GA010 las condiciones del entrenamiento oculto

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ALGUNAS IDEAS PRÁCTICAS

Cuando un hombre trabaja en perfeccionar sus sentimientos, sus pensamientos, sus disposiciones interiores según los métodos descritos en los capítulos que hemos dedicado a la preparación, la iluminación y la iniciación, dota a su alma y a su espíritu de una estructura semejante a aquélla de que la naturaleza ha dotado a su cuerpo físico. Antes de que tenga lugar esta formación, el alma y el espíritu son masas no estructuradas. El clarividente las percibe bajo el aspecto de unos torbellinos nebulosos, de espirales que se entremezclan, dando la impresión de colores apagados que tiran a menudo hacia el rojo, el marrón rojizo o, a veces, el rojo amarillento. Una vez organizadas, estas masas comienzan a tomar un resplandor espiritual, matizado de verde-amarillo o de azul-verde, al mismo tiempo que presentan una estructura regular. El hombre accede a esta regularidad de estructura y, a través de ella, a los conocimientos superiores, ordenando sus sentimientos, sus pensamientos, sus disposiciones psíquicas, como la naturaleza ordena en él las funciones corporales para permitirle ver, oír, digerir, respirar, etc. Poco a poco, aprende a respirar y a ver por el alma, a oír y a hablar por el espíritu.
Citemos todavía aquí algunos aspectos prácticos más precisos de esta educación del alma y del espíritu. Son éstas, en el fondo, reglas que cada uno puede observar inclusive si no sigue las otras y que hacen avanzar en la ciencia del espíritu.
Particularmente, es preciso esforzarse en cultivar la paciencia. Cada movimiento de impaciencia paraliza y puede inclusive destruir las facultades superiores que duermen latentes en el hombre. No se debe esperar que de un día para otro se abran vastos horizontes sobre el mundo espiritual, porque así no se consigue nada en absoluto. Hay que saber estar contento del menor progreso, permanecer tranquilo y sereno hasta el fondo del alma. Es comprensible que el estudiante espere con impaciencia obtener resultados; sin embargo, nada se producirá hasta tanto no haya dominado esta impaciencia. De nada sirve combatirla, en el sentido ordinario de la palabra; por el contrario, eso no hace más que acrecentarla. De este modo no se conseguiría más que ilusionarse hasta el punto de creerla desaparecida cuando en realidad no sería sino más fuerte en el fondo del alma. Para tener éxito, es preciso sumergirse continuamente en un pensamiento bien definido, haciéndolo totalmente suyo. Este pensamiento es el siguiente: “Ciertamente, yo debo hacer todo lo necesario para desarrollar mi alma y mi espíritu; pero esperaré con serenidad que las potencias superiores me juzguen digno de la iluminación que me corresponda”. Si este pensamiento se enraíza en el hombre con la suficiente profundidad como para convertirse en un rasgo de su carácter, está en el buen camino. Esta disposición se refleja inclusive en su aspecto exterior: la mirada se vuelve tranquila; los movimientos seguros; las decisiones precisas; y todo eso que se llama nerviosismo va desapareciendo poco a poco. Así las pequeñas reglas de conducta que aparentemente son insignificantes pueden ejercer una acción considerable. Por ejemplo, alguien nos causa una ofensa; antes de nuestro ingreso en el camino, nos habríamos levantado contra el ofensor y la cólera habría invadido nuestra alma. Un discípulo, por el contrario, en situación semejante, se siente dominado por un solo pensamiento: “Esta ofensa no me quita nada de mi valor personal”. Y toma las medidas necesarias para afrontar la situación con calma, serenidad, sin irritación. Naturalmente, no se trata de dejarse ofender sin protestar, sino simplemente de comportarse con tanta calma y sangre fría en el caso de una ofensa que nos alcanza personalmente como si ella hubiese sido dirigida contra otra persona en circunstancias tales que nosotros hubiésemos tenido derecho a reprobarla. Nótese una vez más que el progreso oculto no se manifiesta mediante un cambio llamativo de nuestro comportamiento, sino a través de una transformación sutil y silenciosa de nuestros sentimientos y de nuestros pensamientos.
La paciencia ejerce un verdadero atractivo sobre los tesoros del saber oculto, mientras que la impaciencia los rechaza. Con fiebre y agitación, no se puede adquirir nada en los dominios superiores de la existencia. Ante todo es preciso imponer silencio al deseo y a la avidez, actitudes del alma que espantan todo conocimiento superior. Por precioso que sea el conocimiento oculto no hay que desearlo; debe ser él el que venga a nosotros. Quien lo desea para hacer de él un bien propio no lo obtiene jamás.
A este objeto, es preciso ante todo ser sincero con uno mismo, no permitirse hacerse ilusiones respecto a las propias cualidades. Se debe saber mirar de frente, con franqueza, las faltas de uno, sus debilidades, sus incapacidades. Desde el instante en que tú buscas una excusa para tus debilidades, levantas un obstáculo en el camino de tu progreso espiritual. De hecho, no se pueden evitar estos obstáculos sino mediante una mirada franca sobre uno mismo. No hay más que un medio de despojarse de los defectos y las debilidades, y este medio es mirarlos cara a cara. En el hombre duermen todas las posibilidades y se las puede despertar. El entendimiento y la razón son susceptibles de ser mejorados si se les estudia con sangre fría y con la calma necesaria para darse cuenta exacta de sus imperfecciones. Este conocimiento de sí mismo es naturalmente difícil porque la tentación de ilusionarse por cuenta propia no tiene límites. Pero el que se acostumbra a ser franco consigo mismo se abre las puestas de la percepción superior.
Todo tipo de vana curiosidad debe asimismo desaparecer en el investigador. Hasta donde sea posible, debe perder la costumbre de plantear preguntas por el solo deseo de apaciguar un deseo personal de conocimiento. No debe informarse más que de lo que puede perfeccionar su ser al servicio de la evolución. Esto no debe frenar por supuesto la alegría, el entusiasmo por el conocimiento. Todo cuanto sirva a este fin debe ser para él una exhortación que no sólo escucha con devoción, sino que debe buscar.
La formación oculta exige particularmente una educación del deseo. No se trata de procurar no desear ya nada, porque es natural que aspiremos a lo que debemos alcanzar, y un deseo se realiza tanto mejor cuanto más fuerza se pone en él; pero esta fuerza debe provenir del verdadero conocimiento.
“No ambicionar nada en un dominio antes de haber aprendido a conocer lo que es justo en él”, tal es la regla de oro que debe seguir el discípulo.
El sabio aprende antes que nada cuáles son las leyes del universo; a continuación, sus deseos se transforman en fuerzas de realización. He aquí un ejemplo que lo prueba:
Muchos hombres desean saber lo que ha podido ser su vida antes de su nacimiento. Un tal deseo no tiene objeto ni sentido mientras no se haya asimilado, mediante el estudio de la ciencia espiritual, el conocimiento de las leyes, así como la naturaleza de las cosas eternas, y esto bajo su forma más sutil. Cuando se ha adquirido realmente este conocimiento y a continuación se quiere ir más lejos, entonces os colma un deseo ennoblecido y purificado.
Tampoco sirve de nada decir: “Pero yo quiero a toda costa conocer mi vida anterior, y es justamente con esta intención con la que trabajo para instruirme”. Más vale ser capaz de apartar de sí este deseo personal, eliminarlo totalmente y trabajar desde el principio con esta intención. Es preciso alimentar la alegría y el don de sí mediante el estudio, sin esta intención de índole personal. Solamente así se aprende al mismo tiempo a desarrollar el género de deseo que entrañará una realización.

ALGUNAS IDEAS PRÁTICAS-II

Desde que monto en cólera o me irrito, levanto una barrera que me aísla en el mundo físico, y las fuerzas que deben edificar mis órganos espirituales no pueden ya llegar hasta mí.
Por ejemplo, alguna persona me causa irritación. Mientras que estoy encolerizado, me es imposible percibir la corriente que su alma emite en el mundo físico. Hasta tal punto no le percibo, que soy todavía capaz de enfadarme. Mi irritación me la oculta. Pero tampoco hay que creer que basta con que no me irrite para percibir enseguida un fenómeno psíquico. Será necesario todavía que en mí se abra el ojo del alma. Ahora bien, en todos los seres humanos existen los rudimentos de este ojo. Pero permanece, sin embargo, inerte durante todo el tiempo en que el hombre tiene todavía capacidad de irritación. Por otra parte, no basta para activarlo con haber combatido un poco el sentimiento de la cólera. Es preciso continuar la lucha sin desmayo y proseguirla con paciencia. Y un día, repentinamente, se advertirá que el ojo interior se acaba de abrir.
A decir verdad, para llegar a esta meta, no basta únicamente con combatir la irritación. Muchos se abandonan a la impaciencia y a la duda porque, durante años, han combatido ciertas disposiciones del carácter y, sin embargo, no han adquirido la clarividencia. Efectivamente, han perfeccionado ciertos aspectos de su naturaleza, pero muchos más han dejado proliferar otros. El don de la clarividencia no aparecerá antes de que se haya dominado todo lo que representaba un obstáculo para el despertar de las facultades que permanecían aletargadas. Seguramente, la clarividencia y la clariaudiencia comienzan a despuntar antes, pero se trata de brotes infinitamente delicados, fácilmente sometidos a todos los errores, o bien que se marchitan muy deprisa si se les priva de los cuidados necesarios.
Entre las disposiciones adversas que hay que combatir tanto como la cólera y la irritación, citemos la tendencia al miedo, la superstición y los prejuicios, la vanidad y la ambición, la curiosidad y las confidencias desconsideradas, las barreras que se establecen entre los seres según su rango, su raza o su origen. En nuestra época, apenas se puede comprender que combatir estos defectos tenga nada que ver con la purificación y pudiéramos decir, puesta a punto de las facultades de conocimiento. Pero todo ocultista sabe bien que este dominio tiene mucha más influencia sobre la evolución espiritual que las conquistas de la inteligencia y la práctica de ejercicios artificiales.
Sería fácil engañarse y llegar a creer que, para combatir el temor, es necesario convertirse en un ser locamente audaz, y que para vencer los prejuicios de raza o de clase no se debe hacer ninguna distinción entre los hombres. Se trata más bien de tener un juicio recto, lo que no es posible mientras se obedece a las prevenciones. Ya la simple reflexión nos muestra que, por ejemplo, el miedo a un fenómeno impide juzgarlo con claridad; de la misma manera, un prejuicio racista impide penetrar en el alma de un hombre. Esta simple reflexión debe ser meditada por el discípulo con finura y penetración.
Otro obstáculo para el entrenamiento en el ocultismo consiste en hablar sin haber aclarado previamente, mediante la reflexión, lo que se quiere decir, y aquí es preciso considerar un punto que sólo un ejemplo puede iluminar bien.
Si alguien me dice una cosa a la cual yo debo replicar, es preciso que me esfuerce en tener en cuenta su opinión, sus sentimientos, incluso sus prejuicios, antes que el argumento que me viene al espíritu. Hay en esto un refinamiento del tacto al que el discípulo debe consagrar sus más atentos cuidados. Debe aprender a discernir la importancia que tendrá para su interlocutor la respuesta que él le va a dar. No se trata de renunciar a lo que uno mismo piensa; no es ésta la cuestión en este momento; pero es preciso escuchar tan atenta y exactamente como sea posible lo que dice el otro y no dar forma a la propia réplica hasta después de haberle escuchado bien. En semejante caso, un pensamiento se viene siempre al espíritu del discípulo, y si dicho pensamiento se convierte en un rasgo de carácter, sabe que está sobre el buen camino. El pensamiento a que me refiero es el siguiente: “Lo importante no es que yo tenga una opinión distinta a la de este hombre, sino que él encuentra por sí mismo la verdad, gracias a lo que yo le puedo aportar.” A través de pensamientos semejantes, el carácter y la manera de actuar del discípulo adquieren una cierta dulzura, que es uno de los resortes esenciales de la disciplina oculta. Por el contrario, la dureza aparta de uno las formaciones astrales que deben despertar la mirada del alma. La dulzura benevolente disipa los obstáculos y abre los órganos espirituales.
Con la dulzura se afianza muy pronto otro rasgo del carácter: la atención simpática y tranquila, dirigida sobre todos los matices de la vida interior de los seres que nos rodean, gracias al silencio perfecto de nuestros propios movimientos interiores. Si un hombre llega a este resultado, entonces lo que anima las almas que le rodean actúa sobre él de tal suerte que interiormente crece y se estructura, como la planta bajo la luz del sol. Dulzura y silencio, acompañados de verdadera paciencia, hacen que el alma acceda al mundo de las almas, y el espíritu al mundo de los espíritus.
“Espera en calma y el recogimiento, cierra tus sentidos a las impresiones que han recibido antes de que emprendieras tu educación interior. Haz callar entre tus pensamientos aquellos que habitualmente ocupaban tu alma. Haz que el silencio more en ti, y después espera pacientemente. La acción de los mundos superiores comenzará entonces a hacerse sentir, a edificar la mirada de tu alma y el oído de tu espíritu. No esperes ver ni oír enseguida en los mundos del alma y del espíritu. Porque lo que tu haces contribuye sólo a desarrollar tus sentidos superiores. Pero tú no serás capaz de ver con el alma y oír con el espíritu más que cuando poseas este sentido. Si has permanecido así, durante unos instantes, en un estado de espera tranquila y recogida, puedes irte a cumplir con tus obligaciones corrientes, una vez profundamente penetrado del siguiente pensamiento: “Un día me ocurrirá lo que me deba ocurrir cuando esté maduro para recibirlo”. Porhíbete severamente toda tentativa de atraer hacia ti las potencias superiores por medio de tu voluntad arbitraria.
Tales son las indicaciones que todo estudiante de ocultismo recibe de su instructor a la entrada del sendero. Si las tiene en cuenta, se perfecciona; si no las observa, trabaja inútilmente. Ellas son difíciles más que para quien carece de paciencia y perseverancia. No existen en absoluto otros obstáculos que los que cada uno se crea a sí mismo y que, si verdaderamente se quiere y se intenta, se pueden evitar. Es necesario recordar sin cesar estas verdades, porque muchas personas se hacen una falsa idea de las dificultades que encuentra el discípulo. En cierto sentido, es más fácil franquear las primeras etapas de este sendero que acabar con las dificultades de la vida diaria si no se ha seguido este entrenamiento.
Además, no debemos hacer conocer aquí más que lo que es incapaz de hacer correr el menor peligro al equilibrio corporal y psíquico. Ciertamente, existen procedimientos más rápidos para llegar a la meta, pero el camino que nosotros indicamos no tiene nada en común con ellos, porque pueden tener ciertos efectos sobre el hombre que ningún ocultista experimentado puede desear. Como determinados aspectos de este procedimiento son entregados continuamente al público, tenemos el deber de poner expresamente en guardia a aquellos que quisieran practicarlos.
Por motivos que solamente un iniciado puede comprender, los procedimientos de esta especie no deberían ser comunicados públicamente bajo su forma verdadera, y en cuanto a los fragmentos que se revelan aquí y allá, no pueden tener ningún buen resultado; muy por el contrario, arruinan la salud, la felicidad y la paz interior. El que no quiere entregarse enteramente a potencias tenebrosas cuyo origen ni cuya verdadera esencia se pueden apreciar, debe evitar cuidadosamente dejarse prender por estos métodos.
Todavía podemos dar algunas indicaciones sobre el medio en que deben ser emprendidos los ejercicios de ocultismo. Porque es el caso que el medio ejerce una cierta influencia. Sin embargo, las condiciones varían para cada individuo. El que las practica en un medio que no esté lleno más que de intereses egoístas, por poner un ejemplo de las formas modernas de la lucha por la existencia, debe saber que esta atmósfera no deja de tener influencia sobre el desarrollo de sus órganos espirituales. A decir verdad, las leyes interiores que gobiernan estos órganos son bastante fuertes para resistir en parte la mala influencia del medio. El terreno más desfavorable no podría hacer que una semilla de flor de lis provocara el nacimiento de un cardo; del mismo modo, las ásperas luchas de intereses de nuestras modernas ciudades no podrían conseguir que un órgano espiritual se convierta en otra cosa que lo que debe ser. Pero, en todo caso, es algo excelente para el investigador rodearse de vez en cuando de la paz silenciosa, de la grave majestad y del encanto que encuentra en la naturaleza. Es particularmente favorable para el estudiante proseguir su desarrollo rodeado de una vegetación plena de verdor o en una comarca montañosa soleada, llena del encanto de una vida sencilla. Un medio semejante imprime en los órganos espirituales un crecimiento armonioso que es imposible realizar en nuestras modernas ciudades. El que, por lo menos en su infancia, ha respirado el aire de los abetos, contemplando las cumbres nevadas, observando la actividad silenciosa de los insectos y de los animales en el bosque, está ya mejor situado que el hombre de la ciudad. Pero aquél cuyo destino es vivir en una ciudad no debe descuidar alimentar los órganos de su alma y de su espíritu mediante la lectura de páginas inspiradas de los grandes maestros de la sabiduría.
Si tus ojos no pueden seguir día a día la eclosión de la primavera en los jóvenes retoños del bosque, puedes encontrar una compensación alimentando tu corazón con los sublimes pensamientos del Bhagavad Gita, del Evangelio según San Juan, de Tomás de Kempis * y de las descripciones de la ciencia espiritual. Hay muchos caminos para alcanzar las cimas de la clarividencia, pero es preciso elegir entre ellos con discernimiento.
El iniciado tendrá que describir muchos aspectos del camino que pareciesen singulares a los no iniciados. Puede ocurrir, por ejemplo, que alguien haya avanzado mucho por el sendero; que toque, por así decirlo, el momento en que se van a abrir el ojo del alma y el oído del espíritu. Ahora bien, cabe la posibilidad de hacer entonces un viaje por un mar en calma o, a veces, por el contrario, por un mar agitado por la tempestad, y una venda cae de sus ojos. Bruscamente, se despierta a la visión. Otro ha llegado igualmente a un punto en que esta venda está a punto de caer, lo que produce mediante un repentino golpe de fortuna. Sobre otro hombre, este golpe repentino hubiese podido producir el efecto de paralizar su fuerza, adormecer su energía. Para el discípulo, marca el punto de partida de la iluminación. Un tercero espera, desde hace mucho tiempo, con paciencia; he aquí que hace años que espera, sin percibir los frutos de su trabajo; un día, está apaciblemente sentado en su habitación silenciosa, y de repente, se ve envuelto en una luz espiritual; las paredes desaparecen, se vuelven transparentes para la mirada del alma, y un nuevo universo se abre ante su mirada, en adelante es clarividente, y resuena en su oído, en adelante abierto al Espíritu.
*- La imitación de Cristo
LAS CONDICIONES DEL ENTRENAMIENTO OCULTO
Las condiciones que impone un entrenamiento en el ocultismo no han sido arbitrariamente establecidas por nadie. Ninguna persona ha impuesto en este terreno su voluntad personal. Ellas son el resultado de la naturaleza mismo del saber oculto. Así como un hombre no podría llegar a ser pintor si no supiese siquiera sostener un pincel entre sus manos, igualmente nadie podría recibir una formación ocultista si no consiente previamente en cumplir con las condiciones que los maestros de este saber consideran como indispensables. En el fondo, el instructor no podría en ningún caso hacer otra cosa que dar consejos, y es precisamente en este sentido como sería preciso acoger todo cuanto él diga. Y es que él mismo ha pasado ya por estas etapas preparatorias para el conocimiento de los mundos superiores. Por experiencia, sabe lo que es necesario. Por tanto, depende enteramente de la voluntad libre de cada uno recorrer o no estas mismas etapas. Si alguien quisiera recibir las instrucciones de un ocultista sin plegarse a las condiciones necesarias, actuaría como un joven que dijese a un profesor de pintura: “Enséñeme a pintar, pero ahórreme el esfuerzo de tomar un pincel en las manos”.
Por su parte, tampoco el instructor puede proponer nada si la libre voluntad del discípulo no viene a su encuentro. Sin embargo, hay que hacer notar que el vago deseo de poseer un conocimiento superior no es ya de por sí un móvil suficiente. Muchas personas poseen naturalmente este deseo, pero si no cuentan más que con esto, y no con la voluntad de plegarse a las condiciones particulares de la disciplina oculta, nada podría obtener. Es esto algo que deberían tener muy presente todos aquellos que se quejan de las dificultades que presenta el entrenamiento. Si usted no puede, o bien no quiere, cumplir con estas condiciones con todo rigor, es preciso que renuncie, al menos provisionalmente, a todo progreso dentro del ocultismo. A decir verdad, estas condiciones son rigurosas, pero no duras, por el hecho mismo de que se las cumple mediante un acto que no solo debe ser libre, sino que exige esta libertad.
Si no se comprende bien este carácter del progreso oculto, las exigencias del instructor se presentarán fácilmente como un constreñimiento impuesto al alma y al espíritu. Al consistir la disciplina en un cultivo de la vida interior, es absolutamente necesario que el ocultista dé consejos que conciernen a esta vida interior. Pero no se debe considerar como un constreñimiento de las obligaciones a las que uno se somete libremente. Si alguien tuviese con un maestro una exigencia como ésta: “Comunícame tus secretos, pero dejándome con las mismas sensaciones, los mismos sentimientos y representaciones que he tenido siempre”; si alguien hiciese esto, estaría realmente reclamando una cosa por completo imposible de realizar. En el fondo, lo que estaría pidiendo sería simplemente que colmasen su curiosidad, su sed de conocimiento. Pero con una disposición semejante no se adquiere la ciencia secreta.
Y ahora debemos enumerar, siguiendo su orden, las condiciones que se imponen al discípulo. Pero, antes de hacerlo, insistamos en que ninguna de ellas exige una realización total. Lo único que se pide es el esfuerzo sincero de hacer lo necesario para lograr lo que se busca. Nadie puede cumplir por completo estas condiciones, pero sí depende de la voluntad de cada uno esforzarse para conseguirlo. Lo esencial es la voluntad y la decisión de comprometerse en esta vía.
La primera condición es la siguiente: es absolutamente necesario vigilar con sumo cuidado la salvaguardia de la propia salud, tanto la corporal como la espiritual. Naturalmente, no depende de un hombre el sentirse bien pero sí depende enteramente de él hacer lo necesario para conseguirlo. Un conocimiento sano sólo puede provenir de un organismo sano. La disciplina oculta no es que rechace a un candidato por falta de salud, pero sí exige al estudiante que tenga la voluntad de llevar una vida sana.
En este dominio, es necesario que se adquiera la mayor autonomía. Los buenos consejos de otro ___consejos que, lo más a menudo, no se pierden___ resultan, por regla general superfluos. Es a cada uno en particular a quien le toca velar por sí mismo.
Desde el punto de vista físico, se trata sobre todo de apartar de sí las influencias dañinas. Ciertamente, para cumplir con nuestros deberes, debemos imponernos a veces determinados esfuerzos que no son buenos para nuestra salud. Pero ¡cuántas cosas hay a las que se puede renunciar con un poco de buena voluntad!. El deber sí debe, en muchísimos casos, ponerse por delante de la salud; a menudo inclusive por delante de la vida; pero el placer, nunca.
Para el investigador, el placer no debe constituir más que un medio de asegurarse la salud y la vida. En este dominio, es absolutamente necesario ser muy sincero y franco consigo mismo. De nada sirve llevar una vida ascética si ello se hace para buscar otros placeres. Es posible que se encuentre en el ascetismo una voluptuosidad semejante a la que otro pueda encontrar en la bebida. Pero, en este caso, no se debe esperar de este género de ascetismo que sirva para alcanzar los objetivos del conocimiento superior.
Muchas personas acusan a las condiciones de su existencia de dificultar su progreso. “En mi situación, suelen decir estas personas, me es absolutamente imposible evolucionar.” Ciertamente, puede resultar deseable para muchos mejorar su situación, pero por otros motivos, porque, con vistas al progreso oculto, esta modificación no es en absoluto indispensable. Este objetivo lo que exige sencillamente es que se haga, precisamente en la situación en que uno se encuentra, todo lo necesario para la salud del cuerpo y del alma.
Toda tarea, cualquier trabajo, puede servir al conjunto de la humanidad. Posee ciertamente más grandeza reconocer que un trabajo, por ínfimo que sea, por mucho que se lo deteste, es útil para los demás, que decirse algo como esto: “Este trabajo es demasiado insignificante para mí, yo estoy hecho para otras cosas.”
En todo caso, es de una importancia muy particular buscar un equilibrio espiritual perfecto. Un desequilibrio en los sentimientos o los pensamientos nos desvían inexorablemente de los senderos del conocimiento superior. La base necesaria de todo progreso es la calma y la claridad de pensamiento, la seguridad en las impresiones y los sentimientos. Y nada hay más contrario a esto que la atracción por todo lo que es fantástico, por la exaltación, el nerviosismo, la excitación, el fanatismo. Se debe adquirir un gran equilibrio frente a todas las situaciones que se puedan presentar en la vida; hay que saber conducirse con seguridad, y dejar que las cosas influyan y actúen tranquilamente sobre uno. En todo cuanto esto es necesario, se debe uno esforzar por depositar la confianza en la vida. Se debe evitar todo cuanto podría ser exagerado y parcial en los juicios o en los sentimientos. Si no se cumple esta condición, en lugar de penetrar en los mundos superiores reales, el investigador correría el riesgo de encontrarse en un universo imaginario, donde, en lugar de la verdad, lo que reina son las fantasías y los prejuicios. Más vale un buen sentido, con los pies firmemente asentados en la tierra, que la exaltación o la imaginación desembridada.
La segunda condición es sentirse miembro de la vida universal. Cumplir esta condición comporta obligaciones múltiples. Sin embargo, cada persona sólo puede satisfacerlas a su manera.
Si yo soy, por ejemplo, educador, y mi alumno no responde a lo que yo espero de él, en principio no debo culparle a él sino a mí. Debo tener una conciencia tan profunda de ser uno con él, que me pregunte: las debilidades y defectos de mi alumno, ¿no son precisamente una consecuencia de mi manera de ser?. Y, en lugar de ponerme contra él, reflexionaré más bien en lo que debo hacer para que en lo sucesivo él responda mejor a mis exigencias. Este estado de espíritu va modificando poco a poco toda mi manera de pensar, tanto en lo referente a las pequeñas cosas como respecto a las grandes. En estas condiciones, considero por ejemplo a un criminal de otra forma que antes, suspendo mi juicio y me digo: “Yo soy un ser humano igual que él. Quizá solamente la educación que he recibido me ha preservado de seguir su misma suerte.” Por este camino, llego a pensar que este hermano en humanidad hubiera podido llegar a convertirse en otra cosa si los maestros que se han preocupado por educarme a mí se hubiesen ocupado de él. Consideraré entonces que he gozado de un beneficio que a él le ha sido negado y que yo debo mi honestidad precisamente a unas circunstancias de las que él ha sido privado. Llegado a este convencimiento, ya no estaría muy alejado de la idea de que yo, miembro del organismo humano, soy solidariamente responsable de lo que le pasa en este organismo.
Esto no quiere decir que este pensamiento deba traducirse inmediatamente, mediante manifestaciones exteriores de agitación. Es por el contrario en el silencio del alma donde es preciso cultivarlo. A partir de entonces, la conducta del individuo empezará a impregnarse lentamente de él. En semejantes dominios, no se debe comenzar sino por reformarse a uno mismo. Nada resulta más estéril que pretender reformar a la humanidad imponiéndole exigencias generales. Es muy fácil tener la idea de lo que se debería hacer; pero el ocultista trabaja de una manera profunda y no superficial. Así pues, no sería justo querer establecer una relación entre esta condición puesta por los maestros y una regla de conducta exterior; con mayor razón, política, que nada tiene que ver con la disciplina espiritual. En general los agitadores políticos saben muy bien lo que quieren exigir de otro; pero saben menos bien lo que se deben exigir a sí mismos.
Con la segunda condición se relaciona, naturalmente, la tercera. El discípulo debe llegar, a través de su esfuerzo, a ver que sus pensamientos y sus sentimientos tienen tanta importancia para el universo como sus acciones. Le es preciso reconocer que resulta tan nefasto odiar a un semejante como golpearlo. A través de esta conclusión llega naturalmente a comprender que, cuando trabaja en su perfeccionamiento interior, no trabaja únicamente para sí mismo, sino para el universo.
Si mis sentimientos y pensamientos son puros, el mundo saca de ellos tanto provecho como si mi comportamiento es justo. Mientras no tenga fe en la importancia que mi vida interior tiene para el universo, no valgo nada como ocultista. Yo no ejerzo esta fe con la importancia del alma y de la vida interior más que trabajando en desarrollarla como si se tratase de una acción al menos tan real como las acciones exteriores. Porque yo debo saber que cualquiera de mis sentimientos produce tanto efecto como un movimiento de mi mano.
Esta certidumbre encierra ya en sí la cuarta condición: adquirir la convicción de que la verdadera esencia del hombre no reside fuera, sino dentro de sí. El que no se considere más que como un producto del mundo exterior, un resultado de una serie de elementos físicos, no podría sacar de esta noción ningún progreso en ocultismo. Tener conciencia de ser un alma y un espíritu es la base de la disciplina. Si se progresa en este sentimiento, se llega a ser capaz de distinguir entre la obligación interior y el éxito exterior. Se comprende que no se pueda comparar inmediatamente el uno con el otro. El investigador debe encontrar el justo medio entre lo que las circunstancias exteriores le prescriben y lo que él juzga bueno para su comportamiento. Ciertamente no debe imponer a las personas de su entorno algo que éstas no puedan comprender, pero por otra parte, debe estar completamente desprendido del deseo de hacer únicamente lo que conviene a esas personas que le rodean. La confirmación de que está en la verdad no puede alcanzarla más que a través de su alma, si, con valor y lealtad, ella lucha por el conocimiento. Pero debe aprender de quienes le rodean todo cuanto le pueda resultar útil y provechoso. De este modo, edificará en sí mismo lo que la ciencia oculta llama “la balanza espiritual”. Sobre uno de los platillos de esta balanza se encuentra un “corazón ampliamente abierto” a las necesidades del mundo exterior; sobre el otro platillo, una “firmeza interior” y una “resistencia a toda prueba”.
Estas condiciones anuncian ya la quinta condición: la perseverancia en el cumplimiento de una decisión una vez tomada. Nada debe hacer al discípulo renunciar a ella, salvo si constata con evidencia que se encuentra en el error. Porque cada resolución es una fuerza, e inclusive si esta fuerza no produce un resultado inmediato allí donde se la esperaba, ella actúa, sin embargo, a su manera. El éxito puede coronar una empresa nacida del deseo; pero las acciones nacidas del deseo y de la pasión no tienen ningún valor para el mundo superior. En este mundo, no hay más que un elemento determinante para la acción, y es el amor. En este amor todos los móviles que incitan al investigador a actuar deben tomar una forma viva. Entonces nada le desanimará; continuará infatigablemente transmutando sus resoluciones en acciones, por numerosos que puedan ser sus fracasos. De estos extraerá la lección de no esperar solamente resultados exteriores de sus actos, sino a encontrar una satisfacción en la acción misma. Aprenderá de este modo a ofrecer al mundo en sacrificio todas sus acciones e inclusive su ser todo entero, cualquiera que sea la manera en que el mundo acoja este sacrificio. Quien desee convertirse en un ocultista debe declararse dispuesto a llevar esta vida de abnegación.
La sexta condición es desarrollar un sentimiento del reconocimiento de todo lo que ocurra a uno. Hay que saber que la existencia que se ha recibido es un presente del universo entero. ¡Cuántas condiciones son necesarias para que cada uno de nosotros reciba la vida y pueda conservarla! ¡Cuánto debemos a la naturaleza y a nuestros semejantes!. Estos pensamientos deben hacerse naturales a los que quieran seguir la disciplina. El que no las cultive no podrá alimentar en sí el amor universal que es necesario para acceder a un conocimiento superior. Algo que yo no ame es incapaz de manifestárseme; y cada revelación debe penetrarme de gratitud, porque mediante ella resulto enriquecido.
Todas las condiciones antedichas deben reunirse en la séptima: concebir cada vez más la vida en el sentido que estas condiciones exigen. El discípulo se das a sí mismo, de este modo, la posibilidad de introducir la unidad en su existencia. Los diversos modos de actividad se armonizan y no se contradicen ya. Es así como se prepara para la calma que debe conquistar desde los primeros tramos del sendero.
Si alguien tiene la voluntad firme y sincera de llenar estas condiciones, que emprenda su entrenamiento espiritual. Está dispuesto a seguir los consejos que le den. Puede que algunos de ellos le parezcan simples formalidades externas. Quizá también no se esperaban formalidades tan rigurosas. Pero todo acto de la vida interior debe expresarse mediante un acto externo y, de la misma manera que a un cuadro no le basta con existir en la cabeza del pintor, igualmente no existe disciplina oculta sin manifestaciones exteriores. En realidad, sólo desprecian las formas exteriores las personas que ignoran que la vida interior debe llegar a expresarse hacia fuera. Cierto que lo que importa es el espíritu y no su forma, pero del mismo modo que la forma sin el espíritu no es nada, asimismo el espíritu que no puede crear una forma a su imagen es estéril.
Las condiciones impuestas al investigador tienen por objeto fortificarle con vistas igualmente a las exigencias ulteriores que la disciplina le debe imponer. Si él no ha cumplido las primeras condiciones, abordará con aprehensión toda nueva obligación; no tendrá la necesaria confianza en los hombres.
Ahora bien, es precisamente sobre la confianza y sobre un real amor por la humanidad sobre lo que se debe edificar toda búsqueda de la verdad. Esta debe, verdaderamente, tener en su base el amor por los hombres, aunque ella no pueda ser engendrada por este amor, sino sólo por nuestra propia fuerza interior. A continuación, el amor por el género humano debe extenderse progresivamente hasta el amor por todo ser, por toda manifestación de vida. El que no cumpla con las condiciones enunciadas no podrá experimentar un amor total hacia todo cuanto crea, edifica, ni toda la correspondiente repulsión por lo que destruye y aniquila. Porque debe uno llegar a ser incapaz de destruir por destruir, y esto no sólo en acción, sino inclusive en palabras, en sentimientos o en pensamientos.
Todo lo que es crecimiento, devenir, debe ser una alegría y no hay que comprometerse en un acto destructivo mas que cuando uno se sienta de este modo capaz de estimular así la eclosión de una vida nueva. Con esto, no queremos decir que el discípulo tenga que asistir impasible al desencadenamiento del mal; por el contrario, él debe buscar hasta en el mal aquellos aspectos mediante los cuales se le pueda transformar en un bien. Adquiere cada vez más la certidumbre de que la mejor manera de combatir el mal y las imperfecciones es realizar el bien y la perfección. El sabe que nada puede surgir de la nada, sino que lo imperfecto puede ser transformado en perfecto. El que desarrolla en sí la tendencia a la actividad creadora encuentra muy pronto también el medio de comportarse convenientemente frente al mal.
El que se comprometa en el seguimiento de un entrenamiento oculto debe saber que tendrá por objetivo edificar y no demoler. Debe, pues, aportar a dicho entrenamiento una voluntad de trabajo sincera y desinteresada, y no de crítica destructiva. Debe ser capaz de devoción, porque cuando no se sabe todavía, hay que aprender y hay que mirar con respeto lo que se abre ante nosotros.
Amor al trabajo y devoción: tales son los sentimientos fundamentales que se le deben exigir al investigador. Más de uno constata que no avanza, o al menos así se lo parece, a pesar del trabajo que se toma. Esto resulta de que no ha comprendido el verdadero sentido del trabajo y de la devoción. Un trabajador tendrá tanto menos éxito cuanto más se le emprenda solamente con vistas al éxito, y el estudio hará avanzar menos deprisa cuanto menos acompañado vaya de la devoción. El único resorte del progreso es el amor al trabajo, no el amor al éxito. Si el estudiante intenta tener pensamientos justos y juicios seguros, que no recorte su devoción mediante la duda o la desconfianza.
Si se acoge la comunicación que se le hace a uno no repentinamente y sin meditarlo, por causa de una reacción personal, sino en un estado de ánimo tranquilo, respetuoso y confiado, no se trata en absoluto de una sumisión servil. Los que han obtenido algunos resultados en el conocimiento saben que lo deben todo, no a un juicio personal que se obstina sobre su posición, sino a su decisión de escuchar con calma y de elaborar a continuación lo que se ha recibido.
Se debe tener presente sin cesar en el espíritu que no se puede aprender nada de un hecho que se ha juzgado por adelantado. Si únicamente se quiere juzgar, en principio no se puede aprender ya nada. Es preciso tener la firme voluntad de convertirse en un “discípulo”. Si no se puede comprender algo, más vale abstenerse de juzgar que hacer un juicio falso; la comprensión vendrá más tarde.
A medida que se va ascendiendo por la escala de los grados del conocimiento, más se impone la necesidad de acoger las enseñanzas con calma y respeto. Toda actividad cognoscente, toda vida, toda acción en el mundo espiritual es infinitamente sutil y delicada en estas regiones superiores, comparada con las operaciones del entendimiento ordinario y de la vida en el mundo físico.
Cuanto más se amplía el campo de acción del individuo, más se cargan de sutileza las actividades que lleva entre manos. Y esto ocurre porque los hombres llegan a “opiniones” y a “puntos de vista” tan diferentes en lo concerniente a los mundos superiores. Sin embargo, en realidad no existe más que una opinión verdadera en lo que se refiere a las verdades supremas. Se puede acceder a ella elevándose a través del trabajo y la devoción hasta el punto en que se contempla la verdad bajo su real aspecto. Si uno se forma una opinión y mantiene que ésta es la única opinión verdadera, esto prueba que está insuficientemente preparado y que juzga todavía según sus preferencias, sus gustos, sus hábitos mentales.
No hay más que una manera de comprender un teorema matemático y lo mismo ocurre con las verdades del mundo superior. Pero antes que nada es preciso prepararse para poder llegar a tal “opinión”. Si se reflexionase suficientemente sobre esto, las condiciones impuestas por el instructor no sorprenderían a nadie.
Es perfectamente exacto que la verdad y la vida superior residen en cada ser humano, y que cada uno puede y debe encontrarlas por sí mismo. Pero ellas se han retirado a una gran profundidad, y sólo después de haber apartado todos los obstáculos es cuando se las puede sacar de allí. ¿Cómo conseguirlo?. Sólo quien tiene la experiencia del ocultismo puede responder a esta pregunta.
La ciencia espiritual da consejos en este sentido. Ella no impone a nadie ninguna verdad ni promulga ningún dogma: indica un camino. En el fondo, cualquiera podría encontrar por sí solo este camino, pero quizá después de un buen número de encarnaciones. Se llega, sin embargo, a recorrer el camino, por medio del entrenamiento oculto. Gracias a él, el hombre alcanza antes el momento de actuar en los mundos en que su trabajo espiritual puede contribuir a la salvación y el desarrollo de la humanidad.
He aquí las primeras indicaciones que es preciso dar sobre la manera de adquirir la experiencia la los mundos superiores. En el siguiente capítulo, esta exposición va a ir seguida de explicaciones sobre el cambio que se produce en el curso de esta evolución en los elementos superiores de la naturaleza humana, es decir, en el organismo psíquico (cuerpo astral) y en el espíritu o cuerpo de pensamiento. Así, las comunicaciones precedentes serán iluminadas por una nueva luz y se podrá penetrar más profundamente su sentido.            siguiente conferencia

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919