GA010 como se adquiere continuidad de la conciencia

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COMO SE ADQUIERE LA CONTINUIDAD DE CONCIENCIA

La vida humana pasa alternativamente por tres estados: la vigilia, el sueño con sueños y el sueño profundo sin sueños. Se puede comprender perfectamente cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores cuando se hace uno una idea de los cambios que deben sobrevenir en estos tres estados, en el hombre que busca este conocimiento.
Antes de someterse a la disciplina que dicho conocimiento exige, la conciencia se encuentra constantemente interrumpida por los estratos del sueño, durante los cuales el alma ignora el mundo exterior y se ignora a sí misma. De vez en cuando, emergen de este océano de inconsciencia los islotes de los sueños, los cuales se relacionan, o con los acontecimientos exteriores, o con los estados orgánicos. Al principio, no se ve en los sueños, Más que una impresión particular del estado de sueño y, por consiguiente, no se tiene en cuenta, en general, más que dos de los tres estados: el sueño profundo y la vigilia. Pero, para la ciencia oculta, el sueño con sueños tiene su importancia junto con los otros dos estados.
Los sueños pierden su carácter insignificante, incoherente y caótico y progresivamente, van constituyendo un mundo ordenado y coherente En un grado superior de evolución, los sueños no solamente se abren sobre un universo que no le cede en nada a la realidad sensible, sino que también revelan hechos que traducen una realidad superior, en el verdadero sentido de la palabra. Toda clase de enigmas y de misterios permanecen ocultos detrás de la realidad sensible. Este mundo físico muestra bien que es el resultado de determinados hechos de naturaleza superior; pero el hombre, limitado a las percepciones sensibles, no puede alcanzar esas causas. El discípulo ve como se le revelan parcialmente cuando se encuentra en el estado que parte del sueño ordinario, pero muy pronto le sobrepasa.
El no debe, es cierto, tener por válidas estas revelaciones más que cuando le son confirmadas por su percepción consciente en el estado de vigilia. También a esto puede acceder. Y entonces es capaz de traspasar el estado de vigilia las percepciones tenidas durante el sueño: entonces el mundo sensible toma a sus ojos una coloración enteramente nueva. De la misma manera que un ciego que le operan de su ceguera ve, después de la operación, que el mundo físico se enriquece con todos los datos visuales, así también el hombre que se ha vuelto clarividente percibe en cuanto le rodea nuevas cualidades, nuevas cosas y nuevos seres. Ahora ya no tiene la necesidad de esperar a soñar para vivir en otro mundo; cuando o juzgue conveniente, se puede poner en el estado de conciencia necesario para alcanzar la percepción superior. Este estado tiene entonces para él una importancia análoga a las de las percepciones que se tienen de la vida ordinaria, cuando los sentidos están activos, en comparación con las que se tienen cuando los sentidos están relajados. Literalmente se puede decir que el discípulo abre los sentidos de su alma y contempla las cosas que deben permanecer ocultas para sus sentidos corporales.
Ahora bien, este estado no es todavía más que una transición hacia las etapas superiores del conocimiento. Si el estudiante prosigue con perseverancia su entrenamiento oculto, descubrirá en el tiempo requerido que esta profunda transformación no influye sólo sobre su vida de sueño con sueños, sino también sobre el sueño profundo que antes no contenía ensoñaciones. Advierte entonces que el estado de inconsciencia absoluta en el que hasta el presente se encontraba mientras que dormía está ahora cortado por episodios conscientes. Muy pronto, de las profundas tinieblas del sueño comienzan a emerger percepciones de un carácter que no había conocido con anterioridad. Naturalmente, resulta muy difícil describir estas percepciones. Nuestra lengua, hecha para el mundo sensible, no puede expresar sino lejanamente las cosas que no son de este mundo. Sin embargo, no hay más remedio que recurrir a las palabras para dar una idea de estas realidades y ello no se puede conseguir más que mediante comparaciones simbólicas, a las que se puede recurrir por la razón de que en el universo todo se asemeja. Los seres y las cosas que existen en los mundos superiores se parecen tanto a las del mundo sensible que siempre se puede llegar a representárselas aproximadamente mediante comparaciones, inclusive empleando para ello lenguaje ordinario. Sólo es preciso no olvidar que una buena parte de estas descripciones de los mundos supra-sensibles únicamente pueden ser simbólicas. Es por esto por lo que la disciplina oculta sólo parcialmente recurre a las palabras ordinarias; por lo demás, si se quiere progresar, se está obligado el lenguaje simbólico, que habla por la evidencia: Por eso hay que asimilar ese lenguaje en el curso de la enseñanza oculta. Esto no impide que uno se pueda a hacer una idea aproximada de las realidades espirituales a través de relatos hechos en el lenguaje ordinario, como los que estamos llevando a cabo aquí.
Si se quiere tomar una comparación respecto a las primeras impresiones que emergen del océano de la inconsciencia total en el que se está sumergido durante el sueño profundo, con lo mejor que se podría comparar sería con los fenómenos auditivos. Se puede hablar de la percepción de sonidos y de palabras. Al igual que las experiencias de sueño se parecen a un género de visión y pueden ser puestas en relación con la percepción visual, así también las realidades del sueño profundo se asemejan a impresiones auditivas. (Advirtamos de paso que, en el mundo espiritual, la visión es igualmente una actividad más elevada que la audición. También los colores son en este mundo algo más elevados que los sonidos o las palabras. Pero lo que el discípulo percibe primeramente en este mundo en el curso de su entrenamiento, no son todavía los fenómenos superiores de colores, sino los fenómenos inferiores de sonidos. Si el hombre percibe en primer lugar los colores, es únicamente porque la línea de conjunto de la evolución lo relaciona más con el mundo que se revela al sueño. Mientras que todavía no está tan bien adaptado al mundo superior que se expresa en el sueño profundo. Este mundo le habla pues al principio en sonidos y en palabras más tarde, el discípulo accederá igualmente a las formas y a los colores).
Desde que el discípulo advierte que tiene experiencias de esta naturaleza en el estado de sueño profundo, su primer deber es volverlas tan claras y precisas como sea posible. La cosa es al principio muy difícil, porque la percepción de lo que vive en este estado es en los primeros momentos extraordinariamente débil. Al despertar, sabe bien que le ha ocurrido algo, pero es incapaz de acordarse de lo que sea con claridad. Durante este período preliminar, lo esencial es permanecer tranquilo y despejado sin dejarse llevar un solo momento por la agitación o la impaciencia, porque este tipo de estado resultaría perjudicial; lejos de acelerar el progreso, lo entorpecerían. Es preciso abandonarse con serenidad a lo que viene hacia uno, sin brusquedades de ninguna clase. Si, en un momento dado, no se puede uno acordar de las experiencias del sueño, hay que esperar con paciencia a que ello se haga posible; y este momento llegará sin la menor duda, y cuanto más tranquilo y paciente se haya mantenido uno, más posibilidades se tendrá de poseer de una manera segura esta facultad de percepción, mientras que, si se fuerzan las cosas, se obtendrá alguna vez cierto resultado, pero la facultad podrá desaparecer después completamente y para largo rato.
Si esta facultad de percepción aparece y las expresiones del sueño resurgen con plana claridad delante de la conciencia, es, necesario dirigir la atención sobre el punto siguiente.
Entre las experiencias, se las distingue de dos clases: las primeras parecen totalmente extrañas a todo cuanto se ha conocido hasta entonces.
Ciertamente, no se puede encontrar desde el principio un tema de alegría; así se trabaja en su edificación, pero más vale por el instante dejarles tranquilos. Ellos son los primeros mensajeros del mundo espiritual superior, al que sólo se accede más tarde. En cuanto a la segunda clase de experiencias, el observador atento descubrirá en ellas un cierto parentesco con el mundo ordinario en el que vive.
Los problemas sobre los que reflexiona en el curso de la existencia, el misterio de las cosas del entorno, que desea taladrar, pero que no puede escrutar con el intelecto ordinario se encuentran iluminadas por estas experiencias del sueño. Durante el día, el hombre reflexiona sobre lo que le rodea; intenta representarse las relaciones existentes entre las cosas; busca hacerse con el concepto de lo que sus sentidos perciben. Es con estas representaciones y conceptos, con lo que se relacionan las experiencias del sueño. Lo que todavía no era más que un concepto obscuro y vago empieza a tomar una sonoridad, una vida que, en el mundo sensible, no se podría comparar más que con sonidos o con palabras. Al discípulo le va pareciendo cada vez más que la solución de los problemas que se plantean vienen de un plano superior mediante sonidos y palabras, y adquiere la posibilidad de religar estas revelaciones de otro mundo a los fenómenos de la vida ordinaria. Lo que no podía esperar más que en pensamiento se torna para él ahora en experiencia vívida, tan concreta como las pertenecientes al mundo de lo sensible. Porque las cosas de las de los seres de este mundo sensible no son únicamente lo que parecen ser para la percepción sensorial; son, en el fondo, la expresión, la emanación de realidades espirituales. Y este mundo espiritual, que hasta ahora permanecía oculto, empieza a resonar, proveniente de todas partes, en torno a uno.
Es fácil comprender que esta facultad de percepción superior no puede resultar beneficiosa más que si se han desarrollado los sentidos espirituales con normalidad y regularidad. Es lo mismo que ocurre con el hombre físico, que no podría exigir a sus instrumentos sensoriales ordinarios observaciones exactas, más que si ellos están normalmente constituidos. Los sentidos espirituales son edificados por el hombre mismo, mediante los ejercicios que le impone la disciplina oculta.
Las reglas que conciernen a estos ejercicios tienen tal importancia y deben ser observadas con tanta exactitud, no por otra razón sino porque en sí contienen las leyes del crecimiento y la maduración para la naturaleza superior del alma humana. Esta naturaleza debe ser, desde su nacimiento, un organismo construido de una manera armoniosa y justa.
Pero sí algunas de las percepciones, o parte de una de ellas, se observan mal, no es un ser viable, sino un ser inviable, el que nace en el mundo espiritual: el nacimiento fracasa.
Se comprende fácilmente que el nacimiento de esta alma superior tiene lugar durante el sueño profundo, si se piensa que si un organismo tan poco delicado y tan poco resistente apareciera en las condiciones de vida ordinaria, sería incapaz de afirmarse frente a fenómenos demasiado rudos de esta vida. Su actividad resultaría sofocada por la del grupo físico, mientras que en el sueño, durante el reposo de este cuerpo, del que depende la percepción sensible, la actividad del alma superior, casi imperceptible al principio, puede nacer y manifestarse.
Advirtamos, sin embargo, una vez más, que el discípulo no podría considerar estas experiencias del sueño como conocimientos válidos, más que cuando esté en estado de integrar en la conciencia ordinaria del alma superior que acaba de despertarse. Si puede hacerlo, se vuelve igualmente capaz de percibir, en las experiencias físicas y entre ellas, el mundo espiritual en su carácter propio, es decir, de oír con su alma, bajo la forma de sonidos y palabras, los misterios que le rodean.
Llegado a este estado es preciso darse cuenta de que al principio no se trata más que de fenómenos espirituales aislados, más o menos incoherentes. Por esto es por lo que es necesario guardarse de querer edificar aquí todo un sistema de conocimientos; porque fácilmente se encontraría uno arrastrado a introducir en el mundo físico nociones e idea puramente imaginarias, con lo que se construiría un universo sin la menor relación con el verdadero universo espiritual.
El discípulo debe practicar constantemente un control muy riguroso de sí mismo. El mejor método es ir haciendo cada vez más conscientes las experiencias espirituales auténticas que se pueden tener, y esperar pacientemente que se presenten otras espontáneamente y vengan a unirse como por sí mismas a las precedentes.
Bajo la acción del mundo espiritual en el que se acaba de entrar, se produce en efecto, y mediante la práctica de los ejercicios correspondientes, una ampliación siempre creciente de la conciencia durante el sueño profundo. Experiencias cada vez más numerosas emergen de la inconsciencia en la que permanecen atrapados fragmentos cada vez más reducidos de la vida del sueño. De este modo se agrupan progresivamente unas a otras las percepciones aisladas, sin que esta labor natural de agregación resulte estorbada por combinaciones y asociaciones de ideas que no podría inspirar más que hábitos intelectuales extraídos del mundo sensible.
Cuanto menos se introduzca uno en el mundo espiritual a través de las rutinas del pensamiento, mejor será. Si uno se comporta así, se acerca el momento en que estados que antes permanecían sumergidos en el inconsciente del sueño, se trasmutan en una serie interrumpida de experiencias conscientes, sobre el sendero del conocimiento superior. Durante el reposo del cuerpo, se vive con una vida real como durante la vigilia. Apenas hay necesidad de observar que, durante el sueño, se relaciona uno con una realidad completamente distinta a la del medio sensible en el que se encuentra el cuerpo. Para que el discípulo no pierda nunca pie en este medio sensible, debe a toda costa establecer un lazo entre las experiencias profundas del sueño y el entorno sensible, inclusive si al principio la naturaleza de lo que se revela durante el sueño resulta ser un descubrimiento completamente nuevo.
La etapa importante que consiste en adquirir la conciencia durante el sueño se llama, en ciencia oculta, <<continuidad de conciencia>> (1)
Para aquél que haya alcanzado ese grado, la facultad de percepción no se suspende durante los períodos, en que su cuerpo físico reposa y en que los órganos de los sentidos no transmiten a su alma ninguna del exterior.
(1) Lo que describimos aquí es, en cierta etapa de la evolución, una especie de <<ideal>> que llega al final de una larga ruta. Lo que el discípulo conoce primeramente son estos dos estados en primer lugar, la conciencia relativamente despierta en lugar de los sueños incoherentes; en segundo lugar, el sueño sin conciencia y sin ensoñaciones.

DISOCIACIÓN DE LA PERSONALIDAD EN EL CURSO
DEL ENTRENAMIENTO OCULTO

Durante el sueño, el alma no recibe informaciones de los órganos físicos de los sentidos. En este estado, las percepciones del mundo exterior no le alcanzan. Ella está verdaderamente, en cierto aspecto, fuera de esta parte de la naturaleza humana que se llama el cuerpo físico y que, en el estado de vigilia, transmite las percepciones sensoriales y el pensamiento. Ya no está religada más que a los cuerpos sutiles (etérico y astral), los cuales escapan a la observación física.
Ahora bien, la actividad de estos cuerpos sutiles está lejos de pararse durante el sueño. De la misma manera que el cuerpo físico está en relación con las cosas y los seres del mundo físico sobre los cuales actúa y los cuales a su vez actúan sobre él, así también el alma vive en el mundo superior y esta vida no es interrumpida por el sueño. Porque, el hombre no puede saber de esta actividad en tanto que él no posee saber de esta actividad en tanto que él no posee órganos de percepción espiritual, gracias a los cuales pudiera observar durante el sueño que le rodea y lo que él mismo hace, tan bien como, durante el estado de vigilia, observa el mundo físico con sus sentidos. La disciplina oculta consiste precisamente como hemos de ayudar al surgimiento de estos sentimientos espirituales.
Ahora bien, si el hombre consigue, a través de esta disciplina, transformar el carácter del sueño, se encuentra con la posibilidad de seguir conscientemente todo lo que pasa a su alrededor cuando se encuentra en este estado, y puede conducirse a su antojo en este medio como lo hace durante el estado de vigilia con ayuda de los sentidos.
Es conveniente sin embargo, hacer notar que la percepción consciente del medio físico ordinario supone ya un grado superior de clarividencia. Mientras que, al principio del entrenamiento, el estudiante en ocultismo percibe sólo las realidades de otro mundo sin poder encontrar su lazo de unión con los objetos de su medio familiar.
Las características particulares del sueño y de la ensoñación se encuentran constantemente durante toda la vida. El alma vive sin interrupción en contacto con los mundos superiores, y en ellos desarrolla su actividad. Allí hace actuar los impulsos mediante los cuales no cesa de actuar sobre su cuerpo físico.
En el hombre ordinario, esta vida en el mundo espiritual permanece inconsciente. El ocultista toma conciencia de ella, y es esto lo que hace que se transforme su existencia. Durante todo el tiempo en que el alma no es clarividente, es arrastrada por seres que la superan, que la sobrepasan; pero de la misma manera que un ciego de nacimiento, una vez operado ve transformarse su existencia y convertirse en algo totalmente diferente, desde el momento en que pueda ya conducirse sin guía, igualmente la formación oculta metamorfosea la vida del ser humano. En adelante, él ya no tiene necesidad de guía, puede actuar por su cuenta. Por esta causa, corre el riego de cometer muchos errores que la conciencia humana ni siquiera sospecha. Extrae los móviles de sus acciones de una esfera en la que hasta entonces, sin el que él tuviera conciencia de ello, estaba sometido a potencias superiores integradas a la armonía universal. El discípulo se retira pues de esta armonía y ahora es por sí mismo como debe cumplir una serie de actos que el universo realizaba anteriormente por él, sin necesidad de su participación consciente.
Es realmente por esta razón por lo que, en los escritos que tratan de ocultismo, se ha hablado a menudo de los peligros que implica el progreso en los mundos superiores. La descripción de estos peligros parece hacha para llenar de espanto a las almas tímidas ante esta nueva vida. Pero es preciso decir que estos peligros existen sólo para aquellos que no observen las necesarias normas de prudencia. Cuando se observan estas normas y el discípulo ha seguido, punto por punto, los consejos del verdadero ocultismo, entonces si su desarrollo resulta marcado por la experiencia que superan en potencias y en grandeza todo cuanto pue3da imaginar la más audaz imaginación, no se podría, sin embargo, hablar de peligro real ni para la salud ni para la vida.
Ciertamente, el hombre descubre fuerzas terribles que amenazan la vida bajo todas las formas; se vuelve capaz de servirse por sí mismo de determinadas fuerzas y seres que escapan a la percepción sensorial. Es muy grande entonces la tentación de servirse de ellos de una manera indebida para el interés personal,, o de emplearlos equivocadamente, por falta de ,los conocimientos necesarios. Volveremos a hablar de este problema en el capítulo sobre <<el guardián del umbral>>.
Por otra parte, hay que darse cuenta de que estas fuerzas enemigas de la vida existen, aunque se las ignore. Es verdad que en este caso su relación con la humanidad está sometida a leyes superiores. Es esta relación la que cambia cuando el hombre penetra conscientemente en ese mundo que, hasta el presente, le había permanecido oculto. Sin embargo, el refuerza así su propia existencia y enriquece, de una manera increíble, la esfera de su vida. No hay verdadero peligro más que si el discípulo se impacienta o se sobreestima, o bien se quiere enfrentar demasiado pronto completamente solo con determinadas experiencias, sin esperar que su espíritu se haya penetrado de manera suficiente de las leyes espirituales. La humildad y la modestia no son precisamente palabras vacías, y, en este ámbito, menos aún en la vida cotidiana. Cuando el discípulo posee verdaderamente estas virtudes, puede estar seguro de que su desarrollo en los mundos superiores no comportará ningún peligro para lo que habitualmente se llama la vida y la salud.
Ante todo, hay que evitar las disonancias entre las expresiones superiores y las exigencias de la vida cotidiana. Es sobre esta tierra donde se tienen que cumplir los deberes del hombre, y con toda seguridad sería faltar al propio destino pretender escapar a la obligación de estos deberes terrenales, para evadirse hacia otro mundo.
Pero esto que los sentidos perciben no es, sin embargo, más que una parte del mundo, y las entidades que se expresan a través de los fenómenos sensibles son de naturaleza espiritual. Es necesario participar en la vida del espíritu para ponerse en disposición de transferir las manifestaciones de esos fenómenos a este mundo aquí abajo. El hombre transforma la tierra implantando en ella los gérmenes del espíritu recogido en los mundos superior. En este reside su misión. Debe tender a levarse hacia el nivel del espíritu, precisamente porque el mundo sensible ha nacido de lo espiritual y lo cierto es que no se puede actuar eficazmente sobre esta tierra más que tomando parte de este mundo espiritual que contiene en sí toda energía creadora. Si se aplica en este sentido la disciplina oculta, sin desviarse un solo momento de la dirección que uno se ha fijado, entonces no hay que temer el menor peligro. Por otra parte, ninguna posibilidad de peligro debe desviar a nadie del camino que haya emprendido; por el contrario, debe animarle a adquirir las cualidades que hacen de alguien un verdadero estudiante del ocultismo.
Tras estas observaciones preliminares, que pueden contribuir a disipar todo tipo de temor, vamos a pasar ahora a la descripción de algunos de estos pretendidos <<peligros>>
Se producen grandes cambios en los cuerpos sutiles del discípulo que resultan de los procesos evolutivos de las tres grandes fuerzas del alma: voluntad, sentimiento y pensamientos. Antes de que se emprenda un entrenamiento espiritual, estas tres fuerzas se encuentran normalmente en una relación que depende de las leyes universales. El hombre no puede sentir, o querer de cualquier forma. Por ejemplo, cuando se patentiza una representación cualquiera en la conciencia, ella se asocia con total naturalidad en un determinado sentimiento, o bien entraña una cierta decisión. Si se entra en una habitación donde el aire es sofocante, se abre la ventana; si se oye pronunciar el propio nombre, se responde a la llamada; si a uno le hacen una pregunta, la responde; si a uno le hacen una pregunta, la responde; se ve un objeto que huele mal, se experimenta un sentimiento desagradable.
Se trata aquí de relaciones sencillas, simples, espontáneas, entre el pensamiento, el sentimiento y la voluntad. Ahora bien, desde que se mira a la vida humana en su conjunto, se constata que ella reposa por completo sobre estos lazos. Más aún: una vida no se presenta como<<normal>> más que si en ella se pueden constatar la presencia de estos lazos naturales entre las fuerzas del alma. Se consideraría que ésta como en contradicción con las leyes de la naturaleza humana que un hombre, por ejemplo, experimentase un sentimiento agradable respirando un olor fétido o que no respondiera a una pregunta que le hiciesen. Los resultados que se pueden extraer de una buena educación o de una enseñanza correcta son precisamente los de afirmar en un alumno esos lazos naturales entre el pensamiento, el sentimiento y la voluntad. Las nociones que se inculcan en un niño están destinadas a estar sólidamente religadas en lo porvenir por una red constituida por su sensibilidad y su vida voluntaria.
La causa de esto es que, en los<<cuerpos>> sutiles del alma, los centros de estas tres fuerzas coinciden entre sí para formar un todo coherente. Esta misma unión se encuentra por otra parte también en el cuerpo físico material. Porque también en él los órganos que sirven a la voluntad se encuentran naturalmente religados a los que expresan el pensamiento y el sentimiento. Es así como tal tipo de pensamiento hace aflorar un determinado sentimiento o al acto volitivo correspondiente.
Ahora bien, llega el momento, en el curso del entrenamiento oculto, en que los lazos que unen entre sí estas tres fuerzas fundamentales no actúan ya. Esta parada no se produce en principio más que en el sutil organismo psíquico; pero la separación repercute, en el estadio siguiente, hasta sobre el cuerpo físico.
El cerebro de un hombre espiritualmente evolucionado disocia, por ejemplo, literalmente en tres elementos distintos. Esta separación no es por otra parte perceptible para los sentidos ordinarios, ni verificable tampoco por los más precisos instrumentos. Se produce, sin embargo, y el clarividente posee los medios necesarios para observarla. El cerebro del clarividente avanzado se disocia en tres naturalezas independientes la una de la otra: el cerebro—pensamiento, el cerebro—sentimiento y el cerebro—voluntad.
Los órganos del pensamiento, del sentimiento y de la voluntad son en adelante perfectamente autónomos. Ninguna ley innata regula ya sus relaciones y es a la conciencia superior despierta en el hombre a la que corresponde la tarea de armonizarse.
El estudiante de ocultismo constata este cambio; advierte que ya no existe en él ningún lazo entre, por ejemplo, una representación y sentimiento, o entre un sentimiento y una volición… A menos que él mismo cree ese lazo. Ningún impulso le lleca de una idea hacia una acción, si él mismo no la crea en sí. Ahora puede permanecer insensible ante un fenómeno que antes le inspiraba un amor vibrante o un odio violento; se queda sin reacción ante un pensamiento que antes le hubiera llevado a la acción lleno de entusiasmo. Por otra parte, puede realizar voluntariamente actos para los cuales no existe en el hombre ordinario alguna razón de actuar. Ha realizado esta gran conquista de la disciplina oculta: el dominio perfecto de la coordinación entre las tres fuerzas del alma. Pero, a cambio, en adelante él es el único responsable de esta coordinación.
El hombre no puede entrar en relaciones conscientes con determinadas fuerzas y determinados seres suprasensibles más que si ha transformado así su naturaleza interna. Porque existe un parentesco entre determinadas fuerzas fundamentales del universo y las fuerzas personales de su alma. Por ejemplo, la que reside en la voluntad puede actuar sobre seres y objetos precisos del mundo espiritual y percibirlos. Pero no lo puede más que cuando se ha liberado de toda unión íntima en el alma con el sentimiento y el pensamiento. Desde que se rompe este lazo, la acción de la voluntad se exterioriza. Y lo mismo ocurre con las fuerzas del sentimiento y del pensamiento.
Por ejemplo, si un hombre dirige hacia otro un sentimiento de odio, este sentimiento es visible para el clarividente bajo la forma de una ligera nube luminosa de una coloración particular. El clarividente puede detectar este sentimiento de odio de la misma manera que, en el mundo sensible, un hombre físico puede detectar el golpe que le amenaza. En el mundo superior, el odio se convierte en un fenómeno visible. Y si el clarividente puede percibirlo, es porque es capaz de exteriorizar la fuerza que reside en su sensibilidad, de la misma manera que el hombre físico lanza hacia el exterior la sensibilidad de su ojo cuando quiere ver. Ahora bien, lo mismo ocurre con los hechos, todavía más importantes, de la vida sensible. El hombre puede establecer con ellos una relación consciente, desde que las tres fuerzas fundamentales del alma se tornan independientes la una de la otra.
Esta separación entre el pensamiento, sentimiento y voluntad puede engendrar, si se olvidan las reglas del verdadero ocultismo, tres tipos de peligro, de tal naturaleza como para turbar el progreso del ser humano. El primer desorden puede producirse si los lazos se rompen antes de que la conciencia superior esté lo suficientemente avanzada en el conocimiento como para poder imprimir ella misma la orientación que asegurará el acuerdo libre y armonioso de las fuerzas que se han disociado.
Porque, por regla general, estas tres fuerzas no se encuentran en el mismo momento en idéntico grado de madurez. En unas personas, se desarrolla más el pensamiento o la voluntad. Mientras que la coordinación de las fuerzas permanezca mantenida por las leyes universales, la predominancia de una de ellas no llegaría a provocar ninguna perturbación importante. En el ser que predomina la voluntad, por ejemplo, las leyes universales permiten al pensamiento y al sentimiento compensar los excesos a los que podría llevarle una actividad voluntaria exagerada.. Si este ser al que podríamos llamar voluntarioso decide seguir un desarrollo oculto, esta influencia compensadora del sentimiento y del pensamiento deja, sin embargo, de frenar la voluntad, que se entrega entonces a terribles desbordamientos, y si el hombre no es perfectamente dueño de su conciencia superior, hasta el punto de restablecer la armonía, entonces la voluntad no conoce ya freno, y no cesa de tiranizar el alma. El sentimiento y el pensamiento se ven reducidos a una total impotencia. Aguijoneado por una actividad voluntaria dominadora, el hombre se convierte en su esclavo, despertándose en él una naturaleza violenta que pasa sin freno ni control de una acción a otra.
La segunda aberración se puede presentar si el sentimiento se desarregla fuera de toda medida. Una persona naturalmente inclinada a la devoción y al respeto de los demás seres puede, por ejemplo, caer en una dependencia total de ellos, hasta el punto de perder su voluntad y pensamientos personales. En lugar de adquirir el conocimiento superior, el alma se debilita y se vacía miserablemente. E igualmente puede, si pone las bridas en manos de una vida afectiva llevada al terreno de la piedad y de los sentimientos religiosos, caer en un misticismo exaltado, completamente desarreglado.
El tercer desorden resultad del desarrollo exagerado del pensamiento. Aparece entonces un estado del alma contemplativo, introvertido, hostil a las manifestaciones de la vida. Para estos seres, el mundo no parece tener ya importancia más que en la medida en que ofrece ocasiones de satisfacer su devoradora avidez de conocimiento. Ningún pensamiento podría ya incitarle a la acción, ni despertar un sentimiento. Observan todas las cosas con frialdad y desasimiento; huyen del contacto con la actividad cotidiana, que les repugna, o, por lo menos, que ha perdido todo sentido para ellos.
En fin, tales son los tres <<impasses>> en los que se puede perder el discípulo: la voluntad de potencia, las exaltaciones del sentimiento y una búsqueda del conocimiento fría y sin amor. Para el observador superficial, e inclusive para la medicina materialista, un ser humano que sea presa de uno de estos errores se asemeja mucho a un loco o, por lo menos, a alguién <<muy nervioso>>. Es evidente que el discípulo debe evitar esta semejanza. Y puede hacerlo si desarrolla las tres fuerzas del alma de una manera armoniosa antes de desatar sus relaciones innatas y situarlas bajo el control único de la conciencia superior.
Porque desde que se ha cometido una falta y una de estas fuerzas fundamentales se ve entregada a sí misma, el nacimiento del alma superior no puede ya producir más que un ser anormal e incompleto. La fuerza desencadenada llena la personalidad entera y ya no será posible, de aquí en mucho tiempo, pensar en volver a restablecer el equilibrio. En quién no emprende la tarea de perfeccionarse, el hecho de poseer naturaleza voluntarista o sentimental, o bien meditativa, se le aparece como un inofensivo rasgo de carácter. Pero estas predominancias exclusivas toman, en el discípulo, proporciones tales que pierde por su causa la integridad de su naturaleza humana, llegando a encontrarse desamparado en la existencia.
Por otra parte, el peligro no llega a resultar serio hasta el momento en que el discípulo adquiere la facultad de reproducir, en estado de vigilia, experiencias semejantes a las que tiene en el sueño. Mientras no ha superado el estadio en el que el sueño resulta entrecortado de resplandores, la vida sensible gobernada por las leyes cósmicas restablece por sí misma el equilibrio. Es por esto por lo que resulta tan necesario que la vida del discípulo, durante el estado de vigilia, sea una vida normal, sana y regulada en todos los sentidos. Cuanto mejor responda a las exigencias naturales, manteniendo su cuerpo su alma y su espíritu en un estado de vigor y de salud, mejor para él. Por el contrario, si la vida cotidiana contribuye a excitarlo o a desequilibrarlo, y esta perniciosa influencia viene del exterior para añadir un efecto destructor mediante los grandes cambios que se producen en la vida interior, el resultado puede ser verdaderamente malo. Debe, pues investigar todo lo que corresponde al juego normal de sus facultades y de sus fuerzas, y todo cuanto pueda favorecer unas condiciones de vida que se armonicen con su entorno. Por el contrario, debe evitar todo aquello que pudiera turbar esta armonía e introducir en su existencia inquietud o agitación. No se trata tanto de reabsorber las manifestaciones exteriores de esta agitación, cuanto de vigilar para que la vida interior, las ideas, los estados de ánimo, la salud, no sufran choques constantes.
Todo esto no es ya tan fácil de observar cuando se ha emprendido un desarrollo oculto. Porque las experiencias superiores que ahora enriquecen la vida ejercen una acción continua sobre la existencia entera. Y si en estas circunstancia superiores hay algo de anormal, el desorden no acecha y en cualquier momento nos puede arrojar fuera del camino recto. Asimismo, el discípulo no debe olvidar nada de lo que le puede asegurar el dominio sobre todo su ser. Nunca le deben faltar la presencia de ánimo o la calma necesaria para abordar cualquier situación en que la vida le sitúe. Por otra parte, una verdadera disciplina oculta hace nacer, por sí misma, todas estas cualidades. Ella instruye acerca de todos los peligros, otorgándonos, en el momento requerido, la fuerza necesaria para conjurarlos.

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919