GA226 Oslo, 16 de mayo de 1923 - Ser humano, destino humano y evolución del mundo - Sobre los miembros del ser humano.

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    RUDOLF STEINER 

Ser humano, destino humano y evolución del mundo
SOBRE LOS MIEMBROS DEL SER HUMANO

 Oslo, 16 de mayo de 1923

primera conferencia

En el transcurso de este breve ciclo, quisiera exponer varias cosas relacionadas muy intensamente con el ser del hombre, la formación del destino del hombre y lo que podría llamarse la relación del hombre en su totalidad con la evolución del mundo. Pasaré inmediatamente al centro de este asunto, señalando que toda la evolución del ser del hombre, dentro del reino de la vida terrenal, está conectada no sólo con lo que observamos con nuestra conciencia ordinaria, despierta, mientras participamos en la vida terrenal, sino que también está conectada estrecha e intensamente con lo que tiene lugar durante el dormir, desde el momento de quedarse dormido hasta el despertar.

Sin duda, la cultura terrena exterior, la civilización terrena exterior, derivan su significado principalmente de lo que el hombre es capaz de pensar, sentir y hacer desde su ser despierto. Sin embargo, el hombre sería totalmente impotente, en un sentido externo, a menos que sus fuerzas humanas se renovaran continuamente, en el período entre el dormir y el despertar, gracias al contacto con el mundo espiritual. Nuestro ser espiritual y anímico o, como solemos llamarlo en Antroposofía, nuestro cuerpo astral y nuestro yo, se retiran del cuerpo físico y etérico cuando el hombre se duerme; entran en el mundo espiritual, penetrando de nuevo en el cuerpo físico y etérico sólo después de nuestro despertar. Así, si llevamos una vida normal, pasamos un tercio de nuestra existencia terrenal en la condición de dormidos.

Cuando miramos retrospectivamente sobre nuestra vida terrenal, siempre unimos el día con el día; dejamos fuera de esta retrospectiva consciente todo lo que experimentamos entre el dormir y el despertar. Omitimos, por así decirlo, todas las cosas aportadas por los reinos celestiales, por los mundos divinos a nuestra vida terrenal. Y sólo tenemos en cuenta lo que nos aportan las experiencias terrenas. Sin embargo, si deseamos llegar a concepciones correctas de nuestras experiencias entre el sueño y el despertar, no debemos desdeñar las ideas que divergen de las de la vida ordinaria. Sería ingenuo suponer que en los mundos divino-espirituales ocurren las mismas cosas que en los mundos físico-sensibles en los que moramos entre el despertar y el dormirse. Pues, al dormirnos, volvemos a los mundos espirituales, y aquí las cosas son muy diferentes de las del mundo físico-sensible. Todo esto debe ser tenido en cuenta por quien quiera formarse una concepción de los destinos suprasensibles del hombre.

En los registros religiosos de la humanidad, encontramos muchas alusiones extrañas que sólo pueden ser comprendidas si se penetra por medio de la ciencia espiritual. Así, aparece en la Biblia un pasaje que, aunque conocido por todos, es generalmente poco considerado: si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de Dios.

A menudo, tales pasajes se interpretan de la manera más trivial; sin embargo, siempre pretenden transmitir un significado extraordinariamente profundo.

El conocimiento del que se extrae una concepción de lo espiritual-suprasensible ha sido llamado a menudo por mí, así como por otros, la Ciencia de la Iniciación. Hablamos de esta ciencia de la iniciación cuando nos remontamos a lo que ocurría en los antiguos Misterios de la humanidad. Pero también hablamos de ciencia de la iniciación, -ciencia moderna de la iniciación-, si queremos caracterizar la Antroposofía en sus aspectos más profundos.

La ciencia de la iniciación apunta, por así decirlo, al conocimiento de las condiciones primigenias, de las condiciones originales. Tratamos de adquirir conocimientos sobre lo que existía al principio, lo que marcó el punto de partida. Todos estos esfuerzos están relacionados con un asunto de mayor profundidad, que nuestras almas comprenderán en el futuro.

Si al anochecer del dieciséis de mayo de mil novecientos veintitrés nos quedamos dormidos y permanecemos hasta la mañana del diecisiete de mayo de mil novecientos veintitrés, suponemos que hemos pasado este tiempo de la misma manera que una persona que hubiera estado despierta y vagando toda la noche por las calles de una ciudad. De alguna manera nos imaginamos las experiencias de nuestro espíritu y alma, (yo y cuerpo astral), durante la noche como similares a las experiencias, -aunque en un estado algo diferente-, de un juerguista en busca de aventuras nocturnas.

Sin embargo, las cosas no son como nos parecen. Hay que tener en cuenta que al dormirse por la noche, o incluso durante el día (en realidad no importa cuándo; pero quiero hablar primero del sueño nocturno del que disfruta toda persona respetable), uno retrocede invariablemente en el tiempo hasta alcanzar una fase de la vida que se sitúa en el comienzo mismo de su existencia terrenal. Es más, uno retrocede incluso más allá de su existencia terrenal: a la vida preterrenal; a ese mundo del que descendimos tras adquirir un cuerpo físico mediante la concepción. En el momento en que nos dormimos, somos transportados hacia atrás a través de todo el curso del tiempo. Volvemos al momento en que descendimos de los reinos celestiales a la tierra. Así, si nos dormimos, por ejemplo, el dieciséis de mayo de mil novecientos veintitrés, somos trasladados desde esta fecha a aquel período que precedió a nuestro descenso a la tierra; y también a aquel tiempo que no podemos recordar, porque nuestra memoria se detiene en cierto punto de nuestra infancia. Cada noche, si la atravesamos en un verdadero sueño, volvemos a ser niños en cuanto a espíritu y alma. Y del mismo modo que podemos caminar, en el mundo físico, dos o tres millas a través del espacio, una persona puede caminar, a la edad de veinte años, a través del tiempo durante un lapso de veinte años, llegando así a una etapa anterior a su infancia, cuando comenzó a ser un ser humano. Volvemos, a través del tiempo, al punto de partida de nuestra vida terrestre. Por lo tanto, mientras el cuerpo físico y etérico están acostados en la cama, el yo y el cuerpo astral han retrocedido en el tiempo hasta un momento anterior. Ahora surge la pregunta: si cada noche retrocedemos a un momento anterior, ¿Qué ocurre con nuestro yo y nuestro cuerpo astral mientras estamos despiertos?

No nos haríamos tal pregunta si no fuéramos conscientes de este retroceso nocturno. Y, en el fondo, incluso este retroceso no es más que una ilusión. En realidad, nuestro Yo y nuestro cuerpo astral no han salido, ni siquiera durante nuestra conciencia diurna despierta, del estado en que existíamos durante nuestra existencia preterrenal.

Si deseamos reconocer la verdad sobre estos hechos, debemos captar la idea de que el Yo y el cuerpo astral no tienen, inicialmente, ninguna participación en nuestra evolución terrena. Se quedan atrás; se detienen en el punto donde comenzamos a adquirir un cuerpo físico y un cuerpo etérico. Por lo tanto, incluso al despertar, dejamos nuestro Yo y nuestro cuerpo astral en el punto que marca el comienzo de nuestra vida terrena.

Fundamentalmente, vivimos nuestra vida terrestre sólo con el cuerpo físico y, en cierto modo, con el cuerpo etérico. Sólo nuestro cuerpo físico envejece. En cuanto al cuerpo etérico, conecta nuestro comienzo con el momento en el que nos encontramos durante un cierto período.

Vamos a suponer que alguien nació en mil novecientos. Su Yo y su cuerpo astral se han detenido en el momento de su nacimiento. El cuerpo físico ha alcanzado la edad de veintitrés años; y el cuerpo etérico conecta el momento en que esta persona entró en la vida terrenal con el momento experimentado por ella como el actual. Por lo tanto, si no poseyéramos un cuerpo etérico, nos despertaríamos cada mañana como un recién nacido. Sólo entrando en el cuerpo etérico antes de entrar en el cuerpo físico nos acomodamos a la edad real del cuerpo físico. Esta adaptación debe realizarse cada mañana. El cuerpo etérico es el mediador entre el elemento alma-espíritu y el cuerpo físico. Es un mediador que forma el vínculo de conexión a través de los años de vida. Si un hombre llega a los sesenta o más años de vida, el cuerpo etérico sigue formando el vínculo entre su primera aparición en la tierra -el punto en el que han quedado su Yo y su cuerpo astral- y la edad de su cuerpo físico.

Ahora ustedes dirán: Bueno, después de todo, el Yo es nuestro; ha envejecido con nosotros; también ha envejecido con nosotros nuestro cuerpo astral, nuestro pensar, sentir y voluntad. Si alguien ha cumplido sesenta años, entonces su Yo también ha cumplido sesenta años.

Esto sería muy correcto si nuestro Yo cotidiano y nuestro verdadero Yo real fueran idénticos. Sin embargo, nuestro Yo cotidiano no es el mismo que nuestro Yo real, que permanece en el punto de partida de nuestra vida terrenal. Nuestro cuerpo físico alcanza, digamos, la edad de sesenta años. Por medio de la intervención del cuerpo etérico, el cuerpo físico refleja, dependiendo del momento en que se encuentre, la imagen reflejada del yo real. Y lo que vemos es la imagen reflejada del Yo real que nos devuelve, de momento en momento, el cuerpo físico; pero que es el resultado de algo que no nos ha acompañado en la vida terrestre. A esta imagen reflejada es a lo que llamamos yo. Esta imagen reflejada envejecerá naturalmente a medida que el aparato que la refleja, el cuerpo físico, pierda gradualmente la frescura de la primera infancia y finalmente se vuelva tambaleante e inestable. Sin embargo, este " yo ", que no es más que la imagen reflejada del yo real, parece envejecer por la única razón de que el aparato reflector funciona con menos eficacia cuando el cuerpo físico envejece.

El cuerpo etérico se extiende, como una perspectiva, desde el momento presente hasta el yo real y el cuerpo astral, los cuales no descienden al mundo físico.

Pueden ustedes imaginarse que estos hechos que configuran la vida terrenal humana deben adquirir una significación especial en el momento de la muerte humana. El cuerpo físico es el primero que desechamos al morir. Sin embargo, este cuerpo es el que determina nuestra edad terrenal. Al desechar este cuerpo, ¿qué conservamos? Principalmente, lo que no hemos traído con nosotros a la vida terrenal, pero que hemos llenado con todas las experiencias de la vida terrenal: el yo y el cuerpo astral. Éstos, por así decirlo, han permanecido inmóviles en el punto de partida. Sin embargo, siempre han mirado lo que el cuerpo físico, ayudado por el cuerpo etérico, ha reflejado como una imagen especular.

Así, al atravesar el portal de la muerte, nos encontramos en el punto de partida de nuestra vida; no llenos, sin embargo, de lo que llevábamos dentro cuando descendimos del mundo espiritual, sino llenos de lo que se reflejó en nosotros durante la vida terrestre como la imagen reflejada de esta vida terrestre. Con eso estamos llenos hasta el borde. Y este hecho engendra un estado especial de conciencia al final de la vida terrenal.

Este estado especial de conciencia al final de la vida terrenal sólo puede ser comprendido por alguien que, dotado de un conocimiento imaginativo, inspirado e intuitivo, sea capaz de ver lo que generalmente permanece inconsciente, lo que el hombre experimenta entre el sueño y el despertar. Entonces se reconoce cómo el hombre, durante cada noche, recorre la vida del día pasado. Una persona lo hace más rápido, otra más despacio, en un minuto o en cinco. En estas cosas, sin embargo, las condiciones del tiempo son completamente diferentes de las de la vida terrestre ordinaria y exterior. Si estamos dotados de conocimiento suprasensible, podemos echar un vistazo a lo que experimentan el yo y el cuerpo astral. Entonces se puede recapitular realmente, yendo hacia atrás, lo que se ha experimentado en el mundo físico desde que nos despertamos por la mañana. Cada noche repetimos las experiencias del día en orden inverso. Cada noche recapitulamos primero las experiencias que tuvimos justo antes de irnos a dormir; luego las horas precedentes; luego las que quedaron aún más atrás, y así sucesivamente. Habiendo pasado revista, en orden inverso, a todos los acontecimientos del día, solemos despertarnos después de llegar al momento en que empezamos por la mañana.

Podrían ustedes hacer la siguiente objeción: Pero a veces la gente se despierta por un ruido repentino. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el tiempo puede transcurrir de distintas maneras. Por ejemplo, una persona se acuesta a las once de la noche, duerme tranquilamente hasta las tres de la mañana y, después de haber recapitulado en orden inverso todo lo que ha vivido durante el día hasta las diez de la mañana, se despierta por una perturbación repentina. En tal caso, el resto del tiempo puede rememorarse muy rápidamente en los últimos instantes antes de despertarse. Así, acontecimientos que se han prolongado durante varias horas pueden, en tal caso, volver a transcurrir casi instantáneamente. Las condiciones del tiempo cambian en el estado de sueño. El tiempo puede comprimirse completamente. Por lo tanto, podemos decir que el ser humano, durante cada período de sueño, repasa a la inversa lo que ha experimentado durante su último período de vigilia. Recapitula los acontecimientos no sólo viéndolos ante sí, sino también entrelazando sus experiencias con un juicio moral completo de lo que hizo durante el día. El ser humano, por así decirlo, es llamado a juzgar su propio estado de moralidad. Y cuando, al despertar, hemos terminado esta actividad, hemos emitido algo así como un juicio mundial sobre nuestra valía como seres humanos. Cada mañana, después de haber experimentado a la inversa lo que hicimos durante el día, nos evaluamos como un ser de mayor o menor valor.

Esta descripción les transmite lo que el elemento espíritu y alma del hombre experimenta, inconscientemente, durante cada noche; es decir, durante un tercio de nuestra vida terrestre (si transcurre de manera normal). El alma pasa por la vida a la inversa; sólo que algo más rápido, porque sólo un tercio de nuestra vida terrestre lo ocupa el sueño.

Después de que nuestro cuerpo físico ha sido desechado en la muerte, la parte llamada por mí en mis escritos cuerpo etérico, o cuerpo de fuerza formativa, se separa gradualmente del yo y del cuerpo astral.

Esta separación tiene lugar de tal manera que el ser humano, habiendo atravesado el portal de la muerte, siente que sus pensamientos, hasta entonces considerados por él como algo interior, se convierten en realidades que adquieren cada vez mayor expansión. Dos, tres o cuatro días después de su muerte el hombre tiene este sentimiento: Fundamentalmente, no soy más que pensamientos. Estos pensamientos, sin embargo, se separan. El ser humano, como ser-pensamiento, adquiere dimensiones cada vez mayores; y finalmente todo este ser-pensamiento humano se disuelve en el cosmos. Pero cuanto más se disuelve este ser-pensamiento (es decir, el cuerpo etérico) en el cosmos, más surgen experiencias derivadas de otras fuentes distintas de la conciencia ordinaria.

Esencialmente, todo lo que hemos pensado y visualizado en el estado de vigilia se dispersa tres días después de la muerte. Este hecho no puede eludirse escondiendo la cabeza en la arena. El contenido de la vida terrenal consciente se ha desvanecido tres días después de la muerte. Pero precisamente debido a que las cosas aparentemente tan importantes, tan esenciales durante la vida terrenal se disipan en tres días, surgen de la profundidad recuerdos de aquello que no podía surgir hasta ahora: recuerdos de lo que siempre experimentamos por la noche, de forma preliminar, entre el dormir y el despertar. A medida que la vida despierta del día se dispersa, se disipa, nuestra profundidad interior envía la suma de experiencias vividas por nosotros durante la noche. Estas no son otras que nuestras experiencias diurnas, pero pasadas en orden inverso y adquiridas, en cada detalle, por medio de nuestro sentido moral.

Hay que recordar que nuestro verdadero yo y nuestro verdadero cuerpo astral están todavía en pie al comienzo de la vida; mientras que las imágenes reflejadas que hemos recibido del cuerpo físico, independientemente de su edad, revolotean ahora con el cuerpo etérico. Lo que no hemos mirado en lo más mínimo durante la vida terrenal, nuestras experiencias nocturnas, surgen ahora como un nuevo contenido. Por lo tanto, no sentimos realmente como si nuestra vida terrenal hubiera terminado, hasta que hayan pasado tres días y se haya producido la dispersión de nuestro cuerpo etérico. Si alguien muere, digamos, el dieciséis de mayo de mil novecientos veintitrés, parece ser llevado al final de su vida terrenal por el surgimiento, de la oscuridad nocturna, de sus experiencias nocturnas. Al mismo tiempo, se apodera de él la tendencia a retroceder.

De ahí que volvamos a pasar por el período que pasamos, noche tras noche, en estado de sueño. Es decir, el equivalente a un tercio de nuestra vida terrestre.

Las diferentes religiones describen esta etapa de la existencia como el Purgatorio, Kamaloka, etcétera. Pasamos a través de nuestra vida terrenal, como pasamos a través de ella inconscientemente en noches sucesivas, hasta que nuestras experiencias se remontan a su mismo comienzo. La rueda de la vida, siempre girando, debe volver de nuevo a su punto de partida. Tal es el curso de los acontecimientos. Tres días después de la muerte, nuestras experiencias diurnas se han esfumado. Un tercio de nuestra vida terrestre ha transcurrido en sentido inverso; un período durante el cual podemos evaluar, con plena conciencia, nuestro valor humano. Porque lo que hemos vivido cada noche inconscientemente, se convierte en plena conciencia una vez que el cuerpo etérico ha sido desechado.

En la vida ordinaria, sólo podemos concebir caminos que atraviesan el espacio. El espacio, sin embargo, no tiene significado para el elemento espíritu y alma; sólo es significativo para lo físico-sensible. Al alcanzar el estado de espíritu y alma, también debemos concebir caminos que atraviesen el tiempo. Después de la muerte, debemos retroceder a través de todo el lapso de tiempo recorrido por nuestro cuerpo físico desde que se separó, -por así decirlo-, de los reinos celestiales. En realidad, retrocedemos tres veces más rápido, porque el tiempo se equilibra a través de las experiencias que vivimos cada noche. Así volvemos de nuevo al punto de partida, pero enriquecidos por todo lo que experimentamos como seres físicos. Enriquecidos no sólo por lo que permanece como recuerdo, -pues lo que voló con el cuerpo etérico sigue permaneciendo como recuerdo-, sino también por el juicio emitido inconscientemente cada noche, desde nuestra plena naturaleza humana, sobre nuestro valor como seres humanos.

Así pues, dependiendo del tipo de vida que llevemos, tarde o temprano volvemos a entrar, (aproximadamente después de varias décadas), en el mundo espiritual del que habíamos partido, pero sólo en lo que respecta a nuestra conciencia. En realidad, nos hemos quedado parados en el punto de partida, esperando a que el curso terrenal del cuerpo físico se hubiera cumplido, para poder volver de nuevo a lo que éramos antes del nacimiento, respectivamente antes de la concepción.

Al describir estas cosas, especialmente en público, debemos tener cuidado para que la gente no se escandalice ante conceptos tan inusuales. Hablando metafóricamente, podría decirse que avanzamos después de la muerte. Sin embargo, en realidad, después de la muerte volvemos sobre nuestros pasos; vivimos nuestra vida al revés. El tiempo, al girar, vuelve a su punto de partida. Se podría decir lo siguiente: el mundo divino permanece donde estaba al principio. El hombre sólo irrumpe, se aleja del mundo divino. Luego vuelve a él, trayendo consigo todo lo que conquistó mientras moraba fuera de los reinos divinos.

Entonces, a su vez, llega la vida. Después de regresar de nuevo al mundo espiritual, enriquecido no sólo por la vida terrenal consciente, sino también por la inconsciente; después de "llegar a ser como niños pequeños" que se encuentran de nuevo dentro de los reinos celestiales, pasamos a un tipo de vida que podría describirse así: ahora el ser humano contempla lo que realmente es. Así como percibía, con su conciencia ordinaria, las plantas, las piedras y los animales entre los que habitaba en la tierra, así percibe ahora su nuevo entorno. Lo que estoy describiendo es la vida después de la muerte. Aquí el hombre se ve rodeado de almas humanas que, habiendo muerto o no habiendo nacido aún, no experimentan las experiencias terrenales, sino las del mundo divino. Además, percibe las Jerarquías superiores, tales como los Ángeles, los Arcángeles, los Exusiai y otros aún más elevados. Conocéis estos nombres y su significado por mi Ciencia Oculta.

El ser humano recoge experiencias en este mundo puramente espiritual. Podría describir estas experiencias diciendo: es como si el ser humano llevara su propio ser al cosmos. Lo que experimentó durante la vida terrestre despierto, durante la vida terrestre nocturna inconsciente, lo lleva ahora al cosmos. El cosmos lo necesita.

Mientras estamos en medio de la vida terrestre, juzgamos todo el cosmos circundante, el sol, la luna y las estrellas, sólo desde un punto de vista terrestre. Como astrónomos, calculamos el movimiento del sol, de los planetas, la relación de estos últimos con las estrellas fijas, etcétera. Sin embargo, todo este método astronómico-científico podría compararse con el siguiente procedimiento: supongamos que un hombre estuviera aquí y un ser diminuto, -por ejemplo, una mariquita-, le observara. Entonces esta diminuta criatura fundaría una ciencia. Una "Asociación de mariquitas para el estudio de la humanidad" observaría cómo el hombre cobra vida. (Supongo que también las mariquitas tienen un cierto tiempo de vida.) Esta asociación observaría lo que le ocurre al hombre; investigaría todos los fenómenos hacia delante y hacia atrás. Una cosa, sin embargo, sería ignorada: que el ser humano come y bebe, renovando así su ser físico una y otra vez. Las mariquitas creerían que el hombre nace, crece por sí mismo y muere por sí mismo. No serían capaces de reconocer que el metabolismo del hombre debe renovarse de día en día.

Como astrónomo, el ser humano se comporta de forma parecida con respecto al mundo. No presta atención al hecho de que el mundo es un organismo gigantesco que necesita alimento, pues de lo contrario las estrellas se habrían dispersado hace tiempo en todas las direcciones del espacio universal y los planetas habrían abandonado sus órbitas. Este organismo gigantesco, para vivir, necesita una especie de alimento que debe recibir una y otra vez. ¿De dónde procede este alimento?

Aquí nos encontramos con las grandes cuestiones relativas a la relación del hombre con el universo. Es sencillamente estupendo todo lo que la ciencia física puede demostrar. Sólo que, de un modo u otro, estas pruebas tienen poco sentido. La gente, a la que se le ha dicho que la Antroposofía contradice a la ciencia ordinaria en muchas cosas, se inclina a creer que esta ciencia ordinaria puede probar cualquier cosa en el mundo. Esto es cierto y la Antroposofía no lo niega. La ciencia puede probar cualquier cosa en el mundo. Sólo que las cosas están constituidas de tal manera que, en ciertos casos, esas pruebas no tienen nada que ver con la realidad.

Supongamos que pudiera calcular cómo cambia la estructura física del corazón humano de un año a otro. Entonces podríamos decir: un hombre de treinta y tres años tendrá tal o cual estructura cardíaca; a los treinta y cuatro tendrá cierta estructura cardíaca; a los treinta y cinco tendrá aún otra estructura cardíaca, y así sucesivamente. Después de haber realizado estas observaciones durante un período de cinco años, calculo cómo estaba constituida la estructura cardíaca de este hombre hace, digamos, treinta años. Esto se puede hacer. Ahora tengo ante mí toda la estructura física del corazón. También puedo calcular cómo estaba constituida hace trescientos años. Aquí, sin embargo, surge una pequeña dificultad: hace trescientos años este corazón no existía y, por lo tanto, no podía haber tenido estructura física de ningún tipo. El cálculo era absolutamente correcto. Podemos demostrar que el corazón estaba constituido hace trescientos años de tal o cual manera, sólo que no existía. También podemos probar que el corazón se constituirá trescientos años más tarde de tal o cual manera, sólo que entonces habrá dejado de existir. Pero las pruebas son completamente infalibles.

La geología puede manejarse hoy de la misma manera. Podemos calcular que una determinada capa del suelo indica tal o cual hecho. Del mismo modo, calculamos cómo era todo hace veinte millones de años, o cómo será veinte millones de años después. La prueba chasquea con maravillosa exactitud: sólo que la Tierra no existía hace veinte millones de años. Ocurre lo mismo que con el corazón. La Tierra tampoco existirá veinte millones de años después. Las pruebas son impecables, pero no tienen nada que ver con la realidad. Así son las cosas en realidad. Las posibilidades de ser engañado por la vida física son inconmensurablemente grandes. Debemos ser capaces de penetrar en la vida espiritual si deseamos obtener un punto de vista desde el que se pueda juzgar el mundo físico.

Y ahora volvamos a lo que iba a ser dilucidado por esta digresión relativa a las pruebas que no tienen ningún punto de contacto con la realidad. Volvamos al momento después de la muerte, tal como lo he caracterizado, y observemos cómo el ser humano ajusta su vida al mundo de los hechos espirituales, de los seres espirituales. Trae a este mundo espiritual lo que ha experimentado en la tierra mientras estaba despierto y dormido.

Tengan en cuenta que estas experiencias son el alimento del cosmos, que el cosmos las necesita continuamente para seguir viviendo. Todo lo que experimentamos en la tierra en el transcurso de una vida fácil o dura lo llevamos al cosmos después de la muerte. Sentimos así cómo nuestro ser de hombre se disuelve en el cosmos para alimentarlo. Estas experiencias que el hombre experimenta entre la muerte y el nuevo nacimiento son de una grandeza sobrecogedora, de una inmensa sublimidad.

Entonces llega el momento en que el hombre ya no se ve a sí mismo como una unidad, sino como una multiplicidad. Se ve a sí mismo como si algunas de sus virtudes y cualidades se movieran, por así decirlo, hacia una estrella; otras, hacia una estrella diferente. Ahora el hombre percibe cómo su ser se esparce por todo el mundo. También percibe cómo las partes de su ser luchan entre sí, se armonizan entre sí, se desarmonizan entre sí. El hombre siente cómo lo que experimentó en la tierra de día o de noche se dispersa en el cosmos. Y así como nos aferramos a nuestras experiencias nocturnas cuando, tres días después de la muerte, nuestros pensamientos, -es decir, la esencia de nuestra vida de vigilia-, se disipan en el cosmos y nosotros, concentrándonos en nuestras experiencias nocturnas, vivimos de nuevo, pero hacia atrás, toda nuestra vida terrenal hasta alcanzar el punto de partida de nuestra vida terrenal; así también ahora, cuando toda nuestra experiencia humana terrenal se dispersa en el cosmos, nos aferramos a lo que representamos como seres humanos pertenecientes a un orden mundial suprasensible.

Ahora nuestro verdadero yo emerge de lo que podría llamarse el ser humano desarticulado dionisíacamente. Poco a poco surge la conciencia: No eres más que espíritu. Sólo has habitado en un cuerpo físico; sólo has atravesado, -incluso en las experiencias nocturnas-, los acontecimientos que te ha traído el cuerpo físico. Eres un espíritu entre espíritus.

Ahora entramos en una existencia espiritual entre seres espirituales; mientras que nuestra sustancia como hombre físico se dispersa y se disuelve en el cosmos. Lo que pasamos aquí en la tierra se divide y se entrega al cosmos: para que nutra al cosmos y le permita seguir viviendo; para que el cosmos reciba nuevos estímulos para el movimiento de sus estrellas, el sustento de sus astros. Así como nosotros debemos alimentarnos físicamente para vivir como hombres físicos entre el nacimiento y la muerte, el cosmos debe alimentarse de las experiencias humanas, llevarlas a su interior. Así nos sentimos cada vez más como hombres cósmicos; encontramos todo nuestro ser transfundido, por así decirlo, en el cosmos, -pero un cosmos tomado en un sentido espiritual. Y entonces se acerca el momento en que debemos buscar la transición de la muerte a un nuevo nacimiento; del hombre convertido en cosmos al cosmos convertido en hombre. Hemos ascendido identificándonos cada vez más con el cosmos. Llega un momento, -lo he llamado en mis Obras de Misterio la Gran Hora de Medianoche de la Existencia-, que nos trae este sentimiento: Debemos volver a ser seres humanos. Lo que llevamos al cosmos debe sernos devuelto por el cosmos, para que podamos volver a la tierra.

Hoy mi principal propósito era describir el ser del hombre, tal como es llevado de la vida terrestre al vasto espacio cósmico. Así, este esbozo, -que será ampliado en los próximos días-, nos ha situado en el centro de la vida, entre la muerte y un nuevo nacimiento.

Traducido por J.luelmo, sep.2023

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919