GA010 los grados de iniciación

LOS GRADOS DE INICIACION I

Las consideraciones que vamos a hacer a continuación constituyen los elementos de una disciplina espiritual cuyo nombre y naturaleza se presentarán claramente a todos aquellos que sepan aplicarlos como es debido.
Se relacionan con los tres grados que la escuela de la vida espiritual hace franquear para llevar a un cierto nivel de iniciación. Naturalmente, aquí sólo se encontrará lo que puede ser expuesto al público.
Se trata de indicaciones que han sido extraídas de un aprendizaje íntimo, mucho más profundo. El propio entrenamiento de lo oculto hace pasar por una formación muy precisa. Determinados ejercicios tienen por finalidad poner el alma del discípulo conscientemente en relación con el mundo espiritual. Estos ejercicios se relacionan con el contenido de este libro casi como la enseñanza de una escuela superior, cuyo reglamento es muy severo, se relaciona con los conocimientos elementales impartidos ocasionalmente en una escuela preparatoria. Y sin embargo, si se ponen en práctica con conciencia y perseverancia las indicaciones que aquí se encontrarán, el resultado será que se desembocará en una auténtica formación oculta, mientras que un intento prematuro, emprendido sin poseer estas cualidades de conciencia y perseverancia, no daría lugar al menor resultado apreciable.
El trabajo oculto no puede tener éxito más que si se tienen en cuenta las condiciones descritas más arriba y se continúa avanzando según estas premisas.
Los grados establecidos por la tradición a la que nos hemos referido son los tres siguientes:
1- La preparación.
2- La iluminación.
3- La iniciación.
No es absolutamente necesario que estos tres grados se sigan en un orden riguroso; no hace falta que el primero sea franqueado enteramente antes que el segundo, y éste antes que el tercero. En ciertos aspectos, se puede participar ya en la iluminación, inclusive parcialmente en la iniciación, mientras que en otros se encuentre uno todavía en la etapa de la preparación. Sin embargo, es necesario haber consagrado un cierto tiempo a la preparación antes de que pueda apuntar siquiera una iluminación. Y esta iluminación debe haberse producido por lo menos sobre ciertos puntos si se quiere abordar la iniciación. Pero, para simplificar la descripción, describiremos aquí los tres grados, uno a continuación del otro.

La preparación.

La preparación consiste en un entrenamiento muy particular de la vida de los sentimientos y de los pensamientos. Este entrenamiento dota al “cuerpo” del alma y al “cuerpo” del espíritu de instrumentos, es decir, de sentidos y de órganos de actividad de naturaleza superior, de la misma manera que las fuerzas de la naturaleza extraen de la materia viva indiferenciada los órganos de los que está provisto el cuerpo físico.
Para comenzar, hay que dirigir la atención hacia ciertos fenómenos del mundo que nos rodea. Estos fenómenos son, de una parte, los de la vida en estado de germinación, de crecimiento y de expansión; de otra parte, los que presentan una vida que se marchita, se mustia, languidece. Por todas partes por donde se mire aparecen semejantes fenómenos. Por todas partes despiertan naturalmente sentimientos y pensamientos. Pero, en las circunstancias ordinarias, el hombre no se entrega suficientemente a estos sentimientos y a estos pensamientos; experimenta con demasiado apremio la necesidad de pasar de una sensación a otra. Ahora bien, se trata ahora de dirigir su atención sobre estos fenómenos con intensidad y con plena conciencia. Allí donde encuentra el crecimiento y la floración bajo una forma bien caracterizada, el hombre debe desterrar de su alma toda impresión extraña y, durante algunos instantes, abandonarse exclusivamente a esta sensación única. Pronto constatará que un sentimiento que en otras circunstancias, anteriormente, no habría hecho más que atravesar su alma, crece dentro de él y adopta una forma poderosa y segura; que él deja ahora vibrar en sí con la calma requerida el eco de este sentimiento y que logre que se instale en su alma un silencio perfecto; que se aísle del resto del mundo para seguir únicamente los que brotan en él como respuesta al fenómeno del crecimiento y de la expansión.
Pero que sobre todo no crea que el progreso consiste en embotar sus sentidos respecto al mundo. Por el contrario, antes que nada debe observar con toda intensidad y tanta exactitud como sea posible el objeto exterior. A continuación, sólo que se entregue a los sentimientos así despiertos, a los nuevos pensamientos que ascienden a su alma. El objeto del ejercicio es concentrar la atención simultáneamente sobre las dos cosas: el fenómeno exterior y su eco interior, y esto en un perfecto equilibrio de fuerzas. Si se encuentran la calma necesaria y con el tiempo, se abandona a los movimientos suscitados de esta forma en el alma, se tendrá la experiencia siguiente: se verá germinar en sí todo un nuevo orden de sentimientos y de pensamientos que nunca, antes, se había conocido. Cuanto más se dirija la atención, tanto sobre las cosas que se marchitan, languidecen y mueren, más también estos sentimientos adquirirán vitalidad. Gracias a estos sentimientos y a estos pensamientos se edificarán los órganos de la clarividencia, al igual que los oídos y los ojos del cuerpo físico se construyen, bajo la acción de las fuerzas de la naturaleza, con la sustancia que deviene materia viviente. Sentimientos de una forma completamente particular van unidos al crecimiento y al devenir; otros sentimientos no menos precisos van unidos al decrecimiento y al ajamiento, pero sólo cuando el cultivo de estos sentimientos se ha procurado de la manera descrita.
Es posible ofrecer una descripción aproximada de ellos. Cualquiera puede hacerse personalmente una representación completa de cómo son, si ha pasado por estas experiencias. Si usted ha aplicado a menudo su atención a los fenómenos del devenir, de la expansión, de la floración, experimentará algo que presenta analogías lejanas con la impresión que produce una salida del sol. Y, a la vista de lo que se marchita, languidece y se mustia, se experimentará un sentimiento que recuerda el lento ascenso de la luna por encima del horizonte. Estos dos sentimientos son dos fuerzas que, mediante un entrenamiento apropiado, mediante una práctica cada vez más viva, conducen a resultados espirituales de la mayor importancia.
El que se entrega a este entrenamiento con perseverancia, regularidad y método, ve abrirse ante él un mundo nuevo: el mundo psíquico, lo que se llama el mundo astral, comienza a levantarse, a iluminarse como una aurora. El crecimiento y el decrecimiento no son ya para él, como anteriormente, unos hechos que le despiertan unas sensaciones vagas, sino realidades que se expresan en líneas y en figuras espirituales, cuya existencia no se había sospechado con anterioridad. Además, estas líneas y estas figuras adquieren nuevos aspectos para cada nuevo fenómeno: una flor en el momento de abrirse hace surgir mágicamente una figura precisa, de la misma manera que un animal en vías de crecimiento, o un árbol que se está marchitando, tienen también su figura correspondiente.
Poco a poco, el mundo psíquico (o astral) se despliega lentamente delante de él. En estas líneas y estas figuras no hay nada de arbitrario. Dos investigadores que se encuentren en el mismo grado de entrenamiento percibirán líneas y figuras idénticas para el mismo fenómeno. Del mismo modo que, con toda certeza, dos hombres que estén dotados de una visión normal ven redonda una mesa redonda y no es posible que uno la vea redonda y el otro cuadrada; del mismo modo, digo, podemos estar seguros de que la misma figura espiritual se le aparece a dos almas que contemplan una flor que se abre.
De la misma manera que la historia natural describe las formas de las plantas y los animales, un hombre versado en la ciencia de lo oculto describe o dibuja las formas espirituales de los seres en vías de crecimiento o de extinción.
Cuando es estudiante ha llegado al punto de poder contemplar bajo su forma espiritual fenómenos igualmente perceptibles por sus ojos físicos, no está ya muy lejos de poder ver cosas que no tienen ninguna existencia física y que, por consiguiente, permanecen íntegramente escondidas (ocultas) para todo aquel que ignora la ciencia secreta.
Es preciso insistir sobre un punto: el investigador no debe perderse en reflexionar respecto al significado de lo que ve. Este trabajo intelectual no le serviría más que para apartarle del buen camino. Lo que tiene que hacer es abrirse al mundo sensible sin prevención, con buen sentido, con penetración, y abandonarse después a sus propios sentimientos. En cuanto a lo que significan las cosas no es a él a quien le toca deducirlo con sus especulaciones; que intente más bien comprender lo que le dicen estas cosas en su lenguaje *.
Otro punto importante es el que la ciencia secreta denomina orientación en los mundos superiores. A ella se accede penetrándose enteramente de la conciencia de que los sentimientos y los pensamientos son hechos reales, con el mismo derecho que las sillas, las mesas u otros objetos lo son en el mundo físico. En el mundo de las almas y en el mundo de las ideas se produce una reciprocidad de acciones y de reacciones como en el mundo sensible se producen entre las cosas físicas. Mientras no se esté completamente penetrado de esta convicción no se podrá creer que un pensamiento erróneo puede hacer tanto mal a los otros pensamientos que animan el espacio mental como el disparo de luna bala a ciegas sobre los objetos físicos que alcance con su impacto. Muchas personas que quizá no podrían jamás llevar a cabo una acción que consideren como contrarias a la razón, no verán ningún mal en alimentar pensamientos o sentimientos falsos que creen que no tienen ningún efecto sobre el resto del mundo. Sin embargo, no se progresará en la ciencia oculta si no se vigilan los propios pensamientos y sentimientos con tanta atención como en el mundo físico se tiene cuidado de dónde se pone el pie. Si usted ve un muro, con seguridad que no intentará avanzar a su través, sino que lo rodeará, dirigiendo sus pasos según las leyes que rigen el mundo físico
LOS GRADOS DE INICIACIÓN-II
Ahora bien, existen leyes semejantes en el mundo de las almas y los espíritus. Pero allí ellas no se imponen desde el exterior, sino que deben emanar de la vida del alma. La forma de observar esas leyes es abstenerse en todo momento de pensamientos y de sentimientos deformados. En adelante, hay que prohibirse pues dejarse llevar por las ensoñaciones, ceder al juego de la imaginación, al capricho de los sentimientos. No empobrecerse de ese modo la sensibilidad o, de lo contrario, se constatará que los sentimientos no se hacen lo suficientemente ricos y la imaginación no se hace verdaderamente creadora; esto sólo se consigue si se controla el curso de la vida interior. En lugar de un sentimentalismo pueril y de arbitrarias asociaciones de ideas, surgen sentimientos llenos de sentido y pensamientos fecundos. Estos sentimientos y estos pensamientos disciplinados permiten al hombre orientarse en el mundo espiritual. Aprender a establecer relaciones justas entre sí mismo y las realidades del espíritu. Esta disciplina tiene las consecuencias precisas. Del mismo modo que, en la vida física, se encuentra el camino a través de cosas físicas, ahora debe saberse orientar entre los fenómenos de crecimiento y de marchitamiento que acaba de profundizar de la manera descrita con anterioridad. En adelante se observara todo cuanto brota y se extingue, todo lo que florece y muere, como lo exige el propio bien del hombre y el del universo.
El investigador debe después cultivar las relaciones con el mundo de los sonidos. Hay que distinguir entre los sonidos debidos a objetos inanimados (un cuerpo que cae, el repicar de una campana, el sonido de un instrumento musical) y los sonidos emitidos por un ser viviente, animal y hombre. Oír el repique de una campana es percibir únicamente el sonido y experimentar por su causa un sentimiento agradable; pero oír el grito de un animal es, además de este sentimiento, discernir también, detrás de ese sonido, la manifestación de lo que el animal siente en su interior, placer o sufrimiento.
Es de este segundo tipo de sonidos de los que se debe ocupar el discípulo. Debe aplicar toda su atención para recibir, de aquel sonido que oye, una información sobre un acontecimiento que ocurre fuera de él mismo; debe sumergirse en un elemento extraño; debe ligar estrechamente su sentimiento al dolor o a la alegría que ese sonido le revela, hacer abstracción de sí mismo sin buscar si para él el sonido es o no agradable, placentero o antipático. Solamente una cosa debe ocupar al alma: lo que ocurre en el interior del ser que emite el sonido. Mediante estos ejercicios, concebidos metódicamente, se adquiere la facultad de vibrar, por así decir, al unísono con otro ser.
Un hombre dotado de sentido musical encontrará que este cultivo de su sensibilidad le resulta más fácil que para aquél que no lo está; pero, sobre todo, no hay que creer que el sentido musical reemplaza por sí solo la necesaria disciplina.
El estudiante debe aprender a experimentar, a sentir de este modo la naturaleza entera. Por este medio, siembra gérmenes nuevos en el mundo de ideas y de sus sentimientos. La naturaleza comienza entonces a revelar sus misterios por mediación de los sonidos que expresan la vida. Así, lo que con anterioridad no era para el alma más que un ruido ininteligible se convierte en un lenguaje pleno de sentido. Allí donde antes no se creía percibir más que un sonido— las resonancias de los cuerpos llamados inanimados — el discípulo comienza a percibir ahora un nuevo lenguaje del alma; si se progresa en este cultivo de los sentimientos, pronto se constatará que se pueden oír determinados sonidos cuya existencia ni siquiera se había sospechado antes. Es que se comienza a oír con el alma.
Para aquellos que alcanzan la cima de lo que se puede obtener en este dominio, hay que añadir un nuevo progreso. Para ellos, resulta muy importante la manera cómo escucha a los demás. Es preciso que se acostumbren a hacerlo de tal suerte que, durante el tiempo que están escuchando a quienes les hablan, todo se calle en su interior.
Por ejemplo, si alguien expresa una opinión y se le está escuchando, por lo general, en uno se despierta una reacción, sea de aprobación, de objeción, o de rechazo, y mucha gente se sentirá impulsada a expresar, su acuerdo, su crítica, o su total desacuerdo. Es necesario llegar a reducir al silencio tanto la expresión de asentimiento, como de refutación o de simple comentario.
Naturalmente, no se trata de cambiar completamente y de golpe la propia manera de ser, ni de intentar continuamente hacer reinar en el fondo de sí ese perfecto silencio interior. Hay que comenzar por observarlo en ciertos casos particulares, elegidos con discernimiento. Después, poco a poco, esta manera de escuchar se implantará entre las costumbres de uno.
Este ejercicio se practica metódicamente en la investigación espiritual. Uno se obliga primero, a plazo fijo, a prestar oído atento a los pensamientos más contradictorios y a abstenerse, cuando se les está escuchando exponer, de todo juicio reprobador. Pero, entiéndase bien: no se trata solamente —y eso es lo verdaderamente importante— el prohibirse expresar un juicio razonado; es absolutamente necesario reprimir toda impresión de disgusto, de alejamiento e inclusive de atracción. El estudiante debe en particular observarse a sí mismo con penetración, a fin de evitar que estas tendencias, que quizá, aparentemente, han desaparecido, no persistan muy en el trasfondo del alma. Deberá, por ejemplo, oír hablar a personas que en un cierto sentido, le son muy inferiores (en preparación cultural, en especialización sobre un determinado tema), y reprimir durante todo ese tiempo cualquier sombra de sentimiento de superioridad, de suficiencia. En este orden de ideas, para todos resultará útil escuchar de esta manera a los niños. Hasta el hombre más sabio puede aprender de los pequeños una inmensa lección.
Así, el hombre llega a saber escuchar a otro con un desasimiento perfecto, un desprendimiento completo, una abstracción total de su propia persona, de su manera de ver y de sentir.
Si de este modo se ejercita en escuchar sin espíritu crítico, entonces, aunque se exprese delante de él la opinión más contraria a la que él pueda tener sobre una determinada materia, la idea más descabellada, la hipótesis más extravagante, poco a poco aprende a fundirse enteramente con la individualidad de otro ser, a penetrar completamente dentro de él.
A través de las palabras, pueden oírse la voz interior de otra alma. Si se perseverase en un ejercicio de este género, el sonido se convertiría para él en el mejor agente para percibir el alma y el espíritu. Para ello es preciso sin duda un gran dominio de sí mismo, y se termina siendo conducido a un fin elevado. Sobre todo, cuando este ejercicio se lleva a cabo, alcanzan a escuchar a la naturaleza mediante el arte de escuchar, un nuevo sentido del oído se despierta: se vuelve uno capaz de captar informaciones que emanan del mundo espiritual y que no logran expresarse a través de los sonidos exteriores, perceptibles por el oído físico. Entonces se oye “el verbo interior” y se revelan a uno progresivamente verdades de origen espiritual. Se escucha “en espíritu” *.
Todas las más altas verdades son accesibles a este “verbo interior”; es de esta manera como se puede llegar a tener conciencia de las enseñanzas que se pueden recoger de todo verdadero investigador.
Esto no quiere decir que sea inútil entregarse al estudio de obras concernientes a la ciencia oculta antes de haber logrado percibir este lenguaje interior. Por el contrario, leyendo estos escritos, escuchando la enseñanza de los Maestros, se prepara uno para acoger en sí mismo el conocimiento.
Todo elemento de ciencia oculta que se oye está hecho para dirigir hacia el objetivo, hacia la meta, una meta que se alcanzará si el alma hace verdaderos progresos.
A todo lo que llevamos dicho debe pues añadirse lo más pronto posible el estudio celoso de la ciencia comunicada por los ocultistas. En todo entrenamiento, este estudio forma parte de la preparación; y se haría muy bien en emplear todos los demás medios, pues no se lograría nada si no se lograra asimilar las enseñanzas ocultas. Porque ellas proceden del “verbo interior” viviente, ya que ellos vienen impulsados hacia las fuentes vivas de la revelación directa; por todo esto, digo, ellos poseen en efecto una vida espiritual.
Y éstas no son simples palabras, sin fuerzas de vida. Mientras que se sigan las palabras de un Iniciado, mientras que se lea un libro inspirado en una verdadera experiencia interior, una serie de fuerzas actuaran en cada uno, las cuales pueden hacernos clarividentes con tanta seguridad como las fuerzas de la naturaleza física han sacado de la substancia viviente los ojos y los oídos.
*-1 Es necesario hacer notar que la sensibilidad artística, si va unida a una naturaleza meditativa y concentrada, es la mejor condición para el desarrollo de las facultades espirituales. La sensibilidad artística tiene, en efecto, el poder de penetrar bajo las apariencias para descubrir el misterio de las cosas.
*-2 Sólo se puede oír la voz de los Seres superiores de los que habla la ciencia de lo oculto si se ha vuelto uno capaz de escuchar así, desde el interior, en medio de un total silencio, sin la menor ráfaga de opinión personal, lo que se dice delante de nosotros. Estos seres del mundo espiritual se callan también durante tanto tiempo como se logra proyectar todavía sobre todos los sonidos que se oyen, la reacción de los sentimientos personales.

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919