GA060-10 Berlín, 26 de enero de 1911 -Galileo, Giordano Bruno y Goethe

 

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GALILEO, GIORDANO BRUNO Y GOETHE

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 26 de enero de 1911


Desde el gran Zaratustra o Zoroastro, que constituyó el tema de nuestra última conferencia de esta serie, hasta las tres grandes personalidades que constituyen el tema de nuestra conferencia de hoy, hay una gran distancia, y el abismo de tiempo que, en nuestra imaginación, estamos llamados a cruzar es realmente amplio. Es un abismo que se extiende desde hace miles de años, mucho antes de nuestra Era Cristiana. Una época que sólo podemos comprender atribuyendo a los seres humanos de entonces una mentalidad totalmente ajena a la nuestra. Desde este punto de vista distante en el tiempo, pasamos a los siglos XVI y XVII de nuestra era, a la época en que se encendió por primera vez ese espíritu que, desde entonces, ha sido la fuente y la inspiración de toda cultura vital y progresiva desde entonces hasta nuestros días. Como veremos, este espíritu, que en los siglos XVI y XVII ardía tan ferozmente en individuos como Galileo y Giordano Bruno, encontró un nuevo medio en una personalidad tan cercana a nuestros días como la de Goethe.

Galileo y Giordano Bruno son los dos nombres que debemos mencionar cuando repasamos los comienzos de aquella época de nuestra evolución humana en la que la Ciencia Natural había alcanzado el mismo punto de inflexión que la Ciencia Espiritual ha alcanzado hoy. El mismo gran impulso que se dio entonces al pensamiento de la Ciencia Natural se dará, en cierto sentido, al de la Ciencia Espiritual en un futuro inmediato. De ahí la importancia de un estudio completo de las líneas de pensamiento y sentimiento de los hombres de aquel tiempo, es decir, durante el final del siglo XVI y el principio del XVII - la época de Galileo y de Giordano Bruno - para que podamos comprender sus enseñanzas en el pleno sentido de la palabra.

Echando una mirada retrospectiva sobre los siglos inmediatamente anteriores al suyo, es decir, de los siglos XI al XV, debemos tratar de darnos cuenta de lo que a primera vista parece ser la peculiar concepción de la Ciencia corriente en aquellos días, y cuán amplio era el campo que el término abarcaba entonces. Debemos darnos cuenta de que, durante aquellos siglos, el Conocimiento Científico se contemplaba desde un punto de vista totalmente distinto del que se tiene hoy en día. La concepción popular del Conocimiento Científico era entonces muy diferente de las ideas que prevalecieron en épocas posteriores y de las que prevalecen hoy en día. Porque estamos hablando de los días anteriores a la imprenta, de aquellos días en que, para la mayoría de la gente, su único medio de participar en la vida espiritual e intelectual era a través de la Iglesia o la escuela, etc. - Es decir, que sólo podían aprender de la instrucción oral. De ahí la necesidad, si queremos comprender aquellos tiempos, de obtener una imagen correcta de los métodos científicos seguidos por los hombres cultos de la época.

En los tiempos que precedieron a los de Galileo y Giordano Bruno, hubo un impulso hacia la Ciencia, pero que para la mente moderna es muy difícil de comprender. Sólo podemos comprenderlo situándonos, imaginariamente, en una atmósfera mental completamente distinta de la que nos rodea hoy en día. En aquellos días, en cualquier auditorio en el que se enseñara Ciencia, siempre se habría notado una cosa. Tomemos, por ejemplo, una conferencia sobre Ciencias Naturales. No importaba de qué rama de las Ciencias Naturales se tratara, ya fuera Medicina u otra, el conferenciante basaba todas sus deducciones únicamente en la autoridad de los escritos antiguos, especialmente en los de Aristóteles. Hoy en día, el profesor de Ciencias basa su tesis en los resultados de la investigación moderna, llevada a cabo en tal o cual instituto, donde se siguen métodos científicos de investigación. Pero el profesor de la época anterior a Galileo y Giordano Bruno basaba su tesis en los escritos antiguos, especialmente en los de Aristóteles, que eran el fundamento de toda la Ciencia de entonces.

La figura de Aristóteles sobresale como la de un gigante intelectual en la historia del progreso humano, y el servicio que prestó a su tiempo es de una importancia indecible. Pero, por el momento, el punto interesante para nosotros es el hecho de que los libros de Aristóteles rara vez se leían en el sentido en que se habían dado originalmente, sino que la interpretación tradicional daba el tono, y en todas partes se consideraba determinante.

No importaba si se trataba de la definición de un principio o de un axioma, o de la cuestión de cualquier verdad, siempre se remitía a Aristóteles. "Tal era la opinión de Aristóteles sobre este punto", "así lo encontrarás expresado por Aristóteles". Ahora bien, el investigador moderno o el profesor de ciencias, o incluso el conferenciante popular, siempre hace hincapié en el hecho de que esto o aquello se ha observado en algún que otro lugar. Pero el profesor científico de los siglos anteriores a Galileo y Giordano Bruno hacía hincapié en el hecho de que hace unos siglos, la gran autoridad, Aristóteles, hizo tal o cual afirmación sobre tal o cual cuestión. Así como hoy en día nos remitimos, en cuestiones espirituales, a la autoridad de las revelaciones de los documentos religiosos y la tradición, y no a la investigación personal, así, en aquellos días, los maestros de la Ciencia no se remitían a la observación de la naturaleza, sino que se remitían a la autoridad escrita. Se remitían a los escritos de Aristóteles.

Es extraordinariamente interesante estudiar un discurso universitario y observar cómo los médicos y sus colegas se basaban en las teorías de Aristóteles.

Ahora bien, Aristóteles era un gigante intelectual; y aunque debemos admitir que ni siquiera semejante individualidad intelectual debe tomarse al pie de la letra después de transcurridos tantos siglos, aun así, por otra parte, debemos reconocer que las obras de Aristóteles son tan prodigiosas y tan magníficas que, aunque no aprendieran nada nuevo, si los hombres hubieran estudiado diligentemente a Aristóteles, es decir, al Aristóteles original, habrían logrado mucho. Pues las enseñanzas y teorías profundamente iluminadoras de Aristóteles no habrían podido dejar de serles de gran provecho.

Sin embargo, no fue así. Los conferenciantes de aquellos días y los maestros que predicaban a Aristóteles a tiempo y a destiempo, por regla general, no entendían nada de él.

Las doctrinas que se enseñaban en la época anterior a la de Galileo y Giordano Bruno y que pretendían ser las de Aristóteles eran una versión casi increíblemente errónea de sus enseñanzas. Hoy me limitaré a mostrarles, desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual, el lugar que ocuparon Galileo y Giordano Bruno en la vida intelectual de su época. Me gustaría recordar a este respecto un incidente que es perfectamente cierto y que he relatado a menudo antes.

Uno de los más devotos partidarios de Aristóteles era al mismo tiempo amigo de Galileo. Tanto éste como Giordano Bruno se oponían a los seguidores de Aristóteles, y con razón, pero no al propio Aristóteles. Galileo sostenía que los hombres debían acudir al gran libro de la Naturaleza, que habla tan claramente al hombre, y aprender de él el significado del Espíritu en la Naturaleza. No debían confiar enteramente en los libros de Aristóteles como autoridad final. Ahora bien, en aquella época, la Escuela de Aristóteles enseñaba una doctrina maravillosa relativa al lugar donde están situados los nervios. Su teoría era que todo el sistema nervioso se originaba en el corazón, que desde el corazón, los nervios se extendían al cerebro y desde allí se extendían por todo el cuerpo. "Esto", decían, "es lo que enseña Aristóteles, por lo tanto debe ser cierto". Galileo, que basó su información en la investigación del cuerpo humano, llevada a cabo por medio de sus ojos físicos, y que no se basó en la enseñanza de los escritos antiguos ni en la tradición antigua, afirmó que los nervios tenían su asiento en el cerebro y que los nervios principales se originaban en el cerebro. Galileo contó esto a uno de sus amigos y deseó que lo viera por sí mismo y se convenciera. "Sí, en efecto, lo veré", dijo el amigo, que opinaba lo contrario, y asistió a una demostración sobre el cuerpo humano. Entonces, en efecto, este erudito, que era un devoto seguidor de Aristóteles, se quedó muy asombrado y le dijo a Galileo: - "En efecto, parece como si los nervios se originaran en el cerebro; sin embargo, Aristóteles sostenía que se originan en el corazón. Si aquí parece haber alguna contradicción, yo creería más en Aristóteles que en la Naturaleza". Tal era la actitud mental que Galileo tenía que combatir. Aristóteles, o más bien la visión distorsionada de Aristóteles, era arrastrada a todas las cuestiones relacionadas con la Ciencia.

 Por citar otro ejemplo: - Un erudito de la Iglesia escribió un tratado sobre la inmortalidad. Consideremos por un momento el método que empleaban en aquellos días. Tomaban su tema de la Doctrina de la Iglesia, añadiéndole lo que creían que era la enseñanza de Aristóteles sobre el tema. Así, utilizaban las palabras de Aristóteles para apoyar sus propios puntos de vista, tergiversando sus enseñanzas para poder reclamar su apoyo, sin importar de qué lado de la cuestión, ya fuera a favor o en contra, quisieran argumentar. Volvamos a nuestro estudioso de la Divinidad. Había recogido varios pasajes de Aristóteles para demostrar la opinión de Aristóteles sobre la cuestión de la inmortalidad del alma. Este también es un incidente perfectamente cierto. El clero tenía que someter sus libros a sus superiores antes de publicarlos. En este caso, el superior se opuso al libro. "Es peligroso", dijo, "sería mejor no intentarlo, porque estos extractos de Aristóteles (en apoyo de la inmortalidad) también podrían ser utilizados para apoyar la opinión contraria". El autor del libro respondió: "Si sólo se trata de demostrar más claramente el significado más aceptable de Aristóteles sobre este tema, entonces lo apoyaré con otra cita, pues uno podría muy bien seguir haciendo citas." En resumen, desde todos los puntos de vista, se usó y abusó de Aristóteles.

A partir de estos dos incidentes, podemos ver hasta qué punto Aristóteles fue malinterpretado en la época de Galileo y Giordano Bruno. Tomaremos el ejemplo del origen de los nervios en el corazón. El significado de esta afirmación está oculto. Sólo podemos entenderlo cuando nos damos cuenta de que Aristóteles vivió al final del período de la antigua cultura griega y, por lo tanto, al final del período de la antigua conciencia clarividente. Debido a que Aristóteles miraba hacia el pasado, transmitió una Ciencia que surgió de una conciencia clarividente que era capaz de ver detrás del mundo material hacia lo Espiritual. Fue esta conciencia clarividente la que produjo la Ciencia antigua. La esencia de esta Ciencia primitiva fue transmitida por la cultura griega como Ciencia antigua, y era ésta la que poseía Aristóteles. Fue uno de los últimos en registrarla. Pero Aristóteles no era capaz de desarrollar esa conciencia clarividente, pues sólo poseía una conciencia intelectual.

Fíjense bien en esto. No sin razón fue Aristóteles el primer historiador de la Lógica. Esto se debe a que el pensamiento intelectual argumentativo iba a convertirse en dominante. Así, Aristóteles asimiló la enseñanza antigua y la redujo a un sistema lógico en sus escritos. De ahí que haya muchas cosas en sus escritos que no podemos entender hasta que hayamos aprendido lo que realmente quería decir. Así, cuando habla de nervios, no debemos atribuir a la palabra el significado que se le da hoy en día, ni el significado que tenía incluso en la época de Galileo y Giordano Bruno, que ya estaba relacionado con el nuestro. Cuando Aristóteles habla del sistema nervioso, se refiere al Cuerpo Etérico del hombre. Por el cual entendemos la parte suprasensible de la naturaleza humana, que está estrechamente relacionada con el cuerpo físico humano. Este cuerpo etérico ya no puede ser visto por el hombre, pues la facultad de hacerlo se ha perdido durante la evolución progresiva del hombre. Aristóteles ya no podía verlo, pero sabía de él, pues el conocimiento le venía de aquellos tiempos en que la conciencia clarividente veía, no sólo el cuerpo físico, sino también el Aura Etérica, el Cuerpo Etérico, que es realmente el constructor y fortalecedor del cuerpo físico.

 Aristóteles extrajo su enseñanza de aquellos tiempos en los que el hombre percibía el Cuerpo Etérico como hoy percibimos los colores. Por tanto, si se mira al Cuerpo Etérico en lugar de al cuerpo físico, el Cuerpo Etérico es realmente el origen de ciertas corrientes. Para Aristóteles, este origen no estaba en el cerebro, sino en el corazón. La descripción dada por Aristóteles de estas corrientes había sido designada habitualmente con el título de nervios. Por tales corrientes no entendía los nervios en el sentido actual de la palabra, sino las corrientes suprasensibles, las fuerzas suprasensibles. Éstas proceden del corazón, fluyen al cerebro y, desde allí, se distribuyen a las diversas actividades del cuerpo humano. Estos son asuntos que no podemos comprender hasta que hayamos aprendido por medio de la Ciencia Espiritual acerca de las partes y principios suprasensibles de la naturaleza humana.

El hombre había perdido el poder de ver clarividentemente incluso en los siglos anteriores a Galileo y Giordano Bruno. Por lo tanto, la gente no tenía idea de que Aristóteles estaba hablando de la Corriente Etérica. Pensaban que se refería a los nervios físicos, por lo que afirmaban que "Aristóteles afirma que los nervios físicos proceden del corazón".

Tal era la opinión de los devotos seguidores de Aristóteles. Aquellos, sin embargo, que habían estudiado en el libro de la Naturaleza no podían permitir esto. De ahí la gran batalla entre Galileo y Giordano Bruno y la Escuela de Aristóteles.

Los seguidores de Aristóteles lo malinterpretaron completamente; nadie comprendió al verdadero Aristóteles; Galileo y Giordano Bruno, naturalmente, tampoco lo comprendieron, pues no se tomaron la molestia de penetrar en el verdadero sentido de las obras de Aristóteles. Así pues, Galileo y Giordano Bruno fueron los dos grandes intelectuales de su tiempo, que se apartaron de la pedantería de los escolásticos y del aprendizaje de los libros para adentrarse en el gran libro de la propia Naturaleza, que está al alcance de todos y de cada uno.

El profesor Laurenz Muellner, por quien, como filósofo, siento la mayor admiración, se refiere a esto en una conferencia que pronunció en 1894 como Rector de la Universidad de Viena. En esta conferencia llamó la atención sobre el hecho de que el gran Galileo, con su maravilloso conocimiento y dominio de todas las grandes leyes de la mecánica, había descubierto las leyes que rigen la distribución del espacio. Ahora bien, son precisamente estas leyes que rigen el funcionamiento y la distribución del espacio las que llaman la atención y despiertan las emociones con tanta fuerza cuando las vemos ejemplificadas en San Pedro de Roma. Este poderoso edificio nos influye a todos. Y cada uno experimenta algo tangible, que todos podemos comprender. Permítanme ilustrarlo con el siguiente ejemplo: - Speidel, el periodista vienés, y el escultor Natter iban en coche por los alrededores de Roma. Al acercarse a la ciudad, Speidel oyó de pronto una exclamación de lo más extraordinaria por parte de Natter, que era un espíritu muy genial. Natter se puso repentinamente en pie. Su amigo no podía saber qué le ocurría, pues sólo oyó las palabras " Estoy espantado". Como Natter no quiso decir nada más, su amigo supo más tarde que la exclamación había sido provocada por la vista de la cúpula de San Pedro a lo lejos.

Algo parecido al asombro aterrorizado ante el efecto de la maravillosa distribución del espacio, creada por el genio de Miguel Ángel, sobrecoge a todos los que contemplan este maravilloso edificio. Laurenz Muellner llama la atención sobre el hecho de que gracias a Galileo, ese gran pensador, la humanidad ha podido concebir matemática y mecánicamente un efecto de distribución del espacio como el que se aprecia en la maravillosa construcción de la cúpula de San Pedro, en Roma. Al mismo tiempo, no debemos olvidar que Galileo, que descubrió las leyes de la Mecánica, nació cuando Miguel Ángel, el constructor de San Pedro, estaba casi en su lecho de muerte. Esto significa que fue de las fuerzas espirituales de Miguel Ángel de donde surgió esa habilidad en la distribución de las leyes del espacio, que no estuvo a disposición del intelecto del hombre hasta más tarde.

De esto debemos inferir que lo que podemos llamar conocimiento intelectual, conocimiento gobernado por la razón, puede venir mucho más tarde que la composición real de la materia en el espacio.

Si se consideran detenida y reflexivamente estas cuestiones, se verá que la conciencia humana ha sufrido un cambio; que, anteriormente, los hombres poseían cierta clarividencia y que la manera de pensar con el intelecto no se remonta muy atrás. Este hábito o manera de pensar con el intelecto, debido a ciertas necesidades históricas, surgió durante los siglos XV, XVI y XVII. Mentes como las de Galileo y Giordano Bruno son los primeros precursores de lo que estaba por venir. De ahí su feroz oposición a la escuela de Aristóteles y, sobre todo, a quienes primero malinterpretaron por completo a Aristóteles -que puede ser tomado como la expresión de la sabiduría antigua- y luego utilizaron su mala interpretación de él como argumento contra la Ciencia Natural. Hemos indicado ahora la posición de Galileo en el mundo. Fue, en el sentido más elevado de la palabra, el hombre que inauguró por primera vez el sistema de pensamiento severo necesario para la Ciencia Natural, ese sistema de la relación de la Ciencia Natural con las Matemáticas, que ha continuado en su línea desde sus días hasta los nuestros.

¿Qué es lo que distingue a Galileo de todos los demás hombres hasta su época? Es la doctrina que fue el primero en comprender y que predicó con tan noble valor, demostrando así ser un hijo de su época. Los sentimientos que poseían a Galileo pueden expresarse hasta cierto punto con las siguientes palabras, que nos ayudarán a comprender toda su alma y su actitud mental. "Aquí estamos como hombres sobre la tierra. La naturaleza se extiende ante nosotros, con todo lo necesario para nuestros sentidos y para nuestra razón, que está conectada con el instrumento del cerebro a través de la naturaleza". Galileo lo dice muchas veces, en diversos pasajes de sus obras, como puede comprobarse, "a través de la Naturaleza habla el Divino Espiritual. Nosotros los hombres nos acercamos a la Naturaleza, la vemos con nuestros ojos y la estudiamos con nuestros otros sentidos. Lo que percibimos con nuestros ojos, lo que recibimos a través de nuestros sentidos, es implantado en la Naturaleza por los Seres Espirituales Divinos. Al principio, los pensamientos de los Seres Espirituales Divinos existen allá; luego, como brotando de los pensamientos de estos Seres, vienen las cosas visibles de la Naturaleza como la revelación de. pensamiento divino. Luego vienen nuestros poderes de percepción y, sobre todo, nuestra razón, que es inseparable del cerebro. Allí nos encontramos, listos para deletrear, como a partir de las letras de un libro, y llegar al significado del autor, lo que los pensamientos Divinos han expresado en la Naturaleza."

Galileo tomó su posición firmemente en el terreno en el que todas las grandes mentes en el curso de la evolución terrestre han tomado su posición. Creía que las manifestaciones de la Naturaleza, las cosas de la Naturaleza, son como las letras de un alfabeto, que expresan la mente de los seres Espirituales Divinos. Así, la mente humana existe para que pueda leer lo que los Seres Espirituales Divinos han escrito allí, escrito en forma de minerales, en el curso de los fenómenos naturales, en el curso de los movimientos de las estrellas. La naturaleza humana existe para que pueda leer los pensamientos de la Mente Divina. Para Galileo, sin embargo, la Mente Divina sólo se distingue de la mente humana por el hecho de que todo lo que puede ser pensado es pensado por la Mente Divina a la vez, en un solo momento, sin trabas de espacio o tiempo. Apliquemos esto a cualquier campo; al campo de las Matemáticas. Vemos de inmediato cuán extra ordinaria es esta concepción. Si un estudiante desea aprender todo lo que la humanidad ha aprendido hasta ahora sobre Matemáticas, tendrá que trabajar en ellas durante años. Entonces, como usted sabe, la concepción que el hombre tiene de las Matemáticas depende en gran medida del tiempo. Ahora, Galileo argumentó así: - Lo que la humanidad logra captar en el curso de muchos años es concebido por el pensamiento Divino en un segundo. El pensamiento divino no está limitado por el espacio ni por el tiempo. Sobre todo, la mente humana no debe suponer que con su razón limitada, como está, por el espacio y el tiempo, puede comprender inmediatamente la Mente Divina. El hombre debe esforzarse. Debe observar cada paso. Debe estudiar cuidadosamente cada fenómeno por separado. No debe pensar que puede permitirse ignorar los fenómenos, que puede dejar de tener en cuenta lo que Dios ha planeado como fundamento de los fenómenos. Galileo afirmó que era un error no querer conocer el verdadero significado de las maravillosas manifestaciones que la Naturaleza despliega por medio de la razón humana, que era un error no esforzarse por averiguar la verdad mediante una investigación minuciosa. Afirmaba que esforzarse por llegar a la verdad mediante la especulación, en lugar de estudiar cuidadosamente los detalles de los diversos fenómenos, era un método de pensamiento totalmente falso.

 Pero el motivo que impulsó a Galileo era muy distinto de los que dan lugar a un lenguaje similar hoy en día. Galileo no limitaría la mente humana a la observación porque negara la operación de la Mente Divina en la Naturaleza; al contrario, sólo porque la Mente Divina se manifiesta en la Naturaleza y se revela tan grande, tan poderosa y tan maravillosa; porque (para la Inteligencia Divina) todo pensamiento creador surge en un momento, mientras que la mente humana requiere una eternidad para descifrar amorosamente las letras del Alfabeto y sólo puede llegar gradualmente a los pensamientos detallados que representan. Es la humildad ante la idea de hasta qué punto la razón humana está por debajo de la Razón Divina lo que lleva a Galileo a advertir a sus contemporáneos. "Ya no podéis ver detrás de las cosas del sentido. No porque esto nunca haya sido posible al hombre, sino porque el tiempo para hacerlo ha pasado".

La observación, la experiencia y el pensamiento individual componían la norma que Galileo puso ante sus contemporáneos. Pudo hacerlo porque, en cierto sentido, su mente estaba moldeada matemáticamente y porque su método de pensamiento era tan rígidamente matemático. Para ilustrarlo, tomaremos el caso del telescopio. Galileo oyó que se había hecho un descubrimiento en Holanda, por medio del cual era posible percibir las estrellas más distantes del firmamento. Debemos tener en cuenta que en aquella época no había periódicos. Sólo se enteró por los viajeros de que en Holanda se había descubierto algo parecido a un telescopio. Galileo no pudo descansar hasta que descubrió por sí mismo de qué se trataba e inventó un telescopio con el que hizo los grandes descubrimientos que confirmaron las teorías que se habían promulgado recientemente en la concepción copernicana del cosmos. Para entender estas cosas correctamente, debemos recordar estos dos hechos: - que nada se entendía entonces de la vieja ciencia supersensible, y que Galileo era un explorador de la nueva ciencia. En segundo lugar, que poco tiempo antes Copérnico había dado un nuevo aspecto a la concepción del mundo mediante el pensamiento externo relativo a los movimientos de los planetas alrededor del Sol. Debemos ponernos en la posición de los hombres de aquella época y tratar de entrar en la mentalidad de quienes creían, como lo habían hecho los hombres durante miles de años antes que ellos: - "Aquí estamos parados sobre la tierra firme, inmóvil en el espacio". A hombres con opiniones como éstas, se les presentaba ahora por primera vez la idea de que la Tierra giraba alrededor del Sol con una rapidez incalculable. Semejante idea les hizo perder literalmente el equilibrio. No podemos sorprendernos de la excitación que tal idea creó en todos, partidarios o adversarios. Para mentes como la de Galileo, la forma en que Copérnico había llegado a sus conclusiones era particularmente convincente. Examinemos a la luz del tiempo presente los medios por los que Copérnico llegó a sus conclusiones.

¿Cómo llegó Copérnico a la idea de que los planetas giran alrededor del Sol?

Hasta su época, había prevalecido una teoría del universo que no se comprendía porque estaba destinada a ser tomada en un sentido espiritual. Tal como se entendía entonces, era una concepción imposible. Los hombres tenían que suponer que los planetas describían los movimientos más complicados - círculos - y luego círculos dentro de círculos. Era precisamente esta terrible complicación de ideas la que había que eliminar. Esto era lo que resultaba tan odioso para ciertos tipos de mente.

 En realidad, Copérnico no hizo ningún descubrimiento astronómico nuevo. Se dijo a sí mismo: "Procedamos según las líneas de pensamiento más simples para llegar a una explicación de los movimientos de los planetas". Expresó su sistema del universo en los términos más simples. Y ¡con qué maravilloso resultado! El Sol se situó en el centro, mientras que los planetas giraban a su alrededor en círculos o elipses, como demostró más tarde Kepler. Toda la concepción del universo se redujo a una maravillosa simplicidad.

Fue esta simplicidad la que tanto influyó en la mente de Galileo. Pues siempre afirmó enfáticamente que "la mente humana es capaz de reconocer la verdad en su simplicidad". La belleza se encuentra en lo simple, no en lo complejo. Y la verdad es belleza.

Fue por su Belleza y por la simplicidad de su Belleza por lo que la teoría copernicana del sistema del Universo fue aceptada por tantas mentes en aquella época. Galileo en particular la aceptó porque encontró en la enseñanza de Copérnico la Belleza en la simplicidad que estaba buscando.

Ahora podía ver las Lunas de Júpiter, en las que casi nadie creía. Los ojos de Galileo fueron los primeros en ver las Lunas de Júpiter, que lo rodean como los planetas al Sol. Era un sistema solar en miniatura. Júpiter con sus Lunas era como el Sol con sus planetas. Este descubrimiento confirmó las teorías de un sistema solar construido según una concepción. Así le pareció a Galileo, que aplicó la teoría de Copérnico en miniatura a un mundo visible. De ahí que Galileo fuera realmente un pionero de la Nueva Ciencia.

Así resultó que dividió la presencia de montañas en las Lunas, que había manchas en el Sol y que las Nebulosas que se extienden por las estrellas eran mundos desintegrados de estrellas. En fin, todo lo que puede expresarse como la revelación de la Sabiduría Divina expresada en el mundo de los sentidos. Todo esto tuvo un tremendo efecto sobre Galileo. Con su mente matemática, la cuestión del tiempo, que se había perdido completamente de vista en la concepción material del mundo visible, naturalmente influyó mucho en él. Galileo creó por primera vez el impulso en la mente humana de admitir que no podemos ver detrás del velo material con nuestra conciencia normal: "Lo suprasensible no puede ser comprendido por los sentidos humanos. No puede ser comprendido por la razón humana. La Razón Divina lo capta fuera del tiempo y del espacio, mientras que la razón del hombre se limita al tiempo y al espacio. Limitémonos a aquello que, en el tiempo y en el espacio, nuestra razón humana puede comprender."

Ahora bien, viendo que Galileo alcanzó tanta grandeza en tantas cosas, es también, desde el punto de vista de la filosofía, uno de los pioneros más importantes del desarrollo espiritual moderno de la humanidad. ¿Podemos extrañarnos entonces de que veamos también en él una mente que deseaba aclarar para sí y para los demás la relación del hombre con el mundo de los sentidos y con su propia vida anímica?

Es una falacia popular que Kant fue el primero en llamar la atención sobre el hecho de que el mundo que nos rodea no es más que una ilusión y que no es posible llegar a "la cosa en sí", a las cosas como realmente son. Expresado de otra manera, Galileo ya había demostrado esta idea; sólo que, detrás de lo visible, veía siempre los pensamientos omnipenetrantes de lo Divino Espiritual, y sólo por humildad y no por principio dijo que sólo después de largos eones de tiempo estaría la humanidad en condiciones de acercarse a ello.

Pero Galileo dijo: - "Cuando vemos un color, nos produce cierta impresión. Por ejemplo, el rojo. ¿Está el color rojo en las cosas?" Galileo utilizó una ilustración muy notable, que demostró de inmediato que la concepción primaria era incorrecta. Esto, sin embargo, es irrelevante para nuestro propósito. El punto que deseamos enfatizar es la concepción misma como una idea de ese tiempo. Galileo dijo: - "Si tomas una pluma y le haces cosquillas a un hombre en las plantas de los pies o en las palmas de las manos, el hombre experimentará una sensación de cosquilleo. Ahora bien, ¿el cosquilleo está en la pluma? No. Es totalmente subjetivo. Lo que hay en la pluma es muy diferente. Así como el cosquilleo es subjetivo, también es subjetivo el color rojo, que es visible en el mundo". Así, comparó los colores e incluso los sonidos con el cosquilleo causado por la aplicación de una pluma en la planta de los pies.

Una vez que nos damos cuenta de esto, ya podemos rastrear en Galileo los comienzos de lo que llegó hasta nosotros como la filosofía de nuestros tiempos modernos. En efecto, la filosofía moderna duda de la posibilidad de que el hombre pueda penetrar tras el velo del sentido del mundo.

Así, vemos en Galileo, que nació en 1664, al pionero tranquilo y decidido, mientras que Giordano Bruno, que era algo mayor, pues nació en 1648, reflejaba en su mentalidad todas las grandes verdades que fermentaban en las mentes de hombres como Copérnico, el propio Galileo y otros en aquella época. La mente de Giordano Bruno refleja para nosotros todas las grandes ideas de la época en un poderoso y completo sistema filosófico.

¿Cuál era la actitud personal de Giordano Bruno ante el mundo, al margen de la actitud mental de los hombres de su época? Giordano Bruno (que sólo conocía la versión corrompida de Aristóteles) argumentaba así: - "Aristóteles sostiene que existe una esfera que se extiende hasta la Luna, de ahí a las diferentes esferas de las estrellas; después viene la esfera de lo Divino Espiritual.. Así, según Aristóteles, hay que buscar al Dios Vivo fuera de las esferas de las estrellas".

Giordano veía el Universo según la concepción de Aristóteles. Veía primero la Tierra, luego las esferas de la Luna y de las Estrellas. Luego, finalmente, más allá de éstas otra vez, más allá de este mundo y más allá del habitado por el hombre, en la gran periferia de este mundo, el Espíritu Divino, que dirige literalmente las revoluciones y los movimientos del mundo de los planetas.

Giordano Bruno no podía conciliar esta concepción con la experiencia humana real de su época. Lo que ahora podía ser percibido por medio de los sentidos humanos, lo que él mismo percibía cuando miraba las plantas, los animales y el hombre, lo que veía cuando miraba las montañas, los mares, las nubes y las estrellas, todo esto se le aparecía como una imagen maravillosa de lo que vive en el propio Espíritu Divino. En las estrellas que se mueven, en las nubes que surcan el aire, veía no sólo un guión escrito por el Ser Divino, sino algo que podía pertenecer al Ser Divino como un dedo o un miembro a nosotros mismos. La concepción fundamental de Giordano Bruno no era la de un Dios que dirige el mundo visible desde fuera, desde la periferia, sino la de un Dios que está incorporado en cada una de las manifestaciones de lo visible, cuya forma corporal es el mundo visible.

 Si tratamos de comprender cómo fue que llegó a tal conclusión, encontramos que fue el resultado de la alegría de la embriaguez del deleite en el espíritu de la nueva era que acababa de comenzar. Esta nueva era había sido precedida por un tiempo durante el cual el hombre se había contentado con andar a tientas entre las viejas ideas de Aristóteles. Una época en la que los principales eruditos, si caminaban por bosques y campos, no tenían ojos para la Naturaleza y todas sus bellezas, sino que tenían sus mentes totalmente puestas en los Pergaminos y Escritos que se habían originado con Aristóteles.

Ahora, sin embargo, había llegado el momento en que la voz de la Naturaleza comenzó a hacerse oír por los hombres. Grandes descubrimientos se revelaron uno tras otro. Mentes poderosas como la de Galileo avanzaban de un punto a otro, reconociendo a cada paso lo divino en la propia Naturaleza.

La teoría del Dios en la Naturaleza, en contradicción con la concepción medieval de la Naturaleza, de la que Dios era eliminado, fue aceptada en todas partes con un delirio universal de alegría. A este espíritu respondía cada fibra del ser de Giordano Bruno. "Hay Espíritu en todas las cosas", dice, "Esto lo prueba la investigación física. Dondequiera que veamos una creación visible, allí encontraremos lo Divino". Sólo hay una diferencia entre lo físico y lo Divino. Como somos hombres y estamos confinados en estrechas fronteras, lo visible nos parece limitado por el tiempo y el espacio. Para Giordano Bruno, el Espíritu de Dios existe detrás del mundo de los sentidos. No de la forma en que (según él) había existido para Aristóteles o los hombres de la Edad Media. Él creía que el Espíritu Divino existía por sí mismo; y la Naturaleza sólo era el cuerpo por medio del cual su Espíritu se manifestaba en toda su belleza.

Sin embargo, el hombre no puede percibir la totalidad del Espíritu Divino en la Naturaleza, sólo puede ver una parte. En todas las cosas, en todo tiempo y espacio, se encuentra el Espíritu Divino. Este era el credo de Giordano Bruno. Por eso dice: "¿Dónde está lo Divino? En cada piedra, en cada hoja, lo Divino está en todas partes. En toda la creación, especialmente en los seres que poseen una cierta existencia independiente". A estos seres, que reconocen su propia independencia, los denomina Mónadas. Por Mónada entiende algo que flota y florece en el océano de la divinidad. Todas las Mónadas son espejos del Universo. Así, Giordano concebía el Espíritu universal como dividido en muchas Mónadas, y en cada Mónada que era un Espíritu individual, había algo que era un reflejo del Universo.

El alma humana es una de estas mónadas, y son muchas. De hecho, el propio cuerpo humano está compuesto de muchas Mónadas, no de una. Si comprendemos la verdad sobre el cuerpo físico según las ideas de Giordano Bruno, no veremos el cuerpo humano carnal, sino un sistema de Mónadas; estas Mónadas no pueden verse claramente, como no podemos distinguir los mosquitos separados en un enjambre; la Mónada principal es el alma humana. Cuando el alma humana nace, decía Giordano Bruno, las otras mónadas que pertenecen al alma se reúnen y, de este modo, se hace posible la existencia de la mónada principal, de la mónada alma. Cuando se acerca la muerte, la Mónada-Jefe descarga y dispersa a las otras Mónadas.

Según Giordano Bruno, el nacimiento es la concentración de muchas Mónadas alrededor de una Mónada-Jefe, mientras que la muerte es la separación de las Mónadas inferiores de la Mónada-Jefe, para que ésta pueda adoptar otra forma. Pues cada Mónada está obligada a adoptar, no sólo la forma por la que la conocemos aquí, sino todas las formas que es posible adoptar en el Universo. Giordano Bruno concibe una procesión a través de cada forma. Así se aproxima lo más posible -en su entusiasmo- a la idea de la reencarnación del alma humana.

Y con referencia a la concepción de nuestra realidad colectiva, dice: - El hombre, con su conciencia normal, se encuentra frente a esta realidad. Lo primero que recibe son las impresiones de los sentidos. Estos son sus primeros medios de conocimiento. De éstos, hay cuatro, dice Giordano Bruno. El primer medio por el que el hombre adquiere conocimiento son las impresiones de los sentidos.

Las segundas son las imágenes que construimos en nuestra imaginación cuando las cosas que han impresionado a los sentidos ya no están ante nosotros, cuando sólo recordamos lo que hemos vivido. Aquí ya penetramos más en el alma. A este segundo canal de conocimiento lo denomina "el poder de la imaginación". La palabra no debe tomarse en el sentido que tiene hoy en día, sino que debe entenderse en el sentido en que la empleaba Giordano Bruno. Después de que un hombre ha recibido lo que las impresiones del sentido tienen que darle, entra (formando la imagen dentro de sí mismo) en las impresiones. La impresión se hace desde fuera sobre el interior. Resulta entonces que el hombre, mientras penetra las cosas con su razón y luego procede más allá, se acerca a la verdad, en lugar de alejarse de ella. De ahí que Giordano Bruno reconozca la razón, el intelecto, como el tercer medio de adquirir conocimiento, y en esto tiene en mente el momento en que dejamos los objetos visibles a nuestros sentidos y ascendemos al reino del pensamiento. Entonces fluye hacia nosotros algo más elevado y verdadero que cualquier impresión creada por los sentidos.

Según Giordano Bruno, el cuarto estadio es la Razón. Para él, la Razón es un vivir y un tejer en las regiones del Espíritu Puro.

Así pues, el sistema de Giordano Bruno comprende cuatro estadios de conocimiento. Sin embargo, no los clasifica de la misma manera en que están clasificados, por ejemplo, en mis libros "El Camino de la Iniciación" e "Iniciación y sus Resultados", bajo los títulos de Conocimiento Presente, Conocimiento Imaginativo, Conocimiento Inspirativo y Conocimiento Intuitivo. Sus clasificaciones son más abstractas. Debemos, por lo tanto, pensar en él de la siguiente manera: Giordano Bruno vivió primero en el momento en que el conocimiento de los fenómenos visibles estaba avanzando, por lo que utilizó expresiones que se asemejan a las que se utilizan ahora para expresar el conocimiento del mundo visible ordinario, en lugar de las que se refieren a los mundos superiores. Pero cuando Giordano Bruno mira hacia el Mundo Espiritual, no podemos dudar de su significado por el tremendo énfasis con que dice "El Espíritu Divino que existe en todo, que tiene su forma corporal en todas las cosas, posee aquello de lo que tenemos la representación, como la idea es la concepción de la cosa".

"¿De qué manera está el mundo en Dios? ¿Cómo está el Espíritu en Dios?", pregunta, y responde: "El Espíritu está en Dios como Idea, como el Pensamiento que precede al Verbo". En todo está el Espíritu en la Naturaleza, como forma, responde, con lo que quiere decir, que la idea que existe en el Espíritu Divino está en el cristal, que tiene forma; está en la planta, que tiene forma; en el animal, que tiene forma; está en el cuerpo humano, que tiene forma. De todas las cosas visibles que tienen forma, existe una contrapartida en el alma humana como concepto de las mismas.

Giordano Bruno lleva esto aún más lejos. Las cosas de la Naturaleza son sombras de las Ideas Divinas. "Fijaos bien", dice, "nuestros conceptos no son las sombras de las cosas, son las sombras de los Pensamientos Divinos". Por lo tanto, si tenemos las cosas de la Naturaleza a nuestro alrededor y así tenemos la sombra de la Idea Divina, nuestros conceptos volverán a fructificar por ello. Mientras formamos nuestros conceptos, el Espíritu Divino va tejiendo Sus Ideas en el original, de modo que entramos en contacto directo con la corriente que nos conecta con la Idea Divina.

Cuando estudiamos las teorías de esa Ciencia Física que hoy se llama Monismo, (a diferencia de la de Giordano Bruno), lo que más nos llama la atención es el hecho de que, si queremos ser consecuentes al hablar de esas teorías, debemos decir "no mencionan el Pensamiento Divino". Pero Giordano Bruno no decía eso, era un espiritista en el sentido más estricto de la palabra. Lo que él tiene para sacarnos de la verdadera inspiración del Renacimiento se refiere a las Mónadas. La reunión de las Mónadas al nacer y su disolución al morir se refiere a los Pensamientos Divinos, que, en su concepción del mundo, desembocan en el mundo de las ideas; y en sus propias palabras "El pensamiento humano es un reflejo del Divino". Si esto se comprende a fondo, entenderemos algo de la espiritualidad de Giordano Bruno.

Pero para ello es necesaria una cosa: debemos distinguir entre el Giordano Bruno real y el irreal, entre el Giordano Bruno que fue tan incomprendido y el hombre real.

Giordano Bruno fue la mente maestra que, con su entusiasmo sin límites, difundió entre sus contemporáneos los logros más intelectuales de Galileo en el ámbito del pensamiento científico. Por eso, todas las palabras de Giordano Bruno tenían tanto peso. Toda la alegría y el entusiasmo del espíritu de la época, todo su deleite por el descubrimiento del funcionamiento y el tejido de la Naturaleza en el mundo físico, se concentraba en la personalidad de Giordano Bruno. Este torrente de regocijo cristalizó en un sistema filosófico, porque el Espíritu Divino que habita en todas las cosas visibles iluminó con toda certeza el alma de Giordano Bruno, y él era consciente de ello. De ahí que podamos entender esas palabras de Giordano Bruno, que hacemos bien en recordar; suenan como si la Naturaleza misma tuviera un mensaje directo para los hombres de aquellos días. Aquí sólo podemos citar algunas palabras.

Considérese cuán maravilloso es el siguiente pensamiento, al que Giordano da expresión en contradicción con la enseñanza de Aristóteles sobre el mismo tema. "El Espíritu de la inteligencia divina no está más allá del mundo visible, no es exterior a él, está en todas partes, miremos donde miremos. La Inteligencia Divina no habita en ningún lugar exterior al mundo visible. No habita en ese reino vago, del que podemos decir "algo se mueve en círculos amplios", no habita en un reino giratorio, envolvente, con el que sólo podemos comunicarnos desde una gran distancia. El Espíritu Divino es el principio unido de esa fuerza vital, que está en todo y en la Naturaleza misma".

Tal era el lenguaje que resonaba entonces, tales las convicciones que brotaban de lo más íntimo del alma de Giordano Bruno. La cuestión que se plantea ahora es cómo reproducir mejor este lenguaje en la actualidad, para que hable directamente a nuestros corazones y mentes. Hermann Brunnhofer, que llamó la atención sobre esto y tuvo que someterse a que le llamaran admirador demasiado entusiasta de Giordano Bruno, puso sus palabras en bellos versos:

Non est Deus vel intelligentia exterior
Cirounrotans et circumducens;
Dignuis enim illi debet esse
Internum prinzipuim Motus,
Quod est Natura propria, species propria, anima propria,
Quam habeat tot quot in illius
Gremio et corpore vivent
Noe generali Spiritu, corpore.

Anima, Natura animantia
Plantea, Lapides quae univena ut
Disimus proportionaliter cumastro
Euden composita ordine, etaedem
Contemperata complexion um, symmetus,
Secundum genus, quantumlebet secundum
Specierum numeros singula deslingunlui. 


Qué era un dios, que sólo empujaba desde fuera,
¡Para dejar que el universo corra en círculos en su dedo!
Le corresponde mover el mundo en su interior,
La naturaleza en sí mismo, a sí mismo en la naturaleza para alimentar,
Para que lo que vive y teje y está en Él..,
nunca pierda su poder, nunca pierda su espíritu. 


Traducido así, verso a verso, este poema goetheano ofrece una traducción poética de Giordano Bruno a partir del espíritu de Goethe. No se puede ser Goethe y tener al lado a Giordano Bruno para escribir estos versos; tendría que entrar en juego algo que nunca podría entrar en juego si Goethe se hubiera limitado a transponer en forma poética lo que Giordano Bruno había dicho. Ahí vemos cómo el espíritu de Giordano Bruno se hizo completamente vivo en Goethe.

Esta es una traducción poética de la mente de Giordano Bruno a través de la instrumentalidad de la mente de Goethe. No se trata simplemente de que Goethe escribiera estos versos con las obras de Giordano Bruno a su lado. Tuvo que haber otra influencia que la que hubiera hecho que Goethe se limitara a refundir las palabras de Giordano Bruno en una forma poética. Vemos así cómo el espíritu de Giordano Bruno se hace plenamente vivo en Goethe. Sin embargo, no son sólo un par de siglos los que hay que salvar cuando pasamos de la época de Galileo y Giordano Bruno a la de Goethe. Debemos darnos cuenta de que lo que en el caso de Giordano Bruno tuvo su origen en el primer gran estado de ánimo entusiasta del que surgió el culto filosófico a la Naturaleza, se convirtió en Goethe en un estado de ánimo que le llevó con total devoción de una cosa a otra y que finalmente le hizo devolver a la Naturaleza el Dios cuya existencia el hombre aprendió ahora a sentir en la Naturaleza misma. En Goethe, el estado de ánimo de Giordano Bruno se había convertido en el suyo propio. Había nacido en él, por así decirlo. Ya estaba presente en él cuando, a la edad de siete años, cogió el atril de su padre y dispuso en él minerales de la colección de su padre, para tener algunos productos de la propia Naturaleza - con el mismo propósito cogió plantas del herbario de su padre. Luego colocó una barrita de incienso en lo alto del montón y esperó, vaso encendido en mano, a que saliera el Sol, para encender el incienso con sus rayos y consumar así un sacrificio extraído de las fuerzas de la Naturaleza al Dios que vive en las plantas y los minerales y al que había erigido un altar.

Así vivía Giordano Bruno en Goethe a finales del siglo XVIII y principios del XIX, pero de tal manera que lo que vivía como la actitud más íntima de su alma, Goethe lo llevaba a cada detalle de la Naturaleza.

Fue esta actitud mental la que hizo que a Goethe le resultara imposible comprender cómo los investigadores científicos de la época podían conceder tanta importancia a los signos externos que diferencian a los hombres de los animales. Los científicos físicos del siglo XVIII sostenían que el hombre no poseía el mismo número de pequeños huesos en la parte superior de la mandíbula que los animales, es decir, los huesos intermaxilares, que contienen la vaina de los dientes superiores. Los animales los poseen y en esto se diferencian los hombres de los animales. Goethe no podía comprender esta idea tan materialista. Este no podía ser el Dios que era el principio vital interno de la Naturaleza. El Dios del que Giordano Bruno hablaba como "circumroians et circumducens". Debía ser un Dios que trabajaba al margen de la Naturaleza, un Dios que, en primer lugar, hizo a los animales, luego hizo al hombre y después, para diferenciar al hombre de la bestia, dispuso que los animales tuvieran los huesos intermaxilares, mientras que éstos faltaban en el hombre.

Goethe fue el gran investigador de la Naturaleza, que se esforzó por demostrar que lo que existía en la Naturaleza como forma era capaz de elevarse más alto, y que algo externo, como los huesos intermaxilares, no es donde se halla la diferencia entre el mundo humano y el animal, sino que existe algo en el hombre que, aunque esté revestido de tonos y músculos como los de los animales, constituye la mente superior de la humanidad. Esta es sólo otra prueba de la magnitud del genio de Goethe. No sólo descubrió vestigios del hueso intermaxilar y demostró que sólo había desaparecido en el hombre porque era un hueso subordinado, sino que también demuestra que las vértebras pueden distenderse si la actividad de la mente contenida en el cerebro lo considera necesario. Hace mucho tiempo, cuando estudiaba los escritos científicos de Goethe, para comprender su afirmación de que los huesos del cráneo son vértebras transpuestas, habiéndose extendido éstas en las cavidades del cráneo, llegué a la inevitable conclusión de que Goethe debió concebir la idea de que el cerebro mismo era médula espinal transpuesta y que este cambio había sido obrado por la mente. Que no sólo el tejido que lo recubría, sino que el cerebro mismo había sido trasladado desde las vértebras y la médula espinal a un nivel superior. Fue un momento maravilloso en mi vida cuando descubrí que, en la última década del siglo XVIII, Goethe había escrito a lápiz en un trozo de papel: "El cerebro es en realidad sólo un trozo de médula espinal transpuesta". El profesor Bardeleben lo cuenta en su artículo del Anuario de Weimar sobre "Goethe como investigador científico".

Así vemos el talante que apareció por primera vez en Giordano Bruno aplicado por Goethe a las distintas partes de los seres vivos. Vemos cómo Goethe aplicó las ideas de Giordano Bruno, -a quien, como hemos visto, se aproxima tanto, incluso en la elección de las palabras-, de un modo práctico a todo lo que es el pensamiento científico natural.

Por eso Goethe puso tanto énfasis en encontrar en todo el mundo vegetal la metamorfosis de la planta arquetípica primigenia (Urpflanze). A los grandes logros de Goethe como artista se añadieron sus notables logros como investigador científico de la Naturaleza. En cierto sentido, en Goethe se incorporó el espíritu que había descendido de los estadios clarividentes de la percepción a una forma material de visión, como una personalidad que veía lo Divino en todas sus observaciones de la Naturaleza, incluso en las plantas individuales. La expresión "Urpflanze", Planta Arquetípica Primigenia. ¿Qué quería decir Goethe con ello? Quería indicar la esencia Espiritual en las diversas especies de Plantas. A este respecto, es importante la conversación entre Schiller y Goethe en Jena, después de una reunión de la Sociedad Botánica, a la que ambos habían asistido. Cuando salieron de la asamblea, Schiller dijo: - "Lo que dijeron sobre las plantas fue muy insatisfactorio". Goethe replicó: - "Se podría haber expresado de otra manera. Deberíamos ser capaces de ver, no sólo las partes de la planta que tenemos en nuestras manos, sino también su relación espiritual." Entonces cogió un trozo de papel y dibujó la estructura de una planta con unos pocos trazos. Mostró a Schiller que el tipo no sólo está presente en el Lirio, el Diente de León o el Ranúnculo, sino en todas las plantas. Entonces Schiller, que no podía entender la estructura de la planta primigenia) dijo: - "Eso no es ninguna realidad, no es más que una idea". Goethe se quedó muy perplejo y dijo: - "Me gratificaría mucho pensar que puedo tener ideas sin saberlo e incluso verlas con mis ojos físicos." Pues Goethe podía percibir el elemento espiritual que impregna todas las plantas. Lo veía tan claramente que incluso podía dibujarlo. Lo mismo ocurre con el animal arquetípico primigenio en todos los animales.

De esta manera, Goethe buscaba al Dios que no actúa desde fuera del mundo material, sino que vive y actúa dentro de todas las cosas visibles. Por ello seguía al Espíritu Divino que se mueve invisiblemente en todo, obrando de forma concreta de planta en planta, a través de la hoja, la flor y el fruto. Actúa del mismo modo de un animal a otro, y también de un hueso a otro, de una forma animal a otra. Es interesante observar que Goethe no fue comprendido por los hombres de su tiempo, ni siquiera por Schiller. Pero poco a poco el espíritu de Goethe arraigará incluso en el pensamiento de los Científicos Naturales. Se reconocerá que las ideas de Goethe estaban un estadio por encima de las de Giordano Bruno. Giordano Bruno hablaba de un Dios, un Dios panteísta, que se encuentra en todas partes, en las plantas y en los animales. Pero Goethe, aunque también él buscaba el gran espíritu que no actúa desde fuera, decía más: - No sólo debemos buscarlo en general; debemos estudiar los fenómenos detallados y buscar el Espíritu en las cosas separadas. Porque vive de una manera en las plantas, de otra en los minerales; de una manera en este hueso y de otra en aquél.

El Espíritu está en perpetua acción; forma las diversas partes de la materia, la materia sigue al espíritu en movimiento. Puede expresarse como un espíritu universal, como hizo Giordano Bruno. También puede buscarse con profunda devoción en cada detalle, como hizo Goethe. De este modo, el hombre se acerca cada vez más al Espíritu que actúa en el tapiz extendido de la Naturaleza, y ese Espíritu se irá revelando poco a poco.

Si estudiamos las sucesivas etapas de progreso representadas por Galileo, Giordano Bruno y Goethe, y buscamos el principio raíz que dirigió a tan grandes mentes, aprenderemos gradualmente a adherirnos al principio raíz que los dirigió, y a no dejarnos llevar por la voluntad del susurro de la crítica superficial. Ni siquiera las mentes más brillantes escapan a la crítica. Tomemos a Galileo con su gran concepción de lo Divino, que abarcaba toda la Creación en el lapso de un momento, y que no estaba limitada por el espacio o el tiempo. Cuando consideramos esto, es inevitable que surja la pregunta: - "¿Qué saben los hombres de hoy sobre el significado real de Galileo?". Por regla general, saben poco más de él que el único incidente que, con toda seguridad, no es cierto: que supuestamente dijo,"Se mueve, sin embargo". Un bonito dicho, en verdad, pero, como puede verse en las investigaciones del erudito italiano Angells de Gubernatis, no puede ser cierto. Y cuántas veces no oímos que las últimas palabras de Goethe fueron: - "Más luz", que es exactamente lo que nunca dijo.

Vemos, pues, que estas grandes mentes deben ser estudiadas a la luz que la Ciencia Espiritual es capaz de arrojar sobre ellas. No podemos, como nos gusta tanto hacer, juzgar el pasado con nuestra propia mente individual, moderna y sin ayuda.

Estas tres mentes maestras forman una tríada maravillosa y armoniosa, que marca el comienzo de nuestra edad moderna; en Galileo y en Giordano Bruno vemos el amanecer, en Goethe vemos el Sol mismo, que muestran cómo el Espíritu de la edad moderna ya le enseñó a ver que el más pequeño átomo de materia no puede existir sin el Espíritu detrás de él, que pone un átomo en contacto con otro.

 Me gustaría traer a su memoria un incidente que el propio Goethe relata. Muchos años después de la muerte de Schiller, se decidió que sus restos fueran trasladados de su tumba al Mausoleo de los Príncipes. Hubo algunas dificultades para decidir cuáles eran realmente los huesos de Schiller. Goethe se sintió atraído por un cráneo, que vio que debía pertenecer a un hombre del tipo del genio de Schiller; tras una inspección más detenida, decidió que debía ser el cráneo de Schiller, ya que lo reconoció por la peculiaridad fuertemente marcada en la forma del cráneo. Este cráneo fue colocado en el Mausoleo de los Príncipes. Aquí reconoció el principio, también reconocido por Galileo, de que el espíritu (o genio) debe buscarse humilde y matemáticamente.

La antigua lámpara de la iglesia todavía cuelga en la catedral de Pisa, balanceándose hacia adelante y hacia atrás ante innumerables almas. Pero Galileo sólo se había sentado ante ella una vez, cuando midió el latido de su pulso por el balanceo regular de la lámpara y descubrió así las leyes del equilibrio, que tienen tanta importancia hoy en día. Fue una inspiración divina. Hay muchos casos semejantes. En la tumba de Schiller, Goethe fue inspirado con el pensamiento que vivió en la inspiración filosófica de Giordano Bruno. "El espíritu es inseparable de la materia. Está en todas partes. No, sin embargo, agitándola salvajemente y dándole vueltas, sino, como Espíritu que existe en el átomo más diminuto". Esta concepción de lo espiritual, que existía en Giordano Bruno, renació en el alma de Goethe cuando tuvo en sus manos el cráneo de Schiller y, al igual que el agua se convirtió en hielo, el espíritu de Schiller se le manifestó en el cráneo de Schiller.

Todo el punto de vista espiritual de Goethe está ante nosotros cuando estudiamos el poema que escribió después de haber contemplado el cráneo de Schiller. Especialmente esos versos, que tan a menudo son malinterpretados, y que sólo podemos comprender cuando nos damos cuenta de que en la situación que hemos descrito anteriormente, Goethe vio la individualidad de Schiller en forma plástica ante él, como congelada.

Entonces grita, como debe hacerlo, forzado por la similitud del Espíritu que unió a Giordano Bruno y a Goethe:

Was kann der Mensch imleben mehr gewinnen,
Als dass sich Gott-Natur ihm offenbare,
Wie sie das Feste ladesst zu Geist verrinnen,
Wie sie das Geisterzeugte fest bewahre.

¿Qué más puede ganar el hombre en la vida
Que la naturaleza de Dios se le revele,
Cómo hace que lo firme y formado se funda en Espíritu,
y cómo lo que nace del Espíritu se mantiene firme en la forma.

Traducido por J.Luelmo mar.2023



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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919