LA CIENCIA OCULTA
Por Rudolf Steiner
capítulo III
EL SUEÑO Y LA MUERTE
No
se puede penetrar en la naturaleza de la "conciencia despierta"
sin estudiar el estado en el que vive el hombre durante el sueño; y
por lo tanto no se puede afrontar el enigma de la vida sin estudiar
la muerte.
En un hombre que no siente en absoluto el significado
del conocimiento suprasensible, puede, inicialmente surgir una cierta desconfianza
hacia él por su forma de considerar el sueño y la
muerte.
La ciencia oculta puede apreciar las razones de tal
desconfianza.
Porque no es inconcebible que alguien diga que el
hombre existe para la vida activa y productiva, que de dedicarse a
ella depende su propia utilidad, que hundirse en la meditación sobre
estados como el sueño y la muerte puede surgir sólo de una
inclinación al sueño ocioso, y no puede conducir más que a
fantasías vacías.
Por lo tanto, el rechazo de tales "fantasías"
puede considerarse fácilmente como una indicación de una mente
sana, y la indulgencia de los "sueños ociosos" como una
morbosidad, típica de las personas que carecen de la fuerza y la
alegría de vivir, y que son incapaces de una verdadera actividad
productiva.
Uno se equivocaría al descartar este juicio como
injusto.
Porque
tiene en sí misma una cierta parte de verdad, un cuarto de la
verdad; pero esto debe ser completado por los otros tres cuartos que
le faltan.
El que ve claramente este primer cuarto justo, y ni
siquiera sospecha la existencia de los otros tres, con razón se
volvería desconfiado si lo cuestionáramos.
En efecto, hay que
admitir incondicionalmente que el estudio de lo que se oculta bajo el
sueño y bajo la muerte es algo morboso, si conduce a un
debilitamiento, a un distanciamiento de la verdadera vida.
Y
también hay que admitir que lo que ha salido al mundo en el pasado
como una ciencia oculta, y lo que circula bajo ese nombre aún hoy,
tiene muchas veces una impronta malsana y hostil para la vida.
Pero del verdadero conocimiento suprasensible no surge nada insano.
Por
el contrario, la verdad es más bien ésta: así como el hombre no
siempre puede estar despierto, tampoco en las exigencias reales de la
vida, tomada en toda su extensión, puede prescindir de lo que le
ofrece el conocimiento suprasensible.
La vida continúa en el
sueño, y las fuerzas que durante la vigilia trabajan o crean, obtienen la fuerza y la renovación de lo que el sueño les proporciona.
Lo mismo
ocurre con lo que el hombre puede observar en el mundo
manifiesto.
Los límites del mundo son más amplios que el campo
de esta observación, y lo que el hombre reconoce en lo visible debe
ser completado y fecundado mediante lo que puede aprender sobre los
mundos invisibles.
El hombre que no renueva continuamente con el
sueño reparador, el vigor de las fuerzas agotadas, llega a destruir su propia vida; de modo similar, una consideración del mundo, que no
es fecundada por el reconocimiento de lo invisible, conduce a la
desolación.
De
manera similar sucede con la "muerte"... los seres vivos
sucumben a la muerte para que pueda surgir una nueva vida.
Es la
ciencia oculta la que arroja una luz clara sobre las bellas palabras
de Goethe: "La naturaleza inventó la muerte para tener mucha
vida".
Así como no podría haber vida, en el sentido ordinario,
sin la muerte, no puede haber un conocimiento real del mundo visible
sin que la mirada penetre en lo invisible.
Todo el conocimiento de
lo visible debe empaparse continuamente en lo invisible para poder
desarrollarse.
Es evidente, pues, que sólo la ciencia de lo
suprasensible hace posible la vida de la ciencia manifiesta; nunca
debilita la vida, si se presenta en su verdadera figura; al
contrario, la fortalece y la renueva y sana continuamente cuando,
dejada a sí misma, se ha vuelto débil y enferma.
Cuando el
hombre se duerme, cambia la conexión entre sus diferentes elementos constitutivos,
como se ha descrito anteriormente en este libro.
Lo que
yace en la cama del hombre dormido contiene el cuerpo físico y el
cuerpo etérico, pero no el cuerpo astral, ni el yo.
Precisamente
porque en el sueño el cuerpo etérico permanece conectado con el
cuerpo físico, las actividades vitales continúan; porque desde el
momento en que el cuerpo físico se dejase a su suerte, dejase de estar conectado con el cuerpo etérico, iría necesariamente en declive.
Lo que se extingue en el sueño son
las representaciones, el dolor y el placer, la alegría y la pena; es
la facultad de exteriorizar una voluntad consciente y facultades
similares de la existencia.
De todo esto el cuerpo astral es
el vehículo.
Por supuesto, para aquellos que juzgan
imparcialmente, sería absurdo considerar la idea, de que en el sueño
el cuerpo astral - con todo el placer y todo el dolor, con todo el
mundo del pensar y la voluntad - es aniquilado.
De hecho,
continúa existiendo, pero en otro estado.
Para
que el yo humano y el cuerpo astral no sólo se llenen de placer y
dolor y con lo que se ha mencionado anteriormente, sino también para
que tengan una percepción consciente de ello, es necesario que el
cuerpo astral esté unido al cuerpo físico y al cuerpo etérico.
En
la vigilia está, pero en el sueño no lo está; se ha retirado de
ellos.
Ha adoptado una forma de existencia diferente de la que
posee cuando se une al cuerpo físico y al cuerpo etérico, y es
tarea del conocimiento suprasensible considerar esta otra forma de
existencia del cuerpo astral.
Durante el sueño el cuerpo astral
desaparece para la observación en el mundo exterior; y es la ciencia
oculta la que debe seguir la vida que vive hasta que, al despertar,
recupera la posesión del cuerpo físico y del cuerpo etérico.
Como
en todos los casos en que se trata del conocimiento de las cosas y
procesos ocultos del mundo, así también es necesaria, para el descubrimiento de
los hechos reales del estado de sueño, en su verdadero aspecto, una observación suprasensible; pero lo que se puede
descubrir por este medio, una vez que se da a conocer, puede
ciertamente ser comprendido por una mente verdaderamente sin
prejuicios.
Porque los procesos del mundo oculto se revelan con
sus efectos en el mundo manifiesto.
Cuando se reconoce que los
resultados de la investigación suprasensible hacen comprensibles los
procesos visibles, en esta confirmación que proporciona la vida se
tienen todas las pruebas que es lícito exigir para tales
cosas.
Quienes no quieran utilizar los medios que indicaremos a
continuación para llegar a la observación arriba mencionada pueden
hacer la siguiente experiencia.
Puede comenzar admitiendo los
datos del conocimiento suprasensible como válidos y luego aplicarlos
a las cosas manifiestas en el campo de su experiencia.
Entonces
descubrirán que la vida se vuelve por este medio clara y
comprensible; y cuanto más se convenzan de ello, más exacta y
profundamente observarán la vida ordinaria.
Aunque
en el sueño el cuerpo astral no tenga representaciones, ni tampoco
sienta placer ni dolor, no permanece inactivo; al contrario,
justamente en el sueño despliega una intensa actividad.
Es una
actividad en la que siempre debe volver a entrar, a intervalos
rítmicos, después de haber estado activo en relación con los
cuerpos físico y etérico.
Así como un péndulo, después de
haber oscilado a la izquierda, y habiendo vuelto a su posición de
reposo, debe oscilar a la izquierda y a la derecha por efecto de la
fuerza acumulada durante la primera oscilación, de la misma manera
el cuerpo astral y el yo que contiene, después de haber realizado su
actividad en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico durante cierto
tiempo, debe, como resultado de esa actividad, realizar su acción
durante cierto tiempo en un ambiente anímico-espiritual fuera del
cuerpo.
En este estado extracorporal del cuerpo astral y del yo,
para el hombre ordinario existe un estado de inconsciencia,
precisamente porque éste representa el contraste con el estado de
conciencia ligado a la conexión con el cuerpo físico y el cuerpo
etérico; así como la oscilación a la derecha del péndulo
representa el contraste con la de la izquierda.
La necesidad de
caer en esta inconsciencia es sentida por la parte anímico-espiritual
del hombre como cansancio, cansancio que es la expresión del hecho
de que el cuerpo astral y el yo se preparan, durante el sueño, para
volver a disipar en la siguiente vigilia lo que, como resultado de
una actividad de formación puramente orgánica e inconsciente, ha
llegado a formarse en el cuerpo físico y en el etérico, mientras
están privados del elemento anímico-espiritual.
Esta actividad
de formación inconsciente está en contraste con lo que ocurre en el
ser humano durante y como efecto de la conciencia despierta; y estos
dos estados opuestos deben alternarse rítmicamente.
El
cuerpo físico sólo puede mantenerse en la forma y estructura
adecuadas para el hombre por medio del cuerpo etérico; pero esta
forma humana del cuerpo físico sólo puede mantenerse por medio de
un cuerpo etérico que a su vez reciba las fuerzas adecuadas del
cuerpo astral.
El cuerpo etérico es el constructor, el arquitecto
del cuerpo físico; pero sólo puede construir convenientemente si
recibe el impulso, sobre la forma en que debe construirlo, del cuerpo
astral.
En éste se encuentran los modelos según los cuales el
cuerpo etérico da forma al cuerpo físico.
Sin embargo, durante
la vigilia, el cuerpo astral no contiene estos modelos, o al menos
los contiene sólo hasta cierto punto.
Porque durante la vigilia
el alma pone sus propias imágenes en su lugar.
Cuando el hombre
vuelca sus sentidos hacia el mundo que le rodea, forma en su mente, a
través de la percepción, imágenes que retratan el mundo que le
rodea.
Tales imágenes consiguen perturbar esos modelos, que
estimulan el cuerpo etérico para la preservación del cuerpo
físico.
Únicamente cuando el hombre pudiera, por su propia
actividad, proporcionar a su cuerpo astral imágenes capaces de dar
el impulso adecuado al cuerpo etérico, sólo entonces dejaría de
producirse esa perturbación.
Sin embargo, en la existencia humana
tal perturbación desempeña un papel importante, y asegura que
durante la vigilia los modelos del cuerpo etérico no actúen con
toda su fuerza.
Durante la vigilia, el cuerpo astral trabaja en el
interior del cuerpo físico; durante el sueño trabaja en él desde
el exterior.1
Así
como el cuerpo físico necesita el mundo exterior, que es de su
propia naturaleza, por ejemplo, para la provisión de alimentos, algo
similar ocurre con el cuerpo astral.
Piénsese en un cuerpo humano
físico retirado del mundo que lo rodea, perecería.
Esto
demuestra que sin el entorno físico ese cuerpo sería imposible.
De
hecho, la Tierra entera debe ser tal como es, para que los cuerpos
humanos físicos puedan existir en ella.
En realidad, este cuerpo
humano íntimo no es sino una parte de la Tierra, de hecho, en un
sentido más amplio, del universo físico.
Desde este punto de
vista se puede comparar, por ejemplo, con el dedo de una mano
comparado con el cuerpo humano entero.
Si se separa el dedo de la
mano, ya no es un dedo, se pudre.
Lo mismo sucedería con el
cuerpo humano, si se separara del cuerpo del que es miembro, de las
condiciones de vida que le ofrece la Tierra.
Si fuera alejado un
número suficiente de kilómetros de la superficie de la Tierra,
moriría, como sucede con el dedo, cuando es amputado de la mano.
Si
el hombre no se da cuenta de esta relación entre su cuerpo físico y la
Tierra con la misma claridad con la que ve la relación entre un dedo
y un cuerpo, se debe simplemente a la circunstancia de que el dedo no
puede rodear el cuerpo como el hombre puede hacerlo en la Tierra, y
que por lo tanto en el primer caso la dependencia salta más a la
vista.
Ahora bien, así como el cuerpo físico es parte del mundo
físico, el cuerpo astral pertenece a su propio mundo.
La vida
despierta, sin embargo, lo arranca de su propio mundo.
Se puede
obtener una idea de lo que sucede con una analogía.
Imaginemos que
tenemos un jarrón de agua.
Una gota no es nada separada en sí
misma dentro de la masa entera del agua; pero tomemos una pequeña
esponja y absorbemos con ella una gota del total de la masa de
agua.
Algo similar le sucede al cuerpo astral humano al
despertar.
Durante el sueño está en un mundo de su propia
naturaleza; forma parte de él, en cierto modo.
En
el momento del despertar, el cuerpo físico y el cuerpo etérico lo
absorben y se impregnan de él.
Dado que éstos disponen de los
órganos adecuados, a través de ellos el cuerpo astral percibe el
mundo exterior.
Pero, para llegar a esa percepción, el cuerpo
astral tiene que desprenderse de su propio mundo, y sin embargo los
modelos que el cuerpo astral necesita para el cuerpo etérico, sólo
puede obtenerlos de su propio mundo.
Al igual que los alimentos
llegan al cuerpo físico desde el entorno físico, así durante el
sueño las imágenes del mundo astral que lo envuelve llegan al
cuerpo astral.
De hecho, vive en el universo fuera del cuerpo
físico y del cuerpo etérico; en el mismo universo del que procede
enteramente el hombre.
En este universo está la fuente de las
imágenes a través de las cuales el hombre obtiene su forma.
Él
está armoniosamente incorporado a ese universo.
Durante la
vigilia se aleja de esta amplia armonía para acceder a la percepción
externa; durante el sueño el cuerpo astral vuelve a la armonía
universal.
Al despertar trae tanta fuerza a sus cuerpos que por un
tiempo puede volver a prescindir de la armonía.
Durante el sueño
el cuerpo astral regresa a su tierra natal, y al despertar trae
consigo fuerzas renovadas a la vida.
La riqueza que el cuerpo
astral trae consigo al despertar se manifiesta en el exterior con el
efecto restaurador que produce un sueño saludable.
Procediendo en
la ciencia oculta, uno verá como la patria del cuerpo astral es más
grande que la que pertenece al cuerpo físico en el sentido estricto
del ambiente físico.
Porque mientras que el hombre como ser
físico es un miembro de la Tierra, su cuerpo astral pertenece a
mundos en los que otros cuerpos celestes también encuentran un lugar
al lado de la Tierra.
Entonces
entra durante el sueño -y esto, como ya se ha dicho, se verá mejor
más adelante- en un mundo del que forman parte otros mundos, más
allá de la Tierra.
Sería superfluo mencionar un malentendido que
podría surgir fácilmente en relación con estos hechos; pero en
nuestros días, cuando hay ciertas formas materialistas de ver las
cosas, no es del todo innecesario.
En los círculos en los que
dominan estas formas de ver, se puede considerar, por supuesto, que
el estudio de un fenómeno como el sueño es científico sólo cuando
se basa en elementos físicos.
Si los científicos aún no se
ponen de acuerdo sobre la causa física del sueño, una cosa sería
cierta: la necesidad de admitir ciertos procesos físicos subyacentes
al fenómeno.
Sin embargo, sería bueno reconocer que el
conocimiento mencionado anteriormente no está en absoluto en
contradicción con esta afirmación.
La ciencia admite todo lo que
se dice en este sentido, así como admite que para la construcción
física de una casa hay que colocar un ladrillo sobre otro, y que,
cuando la casa está terminada, su forma y estructura se explican por
leyes puramente mecánicas.
Pero para que la casa se levante, es
necesario el pensamiento del arquitecto.
Y este pensamiento no se
consigue porque simplemente se investiguen las leyes de la
física.
Así como detrás de las leyes físicas que hacen que la
casa sea explicable están los pensamientos de su constructor, del
mismo modo detrás de lo que la ciencia física presenta de forma
perfectamente correcta están los hechos a los que se refiere el
conocimiento suprasensible.
Por supuesto, esta similitud aparece a
menudo cuando se trata de justificar la existencia de una base
espiritual, del mundo, y puede parecer superficial.
Pero lo
importante en estos asuntos no es conocer ciertos conceptos, sino
darles la importancia adecuada en la evaluación de los hechos.
Puede
surgir un obstáculo en la abrumadora fuerza que las representaciones
contrarias ejercen sobre nuestro juicio, para impedir una adecuada
apreciación de los hechos.
El sueño constituye un estado
intermedio entre el sueño y la vigilia.
Lo que la experiencia del
sueño presenta a la observación sensible es un mundo de imágenes
múltiples, coloridas y entrecruzadas, que sin embargo oculta en sí
mismo un orden, una ley.
Este mundo parece evidenciar, como un
flujo y reflujo en una sucesión desordenada.
En los sueños, el
hombre está libre de las leyes de la conciencia despierta, que lo
encadenan a la percepción sensorial y a las normas de su
raciocinio.
Sin embargo, el sueño sigue leyes misteriosas que
atraen y fascinan la mente humana, y esta es la razón íntima por la
que ese vago juego de la fantasía, que es la base de toda emoción
artística, se compara voluntariamente con el "sueño".
Basta
con recordar algunos sueños característicos para confirmar esta
afirmación.
Un hombre sueña, por ejemplo, con defenderse de un
perro que se le lanza encima.
Se despierta y se encuentra en el
acto de rechazar inconscientemente de sí mismo parte de las sábanas,
que, al cubrir su cuerpo de una manera incómoda, le resultaban
opresivas.
¿De qué manera la vida onírica transforma aquí el
hecho perceptible para los sentidos?
Lo que los sentidos
percibirían en el estado de vigilia permanece completamente
inconsciente, pero el sueño conserva un elemento esencial del mismo,
es decir, el hecho de que el hombre desea rechazar algo de sí mismo,
y teje un proceso imaginativo alrededor de este hecho.
Las
imágenes como tales son ecos de la vida despierta.
Su forma de
constituirse no tiene nada de arbitraria.
Todos sienten que la
misma causa externa podría también evocar otras imágenes en el
sueño.
Pero
en el caso mencionado, expresan simbólicamente el sentimiento de que
el hombre debe rechazar algo de sí mismo.
El sueño crea
imágenes; es simbolista.
Y los procesos internos también pueden
ser transformados en tales símbolos de sueño.
Un hombre sueña
con oír el crepitar de un fuego a su lado; ve su llama en un
sueño.
Se despierta y se da cuenta de que está demasiado tapado
y caliente.
La sensación de calor excesivo se expresa
simbólicamente en esa imagen.
Se pueden vivir experiencias
dramáticas en un sueño como este.
Alguien sueña, por ejemplo,
con estar al borde de un precipicio, mientras un niño viene
corriendo hacia él.
El sueño les hace experimentar toda la
angustia de preocuparse de que el niño pueda ser descuidado y caer
en el abismo!
Lo ve caer y oye el sordo golpe de su cuerpo en las
profundidades.
Se despierta y se da cuenta de que un objeto se ha
desprendido de la pared y ha hecho un ruido sordo al caer.
La vida
de ensueño transforma un evento tan simple en una aventura que tiene
lugar en imágenes sin aliento.
No es necesario detenerse por
ahora a considerar cómo sucede, en este caso, que por el hecho de la
caída del objeto pesado se suceden una serie de procesos que parecen
tener lugar en un determinado espacio de tiempo: sólo hay que tener
en cuenta cómo el sueño transforma las percepciones del estado de
vigilia en imágenes.
Se puede ver, por lo tanto, que tan pronto
como los sentidos cesan su actividad, en el hombre se manifiesta una
facultad creadora.
Esta
es la misma fuerza creativa que existe incluso en el sueño sin
sueños, en el que representa un estado del alma opuesto al de la
vigilia.
Para que se produzca un sueño sin sueños, es necesario
que el cuerpo astral se retire del cuerpo etérico y del cuerpo
físico.
Durante el estado de sueño el cuerpo astral se separa
del cuerpo físico de tal manera que ya no tiene ninguna relación
con los órganos de los sentidos; sin embargo, mantiene cierta
relación con el cuerpo etérico.
La percepción de los procesos
del cuerpo astral en forma de imágenes deriva de esta unión con el
cuerpo etérico.
En el momento en que esta unión también cesa,
las imágenes se hunden en la oscuridad de la inconsciencia y se
llega a un sueño sin sueños.
El carácter arbitrario y a menudo
no concluyente de las imágenes de los sueños depende del hecho de
que el cuerpo astral, debido a su separación de los órganos
sensoriales del cuerpo físico, no puede relacionar correctamente
estas imágenes con los objetos y acontecimientos del entorno
exterior.
Particularmente concluyente a este respecto es la
observación de un sueño, en el que el yo se disocia en cierto modo:
por ejemplo, cuando uno sueña que es un escolar y no puede responder
a una pregunta del maestro, a la que, sin embargo, el propio maestro
responde inmediatamente después.
Quien sueña, al no poder
utilizar sus órganos físicos de percepción, no está en situación
de que ambos procedimientos se refieran a sí mismos como un solo y
mismo individuo.
Así, incluso para reconocerse a sí mismo como
un yo permanente, es necesario que el hombre esté provisto de
órganos externos de percepción.
Sólo cuando el hombre ha
adquirido la capacidad de ser consciente de su propio yo de otra
manera, que por medio de estos órganos de percepción, el yo
permanente se volvería perceptible para él incluso fuera de su
cuerpo físico.
La
conciencia clarividente debe proporcionar esta facultad, y los medios
para lograrla serán examinados en particular más adelante en este
libro.
La muerte en sí misma sólo ocurre a través de un cambio
en la relación de los miembros de la entidad humana.
Cuánto nos
revela la observación clarividente a este respecto, puede ser
confirmado por sus efectos en el mundo manifiesto; también en este
caso, por tanto, quien quiera juzgar desapasionadamente encontrará
las enseñanzas del conocimiento suprasensible confirmadas en la vida
exterior.
Pero, con respecto a estos hechos, la expresión de lo
invisible en lo visible es menos evidente, y uno se encuentra con
mayores dificultades para evaluar toda la importancia de lo que los
eventos de la vida exterior nos dicen en confirmación de las
comunicaciones que nos hace la ciencia oculta en este campo.
En
este caso, entonces, aún más que en muchos otros examinados en este
libro, uno puede ser llevado a creer que esto es pura ensoñación,
cuando uno se niega a reconocer que todo lo visible contiene un claro
indicio de lo invisible.
Mientras que en el sueño el cuerpo
astral se desprende sólo del cuerpo físico y del cuerpo etérico,
los cuales sin embargo permanecen unidos, en cambio con la muerte también se produce
el desprendimiento entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico.
El
cuerpo físico queda abandonado a sus propias fuerzas, y por lo tanto
se desintegra y se convierte en un cadáver.
El cuerpo etérico se
encuentra ahora, con la muerte, en una condición en la que nunca se
había encontrado durante el período entre el nacimiento y la muerte
- excepto en ciertas condiciones excepcionales que se mencionarán
más adelante. -
Se encuentra, es decir, unido ahora con su cuerpo
astral y desprovisto del cuerpo físico; pues el cuerpo etérico y el
astral no se separan inmediatamente después de la muerte.
Se
mantienen unidos por una fuerza cuya necesidad es fácil de
comprender, ya que sin ella el cuerpo etérico no podría separarse
en absoluto del cuerpo físico; permanecería conectado a éste, como
sucede en el sueño, durante el cual el cuerpo astral es incapaz de
separar uno del otro los dos elementos de la entidad humana.
Esta
fuerza entra en acción con la muerte; libera el cuerpo etérico del
cuerpo físico, de modo que el primero ahora permanece unido al
cuerpo astral.
La observación clarividente muestra que esta unión
después de la muerte es diferente en varios hombres.
La duración
se mide en días.
La duración de este tiempo sólo se menciona
aquí brevemente, a título informativo.
Más tarde, el cuerpo
astral también se desprende del cuerpo etérico, y continúa su
camino sin él.
Durante el tiempo que permanecen unidos los dos cuerpos, el hombre se
encuentra en una condición que le permite darse cuenta de las
experiencias del cuerpo astral.
Mientras existe un cuerpo físico,
el cuerpo astral, tan pronto como se desprende en el sueño, debe
comenzar su trabajo desde el exterior para vigorizar los órganos
cansados por el uso.
Cuando el cuerpo físico se ha desprendido,
este trabajo cesa.
Sin embargo, la fuerza, que era usada de esa
manera durante el sueño, sigue existiendo después de la muerte y
ahora puede ser usada para otros propósitos.
De hecho, sirve para
hacer perceptibles las experiencias del cuerpo astral.
Quien
observa sólo el lado exterior de la vida puede objetar que todas
estas afirmaciones pueden ser convincentes para quienes están
dotados de percepción suprasensorial, pero para todos los demás no
parece haber ninguna posibilidad de acceso a su verdad.
Sin
embargo, ese no es el caso.
Todo
lo que que el conocimiento suprasensible pueda observar en este campo,
que está fuera de la investigación común, una vez encontrado puede
ser captado por la inteligencia normal del hombre.
Sólo es
necesario que la capacidad de juicio del hombre se aplique
correctamente a las relaciones entre los fenómenos de la vida, tal
como se encuentran en el mundo manifiesto.
El pensar, el sentir y
el querer, (la voluntad), están en tal relación entre sí y con las experiencias
que el hombre tiene en el mundo exterior, que puede volverse
completamente incomprensible, si su actividad manifiesta no es
considerada como una expresión de una actividad no manifiesta.
Esta
actividad manifiesta se ilumina para el juicio humano, únicamente cuando se
considera en su desarrollo dentro de la vida física del hombre, como
resultado de lo que el conocimiento suprasensible determina en la
esfera no física.
Sin el conocimiento suprasensible uno se
encuentra en una cámara oscura frente a esta actividad: así como
los objetos físicos del entorno sólo pueden ser vistos a la luz,
así también los eventos de la vida anímica humana se hacen
comprensibles sólo por medio de la conciencia suprasensible.
Durante
el período de la unión del hombre con su cuerpo físico, el mundo
exterior se manifiesta a la conciencia a través de imágenes;
después de la separación de este cuerpo, se hace perceptible lo que
experimenta el cuerpo astral, aunque no esté conectado con el mundo
exterior por ningún órgano sensorial.
En cambio, no tiene
experiencias nuevas; su unión con el cuerpo etérico le impide
experimentar nada nuevo.
Pero posee la memoria de la vida
pasada.
La presencia del cuerpo etérico hace que la vida pasada
aparezca como un cuadro vívido y completo.
Esta es la primera
experiencia del hombre después de la muerte; ve desplegarse ante él su vida desde el
nacimiento hasta la muerte en una serie de
imágenes.
Durante
esta vida, los recuerdos sólo existen durante el estado de vigilia,
cuando el hombre está unido a su cuerpo físico y sólo durante el
tiempo que este cuerpo lo permita; por el contrario, el alma no
pierde nada de lo que le ha producido una impresión durante la
vida.
Si el cuerpo físico fuera un instrumento perfecto, debería
ser posible en cada momento de la vida evocar en el alma todo el
pasado; con la muerte el impedimento cesa.
Mientras exista el
cuerpo etérico, la memoria permanece en cierto modo completa; luego
desaparece poco a poco, en la medida en que el cuerpo etérico pierde
la forma que poseía durante su permanencia en el cuerpo físico, y
que se asemeja a este último; ésta es también la razón por la que
el cuerpo astral se separa del etérico después de un cierto
período, limitado por el tiempo que dura en el cuerpo etérico la
forma similar a la del cuerpo físico.
En el período de vida
entre el nacimiento y la muerte, la separación del cuerpo etérico
se produce sólo en casos excepcionales y por un breve período de
tiempo.
Si, por ejemplo, se ejerce una fuerte presión sobre un
miembro humano, una parte del cuerpo etérico puede desprenderse del
cuerpo físico.
Entonces decimos que este miembro se ha "dormido",
y la sensación particular que recibimos de él depende de la
separación del cuerpo etérico. (Por supuesto, una interpretación
materialista puede también negar en este caso lo invisible que se
manifiesta en lo visible, alegando que todo esto proviene de una
perturbación física resultante de la presión).
La observación
suprasensible ve en este caso que una parte del cuerpo etérico sale
del miembro físico.
Si entonces un hombre es sacudido por un
fuerte susto, o algo similar, tal separación del cuerpo etérico del
físico puede ocurrir por un tiempo muy corto, en una gran parte del
cuerpo.
Este es el caso cuando, por cualquier razón, un hombre se
enfrenta a la muerte, cuando, por ejemplo, está a punto de ahogarse,
o durante una ascensión en las montañas, corre el riesgo de caer.
Lo
que cuentan las personas que han pasado por tales experiencias se
acerca mucho a la verdad y puede ser confirmado por la observación
suprasensible.
Afirman que en esos momentos toda su vida se
desplegó ante su alma como en un inmenso cuadro recordativo.
Entre
los muchos ejemplos que podrían darse, escogeremos sólo uno, porque
se refiere a una persona a la que, por su actitud mental, todo lo que
digamos a este respecto debe parecer una ensoñación vacía.
De
hecho, es particularmente útil para aquellos que desean avanzar
algunos pasos en la ciencia oculta, conocer las afirmaciones de
aquellos que consideran esta ciencia como mera ensoñación.
Estas
afirmaciones no pueden atribuirse tan fácilmente a la parcialidad
del observador.
Los ocultistas tendrán que aprender mucho de
aquellos que consideran que su ciencia es una locura, y no tendrán
que tomarla a mal si no son correspondidos con igual
consideración.
La observación oculta no necesita ciertamente
esta confirmación de sus propios hallazgos, ni tampoco deben
considerarse estas insinuaciones como pruebas, sino como
ilustraciones.
Maurizio Benedict, el ilustre antropólogo
criminalista y eminente estudioso de muchas otras ramas de las
ciencias naturales, cuenta en "Recuerdos de su vida" una de
sus experiencias, es decir, que una vez, estando a punto de ahogarse,
mientras estaba en el baño, vio cómo toda su vida pasada se le
presentaba como un único cuadro.
Si otras personas describen
estas imágenes vistas en circunstancias similares de una manera
diferente, y si las describen de una manera que no tiene nada que ver
con los acontecimientos de su vida pasada, esto no contradice lo que
hemos dicho, porque las imágenes, que se presentan en esa condición
enteramente anormal de separación del cuerpo físico, son a veces, a
primera vista, poco claras en su relación con la vida.
Pero
si se las mira de manera correcta, siempre se encontrará la
relación.
Tampoco constituye una objeción el hecho de que
alguien, por ejemplo, aunque estuviera a punto de ahogarse, no pasara
por la experiencia que ahora se describe.
Hay que tener en cuenta
que esto sólo ocurre cuando el cuerpo etérico se desprende
realmente del cuerpo físico, pero permanece unido al cuerpo
astral.
Si, debido al miedo, se produce también un
desprendimiento parcial entre los cuerpos etérico y astral, la
experiencia ya no tiene lugar, porque se produce una inconsciencia
completa, como en el sueño sin sueños.
Inmediatamente después
de la muerte, los eventos del pasado aparecen resumidos como en un
cuadro recordativo.
Después de haberse separado del cuerpo
etérico, el cuerpo astral continúa su viaje solo.
No es difícil
comprender que en el cuerpo astral permanece todo lo que, como
resultado de su propia actividad, ha adquirido durante su permanencia
en el cuerpo físico.
El yo ha elaborado hasta cierto punto el Yo
Espiritual, el Espíritu Vital y el Hombre-Espíritu, los cuales, por
el desarrollo que han alcanzado, no deben su existencia a los
diversos órganos de los diferentes cuerpos, sino al yo.
Y este yo
es ese ser, que no necesita de órganos externos para percibir, ni
para mantener la posesión de lo que ha unificado dentro de sí
mismo.
Se podría objetar: "¿Cómo es que, durante el sueño,
uno no tiene percepción de este Ser Espiritual, del Espíritu Vital,
del Hombre-Espíritu desarrollado? - Precisamente porque, entre el nacimiento y la
muerte, el yo está encadenado al cuerpo físico.
Aunque durante
el sueño se encuentra junto con el cuerpo astral, fuera del cuerpo
físico, sin embargo permanece estrechamente conectado con este
cuerpo físico, porque la actividad de su cuerpo astral está
dirigida al cuerpo físico. Pero si se las mira de manera correcta,
siempre se encontrará la relación.
Tampoco constituye una
objeción el hecho de que alguien, por ejemplo, aunque estuviera a
punto de ahogarse, no pasara por la experiencia que ahora se
describe.
Hay que tener en cuenta que esto sólo ocurre cuando el
cuerpo etérico se desprende realmente del cuerpo físico, pero
permanece unido al cuerpo astral.
Si, debido al miedo, se produce
también un desprendimiento parcial entre los cuerpos etérico y
astral, la experiencia ya no tiene lugar, porque se produce una
inconsciencia completa, como en el sueño sin sueños.
Inmediatamente
después de la muerte, los eventos del pasado aparecen resumidos como
en un cuadro recordativo.
Debido
a este hecho, el yo, con su percepción, se encuentra relegado al
mundo sensible, y no puede acoger las revelaciones espirituales en su
forma directa.
Sólo con la muerte estas revelaciones pueden ser
accesibles al yo, porque mediante la muerte, el yo se libera de su
unión con el cuerpo físico y el cuerpo etérico. En el instante en
que el alma es sacada del mundo físico, que vincula su actividad
durante la vida, otro mundo se ilumina para ella.
Sin embargo, hay
razones por las que incluso en este momento el hombre no deja de
tener relación con el mundo exterior de los sentidos.
De hecho,
hay ciertos apetitos que mantienen activa la relación; apetitos que
el hombre mismo crea en sí mismo a través de la adquisición de la
conciencia de su yo, como cuarto principio constitutivo de su
ser.
Esos deseos, esos apetitos, que se derivan de la esencia de
los tres cuerpos inferiores, sólo pueden actuar en el mundo
exterior, y su acción cesa cuando esos cuerpos son depuestos
El
hambre es causada por el cuerpo externo y ya no se siente cuando ya
no está unido al yo.
Si el yo, por lo tanto, sólo tuviera los
deseos inherentes a su esencia espiritual, podría, después de la
muerte, encontrar plena satisfacción en el mundo espiritual al que
se transfiere.
Pero la vida terrenal le ha dado otros deseos,
inflamando en él la tendencia a los placeres que sólo pueden ser
satisfechos por medio de los órganos físicos, aunque no provengan
de la naturaleza misma de esos órganos.
No sólo los tres cuerpos
exigen su satisfacción del mundo físico, sino que el yo también
encuentra placeres en ese mundo para los cuales no hay medios
adecuados en el mundo espiritual.
El yo tiene dos tipos de deseos
durante la vida.
Aquellos
que provienen de los cuerpos y deben ser satisfechos dentro de su
ámbito, pero que cesarán en el momento de su desintegración; y
aquellos que provienen de la naturaleza espiritual del Yo.
Mientras
el yo habite en los cuerpos, esos deseos también se satisfacen
mediante los órganos corporales.
Puesto que la espiritualidad
oculta actúa en las manifestaciones de los órganos corporales, y
los sentidos asimilan algo espiritual con todo lo que perciben, este
elemento espiritual, aunque de otra forma, subsiste después de la
muerte, y toda esa espiritualidad que el yo ha anhelado en el mundo
de los sentidos permanece con él incluso cuando los sentidos ya no
existen.
Ahora bien, si no añadimos una tercera clase de deseos a
los dos ya mencionados, la muerte no sería más que un pasar de los
deseos, que pueden ser satisfechos mediante los sentidos, a los
deseos que encuentran su satisfacción en las revelaciones del mundo
espiritual.
Esta tercera clase de deseos son aquellos que el Yo ha
creado en sí mismo durante su vida en el mundo físico, porque
encuentra placer en ello, incluso cuando no le revela nada
espiritual.
Los placeres más humildes pueden ser manifestaciones
del espíritu.
El placer, que un hombre hambriento experimenta
mientras come, es una manifestación del espíritu, ya que al
alimentarse se crea esa condición de las cosas, sin la cual, en
cierto sentido, la naturaleza espiritual no podría
desarrollarse.
Pero el yo puede excederse en el placer, que en
este caso representa la satisfacción de una necesidad.
Puede
desear comida sabrosa, sin importar el beneficio para el espíritu de
la alimentación.
Lo mismo se dice de otras cosas del mundo
físico.
Así que los deseos se crean de tal manera que nunca se
habrían manifestado en el mundo de los sentidos si el yo humano no
se hubiera incorporado a él.
Ni
tales deseos provienen de la naturaleza espiritual del yo.
El yo
debe tener deseos de los sentidos mientras viva en el cuerpo, también
por su naturaleza espiritual, porque el espíritu se manifiesta en
las cosas materiales, y es precisamente del espíritu del que goza el
Yo cuando se abandona a ese elemento del mundo sensible a través del
cual brilla la luz del Espíritu.
En el gozo de esta luz se
seguirá encontrando incluso cuando los sentidos ya no sean el medio
de irradiación espiritual.
Pero el mundo espiritual ya no
satisface esos deseos, en los que el espíritu ya no palpita dentro
del mundo sensible.
Con la muerte cesa la posibilidad de
satisfacer tales deseos.
El placer de comer alimentos sabrosos
puede existir, porque hay órganos físicos para degustarlos -el
paladar, la lengua, etc.- que el hombre después de
abandonar el cuerpo físico ya no posee; si el yo todavía demanda estos
placeres, tendrán que quedar insatisfechos.
Si un goce físico
se ajusta al espíritu, sólo dura mientras duren los órganos
físicos, pero si el yo lo ha creado sin ponerlo al servicio del
espíritu, permanece en él después de la muerte como un deseo, que
en vano busca satisfacción.
Nos hacemos una idea de cómo es en
tales condiciones, representando a un hombre que sufre de sed
ardiente en una región donde por mucho tiempo no es posible
encontrar una salpicadura de agua.
Esto es lo que le sucede al Yo
después de la muerte, porque alimenta en su interior deseos aún no
extinguidos por los placeres del mundo exterior, y ya no posee los
órganos para satisfacerlos.
Por supuesto, esa sed ardiente,
comparada con el estado del Yo después de la muerte, debemos
imaginarla intensificada y representarla extendida a todos los
diferentes deseos que aún existen y para los cuales no hay
posibilidad de satisfacción.
El Yo se encuentra entonces en la
condición de tener que liberarse de su vínculo de atracción con el
mundo exterior.
El
yo debe realizar en sí mismo en este sentido una purificación, una
liberación.
Todos los deseos que ha creado durante la permanencia
en el cuerpo, y que no tienen derecho a la ciudadanía en el mundo -
espiritual - deben ser expulsados de él.
Así como un objeto
arrojado al fuego se inflama y arde, así el mundo de los deseos
ahora descrito se disuelve y se destruye después de la muerte.
Uno
se enfrenta entonces a ese mundo, que la ciencia oculta designa como
el "mundo del fuego espiritual destructor".
Este fuego
devora aquellos deseos de los sentidos, en los que éstos no son una
expresión del espíritu.
Las descripciones que el conocimiento
suprasensible da a este respecto pueden parecer terribles y
desalentadoras.
En efecto, puede parecer espantoso que una
esperanza, cuya realización requiere órganos sensoriales, se
convierta después de la muerte en desesperación; y que un deseo que
sólo puede cumplirse en el mundo físico se convierta en una
privación torturadora.
Uno puede sostener este punto de vista
sólo hasta que se da cuenta de que todos los deseos y aspiraciones
no representan, en el verdadero sentido, fuerzas beneficiosas para la
vida, sino fuerzas destructivas.
Por medio de estas fuerzas el yo
se vincula al mundo de los sentidos mucho más de lo necesario para
lograr el objetivo correcto de extraer de este mundo todo lo que
puede serle útil.
El mundo de los sentidos es la manifestación
del mundo espiritual que hay detrás de él.
El yo nunca podría
disfrutar de la espiritualidad, en la forma característica en la que
puede manifestarse sólo a través de los sentidos corporales, si no
quisiera usarlos para disfrutar de todo lo que es espiritual en los
sentidos.
Sin
embargo, el yo se priva de la verdadera realidad espiritual del
mundo, en la medida en que en el mundo sensible tiende a los deseos
de los que el espíritu está ausente.
Mientras que el placer
sensorial, como expresión del espíritu, significa elevación,
evolución del Yo, en cambio ese placer que no es una expresión del
espíritu, significa decadencia y empobrecimiento.
Si un deseo de
esta naturaleza se satisface en el mundo sensible, su efecto nocivo
sobre el Yo permanece sin embargo; sólo que, antes de la muerte, no
es perceptible para el Yo.
En la vida, por lo tanto, la
satisfacción de tales deseos puede crear nuevos deseos similares, y
el hombre no se da cuenta en absoluto de que desde sí mismo se está
envolviendo en un "fuego devorador".
Después de la
muerte, lo que ya le envolvía durante su vida se hace visible, y al
hacerse visible se revela al mismo tiempo en sus consecuencias
efectivas y beneficiosas.
Quien ama verdaderamente a otra persona
no sólo se siente atraído por esa parte de él, que es perceptible
para los sentidos físicos, y que es la única, se puede decir, que
con la muerte se sustrae a la percepción.
Esa parte del ser
amado, por otra parte, para cuya percepción los sentidos físicos
eran sólo un medio, es precisamente la parte que ahora se hace
perceptible.
De hecho, el único obstáculo a esta visibilidad
sería la presencia de deseos, que sólo pueden ser satisfechos a
través de los órganos físicos.
Hasta que estos deseos no se
extingan, no se puede tener la percepción consciente de un ser
querido después de la muerte.
Observando las cosas desde este
punto de vista, las experiencias que siguen a la muerte, como el
conocimiento suprasensible debe describirla, pierden el carácter de
miedo y desolación y se transforman en algo profundamente
confortable y satisfactorio.
Las experiencias inmediatas después
de la muerte difieren de las de la vida actual también bajo otro
aspecto.
Durante
el período de purificación, el hombre recorre a la inversa el
camino de su vida.
Revive todas las experiencias que ha vivido
desde su nacimiento; empezando por los acontecimientos que
precedieron inmediatamente a la muerte, vuelve a vivir toda su vida
al revés, hasta su infancia.
Y entonces lo que no emanó de la
naturaleza espiritual del Yo durante la vida se presenta a sus ojos
espiritualmente.
Pero ahora lo experimenta en la dirección
opuesta.
Un hombre, por ejemplo, que murió a la edad de sesenta
años, y que los cuarenta años de edad, en un ataque de ira, causó a alguien cualquier daño, ya sea físico o moral, revivirá
esta misma experiencia cuando, en su viaje de regreso después de la
muerte, haya llegado al tiempo de sus cuarenta años.
Sin
embargo, no sentirá el placer que le causó el estallido de su ira,
sino el dolor que le infligió al otro.
Sin embargo, de lo que
hemos dicho, también resulta que de dicho acto, el yo puede percibir
como dolor después de la muerte sólo lo que es causado por su
deseo, que se origina sólo en el mundo físico externo.
Y en
efecto, el Yo no sólo perjudica a los demás al satisfacer tales
deseos, sino que también se perjudica a sí mismo, aunque no se dé
cuenta de ello mientras dure la vida.
Sin embargo, después de la
muerte, este mundo dañino de deseo se hace completamente visible
para el Yo, que se siente atraído por cada ser u objeto que ha
encendido su deseo, para que en el "fuego destructivo" se
consuma igual que nació.
Cuando el hombre, en esa retrospección sobre su
vida, llega al momento del nacimiento, sólo entonces todos los
deseos han pasado por el fuego purificador, y nada le impide
dedicarse completamente al mundo espiritual.
Pasa a una nueva
etapa de la existencia.
Así como en la muerte ha abandonado el
cuerpo físico, y poco después abandona el cuerpo etérico, así
ahora esa parte del cuerpo astral, que sólo puede vivir en la
conciencia del mundo físico exterior, se desintegra.
Según
el conocimiento suprasensible, por lo tanto, hay tres cadáveres: el
físico, el etérico y el astral.
El momento en el que este último
es abandonado por el hombre marca el final del período de
purificación, que consiste en aproximadamente un tercio del tiempo
que el hombre pasa en la Tierra entre el nacimiento y la muerte.
Sólo
más tarde, cuando examinemos el curso de la vida humana sobre la
base de la ciencia oculta podremos entender claramente la razón de
este hecho.
Para la observación suprasensible, los cadáveres
astrales abandonados por los hombres son continuamente visibles en el
ambiente que rodea al hombre, pasando de un estado de purificación a
una existencia superior, de la misma manera que los cadáveres
físicos son visibles en nuestro mundo.
Después de la
purificación, un nuevo estado de conciencia comienza para el
yo.
Mientras que antes de la muerte las percepciones externas
tenían que fluir hacia él, para que la luz de la conciencia pudiera
iluminarlas, ahora es desde el interior de ese mundo del que surge un
mundo que llega a la conciencia.
El Yo vive en dicho mundo incluso
en el período entre el nacimiento y la muerte, pero se presenta
revestido con las manifestaciones de los sentidos.
Sólo cuando el
Yo, libre de percepciones sensoriales, se percibe a sí mismo en su
interioridad más sagrada, se le revela en su verdadera forma lo que
antes le aparecía sólo a través del velo de los sentidos.
Así
como la percepción del yo tiene lugar antes de la muerte en la
interioridad, así desde la interioridad el mundo espiritual se le
manifiesta en su plenitud después de la muerte y la purificación.
Tal
revelación se produce de hecho inmediatamente después del abandono
del cuerpo etérico; pero los deseos que están volcados al mundo exterior
forman una nube oscura que oscurece su visión.
Es como si un
mundo feliz de experiencias espirituales estuviera entremezclado de
negras sombras demoníacas, que surgen de esos mismos deseos que se
consumen en el "fuego purificador".
En efecto, esos
deseos no son simplemente sombras, sino entidades reales; esto es
evidente cuando el yo, habiéndose liberado de los órganos físicos,
puede percibir lo que es de naturaleza espiritual.
Estos seres
aparecen como falsificaciones y caricaturas de aquello de lo que el
hombre una vez fue consciente a través de los sentidos.
La
observación suprasensible ve el entorno del fuego purificador
poblado por seres, cuya vista puede resultar horrorosa y dolorosa
para el ojo espiritual; seres para los que el placer parece consistir
en la destrucción, y cuyas pasiones son un mal tan grande que el del
mundo físico es una nada en comparación.
Los deseos del tipo
descrito anteriormente, que el hombre trae a ese mundo, son
considerados por esos seres como un alimento, a través del cual su
poder adquiere siempre nueva fuerza y vigor.
La descripción de
tal mundo, invisible a los sentidos, parecerá menos improbable si
observamos una parte del mundo animal sin prejuicios.
¿Qué
representa un lobo feroz desde el punto de vista espiritual?
¿Qué
se revela a través de lo que los sentidos perciben al
observarlo?
Nada más que un alma que vive en la lujuria y cuya
actividad está determinada por ellos.
La forma externa del lobo
puede ser llamada la encarnación de estas ansias.
Y
si el hombre no tuviera órganos para percibir esta forma, tendría
que admitir, sin embargo, la existencia de tal ser, cuando las ansias
por él se manifiestan invisiblemente sólo en sus efectos, y una
fuerza invisible deambularía a su alrededor, produciendo todo lo que
el lobo visible produce.
Ahora bien, los seres del fuego
purificador existen, pero para la conciencia suprasensible y no para
la conciencia sensible; pero su acción es evidente y consiste en la
destrucción del Yo, si éste les da alimento.
Y esta acción se
hace claramente visible, cuando un placer consentido llega al exceso
y al libertinaje.
Porque lo que es perceptible para los sentidos
debe atraer al Yo únicamente, por cuanto el placer se origina en su
propia naturaleza.
El animal sólo busca las cosas externas que
sus tres cuerpos desean.
El hombre tiene placeres más elevados,
pues a sus tres elementos corporales se ha añadido un cuarto: el
yo.
Pero cuando el Yo busca la satisfacción no para la
conservación y el desarrollo de su naturaleza, sino para su
destrucción, esta tendencia no puede provenir de la acción de sus
tres cuerpos, ni de su propia naturaleza, sino sólo de aquella
entidad, cuya forma real permanece oculta a los sentidos, pero que
puede, de hecho, acercarse ocultamente a la naturaleza superior del
Yo, y excitar en él deseos, no dependientes de los sentidos, pero
que sólo pueden ser satisfechos por los órganos sensoriales.
Hay
seres que se alimentan de las pasiones y deseos de peor naturaleza
que los de los animales, porque no tienen lugar en el campo de los
sentidos, sino que se adhieren al elemento espiritual, bajándolo al
nivel de ellos.
Las formas de estos seres parecen, por lo tanto,
horribles al ojo espiritual, más espantosas que las formas de los
animales más feroces, en las que sólo se encarnan las pasiones
arraigadas en los sentidos; y las fuerzas destructivas de estos seres
superan con creces cualquier violencia perceptible del mundo animal.
Por
lo tanto, el conocimiento suprasensible se ve obligado a dirigir la
mirada de los hombres hacia un mundo de entidades en muchos
aspectos´, inferiores al mundo visible de los animales
destructivos.
Cuando el hombre, después de la muerte, ha pasado
por el mundo descrito anteriormente, se enfrenta a un mundo lleno de
espiritualidad y que crea en él sólo deseos de satisfacción a
través de lo espiritual.
Pero también aquí el hombre distingue
lo que pertenece a su propio yo de lo que constituye el entorno del
yo, y que también se podría llamar su mundo exterior
espiritual.
Pero lo que experimenta de este ambiente fluye hacia
él, de igual manera que la percepción de su propio yo fluía hacia
él durante su estancia en el cuerpo.
Así, mientras que lo que
rodea al hombre entre el nacimiento y la muerte le habla a través de
los órganos de su cuerpo, el lenguaje de su nuevo entorno penetra
directamente en el "santuario íntimo" del Yo, cuando éste
se ha liberado de todos sus cuerpos.
El ambiente íntimo que rodea
al hombre está ahora lleno de entidades de la misma naturaleza de su
Yo, ya que sólo un Yo puede entrar en relación con otro Yo.
Así
como durante la vida el hombre está rodeado de minerales, plantas y
animales, que conforman el mundo de los sentidos, así después de la
muerte está rodeado de un mundo formado por entidades de naturaleza
espiritual.
Pero el hombre lleva consigo a este mundo algo que no
forma parte de ese entorno: es decir, aquello que ha experimentado en
el mundo de los sentidos.
Al principio, inmediatamente después de
la muerte, cuando el cuerpo etérico todavía estaba unido al Yo, el
complejo de estas experiencias se manifestó en un panorama
recordativo general.
Más tarde, el propio cuerpo etérico fue
depuesto, pero de ese panorama recordatorio quedó algo en posesión
del Yo como propiedad permanente suya.
Como
si de todos los eventos, de todas las experiencias que el hombre pasó
entre el nacimiento y la muerte, se obtuviera un extracto, una
esencia, así se presenta ahora lo que queda del Yo.
Es el
producto espiritual de la vida, el fruto de la vida.
Este producto
es de naturaleza espiritual.
Contiene todo lo espiritual que se
manifiesta a través de los sentidos; pero no podría haberse
constituido sin la vida en el mundo sensorial.
El Yo, después de
la muerte, siente que este fruto espiritual del mundo sensorial es su
propio mundo, es su mundo interior, y con él penetra en el mundo
formado por entidades, que se manifiestan como sólo un yo puede
manifestarse en su interioridad más íntima.
Así como la semilla
de una planta, que es la esencia de la propia planta, se desarrolla
sólo cuando está enterrada en otro mundo, es decir, en la tierra,
así lo que el Yo lleva consigo desde el mundo de los sentidos se
desarrolla ahora como una semilla, bajo la acción del entorno
espiritual que ahora lo ha acogido.
La ciencia oculta ciertamente
sólo puede dar imágenes cuando tiene que describir lo que sucede en
este "mundo del espíritu"; pero estas imágenes pueden ser
tales que se presentan a la conciencia suprasensible como una
realidad absoluta, cuando persigue los eventos en cuestión,
invisible para el ojo físico.
Lo que hay que describir puede
hacerse evidente mediante comparaciones con el mundo sensorial,
porque, aunque no es en absoluto de naturaleza espiritual, se
asemeja, en ciertos aspectos, al mundo físico.
Así como, por
ejemplo, en este mundo aparece un color cuando tal o cual objeto
incide en el ojo, así se presenta al Yo en el "mundo del espíritu un color", cuando una entidad ejerce una acción sobre él;
pero este color se produce de la misma manera que durante la vida
entre el nacimiento y la muerte, sólo la percepción del Yo puede
ser determinada interiormente.
No
es como si la luz penetrara desde el exterior hacia el hombre, sino
como si otro ser actuara directamente sobre el yo y lo incitara a
representarse a sí mismo en la forma de una imagen coloreada.
De
este modo, todos los seres del entorno espiritual del yo encuentran
su expresión en un mundo que irradia colores.
Dado que estos
colores del mundo espiritual tienen un origen diferente, también
tienen, por supuesto, un carácter un tanto diferente al de los
colores físicos.
Lo mismo debe decirse de otras impresiones que
el hombre recibe en el mundo sensorial.
Las impresiones más
similares a las del mundo físico se dan por los sonidos del mundo
espiritual.
Y cuanto más familiarizado está el hombre con este
mundo, más se le manifiesta como una vida animada en sí misma, que
puede ser comparada con los sonidos de la realidad sensorial y su
armonía.
Pero él no oye el sonido como algo que golpea un órgano
desde el exterior, sino como una fuerza, que fluye hacia el mundo a
través de su yo.
Él oye el sonido, tal como oye en el mundo
físico su propia palabra, su propia canción, con la diferencia de
que ahora, en el mundo espiritual, sabe que los sonidos que emanan de
él son al mismo tiempo una manifestación de otras entidades, que
fluyen en el mundo a través de él.
Un grado aún mayor de
manifestación ocurre en el "mundo de los espíritus",
cuando el sonido se convierte en "palabra espiritual".
Entonces,
a través del yo fluye no sólo la vida pulsante de otro ser
espiritual, sino que ese ser en sí mismo hace que el yo participe en
su propia interioridad.
Y cuando la palabra espiritual irradia
hacia el Yo, dos seres viven en realidad uno en el otro, sin esa
barrera de separación, que debe existir siempre en toda unión del
mundo físico.
Y verdaderamente, después de la muerte, esta es la
naturaleza de la unión del Yo con otros seres espirituales.
En
el mundo espiritual hay tres regiones, que pueden ser comparadas con
tres partes del mundo físico de los sentidos.
La primera región
es, hasta cierto punto, el "continente" del mundo
espiritual; la segunda, la región del mar y los ríos, y la tercera,
la región atmosférica.
Lo que adopta una forma física en la
Tierra, de manera que puede ser percibido por medio de órganos
físicos, se percibe, en su esencia espiritual, en la primera región
del "mundo espiritual".
En ella, por ejemplo, se puede
ver la fuerza que da forma a la forma de un cristal.
Pero se
manifiesta todo lo contrario de lo que parece a la visión
sensorial.
El espacio, que en el mundo de los sentidos está lleno
por la masa del cristal, se presenta a la mirada espiritual como un
espacio vacío; pero a su alrededor se puede ver la fuerza que
elabora la forma de la piedra.
El color que tiene una piedra en el
mundo físico se manifiesta en el mundo espiritual como la
experiencia de su color complementario; así, una piedra roja en el mundo espiritual nos parece verde; una piedra verde nos parece
roja, y así sucesivamente.
Las otras propiedades también
aparecen en sus opuestos.
Tal como las piedras, masas de tierra y
similares constituyen el "continente", la "región
continental" del mundo físico, así las formaciones que hemos
descrito constituyen el "continente" del mundo
espiritual.
Todo lo que el mundo de los sentidos contiene en sí
mismo como vida, constituye la "región del mar" del mundo
espiritual.
Para el ojo físico, la vida se manifiesta en sus
manifestaciones, es decir, en plantas, animales y personas.
Para
el ojo espiritual, la vida es una esencia fluida, similar al mar y
los ríos, que impregna la región espiritual.
La comparación más
exacta es con la circulación de la sangre en el cuerpo, porque,
mientras que los mares y ríos del mundo físico nos parecen
distribuidos irregularmente, una cierta regularidad reina en la
distribución de la vida fluida del mundo espiritual, semejante a la
circulación de la sangre en el cuerpo.
Esta
"vida fluida" se percibe a la vez como un sonido
espiritual.
La tercera región del mundo espiritual es la de su
"atmósfera".
Lo que en el mundo físico se presenta
como una sensación también existe en la región espiritual,
interpenetrándola íntimamente, como el aire en la tierra.
Debemos
figurarnos un mar de sensaciones.
El dolor y la tristeza, la
alegría y el éxtasis fluyen violentamente en esta región, como el
viento y la tormenta en la atmósfera del mundo físico.
Piensen
en una batalla que se está librando en la tierra.
No solo se
encuentra frente a simples formas humanas a las que el ojo físico
puede ver, sino sentimientos contra sentimientos, pasiones contra
pasiones; el campo de batalla está lleno de sufrimiento, como lo
está de las formas humanas.
Todo lo que vive en ellas con
pasiones, con dolor, con la alegría de la victoria no existe allí
sólo en sus efectos perceptibles para los sentidos, sino que puede
revelarse a los sentidos espirituales como un proceso atmosférico
del mundo espiritual.
Tal evento está en el ambiente espiritual
como una tormenta del mundo físico.
Y la percepción de tal
evento puede ser comparable a la percepción auditiva de la palabra
en el mundo físico.
Por lo tanto se dice: así como el aire
envuelve e impregna a los seres terrenales, así la "palabra
espiritual flotante" envuelve e impregna a los seres y procesos
del mundo espiritual.
También es posible hacer otras
observaciones en este mundo espiritual.
También hay algo que
puede compararse con el calor y la luz del mundo físico.
Es
el propio mundo del pensamiento el que penetra en todo el mundo
espiritual, al igual que el calor penetra en los seres y las cosas de
la tierra; pero los pensamientos debemos representarnoslos como
seres vivos e independientes.
Lo que el hombre considera y llama
pensamiento en el mundo manifiesto no es más que la sombra de lo que
vive en el mundo del espíritu como entidad-pensamiento.
Imaginen
el pensamiento tal como existe en los hombres, constituido fuera de
ellos como una entidad activa, dotada de su propia vida interior, y
tendrán ustedes una débil imagen de lo que llena la cuarta región
del mundo espiritual.
Lo que el hombre percibe como "pensamiento"
en su mundo físico, entre el nacimiento y la muerte, no es más que
la manifestación del mundo del pensamiento, ya que puede ser
moldeado por los instrumentos del cuerpo.
Pero todos los
pensamientos que el hombre alberga en su interior y que enriquecen el
mundo físico, proceden de esta región; no tienen por qué ser sólo
los de los grandes inventores o los hombres de genio: todo hombre
puede tener "ideas" que no debe sólo al mundo exterior,
sino con las que lo transforma.
Los sentimientos y pasiones que
despierta el mundo exterior son perceptibles en la tercera región
del mundo del Espíritu; pero todo lo que puede vivir en el alma
humana, para que el hombre sea capaz de crear y transformar y
fecundar su propio ambiente, se manifiesta en su forma original y
esencial en la cuarta región del mundo espiritual.
Lo que se
encuentra en la quinta región puede compararse con la luz física.
En
su forma arquetípica es la "Sabiduría" la que se
manifiesta.
Los seres que irradian sabiduría en su entorno, a semejanza de como
el Sol irradia en los seres del mundo físico, pertenecen a esta región.
Aquello
que es iluminado por esta sabiduría se revela en su verdadero
significado e importancia para el mundo espiritual, como un objeto
físico revela su color a la luz.
Luego hay regiones aún más
altas en el mundo del Espíritu, que serán descritas en el curso de
este trabajo.
Después de la muerte, el Yo se encuentra inmerso en
ese mundo, junto con el fruto que ha traído consigo de la vida
sensorial.
Y este fruto sigue unido a la parte del cuerpo astral
que no se abandona al final del período de purificación; de hecho,
sólo se desprende esa parte, que después de la muerte tiene deseos
y aspiraciones que están volcados hacia la vida física.
La inmersión del yo en
el mundo espiritual, junto con lo que ha adquirido a través de la
vida en el mundo físico, puede compararse con la inmersión de una
semilla en el suelo que debe hacerla madurar.
Así como la semilla
extrae sustancia y fuerza de su entorno para desarrollarse en una
nueva planta, de la misma manera el Yo, implantado en el mundo
espiritual, crece y se desarrolla.
En aquello que un órgano
percibe también está oculta la fuerza por la que el propio órgano
se forma.
El ojo percibe la luz, pero si la luz no existiera, el
ojo tampoco existiría.
Los seres que pasan sus vidas en la
oscuridad no desarrollan órganos visuales.
Así pues, la
totalidad del cuerpo del hombre está constituido por las fuerzas
ocultas que subyacen en lo que los órganos del cuerpo perciben.
El cuerpo
físico está formado por las fuerzas del mundo físico, el cuerpo
etérico por las fuerzas del mundo vital, y el cuerpo astral es
elaborado por el mundo astral.
Por lo tanto, cuando el yo se
transfiere al mundo del espíritu, se encuentra en contacto
precisamente con aquellas fuerzas que habían permanecido ocultas a
la percepción física.
En
la primera región del mundo del espíritu, se hacen visible las
entidades espirituales que siempre han rodeado al hombre, y que
también han construido su cuerpo físico.
Por tanto, en el mundo
físico el hombre no percibe nada más que las manifestaciones de
esas fuerzas espirituales, que también han dado forma a su propio
cuerpo físico.
Después de la muerte se encuentra precisamente en
medio de estas fuerzas de formación que anteriormente estaban
ocultas y que ahora se le revelan en su verdadera forma.
Asimismo,
en la segunda región se encuentra en medio de las fuerzas que forman
su cuerpo etérico; en la tercera región, a su vez, las fuerzas que
han formado su cuerpo astral fluyen hacia él.
Las regiones
superiores del mundo espiritual también hacen fluir hacia él lo que
ha contribuido a su formación para la vida entre el nacimiento y la
muerte.
Estas entidades del mundo espiritual trabajan ahora junto
con lo que el hombre ha traído consigo como fruto de la vida
anterior, y que ahora se convierte en un germen (semilla).
A
través de esta cooperación, el hombre se constituye una vez más en
primer lugar como un ser espiritual.
Durante el sueño, el cuerpo
físico y el cuerpo etérico están todavía presentes; el cuerpo
astral y el Yo están fuera de estos dos cuerpos, pero todavía
conectados con ellos, y lo que pueden recibir durante este estado
como influencias del mundo espiritual sólo puede servir para
restaurar las fuerzas agotadas durante la vigilia.
Pero cuando el
cuerpo físico y el cuerpo etérico han sido desechados, y, después
de la purificación, también aquella parte del cuerpo astral que
está "dirigida hacia los deseos del mundo físico, entonces
todo lo del mundo espiritual fluye hacia el yo ejerce una acción, no
sólo de mejora, sino también de reorganización.
Y después de
cierto tiempo, del que hablaremos más adelante en este libro, un
nuevo cuerpo astral se forma en torno al Yo, capaz de habitar un
cuerpo etérico y un cuerpo físico similar al del hombre entre el
nacimiento y la muerte.
El
hombre puede pasar por un nuevo nacimiento y reaparecer en una nueva
existencia terrenal, en la que el fruto de la existencia anterior se
incorpora ahora.
Mientras la formación del cuerpo astral está en
curso, el hombre asiste como testigo a esta reconstitución del
cuerpo astral; pues las fuerzas del mundo espiritual no se le
manifiestan por medio de órganos externos sino interiormente, como
su propio yo en la autoconciencia, por lo que puede percibir estas
manifestaciones mientras sus sentidos no estén todavía dirigidos
hacia un mundo exterior de percepciones.
Sin embargo, desde el
momento en que el cuerpo astral se constituye de nuevo, este sentido
se vuelve hacia afuera.
El cuerpo astral exige ahora un cuerpo
etérico exterior y un cuerpo físico de nuevo; de esa manera se
desvía de las manifestaciones del mundo interior.
Ahora se
presenta un estado intermedio, durante el cual el hombre cae en la
inconsciencia.
La conciencia puede despertarse en el mundo físico
sólo después de que los órganos necesarios para la percepción
física se han formado.
En este período, en el que la conciencia
deja de estar iluminada por la percepción interna, el nuevo cuerpo
etérico comienza a conectarse con el cuerpo astral y el hombre puede
volver a entrar en un cuerpo físico.
Sólo un Yo podía
participar conscientemente en este proceso de conexión, que por sí
mismo había producido las fuerzas creativas ocultas en el cuerpo
etérico y el cuerpo físico, a saber, el Espíritu Vital y el
Hombre-Espíritu.
En tanto el hombre no llegue a este punto, otras
entidades, más avanzadas que él en su evolución, deben hacer esta
unión.
El cuerpo astral es guiado por tales entidades hacia una
pareja de progenitores, que pueden proporcionarle el cuerpo etérico
y el cuerpo físico adecuado.
Antes de que se establezca la
conexión con el cuerpo etérico, ocurre algo extraordinariamente
importante para el hombre que está a punto de entrar en la
existencia física de nuevo.
El
hombre creó fuerzas perturbadoras durante su vida anterior, que se
hicieron evidentes para él durante el viaje hacia atrás que se
efectúa después de la muerte.
Utilicemos el ejemplo ya
mencionado, es decir, del hombre, que en el cuadragésimo año de su
vida anterior hizo que alguien sintiera dolor en un impulso de
ira.
Después de la muerte, este dolor de otra persona se
encuentra ante él, como una fuerza que contrasta con el desarrollo
de su propio yo.
Y lo mismo ocurre con todos los casos de su vida
anterior.
Cuando vuelve a entrar en la vida física, estos
impedimentos para la evolución aparecen de nuevo ante el yo.
Así
como al sobrevenirle la muerte una especie de imagen recordatoria se
presenta ante el yo humano, así ahora una imagen de la vida por
venir también se le presenta.
El hombre vuelve a ver una imagen
que le revela, esta vez, todos los obstáculos que tendrá que
superar si quiere progresar en su evolución.
Y lo que ve de esta
manera se convierte en el punto de partida de las fuerzas que el
hombre debe llevar consigo en su nueva vida.
La imagen del dolor
infligido a otros se convierte en una fuerza, que empuja al yo,
cuando vuelve a la vida, a remediar ese dolor.
La vida anterior
ejerce por tanto una acción decisiva sobre la nueva vida.
Las
causas de las acciones de la nueva vida se encuentran de cierta
manera en la vida anterior.
Esta correlación directa entre la
existencia pasada y la nueva es la ley del destino, a la que
generalmente nos referimos como "Karma", un nombre tomado
de la sabiduría oriental.
Sin embargo, la constitución de un
nuevo conjunto de cuerpos no es la única actividad que le incumbe al
hombre entre la muerte y un nuevo nacimiento.
Mientras se está llevando a cabo esta reconstitución, el hombre vive fuera del mundo físico, que mientras tanto prosigue su avance en su propia evolución.
En períodos de tiempo relativamente cortos, la Tierra
cambia su apariencia.
¿Cómo eran hace unos miles de años las
regiones que componen Alemania hoy en día?
Cuando el hombre
comienza una nueva existencia en la Tierra, generalmente nunca se ve
igual que durante su vida anterior.
Mientras ha estado ausente, se
han producido todo tipo de cambios.
En estas transformaciones de
la apariencia de la Tierra, también actúan fuerzas ocultas que
ejercen su acción precisamente desde ese mundo en el que el hombre
se encuentra después de la muerte.
El hombre mismo debe cooperar
en estas transformaciones de la Tierra, y sólo puede hacerlo bajo la
dirección de entidades superiores, hasta que con la constitución
del Espíritu Vital y del Hombre-Espíritu haya adquirido una clara
conciencia de la relación entre lo espiritual y su expresión en lo
físico.
También coopera en las transformaciones de las
condiciones terrestres.
Se puede decir que durante el tiempo entre
la muerte y el renacimiento el hombre transforma la Tierra de tal
manera que las condiciones de la Tierra están en armonía con lo que
él mismo ha desarrollado en su interior.
Si observamos un punto
en la Tierra en un momento dado y luego volvemos a observarlo después
de mucho tiempo, lo encontraremos completamente cambiado; las fuerzas
que han producido estos cambios se hallan en el entorno de los
muertos.
Así que incluso entre la muerte y un nuevo nacimiento la
gente se encuentra en conexión con la Tierra.
La conciencia
suprasensible ve en toda la existencia física la manifestación de
una espiritualidad oculta.
Para
la observación física, es la luz del sol, los cambios climáticos,
etc., los que producen los cambios de la Tierra.
Para una
observación suprasensible, en cambio, es la fuerza de los hombres
muertos la que actúa en el rayo de luz que cae sobre la planta desde
el sol.
Esta observación se manifiesta en forma de almas humanas
revoloteando alrededor de las plantas, transformando el suelo y otras
cosas similares.
Después de la muerte el hombre no sólo se cuida
a sí mismo y la preparación para su nueva vida.
Él tiene además
la tarea de trabajar espiritualmente para el mundo exterior, así
como durante el período entre el nacimiento y la muerte tiene la
tarea de trabajar físicamente.
La vida de los hombres en el mundo
espiritual influye en las condiciones del mundo físico, pero a su
vez la actividad de la existencia física también ejerce su acción
en el mundo espiritual.
Un ejemplo ilustrará lo que sucede a este
respecto.
Existe un vínculo afectivo entre madre e hijo.
Este
afecto emana de la atracción mutua, que tiene sus raíces en las
fuerzas del mundo de los sentidos.
Pero con el paso del tiempo el
afecto se transforma, y a partir del vínculo físico se desarrolla
un vínculo espiritual, que se teje no sólo para el mundo físico
sino también para el mundo del espíritu.
Esto también ocurre en
otras circunstancias similares.
Lo que ha sido tejido en el mundo
físico por entidades espirituales permanece en el mundo
espiritual.
Los amigos, que durante la vida estuvieron íntimamente
conectados, se encuentran en el mundo espiritual, y después del
abandono del cuerpo su unión es aún más íntima que en la vida
física.
En efecto, como espíritus, se manifiestan el uno al otro
por la vía de la interioridad en la forma ya descrita, y que le es
propio a las entidades espirituales, y un vínculo tan estrecho entre
dos hombres también los lleva de nuevo juntos a una nueva vida.
En
el verdadero sentido de la palabra, por lo tanto, podemos decir que
los hombres se reencuentran después de la muerte.
Todo lo que ha
ocurrido para el hombre entre el nacimiento y la muerte, y luego
entre la muerte y un nuevo nacimiento, se repite.
El hombre
regresa una y otra vez a la Tierra, cuando el fruto que ha adquirido
durante una existencia física ha madurado en el mundo
espiritual.
Pero esto no es una repetición sin principio ni
fin.
El hombre ha procedido de otras formas de existencia
distintas a la que ahora describimos, y pasará de nuevo a otras
formas en el futuro.
Tendremos una idea de estas etapas de
transición cuando describamos más adelante desde el punto de vista
de la ciencia, la evolución del universo en relación con la del
hombre.
Los procesos que tienen lugar entre la muerte y un nuevo
nacimiento naturalmente se producen de forma aún más oculta para la
observación de los sentidos externos que los espirituales, que es la
base de la existencia manifiesta entre el nacimiento y la muerte.
La
observación de los sentidos puede ver la acción de esa parte del
mundo oculto sólo allá donde se manifiesta en la existencia
física.
A este respecto, cabe preguntarse si el hombre, que por
medio del nacimiento entra en la existencia, trae consigo algo de
esos procesos descritos por la ciencia oculta, que tienen lugar entre
la muerte que precede al último nacimiento y el nacimiento
mismo.
Sin embargo, cuando se encuentra la cáscara de un
caparazón en el que no hay rastros del animal, debe admitirse que
esta cáscara se formó por la actividad del animal, y no será
posible creer que se formó en esa forma únicamente por fuerzas
físicas.
De la misma manera, quien estudie al hombre durante su
vida y encuentre en él algo que no pueda derivarse de esta vida,
puede admitir razonablemente que esto se deriva de lo que la ciencia
oculta describe, y al hacerlo puede arrojar luz sobre fenómenos que
de otra manera permanecerían inexplicables.
De
esa manera, también en este caso, la observación propia del
intelecto físico podría, a partir de los efectos visibles, llegar a
encontrar las causas invisibles comprensibles.
Y el que observa
esta vida imparcialmente detectará con cada nueva observación cómo
esto es verdad.
Sólo es cuestión de encontrar el punto de vista
correcto para examinar estos efectos en la vida.
¿Dónde
encontramos, por ejemplo, las consecuencias de lo que los
conocimientos suprasensibles describen como procesos del período de
purificación?
¿Cómo manifestamos los efectos de lo que, según
la investigación espiritual, el hombre experimenta en las regiones
de la espiritualidad pura después de que haya pasado el tiempo de la
purificación?
Los enigmas aparecen por todos lados, en este
campo, para aquellos que observan la vida con seriedad y
conciencia.
Vemos a un hombre nacido en la necesidad o en la
miseria, y lo vemos dotado de tan escasas facultades, que por estas
condiciones inherentes a su nacimiento parece a priori destinado a
una existencia miserable.
Otro, desde el primer momento de su
vida, es sostenido y cuidado por corazones y manos amorosas; en él
se desarrollan facultades brillantes: está destinado a una
existencia llena de éxitos y satisfacciones.
Estos problemas
pueden ser examinados desde dos puntos de vista diferentes.
Uno se
ceñirá a lo que los sentidos perciben y lo que el intelecto, basado
en ellos, es capaz de comprender.
Este punto de vista no admitirá
que hay un problema a resolver, en el hecho de que un hombre nazca
afortunado y otro desafortunado.
Aunque
no se pronuncie la palabra "casual", no se dejará de
suponer la existencia de una ley de causa y efecto que opera de esta
manera.
En cuanto a las disposiciones, habilidades, se
considerarán, desde este punto de vista, como heredadas de los
padres, abuelos o antepasados, y sus causas no se buscarán en los
procesos espirituales, experimentados por la propia persona
-independientemente de la línea de herencia de los antepasados-
antes de su nacimiento, y a través de los cuales formó sus propias
disposiciones y habilidades.
Pero otro punto de vista no estará
satisfecho con tal interpretación, y dirá: "Incluso en el
mundo manifiesto, para todo lo que sucede en cada ocasión y en cada
ambiente, es necesario presuponer causas determinantes.
Aunque a
menudo esas causas no se han buscado, no obstante existen.
Una
flor alpina no puede nacer en las tierras bajas.
Hay algo en su
naturaleza que lo conecta con las regiones alpinas.
De la misma
manera, debe existir en cada hombre algo que lo haga nacer en un
determinado ambiente.
Las causas físicas por sí solas no son
suficientes para explicar este hecho, porque tal explicación, para
los que piensan con cierta profundidad, equivaldría a atribuir el
golpe que un hombre da a otro, no a la expresión del sentimiento de
este hombre, sino al simple mecanismo físico de su mano.
De la
misma manera no puede satisfacer la explicación que atribuye la
capacidad y las tendencias del hombre al factor hereditario
solamente.
Es cierto que se puede decir: "Mira cómo se
transmiten ciertas habilidades por herencia en ciertas
familias.
Durante dos siglos y medio el talento musical fue
hereditario en la familia Bach.
La
familia Bernoulli cuenta con hasta ocho matemáticos, que en su
infancia fueron asignados a otras profesiones; su talento
"hereditario", sin embargo, los encamina a la vocación
familiar.
También se puede observar que, remontándose a la línea
hereditaria de una personalidad prominente, resulta que, de un modo u
otro, las facultades de que está dotada también aparecieron en sus
antepasados, y representan sólo la suma de las disposiciones
heredadas.
Quien se atenga al segundo punto de vista no dejará de
notar estos hechos, que, sin embargo, no tendrán para él el mismo
significado que para quienes apoyan sus interpretaciones en la sola
evidencia de los sentidos.
Señalará que las disposiciones
hereditarias no pueden de por sí combinarse en una personalidad
completa, al igual que las diversas piezas de un reloj no pueden de
por sí unirse y formar un reloj.
Y si se objeta que la
cooperación de los padres puede producir indudablemente la
combinación de disposiciones - y por lo tanto corresponde a la
acción del relojero - se puede responder: "Mirad sin ideas
preconcebidas lo que es nuevo en la personalidad de cada niño; esto
no puede venir de los padres, por la simple razón de que no existe
en ellos.
La falta de claridad de pensamiento puede causar mucha
confusión a este respecto; y lo peor ocurre cuando los partidarios
del primer punto de vista acusan a los partidarios del segundo de
oponerse a lo que, después de todo, se basa en hechos
establecidos.
Pero puede ser que estos últimos no tengan la
intención de negar la verdad y el valor de tales hechos.
Por
ejemplo, también ven que una determinada actitud o predisposición
mental es "hereditaria" en una familia, y que ciertos dones
acumulados y combinados en uno de los descendientes producen una
personalidad distinta.
Están dispuestos a admitir lo que se dice,
a saber, que los nombres más famosos rara vez se encuentran al
principio de un linaje, sino más bien al final del mismo.
Sin
embargo, no se les debe reprochar que se vean obligados a formarse
una opinión muy distinta de la de las personas, que se basan
únicamente en pruebas materiales.
A esto último se le podría
decir que, ciertamente, el hombre revela las características de sus
antepasados, porque el elemento de vida espiritual, que penetra en la
existencia física con el nacimiento, extrae su sustancia corpórea
de lo que se transmite por herencia.
Pero esto sólo significa que
un ser lleva las características del entorno en el que se ha
establecido.
Sin duda la siguiente comparación parecerá extraña,
incluso superficial; pero una persona sin prejuicios no puede negar
su validez.
El hecho de que un ser humano se revele dotado de las
cualidades de sus antepasados sirve tan poco para demostrar el origen
de sus cualidades personales como el hecho de verlo mojado, si ha
caído al agua, tampoco puede servir para demostrar la naturaleza
íntima de la propia persona.
Y también puede decirse que, si el
nombre más ilustre se encuentra al final de un linaje, esto muestra
que el propietario de un nombre tan ilustre necesitaba ese linaje
particular de antepasados para constituir el cuerpo necesario para la
expresión de su personalidad completa.
Pero esto no es una prueba
de la transmisión "hereditaria" de sus cualidades
personales; al contrario, esta afirmación es contraria a la
lógica.
Si las cualidades personales fueran hereditarias,
tendrían que estar al principio del linaje y, a partir de ahí, ser
transmitidas a los descendientes, y puesto que están al final, lo
que prueba es que no son hereditarias.
Sin embargo, no se puede
negar que aquellos que afirman la existencia de la causalidad
espiritual en la vida también han contribuido en gran medida a la
confusión en el pensamiento.
La
mayoría argumentan de manera genérica e indeterminada, y eso es un
error.
La afirmación de que la personalidad humana es una
combinación de características heredadas puede compararse con la
afirmación de que los trozos de metal pueden unirse para formar un
reloj.
Sin embargo, hay que admitir, con respecto a muchas
afirmaciones sobre el mundo espiritual, que es como si alguien
dijera: "Así como las partes del reloj no pueden reunirse en sí
mismas para hacer avanzar las esferas, debe haber algo espiritual que
determine ese movimiento".
Comparado con tal afirmación,
sin duda se apoya sobre una base más segura el razonamiento de quien
dice: "¡Oh! No me interesan en absoluto tales seres "místicos"
que empujan las esferas hacia adelante; lo que trato es de conocer el
dispositivo mecánico que hace ese movimiento.
No se trata sólo
de saber que detrás de un mecanismo, como el reloj, hay una
inteligencia (el relojero); lo importante será conocer las ideas que
en la mente del relojero precedieron a la construcción del juego de
oro.
Estas ideas se pueden encontrar en el mecanismo.
Cualquier
simple sueño y fantasía sobre el mundo suprasensible sólo conduce
a una gran confusión, porque no da satisfacción a los
críticos.
Tienen derecho a decir que tales alusiones genéricas a
seres suprasensibles no contribuyen en absoluto a la comprensión de
los hechos.
Seguramente tales críticos pueden afirmar lo mismo
con respecto a los hallazgos exactos de la Ciencia del Espíritu.
Pero
en este caso se puede observar, que los efectos de las causas
espirituales ocultas se revelan en la vida manifiesta. Se puede decir:
"Admitamos por un momento la exactitud de lo que la
investigación espiritual ha establecido por medio de su exploración,
a saber, que el hombre pasó por un período de purificación después
de la muerte, y que durante este tiempo experimentó anímicamente
cómo cierta acción que realizó en su vida anterior constituyó un
obstáculo para el proceso de su evolución.
A
raíz de haber pasado por esa experiencia, se formó en él el
impulso de poner remedio a las consecuencias de ese hecho.
Lleva
consigo este impulso a una nueva vida, y la presencia de este impulso
produce en su naturaleza una tendencia, que le impulsa hacia esas
condiciones, que harán posible tal fin.
Teniendo en cuenta la
complejidad de estos impulsos encontramos la razón por la que un ser
humano nace en el entorno correspondiente a su destino.
Consideremos
ahora otro postulado de la misma manera.
Supongamos que la
afirmación de la Ciencia del Espíritu es correcta, que los frutos
de una vida pasada se incorporan al germen espiritual del hombre, y
que la región espiritual en la que se encuentra en el tiempo que
transcurre entre la muerte y el nuevo nacimiento es el campo en el
que estos frutos maduran y se transforman en disposiciones y
facultades, para luego reaparecer en una nueva vida y formar la
personalidad de tal modo que se manifiesta como efecto de lo
adquirido en su vida anterior.
Es evidente para cualquiera que
acepte esta premisa y con ella contemple la vida imparcialmente, que
por este medio todos los hechos materiales pueden ser apreciados en
su completa verdad e importancia, y que al mismo tiempo también se
hace inteligible para aquellos que dirigen su atención al mundo
espiritual, todo lo que siempre permanecería incomprensible si se
basara únicamente en hechos materiales.
Y, lo que es más
importante, el razonamiento ilógico que mencionamos antes se
desvanecerá, razonamiento que pretende afirmar, que puesto que el
nombre más ilustre de un linaje está al final del mismo, la
personalidad en cuestión debe haber heredado tales dones.
La
vida se hace lógicamente comprensible por medio de los hechos
suprasensibles comprobados por la ciencia oculta.
Ahora, sin
embargo, podría hacerse una objeción muy válida por parte del
buscador concienzudo de la verdad, que desea llegar a la persuasión
de los hechos, sin tener una experiencia propia del mundo
suprasensible.
Puede decir que es inadmisible aceptar la
existencia de hechos de cualquier tipo, simplemente porque sirven
para explicar lo que de otro modo sería inexplicable.
Tal
objeción no tiene sentido para quien conoce los hechos de la materia
por medio de la experiencia anterior, y en los capítulos siguientes
de esta obra se indicará el camino para adquirir, por experiencia
personal, el conocimiento no sólo de los hechos espirituales
descritos anteriormente, sino también de la ley de causalidad
espiritual que los determina; pero quien no se sienta dispuesto a
seguir este camino puede considerar muy importante la objeción
anterior.
Todo lo que se pueda decir en contra también será de
valor para aquellos que se han propuesto seguir el camino indicado,
ya que si esas explicaciones son aceptadas en su verdadero sentido,
este será el primer y mejor paso en ese camino.
Sin embargo, es
cierto que no debemos aceptar la existencia de algo completamente
desconocido para nosotros, sólo porque por tales medios se nos da a
explicar algo que de otra manera permanecería inexplicable.
Pero,
con respecto a los hechos espirituales mencionados anteriormente, el
caso es diferente.
Si se aceptan las explicaciones, el resultado
no es sólo que la consecuencia intelectual de la vida a través de
ellas se hace inteligible, sino que, al aceptar tales premisas, uno
experimenta algo absolutamente nuevo en sus pensamientos.
Tomemos
el siguiente caso: algo le sucede a un hombre, que le causa
sentimientos muy dolorosos.
Puede afrontar esta situación de dos
maneras diferentes: puede someterse a lo que le sucede, como si fuera
algo muy doloroso, y entregarse a la sensación dolorosa, dejándose
absorber por su propio dolor; pero también puede actuar de otra
manera.
Puede
decirse a sí mismo: "Soy yo mismo quien en una vida anterior
formó dentro de mí la fuerza que me llevó a este evento hoy; de
hecho, yo mismo fui atraído por esta dolorosa experiencia.
Puede
entonces despertar en sí mismo todos los sentimientos que este
pensamiento trae consigo.
Por supuesto, este pensamiento debe ser
experimentado con toda seriedad y con la mayor fuerza, si se quieren
extraer de él las consecuencias adecuadas para la vida del
sentimiento.
Quien tenga éxito en esto, experimentará algo que
se entenderá mejor por comparación.
Supongamos que dos hombres
tienen cada uno en su mano una pequeña vara de cera.
Uno de ellos
comienza a reflexionar sobre la "naturaleza íntima" de la
varita; sus pensamientos pueden ser muy sabios, pero si esta
"naturaleza íntima" no se manifiesta de ninguna manera,
siempre puede ser objetada como fantasías.
Por otro lado, frota
la cera con un paño de lana y demuestra que la varita atrae ciertos
cuerpos pequeños.
Hay una diferencia muy importante entre los
pensamientos que han pasado por la mente del primer hombre y han
sugerido sus observaciones, y los del segundo.
Las reflexiones del
primero no tienen ningún resultado real, mientras que las del
segundo han evocado una fuerza oculta y por lo tanto algo
efectivo.
Lo mismo ocurre en el pensamiento de un hombre, que
representa que un determinado evento es el resultado de una fuerza
que él mismo generó en una existencia anterior.
Esta simple
representación despierta en él una fuerza real, que le hace capaz
de afrontar el hecho de manera muy diferente de cómo habría
reaccionado sin su ayuda; así consigue hacerle ver la necesidad de
un acontecimiento que de otro modo habría atribuido al azar.
Una
percepción inmediata iluminará su mente: "Mi pensamiento era
correcto, ya que tenía el poder de revelarme una realidad.
Si
tales procesos internos se repiten, constituirán una fuente de
fuerzas cuya eficacia, como prueba de la realidad, se manifestará
gradualmente con creciente intensidad; estos procesos actúan de
manera saludable sobre el cuerpo, el alma y el espíritu, y tienen
una influencia beneficiosa en todos los sentidos: en la vida.
El
hombre se da cuenta de que de esta manera se coloca en una relación
correcta con toda la vida, mientras que, teniendo en cuenta una sola
vida entre el nacimiento y la muerte, comete un error.
El hombre
se hace más fuerte espiritualmente en virtud de este
conocimiento.
Tal demostración puramente interior de la
causalidad espiritual puede sin duda alguna ser obtenida por cada
persona sólo dentro de su propia interioridad, pero es accesible a
todos.
Quienes no la han obtenido no pueden, por supuesto, juzgar
su poder demostrativo, pero, en cambio, quienes la han obtenido no
pueden tener ninguna duda al respecto; ni es sorprendente que así
sea.
Es natural que algo tan estrechamente conectado con la
esencia íntima y la personalidad del hombre no pueda ser
adecuadamente demostrado de ninguna otra manera que no sea por la
experiencia interna.
Por otra parte, no debe deducirse de ella,
(porque tal demostración corresponde a una experiencia de naturaleza
íntima y personal), que debe ser realizada por cada uno por su
cuenta, y que no puede ser objeto de estudio para una Ciencia del
Espíritu.
Ciertamente
cada uno debe experimentarlo por sí mismo, así como cada uno debe
llegar a la solución de un problema matemático.
Pero la forma en
que esta experiencia puede ser alcanzada está abierta a todos los
hombres, así como el método para la demostración de un teorema
matemático es válido para todos.
No se puede negar,
abstrayéndose naturalmente de la observación clarividente, que la
demostración de la fuerza que emana del pensamiento correcto es la
única que puede oponerse a un razonamiento lógico sin
prejuicios.
Todas las demás consideraciones son sin duda muy
importantes, pero siempre ofrecen algunos asideros a los que un
oponente puede atacar.
Indudablemente, aquellos que han adquirido
la forma verdaderamente imparcial de considerar las cosas encontrarán
ya en la posibilidad y en el hecho práctico de la educación del
hombre, una prueba lógica de que un ser espiritual lucha por la
existencia en la envoltura del cuerpo.
Comparará a los animales
con el hombre, y se dirá a sí mismo: "En los primeros, las
cualidades y habilidades se presentan desde el nacimiento de una
manera muy determinada, lo que muestra claramente cómo han sido
predestinadas por la herencia y se desarrollan en el mundo
estético.
Vemos cómo un polluelo realiza las funciones que se le
asignan en la vida desde su nacimiento.
En el hombre, sin embargo,
a través de la educación, algo que no puede tener relación con la
herencia entra en relación con su vida interior.
Puede que se
encuentre en posición de asimilar los efectos de tales influencias
externas.
El educador sabe que estas influencias deben ser
enfrentadas por las fuerzas que provienen de la naturaleza íntima
del hombre, y si esto no ocurre, toda educación y enseñanza es en
vano.
El
educador sin ideas preconcebidas ve claramente la línea divisoria
entre las tendencias hereditarias y las fuerzas íntimas del hombre
que irradian a través de ellas, y que provienen de las vidas
precedentes.
Ciertamente, para cosas de este tipo, no podemos
presentar pruebas que se puedan sopesar en la balanza, como las que
se pueden presentar para ciertos hechos físicos.
Esas cosas
representan precisamente el campo íntimo de la vida, y aquellos que
son capaces de apreciar tales pruebas impalpables las encontrarán
convincentes, de hecho más convincentes que la realidad palpable.
El
hecho de que los animales puedan ser amaestrados, y que por lo tanto
puedan adquirir hasta cierto grado de cualidades y habilidades, no es
una objeción para aquellos que son capaces de ver lo esencial de la
materia, ya que, independientemente del hecho de que en el mundo nos
enfrentamos a estados de transición de todo tipo, los resultados de
la educación, en el animal no se mezclan en absoluto con su ser
individual, de la misma manera que en el hombre.
Por el contrario,
se ha dado mucha importancia al hecho de que las habilidades
adquiridas por los animales domésticos a través de su coexistencia
con el hombre se convierten en hereditarias, es decir, actúan
inmediatamente en la especie y no en el individuo.
Darwin habla de
los perros, que espontáneamente buscan y llevan objetos, sin haber
sido entrenados para ello y sin haber visto cómo lo hacían los
demás.
¿Quién podría decir lo mismo de la educación
humana?
Hay pensadores que, gracias a sus observaciones, han
superado la idea de que el hombre esté formado desde el exterior por
fuerzas puramente hereditarias.
Estos se elevan a la idea de la
existencia de un ser espiritual, de una individualidad que precede a
la vida corporal y que la elabora; pero muchos de ellos no conciben
la posibilidad de que haya muchas vidas terrestres repetidas, y que
los frutos de éstas, en los intervalos entre las diversas vidas,
constituyan fuerzas formadoras.
Citamos
como ejemplo uno de estos pensadores: Emanuele Ermanno Fichte, hijo
del gran Fichte, que en su obra Antropología expone las
observaciones que le llevan a las siguientes conclusiones: "los
padres no son generadores en el sentido absoluto de la palabra.
Proporcionan la sustancia orgánica, y no sólo eso, sino también el
elemento intermedio sensorial-afectivo que se manifiesta en el
temperamento, en la disposición especial de los caracteres, en las
tendencias determinadas de los instintos, etc., de los cuales la
fuente general es la "fantasía", en ese sentido amplio
indicado por nosotros. En todos estos elementos de la personalidad,
el entrelazamiento y la combinación especial de las almas de los
padres surgen claramente; por lo tanto, la afirmación de que tal
combinación resulta de la procreación, aunque se decida considerar
ésta como un verdadero proceso anímico, es perfectamente correcta.
Pero lo que falta aquí es el centro real y concluyente de la
personalidad, ya que una observación más profunda y precisa revela
el hecho de que incluso esas peculiaridades afectivas no son más que
un instrumento y una envoltura, que sirve para contener las
verdaderas capacidades ideales y espirituales del hombre, y que es
adecuado para ayudar a su desarrollo o para obstaculizarlo, pero no
es en absoluto capaz de generarlas".
Además, en el mismo
escrito se dice: "Todo hombre preexiste en lo que
respecta a la forma fundamental de su espíritu, porque en su aspecto
espiritual ningún individuo es igual a otro, como tampoco ninguna
especie animal es igual a otra".
Esta forma de pensar sólo
llega a admitir la existencia de un ser espiritual en la corporeidad
física del hombre.
Pero, como las fuerzas constructivas de tal
ser no derivan de causas pertenecientes a vidas anteriores, sería
necesario que para cada nueva personalidad tal ser espiritual
surgiera de una causa primaria divina.
Con
esta hipótesis no es posible explicar la innegable relación entre
las potencialidades que se liberan desde las profundidades del
hombre, y lo que durante el curso de la vida se le acerca desde el
entorno terrestre externo.
El ser humano interior, proviniendo de
una causa divina vez tras vez, se sentiría ajeno a lo que le llega
en la vida terrenal.
En un solo caso esto no ocurriría -como no
ocurre-, a saber, cuando esta interioridad humana ya se hubiese unido
al mundo exterior y no viviese en él por primera vez.
El educador
desapasionado puede hacer la siguiente observación: Traigo al
discípulo, como fruto de la vida terrena, algo ciertamente ajeno a
sus cualidades simplemente hereditarias, pero que sin embargo le da
la impresión de haber participado ya en la obra que ha dado lugar a
ese resultado.
Sólo la hipótesis de vidas terrenales repetidas,
junto con los hechos descritos por la investigación espiritual, que
tienen lugar en las regiones espirituales entre dos vidas terrenales,
puede dar una explicación satisfactoria de la vida de la humanidad
actual, considerada en todos sus aspectos.
Digo con razón "de
la humanidad actual", porque está claro, a partir de la
investigación oculta, que el ciclo de las vidas humanas tuvo
indudablemente un comienzo, y que en ese momento había condiciones
diferentes a las actuales para el ser humano espiritual, que
penetraba en la envoltura corporal.
En los siguientes capítulos
volveremos a reunir el curso de la vida hasta estas condiciones
primitivas del ser humano.
Cuando los resultados de la Ciencia del
Espíritu hayan así demostrado cómo este ser humano ha alcanzado su
forma actual en relación con la evolución de la Tierra, será
posible explicar con mayor precisión cómo el germen espiritual del
ser humano penetra desde los mundos suprasensibles hasta la envoltura
corpórea, y cómo se determina la ley espiritual de la causalidad,
es decir, el "destino humano".
1Sobre la naturaleza del cansancio ver, al final del volumen, entre las "particularidades del ámbito de la Ciencia Espiritual", en la p. 196.
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