GA226 Oslo, 17 de mayo de 1923 Ser humano, destino humano y evolución del mundo - La vida después de la muerte en las esferas lunar y solar

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    RUDOLF STEINER 

Ser humano, destino humano y evolución del mundo
LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE EN LAS ESFERAS LUNAR Y SOLAR

 Oslo, 17 de mayo de 1923

segunda conferencia

Ayer traté de darles un cuadro de los estados por los que pasa el ser humano después de atravesar el portal de la muerte y llegar al mundo espiritual. Resumamos brevemente ante nuestra alma el cuadro de las etapas más esenciales. Inmediatamente después de atravesar el portal de la muerte, el ser humano experimenta en primer lugar el repliegue de su mundo ideacional. Las ideas, las potencias del pensamiento, se convierten en objetos, en algo así como fuerzas activas que se extienden por el universo. Así, el hombre siente al principio el alejamiento de todas las experiencias que ha vivido conscientemente durante su vida terrena entre el nacimiento y la muerte. Pero mientras que la vida terrenal, tal como se experimenta a través del pensar, se retira del ser humano y sale al vasto cosmos (un proceso que ocurre pocos días después de la muerte [Teosofía]), las profundidades interiores del hombre envían una conciencia de todo lo que ha experimentado inconscientemente durante la vida terrenal mientras dormía. Esta etapa se configura de tal manera que el hombre retrocede y recapitula su vida terrenal en un período de un tercio de su duración real.

Durante este tiempo, el ser humano está intensamente envuelto en su propio yo. Podría decirse que todavía está intensamente conectado con sus propios asuntos terrenales. Está completamente entretejido con lo que vivió, mientras dormía, durante las noches sucesivas de su vida terrenal.

Se darán ustedes cuenta de que el ser humano, mientras está continuamente ocupado con sus experiencias nocturnas, debe necesariamente ser conducido de vuelta a sí mismo. Basta considerar los sueños, el único elemento de la vida terrestre del hombre que surge del estado del dormir. Estos sueños son la menor parte de sus experiencias mientras duerme. Todo lo demás, sin embargo, permanece inconsciente. Sólo los sueños surgen en la conciencia. Sin embargo, podría decirse que los sueños, sean tan interesantes, tan múltiples, tan ricos en colores, representan algo que restringe al ser humano completamente a sí mismo. Si varias personas duermen en la misma habitación, cada una de ellas tiene, sin embargo, su propio mundo onírico. Y, cuando se cuentan sus sueños unas a otras, estas personas hablarán de cosas que parecen haber sucedido en mundos completamente distintos. Porque en el dormir, cada persona está sola dentro de sí misma. Y sólo insertando nuestra voluntad en nuestro organismo ocupamos el mismo mundo situado en el mismo espacio que ocupan los demás. Si estuviéramos siempre dormidos, cada uno viviría en un mundo propio.

Pero este mundo propio que atravesamos cada noche entre el dormir y el despertar es el mundo que atravesamos a la inversa, después de la muerte, durante un período que abarca un tercio de nuestra vida.

Si las personas no poseyeran nada más que este mundo, estarían ocupadas durante dos o tres décadas después de la muerte (si mueren a una edad avanzada) exclusivamente consigo mismas. Pero no es así. Lo que experimentamos como asuntos propios nos conecta, sin embargo, con el mundo entero. Pues el mundo por el que cada uno de nosotros pasa por sí mismo está entretejido de relaciones con todos aquellos seres humanos con los que estuvimos asociados en vida.

Este entrelazamiento de relaciones se debe al hecho de que, al mirar desde el mundo del alma las experiencias terrenas de aquellas personas con las que estuvimos asociados de alguna manera, experimentamos junto con ellas lo que ocurre en la tierra. De ahí que cualquiera que esté dispuesto a intentarlo pueda percibir, si se familiariza con los métodos científico-espirituales, [Véase Cómo se alcanza el Conocimiento de los Mundos Superiores], cómo los muertos, inmediatamente después de su transición, son ayudados a participar intensamente en los acontecimientos terrenales por aquellos de sus antiguos compañeros que aún viven. Y así nos encontramos con que los muertos, en la medida en que compartieron tal o cual interés con otros, vivieron destinos comunes con otros, siguen conectados con todos estos intereses terrenales; siguen interesados en los acontecimientos terrenales. Y, al no estar ya impedidos por el cuerpo físico, juzgan los acontecimientos terrestres con mucha más lucidez y sagacidad que los hombres que aún viven. Al alcanzar una relación consciente con los muertos, se nos permite obtener, por medio de su juicio, una lucidez extraordinaria en lo que concierne a los acontecimientos terrenales.

Además, hay que tener en cuenta otra cosa. Podemos ver que ciertas cosas que existen dentro de las relaciones terrenales se conservarán en el mundo espiritual. Así, un elemento eterno se entremezcla, por así decirlo, con nuestras experiencias terrestres.

Las descripciones del mundo espiritual suenan a menudo casi absurdas. Sin embargo, puesto que me dirijo presumiblemente a antropósofos de larga tradición, puedo aventurarme a hablar con franqueza de estas cuestiones. Al buscar una forma de comunicarse con los muertos, es posible incluso utilizar palabras terrenales: hacer preguntas y recibir respuestas. Y ahora hay que notar un hecho peculiar: La primera habilidad que pierden los muertos es la de usar sustantivos, mientras que los verbos los conservan durante mucho tiempo. Sus formas favoritas de expresión, sin embargo, son las palabras exclamativas; todo lo que está relacionado con la emoción y el corazón. Un ¡Oh!, un ¡Ah!, como expresiones de asombro, de sorpresa, etc., son utilizadas a menudo por los muertos en su lenguaje. Debemos, por así decirlo, aprender primero el lenguaje de los muertos.

Estas cosas no son en absoluto como las imaginan los espiritistas. Estas personas creen que pueden comunicarse con los muertos, por medio de un médium, en el lenguaje terrestre ordinario. El carácter de estas comunicaciones indica inmediatamente que se trata de estados subconscientes de personas vivas, y no de expresiones reales y directas de los muertos transmitidas a través de un médium. En efecto, los muertos superan gradualmente el lenguaje humano ordinario. Transcurridos varios años, sólo podemos comunicarnos con los muertos adquiriendo su lenguaje, lo que puede hacerse mejor sugiriendo, mediante sencillos dibujos simbólicos, lo que queremos expresar. Entonces, las respuestas nos serán dadas mediante formas simbólicas similares, necesariamente recibidas por nosotros en contornos borrosos.

Todo esto lo describo con el propósito de indicar que los muertos, aunque moran en un elemento semejante al de dormir, sin embargo tienen una vasta gama de intereses y exploran el mundo entero con su mirada. Y nosotros mismos podemos ayudarles mucho. Esto puede hacerse pensando en los muertos tan vívidamente como sea posible; especialmente enviándoles pensamientos que hagan revivir, de la manera más sorprendente, lo que experimentamos en su compañía. Los conceptos abstractos no son comprendidos por los muertos. Por eso debo enviarles pensamientos como los siguientes: Aquí está el camino entre Kristiania y un lugar cercano. Aquí caminábamos juntos. La otra persona, que ahora está muerta, caminaba a mi lado. Todavía le oigo hablar. Oigo el sonido de su voz. Intento recordar cómo movía los brazos, cómo movía la cabeza. - Al visualizar, lo más vívidamente posible, lo que hemos vivido junto a los muertos; al enviar nuestros pensamientos a los muertos que evocamos ante nuestra alma en una imagen familiar, podemos hacer que estos pensamientos, por así decirlo, se eleven o fluyan hacia los muertos. Así proporcionamos a los muertos algo así como una ventana, a través de la cual pueden mirar el mundo. No sólo el pensamiento que enviamos a los muertos surge dentro de ellos, sino todo un mundo. Pueden contemplar nuestro mundo como a través de una ventana.

A la inversa, los muertos sólo pueden experimentar el entorno espiritual en el que se hallan, dependiendo del grado en que antes reflexionaban, en la medida en que los hombres terrenales son capaces de hacerlo, sobre el mundo espiritual.

Saben ustedes cuántas personas dicen hoy en día: ¿Por qué debo preocuparme por la vida después de la muerte? Es mejor esperar. Una vez que hayamos muerto, veremos lo que va a suceder. Sin embargo, este pensamiento es completamente erróneo. Las personas que no han reflexionado, en vida, sobre el mundo espiritual, que han vivido de forma puramente materialista, no verán absolutamente nada después de la muerte.

Aquí les he esbozado cómo viven los muertos durante el período en el que, -en consonancia con sus experiencias en el estado de sueño-, pasan por su vida a la inversa. El ser humano que ahora ha desechado sus cuerpos físico y etérico, se siente en este momento en el reino de las fuerzas lunares espirituales. Debemos darnos cuenta de que todos los organismos del mundo, -luna, sol y estrellas-, en la medida en que son visibles a los ojos físicos, en realidad sólo representan formaciones físicas de un elemento espiritual.

Del mismo modo que un hombre corriente, que está sentado aquí en una silla, no sólo está compuesto de carne y hueso (que puede considerarse materia), sino también de alma y espíritu, todo el universo, todo el cosmos, está habitado por alma y espíritu. Y no sólo habita en él una entidad espiritual exclusiva, sino muchas, innumerables entidades espirituales. Por lo tanto, hay numerosas entidades espirituales conectadas con la luna, que nuestro ojo físico sólo ve externamente como un disco plateado. Estamos en el reino de estas entidades mientras recorremos nuestra vida terrestre, como se ha descrito, hasta que llegamos de nuevo al punto de partida. Así podría decirse: Hasta entonces moramos en el reino de la luna.

Mientras estamos en medio de este retroceso, toda nuestra vida se entremezcla con ciertas cosas, que concluyen aproximadamente cuando hemos abandonado el reino de la luna.

Inmediatamente después de que el cuerpo etérico ha sido desechado por nosotros en la estela de la muerte, aflora de las experiencias nocturnas un juicio moral sobre nuestro valor como seres humanos. Entonces no podemos hacer otra cosa que juzgar, en sentido moral, los acontecimientos por los que pasamos en sentido inverso. Y es muy extraño cómo se desarrollan las cosas a partir de este punto.

Aquí en la tierra llevamos un cuerpo hecho de huesos, músculos, arterias y demás. Luego, después de la muerte, adquirimos un cuerpo espiritual, formado por nuestras cualidades morales. Un hombre bueno adquiere un cuerpo moral que irradia belleza; un hombre depravado, un cuerpo moral que irradia maldad. Esto se forma mientras vivimos hacia atrás. Nuestro cuerpo espiritual, sin embargo, se forma sólo en parte a partir de lo que ahora está unido a nosotros. Mientras que una parte del cuerpo espiritual que recibimos en el mundo espiritual se forma a partir de nuestras cualidades morales, la otra parte simplemente se nos pone como un vestido tejido con las sustancias del mundo espiritual.

Ahora, después de terminar este recorrido a la inversa y llegar de nuevo al punto de partida, debemos encontrar la transición a la que aludí en mi Teosofía como la transición del mundo del alma al reino del espíritu. Esto está relacionado con la necesidad de abandonar la esfera lunar y entrar en la esfera solar del cosmos. Nos familiarizamos gradualmente con las entidades que lo abarcan todo y que moran, en forma de espíritu y alma, dentro de la esfera solar. Debemos entrar en ella. En los próximos días, hablaré de hasta qué punto Cristo desempeña un papel principal en ayudar al ser humano a hacer esta transición de la esfera lunar a la esfera solar. (Este papel es diferente después del Misterio del Gólgota del papel que Él desempeñó antes del Misterio del Gólgota). Hoy describiremos el paso por este mundo de una manera más objetiva. Lo que sobreviene en este punto es la necesidad de depositar en la esfera lunar todo lo que se tejió para nosotros, por así decirlo, a partir de nuestras cualidades morales. Esto representa algo así como un pequeño paquete, que debemos depositar en la esfera lunar para poder entrar, como seres puramente espirituales, en la esfera solar pura. Entonces vemos el sol en su aspecto real: no desde el lado vuelto hacia la tierra, sino desde el reverso, donde está completamente lleno de entidades espirituales; donde podemos ver plenamente que es un reino espiritual.

Es aquí donde damos como alimento al universo todo lo que no pertenece a nuestras cualidades morales, pero que nos ha sido concedido por los dioses en forma de experiencias terrenales. Damos al universo todo lo que éste puede utilizar para mantener el curso del mundo. Estas cosas son realmente ciertas. Si tuviera que comparar el universo con una máquina, -ya saben que lo hago sólo en un sentido pictórico, pues no me inclino en absoluto a designar al universo como una máquina-, entonces todo lo que trajéramos a la esfera solar después de depositar nuestro pequeño paquete en la esfera lunar sería algo así como combustible, repartido por nosotros al cosmos parecido a como se reparte el combustible a una máquina.

Así entramos en el reino del mundo espiritual. Pues no importa si llamamos a nuestra nueva morada la esfera solar, en su aspecto espiritual, o el mundo espiritual.

Aquí moramos como un espíritu entre espíritus, tal como morábamos en la tierra como un hombre físico entre las entidades de los diversos reinos naturales. Ahora moramos entre aquellas entidades que describí y nombré en mi Ciencia Oculta; y también moramos entre aquellas almas que han muerto antes que nosotros, o que todavía están esperando su próxima vida terrestre. Pues moramos como un espíritu entre espíritus.

Estas entidades espirituales pueden pertenecer a las Jerarquías superiores o ser hombres incorpóreos que moran en el mundo espiritual. Y ahora surge la pregunta: ¿Cuál es nuestra siguiente etapa?

Aquí en la Tierra nos encontramos en un punto determinado del universo físico. Mirando a nuestro alrededor en todas direcciones, vemos lo que hay fuera del ser humano. Lo que está dentro de él no podemos verlo.

Ahora ustedes dirán: Eso que nos dices es una tontería. Se puede conceder que la gente común no puede ver el interior del hombre; pero los anatomistas eruditos, que cortan a las personas muertas en los hospitales, están ciertamente familiarizados con él. ¡No lo conocen en absoluto! Porque lo que se puede saber de un hombre de este modo es sólo algo externo. Al fin y al cabo, si miramos a un ser humano sólo desde fuera, no importa si investigamos su piel exterior o su interior. Lo que hay dentro de la piel humana no es lo que los anatomistas descubren de forma externa, sino que lo que hay dentro de la piel humana son mundos enteros. En el pulmón humano, por ejemplo, en cada órgano humano, universos enteros se comprimen en formas en miniatura.

Vemos vistas maravillosas cuando admiramos un hermoso paisaje; vistas maravillosas cuando admiramos por la noche el cielo estrellado en todo su esplendor. Sin embargo, si observamos un pulmón humano, un hígado humano, no con el ojo físico del anatomista, sino con el ojo del espíritu, vemos mundos enteros comprimidos en un pequeño espacio. Aparte del esplendor y la gloria de todos los ríos y montañas de la superficie de la tierra, un esplendor aún más excelso adorna lo que hay dentro de la piel del hombre, incluso en su aspecto meramente físico. Es irrelevante que todo esto sea de menor escala que el aparentemente vasto mundo del espacio. Si se examina lo que hay en una sola vesícula pulmonar, parecerá más grandioso que toda la cordillera de los poderosos Alpes. Porque lo que hay dentro del hombre es todo el cosmos espiritual en forma condensada. En el organismo interior del hombre tenemos una imagen del cosmos entero.

Podemos visualizar estas cosas también de una manera algo diferente. Imaginen que tienen treinta años y, mirando hacia su interior con la mirada del alma, recuerdan algo que vivieron entre los diez y los veinte años. Aquí el acontecimiento exterior se ha transformado en una imagen anímica interna. En un solo instante, pueden pasar revista a experiencias muy diversas que han vivido en el transcurso de los años. Un mundo se ha tejido en una imagen ideica. Piensen sólo en lo que experimentan cuando surgen en su vida anímica breves representaciones de los acontecimientos que han vivido a lo largo de los años. He ahí la esencia anímica de lo que han vivido en la Tierra. Ahora bien, si observamos el cerebro, el interior del ojo, -sólo el interior del ojo representa todo un mundo-, el pulmón y los demás órganos de la misma manera que las representaciones de la memoria, entonces estos órganos no son imágenes de acontecimientos vividos por nosotros, sino imágenes, -aunque aparezcan en forma material-, de todo el cosmos espiritual.

Supongamos que el hombre pudiera resolver el enigma de lo que está contenido en su cerebro, o en el interior de su ojo, o en el interior de su pulmón; del mismo modo que puede resolver el enigma de los recuerdos contenidos en su vida anímica. Entonces todo el cosmos espiritual se abriría ante él, del mismo modo que una serie de acontecimientos vividos en la vida se abren ante el hombre mediante una sola representación de la memoria. Como seres humanos, incorporamos toda la memoria del mundo. Si ustedes consideran estas cosas de la manera correcta, comprenderán lo siguiente: El ser humano, que ha pasado después de la muerte por todos los estados descritos por mí anteriormente, ahora se manifiesta a la propia visión del hombre. El ser humano es un espíritu entre espíritus. Sin embargo, lo que ahora ve como su mundo es la maravilla del propio organismo humano en la forma del universo, de todo el cosmos. Del mismo modo que las montañas, los ríos, las estrellas y las nubes forman nuestro entorno aquí en la Tierra, cuando moramos como espíritu entre los espíritus, encontramos nuestro entorno, nuestro mundo, en el maravilloso organismo del hombre. Miramos a nuestro alrededor en el mundo espiritual; miramos, -si se me permite la expresión pictórica-, a la derecha y a la izquierda: así como aquí encontramos rocas, río, montañas por todos lados, allí arriba encontramos al ser humano, al HOMBRE, por todos lados. El hombre es el mundo. Y nosotros trabajamos para este mundo que es fundamentalmente el hombre. Así como, en la tierra, construimos máquinas, guardamos libros, cosemos ropa, hacemos zapatos o escribimos libros, tejiendo así lo que se llama el contenido de la civilización, de la cultura, así arriba, junto con los espíritus de las Jerarquías superiores y los seres humanos incorpóreos, tejemos la trama de la humanidad. Tejemos la humanidad a partir del cosmos. Aquí en la Tierra aparecemos como productos acabados. Allí depositamos el germen espiritual del hombre terrenal.

Este es el gran misterio: que la tarea celestial del hombre consiste en tejer, en cooperación con los espíritus de las Jerarquías superiores, el gran germen espiritual del futuro ser humano terrestre. Dentro del cosmos espiritual, todos nosotros estamos tejiendo, en magnífica grandeza espiritual, la trama de nuestra propia existencia terrena, que será alcanzada por nosotros después de descender nuevamente a la vida terrena. Nuestro trabajo, realizado en cooperación con los dioses, es la formación del ser humano terrenal.

Cuando hablamos de gérmenes aquí en la tierra, pensamos en algo pequeño que se hace grande. Sin embargo, si hablamos del germen del ser humano físico tal como existe en el mundo espiritual, -pues el germen físico que madura en el cuerpo de la madre es sólo una imagen del germen espiritual-, debemos pensar que es inmenso, enorme. Es un universo; y todos los demás seres humanos están interrelacionados con este universo. Podría decirse: todos los seres humanos están en el mismo "lugar", aunque diferenciados numéricamente. Y entonces el germen espiritual disminuye cada vez más. Lo que experimentamos en el tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento es la experiencia de formar un germen espiritual, tan grande como el universo, de nuestra próxima existencia terrenal. Luego, este germen espiritual comienza a encogerse. Su esencia se vuelve cada vez más intrincada. Finalmente produce su propia imagen en el cuerpo de la madre.

La fisiología materialista tiene conceptos totalmente erróneos de estas cosas. Supone que el hombre, cuya maravillosa forma he tratado de esbozar para ustedes, surgió de un germen humano meramente físico. Esta ciencia considera que el óvulo es una materia sumamente complicada; y los químicos fisiológicos investigan el hecho de que las moléculas o átomos, complicándose cada vez más, producen el germen, el fenómeno más complicado de todos.

Todo esto, sin embargo, no es cierto. En realidad, el óvulo está formado por materia caótica. La materia, cuando se transforma en germen, se disuelve; se pulveriza por completo. La naturaleza del germen físico, y del germen humano en particular, se caracteriza por estar compuesta de materia completamente pulverizada, que no quiere nada para sí misma.

Como esta materia está completamente pulverizada y no quiere nada para sí misma, permite que entre en ella el germen espiritual, que ha sido preparado durante mucho tiempo. Y esta pulverización del germen físico se produce por la concepción. La materia física se destruye por completo para que el germen espiritual pueda hundirse en ella y convertir la materia física en una imagen del germen espiritual tejida a partir del cosmos.

Sin duda está justificado cantar las alabanzas de todo lo que los seres humanos están haciendo por la civilización, por la cultura, en la Tierra. Lejos de condenar este canto de alabanzas, me declaro, de una vez por todas, a favor de él cuando se hace de manera razonable. Pero una obra mucho más abarcadora, mucho más excelsa, mucho más magnífica que toda la actividad cultural terrestre es la que realiza la civilización celeste, como podría llamarse, entre la muerte y el nuevo nacimiento: la preparación espiritual, el tejido espiritual del cuerpo humano. Pues no existe nada más excelso en el orden del mundo que el tejido del ser humano a partir de los ingredientes del mundo. Con la ayuda de los dioses, el ser humano se teje durante el importante período entre la muerte y un nuevo nacimiento.

Si ayer tuve que decir que, en cierto sentido, toda la experiencia y los conocimientos adquiridos por nosotros en la tierra sirven de alimento al cosmos, hoy hay que volver a decirlo: Después de ofrecer al cosmos, como alimento o combustible, todas las experiencias terrenas que puedan serle útiles, recibimos, de la plenitud del cosmos, todas las sustancias con las que podemos tejer a su vez el nuevo ser humano en el que entraremos más adelante.

El ser humano, que ahora se dedica por completo al mundo espiritual, vive como un espíritu. Todo su tejido y su ser es obra espiritual, esencia espiritual. Esta etapa dura mucho tiempo. Porque debe repetirse una y otra vez: tejer algo como el ser humano es una tarea poderosa y grandiosa. No sin justificación, los antiguos Misterios llamaban templo al cuerpo físico humano. Cuanto más nos adentramos en la ciencia de la iniciación, en lo que ocurre entre la muerte y un nuevo nacimiento, más profundo sentimos el significado de esta palabra. Nuestra vida entre la muerte y un nuevo nacimiento es de tal naturaleza que, como seres espirituales, nos volvemos directamente conscientes de otros seres espirituales. Esta condición dura algún tiempo. Luego se abre una nueva etapa.

Lo que ocurría antes era de tal naturaleza que los seres espirituales individuales podían considerarse realmente como individualidades. Los seres espirituales con los que se trabajaba se encontraban cara a cara, por así decirlo. En una fase posterior, sin embargo, estas entidades espirituales, -para expresarlo pictóricamente, porque tales cosas sólo pueden sugerirse en imágenes-, se vuelven cada vez menos distintas, fundiéndose finalmente en una agregación de espíritus. Esto puede expresarse de la siguiente manera: Entre la muerte y el nuevo nacimiento transcurre un cierto tiempo en proximidad inmediata con los seres espirituales. Luego llega un momento en que sólo se experimenta la revelación de estos seres espirituales; cuando se nos manifiestan como un todo. Quiero utilizar una metáfora muy trivial. Cuando se ve a lo lejos lo que parece ser una pequeña nube gris, se está seguro de que no es más que una pequeña nube gris. Pero, al acercarse, reconocería que se trata de un enjambre de moscas. Ahora se pueden ver todas y cada una de las moscas. En el caso de los seres espirituales, ocurre lo contrario. Primero contemplas a los seres divino-espirituales, con los que estás trabajando, como individualidades únicas. Luego, después de vivir con ellos más intensamente, contemplas su atmósfera espiritual general, igual que contemplaste el enjambre de moscas en forma de nube. Aquí, donde las individualidades singulares desaparecen cada vez más, ustedes viven, -podría decir-, de manera panteísta en medio de un mundo espiritual general.

Aunque ahora vivimos en un mundo espiritual general, sentimos surgir de nuestra profundidad interior un sentimiento de autoconciencia más fuerte que el que experimentábamos antes. Antes, su yo estaba constituido de tal manera que parecía ser uno con el mundo espiritual, que experimentaba por medio de sus individualidades. Ahora perciben el mundo espiritual sólo como una atmósfera espiritual general. Sin embargo, su propia autoconciencia se percibe en mayor grado. Se despierta con mayor intensidad. Y así, lenta y gradualmente, surge en el ser humano el deseo de volver de nuevo a la tierra. Este deseo debe describirse de la siguiente manera:

Durante todo el período que he descrito y que dura siglos, el ser humano, -excepto en la primera etapa, cuando aún estaba conectado con la tierra y regresaba a su punto de partida-, no se interesa fundamentalmente más que por el mundo espiritual. Él teje, en la gran escala que he descrito, el tejido de la humanidad.

En el momento en que las individualidades del mundo espiritual se funden, por así decirlo, y el hombre percibe el mundo espiritual de un modo general, surge en él un renovado interés por la vida terrestre. Este interés por la vida terrestre aparece de cierta manera especializada, de cierta manera concreta. Los seres humanos comienzan a interesarse por personas concretas que viven abajo en la tierra, y asimismo por sus hijos, y también por los hijos de sus hijos. Mientras que antes los seres humanos sólo se interesaban por los acontecimientos celestiales, ahora, después de contemplar el mundo espiritual como una revelación, se interesan extrañamente por ciertas generaciones sucesivas. Se trata de las generaciones que conducen a nuestros propios padres, que nos engendrarán a nuestro regreso a la Tierra. Sin embargo, nosotros nos interesamos, mucho antes, por los antepasados de nuestros padres. Seguimos la línea de las generaciones hasta llegar a nuestros padres. No sólo seguimos a cada generación en su paso por el tiempo, sino que, -una vez que el mundo espiritual se nos ha manifestado como una revelación-, también prevemos, como si fuera proféticamente, todo el lapso de generaciones. A través de la sucesión de tatarabuelos, tatarabuelos, bisabuelos, abuelos, etc., podemos prever el camino por el que descenderemos de nuevo a la Tierra. Habiendo crecido primero en el cosmos, crecemos después en la historia humana real y concreta. Y así llega el momento en que gradualmente, (en lo que respecta a nuestra conciencia), abandonamos la esfera solar.

Por supuesto, aún permanecemos dentro de la esfera solar; pero la relación clara, nítida y consciente con ella se oscurece y somos arrastrados de vuelta a la esfera lunar. Y aquí, en la esfera lunar, encontramos el "pequeño paquete" depositado por nosotros, (sólo puedo describirlo mediante esta imagen); volvemos a encontrar lo que representa el valor de nuestras cualidades morales. Y este paquete debe ser recuperado.

En el transcurso de los próximos días se verá el importante papel que desempeña en este sentido el impulso de Cristo. Debemos encarnar en nosotros este paquete de destino. Pero mientras encarnamos dentro de nosotros el paquete del destino y entramos en la esfera lunar, mientras adquirimos un sentimiento cada vez más fuerte de conciencia de nosotros mismos y nos transformamos interiormente cada vez más en seres-alma, perdemos gradualmente el tejido por nosotros de nuestro cuerpo físico. El germen espiritual tejido por nosotros se pierde en el momento en que el germen físico, que habremos de asumir en la tierra, se engendra mediante el acto de la concepción.

El germen espiritual del cuerpo físico ya ha descendido a la tierra; mientras que nosotros aún moramos en el mundo espiritual. Y ahora surge un sentimiento vehemente de duelo. Hemos perdido el germen espiritual del cuerpo físico. Éste ya ha llegado abajo y se ha unido a la última de las sucesivas generaciones que hemos observado. Nosotros, sin embargo, todavía estamos arriba. El sentimiento de duelo se vuelve violento. Y ahora este sentimiento de duelo extrae del universo los ingredientes necesarios del mundo etérico. Habiendo enviado el germen espiritual del cuerpo físico a la tierra y permanecido atrás como alma, ( yo y cuerpo astral), extraemos sustancia etérica del mundo etérico y formamos nuestro propio cuerpo etérico. Y a este cuerpo etérico, formado por nosotros mismos, se une, -aproximadamente tres semanas después de que haya tenido lugar la fecundación en la tierra-, el germen físico que se formó a partir del germen espiritual, como he descrito anteriormente.

Se ha dicho que antes de unirnos a nuestro propio germen físico, formamos nuestro cuerpo etérico. Y en este cuerpo etérico se teje el pequeño paquete que contiene nuestro valor moral. Tejemos este paquete en nuestro yo, nuestro cuerpo astral, y también en nuestro cuerpo etérico. Así se une al cuerpo físico. De este modo, traemos nuestro karma a la tierra. En primer lugar, lo dejamos atrás en la esfera lunar; porque, si lo hubiéramos llevado con nosotros a la esfera solar, habríamos formado un cuerpo físico enfermo, desfigurado.

El cuerpo físico humano adquiere individualidad sólo por la circunstancia de estar impregnado por el cuerpo etérico. De lo contrario, todos los cuerpos físicos serían exactamente iguales; porque los seres humanos, mientras moran en el mundo espiritual, tejen gérmenes espirituales idénticos para su cuerpo físico. Nos convertimos en individualidades sólo por medio de nuestro karma, por medio del pequeño paquete entretejido por nosotros con nuestro cuerpo etérico que da forma, constituye e impregna nuestro cuerpo físico ya durante la etapa embrionaria.

Por supuesto, tendré que ampliar durante los próximos días este esbozo relativo a la transición del ser humano entre la muerte y un nuevo nacimiento. Sin embargo, se habrán dado cuenta de la riqueza de experiencias que vivimos: la gran experiencia de cómo primero nos fundimos en el cosmos y luego, fuera del cosmos, volvemos a ser modelados para alcanzar una nueva vida humana terrestre.

Fundamentalmente, pasamos por tres etapas.  En primer lugar, habitamos como alma espiritual entre almas espirituales. Se trata de una auténtica experiencia del mundo espiritual. En segundo lugar, recibimos una revelación del mundo espiritual. Las individualidades de las entidades espirituales individuales se difuminan por así decirlo. El mundo espiritual se nos revela como un todo. Seguidamente nos acercamos de nuevo a la esfera lunar. Dentro de nosotros se despierta el sentimiento de autoconciencia; esto es una preparación para la autoconciencia terrenal. Si bien no deseábamos la vida terrenal mientras éramos conscientes de nuestro yo espiritual dentro del mundo espiritual, ahora, durante el período de revelación, comenzamos a desear la vida terrenal y desarrollamos una vigorosa autoconciencia dirigida hacia la tierra.

En la tercera etapa, entramos en la esfera lunar; y, habiendo cedido nuestro germen espiritual al mundo físico, extraemos de todos los mundos celestiales la sustancia etérica necesaria para nuestro propio cuerpo etérico. Tres etapas sucesivas: Una vida auténtica dentro del mundo espiritual; una vida en medio de las revelaciones del mundo espiritual, en la que nos sentimos ya como un ser yoico; una vida consagrada a la reunión del éter del mundo.

Las contrapartidas de estas etapas se producen después de que el ser humano se haya trasladado de nuevo a su cuerpo físico. Estas contrapartes son de la naturaleza más sorprendente. Vemos al niño. Lo vemos ante nosotros en su cuerpo físico. El niño se desarrolla. Este desarrollo del niño es la cosa más maravillosa de contemplar en el mundo físico. Vemos cómo primero gatea, y luego asume un estado de equilibrio con respecto al mundo. Observamos cómo aprende a caminar. Cosas inconmensurablemente grandes están relacionadas con este aprender a caminar. Representa una entrada de todo el ser del niño en el estado de equilibrio del mundo. Representa una auténtica orientación de todo el cosmos hacia las tres dimensiones espaciales del mundo. Y el maravilloso logro del niño consiste en que encuentra el correcto estado de equilibrio humano dentro del mundo.

Estas cosas son una modesta contrapartida terrestre de todo lo que el ser humano, mientras moraba como espíritu entre espíritus, experimentó en el curso de largos siglos. Sentimos gran reverencia por el mundo si lo miramos de tal manera que observamos a un niño: cómo primero patea sus miembros torpemente en todas direcciones, y luego aprende gradualmente a controlarse. Esta es la secuela de los movimientos que ejecutamos, durante siglos, como un ser espiritual entre seres espirituales. Es realmente maravilloso descubrir en los movimientos individuales del niño, en su búsqueda de un estado de equilibrio, las secuelas terrestres de aquellos movimientos celestiales ejecutados, en un sentido puramente espiritual, como espíritu entre espíritus.

Todo niño, -a menos que alguna condición anormal cambie la secuencia-, debe primero aprender a caminar (alcanzar un estado de equilibrio) y luego aprender a hablar.

Una vez más, el niño, mediante un proceso imitativo, se adapta a su entorno a través del uso del lenguaje. Pero en cada sonido, en cada formación de palabras que se plasma en el niño, encontramos un eco modesto y terrestre de la experiencia que experimentamos cuando nuestro conocimiento del mundo espiritual se convierte en revelación; cuando este conocimiento se comprime, por así decirlo, en una neblina uniforme. Entonces el Logos Mundial se forma a partir del ser único del mundo, que antes experimentábamos de forma individualizada. Y cuando el niño pronuncia una palabra tras otra, ésta es la contrapartida terrestre audible de un maravilloso retablo mundial experimentado por nosotros durante el tiempo de la revelación, antes de que regresemos de nuevo a la esfera lunar.

Y cuando el niño, habiendo aprendido a caminar y a hablar, desarrolla gradualmente sus pensamientos, -pues aprender a pensar debería ser el tercer paso en un desarrollo humano normal-, esto es una contrapartida del trabajo realizado por el hombre mientras forma su propio cuerpo etérico a partir del éter del mundo recogido de todas las partes del universo.

Así pues, al observar al niño cuando llega al mundo, vemos en las tres modestas facultades necesarias para adquirir una relación estática dinámica con el mundo, -aprender a mantener el equilibrio, (lo que llamamos aprender a andar), aprender a hablar, aprender a pensar-, las contrapartidas comprimidas, modestas y terrestres de lo que, extendido en grandiosas dimensiones cósmicas, representa las etapas atravesadas por nosotros entre la muerte y un nuevo nacimiento.

Sólo mediante el conocimiento de la vida espiritual entre la muerte y el nuevo nacimiento, podemos conocer el misterio que surge de lo más profundo del hombre cuando el niño, habiendo nacido en un estado uniforme, se va diferenciando cada vez más. Así, señalando a cada ser como una revelación de lo divino, aprendemos a comprender el mundo como una revelación de lo divino.

Traducido por J.Luelmo sept.2023

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919