GA234 introducción a la antroposofía VIII

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Antroposofía, Introducción


Los sueños, el conocimiento imaginativo 

y la construcción del destino


GA 0234 Conferencia VIII Dornach 9 de febrero de 1924


Ayer traté de mostrar cómo un estudio más minucioso de la vida onírica del hombre puede llevarnos hacia la Ciencia Iniciática. En cierto sentido, el punto de vista era el mismo que el de la conciencia ordinaria. Hoy mi tarea será adentrarme más profundamente en el mismo tema desde el punto de vista del conocimiento "imaginativo", es decir, presentar lo que estuvimos estudiando ayer tal como le parece a quien ya ha aprendido a ver el mundo en "imaginaciones".
Por el momento, pasaremos por alto la diferencia entre los dos tipos de sueños que discutimos ayer, y consideraremos los sueños como tales. Será un acercamiento sólido describir la visión imaginativa en relación con los sueños que un hombre dotado de imaginación puede tener. Comparemos tal sueño con la auto-percepción alcanzada por el vidente imaginativo cuando mira retrospectivamente a su propio ser, (cuando observa imaginativamente sus propios órganos o los de otros), o, tal vez, la totalidad del ser humano como un organismo completo. Podrán ustedes ver, que la apariencia del mundo de los sueños ante la conciencia imaginativa es muy diferente de su apariencia ante la conciencia ordinaria. Eso mismo es válido también para el organismo físico y etérico. Bien es verdad, que el vidente imaginativo también puede soñar; y en determinadas circunstancias sus sueños serán tan caóticos como los de otras personas. 
Según su propia experiencia, puede juzgar muy bien el mundo onírico; porque, al lado de la vida imaginativa que está interiormente coordinada, clara y luminosa, el mundo onírico sigue su curso ordinario, al igual que lo hace al lado de la vida de vigilia. A menudo he hecho énfasis que quien alcanza una percepción realmente espiritual no se convierte en un soñador o entusiasta, que solo vive en los mundos superiores sin ver la realidad externa. Las personas que sueñan alguna vez en mundos superiores, o acerca de ellos, y no ven la realidad externa, no son iniciados; deben considerarse desde un punto de vista patológico, al menos en el sentido psicológico del término.
El verdadero conocimiento iniciático no lo aleja de la vida física ordinaria y sus diversas relaciones. Por el contrario, lo convierte en un observador más esmerado y concienzudo aún sin la facultad de videncia. De hecho, podemos decir: si un hombre no tiene sensibilidad para las realidades ordinarias, si carece de interés por las realidades ordinarias, si no muestra interés por los detalles de la vida de los demás, si es tan "superior" que navega por la vida sin preocuparse por sus detalles, demuestra que no es un vidente genuino. 
Un hombre con cognición imaginativa (por supuesto, también puede tener cognición "inspirada" e "intuitiva", pero en la actualidad solo estoy hablando de "imaginación") conoce bastante bien la vida onírica por su propia experiencia. Sin embargo, su concepto de los sueños es diferente. Siente el sueño como algo con lo que está conectado, con lo que se une mucho más fuerte de lo que es posible a través de la conciencia ordinaria. Puede tomar los sueños más en serio. De hecho, solo la imaginación justifica que tomemos nuestros sueños en serio, ya que nos permite mirar, por así decirlo, detrás del sueño y comprender su curso dramático: sus tensiones, resoluciones, catástrofes y crisis, en lugar de su contenido detallado. 
El contenido individual nos interesa menos, incluso antes de adquirir imaginación; Estamos más interesados en estudiar si el sueño conduce a una crisis, o al gozo interno, a algo que encontramos fácil o que resulta difícil, y cosas por el estilo.
Lo que no le interesa a la conciencia ordinaria, el curso del sueño, lo que podríamos llamar la calidad dramática del sueño, es justamente lo que más comienza a interesarnos. Podemos ver lo que hay detrás de las escenas de la vida onírica y, al hacerlo, nos damos cuenta de que tenemos ante nosotros, de una manera bastante definida, algo relacionado con el ser espiritual del hombre. Vemos que el sueño, (en un sentido espiritual), es al ser humano, como la semilla es a la planta. 
Aprendemos por el contenido del sueño, sobre todo, en esta escenificación del sueño, a ver el germen de la persona espiritual. Aprendemos a comprender lo que es realmente ajeno a su vida actual, tal como la semilla tomada de la planta en el otoño de un año dado, es ajena para la vida de la planta de ese año y solo será integrada en el crecimiento de la planta del año siguiente. Solo esta forma de estudiar el sueño es lo que le da a la conciencia imaginativa sus impresiones más fuertes; porque, en nuestro propio ser soñador, cada vez detectamos más que llevamos dentro de nosotros algo que pasa a nuestra próxima vida en la tierra, germinando entre la muerte y un nuevo nacimiento y creciendo en nuestra siguiente vida terrenal. Es la semilla de esta próxima vida terrenal lo que aprendemos a sentir en el sueño.
Esto es extremadamente importante y se confirma aún más que es una experiencia de fuerte sensación, comparándola con la percepción que podemos tener de un ser humano físico de pie ante nosotros con sus diversos órganos. Esta percepción también cambia para la conciencia imaginativa, de modo que tenemos la sensación como cuando una planta fresca, verde y floreciente que hemos conocido comienza a desvanecerse. Cuando, en la conciencia imaginativa, observamos los pulmones, el hígado, el estómago y, sobre todo, el cerebro como órganos físicos, nos decimos a nosotros mismos que estos, con respecto a lo espiritual, se están marchitando.
Ahora dirán que no puede ser agradable resaltar, en la imaginación, a un hombre físico como un ser marchitándose. Bueno, nadie que conozca la Ciencia Iniciática les dirá que solo está allí para ofrecer verdades agradables a los hombres. Tiene que decir la verdad, no halagar. Por otro lado, deben acordarse que, mientras aprendemos a conocer al hombre físico como un ser marchitándose, percibimos en él al hombre espiritual; en cierto sentido, no pueden ver brillar al hombre espiritual sin aprender a conocer lo físico como un ser marchito y decadente.
Por lo tanto, la apariencia del hombre no se vuelve más fea sino más bella, y también más verdadera. Y cuando uno puede percibir el marchitamiento de los órganos del hombre, que es un proceso espiritual, estos órganos con su contenido etérico aparecen como algo que ha venido del pasado, de la última vida en la tierra, y ahora se está marchitando. De esta manera, realmente llegamos a ver que dentro del proceso de marchitamiento se está formando la semilla de una vida futura que procede del ser humano de una vida anterior en la tierra.
La cabeza humana se está marchitando más; y para la percepción imaginativa, en el sueño aparece como una emanación de la cabeza humana. Por otro lado, el organismo metabólico y de las extremidades aparecen para la visión imaginativa que se está marchitando menos que el resto. Aparece muy similar al sueño ordinario; está menos desvanecido y más unido, en forma y contenido, con el futuro del hombre. La organización rítmica contenida en el pecho es el enlace de conexión entre ellos, manteniendo el equilibrio. Para la percepción espiritual únicamente el corazón humano es el que aparece como un órgano destacable. También se ve que se está marchitando; sin embargo, visto imaginativamente, conserva casi su forma física, solo embellecida y ennoblecida (digo "casi", no "completamente").
Habría una cierta dosis de verdad si pintásemos la apariencia espiritual del hombre de la siguiente manera: un semblante comparativamente sabio, tal vez incluso algo envejecido; manos y pies pequeños e infantiles; alas para indicar lejanía de la tierra; y el corazón que indicase de alguna u otra forma que recuerda al órgano físico.
Si podemos percibir al ser humano de manera imaginativa, el cuadro que podríamos intentar pintar no será simbólico (en el sentido peyorativo que el simbolismo tiene hoy). No sería vacío e insípido, sino que contendría elementos de existencia física mientras que, al mismo tiempo, trascendería lo físico. También se podría decir, hablando paradójicamente (cuando se habla del mundo espiritual, uno hasta cierto punto, debe comenzar a hablar en paradojas porque el mundo espiritual realmente aparece bastante diferente del físico): cuando comenzamos a percibir al hombre con imaginación, sentimos con respecto a su cabeza: ¡Cuán intensamente debo pensar si tengo que mantenerme aferrado a mi mismo contra esta cabeza! Contemplando la cabeza humana con conciencia imaginativa, uno se siente gradualmente débil, ya que con los pensamientos más penetrantes adquiridos en la vida diaria no se puede abordar fácilmente esta maravillosa estructura física de la cabeza humana. 

Ahora se transforma en algo espiritual y su forma es aún más maravillosa a medida que se marchita, mostrando su forma tan claramente. Porque las circunvoluciones del cerebro en realidad parecen contener, en una forma marchita, profundos secretos de la estructura del mundo. Cuando comenzamos a comprender la cabeza humana, contemplamos profundamente estos secretos cósmicos y, sin embargo, nos sentimos continuamente desconcertados en nuestros intentos.
Por otro lado, cuando tratamos de comprender el sistema metabólico y de las extremidades con conciencia imaginativa, nos decimos a nosotros mismos: el agudo intelecto no nos ayuda aquí; debería dormir  adecuadamente y soñar con el hombre, ya que solo el hombre comprende esta parte de su organización soñando mientras está despierto.
Como pueden ver, cuando comencemos a estudiar la organización física del hombre imaginativamente, debemos proceder a un modo de percepción altamente diferenciado. Debemos ser inteligentes, terriblemente inteligentes, cuando estudiamos su cabeza. Debemos convertirnos en soñadores al estudiar su sistema metabolico y de las extremidades. Y realmente debemos movernos de un lado a otro, por así decirlo, entre soñar y despertar si queremos captar, en una visión imaginativa, la maravillosa estructura del sistema rítmico del hombre. Pero todo esto representa las reliquias de su última vida en la tierra. Lo que experimenta en el estado de vigilia es la reliquia de su última vida; esta interviene en su vida actual, dándole todo cuanto le atribuí ayer cuando dije acerca de su vida de acción, por ejemplo, que solo la mayor parte de las acciones del hombre con las que puede soñar son realmente realizadas por él mismo; el resto lo hacen los dioses en y a través de él. El presente está activo hasta este punto; todo lo demás proviene de sus antiguas vidas terrenales. Esto lo vemos cuando tenemos un hombre delante de nosotros y percibimos su organización física marchitándose. Y si miramos lo que el hombre sabe sobre sí mismo mientras sueña, (mientras duerme para entendernos), tenemos ante nosotros lo que el hombre se está preparando para la próxima vida en la tierra. Estas cosas se pueden distinguir fácilmente. 
Así pues, la imaginación conduce directamente del estudio del hombre despierto y dormido, hacia una percepción de su desarrollo de una vida terrenal a otra.
Ciertamente, lo que se conserva en la memoria ocupa un lugar bastante especial tanto en el hombre despierto, como en el hombre dormido. Consideren sus recuerdos ordinarios. Los recuerdos ustedes los sacan de su interior en forma de pensamientos o representaciones mentales; en las cuales ustedes mismos se representan experiencias pasadas. Estas, como saben, pierden su viveza en la memoria, (su capacidad de impresionar, el color, etc). Las experiencias recordadas son pálidas. Pero, por otro lado, la memoria no puede sino estar muy estrechamente relacionada con el ser del hombre; de hecho parece ser su propio ser. El hombre no suele ser lo suficientemente honesto en su alma para hacerse la confesión necesaria; pero yo les pido que se miren a si mismos para descubrir lo que realmente son con respecto a lo que llaman su ego. ¿Hay algo al lado de sus recuerdos? Si intentan llegar hasta su ego, apenas encontrarán nada más que los recuerdos de su vida. Es cierto que los encuentran impregnados por un tipo de actividad, pero esta sigue siendo muy sombría y oscura. Son sus recuerdos los que, para la vida terrenal, aparecen como su ego vivo.
No obstante, este mundo de recuerdos que basta con evocarlo para darse cuenta de lo completamente sombríos que son: ¿Cuales de ellos se convierten en cognición imaginativa? Se "expanden" de inmediato; se convierte en un poderoso cuadro escénico a través del cual examinamos, en imágenes, todo lo que hemos experimentado en nuestra vida actual en la tierra. Se podría decir: si este [falta el dibujo] es el  hombre, y este es el recuerdo dentro de él, la imaginación de inmediato extiende este recuerdo hasta su nacimiento. Se siente uno fuera del espacio; Aquí todo consiste en eventos. Se contempla como en un escenario y examina todo el panorama de la vida hasta el presente. El tiempo se convierte en espacio. Es como mirar una avenida; uno toma todo el pasado en un cuadro o panoramica, y puede hablar de la expansión de la memoria. En la conciencia ordinaria, la memoria se confunde, por así decirlo, con un solo momento a la vez. De hecho, es realmente como sigue: si, por ejemplo, hemos alcanzado la edad de cuarenta años y estamos recordando, no en "imaginación", sino en la conciencia ordinaria, algo experimentado hace veinte años, es como si estuviera lejos en el espacio, pero aún está allí. Ahora bien, en el conocimiento imaginativo, se ha mantenido; ya no desaparece. Está ahí. Así es como contemplamos el cuadro y sabemos que el recuerdo que llevamos con nosotros en la conciencia ordinaria es una fatal ilusión. Tomarlo como una realidad es como tomar una sección transversal del tronco de un árbol por el tronco del árbol mismo.  

Tal sección no es realmente nada en absoluto; el tronco está encima y debajo de la mera imagen así obtenida. Sin embargo es realmente así cuando percibimos recuerdos en cognición imaginativa. Detectamos la absoluta irrealidad de los elementos individuales; el todo se expande casi hasta el nacimiento, en ciertas circunstancias aún más. Todo lo que es pasado se convierte en presente; está allí, aunque en la periferia.
Una vez que hemos comprendido esto, una vez que hemos alcanzado esta percepción, podemos saber, y volver a observar en cualquier momento, que el hombre cuando deja su cuerpo físico al morir revisa este cuadro. Esto dura algunos días y es su elemento natural de la vida. Al pasar por la puerta de la muerte, el hombre contempla, para empezar, su vida en poderosas imágenes, luminosas e impresionantes. Esto constituye su experiencia por algunos días.
Pero ahora debemos avanzar más en la cognición imaginativa. A medida que lo hacemos, nuestra vida se enriquece de cierta manera y, en consecuencia, entendemos muchas cosas de una manera diferente a la anterior. Consideren, por ejemplo, nuestro comportamiento hacia otras personas. En la vida ordinaria podemos, en casos individuales, pensar en las intenciones que hemos tenido, las acciones que hemos realizado, nuestra actitud hacia los demás. Pensamos en todo esto, más o menos, de acuerdo a que somos personas más o menos reflexivas. Pero ahora todo esto está ante nosotros. En nuestra idea de nuestro comportamiento, solo captamos una parte de la realidad completa. Supongamos que hemos prestado un servicio a otro o una lesión. Aprendemos a ver los resultados de nuestra buena acción, la satisfacción con el otro hombre, tal vez su avance en este o aquel aspecto, es decir, vemos los resultados resultantes de nuestra acción en el mundo físico. Si hemos cometido un acto malvado, llegamos a ver que lo hemos herido, vemos que sigue insatisfecho o, tal vez, incluso sufrió daños físicos. Todo esto se puede observar en la vida física si no nos desentendemos de ello, porque encontramos desagradable observar las consecuencias de nuestros actos.
Esto, sin embargo, es solo una vertiente. Cada acción que hacemos a los seres humanos, o de hecho a los otros reinos de la Naturaleza, tiene otra vertiente. Supongan que hacen una buena acción a otro hombre. Tal acción tiene su existencia y su significado en el mundo espiritual; allí enciende el calor; Es, en cierto sentido, una fuente de rayos espirituales de calor. En el mundo espiritual, el "calor anímico" fluye de una buena acción, y la "frialdad anímica" de una mala acción infligida a otros seres humanos. Es realmente como si uno engendrara calor o frialdad en el mundo espiritual conforme el comportamiento de uno hacia los demás. Otras acciones humanas actúan como rayos brillantes y luminosos en esta o aquella dirección en el mundo espiritual; otros tienen un efecto de oscurecimiento. En resumen, uno puede decir que realmente solo experimentamos la mitad de lo que logramos en nuestra vida en la tierra.
En este punto, al alcanzar la conciencia imaginativa, lo que la conciencia ordinaria ya conoce, realmente se desvanece. Si un hombre está siendo ayudado o herido es para que la conciencia ordinaria lo reconozca; pero el efecto de un acto, ya sea bueno o malo, sabio o tonto, en el mundo espiritual: su acción de calentamiento o enfriamiento, iluminación u oscurecimiento (hay múltiples efectos), todo ello surge ante la conciencia imaginativa y comienza a estar allí para nosotros. Y nos decimos a nosotros mismos: "El hecho que no supiera todo esto cuando permitía que mi conciencia ordinaria funcionara en las acciones, no significa que no estuvieran allí. Creer que lo que no sabía de mis acciones (las fuentes de rayos luminosos y cálidos, etc.) significa que no estuvieran allí porque no los veías ni experimentaba". No lo crean. Todo lo han experimentado en su subconsciencia; han pasado por todo esto. Así como los ojos espirituales de su conciencia superior lo ven ahora, así, mientras estaban ayudando o perjudicando a otro por un acto amable o malvado, su subconsciente experimentó su significado paralelo para el mundo espiritual.
Además: cuando hemos progresado y alcanzado una intensificación suficiente de la conciencia imaginativa, no solo contemplamos el panorama de nuestras experiencias, sino que nos damos cuenta de que no somos seres humanos completos hasta que no hayamos vivido este otro aspecto de nuestras acciones terrenales, que habían permanecido subconscientes antes. Comenzamos a sentirnos bastante mutilados frente a este panorama de la vida que se extiende desde el nacimiento o más allá. Es como si algo nos hubiera sido arrancado. Nos decimos continuamente: tú también deberías haber experimentado ese aspecto; estás realmente mutilado, como si te hubieran quitado un ojo o una pierna. Realmente te han faltado la mitad de tus experiencias. Esto debe surgir en el curso de la conciencia imaginativa; debemos sentirnos mutilados de esta manera con respecto a nuestras experiencias. Sobre todo, debemos sentir que la vida ordinaria nos está ocultando algo.
Este sentimiento es especialmente intenso en nuestra era materialista actual. Hoy los hombres simplemente no creen que las acciones humanas tengan ningún valor o importancia más allá de eso para la vida inmediata que trascurre en el mundo físico. Se considera, más o menos, como una locura declarar que en el mundo espiritual tiene lugar algo más. Sin embargo, está ahí. Este sentimiento de mutilación viene antes de la conciencia "inspirada" y uno se dice a sí mismo: debo hacer posible que yo mismo experimente todo lo que no he podido experimentar; Sin embargo, esto es casi imposible, excepto en algunos detalles y en un grado muy limitado.
Este estado de ánimo trágico es lo que pesa sobre alguien que ve más profundamente en la vida. Hay tanto en la vida que no podemos cumplir en la tierra. En cierto sentido, debemos incurrir en una deuda con el futuro, admitiendo que la vida establece tareas que no podemos completar en esta vida terrenal actual. Tenemos que seguir estando en deuda con el universo, diciendo: Solo podré experimentar eso cuando haya pasado por la muerte. La Ciencia Iniciática nos trae este gran enriquecimiento de la vida, aunque a menudo trágico; sentimos este inevitable endeudamiento con la vida y reconocemos la necesidad de deber a los dioses lo que solo podemos experimentar después de la muerte. Solo entonces podemos entrar en una experiencia tal como se la debemos al universo.
Esta conciencia de que nuestra vida interior debe, en parte, seguir su curso contrayendo deudas con el futuro después de la muerte, conduce a una inmensa profundización de la vida humana. La ciencia espiritual no solo está allí para que podamos aprender esto o aquello teóricamente. El que lo estudia como se estudian otras cosas, sería mejor que estudiara un libro de cocina. Entonces, al menos, se vería impulsado a estudiar de una manera más allá de la simple teoría, ya que la vida, principalmente la vida del estómago y todo lo relacionado con ella, se encarga de que tomemos un libro de cocina más en serio que una simple teoría. Es necesario que la ciencia espiritual, al acercarse al hombre, profundice su vida con respecto al sentir.
Nuestra vida se profundiza inmensamente cuando nos damos cuenta de nuestro creciente endeudamiento con los dioses y decimos: La mitad de nuestra vida en la tierra realmente no puede vivirse, ya que está oculta bajo la superficie de la existencia. Si, a través de la iniciación, aprendemos a saber lo que está oculto para la conciencia ordinaria, podemos ver un poco las deudas que hemos contraído. Por tanto diremos: Con la conciencia ordinaria vemos que estamos contrayendo deudas, pero no podemos leer el pagaré que deberíamos emitir. Con la conciencia iniciática podemos, efectivamente, leer la nota, pero no podemos encontrarla en la vida ordinaria. Debemos esperar hasta que nos llegue la muerte. Y, cuando hemos alcanzado esta conciencia, cuando hemos profundizado tanto nuestra conciencia humana que este endeudamiento está suficientemente vivo en nosotros, estamos listos para seguir la vida humana más allá, más allá del cuadro retrospectivo del que he hablado y en el que retrocedemos hasta el nacer. Ahora vemos que, después de unos días, debemos comenzar a experimentar lo que hemos dejado sin experimentar; y esto vale para cada acción que haya afectado a otros seres humanos en el mundo. Las últimas acciones hechas antes de la muerte son las primeros en presentarse ante nosotros, y por lo tanto hacia atrás de la vida. Primero nos damos cuenta de lo que significan para el mundo nuestras últimas malas o buenas acciones. Nuestra experiencia de ellas mientras estamos en la tierra ahora se elimina; lo que ahora experimentamos es su importancia para el mundo.
Poco a poco vamos más hacia atrás, experimentando nuestra vida nuevamente, pero en sentido inverso. Sabemos que mientras hacemos esto todavía estamos conectados con la tierra, ya que lo que experimentamos ahora, es tan solo el otro lado de nuestras acciones.
Sentimos como si nuestra vida de ahora en adelante estuviera siendo llevada al útero del universo. Lo que ahora experimentamos es una especie de etapa embrionaria para nuestra ulterior vida entre la muerte y un nuevo nacimiento; solo que no es asistido por una madre sino por el mundo, por todo lo que no experimentamos en la vida física. Vivimos nuevamente, hacia atrás nuestra vida física y en su significado cósmico. Lo experimentamos ahora con una conciencia muy dividida. Viviendo aquí en el mundo físico y observando a las criaturas que lo rodean, el hombre se siente mas bien como el señor de la creación; y aunque el león tenga el nombre de rey de los animales, todavía se siente, como ser humano, superior. El hombre siente que las criaturas de los otros reinos son inferiores; él puede juzgarlas, pero no les atribuye el poder de juzgarlo a él. Él está por encima de los otros reinos de la naturaleza.
Sin embargo, después de la muerte, tiene un sentimiento muy diferente cuando experimenta la experiencia que acabo de describir. Ya no se siente confrontando a los reinos inferiores de la Naturaleza, sino a los reinos del mundo espiritual que son superiores a él. Se siente a sí mismo como el reino más bajo, los otros están por encima de él.
Por lo tanto, al experimentar todo lo que previamente había dejado sin experiencia, el hombre siente a su alrededor seres mucho más elevados que él. Lo cuales despliegan sus simpatías y antipatías hacia todo lo que ahora vivencia como consecuencia de su vida terrenal. En esta experiencia inmediatamente después de la muerte estamos dentro de una especie de lluvia espiritual. Vivimos a través de la contraparte espiritual de nuestros actos, y los nobles seres que están por encima de nosotros hacen llover sus simpatías y antipatías. Estamos inundados por esto, y sentimos en nuestro ser espiritual que lo que está iluminado por las simpatías de estos nobles seres de las jerarquías superiores será aceptado por el universo como un buen elemento para el futuro; mientras que todo lo que encuentre sus antipatías será rechazado, porque creemos que sería un elemento maligno en el universo si no nos lo quedamos. Las antipatías de estos nobles seres caen sobre un acto malvado hecho a otro ser humano, y sentimos que el resultado sería algo extremadamente malo para el universo si lo liberamos, si no lo conservamos en nosotros mismos. Entonces reunimos todo lo que encuentra las antipatías de estos nobles seres. De esta manera, sentamos las bases de nuestro destino, de todo lo que trabaja en nuestra próxima vida terrenal para que pueda encontrar compensación a través de otros actos.
Uno puede describir el paso del ser humano a través de la región del alma después de la muerte partiendo de lo que podría llamar su aspecto más externo. Hice esto en mi libro Teosofía, donde seguí más las líneas de pensamiento habituales de nuestra época. Ahora, en esta recapitulación dentro de la Sociedad Antroposófica General, quiero presentar una declaración sistemática de lo que es la Antroposofía, describiendo estas cosas más internamente. Quiero que sientan cómo el hombre, en su ser interior, en su individualidad humana, realmente vive en el estado después de la muerte.
Ahora que entendemos estas cosas de esta manera, podemos volver a centrar nuestra atención en el mundo de los sueños y verlo desde otra perspectiva. Al percibir la experiencia del hombre, después de la muerte, de los aspectos espirituales de su vida terrenal, sus obras y pensamientos, podemos volver al hombre que sueña, a todo lo que experimenta cuando está dormido. Ahora vemos que él ya ha vivido lo anterior cuando estaba dormido; pero permanecía bastante inconsciente. La diferencia entre la experiencia en el sueño y la experiencia después de la muerte se vuelve clara.
Consideren la vida del hombre en la tierra. Hay estados de vigilia que son intercalados una y otra vez por estados de sueño. Basándonos en eso, un hombre que no sea un dormilón pasará aproximadamente un tercio de su vida dormido. Durante este tercio, de hecho, vivencia la contraparte espiritual de sus obras; solo que él no sabe nada de eso, sus sueños simplemente arrojan ondas a la superficie. Gran parte de la contraparte espiritual se percibe en los sueños, pero solo en forma de ondas superficiales débiles. Sin embargo, en el sueño profundo experimentamos inconscientemente todo el aspecto espiritual de nuestra vida diaria. Por lo tanto, podríamos decirlo de esta manera: en nuestra vida cotidiana consciente, experimentamos lo que otros piensan y sienten, cómo nos ayudamos u obstaculizamos.En cambio mientras dormimos experimentamos inconscientemente lo que los dioses piensan acerca de los hechos y pensamientos de nuestra vida de vigilia, aunque no sabemos nada de esto. Es por esta razón que alguien que sepa ver los secretos de la vida pueda parecer tan agobiado por las deudas, tan mutilado, como he descrito. Todo esto ha quedado en el subconsciente. Ahora bien, después de la muerte, realmente se vive conscientemente. Por esta razón, el hombre vive la parte de la vida que ha dormido, es decir, aproximadamente un tercio, en el tiempo, de su vida terrenal. De manera que cuando ha pasado por la muerte, vuelve a vivir sus noches, hacia atrás; solo que lo que vivenció inconscientemente, noche tras noche, ahora se vuelve consciente.
Incluso podríamos decir, (aunque podría parecer que quisiéramos burlarnos de estos asuntos extremadamente antiguos): si uno duerme la mayor parte de la vida, esta experiencia retrospectiva después de la muerte durará más; Si uno duerme poco, será más corto. En promedio durará un tercio de la vida de uno, ya que ese es el tiempo que se emplea en el sueño. Así pues, si un hombre vive hasta los sesenta años, tal experiencia después de la muerte durará veinte años. Durante este tiempo pasa por una especie de etapa embrionaria para el mundo espiritual. Solo después de esa etapa se habrá liberado realmente de la tierra; entonces la tierra ya no lo envuelve, y él nace en el mundo espiritual. Se escapa de las envolturas de la existencia terrenal que había llevado a su alrededor hasta entonces, aunque en un sentido espiritual, y siente esto como su nacimiento en el mundo espiritual.
Traducido por Julio Luelmo junio 2020

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