GA156 Dornach, 26 de diciembre de 1914 - La Navidad, festividad de la comprensión renovada de Cristo

       Índice

    RUDOLF STEINER. 



LA NAVIDAD, FESTIVIDAD DE LA COMPRENSIÓN RENOVADA DE CRISTO

 Dornach, 26 de diciembre de 1914

novena conferencia

El recuerdo de esta Navidad en particular quedará grabado en la memoria de muchas almas, pues es difícil imaginar un contraste de emociones más acentuado que el que surge cuando elevamos nuestras almas a la voz que resonó ante los pastores, representando una verdad eterna para toda superación humana en la era post-cristiana:

Gloria a Dios en las alturas,
y paz en la tierra a los hombres,
que son de buena voluntad.

Cuando elevamos nuestras almas a la "paz sobre la tierra para los hombres" y luego miramos los hechos de la actualidad que encontramos esparcidos por una gran parte del mundo civilizado.
Precisamente por este contraste, la Navidad que ahora hemos vivido será un hito duradero en la memoria de los corazones humanos de la tierra. Seguramente, si mantenemos lo que debemos mantener constantemente en el campo de nuestro pensamiento científico-espiritual -la sinceridad interior del corazón y la veracidad interior del alma-, no podremos realmente celebrar esta Navidad con los mismos sentimientos con que hemos celebrado otras Navidades. Porque debe inspirarnos a pensar profundamente, debe inspirarnos en particular a pensar en lo que surge de nuestra inmersión espiritual-científica como una idea para el futuro de la humanidad, en lo que puede llevar a los corazones humanos de vuelta a tiempos que no son similares a los nuestros.
A lo largo de los años hemos inscrito en nuestras almas muchas cosas que pueden señalarnos el tipo de estado de ánimo que propició esos momentos. ¿Qué es lo que debemos sentir que sigue faltando en el presente? Si llamamos ante los ojos de nuestra alma aquello que a menudo ha formado el corazón de nuestras reflexiones, veremos que en lo más profundo del alma humana sigue faltando la comprensión de la verdad de lo que fue traído al mundo en el día cuya conmemoración celebramos cada año en esta noche de consagración invernal.
El recuerdo tan significativo, tan profundo que tuvo lugar en el tiempo del que nos habla esta noche de consagración invernal, no en vano está expresado de forma profundamente significativa en aquellas palabras, que la humanidad terrenal ha adoptado también, podría decirse, por apego, :
Gloria a Dios en las alturas,
y paz en la tierra a los hombres,
que son de buena voluntad.
Para el corazón humano, lo más sencillo es a menudo lo más difícil de comprender, y por muy sencillo que nos parezca este dicho, hacemos lo correcto si lo hacemos cada vez más claro para nosotros mismos, para que todos los tiempos venideros de la existencia terrena sean cada vez más capaces de comprender este dicho, de vivir cada vez más de acuerdo con sus significativas palabras.
No en vano la misteriosa historia de la aparición de Jesús en la tierra se ha convertido en el acontecimiento más popular de la Nochebuena; nada se ha hecho más popular que el niño Jesús entrando en la vida terrena. Esto nos da la oportunidad de poner ante el alma humana algo que es recibido amorosamente incluso por el corazón del niño todavía pequeño, en la medida en que este niño puede recibir las impresiones sensoriales externas, aunque tal vez todavía ni siquiera con palabras - y, sin embargo, al mismo tiempo es algo que se hunde tan profundamente en las profundidades del alma, donde el amor fluye a través del ser humano de la manera más suave y al mismo tiempo más fuertemente cálida.
En verdad, la humanidad terrena no ha progresado todavía mucho más allá de la comprensión infantil del misterio de Cristo Jesús, y aún tendrán que pasar época tras época antes de que el alma humana recupere la fuerza que le permita absorber toda la grandeza del incipiente misterio del Gólgota. Por eso, esta vez, más que una reflexión navideña como en otros años, se presentan ante vuestras almas algunas cosas que pueden indicarnos cuánto nos falta todavía de esa profundidad necesaria para que el Misterio del Gólgota se encienda realmente en nuestras almas.
En el transcurso del último año hemos hablado a menudo de cómo en realidad tenemos que celebrar en nuestra tierra espiritual-científica no sólo la entrada de un Niño Jesús, sino de dos Niños Jesús, y puede decirse que el hecho de que este misterio de los dos Niños Jesús se nos revelara a través de la contemplación espiritual-científica fue el tenue comienzo de una nueva comprensión del Misterio del Gólgota. Sólo lenta y gradualmente pudo este Misterio del Gólgota apoderarse de las mentes de los hombres. El modo en que penetró en estas mentes humanas puede visualizarse ante nuestras almas, por ejemplo, cuando observamos el hecho de que, en cierta medida, aquello por lo que la humanidad cristiana actual ha luchado en la visión del Niño de Navidad tuvo que abrirse camino de Oriente a Occidente a través de otros conceptos de una mediación divina entre las entidades divino-espirituales más elevadas y el alma humana.
También hemos mencionado a menudo que, paralelamente a la corriente de la vida cristiana que fluyó de Oriente a Occidente, otra corriente de revelación se dirigió más hacia el Norte, a través del Mar Negro, a lo largo del Danubio hasta el Rin y hacia Europa Occidental. Esa liturgia, que conocemos como liturgia de Mitra, desapareció después de los primeros siglos de la era cristiana. Pero en los primeros siglos de la era cristiana, se había apoderado de tantos corazones en Europa como el propio cristianismo, había causado una profunda impresión y se había extendido por las regiones de Europa central y oriental. Para aquellos que le profesaban su fe, Mitra era tan honorable y grande como el mediador divino que descendió de las alturas espirituales a la existencia terrenal, como Cristo para los cristianos. También oímos que la entrada de Mitra en la existencia terrenal se celebraba en la noche de consagración invernal del día más corto; también oímos que nació escondido en una cueva, que los pastores oyeron por primera vez su canto de alabanza. Se le consagró el domingo, al igual que otras fiestas cristianas.
Y si preguntamos: «¿Qué es lo característico del descenso de esta figura de Mitra?», debemos decir: así como el Cristo fue presentado en Jesús, por el contrario Mitra no fue presentado. Si uno se hacía una imagen, una concepción pictórica de él, sabía que sólo tenía una concepción simbólica. El verdadero Mitra sólo podía ser visto por aquellos que tenían visión clarividente. Se le presentaba como un mediador entre los seres humanos y las jerarquías espirituales, pero no se le presentaba encarnado en un ser humano. Se le presentaba de tal manera que, cuando descendía a la tierra, sólo era visible en su verdadera esencia para los iniciados, sólo para los que tenían visión clarividente. Que la entidad divino-espiritual, que debe imaginarse como mediadora entre las jerarquías espirituales y el alma humana, se encarna como un niño en un cuerpo terrenal, esta idea aún no estaba presente en la liturgia de Mitra. Pues lo que es la liturgia de Mitra se basaba en el hecho de que la antigua clarividencia primordial todavía estaba presente en un gran número de personas.
Si examinamos el itinerario del culto a Mitra de Oriente a Occidente, encontramos entre las personas que se convirtieron en servidores de Mitra a un gran número de aquellos que podían ver en esos estados intermedios entre la vigilia y el sueño, en los que el alma no vive en sueños sino en la realidad espiritual, el descenso de Mitra de eón en eón, de etapa en etapa, del mundo espiritual a la tierra. Y los demás se dejaban llevar por estos videntes. Muchos pudieron dar testimonio de que tal mediador, un mediador en los mundos espirituales, había surgido para la humanidad.
Lo que se conocía como culto a Mitra no era más que una representación externa, más o menos pictórica, de lo que veían los videntes. ¿Qué es lo que realmente se nos presenta en este culto de Mitra? No debemos creer, -esto se desprende de toda nuestra cosmovisión-, que sólo conocemos algo del Cristo desde el Misterio del Gólgota. Ya en la época precristiana, los iniciados y sus discípulos lo reconocían como el espíritu que había de venir. Los iniciados se referían repetidamente a aquel a quien veían descender de las alturas como el espíritu del sol, que se acercaba a la tierra para hacer su morada en ella. Lo describían como el futuro, el que vendría. Lo conocían en el espíritu y lo veían descender.
Luego tuvo lugar el misterio del Gólgota. Sabemos lo que significa. Sabemos que a través de este Misterio del Gólgota el espíritu por el cual la tierra recibió su significado fue atraído a un cuerpo humano. Sabemos que desde entonces este espíritu ha estado unido a la tierra, y sabemos también como debe desarrollarse la humanidad para que en un futuro no muy lejano volvamos a ver en espíritu al Cristo que, a través del Misterio del Gólgota, unió su propia vida a la vida de la humanidad terrena. No decimos nada falso cuando decimos: Lo que los antiguos iniciados veían en los diversos lugares o centros de atención de lo espiritual ha sido reconocido desde entonces como penetrando, fluyendo, pulsando, tejiendo a través de la vida terrenal.
Pero la percepción clarividente tenía que perderse cada vez más, y con ella el poder de mirar hacia arriba en las esferas espirituales para contemplar al Cristo, que ahora había descendido a la tierra. Porque ahora, aquellos que no podían percibir clarividentemente podían ver que Él estaba impregnado de amor divino, que Él era Aquello que siempre debían poseer como el tesoro más alto del hombre terrenal. De este modo, los hombres debían sentir plenamente que tenían que recibir dentro de su morada terrenal el gran don del Amor cósmico, el Cristo, enviado por el Dios que se llama el Padre-Dios; debían aprender a conocerlo plenamente como el Ser que en adelante iba a permanecer conectado con las edades como el significado de la evolución de la tierra; debían aprender a conocerlo plenamente en su vida, desde la primera respiración como niño hasta la acción espiritual de Cristo en el Gólgota que puede ser revelada a los corazones de los hombres.
En el transcurso de los últimos tiempos todavía hemos podido llenar el vacío dejado en los otros cuatro Evangelios por el Quinto Evangelio. En efecto, a nuestra época se le ha concedido conocer con mayor precisión, podría decirse, cada paso de esta vida de Dios en la tierra. Y puesto que la gente debía familiarizarse completamente, por así decirlo, con Cristo Jesús como uno de sus hermanos, como alguien que se trasladó de los amplios reinos espirituales al estrecho valle de la tierra por amor a los hombres, puesto que los hombres debían llegar a conocerle de este modo en el conocimiento más íntimo, por lo tanto había que reunir las fuerzas del conocimiento y del amor de la mente humana para, me gustaría decir, contemplar lo que estaba teniendo lugar entre los hombres como el comienzo de una nueva, la era cristiana, en un pensamiento puramente humano-divino. Pero para ello era necesario que la fuerza del hombre se centrara, por así decirlo, en la vida de Cristo Jesús: había que desviar por un tiempo la mirada de las esferas espirituales hacia lo que había entrado en el niño de Belén, lo que había descendido de las alturas cósmicas.
Pero hoy vivimos en una época en la que la visión debe extenderse de nuevo, en la que el progreso y la evolución humanos deben dominar de nuevo a la evolución para que el Cristo, como descendiente de las alturas espirituales divinas, siga siendo lo que es en la vida de la tierra.
El culto a Mitra era como un último y fuerte recuerdo del Cristo que aún no había venido a la tierra, sino que estaba descendiendo. Sin embargo, entonces la humanidad estaba destinada a recibir al Cristo cada vez más íntimamente en la mente, de modo que la recepción era posible hasta el niño más pequeño, pero de tal manera que junto a ella corría un fluir de la antigua manera de mirar hacia arriba con una mirada clarividente a las alturas de las que Cristo descendió, por cuya contemplación reconocemos que el Cristo es un ser cósmico, por cuya contemplación también sabemos qué valor ofreció para el estrecho valle terrestre. Lenta y gradualmente se fue desvaneciendo esta mirada clarividente hacia las extensiones cósmicas, en las que Cristo puede aparecer a los hombres como un ser cósmico. El culto a Mitra era un eco del antiguo conocimiento clarividente.
Después vemos cómo, por así decirlo, con la desaparición gradual, la clarividencia disminuye, cómo incluso para aquellos que todavía tienen clarividencia al viejo estilo, hay una disminución de las capacidades clarividentes, y cómo con esta disminución también cesa la posibilidad de reconocer completamente al Cristo en su verdadera esencia. Se le reconoce en su verdadera esencia cuando se le reconoce no sólo en su obra terrena, sino en toda su gloria celestial.
Pero la posibilidad de ver a Cristo en su gloria celestial junto a su existencia terrenal menguaba cada vez más. Vemos que ya aparece debilitada en el fundador del maniqueísmo, a pesar de la noble grandeza de la doctrina. Mani señala a Jesús, pero no es una referencia tan apropiada a la mente ingenua, primitiva y creyente. Porque en este espíritu, que fundó el maniqueísmo, quedaba todavía una visión antigua de la salvación, no está todavía en él, lo que puede ser visto como una contradicción en relación con la concepción del cristianismo. Para Mani, Cristo Jesús es un ser que no ha asumido la corporeidad terrenal, sino que ha vivido en la tierra en un cuerpo ilusorio, por así decirlo en un cuerpo Etérico. Existe una lucha por comprender la aparición de Cristo. ¿Por qué ocurre esto? Hay una lucha por mirar hacia arriba, por ver, por así decirlo, cómo descendió el ser de Cristo, pero aún no se tuvo la oportunidad de ver cómo el ser descendente se instala realmente en el cuerpo humano. Fue necesaria una lucha del alma antes de que fuera posible esta plena comprensión.
También vemos cómo se extiende de Oriente a Occidente la enseñanza de los maniqueos, una enseñanza que, por un lado, sigue mirando hacia el espíritu divino que desciende, mira hacia todo lo que tenía la antigua cosmovisión: la impregnación del mundo no sólo con el ser físico que se presenta a la existencia sensorial humana, sino también con el ser que se mueve por el universo con el entramado de los astros. Por otra parte, la interconexión del destino humano, de la vida humana con esta vida cósmica, impregnaba el alma del maniqueo. En él estaba profundamente arraigada la pregunta: ¿Cómo es compatible el mal que reina en la vida humana con la acción del Dios bueno? El maniqueísmo buscaba en lo más profundo, en lo más profundo, el enigma del mal. Pero este enigma del mal sólo puede presentarse ante los ojos de nuestra alma en su profundidad si somos capaces de captarlo en conexión con el Misterio del Gólgota, si penetramos en el Misterio del Gólgota con el enigma del mal, como también se esforzó por hacer el maniqueísmo.
Y, en verdad, precisamente aquellos que fueron más profunda e intensamente llamados a entregar sus almas a la comprensión del Misterio del Gólgota, han luchado con lo que todavía brilla en los tiempos más recientes a partir de los restos del antiguo conocimiento clarividente. Basta pensar en uno de los grandes maestros de Occidente, San Agustín. Antes de que él hubiera llegado a la comprensión del cristianismo paulino, fue devoto de las enseñanzas de los maniqueos. Su impresión fue aún mayor cuando pudo oír que el mediador divino había descendido de las esferas divino-espirituales de eón en eón. En los primeros tiempos de la lucha de Agustín, esta visión espiritual ilumina todavía la comprensión de cómo Cristo ha fijado su residencia en la tierra en un cuerpo de carne y hueso y cómo el enigma del mal se resuelve con él. Es conmovedor ver cómo Agustín dialoga con Fausto, el famoso obispo maniqueo, y sólo porque este obispo es incapaz de causarle la impresión necesaria, se aparta del maniqueísmo y se acerca al cristianismo paulino.
Seguidamente vemos desvanecerse cada vez más lo que podemos llamar el conocimiento del Cristo sobrenatural tal como era antes del Misterio del Gólgota; y, en el fondo, sólo con el advenimiento del nuevo tiempo, el quinto período post-atlante, desaparecen por completo los restos del antiguo conocimiento clarividente. Este antiguo conocimiento clarividente todavía conocía al Cristo celestial junto con el Cristo terrenal. Todavía se le podía sentir en los primeros tiempos del cristianismo, pero verlo descender sólo era posible para la antigua cognición clarividente. Debe conmovernos profundamente cuando oímos cómo, en los primeros tiempos de la difusión del cristianismo, aquellos que aún tomaban sus conocimientos de la antigua clarividencia querían visualizar a Cristo: quienes, para reconocer al Cristo, no se limitaban a mirar hacia Belén, sino que miraban hacia las esferas celestes para ver cómo descendía de allí para traer la salvación a la humanidad.
Sabemos que junto al culto de Mitra, junto al maniqueísmo, hubo en Occidente una gnosis que quiso combinar, al menos en lo que se refiere a la gnosis cristiana, el antiguo conocimiento clarividente del gran espíritu solar que desciende de las esferas divinas con el conocimiento de la vida terrenal de Cristo Jesús. Y entonces es conmovedor ver cómo la mente humana quiere concentrarse cada vez más, sólo en mirar la vida terrenal de Cristo Jesús. Es conmovedor ver cómo esta simple mente humana, que no tiene la antigua clarividencia, tiene miedo del sentimiento abrumador que uno debe haber tenido ante la grandiosa presentación de la antigua Gnosis. Los primeros cristianos tenían miedo de estas ideas grandiosas.
Incluso en nuestro tiempo, aquellos que están conmovidos en lo más profundo de sus almas por el Misterio del Gólgota, pero que no pueden elevarse a ese conocimiento espiritual, temen que sus mentes puedan sumirse en el caos si se elevan a los tiempos en los que se puede ver qué conocimiento espiritual habita en las enseñanzas de los gnósticos. Pero lo que los gnósticos aún eran capaces de decir sobre el Cristo celestial junto al Cristo terrenal nos conmueve profundamente. Quisiera decir que la visión de nuestra alma no se embota en absoluto para la vida terrenal de Cristo Jesús, si se le muestra el camino de la nueva clarividencia a través de la ciencia espiritual, para encontrar al Cristo tal como descendió de las alturas celestiales.
Aquí nos encontramos con un vívido dicho de los gnósticos, y nos conmueve profundamente cuando los gnósticos dicen que Jesús habló:

Mira, oh Padre, cómo este ser en la tierra, 
meta y víctima de todo mal, vaga lejos de tu aliento.
Contempla el amargo caos por el que huye, 
perplejo de cómo encontrar su camino.
Por tanto, ¡envíame, oh Padre!
Yo desciendo portando el sello, 
atravieso los eones, aclaro todo mensaje sagrado, 
les muestro entonces la imagen de los dioses.
Y así les doy el mensaje profundamente oculto del camino sagrado:
«Gnosis» se llama ahora para ti.

Sentimos que la nueva ciencia espiritual debe conducirnos de nuevo a estas cosas, para que podamos tejer alrededor del acontecimiento Crístico, desde nuestro punto de vista, el aura espiritual que, por razones que hemos discutido a menudo y que teníamos que señalar de nuevo hoy, se ha perdido para la humanidad durante un tiempo. Debemos hacerlo lenta y gradualmente. Debemos tratar de captar lo que la ciencia espiritual es capaz de revelarnos de tal manera que la mente humana, que hoy todavía está muy alejada de la ciencia espiritual, sea capaz de captarlo.
Por eso se ha intentado resumir en palabras sencillas toda la sabiduría antroposófica del acontecimiento Crístico, especialmente de la noche de consagración y su conexión con la mente humana, que también se les ha presentado aquí: 

En los ojos del alma 
se refleja la luz esperanzadora del mundo, 
la sabiduría cedida al espíritu 
habla en el corazón humano:
El amor eterno del Padre 
envía al Hijo de la Tierra, 
que benévolamente ofrece la luz del cielo 
a la senda del hombre.

Ojalá lleguen tiempos para la evolución terrenal en los que se pueda hablar más, mucho más y con palabras más claras sobre el Misterio del Gólgota, con palabras sencillas para todo el mundo, en las que se pueda expresar lo que la ciencia espiritual tiene que decir a la humanidad sobre el Misterio del Gólgota.
Vemos cómo la antigua cognición clarividente se desvanece justo hasta el final del cuarto período, incluso hasta el comienzo del quinto período postatlante, de modo que los últimos restos que aún le quedan al hombre son víctimas del desdén. Vemos esta desintegración encarnada en esa figura que está mucho más extendida en Europa de lo que se podría pensar, justo en el reflujo del cuarto período post-atlante, apareciendo en la figura del aventurero popular -pues en un aventurero se ha convertido- que todavía puede llevar los últimos signos de la cognición clarividente: Magister Georgius Sabellicus, Faustus junior, fons necromanticorum, astrologus, magus secundus, chiromanticus, aeromanticus, pyromanticus, in arte hydra secundus». «Este es el título completo de ese Faustus, que entonces, en el siglo XVI, se erigía como representante de la antigua clarividencia completamente desvanecida, el Faustus que aún tenía una visión de los mundos espirituales, aunque ya fuera caótica, esta visión.
Después surge en el tiempo más nuevo, que ya no le es dado al alma humana, cuando se pone pasivamente en ciertos estados como en los tiempos antiguos, ver espiritualmente, sino que sólo puede ver cosas sensoriales y obtener lo que el intelecto puede combinar a partir de lo sensorial. Toda la tragedia de la última visión espiritual ha sido expresada en las simples comunicaciones sobre Fausto junior. Básicamente, ya se llama a sí mismo así en sus títulos para que podamos reconocer que es, por así decirlo, el último vástago de aquellos que podían ver en las esferas de las que descendió Cristo. Se llamó a sí mismo Faustus junior en alusión al obispo maniqueo Faustus. Sabemos que conocía al obispo Faustus, a quien Agustín había añorado, porque los escritos de Agustín nunca estuvieron tan difundidos en Europa como en la época en que se escribieron los escritos de Faustus junior. Y se llamaba a sí mismo Magus secundus, aludiendo al Magus primus, que, para los que aún podían ver, representaba a uno de aquellos cuya mirada llegaba hasta las esferas celestiales, pero que era temido por los que sólo querían concentrarse en la vida terrenal de Cristo Jesús. Fausto se refiere al viejo Simon Magus, el Magus primus. Pero también nos señala a otro, del que sabemos por nuestras observaciones científico-espirituales cómo se le abrieron los ojos para mirar en las esferas espirituales. Se llamó a sí mismo «in hydra arte secundus» como sucesor del que se llamaba Primus en este arte.
Vemos el último ocaso de lo que fue la antigua clarividencia, y vemos cómo esta antigua clarividencia se está volviendo ya incomprensible para la gente. Sí, lo que tan conmovedoramente se retrataba en la leyenda de Fausto se ha hecho realmente realidad: que Agustín anhelaba a Fausto padre, y cómo entonces conoce las enseñanzas de Fausto padre a través de un anciano y médico. Del mismo modo, Fausto hijo se nos aparece en el cuento popular, trasladado a otras circunstancias. El anciano aparece de nuevo para amonestarle, pero Fausto ya ha hecho su pacto; entrega su herencia al doctor Wagner.
Si repasamos los tiempos y lo que ha llegado como visión de un mundo espiritual, si vemos que se acercan los tiempos del quinto período postatlante, entonces debemos decir: Es la herencia dada al doctor Wagner, pues depende de cómo se pueda administrar tal herencia. En el caso de Fausto sigue siendo mirar hacia los mundos espirituales; en el caso de Wagner es lo que se puede describir con las palabras: que uno cava ávidamente en busca de tesoros y se alegra cuando encuentra lombrices de tierra. Esta es la visión materialista del mundo de nuestra era moderna.
No es de extrañar que en esta visión materialista del mundo se haya perdido toda concepción del Cristo celestial, es más, que todavía hoy se tema la expansión de la imagen en la que las fuerzas terrenas se iban a concentrar hasta hoy. Pero también sabemos que la humanidad terrena tendría que perder verdaderamente toda comprensión de esta imagen si no fuera capaz de tejer una nueva visión espiritual, una nueva aura en torno a la imagen tan conmovedora del Niño de Navidad y de su devenir a lo largo de treinta y tres años terrenales. La ciencia espiritual será llamada, -las almas que se ocupen seriamente de la ciencia espiritual sentirán que está llamada a ello-, a aguzar de nuevo la vista de la mente humana, junto al Cristo terreno, para el Cristo celestial. Porque entonces el Cristo será reconocido para todos los tiempos futuros en la tierra de tal manera que nunca más podrá perderse para el progreso humano y la salvación humana.
Cuando la sabiduría vuelva a ascender a las alturas, donde también arde el fuego del amor en las esferas divinas, entonces el alma humana no perderá verdaderamente todas las cosas maravillosas, todas las cosas que penetran en las más profundas potencias del amor, que los hombres pueden conseguir por medio de Cristo Jesús. Sino que se obtendrán cosas infinitas. Lo que debe obtenerse, se obtendrá si el desarrollo humano ha de progresar de la manera adecuada.
Pero lo que hoy podemos decir es verdaderamente así, -a pesar de que ya se han abierto las fuentes modernas de un nuevo conocimiento espiritual-, que se celebra bien en el simbolismo de la Navidad. Quien realmente se sumerge en lo que todavía hoy es nuestro conocimiento científico-espiritual, se siente invadido por una profunda humildad. Pues sólo podemos adivinar en qué se convertirá un día la ciencia espiritual para la humanidad en el futuro, ya que lo que hoy podemos reconocer de ella, cuando hayan pasado muchos periodos de tiempo, sólo puede referirse a lo que un día será dado a la humanidad, como el joven niño de Navidad al Cristo Jesús adulto.
Hoy realmente todavía tenemos al niño en nuestra recién iniciada ciencia espiritual. Por eso la Navidad es realmente nuestra fiesta, y sentimos que vivimos hoy en una profunda y oscura noche de invierno ante lo que puede regir como luz humana en el desarrollo terreno, y que realmente estamos con nuestro conocimiento actual ante lo que se nos revela en la profunda oscuridad invernal del desarrollo terreno, al igual que en su día estuvieron los pastores ante el niño Jesús que se les reveló por primera vez. Ante la comprensión de Cristo Jesús podemos hoy sentir con tanta razón como los pastores de entonces y pedir con tanta razón como ellos que los manantiales de la vida espiritual fluyan cada vez más hacia los hombres, que éstos comprendan cada vez más la revelación divina en las alturas espirituales, y que se dé esa paz que esta revelación puede dar a las mentes de los hombres verdaderamente de buena voluntad. Esta Navidad en particular nos parece un hito. Todavía sabemos poco de lo que el mundo tendrá un día como ciencia espiritual. Sospechamos lo que está por venir, lo sospechamos con profunda humildad. Pero ese poco, si de verdad queremos dejarlo entrar en nuestro corazón, ¡oh, cómo nos parece!
Una mirada a través del conjunto de Europa hoy, mis queridos amigos: ¿Qué piensan las naciones las unas de las otras? ¡Cómo tratan cada una de las naciones de culpar a la otra de lo que está sucediendo! Si se inscribe verdaderamente en nuestras mentes la comprensión del espíritu, oh, entonces comprenderemos la culpa de la que ahora se acusan unos pueblos a otros, unas naciones a otras. Verdaderamente, esta culpa recae en alguien que es justamente supranacional, que dirige sus pasos de nación en nación. Pero del cual sólo se habla en los círculos de aquellos en cuyos corazones ha entrado un poco de la ciencia espiritual. Hablamos de Ahriman, el ser verdaderamente supranacional y culpable en alianza con Lucifer. Pero no se le puede encontrar si siempre se vuelve la mirada hacia los demás, sino sólo cuando se buscan los caminos del conocimiento de uno mismo hacia el autoconocimiento. Ahí es donde desciende a las profundidades caóticas. Entonces lo sentiremos, a este Ahriman, sí, entonces lo reconoceremos adecuadamente y aprenderemos a reconocerlo en relación con lo que el Misterio del Gólgota puede ser para nosotros: la proclamación de la revelación de la sabiduría en las alturas y de la paz en las profundidades del valle de la tierra. Sólo entonces nos daremos cuenta de lo que es todo el fuego del amor que puede irradiar el Misterio del Gólgota, y que no conoce fronteras erigidas entre las naciones de la tierra.
Mucho contiene ya lo que se ha presentado ante nuestras almas como ciencia espiritual. Pero si nos fijamos en lo que ya se ha revelado ante este caótico presente nuestro y que ahora ha encontrado una expresión tan estremecedoramente triste y dolorosa, entonces descubrimos cuán pequeña es esa morada del alma en la que hoy debe habitar la nueva comprensión del Niño de Navidad que ha de venir a la tierra. Si este Niño de Navidad tuvo que aparecerse a los pobres pastores, si tuvo que nacer en el establo, oculto a lo que entonces dominaba el mundo, ¿no sucede lo mismo ahora con la nueva comprensión de lo que está relacionado con el Misterio del Gólgota? ¿No está tan infinitamente alejado de esta comprensión lo que se nos aparece fuera en el mundo de hoy, cuán alejado estaba el mundo al principio de nuestra era de lo que se reveló a los pastores cuando escucharon:
Gloria a Dios en las alturas,
y paz en la tierra a los hombres,
que son de buena voluntad.
Celebremos, queridos amigos, esta Navidad de la comprensión renovada de Cristo en nuestros corazones y en nuestras almas; sintámonos, si queremos celebrar una verdadera Navidad, como aquellos pastores, alejados de lo que ahora se ha apoderado del mundo. Pero a través de lo que se nos revela como tales pastores, reconocemos lo que había que reconocer entonces, reconocemos la promesa de un futuro seguro. Y construyamos en nuestras almas la confianza para cumplir esta promesa: la confianza de que lo que hoy sentimos por el niño que queremos adorar. -la nueva comprensión de Cristo es este niño-, crecerá, vivirá y crecerá en un tiempo no demasiado largo para que el Cristo que aparece etéricamente pueda encarnarse en él, como el Cristo pudo encarnarse en el cuerpo de carne en el momento del Misterio del Gólgota. Llenémonos de la luz que, por la confianza en esta promesa, puede iluminarnos hasta lo más profundo del alma, calentémonos con el calor que puede palpitar en nuestra mente. Si nos sentimos a la altura en que la luz de la ciencia espiritual se presenta ante nuestra alma, sólo entonces podremos estar seguros de que un día llenará el mundo.
Por eso, cuando pensamos, estamos celebrando, -especialmente en estos tiempos difíciles y dolorosos-, una verdadera Navidad. Porque no sólo está aquí la profunda y oscura noche invernal de la estación; el resultado de las tinieblas ahrimánicas está aquí sobre el horizonte de las naciones, tal como ha surgido gradualmente desde el comienzo de la quinta era postatlante. Pero así como el anuncio de Cristo al principio sólo pudo llegar a los pastores y luego llenó el mundo cada vez más, así también la nueva comprensión del Misterio del Gólgota llenará el mundo cada vez más. Y vendrán tiempos que, como tiempos de luz, sustituirán también al tiempo de tinieblas invernales en el que vivimos hoy.
Sintámonos, pues, pastores hacia lo que también es todavía niño: hacia la nueva comprensión de Cristo, y sintamos que podemos pulsar, con toda humildad pulsar con un nuevo sentido el dicho que no sólo ha de durar para siempre dentro del progreso del desarrollo terrenal, sino que también ha de cobrar cada vez más sentido. Unámonos con la mente, pero con la conciencia elevada, en este tiempo de Navidad en el tan prometedor dicho de la verdad: 
Gloria a Dios en las alturas,
y paz en la tierra a los hombres,
que son de buena voluntad.
Traducido por J.Luelmo ene.2025

No hay comentarios: