RUDOLF STEINER
EL KARMA DE LA FALSEDAD
Dornach 13 de enero de 1917
Me parece que es necesario, sobre todo en nuestra época, que los miembros de nuestro movimiento sepan algo sobre las condiciones del mundo. Las observaciones que hemos hecho aquí han servido más o menos a este propósito. Cuando hablamos de ciencia espiritual en nuestro propio sentido, debemos penetrarnos del conocimiento de cómo nuestro mundo, que inspeccionamos con la mente física y los sentidos, no es otra cosa que la revelación del mundo espiritual. Mientras el mundo espiritual sólo sea comprendido de un modo abstracto, dividiendo al hombre en sus diversos componentes y haciendo todo tipo de observaciones teóricas sobre el karma y la reencarnación, -como en el fondo nunca hemos hecho de un modo tan teórico-, la ciencia espiritual no podrá llegar a ser realmente provechosa para la vida. Por eso he hecho que dirijan su mirada de diversas maneras hacia la realidad exterior, teniendo siempre presente lo que hay detrás de esta realidad exterior, ya sean directamente factores ocultos, impulsos ocultos, ya sea que los impulsos ocultos sean utilizados por las personas en tal o cual relación.
Para aquel que sepa ver un poco a través de las condiciones actuales, se hará cada vez más claro en el futuro, mirando hacia atrás sobre nuestros tiempos, que la antigua manera histórica de ver las cosas, tal como prevalece hoy, ya no es suficiente para comprender lo que está sucediendo en el presente. Ciertas enseñanzas ocultas del conocimiento maduro de los hombres surgirán como necesarias a través de las circunstancias, y aquellos que cierren sus mentes a tales cosas tendrán que llevar en el futuro el sello de la ignorancia, de la falta de conocimiento.
Desde el siglo XIX es habitual construir la historia de forma puramente materialista, como se dice, a partir de los archivos. Hoy todavía no nos damos cuenta de que esto no conduce a la presentación real de los impulsos históricos, sino sólo a la descripción de fantasmas materialistas -aunque la palabra suene paradójica, es así: a la descripción de fantasmas materialistas. Lo que hoy figura como historia en los manuales habituales y otras representaciones, las representaciones de las personas y las condiciones del pasado hasta el presente, son -por muy realistas que se crean-, fantasmas sin vida real. Sólo pueden ser fantasmas por la razón de que, a toda realidad, subyacen impulsos ocultos, y si se les deja de lado, sólo se obtienen fantasmas. Por lo tanto, la representación de la historia hasta nuestros días ha sido fantasmal, pero en cierto sentido ha llenado las mentes de los hombres; en cierto sentido ha tenido un efecto. Y la tragedia de la época actual es, en muchos aspectos, precisamente una representación del karma en esas concepciones fantasmales y falsas que los hombres han ido adquiriendo gradualmente. Pero incluso dentro de nuestro movimiento, el curso del mundo no debe, por así decirlo, dividirse en dos mitades sin mediación, como les gustaría a algunas personas de nuestro movimiento: Por una parte, la complacencia en las llamadas ideas suprasensibles, que, sin embargo, siguen siendo conceptos más o menos abstractos, y por otra, la persistente inmovilidad en las concepciones ordinarias, como las que la mente vulgar, completamente saturada de materialismo, desarrolla sobre la realidad exterior.
Las dos cosas, -la realidad física exterior y la existencia espiritual-, deben unirse, es decir, hay que darse cuenta de que en lugar de la visión anterior de la historia debe venir lo que he llamado una historia sintomática, a través de la cual se aprenderá que en ciertos fenómenos el desarrollo histórico se expresa con más fuerza que en otros.
Ahora bien, en las últimas ocasiones quizás he insinuado algunas cosas de forma demasiado realista, aunque sólo para un sentimiento que dice: ¿Por qué nos describe las cosas que de todos modos también oímos? Si se mira con más atención, se verá que no se pueden oír de otro modo en la forma en que se describen aquí, sobre todo no en este tipo de recopilación, en este tipo de observación sintomática, en la que los diversos detalles característicos se unen para formar una viva captación de la realidad. La pregunta ahora es obvia: ¿Cómo se producen los síntomas que les he mencionado? Me gustaría profundizar un poco en ello.
En el transcurso del tiempo les he contado una serie de hechos, algunos de los cuales la gente llamará pequeños hechos insignificantes, como el del vástago del Voivoda Voidarevich de Herzegovina, o lo que les conté sobre el Comité de Caridad Ruso-Eslavo, etcétera. Por un lado, tales cosas pueden ser consideradas fácilmente como insignificantes, pero por otro lado, podría decirse: ¿Cómo es que tales cosas se juntan en primer lugar? ¿Cómo es posible entonces que se imponga entre nosotros una visión de la historia que intenta combinar detalles muy divergentes en una imagen de conjunto? Dicho más vulgarmente, la pregunta, si alguien me la hiciera, sería: ¿Cómo llega usted a conocer precisamente estas cosas, que deben considerarse características de los acontecimientos del presente, y a recogerlas en vida de esta manera? - Quisiera dar a esta pregunta una respuesta que les mostrará vivamente cómo puede intervenir en la vida la ciencia espiritual.
En el curso de la vida uno adquiere conocimiento de tales cosas, si el karma así lo trae consigo, y si uno le permite al karma un curso realmente sincero, veraz. Muchos piensan que dejan que el karma siga su curso, que se rinden al karma; pero eso puede ser un gran engaño. Nadie puede seguir los acontecimientos externos de tal manera que se le revele la verdad, a menos que realmente se abandone al Karma, a menos que deje mucho abajo en el subconsciente, que deje que mucho se le escape del alma, pues debido a toda clase de simpatías y antipatías uno nubla su libre mirar. Nada es tan propenso a nublar la visión libre como lo que ahora se llama el método histórico.
Este método histórico da lugar a fantasmas, porque el historiador de hoy no puede abandonarse a su karma. Por supuesto, si se abandonara a su karma desde su primera juventud, suspendería todos los exámenes de historia, eso está muy claro.
Uno no debe abandonarse a su karma y conocer lo que el karma le inflige, sino que debe conocer lo que prescriben los reglamentos de examen y demás. Pero ellos prescriben toda clase de cosas que naturalmente desgarran el karma del hombre, de modo que aquel que simplemente sigue la corriente que le es prescrita nunca puede llegar a la verdad real. Uno sólo puede llegar a la verdad real si se toma en serio estas cosas de las que habla la ciencia espiritual, si no las toma meramente como teoría, sino si las toma en serio. Por supuesto, uno no se toma las cosas en serio si permite que su clara visión se vea empañada por todo tipo de simpatías y antipatías. Hay que afrontarlas más o menos objetivamente, entonces la corriente del mundo les proporcionará lo necesario para comprenderlas.
Ahora bien, parte de este rendirse al karma con respecto a los acontecimientos de nuestro tiempo actual se debe realmente al hecho de que ustedes, mis queridos amigos, han sido llevados a la Sociedad Antroposófica por su karma. Por consiguiente, en la Sociedad Antroposófica debe ser posible hablar de los hechos sin que las simpatías y antipatías lo impidan; de lo contrario no se tomaría en serio el karma ni siquiera dentro de esta Sociedad.
He querido prologar esta introducción con las reflexiones que vamos a hacer porque quiero mostrarles ciertos hechos ocultos importantes que no podemos comprender si no sabemos relacionarlos con la vida y si no podemos penetrar en la abundante y enmarañada maleza de falsedad que se arremolina hoy en el mundo. El mundo actual está lleno de falsedades, y el sentido de la veracidad debe cultivarse en el seno de la Sociedad Antroposófica para que ésta tenga un sentido, un verdadero sentido de la vida, durante su existencia, no importa cuánto tiempo pueda existir en las condiciones actuales.
He estado importunándoles con varias observaciones que he hecho recientemente, no sólo, diría yo, para hacerles ver esto o aquello bajo esta o aquella luz, sino porque estoy convencido de que es importante corregir ciertos conceptos. Quien piense que digo estas cosas por una especie de patetismo nacional, sencillamente no me entiende.
Ahora bien, entre las graves acusaciones que se lanzan repetidamente contra el centro desde la periferia del mundo actual, y que, como he dicho a menudo, culminan en la frase pronunciada en tal o cual forma, -para pronunciarlas en la forma real, uno se avergüenza: No hagas nada, el alemán será quemado-, se encuentra también que en los círculos más amplios se cita a ciertas personas, cuyas obras uno naturalmente no conoce, como los corruptores, los despojadores del pueblo alemán. Y uno de los citados en primer lugar es el historiador alemán Heinrich Treitschke.
Ahora bien, como ya he dicho, no quiero examinar a esa personalidad desde un punto de vista nacional, sino desde un punto de vista humano muy general. Ya he mencionado que no tuve mucho contacto con Treitschke, sino que sólo me reuní con él una vez; en su momento insinué que era un poco bravucón. Hoy sólo quiero decir que pude formarme una idea de su naturaleza y carácter a partir de aquel encuentro con Treitschke, pues, naturalmente, no se limitó a hablar de lo que les he mencionado como primera forma de dirección, sino que hablamos de la concepción de la historia, de las publicaciones históricas que estaban causando un gran revuelo en aquella época, en los años noventa, durante los cuales pudimos responder a muchas cuestiones de principio sobre la historia científica y cosas por el estilo.
Ahora quisiera señalar sobre todo que Treitschke era una persona que da pie a considerarlo un poco desde el punto de vista ocultista. En el buen sentido en que Sócrates hablaba de una especie de demonium, también se podía decir con Treitschke que algo de demonium vivía en él, no un demonio maligno, sino algo de demonium. Y uno no tenía con él la sensación de que se dejaba llevar meramente por las consideraciones del intelecto materialista, sino que era impulsado desde dentro, precisamente por lo que Sócrates llama fuerzas demoníacas. Yo diría que esas fuerzas le guiaron durante toda su vida. Pues Treitschke ya trabajaba de forma muy significativa cuando este Estado alemán aún no se había fundado. Sin embargo, no escribió su "Historia Alemana" hasta después de la fundación de este estado. Vivía en él precisamente de la manera característica que es el caso en Europa Central, lo que no se sabe en el círculo circundante, -no sólo no se quiere saber, sino que no se sabe y no se quiere entender-, vivía en él, si puedo decirlo así, un sentido por lo concreto, por la realidad. Una cierta aversión a las meras teorías abstractas y a toda fraseología vivía en él, y con fuerza demoníaca, de modo que se veía, diría yo, a través de la personalidad a las fuerzas espirituales que hablaban desde ella. Además, Treitschke se había quedado completamente sordo relativamente pronto en la vida, de modo que no oía ni la voz de los demás ni la suya propia, y en realidad sólo se comunicaba con su propio interior.
Semejante destino en la vida vuelve a la persona contra sí misma.La completa ausencia de audición pone al ser humano, si está predispuesto a ello, mucho más fácilmente que de otro modo en el caso de la completa ausencia de un sentido, en conexión con los poderes ocultos operantes, que en realidad sólo son ignorados porque el ser humano está distraído por sus sentidos de aquello que habla al alma más allá de los sentidos. Semejante karma, volverse completamente sordo a una edad temprana, por lo tanto ya tiene un cierto significado y está conectado con lo que yo llamo en este caso una naturaleza demoníaca.
Bueno, esta naturaleza, este ser humano estaba realmente, a diferencia de muchos, de hecho de la mayoría de la gente de nuestro tiempo, formado de una unidad. Con él nunca funcionó el mero intelecto, sino básicamente siempre el alma entera. Tenemos suficientes verdades caseras en el mundo que pueden demostrarse en cualquier momento con las llamadas "pruebas lógicas"; verdades, sin embargo, a las que se adhiere la sangre humana, que están impregnadas de cálido sentimiento humano, deben tenerse en cuenta, tanto si se adopta el mismo punto de vista como otro distinto. Porque el hombre es, después de todo, el canal a través del cual el mundo de los sentidos se une con el mundo espiritual, y uno llega al mundo espiritual no meramente a través del estudio de teorías científico-espirituales, sino a través de la apropiación del sentido, así como el hombre individual representa un canal entre el mundo de los sentidos y el mundo espiritual.
Por encima de todo, Heinrich Treitschke fue una personalidad que intentó formar su conocimiento y sus pensamientos sobre la base de un amplio conocimiento, un conocimiento que siempre se basó en la crítica del alma, no en el juicio intelectual. Los juicios eran siempre cálidos desde esta alma-crítica. Ciertamente tenían algo de retumbante, pero eran cálidos desde esta crítica del alma. Y desde este punto de vista, las reflexiones de Treitschke se centraban sobre todo en la cuestión de la libertad humana, que para él, puesto que era historiador y se preparó muy pronto para ser el historiador de su pueblo, estaba siempre ligada a la cuestión de la libertad política, la libertad del Estado.
Ahora hay un escrito en la literatura alemana, -pueden conseguirlo fácilmente porque fue publicado en la Biblioteca Universal Reclam-, que trata de la manera más contundente la cuestión de la relación entre la omnipotencia del Estado y la libertad humana, es decir, la libertad no sólo tal como vive desde el interior del alma humana, sino la libertad tal como se hace realidad en la vida social. No conozco ningún otro escrito en la literatura universal que aborde esta cuestión de forma tan contundente. Este escrito se titula "Ideas para un intento de determinar los límites de la eficacia del Estado" y es de Wilhelm von Humboldt, amigo de Schiller y hermano del escritor Alexander von Humboldt. En este escrito, de finales del siglo XVIII y principios del XIX, la personalidad humana en su desarrollo pleno, humano y libre se protege de una manera muy bella contra toda omnipotencia estatal.
Se señala que el Estado no debe intervenir más en el ámbito del "ser humano en general <que su intervención elimina obstáculos al libre desarrollo de la personalidad. Este escrito tiene su origen en la misma base sobre la que brotaron las hermosas cartas de Schiller "Sobre la educación estética del hombre". Y me gustaría decir que el escrito de Wilhelm von Humboldt sobre los límites de la eficacia del Estado es un escrito hermano de "Sobre la educación estética del hombre" de Schiller. Tiene su origen en la época en que se intentaba reunir todos los pensamientos de la vida intelectual que pudieran realmente situar al hombre en el terreno de la libertad. Por ciertas razones, este escrito no fue muy utilizado en el siglo XIX, pero sin embargo formó repetidamente el estudio de aquellos que, en el transcurso del siglo XIX, quisieron ilustrarse sobre el exterior del concepto de libertad. Por supuesto, el siglo XIX fue una época en la que el concepto de libertad quedó enterrado en muchos aspectos, pero la gente seguía queriendo orientarse sobre el concepto de libertad, y fue precisamente desde este punto de vista que el escrito de Wilhelm von Humboldt "Ideas para un intento de determinar los límites de la eficacia del Estado" adquirió cierta importancia internacional en Europa. Tanto el francés Laboulaye como el inglés John Stuart Mill tomaron este escrito como punto de partida; para ambos, el escrito de Wilhelm von Humboldt fue un importante punto de partida. Y ellos a su vez, cada uno en su campo, trataron de orientarse a través del concepto de libertad.
Laboulaye encontró que la institución de su país en lo que se refiere a la relación entre el Estado y el individuo era capaz de sepultar toda libertad real, es decir, todo desarrollo real de la personalidad, bajo el concepto de Estado; John Stuart Mill, partiendo de Wilhelm von Humboldt después de haberlo descubierto, explicó de manera contundente en su escrito sobre la libertad, cómo la sociedad inglesa es capaz de socavar la experiencia real de la libertad. Es precisamente a esta cuestión a la que se dedican los escritos de John Stuart Mill, -en Laboulaye es el Estado, en Mill la sociedad-: ¿Cómo se puede lograr un desarrollo de la personalidad frente a la falta de libertad creada por la sociedad?
Treitschke, de nuevo en la vena crítica del alma de la que acabo de hablar, siguiendo a Laboulaye y a John Stuart Mill, escribió su tratado sobre la libertad a principios de los años sesenta. Y este ensayo de Treitschke sobre la libertad tiene un interés particular porque Treitschke, como historiador y como político, vivía plenamente en la dicotomía en la que se ve sumida el alma humana cuando, por un lado, reconoce la necesidad de la estructura social llamada Estado y, por otro, se entusiasma con lo que se llama la libertad humana.
En los años sesenta del siglo XIX, Treitschke, en particular, intentó ponerse de acuerdo con Laboulaye y John Stuart Mill respecto al concepto de libertad. En su obra "La libertad", intentó elaborar un concepto de Estado que no suprimiera lo que es necesario en la estructura estatal, sino que, por el contrario, hiciera del Estado no el sepulturero, sino el promotor, el alimentador de la libertad. Treitschke tenía en mente tal concepto del Estado. Era la época en que un alemán podía responder a la pregunta: "¿Cuál es su patria más cercana? -un alemán podía dar la respuesta: Schwarzburg-Sondershausen, -o la línea más joven de Reuß-Schleiz. A principios de la década de 1960, lo que hoy se llama el Reich alemán aún no existía. En aquella época, cuando un gran número de personas pensaban en una especie de unión de las diversas entidades individuales en las que vivían los alemanes, Treitschke también pensó en la necesidad de una entidad estatal. Pero para él era, yo diría, un axioma que no debía surgir ningún Estado que no permitiera a la personalidad humana desarrollarse con la mayor libertad posible. Y aunque no pueda decirse que Treitschke llegara a conceptos filosóficos plenamente desarrollados, es precisamente con referencia a este punto de vista que se dice mucho en los escritos de Treitschke sobre la libertad que merece mucho la pena tomarse a pecho.
Si uno quiere apreciar a Treitschke y considerar precisamente lo que es importante para el ocultista, no debe ignorar el hecho de que Treitschke fue una personalidad intrépida que no quiso servir a ningún otro dios que no fuera el de la verdad. Es casi el colmo de la insensatez cuando se oye a algunas personas juzgar hoy a Treitschke en términos que nada tienen que ver con la objetividad; pues los juicios que andan zumbando por el mundo no están en su mayoría en condiciones de ganar ningún punto de vista ni remotamente, por la sencilla razón de que lo que señalé el otro día cuando dije que si uno se dedicara un poco a la diferenciación de los espíritus de las personas resultante de la ciencia espiritual, no diría tantas insensateces. Estaba enlazando con las diversas locuras que se han planteado en parte por él mismo, en parte sobre Romain Rolland. Tenía que decir esto porque una consideración penetrante de lo que se puede llamar el espíritu del pueblo sólo es posible hoy realmente desde la perspectiva de la ciencia espiritual. Los que no quieren comprometerse con esto sólo pueden llegar a juicios tan completamente subjetivos y, por tanto, tan insensatos como el de Romain Rolland.
Si uno acepta ahora lo que se desprende de la observación espiritual-científica de los espíritus del pueblo, entonces debe tener claro sobre todo el hecho de que en una persona típica de su pueblo, -y eso es precisamente Treitschke porque era de naturaleza demoníaca-, surgen también ciertas características típicas del pueblo. Este es también el caso de Treitschke, y uno puede decir realmente: si uno entiende a Treitschke, entiende gran parte del germanismo de la segunda mitad del siglo XIX, no todo, pero sí mucho. Si uno tiene ante todo la posibilidad de obtener un punto de vista desde el ocultismo, entonces debe, -no con naturalezas cosmopolitas, sino nacionales-, abordar la diferencia básica que existe entre los juicios de Europa occidental y los de Europa central. Eso sí, tales cosas no pueden entrar en consideración para el humano en general, pero sí cuando el nacionalismo demoníaco vive en los espíritus.
"Todavía sigue siendo oportuno hablar de prejuicios de clase en particular", es decir, a principios de los años sesenta del siglo XIX. "Un pensamiento deprimente, en efecto, que este gran pueblo cultural", -se refiere a los alemanes-, "conozca todavía el bárbaro concepto jurídico del matrimonio mixto, que los antiguos arrojaron por la borda al comienzo mismo de su vida cultural". Por supuesto, no hablamos de esa burda Aristocracia, a la que una carrera estable parece más respetable que una profesión científica, el derecho del puño más noble que el sentido legal del ciudadano libre: Esta imagen distorsionada de la nobleza ha perdido su recompensa. Pero incluso la abigarrada masa de las llamadas clases ricas educadas abriga y cultiva una abundancia de nociones de clase poco libres e intolerantes. ¡Qué poco caritativa dureza de juicio sobre las vergonzosamente llamadas clases peligrosas! ¡Qué insensible denegación del lujo de las clases inferiores, mientras que un hombre libre y distinguido debería regocijarse en el hecho de que incluso los pobres comienzan a pensar algo de sí mismos y de la decencia de su apariencia! ¡Qué miedo tan mezquino ante cualquier agitación de rebeldía y sentimiento de sí mismo entre la gente inferior! La bondad del corazón alemán nos ha salvado, en efecto, de que estas actitudes de los educados adopten entre nosotros una forma tan grosera como entre los británicos más rudos; pero mientras las tendencias aristocráticas, de las que ninguna cabeza fina se ha librado jamás por completo, aparezcan en tal forma, nuestra libertad interior se encuentra en un estado muy triste.
Cuando preguntamos por el estatus del más poderoso y unido de los 'estados', -o como queramos llamar a esta aristocracia natural-, el sexo masculino, entramos en un territorio en el que la falta de libertad y la intolerancia campan a sus anchas. Increíblemente extendida existe entre nosotros, señores de la tierra, una silenciosa conspiración para negar a las mujeres, por principio, una parte de la armoniosa educación humana. Pues las mujeres alcanzan una parte de su educación sólo a través de nosotros. Entre nosotros, sin embargo, es evidente que la ilustración religiosa es un deber para el hombre educado, pero una ruina para la chusma y las mujeres, y cuántos encuentran a una mujer bastante extravagante 'poética' cuando muestra la superstición más torpe. Ahora incluso "politizar a las mujeres" es una abominación, no diremos ni una palabra más al respecto. ¿Es esta nuestra fe viril en la naturaleza divina de la libertad? ¿Es realmente la iluminación religiosa sólo una cuestión de sobrio intelecto y no mucho más una necesidad de la mente? Y, sin embargo, pensamos que el calor del corazón de las mujeres sufrirá si las dejamos disfrutar a su manera de la gran obra intelectual de los últimos cien años.
¿Realmente conocemos tan poco a las mujeres alemanas como para pensar que alguna vez 'politizarían', que alguna vez se preocuparían por los impuestos sobre la tierra y los acuerdos comerciales? Y, sin embargo, la miseria política de este pueblo ofrece un lado puramente humano que quizá las mujeres puedan comprender más profundamente, más sutilmente, más íntimamente que nosotros. ¿No debería dedicarse a la patria una pobre fracción de esta abundancia de entusiasmo y amor, ante la que tan a menudo nos mostramos fríos y desamparados y desalmados? ¿Debe renovarse la vergüenza de la época francesa si queremos que nuestras mujeres vuelvan a sentirse, como todas sus vecinas de Oriente y Occidente desde hace mucho tiempo, hijas de un gran pueblo? Pero hemos callado ante ellas durante demasiado tiempo, en una estrechez de miras sin libertad, lo que nos movía en lo más íntimo de nuestros sentimientos, creímos que sólo servían para contarles las cosas más triviales sobre las cosas triviales; y porque creímos que éramos demasiado pequeños para permitirles la libertad de la educación, sólo una minoría de las mujeres alemanas de hoy son capaces de comprender la seria gravedad de este momento trascendental."
Como ven, también se pueden sacar de Treitschke cosas que ya son bastante humanas en general, pero que precisamente se le exigen como espíritu nacional para su nación. Si una de las naciones que hoy regañan a Treitschke pudiera reclamar para sí un espíritu como el que él fue para los alemanes, entonces verían cómo sería elevado al cielo. Piensen en un Treitschke italiano, y en lo que dirían los italianos si los alemanes se encontraran con un Treitschke italiano como los italianos y muchos otros se han encontrado con Treitschke. Pero lo que imprime su sello a nuestro tiempo, -y eso es lo infinitamente triste-, es la ignorancia y el contar con la ignorancia. Sería del todo imposible que tanta falsedad zumbara hoy por el mundo si no se pudiera contar siempre con la ignorancia de la gente.
Por ignorancia, por supuesto, no me refiero a la que surge necesariamente debido a que no todas las personas tienen tiempo para informarse de todo; pero lo que sí sería necesario es un poco de autoconocimiento. No se pueden juzgar determinadas circunstancias si no se conocen ciertas cosas, y los juicios sobre pueblos enteros nacidos de la ignorancia tienen el efecto más terrible. Y hoy en día infinidad de cosas nacen de la ignorancia. Esto se debe, por supuesto, a esa magia negra, -ya la he caracterizado en otras ocasiones-, que hoy se llama periodismo; porque es una especie de magia negra, y no fue incorrecto que cuando apareció el arte de la imprenta, con todas las perspectivas que ha producido, la leyenda popular encontrara que los originadores eran magos negros.Ciertamente hay que hablar de esta estupenda ignorancia. Porque es significativo, y es una de las características de nuestro tiempo, que sobre la base de este tipo de realidad se exprese una opinión por parte de quienes dominan una mitad de la tierra habitable. Es, en efecto, un desafío al espíritu de la verdad. Siempre será posible, si uno tiene el poder, dar a los hechos una bofetada insolente en la cara - y la periferia tiene este poder. Pero no se puede dar una bofetada a la verdad. La verdad habla y será, -esperemos- también un impulso que, cuando las cosas estén peor, pueda llevar a la humanidad a algún tipo de salvación.
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