RUDOLF STEINER
El pecado original y la gracia
Munich, 3 de mayo de 1911
Puesto que el karma nos ha reunido hoy aquí, en lugar de que el curso en Helsingfors debía comenzar hoy, podemos hacer una pequeña reflexión sobre algunos temas de científico-espirituales, y luego tal vez uno que otro deseo pueda vincularse a nuestra reflexión en forma de pregunta a esta velada improvisada.
Quizás lo que más se acerque hoy a nuestra atención sean algunos rayos de luz que pueden caer en nuestro movimiento espiritual si miramos nuestro desarrollo humano desde cierto punto de vista en relación con la evolución de la tierra. Queremos aclarar algo de lo que sabemos de una manera especial, -como ya hemos hecho algunas veces. Tal vez habrán notado a menudo algunas de las cosas que les han causado una profunda impresión en los sentimientos religiosos de la gente, en las otras cuestiones de la cosmovisión, de tal manera que han tenido que preguntarse: ¿Cómo se relacionan las cosas que son objeto de los sentimientos religiosos de la humanidad, o que son objeto de otras cuestiones de cosmovisión, con nuestros más profundos conocimientos de las cuestiones de cosmovisión a la luz de la ciencia espiritual?
De entrada, quisiera señalar dos conceptos importantes que pueden aparecer a menudo ante el alma del hombre contemporáneo, aunque tal vez estos hombres modernos crean haber descartado tales cosas desde hace mucho tiempo, a los dos conceptos que suelen estar circunscritos por las palabras: pecado y gracia.
Todos sabemos que estas palabras «pecado» y «gracia», por ejemplo, tienen una enorme importancia para la cosmovisión cristiana, que desempeñan allí el papel más importante. Sin embargo, ciertos teósofos se han acostumbrado, ya que creen desde el punto de vista del karma, a no pensar mucho en conceptos tales como pecado y gracia, especialmente a no pensar en el concepto extendido de pecado y pecado original. Sin embargo, este desinterés por dicha reflexión no va acompañado de buenas consecuencias, ya que nos impide reconocer los aspectos más profundos del cristianismo, por ejemplo, o las cuestiones más profundas de la cosmovisión en general. En efecto, los términos «pecado», «pecado original» y «gracia» tienen un trasfondo mucho más profundo de lo que suele pensarse. Y el hecho de que este trasfondo más profundo ya no se vea así en nuestros días se debe sencillamente a que casi todas las religiones tradicionales del mundo, -casi todas, más o menos, tal como existen externamente-, en realidad han difuminado por completo sus profundidades reales, que apenas hay nada remotamente parecido en lo que se proclama aquí o allá en un sistema religioso, en lo que se oculta tras los términos correspondientes. Detrás de los conceptos de pecado, pecado original y gracia, se oculta de hecho todo el desarrollo de la raza humana.
Nos hemos acostumbrado a dividir este desarrollo en dos partes, en una parte descendente, desde los primeros tiempos de la evolución humana hasta la aparición de Cristo en la tierra, y en una parte ascendente, que comienza con la aparición de Cristo en la tierra y continúa hasta los futuros más lejanos. Así pues, dividimos todo el desarrollo de la humanidad considerando este acontecimiento crístico como el más grande no sólo de nuestro desarrollo humano, sino como el más grande de todo nuestro desarrollo planetario en general. ¿Por qué debemos colocar ahora este acontecimiento de Cristo en el centro de todo nuestro desarrollo mundial como uno de tan extraordinaria importancia? - Por la sencilla razón de que debemos hacerlo, porque el hombre, como sabemos, ha descendido de las alturas espirituales a las profundidades materiales, físicas, y porque a su vez debe ascender de las profundidades materiales, físicas, a las alturas espirituales. Se trata, pues, de un descenso y de un ascenso del hombre. Y describimos este descenso del hombre en relación con su vida anímica diciendo: Si nos remontamos a tiempos bastante antiguos, entonces encontramos que en aquellos tiempos antiguos los hombres eran básicamente capaces de llevar una vida espiritual mucho más parecida a lo divino que, digamos, ahora, que aquellos hombres estaban, por así decirlo, más cerca de lo divino-espiritual, que en el alma del hombre brillaba más vida divino-espiritual.
Pero no debemos ignorar el hecho de que se ha hecho necesario que la humanidad descienda a lo material, al mundo físico, porque en aquellos tiempos antiguos, cuando los hombres estaban más cerca de lo divino-espiritual, toda la conciencia de nuestra alma era al mismo tiempo más embotada, más onírica:
por tanto, una conciencia menos luminosa y clara, pero más impregnada de ideas divino-espirituales, de sensaciones divino-espirituales, de impulsos volitivos divino-espirituales. El hombre estaba más cerca de lo divino-espiritual, pero no era un ser humano con plena claridad, sino más bien un niño soñador. El hombre fue descendiendo al adquirir el poder de juicio necesario para la vida física, el intelecto. Distanciándose así de las alturas divino-espirituales, pero se ha vuelto más claro en sí mismo, ha encontrado una base más sólida en sí mismo. Ahora, para que él pueda ascender de nuevo con este centro de gravedad interior de su vida anímica, debe llenarlo con lo que ha llegado a ser a través del impulso Crístico. Y cuanto más lo llene con este impulso Crístico, tanto más ascenderá de nuevo al mundo divino-espiritual y llegará no como un ser soñador con una conciencia confusa, sino como un ser con una conciencia clara que mira nítidamente al mundo. A menudo hemos iluminado esto desde diversos ángulos.
Si miramos ahora un poco más de cerca el desarrollo humano, sabemos a su vez que lo único que ha dado al hombre la posibilidad de adquirir una visión clara y brillante del mundo físico-sensorial es el yo, pero que en la evolución humana, éste fue el último en desarrollarse, antes lo hizo el cuerpo astral, antes aún el cuerpo etérico y antes aún el cuerpo físico. De modo que hoy queremos recordar que el primer desarrollo del cuerpo astral precedió al desarrollo real del Yo. Si resumimos algo de lo que hemos oído a lo largo del tiempo, debemos decir que debemos ser conscientes de que antes de que el hombre pudiera experimentar el desarrollo de su yo, pasó por un desarrollo en el que sólo tenía estos tres miembros:
cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral. Pero el ser humano ya estaba introduciéndose en el desarrollo del yo. Vivía en este desarrollo, esperando, por así decirlo, la adición posterior de su yo. Si tenemos esto en cuenta correctamente, entonces nos haremos una idea del hecho de que al hombre y a todo su desarrollo debieron sucederle cosas antes de que realmente tomara el yo en sí mismo, hechos previos al desarrollo del yo, por así decirlo. Esto es muy importante. Porque si el ser humano ya ha pasado por un desarrollo antes de haber tomado su yo, entonces no podemos acreditarle lo que había en su desarrollo en ese momento de la misma manera que debemos acreditarle lo que ha pasado con su yo.
Conocemos seres de los que somos conscientes de que no tienen un yo en el sentido humano. Son los animales. Ellos constan sólo de un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral. El hecho de que sean así, los animales, nos obliga a reconocer en ellos algo bastante definitivo, que todos hacemos sin contradicción, si es que pensamos racionalmente. Un león, por ejemplo, puede acercarse a nosotros con la misma furia con que hablamos de un ser humano:
puede ser malvado, - no hablaremos del león: puede ser malvado, puede cometer un pecado, puede cometer actos inmorales, -no hablamos de ningún animal de tal manera que le imputemos cualquier acto como inmoral. Esto es muy significativo. Porque aunque no pensemos en ello ni lo reconozcamos, reconocemos al mismo tiempo que hay una diferencia entre el hombre y el animal, que el animal sólo tiene el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral, mientras que el hombre tiene el yo.
Ahora bien, antes de adoptar el yo, el hombre pasó por un desarrollo en el que sólo tenía el cuerpo astral como miembro superior. ¿Le sucedió algo al hombre que debamos ver bajo una luz diferente de la que vemos las acciones de los animales? Sí. Pues debemos ser muy claros al respecto: Aunque el hombre haya tenido un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral, no se parecía en nada a los animales de hoy. Nunca fue un animal, el ser humano, sino que pasó por esta etapa en otros tiempos, cuando constaba de cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral, en tiempos en que aún no existían los animales en su forma actual, en tiempos en que existían en la Tierra condiciones completamente diferentes. Pero, ¿qué le ocurrió al hombre en aquella época? Algo que podamos describir de tal manera que podamos decir: Bueno, el hombre no tenía el yo, así que no podemos atribuirle sus cosas de la misma manera que lo hacemos ahora para distinguirlo de los animales, pero los hechos que emanaban de él tendrán que ser juzgados de una manera diferente a como deben ser juzgados hoy, puesto que él tiene su yo. - En esta última etapa de transición, en la que el hombre se encuentra ante la puerta, en la que ha de recibir su yo, se produce además la influencia luciférica. En aquel tiempo el hombre todavía no podía ser juzgado como lo es hoy, pero podía ser juzgado de manera diferente a la vida animal. Lucifer, por tanto, se abalanzó sobre el hombre. El hombre aún no podía seguir a Lucifer, por así decirlo, bajo plena responsabilidad moral o no; pero aún podía ser arrastrado a las redes de Lucifer, por así decirlo, de una manera diferente a la que describimos hoy con los animales. De modo que debemos decir: La seducción de Lucifer, esta tentación de Lucifer, se produce justo en el tiempo en que el hombre estaba a punto de cerrar la puerta a su yo. Por lo tanto, es un comportamiento del hombre anterior a su actual desarrollo del yo, pero que ha proyectado su sombra en todo este desarrollo del yo. Entonces, ¿Quién se convirtió en pecador? El hombre, en la medida en que es un hombre provisto de un yo, todavía no. El ser humano, por medio de Lucifer, se convirtió en pecador con una parte de su ser con la que básicamente ya no puede convertirse en pecador hoy en día. Pues hoy tiene su yo. Entonces el hombre se hizo pecador con su cuerpo astral. Esta es la diferencia radical entre cualquier pecado que asumimos como seres humanos hoy y el que entró en la naturaleza humana como pecado en aquel entonces. En aquel entonces, cuando el hombre sucumbió a la tentación de Lucifer, sucumbió con su cuerpo astral. Se trata, pues, de una acción anterior al desarrollo del yo, un acto completamente distinto de todos los actos que el hombre pudo realizar después de que el yo entrara en su naturaleza, incluso en las primeras insinuaciones. Así pues, hay un acto del hombre antes de que el yo entre en la naturaleza humana. Pero este acto proyecta su sombra en todos los tiempos posteriores. El hombre fue capaz de realizar este acto de seguir la tentación de Lucifer antes de tomar su yo, pero fue puesto bajo la influencia de este acto, por así decirlo, para todos los tiempos posteriores. ¿Por qué? Bueno, porque esto sucedió, porque nuestro cuerpo astral se volvió culpable antes de que nos convirtiéramos en yoes, esto provocó el hecho de que el hombre tuviera que hundirse más profundamente en el mundo físico en las encarnaciones siguientes, en cada encarnación, por así decirlo. Este es el impulso para el descenso, este acto que tuvo lugar en el cuerpo astral. Como resultado, el ser humano había descendido a un plano inclinado, siguiendo así con su yo fuerzas de su naturaleza que provienen de su desarrollo anterior al yo.
¿Cómo se expresaban estas fuerzas en el desarrollo de la humanidad? - Se expresaban de la siguiente manera. Sabemos por observaciones anteriores que el hombre desarrolla su cuerpo físico hasta aproximadamente el séptimo año, su cuerpo etérico del séptimo al decimocuarto año, su cuerpo astral del decimocuarto al vigésimo primer año, y así sucesivamente. Sabemos que con el desarrollo de su cuerpo etérico entra en una etapa en la que puede engendrar su propia especie a partir de sí mismo. Pasemos ahora por alto el fenómeno similar en el reino animal. Sabemos que el hombre, cuando ha desarrollado su cuerpo etérico, puede engendrar seres humanos de su propia especie. Esto está condicionado a que el hombre haya desarrollado completamente su cuerpo etérico. Si piensan un poco, -no hace falta ser clarividente, basta con pensar un poco-, se dirán: Así pues, con el pleno desarrollo del cuerpo etérico debe existir también la posibilidad de que el hombre engendre a toda la humanidad, de que engendre realmente a sus iguales. En otras palabras, el hombre no puede desarrollar nuevas cualidades para dar a luz a su propia especie mientras se desarrolla hasta los veinte años. No puede decirse que en su trigésimo año el hombre añada nada a esta cualidad que le permite engendrar su propia especie. Con el desarrollo de su cuerpo etérico, el hombre posee todas las cualidades que le hacen capaz de producir al hombre. ¿Qué se añade después? El propio ser humano no añade nada más a través de lo que adquiere posteriormente. Pues ya debe tener la plena capacidad de engendrar su propia especie. No puede conquistar nada más cuando ha desarrollado plenamente el cuerpo etérico. ¿Qué más se añade? Sí, la única capacidad que el hombre adquiere más tarde con respecto a la producción de su propia especie es que echa a perder toda su capacidad de producir personas de su propia especie. Lo que todavía se puede adquirir después del pleno desarrollo del cuerpo etérico no puede enriquecer el poder de producir la propia especie, sino que sólo puede disminuirlo. Y éste es también el caso. Las cualidades adquiridas después de la plena madurez sexual no hacen nada para mejorar el sexo de una persona, sino que sólo pueden contribuir a empeorarlo. Esto se debe a la influencia del impulso que he descrito, que emana de la culpa del cuerpo astral. Después de que el cuerpo etérico se ha desarrollado completamente, es decir, a partir de los catorce años aproximadamente, el cuerpo astral continúa desarrollándose. Sí, ¡pero contiene la influencia de Lucifer! Pero lo que vuelve de nuevo al desarrollo del cuerpo etérico sólo puede traer la posibilidad de hacer menos capaces estos poderes del cuerpo etérico, que se basan en el hecho de que puede engendrar seres de su propia especie. En otras palabras, en lo que se ha convertido el cuerpo astral a través de la tentación de Lucifer es una razón constante para la degeneración de la raza humana, para la decadencia del hombre.
Un descenso continuo a través de las encarnaciones fue, en efecto, el caso de los seres humanos. Y cuanto más ascendemos hacia el período atlante, tanto más fuerzas superiores encontraríamos en las disposiciones físicas del hombre, que en épocas posteriores. ¿Dónde, entonces, fue colocado este impulso que fue provocado en el cuerpo astral por la tentación de Lucifer? En la herencia. La empeoró continuamente. El pecado, que el hombre adquiere con su yo, puede tener un efecto en el cuerpo astral, pero sólo puede efectuarse en el karma. El pecado que el hombre ha traído sobre sí antes de tener un yo contribuye a la continua degeneración y atrofia de toda la raza humana. Este pecado se convirtió en un rasgo hereditario. Y tan cierto como que nadie puede heredar nada en el sentido espiritual superior de sus antepasados, -pues nadie se hace inteligente por tener un padre inteligente, sino por aprender algo inteligente; ni nadie ha heredado las matemáticas de sus antepasados, ni ha heredado otras ideas de sus antepasados-, tan cierto como que no podemos heredar estas cualidades, sino recibirlas por medio de la educación, tan cierto es que lo que retrocede de nuestro cuerpo astral al cuerpo etérico, lo que adquirimos de tal modo que retrocede sobre el cuerpo astral, sólo contribuye a minar las capacidades de la raza humana. Y eso es el pecado original. Ahí tenemos realmente el verdadero significado del término pecado original. El pecado original, que todavía se aferraba al cuerpo astral, se propagó gradualmente de modo que se comunicó a las cualidades hereditarias humanas, que en aquel tiempo ya estaban arraigadas en la degeneración física del hombre, como razón del descenso del hombre desde sus alturas espirituales a una degeneración física. Así hemos recibido, en efecto, un impulso continuo a través de la influencia de Lucifer, que en el sentido más correcto debe describirse como pecado original. Pues lo que entró en el cuerpo astral a través de Lucifer se transmite de generación en generación. No hay expresión más apropiada para lo que es la causa real del descenso de la humanidad al mundo físico material que la expresión: pecado original. Pero entonces debemos entender este pecado original no como otros pecados de la vida ordinaria, que nos atribuimos plenamente a nosotros mismos, sino como un destino del hombre, como algo que necesariamente tenía que imponernos el orden del mundo, porque teníamos que ser llevados hacia abajo por él, no sólo para hacernos peores de lo que éramos, sino para despertar en nosotros las fuerzas para volver a obrar, para encontrar en nosotros las fuerzas para obrar. Por eso debemos entender esta caída de la humanidad como algo que se ha entretejido en el destino humano para la liberación de la humanidad. Nunca podríamos habernos convertido en seres libres si no hubiéramos sido empujados hacia abajo. Habríamos tenido que dejarnos llevar por las riendas de un orden universal que habríamos tenido que seguir ciegamente. Pero tenemos que volver a subir.
Ahora bien, nunca hay nada que no tenga también su polo opuesto. Así como no hay polo norte sin polo sur, tampoco puede haber un fenómeno como este pecado del cuerpo astral sin el otro polo. En otras palabras, sin poder atribuírnoslo a nosotros mismos en el sentido moderno habitual, sin poder hablar de transgresión moral, tenemos el destino como seres humanos de que los humanos estamos llenos de Lucifer. En cierto sentido no podemos evitarlo, incluso debemos estar agradecidos de que se haya producido así. Por un lado, es cierto. No podemos evitarlo. Así que hemos tenido que asumir algo de lo que no podemos ser plenamente responsables.
A esto se opone ahora algo en el desarrollo humano que es, por así decirlo, como el polo norte al polo sur. A este pecado, que es hereditario en su consecuencia, que es por tanto la aparición de la culpa en el hombre sin que el hombre sea realmente culpable, debe oponerse la posibilidad de resucitar, incluso sin que sea culpa del hombre. Así como el hombre tuvo que caer sin su culpa, así también debe poder resucitar sin su culpa, es decir, aquí: sin su mérito pleno. Hemos caído sin nuestra culpa. Por tanto, debemos poder resucitar sin nuestro mérito. Ese es el otro polo necesario. De lo contrario, tendríamos que permanecer abajo, en el mundo físico-material. Así como al principio de nuestro desarrollo debemos, por tanto, colocar necesariamente una deuda, sin que el hombre sea culpable, así también al final de nuestro desarrollo debemos colocar un don para el hombre, que le llega sin su mérito. Estas dos cosas van necesariamente unidas. La mejor manera de hacerse una idea es la siguiente.
Recuerden que lo que el hombre hace como miembro de la vida ordinaria surge de los impulsos de sus sentimientos, sus afectos, sus instintos, sus deseos. Por ejemplo, el hombre se enfada y hace esto o aquello por ira; ama y hace esto o aquello por amor ordinario. Sólo hay una palabra que puede describir todo lo que hace una persona. No es cierto, todos admitiréis que en lo que el hombre hace cuando se apasiona, cuando se enfada, cuando ama de manera ordinaria, hay algo que desafía los conceptos abstractos, algo que no se puede definir. Habría que ser un erudito muy seco para querer definir todo lo que subyace a cualquier acción humana. Pero hay una palabra que describe lo que está presente en el hombre cuando hace cualquier cosa en la vida ordinaria, y es la palabra «personalidad». Con esta palabra incluimos inmediatamente todas las cosas indefinidas. Cuando hayamos comprendido la personalidad de un hombre, podremos juzgar por qué ha desarrollado tal o cual pasión, tal o cual deseo, etcétera. Todo tiene un carácter personal que surge de nuestras pulsiones, deseos, pasiones, etcétera. Pero nos enredamos tan fácilmente en la vida físico-material cuando trabajamos a partir de nuestros impulsos, deseos y pasiones. Nuestro yo está virtualmente sumergido en el mar del mundo físico-material. Pues qué poco libre es cuando sigue la ira, el deseo, la pasión, incluso el amor en el sentido ordinario. El yo no es libre porque está en los lazos de la ira, la pasión y demás. Ahora bien, si consideramos nuestra época, nos daremos cuenta de que ya existe algo más que no existía en la antigüedad.
Sólo aquellos que no conocen la historia y juzgan todo con una medida del tiempo que no va mucho más allá de la nariz, pueden afirmar que en los tiempos más antiguos del Helenismo, por ejemplo, habrían estado presentes tales cosas que hoy resumimos con las palabras que se han hecho famosas desde hace más de un siglo, con palabras tales como: Libertad, igualdad de los hombres, con palabras que llamamos ideales morales, con palabras como las contenidas, por ejemplo, en el primer principio de la Sociedad Teosófica, «formar el núcleo de una fraternidad general de la humanidad sin distinción de credo, nación, clase, sexo». Como personas de hoy, seguimos este ideal. Este no era el caso de los antiguos egipcios, persas, en absoluto de los pueblos antiguos, en el sentido del que estamos hablando. La gente realmente tiene que seguir tales ideales en esta era presente, pero lo que la gente hace bajo los conceptos abstractos de libertad, hermandad y demás tiene el carácter de lo abstracto para la mayoría de la gente y puede ser definido. Para la mayoría de la gente, estos ideales pueden definirse en términos de lo que captan de libertad, fraternidad y demás, porque captan poco de ellos. A pesar de que las pasiones están inflamadas, muchas personas tienen todavía ante sí algo que despierta bastante la idea de algo marchito. Todavía no podemos llamar a estas cosas personales; son ideas abstractas. Todavía no es algo que tenga el pleno florecimiento de la vida personal. Y llamamos muy superiores a esas individualidades en las que la idea de libertad asume tal carácter que brota con un vigor elemental, como si surgiera de la ira, de la pasión, del amor ordinario. ¡Con qué sobriedad se abandonan todavía hoy las ideas que consideramos los más grandes ideales morales! Sin embargo, es el comienzo de un gran devenir. Así como el hombre se ha sumergido con su yo en el mar de lo físico-material, puesto que, por así decirlo, ha desarrollado la personalidad haciendo algo bajo la influencia de las pasiones, los instintos, los deseos, así también debe ascender hacia estas ideas abstractas, que siguen siendo abstractas, pero haciéndolo, no meramente con conceptos abstractos, sino con personalidad. Con el poder elemental primario con el que vemos hoy que esto o aquello surge del odio o del amor en el sentido ordinario, con esto surgirá aquello que se encuentra bajo los ideales más espirituales.
Las personas ascenderán a esferas superiores con su personalidad. Pero para ello es necesario algo. Cuando el hombre se sumerge con su yo en el mar de la vida físico-material, encuentra su personalidad, encuentra su sangre caliente, sus instintos y deseos que surgen en el cuerpo astral, se sumerge en su personalidad. Pero ahora debe ascender al reino de los ideales morales, y esto no debe ser abstracto. Debe ascender a lo espiritual, y allí algo tan personal debe pulsar hacia él como algo personal pulsa hacia él cuando se sumerge con su yo en su sangre caliente, en sus instintos. Debe ascender sin caer en lo abstracto. ¿Cómo puede llegar a algo personal cuando asciende a lo espiritual? ¿Cómo puede desarrollar estos ideales de tal manera que tengan un carácter personal? Sólo hay un camino. En las alturas espirituales, el hombre debe ser capaz de atraer una personalidad que sea interiormente personal, como la personalidad lo es abajo en la carne. ¿Y qué tipo de personalidad debe ponerse una persona si quiere ascender al reino espiritual? Ese es el Cristo. Así como uno que es un Pablo opuesto podría decir: No yo, sino mi cuerpo astral -, así Pablo dice: No yo, sino el Cristo en mí -, para indicar que porque el Cristo vive en nosotros, las ideas abstractas toman un carácter muy personal. Ese es el significado del impulso Crístico. Sin el impulso de Cristo, la humanidad llegaría a ideales abstractos, a todo tipo de ideales de poderes morales y similares, a lo que muchos historiadores describen hoy como las llamadas ideas históricas, que no pueden vivir ni morir porque no tienen poder creador. Cuando se habla de ideas en la historia, hay que darse cuenta de que se trata de conceptos muertos, abstractos, que realmente no pueden gobernar las épocas de la historia. Sólo la vida puede gobernar. Y lo que el hombre debe desarrollar es el desarrollo de una personalidad superior. Esta es la personalidad Crística que el hombre atrae, que el hombre toma en sí mismo.
Así, el hombre asciende de nuevo a lo espiritual, no sólo hablando del espíritu, sino recibiendo al espíritu en la forma personal viviente, tal como vive hacia él en los acontecimientos de Palestina, en el Misterio del Gólgota. Así, bajo la influencia del impulso Crístico, el hombre asciende de nuevo. No hay otra manera de ir más allá de moldear los ideales abstractos con un carácter cada vez más personal que impregnando toda nuestra vida espiritual con el impulso de Cristo. Pero si, por un lado, por culpa anterior al desarrollo del yo, hemos traído sobre nosotros eso que llamamos pecado original, si tenemos algo ahí, por así decirlo, que no se nos puede acreditar plenamente, entonces básicamente tampoco se nos puede acreditar que el Cristo haya entrado, que podamos revestirnos del Cristo. Lo que hacemos, lo que intentamos hacer para acercarnos al Cristo, eso ya le corresponde a nuestro yo, eso ya es mérito nuestro. Que el Cristo esté ahí, que vivamos en un planeta donde el Cristo ha caminado, que vivamos en un tiempo después de que esto haya sucedido, eso no es mérito nuestro. Así que lo que fluye de lo positivo, el Cristo vivo, para llevarnos de nuevo al mundo espiritual, eso es algo que es a su vez, extra-espiritual, que nos lleva hacia arriba sin que podamos hacer nada al respecto, al igual que no podemos hacer nada por el hecho de que nos hemos convertido en culpables, por así decirlo, sin culpa nuestra. Por la existencia de Cristo en la tierra recibimos el poder de ascender de nuevo sin mérito, igual que el otro vino sin culpa nuestra. Pues ambos tienen que ver no con lo personal, en lo que vive el yo, sino con lo que precede al yo y lo que sigue al yo. A menudo hemos hecho hincapié en que el hombre se ha desarrollado a partir de un estado en el que sólo tenía un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral, y que el hombre se desarrolla aún más transformando su cuerpo astral y, mediante esta transformación, convierte este cuerpo astral en manas. Así como el hombre ha empeorado su cuerpo astral por el pecado original, también lo mejora por el impulso Crístico. Fluye algo que mejora el cuerpo astral tanto como lo empeoró en ese momento. Ese es el equivalente, eso es lo que se llama gracia en el verdadero sentido. La gracia es el equivalente, el concepto complementario al concepto de pecado original. De modo que el influjo de Cristo en el hombre, la posibilidad de poder llegar a ser uno con Cristo, la posibilidad de poder decir como Pablo: «No yo, sino Cristo en mí», expresa al mismo tiempo todo lo que llamamos el concepto de gracia.
Así, podemos decir: No malinterpretamos la idea del karma cuando hablamos de la existencia del pecado original y de la gracia. Porque cuando hablamos de la idea del karma, estamos hablando de la reencarnación del yo en las diversas vidas. El karma es inconcebible para el hombre sin la presencia del yo. Cuando hablamos de pecado original y de gracia, hablamos de impulsos que subyacen bajo la superficie del karma, que subyacen en el cuerpo astral. Sí, podemos decir que el karma humano, tal como es, sólo se ha producido por el hecho de que el hombre ha traído sobre sí el pecado original. El karma corre a través de las encarnaciones, y antes y después hay cosas que inician el karma y lo igualan de nuevo, antes del pecado original y después del pleno éxito del impulso Crístico, la ocurrencia de la gracia plena.
Así que podemos decirnos a nosotros mismos: efectivamente, incluso desde este punto de vista, la ciencia espiritual tiene una gran e importante misión, especialmente en el presente. Porque si bien es cierto que la humanidad sólo recientemente ha llegado a reconocer ideales, a reconocerlos en forma abstracta, si bien es cierto que los hombres han sido capaces de desarrollar ideas abstractas de libertad y fraternidad, por así decirlo, es cierto que debe llegar el tiempo en que estas ideas no sólo se acerquen a nosotros como ideales abstractos, sino como fuerzas vivas. Tan cierto como que los hombres han pasado por un punto de transición en el que fueron capaces de captar ideales abstractos, igualmente cierto es que deben avanzar para vivir estos ideales personalmente, que deben avanzar para entrar en el nuevo templo. Estamos ante él. Y se enseñará a la gente que lo que desciende de las alturas espirituales no es meramente abstracto, sino viviente. Cuando comiencen a ver lo que a menudo se ha mencionado como inminente para la visión de los hombres en la próxima época de desarrollo, cuando los hombres comiencen a pensar ya no: ¡Qué bueno soy! - sino cuando el poder viviente del Cristo, a quien verán en el cuerpo etérico, aparezca ante sus ojos desde la visión etérica, -como sabemos que sucede desde mediados de nuestro siglo con personas individuales-, cuando la gente comience a ver al Cristo como el Viviente, entonces sabrán que lo que han visto durante un tiempo en forma de ideas abstractas son entidades vivientes que viven allí dentro de nuestro desarrollo, entidades vivientes. Porque el Cristo viviente, que apareció por primera vez en forma física y que en aquel tiempo sólo podía comunicarse a las personas de su interior para que creyeran en él, aunque no fueran sus contemporáneos, renovará su aparición. Entonces no hará falta probar que vive, entonces estarán ahí los que lo prueben:
aquellos que experimenten por sí mismos, -incluso sin ningún desarrollo particular, en una especie de visión madura-, que los poderes morales del orden mundial son cosas vivas, no meros ideales abstractos.
Así vemos que nuestros pensamientos no pueden conducirnos a los mundos verdaderamente espirituales, porque carecen de vida. Sólo cuando estos pensamientos ya no se nos aparezcan como nuestros pensamientos, sino como los testimonios del Cristo viviente, que se aparecerá a los hombres, comprenderemos estos pensamientos de la manera correcta. Entonces el hombre será una personalidad tan verdadera como lo era cuando estaba inmerso con el yo en las esferas inferiores, y una personalidad tan verdadera cuando ascienda a las alturas espirituales. El materialismo de hoy no reconoce esto. Sólo comprende fácilmente que existen ideales abstractos de lo bueno, lo bello, etcétera. Primero hay que reconocer que existen fuerzas vivas que nos atraen hacia arriba con su gracia. Esto se realiza mediante el desarrollo científico-espiritual, que es el renovado impulso de Cristo. Cuando ya no vemos nuestros ideales meramente como ideales, sino que encontramos el camino hacia Cristo a través de ellos, entonces estamos continuando el cristianismo en el sentido espiritual-científico. Entonces entrará en una nueva etapa, entonces dejará de ser una mera preparación. Entonces el cristianismo mostrará que contiene lo más grande para todos los tiempos venideros. Entonces los que creen que el cristianismo está siempre en peligro cuando se introduce en él el desarrollo, verán cuán equivocados están.
Pues estos son los pequeños creyentes que se vuelven temerosos cuando se dice: He aquí que el cristianismo contiene glorias aún mayores de las que todavía se han comunicado. - Y los que tienen un alto concepto del cristianismo son los que saben que las palabras son verdaderas, que Cristo está con nosotros todos los días, es decir, que siempre nos revela cosas nuevas y que es justo volver a la fuente de Cristo. De este modo, el cristianismo vive como algo más grande, que se espera que haga brotar de su seno creaciones cada vez más nuevas y vivas. Los que siempre dicen: Sí, eso no está en la Biblia, eso no es el verdadero cristianismo, y herejes son los que afirman que otra cosa es el cristianismo, -a éstos hay que remitirlos al hecho de que el Cristo también dijo: «Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis soportarlas». No dijo esto para señalar a la gente que quiere ocultarles algo, sino que siempre quiere hacerles nuevas revelaciones de época en época. Y las hará a través de aquellos que quieran comprenderle. Y los que niegan esto no entienden la Biblia, ni el cristianismo. Porque no saben escuchar lo que es la amonestación cristiana en esta palabra que Cristo quiso decir: Aún tengo muchas cosas que deciros; pero preparaos para que aprendáis a soportarlas, para que recibáis entendimiento.
En el futuro, éstos serán los verdaderos cristianos que quieran oír lo que los cristianos contemporáneos de Cristo no fueron capaces de soportar todavía. Éstos serán los verdaderos cristianos que tendrán la voluntad de dejar fluir cada vez más la gracia de Cristo en sus corazones. Estos serán los endurecidos que se resistirán a la gracia, que dirán: No, vuelve a la Biblia, sólo es verdad lo que contiene la letra y lo que ha salido hasta ahora. Niegan las palabras que encienden una luz brillante en el propio cristianismo, las palabras que queremos tomarnos a pecho: «Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis soportarlas». Dichosa la humanidad cuando sea capaz de soportar cada vez más en este sentido. Porque entonces será cada vez más madura y estará preparada para ascender a las alturas espirituales. Y el cristianismo debe allanar el camino para ello.
Traducido por J.Luelmo ene 2025
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