GA060-8 Berlín, 12 de enero de 1911 -Disposición, aptitud y educación del ser humano

 

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DISPOSICIÓN, APTITUD Y EDUCACIÓN

DEL SER HUMANO

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner


Berlín, 12 de enero de 1911


Si dirigimos nuestra mirada a lo que ha discurrido a lo largo de las conferencias de este ciclo de invierno como una especie de leitmotiv, si miramos a esa esencia viva en el hombre que observamos no sólo una vez entre el nacimiento y la muerte, sino que presuponemos que existe en repetidas vidas terrenas, entonces la cuestión de lo que subyace al desarrollo de un hombre en su única vida, en una encarnación terrena, se nos presentará como algo bastante esencial, especialmente en nuestra época actual.  Porque el ser humano de hoy en día ciertamente se interroga e indaga sobre el aspecto peculiar de la disposición, el talento y la educación del ser humano. Pero como está poco inclinado a apartar su mirada de lo que se nos aparece como tomando forma en una vida, y a dirigir esta mirada hacia el constructor real, el creador real en el hombre, las preguntas de este hombre de hoy llevarán ya fácilmente el carácter de indeterminación. Pues si se parte de la base de que hay algo en la naturaleza humana que, como lo realmente animador interior, recorre muchas vidas, entonces sólo se estará ante la naturaleza bastante misteriosa, bastante cuestionable de este ser humano. Y las cuestiones de las disposiciones, de la aptitud y de la educación se querrán contemplar bajo una luz nueva, bajo una luz muy distinta de la que se pueden contemplar cuando sólo se tiene presente lo que la actualidad pone tan a menudo de relieve: la herencia, las cualidades heredadas de los antepasados.  No porque la ciencia espiritual quiera apartar su mirada de lo que se expresa en tales disposiciones heredadas, como si prescindiera de las cuidadosas observaciones de todo lo que pueden decir los sentidos externos y el intelecto dirigido hacia ellos; Pero la Ciencia Espiritual sabe que todo esto se relaciona con la esencia misma del ser humano como algo que es utilizado por éste, es absorbido en sí mismo de la misma manera que la materia externa es absorbida en la vida física por el pequeño germen de un ser vivo, que determina su forma a partir de sí mismo, pero se apropia de su entorno aquello que ha de posibilitarle vivir esta forma en la vida externa - lo sustancial, lo material. Así pues, tendremos que reconocer, en conjunto, en la forma de vida del ser humano, una confluencia de lo que nace al nacer y de aquello en lo que está insertado el "ser y la individualidad del ser humano y de lo que se nutre su alma espiritual". 

Cuando, por ejemplo, como educadores nos enfrentamos a las tareas de un alma humana que viene a la existencia en la cual, de hora en hora, de semana en semana, desarrolla cada vez más sus facultades interiores, cuando nos enfrentamos a un ser humano que crece como un enigma sagrado que tenemos que resolver, que ha venido a nosotros desde el infinito, para que le demos las posibilidades de desplegarse y desarrollarse, entonces surgirá toda una suma de nuevas tareas, nuevos puntos de vista, nuevas posibilidades en general para todo lo que es humano en la existencia. Así pues, vemos que el ser humano nace y suponemos que, en cierto modo, con su nacimiento se crea el núcleo de su ser. La ciencia externa también nos muestra, si no nos fijamos en eslóganes y teorías sino en hechos, cómo este núcleo del alma espiritual del ser humano sigue actuando en el niño después del nacimiento, cómo lo que se nos presenta como una organización física cambia, se forma plásticamente bajo la influencia del alma espiritual. También la ciencia externa puede mostrarnos, por ejemplo, cómo aquello en lo que primero tenemos que ver el instrumento para las actividades externas, cómo el cerebro es una materia todavía indeterminada, completamente todavía formable plásticamente en el hombre cuando llega a la existencia a través del nacimiento, y cómo entonces aquello que él se esfuerza por absorber del bagaje espiritual de su entorno penetra y actúa sobre la masa plástica de nuestro cerebro, modelándolo y formándolo como un artista. Si partimos del supuesto -que es un hecho y se ha mencionado a menudo en otros contextos- de que un ser humano, si fuera trasladado indefenso a una isla desierta después de nacer, no podría adquirir la facultad del lenguaje, entonces debemos decir: El contenido anímico-espiritual que nos llega revestido de lenguaje desde el nacimiento no es algo que penetre desde dentro del ser humano, que se aferre meramente a su disposición, que el ser humano reciba, por así decirlo, sin las influencias de su entorno anímico-espiritual, del mismo modo que recibe su segunda dentadura hacia el séptimo año por disposición interna, sino que el lenguaje es algo que actúa sobre el ser humano.

Es realmente como un escultor que, por así decirlo, da forma al cerebro. En las primeras fases, incluso durante años, podemos seguir científicamente este modelado del cerebro, incluso externamente. Si entonces se demuestra anatómica y fisiológicamente que la capacidad del hombre para el habla, la memoria para ciertas ideas del habla, está ligada a tal o cual órgano, que cada palabra está, por así decirlo, almacenada como un libro en la biblioteca, entonces podemos preguntar por otro lado: ¿Qué ha formado el cerebro para este propósito en primer lugar? Y podemos responder: Aquello que estaba allí en la esencia anímico- espiritual en el vocabulario lingüístico del entorno del hombre.

Esto nos muestra que debemos diferenciar en el hombre, en relación con todo su desarrollo anímico, todo lo que experimenta en sus pensamientos, ideas y sensaciones -también en sus impulsos volitivos y sentimientos, que sigue siendo, por así decirlo, mera experiencia interior- de aquello otro que sigue siendo dicha experiencia interior que interviene en la organización física exterior, la moldea plásticamente y sólo la convierte en un instrumento para futuras capacidades espirituales o futura vida anímico-espiritual. Esto lo podemos ver más claramente si seguimos una capacidad del hombre a lo largo de su vida que muestra lados muy diferentes, aunque estos lados diferentes hayan sido unidos varias veces por la ciencia exterior del alma: si seguimos nuestra memoria. 

Cuando nos apropiamos de algo a través de la memoria, cuando memorizamos, nos lo apropiamos a través de los medios, uno de los principales de los cuales es la repetición. Entonces lo hemos hecho nuestro, podemos darlo de nosotros. Ahora bien, todo el mundo conoce algo problemático: el olvido. Porque las cosas vuelven a olvidarse, se desvanecen de nuestra memoria de tal manera que somos incapaces de reproducirlas de nuevo en otro momento. ¿O acaso no recuerdan ustedes cuánto tuvieron que aprender y recitar de memoria en su juventud, y cuánto de ello ya no pueden recitar de memoria ahora? Pero, ¿desaparece realmente todo lo que hemos memorizado? 

Ahora sólo queremos considerar aquello de lo que el hombre dice más tarde: lo he olvidado, aquello que, por tanto, ya no puede traer a la memoria para reproducirlo. ¿Ya no existe? Está ahí de manera similar a algo que ya hemos mencionado, que siempre se olvida en la vida humana normal: cómo se olvidan las maravillosas y ricas primeras experiencias de los años de la infancia. Hasta cierto punto en la vida humana normal sólo recordamos hacia atrás. Antes de ese momento, sin embargo, hemos tenido infinidad de impresiones. Quién no admitiría esto si realmente observara con imparcialidad el desarrollo de un niño en los primeros años de vida. Pero está olvidado en el sentido en que solemos hablar de olvido. Pero, ¿ya no existe? ¿Ya no desempeña ningún papel en el alma humana? 

Sí, desempeña un papel importante en el alma humana. Pues lo que son las primeras impresiones de la infancia, si experimentamos alegría o tristeza, amor o indiferencia, éstas o aquellas impresiones exteriores, depende infinitamente más de lo que el hombre es capaz de hacer en la vida posterior, del estado de ánimo general y de toda la constitución de su alma, de lo que se suele suponer.  Es más importante lo que uno ha olvidado en los primeros años, lo que nos forma y moldea en el ser anímico, de lo que suele admitirse. Es lo mismo con lo que aprendemos más tarde, olvidamos la formulación, el pensamiento, pero permanece en nosotros como un cierto estado de ánimo del alma. Si, por ejemplo, a cierta edad un hombre ha aprendido baladas u otros poemas de grandes héroes con tareas muy definidas, cualidades muy definidas, puede que olvide los pensamientos, los incidentes, etc., de modo que no pueda reproducirlos de nuevo; pero lo que ha aprendido permanece detrás, en la estructura de su propio carácter, tal vez como una fuerza del alma, como una forma de enfrentarse a la vida y dejar que el placer y el sufrimiento se acerquen a él. Lo que olvidamos se convierte en estados de ánimo, valores emocionales, incluso impulsos de la voluntad, lo que reposa más o menos inconscientemente en nuestra vida anímica, pero que crea y forma en nosotros. Sólo a veces se hace evidente a través de procesos muy definidos en la vida posterior, que algo tan olvidado no está del todo olvidado después de todo, que cuando se hacen los procedimientos adecuados y se trae ante el alma algo relacionado, el ser humano entonces recuerda algo olvidado después de todo, de modo que se puede probar que sólo se ha deslizado algo sobre ello como una manta en las capas subconscientes de su vida anímica, pero que sin embargo está presente en él. De este modo podemos ver literalmente cómo lo que olvidamos, lo que se desvanece de nuestra memoria, forma y moldea nuestra alma y luego se manifiesta en nuestro estado de ánimo ante el placer y el sufrimiento, en nuestro coraje, en nuestra valentía o cobardía a menudo, o también en nuestro miedo y ansiedad ante la vida. Lo que vemos así, por así decirlo, descendiendo del depósito de la memoria al subconsciente, se convierte entonces en creativo en nuestra propia alma. En el fondo, nosotros mismos somos lo que las cosas que hemos olvidado han hecho de nosotros. Pues, ¿Qué es el hombre en concreto sino la forma en que puede alegrarse, ser valiente, etc.? Si no consideramos al ser humano en abstracto, sino en concreto, debemos decir: Él es el armonioso entretejido e interacción de sus cualidades, de modo que el propio ser humano está condicionado por aquello que fluye hacia las capas más profundas de su conciencia. Esto lo vemos durante la vida.

De todo lo que se ha considerado hasta ahora y de lo que queda por mencionar se desprende que lo que así se hunde espiritualmente en capas más profundas, se hunde aún más cuando el ser humano atraviesa la puerta de la muerte. Pues cada vez que el ser humano quiere formar su organismo físico exterior en la vida a través de lo que absorbe, ya encuentra un determinado organismo en esta vida. Es de un tipo u otro, y entra en la vida con estas o aquellas disposiciones. Contra esto, debe precipitarse lo que es creador en nuestra alma. Supongamos que una cualidad de valentía pudiera formarse en nosotros a través de lo que asumimos en nosotros mismos. Pero si tenemos un organismo que es más adecuado para ser una pata de conejo que para ser una persona valiente, debemos más o menos arremeter contra algo que tenemos en la vida de nuestro organismo. Y cuando pasamos por el tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, la parte esencial de este desarrollo humano es que forjamos para nosotros mismos el arquetipo, la forma original de nuestro nuevo cuerpo físico, nuestro nuevo organismo físico terrenal. Allí no tenemos los límites y las resistencias que se presentan a nuestra organización en la vida entre el nacimiento y la muerte; allí construimos plásticamente, con lo que hemos adquirido en la vida, los cimientos, las fuerzas básicas para una nueva fisicalidad dentro de límites más amplios que entre el nacimiento y la muerte. Por lo tanto podemos decir: Aquello que actúa en nuestra alma en forma de ideas olvidadas durante la vida entre el nacimiento y la muerte, cuando atravesamos la puerta de la muerte, sigue actuando, hasta el momento de la reencarnación, en la conformación de nuestro próxima organismo; de modo que atravesamos el nacimiento con tales disposiciones para la nueva existencia que descienden a capas aún más profundas de nuestro ser que las ideas olvidadas en la vida entre el nacimiento y la muerte.

De todo esto se comprenderá perfectamente <que el ser humano, por haber obtenido del entorno inmediato, de la vida, las causas para la organización de una nueva corporeidad, de hecho también necesita de nuevo las mismas condiciones en cierto modo. Es diferente con el animal, que ha determinado su organismo en la línea hereditaria, como hemos visto en las observaciones sobre "alma humana y alma animal" y "espíritu humano y espíritu animal". Allí el animal aparece con tendencias bastante definidas que quieren formarse plásticamente, porque las tendencias no son tomadas del ambiente del animal. Consideremos lo poco que el animal se apropia y toma del mundo exterior mediante la educación, mediante el adiestramiento, lo poco que necesita, por tanto, un escenario que se encuentre en el mundo exterior para sacar de nuevo lo que se ha tomado como principios de la educación. Pero el hombre necesita tal escenario. De ahí que entre en el mundo torpemente, que entre en el mundo de tal manera que allí también sólo tengamos que poner nuestra última mano en la configuración más minuciosa de su organismo. De ahí la vida y el entretejimiento de la individualidad del hombre, su ser básico real, ¡en los primeros años de su existencia! Por eso su órgano espiritual, el cerebro, nace de tal manera que es plásticamente determinable y maleable, y por eso, en el fondo, sólo después del nacimiento se le proporcionan las últimas vías, líneas y direcciones decisivas sobre cómo han de desarrollarse las predisposiciones. 

De ello se desprende que lo que es importante en el desarrollo debe considerarse como procedente de estadios anteriores de la existencia y que, por lo tanto, será menos importante tener determinados y obstinados principios de educación que considerar a cada ser humano individual, a cada individualidad, como un problema, como un enigma sagrado que hay que resolver, y que a nosotros nos corresponde crear las oportunidades para que este enigma pueda resolverse de la mejor manera posible. Una educación que no puede establecer ningún principio fijo, sino que debe apelar a un principio en el educador similar al artístico, con el fin de observar lo que surge del ser humano, es más incómoda que cuando se dice de forma regimentada: de esta o aquella manera deben expresarse estas o aquellas habilidades. Pero sólo entonces tendremos la actitud correcta hacia el ser humano en crecimiento, si lo consideramos en cada caso como una individualidad, como algo especial en sí mismo. Sin embargo, si uno quiere tomarse las cosas con bastante trivialidad -algunas personas ya tienen el talento de tomárselo todo con trivialidad- puede decir: la individualidad no sólo se muestra en los humanos, sino también en todos los animales. Desde luego que sí. Y nadie que hable desde los fundamentos de la ciencia espiritual lo negará. A menudo he dicho que cuando uno habla de individualidad en este sentido, debe ser más específico, debe ser consciente de que si uno quiere tomar las cosas trivialmente, también puede hablar de la biografía y la individualidad de la pluma. Conocí a un hombre que -como en su época todavía se cortaban plumas de ganso- ya era capaz de distinguir entre las plumas, porque como cada uno cortaba su propia pluma, ésta siempre tenía una relación personal con él, y como el hombre en cuestión tenía una imaginación excelente, podría muy bien haber escrito una biografía de cada pluma individual con todos los detalles. En el caso del hombre, sin embargo, no se trata de aplicar la norma de la trivialidad, sino la norma que se extrae de las profundidades del conocimiento.

Ahora bien, como precisamente a través de tales observaciones podemos ver el modo en que el ser humano, modelando y formando su ser actual, forma su apariencia exterior, su organización exterior, y en ella vive su "ser" actual, podemos ver a su vez, a partir de esta apariencia exterior cómo sucede en los primeros años y cómo, con el desarrollo del ser humano, se remodela y utiliza lo que puede absorber del entorno. En los primeros años de la vida del ser humano nos parece de muy especial importancia que preservemos, por así decirlo, sus capacidades de intervenir plásticamente, pictóricamente, en su organismo corporal o anímico-corporal, y que no le obstruyamos la posibilidad de intervenir plásticamente. Obstruimos esta posibilidad sobre todo si le injertamos demasiado pronto conceptos e ideas que sólo se refieren a una sensorialidad exterior y que tienen los contornos más estrictos, o si le encasillamos en una actividad teóricamente confinada a formas muy definidas. No hay variabilidad, no hay modificación, no hay posibilidad de desarrollar las facultades espirituales-psíquicas, ya que el alma está activa de día en día, de hora en hora. Supongamos que un padre es una persona terriblemente obstinada que se ha convertido en un principio: Mi hijo debe llegar a ser ¡como yo fui! Toda mi vida he hecho zapatos así para mis clientes, ¡y mi hijo debe hacer sus zapatos así también! Como yo pienso, así debe pensar mi hijo. -En el entorno de este niño se introduce una estructura anímico-espiritual que actúa sobre su organización anímico-espiritual del mismo modo que ha actuado sobre el padre, y de este modo se fuerza al niño a adoptar formas bastante definidas, mientras que debería tratarse de investigar la individualidad que llega a la existencia, para formar la organización anímico-espiritual de acuerdo con el conocimiento obtenido de ella.

El instinto educador de la humanidad ya ha creado, a través de la conciencia general, un medio maravilloso por el cual se capacita al ser humano en los primeros años para trabajar sobre lo cambiante, modificable, móvil del alma-espiritual, de modo que se deja un margen libre para la conformación del ser humano. Esa es también la mejor manera de ocupar a un niño, no dándole conceptos atados a contornos fijos, sino aquellos que dejan al pensamiento margen de maniobra, para que pueda desviarse aquí o allá. Sólo entonces encontraremos el curso del pensamiento predeterminado por su estructura interna. Si cuento un cuento de tal manera que estimule la actividad mental del niño, que los conceptos no se formen en determinados contornos, sino que deje móviles los contornos de los conceptos, entonces el niño trabaja de la misma manera que trabaja alguien que intenta e intenta averiguar lo que es correcto. El niño trabaja para averiguar cómo debe moverse su espiritualidad, de modo que pueda formar su organización de la mejor manera posible, tal como está preformada interiormente. Y lo mismo ocurre con el juego. El juego se diferencia de la actividad configurada en formas fijas en que, hasta cierto punto, uno puede hacer lo que quiera cuando juega, en que uno no tiene contornos definidos en los pensamientos y movimientos de los órganos de antemano. Esto también tiene un efecto libre y determinable en la organización espiritual-emocional del ser humano. El juego y la actividad espiritual-emocional que acabamos de describir para el niño en los primeros años surgen de una profunda conciencia de lo que es realmente la naturaleza y la esencia del ser humano. Quien quiera convertirse en un verdadero educador tendrá también la conciencia para los años posteriores de que, efectivamente, cada capacidad individual debe ser primero estudiada, reconocida y determinada, por así decirlo, en el ser humano en desarrollo. Pero aún existe la posibilidad de observar ciertos grandes principios. Tales principios sólo nos conducen a la forma en que el núcleo del ser humano, que va de nacimiento en nacimiento, utiliza, por así decirlo, las cosas externas que se encuentran en la línea de la herencia.

Es de sumo interés dirigir nuestra mirada hacia la forma en que el núcleo del alma espiritual del ser humano utiliza las características, cualidades, virtudes, etc. del padre y de la madre, de los antepasados paternos y maternos, de maneras muy diferentes para construir algo nuevo. Y en efecto: las cualidades paternas y maternas no son utilizadas de la misma manera por el núcleo individual del ser humano, sino que hay una ley bastante definida subyacente. Precisamente esta ley es infinitamente instructiva. Si tratamos de captarla en su totalidad, para comprenderla, debemos observar cómo se afirman dos cosas en el alma humana. Una es la intelectualidad, a la que ahora queremos añadir también la capacidad de pensar más rápida o más lentamente, más inteligente o más estúpidamente en imágenes, en ideas. La otra es la dirección general de la voluntad y el sentimiento, los afectos, el interés que ponemos en lo que nos rodea. Todo el modo en que somos capaces de actuar depende de si tenemos una mente móvil o lenta, una mente embotada o penetrante, si somos perceptivos o no. Lo que el hombre puede lograr para sus semejantes y cómo lo logramos depende de si sabemos conectar nuestros intereses en el sentido correcto con lo que ocurre en nuestro entorno. Algunas personas tienen buenas condiciones previas, pero tienen poco interés por sus semejantes y por el medio ambiente. El hecho es que el interés no suscita las capacidades. Por tanto, es necesario que el interés en nosotros se tenga en cuenta tanto como si la flexibilidad de nuestra intelectualidad nos permite hacer esto o aquello por nuestros semejantes.

Ahora para el tipo entero de preferencias, en relación con las cuales también podemos pensar que está vinculado el modo en que se forman los deseos del hombre, el manejo exterior de toda la vida, el modo en que el hombre se desarrolla hábil o inhábilmente, en resumen, todo el modo de vida del alma, que está vinculado con nuestro manejo del mundo exterior, con nuestro mayor o menor interés y con nuestra habilidad para el mundo exterior - pues este hombre toma los elementos más importantes en herencia del padre, de modo que las preferencias y lo que de las preferencias nos hace hábiles, capaces de usar nuestros órganos, todo nuestro hombre, es por regla general propiedad hereditaria del padre. 

El alma toma, pues, del padre los elementos correspondientes, para que pueda formar en sí esas cualidades. "Lo que, por otra parte, es la movilidad intelectual, que entonces también está relacionada con la actividad imaginativa, la imaginación pictórica, el talento inventivo, nuestra individualidad, que viene a la existencia a través del nacimiento, toma como herencia de las cualidades maternas. Schopenhauer ya insinuó en cierto modo este capítulo extraordinariamente interesante; lo intuía, pero no estaba en condiciones de señalar las cosas más profundas al respecto.

Pero, por otra parte, podemos decir otra cosa. Lo que vive en el padre como el modo de relacionarse con las cosas, qué interés tiene, qué deseos tiene hacia las cosas, cómo exige, desea, quiere, si es un hombre que interviene valientemente en las condiciones de la vida o que se retira mansamente, si es pedante o magnánimo, en otras palabras, las cualidades relacionadas con los impulsos de la voluntad, las encontramos prestadas en cierto modo del padre. En cambio, todo lo que es movilidad del alma, intelectualidad, lo encontramos traspasado de la madre. - Ahora, sin embargo, se hace evidente una diferencia interesante, que sólo puede observarse si se observa el ámbito completo de la vida. Entonces también se encontrarán pruebas de ello en todas partes. Concretamente, con respecto al género, se hace evidente una enorme diferencia. Se puede decir que para un hijo la relación con el padre y la madre se describe básicamente de forma bastante maravillosa en las palabras de Goethe: "Del padre obtuve la estatura, la conducta seria de la vida", es decir, todo lo que se refiere a la relación del ser humano con el mundo exterior - "de la madre la naturaleza alegre, el deseo de fabular", es decir, todo el camino de la vida espiritual. Pero si ahora miramos a la hija, vemos de una manera bastante extraña que las cualidades paternas aparecen en la hija de tal manera que ahora se elevan un peldaño más arriba de la naturaleza de los impulsos de la voluntad, de la naturaleza que se expresa más en la relación con el entorno - en el alma. Por lo tanto, se puede encontrar en un padre - y esto, por supuesto, sólo se aplica en las mismas circunstancias - que capta valientemente en todas partes, que tiene un vivo interés en esto o aquello y por lo tanto vive una cierta seriedad en su relación con su entorno, que estas cualidades son tomadas por la individualidad de la hija de tal manera que se elevan en el alma, que hay una hija con una vida espiritual seria, con la vida de carácter del padre incorporada al alma, que hace más móvil lo que tal vez es difícil de mover en el padre, de modo que las cualidades más importantes, que encontramos más externamente en el padre, se muestran más interiorizadas en la hija.

Por eso podemos decir: Los rasgos de carácter del padre perviven en el alma de la hija, los rasgos del alma de la madre, la agilidad del espíritu así como los talentos y capacidades que se pueden desarrollar perviven en el hijo. La madre de Goethe, la vieja señora Rat, era una mujer que sabía fabular, en la que la imaginación funcionaba de la manera más maravillosa. Esto descendió un escalón con el hijo, en él se convirtió en una disposición, en una organización, de modo que el hijo Goethe tuvo la capacidad de dar a la humanidad lo que vivía en la madre. Así vemos cómo las cualidades maternas se rebajan un peldaño en los hijos, de modo que se convierten en capacidades orgánicas, mientras que las cualidades paternas son elevadas un peldaño por las hijas, de modo que nos lleguen a nosotros interiorizadas, espiritualizadas. Tal vez nada sea más característico de esto que el bello contraste de Goethe con su hermana Cornelia, que ya era completamente la vieja Rata, que era una naturaleza tranquila y seria, interiorizada, espiritualizada, y que, por tanto, ya podía ser lo que el poeta necesitaba en la infancia: una camarada extraordinariamente buena.  Ahora tengan esto en cuenta y consideren cómo Goethe, según su descripción, no pudo conseguir una relación favorable con su padre. Ello se debía a que las cualidades paternales estaban enajenadas en el viejo consejero. Lo que Goethe necesitaba eran estas cualidades, pero no podía comprenderlas tal como estaban presentes en su padre. Allí estaban bien. En su hermana se habían convertido en anímicas, por lo que podía ser una buena camarada para él.

Recorran conmigo la historia y verán cómo a cada paso se confirma lo dicho, y cómo, dondequiera que se tengan indicios, se puede dar confirmación histórica de tal cosa. La confirmación más hermosa a este respecto la tenemos de la madre de los Macabeos, que, con una grandeza heroica, hace que sus hijos se enfrenten a la muerte por lo que ella cree y por lo que creyeron sus padres, con las grandes y hermosas palabras: "¡Yo os he dado lo físico exterior; pero Aquel que hizo el mundo y al hombre os ha dado lo que yo no pude daros, y Él se encargará de que lo recuperéis si lo perdéis por causa de vuestra fe!". Cuántas veces se nos presenta el elemento maternal en la historia: desde la madre de Alejandro y la madre de los Grachi hasta nuestros días, cuando vemos cómo aparecen cualidades en el ser humano, que este ser humano es capaz de tener un efecto en el entorno, al disponer de los talentos y del organismo anímico-corporal para ello.

Podríamos buscar en la historia de los hombres importantes donde quisiéramos: en todas partes encontraremos las cualidades maternas traducidas de tal manera que han descendido un peldaño más, que se han convertido en capacidades que se han puesto en práctica en la vida. Tomemos el ejemplo de la madre de Bürger y de su padre, de quien también había heredado el rasgo de la fuerza de voluntad. Básicamente, tenía poco en común con su padre; el padre era feliz cuando no tenía que preocuparse por el desarrollo del pequeño; la madre, sin embargo, tenía una mente maravillosamente ágil, era ella quien poseía la expresión gramatical y estilística adecuada. Esto era a su vez necesario para el poeta; él tomó estas cualidades de su madre, y surgieron precisamente porque pertenecía a la siguiente generación. O pensemos en Hebbel, en cómo se relacionaba con su padre. Cualquiera que conozca más de cerca al poeta Hebbel sentirá ya un eco de la herencia de su padre en toda la dura idiosincrasia y terquedad de sus intereses. El viejo maestro albañil Hebbel ya había transmitido mucho en este sentido a su hijo. Pero el hijo y la madre se entendían, y fue la madre quien protegió al hijo para que no se convirtiera en maestro albañil en su lugar de nacimiento, en lugar de entregar más tarde sus dramas a la humanidad. Es conmovedor leer cómo el propio Hebbel relata en sus maravillosos diarios lo que le unía a su madre. 

Estos ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito. Pero de ningún modo debemos -porque creamos observar en la vida que aquí o allá nos encontramos con otro- sacar de ello la conclusión de que las cosas están mal. Eso sería como si alguien dijera: Los físicos nos demuestran la ley de la caída de los cuerpos; ¡yo les demostraré ahora, acoplándoles todo tipo de artilugios, que la ley puede ser interferida! - Pero las leyes no están para que tengamos en cuenta todas las circunstancias, sino para que tengamos presente lo que está en cuestión. Tal como debemos hacerlo en la ciencia natural, así debemos hacerlo en la ciencia espiritual. Pero la ciencia espiritual aún no ha avanzado lo suficiente como para proceder del mismo modo. Si tenemos esto en cuenta, podremos encontrar confirmada en todas partes la mencionada ley de la herencia paterna y materna. Pero cuando miramos a la totalidad del ser humano, debemos tener claro que lo que llamamos alma humana, y lo que vive en el conjunto, también organismo anímico-corporal del ser humano, no es nada simple. Se puede tener de nuevo sin reservas la voluntad de trivializar y decir: ¿Por qué tenéis los antropósofos la rareza de distinguir tres miembros anímicos en el alma y muchos miembros en la naturaleza humana? Habláis de un alma sensible, un alma intelectual y un alma consciente. Sería mucho más sencillo hablar del alma como una entidad unificada en la que tienen lugar el pensar, el sentir y la voluntad -es ciertamente más simple, más cómodo- y también trivial. Pero al mismo tiempo esto es también algo que la contemplación científica del hombre no puede en verdad promover. Pues no es del anhelo de dividir y hacer muchas palabras de donde surge la división del alma humana en alma sensible, es decir, en aquella parte que primero entra en contacto con el entorno y recibe las percepciones y sensaciones del exterior, en la que también se desarrollan los deseos y los instintos, y que luego ha de separarse de aquella parte en la que lo adquirido ya ha sido procesado en cierto sentido. Ponemos en actividad nuestra alma sensible <enfrentándonos al mundo exterior, recibiendo de él impresiones de color y sonido, pero también dejando aflorar lo que como seres humanos normales no tenemos a mano en un primer momento: nuestros impulsos, deseos y pasiones. "Pero cuando nos retraemos y procesamos en nuestro interior lo que hemos captado a través de las percepciones y demás, de modo que lo que estimula en nosotros el mundo exterior se transforma en sentimientos, entonces vivimos en el segundo miembro del alma, en el intelecto o alma racional. Y en la medida en que dirigimos y guiamos nuestros pensamientos y no nos dejamos llevar por la corriente, vivimos en el alma consciente. 

En la "Ciencia Oculta" o en la "Teosofía" verán que los tres miembros del alma tienen muchas más relaciones, -de distinto tipo-, con lo que hay en el mundo exterior, no porque nos satisfaga la división, sino porque lo que llamamos alma sensible está asignada al cosmos de una "manera" muy diferente a lo que llamamos alma consciente.

El alma consciente es la que aísla al ser humano, la que le hace sentirse como un ser encerrado en sí mismo. Lo que llamamos alma racional le pone en relación con su entorno y con todo el cosmos, a través del cual es un ser que aparece como un extracto, como una confluencia de todo el mundo. A través del alma consciente, el hombre vive en sí mismo, se aísla. Lo más importante que se experimenta en el alma consciente es lo que se desarrolla más tarde en la vida: la capacidad de pensar lógicamente, de tener opiniones, pensamientos, etc. Eso radica en el alma consciente. Con respecto a estas cualidades, el núcleo individual del ser humano, que viene a la existencia a través del nacimiento, está de hecho más predispuesto al aislamiento. Este núcleo más íntimo del ser se desarrolla más tardíamente en el hombre. Mientras que su envoltura, su organización corporal, surge más pronto, su individualidad real surge más tarde. Pero tal como es el hombre en la actualidad, -era diferente en el pasado y será diferente en el futuro-, desarrolla efectivamente sus opiniones, conceptos, ideas en la parte más aislada de su ser. Por tanto, son los que menos influyen en el conjunto de la estructura y formación de su personalidad total y sólo emergen como anexo cuando la personalidad total está firmemente establecida, plásticamente formada. 

Allí vemos cómo los dones del ser humano se desarrollan en un cierto orden. En el alma sensible o impulsiva lo primero que vemos es lo que vive en el elemento menos aislado y separado del ser humano. Pero ésta tiene también el mayor poder para intervenir en toda la organización humana. Por eso tenemos que tratar de acercarnos lo menos posible al niño con opiniones, teorías, ideas, cuando esta alma sensible está formándose más intensamente desde dentro. Sólo podemos acercarnos al niño si permitimos que su alma sensible actúe, tal como se describe en mi trabajo "La educación del niño desde el punto de vista de la ciencia espiritual", y especialmente en los primeros años de vida debemos procurar que no se desarrollen teorías ni enseñanzas, sino que se anime al niño a imitar, que se le muestre lo que debe imitar. Esto es de infinita importancia, porque este instinto de imitar es una de las primeras disposiciones sobre las que se puede actuar. Las exhortaciones y las enseñanzas tienen el menor efecto en este momento. Lo que el niño ve, lo imita, porque se forma a sí mismo de la manera en que debe formarse de conformidad con su interconexión con el mundo exterior. En los siete primeros años sentamos las primeras bases de todo el ser personal del niño cuando le modelamos lo que puede imitar, cuando adivinamos cómo debemos comportarnos en su entorno. Este es, sin embargo, un principio educativo de lo más extraño para muchos. La mayoría de la gente pregunta cómo debe comportarse el niño, y encima, ahora viene la ciencia espiritual con sus exigencias: la gente debe aprender del niño cómo debe comportarse en su entorno, ¡hasta las palabras, las actitudes y los pensamientos! Porque el niño es mucho más receptivo en su alma de lo que se suele creer, sobre todo más receptivo que el ser humano adulto. Hay personas con cierta sensibilidad que se dan cuenta inmediatamente, por ejemplo, cuando entra una persona que echa a perder el buen humor. Esto ocurre en gran medida con los niños, a pesar de que hoy en día se les presta poca atención. Y depende mucho menos de lo que uno haga en detalle que del tipo de persona que uno intente ser, del tipo de pensamientos e ideas que uno abrigue.  No basta con que uno se lo oculte a los niños y se permita pensamientos que no deberían ser para el niño, sino que nuestros pensamientos deben vivirse de tal manera que tengamos la sensación: esto puede vivir en el niño y debería vivir. - Eso es incómodo, pero sin embargo ¡correcto! 

A continuación, cuando se ha producido el cambio de dientes, entra en consideración lo que podemos llamar: construir basándose, -ahora no en lo que el ser humano hace, sino en lo que el ser humano alberga en sí mismo como personalidad-, construir basándose en la autoridad. Eso es lo más importante, que el niño en los primeros años de vida pueda vivir lo que hablamos, hacemos y pensamos, y que en la segunda época sienta en nosotros a una persona sobre la que pueda construir, para que pueda decir: ¡Es bueno lo que hace! No es que a partir del séptimo hasta el decimocuarto o decimosexto año de vida amonestamos al niño sobre el principio de desarrollar una teoría moral, haciéndole ver: esto debe hacerse, esto debe omitirse, - sino que le damos al niño el mejor tesoro cuando, con el alma mental o racional puede sentir: Es bueno lo que hace el que está a mi lado; ¡debo abstenerme de lo que él se abstiene! - Esto tiene una importancia infinita. 

Hasta los catorce o dieciséis años no comienza para el hombre la posibilidad de construir sobre la parte más aislada de su ser, sobre el alma consciente, es decir, sobre lo que se forma en el alma consciente: sobre sus opiniones, conceptos e ideas. Pero éstos deben tener primero una base firme, y ésta debe ser creada. Si no la creamos brindando la oportunidad mediante la educación, tal como la individualidad nos permite reconocerla, si no creamos así un camino libre para el desarrollo, entonces el hombre será apresado por otro elemento: por la solidez de su naturaleza envolvente. Entonces se aliena; entonces no interviene su individualidad, que va de vida en vida, sino que se convierte en esclavo de su organización corporal, que subyuga al hombre desde fuera. El hombre lo demuestra por el hecho de que no es dueño en su parte anímico-espiritual, sino que depende por completo de su organización anímico-corporal, la cual muestra cualidades rígidas que son inmutables. En cambio, una persona en la que hemos procurado, que sus disposiciones salgan a la luz en la medida de lo posible, conserva una cierta movilidad a lo largo de toda su vida, y aún puede abrirse camino en situaciones nuevas más adelante. Con la otra, por el contrario, la organización se exterioriza, adquiere formas rígidas, y el ser humano las conserva durante toda la vida. Vivimos en una época en la que se valora poco la individualidad del ser humano y en la que, por lo tanto, hay pocas oportunidades de convencerse de que la individualidad sigue siendo móvil y activa en etapas posteriores de la vida y puede abrirse camino en nuevas situaciones y verdades. Aquí llegamos a un capítulo en el que podemos ver cómo algunas personas simplemente tienen que enfrentarse a la vida. 

Cuántos se esfuerzan, -cuando han analizado una visión del mundo de tal modo que están convencidos de ella-, por convencer también a los demás de la misma. Ellos creen que es un esfuerzo muy loable cuando dicen: Puesto que yo lo veo tan claro, ¡debería ser capaz de llevar a todo el mundo a esta convicción! Pero eso es una ingenuidad. Nuestras opiniones no dependen en absoluto de que algo se nos demuestre lógicamente. Eso solo es posible en muy pocos casos. Porque las opiniones y convicciones del hombre se forman a partir de fundamentos muy diferentes de su alma: de su naturaleza volitiva, de su naturaleza mental y de sus sentimientos, de modo que un hombre puede comprender muy bien tus argumentos lógicos, puede captar tus sagaces conclusiones, y después no las asume en absoluto por la sencilla razón de que lo que un hombre cree y profesa no fluye de su lógica o de su entendimiento, sino que proviene del conjunto de su personalidad, es decir, de aquellos miembros en los que surgen la voluntad y la mente. Nuestros pensamientos, sin embargo, son esa parte de nosotros que emerge a más tardar de todas nuestras disposiciones, cuando la organización corporal hace tiempo que se ha completado. Este es el campo más aislado. Aquí encontramos la parte menos accesible a los demás. Podemos conseguir más si llegamos a ellos en las partes que están más profundas: en la mente, en la voluntad. Ahí seguimos interviniendo en la organización. Sin embargo, si un ser humano ha crecido en una esfera muy materialista, digamos donde sólo se acepta la materia, lo material, entonces durante el tiempo de su crecimiento se forma una suma de impulsos de la mente y la voluntad que da forma a su físico y también a su cerebro. Más tarde puede adquirir un pensar lógico bastante bueno, pero éste ya no interviene en la modelación de su cerebro. Los pensamientos lógicos son lo más poderoso del alma humana. Por eso depende especialmente de que encontremos acceso a otras personas en el alma, no sólo en la lógica. Si alguien ya ha formado su cerebro de una determinada manera, entonces este cerebro, que sólo refleja las viejas ideas una y otra vez porque se ha vuelto físico, ya no remodela la lógica. Por lo tanto, para tales visiones del mundo que están construidas sobre la lógica más pura, más aguda, como la ciencia espiritual, no se puede esperar trabajar en la forma de ir de una persona a otra para convencerla. Si alguien que comprende el impulso científico-espiritual quiere creer que podría convencer a la gente mediante la persuasión o la lógica, si alguien quiere creer que el científico espiritual se entrega a esta ilusión, ¡está muy equivocado! Pues en nuestra época hay un gran número de tales personas que, en virtud de su personalidad total, de su naturaleza volitiva y mental, no ven en qué consiste el mundo espiritual y la investigación espiritual. De la gran masa de los que viven a nuestro alrededor, se seleccionarán aquellos que se sientan atraídos por la ciencia espiritual, que acudirán a aquello que oscuramente sospechan, que ya tienen en su alma. Una selección, una elección, sólo puede tener lugar en relación con una visión del mundo que se construye sobre lo que la lógica pura, la conciencia humana, puede abarcar. Por eso el científico espiritual se acerca a la gente y sabe distinguir: Hay alguien a quien puedes predicar durante años, pero no será capaz de responder a tus pensamientos. Primero debes llevarlo a su conciencia; puedes hablarle a su alma, pero él mismo no puede reflejarlo a partir de todo su instrumento anímico, fuera de su cerebro. El otro está construido de tal manera que tiene la posibilidad de responder a lo que la ciencia espiritual muestra en su forma lógicamente desarrollada, y por lo tanto también encuentra su camino hacia lo que básicamente ya vive en su alma.

Así es como debemos abordar las grandes tareas culturales del presente o del futuro. Sólo cuando reconozcamos cómo la personalidad total del hombre se relaciona con lo que el hombre puede absorber gradualmente en el curso de su desarrollo y educación de nuevas verdades, de tales cosas que ahora deben unirse realmente con su personalidad, - cuando uno se haya dado cuenta, a su vez, de cuán básicamente lo espiritual anímico es el modelador, el escultor, el artista para lo que es anímico-corporal, entonces se concederá también mayor importancia al desarrollo de lo anímico-espiritual, en el hombre, de tal modo que éste -especialmente en los años en que es accesible a la educación- lo ponga poderosamente en sus manos en relación con el modo en que puede trabajar lo anímico-corporal. Debemos tener claro que se puede pecar mucho en este sentido.  Vemos en nuestras representaciones cómo las preferencias humanas y demás contribuyen mucho más a la formación de opiniones que la pura lógica. La lógica pura sólo podría hablar cuando los deseos y los instintos callan por completo. Antes de eso, debe quedar claro que si creemos haber formado unilateralmente las disposiciones de un ser humano en un campo determinado, entonces aquello que hemos dejado de lado saldrá a la luz de una "manera" extraña. 

Supongamos que educamos a una persona de tal manera que sólo expresamos las disposiciones abstractas, como se hace a menudo en la escuela.  Entonces los conceptos puros y las ideas abstractas no pueden intervenir en el conjunto de la mente y de la vida emocional. Esta queda entonces sin desarrollar, sin formar, y aflora después en todo tipo de formas triviales de vida. Entonces, a menudo se hacen visibles dos naturalezas más tarde en la vida. Incluso en personas de alta posición, si no han sido capaces de desarrollar en sí mismas lo que subyace en las profundidades de la personalidad, la preferencia, la inclinación, la simpatía, que yace más profundamente, se hace sentir de un modo diferente. ¡Qué alumno no habrá experimentado, frente a un examinador, por muy inteligente que sea, que es capaz de sondear mucho en su ciencia, cómo esta unilateralidad se expresa por el hecho de que tiene preferencia por la forma en que quiere oír las respuestas! Y ¡ay de muchos de ellos si no saben poner en palabras lo que el examinador quiere que digan!

En un libro de psicología de Moriz Benedikt se dicen muchas cosas correctas sobre los errores de la educación humana en este sentido. También lo que es una verdad: que una vez dos aspirantes fueron examinados por dos examinadores, y resultó ser un percance que uno de los aspirantes diera las respuestas al examinador A. como si el examinador B. hubiera hecho las preguntas.  Si se le hubiera permitido dar las respuestas a este último, habría aprobado el examen brillantemente. Y el otro de los candidatos se encontraba en el caso contrario. Por lo tanto, ¡ambos suspendieron! 

Esto puede mostrarnos cómo revestir muy bien de formas lógicas lo que es incontestable. Pero en cuanto no estamos en condiciones de sumergir nuestros conceptos en la educación del pensar durante la educación, no se puede encontrar un campo adecuado desde el que educar sobre el ser humano. ¿Cómo debemos relacionarnos entonces con el ser humano? Debemos comportarnos de tal manera que en el momento en que el hombre aún debe ser educado preferentemente de forma plástica y cuando los conceptos y las ideas abstractas son menos eficaces, nos acerquemos a él lo menos posible con conceptos e ideas abstractas, sino con ideas lo más pictóricas posible. Por eso he insistido en que se incluya en los conceptos lo pictórico, lo vívido, lo que se desvíe lo menos posible de lo que tiene imagen, forma, contorno. Pues lo que se recibe así como imagen, como forma o como forma de la imaginación, tiene un gran poder para intervenir en nuestra organización corporal. Que lo pictórico, que se nos presenta en la forma, interviene en la organización corporal, podéis deducirlo ya del hecho de que veis lo poco que ayuda si persuadís a un enfermo que se encuentra en una situación determinada:  Debes hacer esto, no debes hacer aquello.  Eso ayuda muy poco. Pero si se monta un aparato parecido a una máquina de descargas eléctricas, de modo que el enfermo pueda hacerse esta imagen, se le dan dos asas en la mano, sin dejar pasar corriente alguna, -¡teniendo sólo ante sí la imagen, entonces siente la corriente, y entonces ayuda! Pero allí donde se declama tan bellamente que la imaginación desempeña un gran papel, debemos tener claro que no se trata de toda imaginación, sino sólo de la figurada.

Vivimos en una época en la que poco a poco se ha hecho costumbre que se rinda muy poco homenaje al principio de la ciencia espiritual, según el cual el hombre llega a ser capaz de formar conceptos e ideas sólo de los catorce, dieciséis años a los veintiuno, veintidós años, que uno toma allí conceptos que sólo se formarán más tarde; pero hoy el hombre llega a estar maduro incluso antes de la expiración de esta edad, para escribir artículos periodísticos sobre y bajo la línea, que se imprimen y luego son aceptados por el pueblo. Resulta entonces difícil alejar los conceptos abstractos de la edad caracterizada y poner ante los ojos del hombre lo pictórico, lo vívido. Pues lo pictórico tiene el poder de intervenir en la organización anímico-corporal.

Lo que digo ahora siempre se puede encontrar confirmado, sólo que la gente no siempre le presta atención. Moriz Benedikt, por ejemplo, se queja de que muchos alumnos de instituto suelen ser tan torpes en la edad adulta. ¿A qué se debe? Se debe a que toda la educación es tan poco específica, se preocupa tan poco de lo visual y sólo se atiene a conceptos abstractos, incluso en la enseñanza de idiomas. En cambio, podemos sentir cosas pictóricas, que vienen a nosotros porque los propios objetos vienen a nosotros en imágenes, directamente a nuestras manos. Se podría decir: si quieres imaginar un objeto, debes moverte de tal manera que sientas con la mano en un círculo o en una elipse que crece junto con el objeto en imágenes. No sólo la imitación en la destreza manual, sino sentir y aprender a amar las cosas nos muestra cómo la imaginación pictórica y vívida tensa nuestros miembros, los hace flexibles y móviles. Hoy en día podemos encontrar a muchas personas que, cuando se les arranca un botón, no saben coser uno nuevo. Eso es una gran desventaja. Lo importante es que podamos intervenir en el mundo exterior con todo lo que tengamos. Por supuesto, no podemos aprenderlo todo. Pero podemos aprender cómo lo anímico-espiritual se desliza desde lo espiritual a lo anímico-corporal y cómo flexibilizar así nuestros miembros. Y nadie a quien hayamos instruido en la juventud a sentir por aquello que está fuera de él, será una persona torpe más tarde en la vida. Porque lo que ya está por debajo del umbral de nuestra conciencia, puede actuar esencialmente en nuestra organización. Lo mismo ocurre con la lengua. Se aprende mejor una lengua en el momento en que aún no se es capaz de comprenderla gramaticalmente, pues allí se aprende con la parte del ser anímico que pertenece a capas más profundas. 

Así es como se ha desarrollado la humanidad, y así es como debe desarrollarse el ser humano individual. Ya he señalado en otro lugar cómo Laurenz Müllner, en un discurso ante el Rectorado, llamó la atención sobre la Iglesia de San Pedro en Roma, lo magníficamente que se alza allí, cómo las leyes del espacio se ocultan en la mecánica de la cúpula, de modo que uno ve la mecánica del espacio expresada de la manera más maravillosa.  Pero ahora señalaba que las leyes que Miguel Ángel había expresado en ella fueron luego encontradas por Galileo a través de su espíritu elevado y así nos dio la ciencia mecánica en primer lugar. También señalé que el día de la muerte de Miguel Ángel casi coincide con el día del nacimiento de Galileo, de modo que las leyes abstractas de la mecánica, -lo que vive en el alma consciente del hombre-, aparecieron más tarde que lo que Miguel Ángel construyó en el espacio a partir de los miembros más profundos del alma. Así como los miembros superiores del alma se desarrollan sobre la base de los inferiores, así como debemos formar nuestros miembros sobre la base de las disposiciones para luego volver la vista atrás y tener un concepto de ellos, así sucede también en la vida individual. También en la vida individual el hombre debe estar rodeado de la sociedad humana, debe situarse en aquello que le sumerge como en una atmósfera, en el alma espiritual de nuestro entorno.  Entonces se moldea y se forma lo que el ser humano trae a la existencia. Pero el ser humano no sólo trae lo que le es dado por línea hereditaria, sino que esto está determinado de la manera más múltiple por una tercera, por la individualidad eterna del ser humano.  Esta individualidad del hombre necesita las cualidades heredadas, debe adquirirlas y desarrollarlas. Esto también es superior a lo que viene a la existencia con nuestra individualidad. 

Nosotros venimos a la existencia al nacer, donde una espiritualidad creadora, productiva, en la que aún no podemos formar conceptos, se apropia del material plástico de la línea hereditaria. Sólo más tarde se añade el alma consciente. Así vemos un individuo en la naturaleza humana que forma plásticamente las capacidades y talentos. Cuando nos convertimos en educadores, nuestra tarea es que lo que consideramos un enigma espiritual debe resolverse a su vez en cada ser humano.

Todo esto nos remite a un estado de ánimo. Cuando Goethe excavó los huesos de Schiller y encontró su cráneo. cráne y vio cómo se pronunciaban las formas, cómo la individualidad humana había trabajado en él, cuando vio que el espíritu fluido de Schiller tuvo que amoldarse a esta forma para que pudiera convertirse en lo que se convirtió. Goethe fue capaz de expresar esto con los pensamientos:

¿Qué más puede ganar el hombre en la vida,
que la naturaleza de Dios se le revele,
Cómo convierte lo sólido en espíritu,
¡Cómo preserva firmemente lo que es generado por el espíritu!
Tal afirmación de Goethe debe entenderse a partir de la situación. Quien la tome sin mirar lo que se expresa como generado por el espíritu en la forma sólida, la entiende erróneamente. Pero tampoco la entiende quien no sabe cuán profundamente Goethe tuvo penetración en el eterno tejer de una individualidad que va de nacimiento en nacimiento y se encarna de nuevo una y otra vez y es el verdadero arquitecto del ser humano. Cómo hemos recibido del espíritu los órganos que a su vez son órganos del espíritu, esto se puede decir básicamente de forma sencilla mediante una comparación infantil: el reloj nos muestra la hora, pero no podríamos necesitarlo si el espíritu humano no lo hubiera formado primero. -Necesitamos nuestro cerebro para pensar en el mundo físico, pero no podríamos necesitarlo para pensar si el espíritu del mundo no lo hubiera formado. Y no lo habríamos formado con tanta individualidad si nuestra individualidad no se hubiera vertido como algo generado por el espíritu en nuestro cerebro, formado así a partir de la especie humana.

Entonces comprendemos más profundamente lo que hoy hemos podido expresar, y lo que Goethe quiso decir al señalar aquello que en el hombre, en su esencia, es decisivo para todos sus talentos y capacidades, como si los astros se percibieran como cualquier situación en el mundo, y cómo aquello que se desenvuelve en el ser interior del hombre como algo eterno sólo atraviesa la puerta de la muerte para avanzar hacia nuevas formas de desarrollo. En resumen, podemos resumir lo que hemos considerado hoy en el estado de ánimo del pensamiento de Goethe, que expresa en las "Palabras primordiales órficas":

Como en el día que te dio al mundo,
El sol se levantó para saludar a los planetas,
Has florecido inmediatamente y para siempre
Según la ley por la que empezaste.
Así es como debes ser, no puedes escapar de ello,
Así lo dijeron las sibilas, así lo dijeron los profetas;
Y no hay tiempo ni poder que pueda desmembrar
¡La forma que evoluciona viva!
Traducido por J.Luelmo feb2023

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919