GA010 transformación del sueño en el discípulo

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TRANSFORMACIÓN EN LA VIDA DE SUEÑO DEL DISCÍPULO

Una señal de que el discípulo acaba de alcanzar o está a punto de alcanzar el grado de evolución es la transformación que se produce en su vida del sueño. Anteriormente sus sueños eran confusos, sin continuidad. Ahora comienzan a tener un carácter regular, los cuadros se encadenan en ellos como las representaciones de la vida ordinaria. En su sucesión, se puede encontrar un orden, una relación de causas y efectos. El contenido del sueño se modifica igualmente. Mientras que antes nos se encontraban en ellos los ecos y reminiscencias de la vida cotidiana, desde las impresiones deformes, extraídas del entorno o de los propios estados orgánicos, al presente la imágenes emergen de un mundo hasta ahora desconocido. Al principio, persiste evidentemente el carácter general de la vida del sueño: el sueño se distingue de la representación de la vigilia en que se traduce simbólicamente lo que quiere expresar. Este simbolismo no puede escapar al observador atento de los sueños. Se sueña, por ejemplo, que acaba uno de ser atrapado por un animal repugnante y se experimenta en la mano un sentimiento de disgusto: al despertar, se observa que se tiene la mano prendida por el pliegue de la colcha o de la sabana. La percepción, en casos semejantes, no se expresa sin disfraz: recurre al símbolo. O bien se sueña que alguien nos persigue. Se echa a correr, se siente angustia. Al despertar, se constata que ha sido presa de palpitaciones durante el sueño. El estómago que digiere penosamente es causa de muchas pesadillas. Lo que ocurre en el entorno durmiente se refleja simbólicamente en sus sueños. El tic—tac de un reloj puede evocar la imagen de una tropa que avanza al son del tambor. Una silla que cae puede ser la ocasión de todo un drama; en el que el ruido de la caída se transforma en un cañonazo, por ejemplo: y así sucesivamente.
Cuando el cuerpo etérico comienza a organizarse, el sueño, aun conservando al principio este carácter simbólico, toma un aspecto más ordenado. Pero deja de reflejar simplemente los hechos de la vida física o de la vida orgánica. Al tiempo que se advierte cómo se ordenan los sueños que tienen su origen en estas impresiones, se ve que se mezclan a ellos imágenes mediante las cuales se expresa otro mundo. De este modo se tienen las primeras experiencias que son inaccesibles a la conciencia normal
No hay que creer, sin embargo, que un verdadero místico toma en ningún momento lo que ve así en sus sueños como comunicaciones muy importantes provenientes del mundo espiritual. Simplemente considera estas experiencias del sueño como la señal precursora de un grado más alto en su evolución.
Pronto sigue a esta señal un hecho nuevo: las imágenes del sueño no están ya, como antes, sustraídas al control de la inteligencia. La reflexión las gobierna y les imprime un cierto orden, como ocurre con las representaciones y las sensaciones que se tienen durante el estado de vigilia. La diferencia entre la conciencia del sueño y el estado de vigilia. La diferencia entre la conciencia del sueño y el estado de vigilia se va borrando cada vez más. El soñador se despierta, en el verdadero sentido de la palabra, durante su vida del sueño: lo que quiere decir que se siente dueño y ordenador de sus representaciones simbólicas.
Mientras sueña, el hombre vive en un medio completamente diferente a aquel al que pertenecen sus sentidos físicos, y si no ha desarrollado sus órganos espirituales no pueden reflejar este medio más que a través de las imágenes caóticas de las que hemos hablado más arriba. Este mundo no existe para él más que podría existir el mundo sensible para un ser que no poseyera más que unos rudimentos de los órganos visuales.
Y esto es así porque ese otro mundo no puede reflejarse más que en imágenes y en proyecciones de la vida ordinaria, como sobre una pantalla. Si se ven estas imágenes en sueños, es porque el alma misma proyecta sus percepciones del día sobre la sustancia de que está conformado en otro mundo. Hay que ver bien, en efecto, que para lealmente a su actividad cotidiana consciente, el hombre ejerce inconscientemente otra en el mundo de que hablamos. Todo cuanto percibe, lo graba en este mundo. Ciertamente, las impresiones obtenidas de este modo son visibles hasta después de que se haya producido la eclosión de las <<flores de loto>>. Pero siempre existen, en todo hombre, ciertos rudimentos de las <<flores de loto>>. En el estado de la conciencia normal, no se podría percibir nada por este medio, porque las impresiones que se reciben durante ella son muy débiles. Por esta misma razón, no se percibe durante el día el brillo de las estrellas, el cual resulta eclipsado por el resplandor de la luz solar. Asimismo, las débiles impresiones espirituales resultan apagadas por la poderosa acción de los sentidos físicos. Pero durante, cuando los sentidos exteriores se encuentran cerrados, estas impresiones astrales se ponen a lucir, aunque de una manera desordenada. El soñador toma entonces conciencia de las experiencias tenidas en otro mundo.
Sin embargo, como ya hemos dicho, estas experiencias no son, al principio, nada más que las impresiones grabadas en el mundo espiritual por las representaciones debidas a los sentidos físicos. Únicamente el desenvolvimiento de las <<flores de loto>> permite registrar mensajes que sean verdaderamente independientes del mundo físico. A medida que el cuerpo etérico se organiza, se afirma el pleno conocimiento de lo que emana de otro mundo. Y así comienzan las relaciones del hombre con un mundo nuevo.
Ahora debe, siguiendo las indicaciones del entrenamiento, alcanzar un doble objetivo. En primer lugar, debe hacerse capaz de conservar perfectamente en el estado de vigilia, las observaciones hechas durante el sueño. Y cuando ha conseguido este resultado debe ser también capaz de renovar observaciones de idéntica naturaleza durante la vigilia. Para ello sólo hay que tener cuidado para
que estas impresiones espirituales no se borren ya ante las impresiones físicas; las primeras persistirán entonces de una manera duradera al lado de las segundas.
Si el discípulo adquiere esta facultad, comienza a aparecer ante su mirada espiritual. En adelante, puede discernir lo que, dentro del mundo espiritual, tiene por causa lo físico, y es así sobre todo como reconoce, en el seno de este mundo, a su Yo superior.
Su primer deber consiste ahora en injertar en este Yo superior todo su desarrollo futuro, es decir, en considerarlo realmente como su ser verdadero y a comportarse en consecuencia. Así se va penetrando cada vez más la idea y del sentimiento vivo de que su cuerpo físico y lo que él llamaba antes su <<yo>> no son más que instrumentos del Yo superior. Frente al yo inferior tiene la misma impresión que experimenta un hombre limitado al mundo sensible frente a una herramienta o a un vehículo del que se sirve. Al igual que este último no considera al coche que le transporta como uno de los elementos de su personalidad, aunque a veces diga: <<yo ruedo>> como diría <<yo camino>>, así el hombre evolucionado que se dice: <<Yo voy hacia la puerta>>, se representa en realidad esta otra imagen: <<Yo llevo mi cuerpo hacia la puerta>>. Pero esta noción debe ser para él tan evidente que ni sólo un instante pierde el suelo firme del mundo físico, y no deja ningún lugar para el menor sentimiento de alejamiento del dominio de los sentidos.
Si el discípulo no quiere estar <<en la luna>>, en necesario que su conciencia superior no venga a empobrecer su vida en el mundo físico, sino a enriquecerla, de la misma manera que se enriquece su vida con los nuevos adelantos que le permiten, por ejemplo, tomar un tren para desplazarse de un lugar a otro, en lugar de hacerlo a pie.
Si el discípulo ha accedido a esta vía en el mundo superior, e inclusive al estadio en que se asimila esta conciencia, comprende entonces cómo puede despertar la conciencia la fuerza espiritual de percepción de un órgano que se constituye en las cercanías del corazón y hasta que punto puede dirigir esta sensibilidad a través de las corrientes que hemos descrito anteriormente. Esta fuerza de percepción es un elemento de la sustancia espiritual que emana del órgano en cuestión. Luego inunda de belleza luminosa las <<flores de loto>> puestas en movimiento, así como los otros canales del cuerpo etérico evolucionado, irradia hacia fuera en todo el campo espiritual del entorno y lo hace espiritualmente visible, de la misma manera que la luz del sol, al caer sobre los objetos físicos, los hace visibles para los ojos.
No se comprende cómo esta fuerza de percepción se produce en el órgano del corazón, sino a medida que se va perfeccionando.
El mundo espiritual, con todas sus realidades, sólo deviene efectivamente visible si, gracias a su cuerpo etérico, sabe dirigir este órgano de percepción hacia fuera, para iluminar los objetos que hay que percibir.
La percepción consciente de un objeto del mundo espiritual no es pues posible más que si el hombre mismo proyecta luz espiritual. En el fondo, el Yo que produce este órgano de percepción no reside en el interior del cuerpo físico, sino, como acabamos de decir, en el exterior. El órgano del corazón no es sino el lugar donde el Yo viene a iluminar desde fuera este órgano espiritual luminoso. Si, por otra parte, el sólo ilumina este sitio, las percepciones espirituales así producidas no guardarán ninguna relación con el mundo físico. Pero el hombre debe precisamente poner cada fuerza espiritual en relación con el mundo físico y hacerla actuar en este mundo por sí mismo. Es precisamente mediante el órgano del corazón como el hombre se apodera del yo sensible para tenerlo en sus manos y hacer de él un instrumento de servicio.
De hecho, la sensación que produce un objeto espiritual es muy diferente de la que el mundo terrestre procura al hombre físico. Este tiene conciencia de estar en un cierto lugar del mundo sensible, y percibe los objetos <<fuera>> de sí. Por el contrario, el hombre espiritualmente desarrollado se siente como unido a los objetos espirituales de su percepción y, por ende, en el interior de ellos. Pasa efectivamente de un lugar a otro en el espacio espiritual: es por esto por lo que, en la lengua del ocultismo, se le llama <<el errante>>. Al principio no está en ninguna parte.
Si permaneciese en alguna parte de este mundo, no podría situar con certidumbre ningún objeto en el espacio espiritual: porque en este mundo nuevamente alcanzado, como en el mundo físico, para determinar con precisión un objeto o un lugar, es necesario partir de cierto punto. El discípulo debe pues buscar en alguna parte un lugar que someta una investigación profunda del que, por así decir, tome posesión espiritual. En este lugar, debe fundarse un hogar espiritual, y relacionar con él todos sus descubrimientos. De la misma manera, en el mundo físico se perciben todas las cosas bajo el ángulo del lugar en que vive. Con toda naturalidad, un berlinés describiría Londres de una manera muy distinta a como lo haga un parisino. Sólo hay una diferencia entre el hogar espiritual y el hogar físico, la cual estriba en lo siguiente: al mundo se viene involuntariamente y, durante la niñez y juventud, se toman instintivamente una serie de impresiones que dan por consiguiente a todas las formas una coloración involuntaria. Mientras que el hogar espiritual se lo construye uno por sí mismo y a plena conciencia. Se le elige como punto de partida de los propios juicios en un estado de libertad completa y clara. Esta elección de un hogar espiritual se llama en ocultismo <<construirse una morada>>.
En esta etapa, la mirada del espíritu alcanza en seguida las realidades suprasensibles correspondientes al mundo físico, en la medida en que se encuentran en la esfera astral. En esta esfera se encuentra todo lo que, por esencia, está relacionado con los instintos, los sentimientos, los deseos y las pasiones. En efecto, todos los objetos que nos rodean están animados por fuerzas relacionadas con las fuerzas humanas: por ejemplo, un cristal está conformado, modelado por fuerzas que, para la mirada espiritual, son comparables con los instintos que actúan en el ser humano. Fuerzas semejantes a esa hacen circular la savia por los vasos de las plantas, crecer los brotes, germinar las semillas. Todas estas fuerzas toman forma y color para los órganos de la percepción espiritual, del mismo modo que lo toman los objetos físicos para los ojos físicos. En esta fase de su evolución, el discípulo percibe no sólo el cristal o la planta, sino también las fuerzas espirituales de las que acabamos de hablar. Ve los instintos de los animales y de los hombres, no sólo como las manifestaciones de los seres, sino también como realidades exteriores, del mismo modo que ve en el mundo físico las mesas o las sillas. El mundo entero de los instintos, deseos, anhelos, pasiones de un animal o de un hombre se convierte en algo así como una nube astral que rodea al ser y que es lo que se llama el aura.
El clarividente que ha alcanzado este estadio de su evolución persigue fenómenos que son imposibles o, por lo menos, muy difíciles de aprender por medio de los sentidos físicos. Por ejemplo, puede notar la diferencia astral que separa un espacio casi enteramente lleno de hombres con instintos bajos y otros en el que están presentes seres de una mentalidad elevada. Un hospital se distingue de una sala de baile por su atmósfera, no sólo física, sino también espiritual. El ambiente astral de una ciudad comercial es completamente distinto del de una ciudad universitaria. Al principio, la percepción clarividente sólo es sensible de una manera muy débil a estos fenómenos. Comparados con las percepciones ordinarias de los sentidos, estas percepciones superiores aparecen al principio como, para el hombre físico, el sueño comparado con el estado de vigilia; después, progresivamente, inclusive en este dominio, la conciencia se ilumina.
La más alta conquista de un clarividente que ha alcanzado este grado, es la manera en que se le revelan las reacciones en lo astral de las pasiones y de los instintos humanos o animales. Una acción llena de amor va acompañada de una forma astral completamente distinta a la que acompaña una acción inspirada por el odio. Un deseo ciego suscita una <<contraimagen>> astral horrible, mientras que un sentimiento elevado produce una imagen astral muy bella. Estas <<contraimágenes>> son débiles durante la vida física, porque la existencia terrestre reduce su potencia. Por ejemplo, el deseo que se tiene de un objeto proyecta en alguna medida su <<contraimagen>> en el mundo astral; pero si el deseo llega a ser satisfecho o, al menos, si se entrevé la posibilidad de que lo vaya a ser, esta contraimagen resulta muy debilitada. Ella no se manifestará plenamente sino después de la muerte, cuando el alma, conforme a su naturaleza, reviviendo continuamente este deseo, no pueda ya satisfacerlo, porque el órgano y el objeto físico del deseo habrán desaparecido. Por ejemplo, un comilón experimentará todavía después de su muerte el deseo de los goces de la buena mesa; pero ya no podrá satisfacerlos, porque ya en él habrá desaparecido el órgano del gusto. Por consiguiente, el deseo engendrará una contraimagen astral particularmente viva cuya vista atormentará el alma. Esta reviviscencia de las pasiones tenidas en el mundo astral, después de la muerte, en medio de las contraimágenes surgidas en las bajas regiones del alma, constituye lo que se llama la travesía del mundo psíquico y particularmente de la región de los deseos. Ella no cesa más que cuando el alma llega a estar purificada de todo deseo inferior dirigido hacia la vida terrestre. Entonces esta alma pasa a una región más alta que es el mundo espiritual propiamente dicho.
Por débiles que sean estas contraimágenes de los deseos humanos en el hombre que vive aún en la vida física, no por eso existen menos. Estos deseos potenciales lo aureolan y van con él de la misma manera que la cola acompaña al cometa. El clarividente puede percibirlas cuando alcance el grado de evolución correspondiente.
Por todo esto es por lo que pasa el discípulo en este estadio del desarrollo. Todavía no puede elevarse a experiencias más altas; para eso debe realizar todavía nuevos progresos.

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