamos a un resultado diferente. La gente no se preocupa de estas cosas, pero en realidad son extraordinariamente importantes. Especialmente hoy, en nuestro actual desarrollo científico, son extremadamente importantes. Porque sólo cuando comprendamos que gran parte de nuestro pensar pasa por alto los fenómenos de la naturaleza cuando pasamos de la observación a la llamada explicación, sólo en este caso obtendremos la actitud adecuada hacia estas cosas.

Lo observable, sin embargo, es algo que sólo necesita ser descrito. Que yo pueda hacer lo siguiente, por ejemplo, exige simplemente una descripción: aquí tengo una pelota que va a pasar por esta abertura. Ahora vamos a calentar un poco la pelota. Ahora verás que no pasa. Sólo pasará cuando se haya enfriado lo suficiente. En cuanto la enfrío echándole agua fría, la pelota vuelve a pasar. Esta es la observación, y es esta observación la que sólo necesito describir. Supongamos, sin embargo, que empiezo a teorizar. 

Lo haré de forma esquemática con el único objeto de introducir el asunto. He aquí la bola; está formada por un cierto número de pequeñas partes, moléculas, átomos, si se quiere. Esto no constituye una observación, sino algo añadido a la observación en teoría. En este momento, he dejado lo observado y al hacerlo asumo un papel extremadamente trágico. Sólo aquellos que están en condiciones de tener una visión de estas cosas pueden darse cuenta de esta tragedia. Pues verán, si investigan si Aquiles puede atrapar a la tortuga, es posible que empiecen pensando: "Aquiles debe pasar por todos los puntos que cubre la tortuga y nunca podrá atraparla". Esto puede demostrarse estrictamente. Entonces se puede hacer un experimento. Se coloca la tortuga delante y Aquiles u otro que no corra ni siquiera tan rápido como Aquiles, detrás. Y en cualquier momento se puede demostrar que la observación proporciona lo contrario de lo que se concluye del razonamiento. La tortuga no tarda en ser atrapada.

Sin embargo, cuando se teoriza sobre la esfera, sobre cómo están dispuestos sus átomos y moléculas, y cuando se abandona la posibilidad de la observación, en tal caso no se puede mirar el asunto e investigarlo, sólo se puede teorizar. Y en este terreno no lo harán mejor que cuando aplicaron su pensamiento al recorrido de Aquiles. Es decir, llevan todo el carácter incompleto de su lógica al pensar sobre algo que no puede ser objeto de observación. Esta es la tragedia. Construimos explicaciones sobre explicaciones al mismo tiempo que abandonamos la observación, y pensamos que hemos explicado las cosas simplemente porque hemos erigido hipótesis y teorías. Y la consecuencia de este proceder de confianza forzada en nuestro mero pensar es que este mismo pensar nos falla en el momento en que somos capaces de observar. Ya no concuerda con la observación.

Recordarán que ya señalé esta diferencia en el curso anterior, cuando indiqué la frontera entre cinemática y mecánica. La cinemática describe meros fenómenos de movimiento o fenómenos expresados mediante ecuaciones, pero se limita a verificar los datos de la observación.

En el momento en que pasamos de la cinemática a la mecánica, en la que se introducen los conceptos de fuerza y masa, no podemos confiar únicamente en el pensar, sino que empezamos simplemente a leer lo que se desprende de la observación de los fenómenos. Solo con el pensar sin mas ayuda, no somos capaces de tratar adecuadamente ni siquiera el proceso físico mas simple en el que la masa juega un papel. Todas las teorías del siglo XIX, ahora relegadas en mayor o menor medida, son de tal naturaleza que para verificarlas sería necesario hacer experimentos con átomos y moléculas. El hecho de que se haya demostrado que tienen una aplicación práctica en campos limitados no cambia nada. El principio se aplica tanto a lo pequeño como a lo grande. Recordarán que a menudo he llamado la atención en mis conferencias sobre algo que entra ahora en nuestras consideraciones con un aspecto científico. A menudo he dicho: De lo que los físicos han teorizado acerca de las relaciones de calor y de cosas relacionadas, obtienen ciertas nociones acerca del sol. Describen lo que llaman las "condiciones físicas" del sol y afirman que los hechos apoyan su descripción. Ya les he dicho muchas veces que los físicos se sorprenderían muchísimo si pudieran hacer un viaje al Sol y vieran que ninguna de sus teorías basadas en las condiciones terrestres concuerda con las realidades que se encuentran en el Sol. Estas cosas tienen un valor muy práctico en la actualidad, un valor para el desarrollo de la ciencia en nuestro tiempo. Recientemente ha llegado al mundo la noticia de que, tras infinitos esfuerzos, los descubrimientos de algunos investigadores ingleses sobre la curvatura de la luz de las estrellas en el espacio cósmico han sido confirmados y podrían ser presentados ante una sociedad científica en Berlín.

Allí se afirmaba con razón que "las investigaciones de Einstein y otros sobre la teoría de la relatividad han recibido una cierta confirmación. Pero la confirmación definitiva sólo podría asegurarse cuando se hubiera avanzado lo suficiente como para realizar análisis espectrales que mostraran el comportamiento de la luz en el momento de un eclipse de sol. Entonces sería posible ver lo que los instrumentos disponibles en la actualidad no lograron determinar". Esta fue la información dada en la última reunión de la Sociedad de Física de Berlín. Es muy interesante. Naturalmente, el siguiente paso es buscar una forma de investigar realmente la luz del sol mediante el análisis del espectro. El método será por medio de instrumentos no disponibles hoy en día. Entonces, ciertas cosas ya deducidas de las ideas científicas modernas podrán simplemente confirmarse. Como ustedes saben, es así con muchas cosas que han surgido de vez en cuando y que luego han sido aclaradas por experimentos físicos. Pero, la gente aprenderá a reconocer el hecho de que es simplemente imposible para los hombres trasladar a las condiciones en el sol o a los espacios cósmicos lo que puede ser calculado a partir de aquellos fenómenos de calor disponibles para la observación en la esfera terrestre. Se comprenderá que la corona solar y fenómenos similares tienen antecedentes no incluidos en las observaciones realizadas en condiciones terrestres. Del mismo modo que nuestras especulaciones nos llevan por mal camino cuando abandonamos la observación y teorizamos nuestro camino a través de un mundo de átomos y moléculas, también caemos en el error cuando salimos al macrocosmos y trasladamos al sol lo que hemos determinado a partir de observaciones en condiciones terrestres. Este método ha llevado a creer que el Sol es una especie de bola de gas incandescente, pero el Sol no es en absoluto una bola de gas incandescente. Consideremos un momento, tenemos materia aquí en la tierra. Toda la materia en la tierra tiene un cierto grado de intensidad en su acción. Esto puede ser medido de una manera u otra, sea densidad o similar, de cualquier manera que desees, tiene una intensidad definida de acción. Puede llegar a ser cero. En otras palabras, podemos tener el espacio vacío. Pero el final aún no ha llegado. 

Que el espacio vacío no es la condición última os lo puedo ilustrar con lo siguiente: Supongan que tienen un hijo y que le dicen: "Es un cerebrito. Le he dado una pequeña propiedad, pero ha empezado a despilfarrarla. No puede tener menos de cero. Puede que al final no tenga nada, pero me consuela pensar que no puede ir más allá una vez que llega a cero". Pero ahora puede tener una desilusión. El tipo empieza a endeudarse. Entonces no se detiene en cero; la cosa se pone peor que cero. Tiene un significado muy real. Como su padre, realmente tienes menos si él se endeuda que si se detiene cuando él no tenía nada.

Lo mismo ocurre ahora con el estado del Sol. No se suele considerar como espacio vacío, sino que se piensa en la mayor rarefacción posible y se postula un gas incandescente enrarecido. Pero lo que debemos hacer es ir a una condición de vacío y luego ir más allá de esto. Es en una condición de intensidad material negativa. En el lugar donde está el Sol se encontrará un agujero en el espacio. Allí hay menos que espacio vacío. Por lo tanto, todos los efectos que se observan en el sol deben ser considerados como fuerzas de atracción y no como presiones similares. La corona solar, por ejemplo, no debe ser considerada como la considera el físico moderno. Hay que considerarla de tal manera que tengamos conciencia no de fuerzas que irradian hacia el exterior, como indicarían las apariencias, sino de fuerza de atracción procedente del agujero en el espacio, de la negación de la materia. Aquí nuestra lógica nos falla. Nuestro pensar no es válido aquí, pues el órgano receptivo o el órgano sensorial a través del cual lo percibimos es todo nuestro cuerpo. Todo nuestro cuerpo corresponde en esta sensación al ojo en el caso de la luz. No hay ningún órgano aislado, respondemos con todo nuestro cuerpo a las condiciones de calor. El hecho de que podamos utilizar el dedo para percibir un estado de calor, por ejemplo, no va en contra de este hecho. El dedo corresponde a una parte del ojo. Por tanto, mientras que el ojo es un órgano aislado y funciona como tal para objetivar el mundo de la luz como color, no ocurre lo mismo con el calor. Somos órganos de calor en su totalidad. Sin embargo, la condición externa que da lugar al calor no nos llega de forma tan aislada como la condición que da lugar a la luz. Nuestro ojo está objetivado dentro de nuestro organismo. 

No podemos percibir el calor de forma análoga a la luz porque somos uno con el calor. Imaginen que no pudieran ver colores con el ojo, sino sólo diferentes grados de luminosidad, y que los colores como tales siguieran siendo totalmente subjetivos, fueran sólo sensaciones. Nunca verían colores; hablarían de luz y oscuridad, pero los colores no evocarían en ustedes ninguna respuesta, y lo mismo ocurre con la percepción del calor. Esas diferencias que perciben en el caso de la luz por el hecho de que su ojo es un órgano aislado, no las perciben en absoluto en el caso del calor. Ellas viven en ustedes. Así, cuando se habla de azul y rojo, estos colores se consideran objetivos. Cuando se da el fenómeno análogo en el caso del calor, lo que corresponde al azul y al rojo está dentro de ustedes. Son ustedes mismos. Por lo tanto, no lo definen. Esto nos obliga a adoptar para la observación del ser objetivo del calor un método completamente diferente del que utilizamos para el ser objetivo de la luz. Nada ha engañado tanto a los observadores del siglo XIX como esta tendencia general a unificar las cosas esquemáticamente. Se encuentra por todas partes en las fisiologías una "fisiología de los sentidos". ¡Como si tal cosa existiera! Como si hubiera algo de lo que se pudiera decir, en general, "vale para el oído como para el ojo, o incluso para el sentido de la sensibilidad o para el sentido del calor". Es un absurdo hablar de una fisiología de los sentidos y decir que una percepción sensorial es esto o aquello. Sólo es posible hablar de la percepción del ojo por sí misma, o de la percepción del oído por sí misma y, asimismo, de todo nuestro organismo como órgano sensorial del calor, etc. Son cosas muy diferentes. De una consideración general de los sentidos sólo resultan abstracciones sin sentido. Pero en todas partes se tiende a tal generalización de estas cosas. Resultan conclusiones que serían graciosas si no fueran tan perjudiciales para toda nuestra vida.

Si alguien dice - Aquí hay un chico, otro chico le ha dado una paliza. También entonces se afirma - Ayer fue azotado por su maestro; su maestro le dio una paliza. En ambos casos hay una paliza; no hay diferencia. ¿Se puede deducir de ello que el chico malo que le pegó al otro y el maestro que azotó al de ayer están movidos por los mismos motivos internos? Eso sería absurdo, imposible. Pero ahora, se lleva a cabo el siguiente experimento: se sabe que cuando se deja caer los rayos de luz sobre un espejo cóncavo, en condiciones adecuadas se vuelven paralelos. Cuando éstos son recogidos por otro espejo cóncavo distante del primero, se concentran y enfocan, de modo que en el foco aparece una luz intensificada. El mismo experimento se realiza con los llamados rayos de calor. De nuevo se puede demostrar que éstos también pueden ser enfocados, -un termómetro lo demostrará-, y se produce un punto de gran intensidad de calor. Aquí tenemos el mismo proceso que en el caso de la luz; por lo tanto, el calor y la luz son fundamentalmente el mismo tipo de cosa. La paliza de ayer y la de hoy son el mismo tipo de cosa. Si una persona llegara a semejante conclusión en la vida práctica, se le consideraría un necio. Sin embargo, en la ciencia, tal y como se practica hoy en día, no es un tonto, sino una persona muy respetada.

Por eso debemos esforzarnos por tener conceptos claros y lúcidos, sin los cuales no avanzaremos. Sin ellos, la física no puede contribuir a una visión general del mundo. Especialmente en el ámbito de la física es necesario alcanzar estas ideas evidentes.

Ustedes saben muy bien, por lo que se les aclaró, al menos hasta cierto punto, en mi último curso, que en el caso de los fenómenos de la luz, Goethe puso cierto grado de orden en la física de esa clase particular de hechos, pero no se le ha dado ningún reconocimiento.

En el campo del calor, las dificultades a las que nos enfrentamos son especialmente grandes. Ello se debe a que, desde Goethe, toda la consideración física del calor se ha sumido en un caos de consideraciones teóricas. En el siglo XIX, la teoría mecánica del calor, tal como se la denomina, ha dado lugar a error sobre error. Ha aplicado conceptos verificables sólo por observación a un ámbito no accesible a la observación. Cualquiera que se crea capaz de pensar, pero que en realidad no pueda hacerlo, puede proponer teorías. Una de ellas es la siguiente: un gas encerrado en un recipiente está formado por partículas. 

Estas partículas no están en reposo, sino en un estado de movimiento continuo. Como estas partículas están en movimiento continuo y son pequeñas y se conciben separadas por una distancia relativamente grande, no chocan entre sí a menudo sino sólo ocasionalmente. Cuando lo hacen, rebotan. Su movimiento cambia por este bombardeo mutuo. Cuando se suman todos los pequeños impactos, se produce una presión en la pared del recipiente y, a través de esta presión, se puede medir la temperatura. Se afirma entonces que "las partículas de gas en el recipiente están en un cierto estado de movimiento, bombardeándose unas a otras. Toda la masa está en rápido movimiento, las partículas se bombardean unas a otras y golpean la pared. Esto da lugar al calor". Pueden moverse cada vez más deprisa, golpear la pared con más fuerza. Entonces cabe preguntarse qué es el calor. Es el movimiento de esas pequeñas partículas. Es muy cierto que, bajo la influencia de los hechos, tales ideas han sido fructíferas, pero sólo superficialmente. 

Todo el método de pensamiento descansa sobre una base. La llamada "teoría mecánica del calor" es motivo de gran orgullo, ya que parece explicar muchas cosas. Por ejemplo, explica cómo cuando froto con el dedo una superficie, el esfuerzo que hago, la presión o el trabajo, se transforma en calor. Puedo volver a transformar el calor en trabajo, en la máquina de vapor por ejemplo, donde aseguro el movimiento por medio del calor. Se ha construido un concepto de trabajo muy conveniente en este sentido. Se dice que cuando observamos objetivamente que estas cosas suceden en el espacio, son procesos mecánicos. La locomotora y los vagones avanzan, etc. Cuando ahora, mediante algún tipo de trabajo, produzco calor, lo que realmente ha ocurrido es que el movimiento observable exterior se ha transformado en movimiento de las partículas últimas. Esta es una teoría conveniente. Se puede decir que todo en el mundo depende del movimiento y que sólo tenemos la transformación del movimiento observable en movimiento no observable. Esto último lo percibimos como calor. Pero el calor no es en realidad más que el impacto y la colisión de las pequeñas partículas de gas que chocan entre sí y con las paredes del recipiente. El cambio en calor es como si las personas de todo este auditorio de repente se pusieran en movimiento y chocaran entre sí y con las paredes, etc. Esta es la teoría de Clausius sobre lo que ocurre en un espacio lleno de gas. Esta es la teoría que ha resultado de aplicar el método de la proposición de Aquiles a algo no accesible a la observación. No se aprecia que se tomen los mismos fundamentos imposibles que en el razonamiento sobre Aquiles y la tortuga. Sencillamente, no es como se supone que es.

En un espacio lleno de gas, las cosas son muy distintas de lo que imaginamos cuando trasladamos lo observable al reino de lo inobservable. Mi propósito hoy es presentarles esta idea de forma introductoria. A partir de esta consideración podrán ver que el método fundamental de pensamiento originado durante el siglo XIX, comienza a fallar. Pues gran parte del método se basa en el principio de calcular a partir de los hechos observados mediante el concepto diferencial. Cuando las condiciones observadas en un espacio lleno de gas se establecen como diferenciales de acuerdo con la idea de que estamos tratando con los movimientos de partículas últimas, entonces se infiere la creencia de que mediante la integración se desarrolla algo real. Lo que hay que entender es lo siguiente: cuando pasamos de los métodos de cálculo ordinarios a las ecuaciones diferenciales, no es posible integrar inmediatamente a menos que se pierda todo contacto con la realidad. Esta falsa noción de la relación de la integral con la diferencial ha llevado a la física del siglo XIX a ideas erróneas de la realidad. Debe quedar claro que en ciertos casos se pueden establecer diferenciales, pero lo que se obtiene como diferencial no puede considerarse integrable sin llevarnos al terreno de lo ideal en contraposición a lo real. Comprender esto es de gran importancia en nuestra relación con la naturaleza.

Pues verán, cuando llevo a cabo un cierto período de transformación, digo que se realiza trabajo, se produce calor y a partir de este calor, se puede asegurar de nuevo el trabajo mediante la inversión de este proceso. Pero los procesos de lo orgánico no pueden invertirse inmediatamente. Más adelante mostraré hasta qué punto esta inversión se aplica a lo inorgánico en el ámbito del calor en particular. También hay grandes procesos inorgánicos que no son reversibles, como los procesos vegetales. No podemos imaginar una inversión del proceso que tiene lugar en la planta desde la formación de las raíces, pasando por la formación de las flores y los frutos. El proceso sigue su curso desde la semilla hasta el cuajado del fruto. No puede invertirse como un proceso inorgánico. Este hecho no entra en nuestros cálculos. Incluso cuando permanecemos en lo inorgánico, hay ciertos procesos macrocósmicos para los que nuestro cálculo no es válido. Supongamos que pudiéramos establecer una fórmula para el crecimiento de una planta. Sería muy complicado, pero supongamos que se dispone de tal fórmula. Ciertos términos de la misma nunca podrían hacerse negativos porque hacerlo sería estar en desacuerdo con la realidad. Ante los grandes fenómenos del mundo no puedo invertir la realidad. Esto no se aplica, sin embargo, al cálculo. Si hoy tengo un eclipse de luna puedo simplemente calcular cómo en tiempos pasados en la época de Tales, por ejemplo, hubo un eclipse de luna. Es decir, sólo en el cálculo puedo invertir el proceso, pero en realidad el proceso no es reversible. No podemos pasar del estado actual de la Tierra a estados anteriores, -a un eclipse de luna en la época de Tales, por ejemplo-, simplemente invirtiendo el proceso en el cálculo. Un cálculo puede hacerse hacia adelante o hacia atrás, pero normalmente la realidad no concuerda con el cálculo. Este último pasa por encima de la realidad. Hay que definir hasta qué punto nuestros conceptos y cálculos son sólo conceptuales en su contenido. A pesar de que son reversibles, no existen procesos reversibles en la realidad. Esto es importante, ya que veremos que toda la teoría del calor se construye sobre cuestiones del siguiente tipo: ¿En qué medida dentro de la naturaleza son reversibles los procesos de calor y en qué medida son irreversibles?

Traducido por J.Luelmo sept,2023

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919