GA010 algunos efecto de la iniciación

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ALGUNOS EFECTOS DE LA INICIACIÓN


Uno de los principios de una ciencia esotérica verdadera es que el que se consagra a ella debe hacerlo a plena conciencia. No debe emprender nada, practicar nada, sin saber cuáles son los efectos de lo que lo hace. Un ocultista que da un consejo o hace una indicación, hará siempre, al mismo tiempo, conocer lo que de ello resultará para el cuerpo, para el alma o para el espíritu del que busca el conocimiento superior.
Aquí no vamos a describir más que algunos de los efectos producidos por la disciplina sobre el alma del discípulo que la practica. Solamente quien haya recibido estas informaciones podrá llevar a cabo con plena conciencia los ejercicios que conducen al conocimiento suprasensible y convertirse en un verdadero ocultista. Este, el verdadero ocultista, no debe jamás tantear en la oscuridad. Si no se puede realizar el aprendizaje con los ojos abiertos, se puede uno convertir en un médium, pero no en un clarividente en el sentido que da a este término la ciencia espiritual.
El que pone en práctica los ejercicios indicados en los capítulos sobre la adquisición de los conocimientos suprasensibles, provoca antes que nada determinados cambios en su organismo psíquico. Este organismo sólo es perceptible por el clarividente. Se le puede comparar a una nube de una luminosidad espiritual y psíquica, más o menos grande, y en el centro de la cual se encuentra el cuerpo físico (1)
(1) Se encontrará también una descripción de esta nube en el libro del mismo autor, titulado: Teosofía. Una introducción al conocimiento suprasensible del mundo y del destino.
En este organismo psíquico, la visión espiritual ve desarrollarse los instintos, deseos, pasiones, representaciones, etc. Por ejemplo, el deseo sensual es experimentado en él como irradiación luminosa de un rojo oscuro y de una forma característica. Un pensamiento noble y puro expresa por una suerte de emanación de un violeta rojizo. El concepto riguroso de un lógico produce la sensación de una forma amarilla de contornos netamente dibujados. El pensamiento confuso surgido de un cerebro nebuloso presenta, por el contrario, unas formas indecisas. Los pensamientos de las personas que se dejan llevar por los prejuicios, obstinadas, limitadas, tienen un dibujo duro, rígido, poco flexible, como fijado. Por el contrario, los de las personas que se abren fácilmente a las opiniones de otros aparecen con contornos móviles y cambiantes… Y así sucesivamente. (1)
(1) En todas las descripciones que siguen, es necesario acordarnos de que, cuando se habla de <<ver>> un color, se trata de una visión espiritual. Cuando el clarividente dice por ejemplo: <<Veo rojo>>, esto quiere decir lo siguiente: <<Experimento en mí espíritu y en mi alma algo que tiene el mismo valor que lo que experimento en mis sentidos físicos bajo la impresión del rojo>> Es solamente por analogía como el clarividente dice con toda naturalidad: <<Veo rojo>>.
Cuanto más trabaje uno en el progreso de su alma, más fácilmente tomará el organismo psíquico una estructura ordenada. La estructura es confusa e inorgánica en los hombres cuya vida interior no esta desarrollada. Pero, inclusive en un organismo psíquico sin estructura, el clarividente puede percibir un sistema organizado que resalta netamente sobre el entorno. Este sistema se extiende desde el interior de la cabeza hasta la mitad del cuerpo físico. Se comporta como una especie de cuerpo autónomo, provisto de determinados órganos. Estos órganos que van a ser descritos ahora se perciben espiritualmente en las cercanías de ciertas partes del cuerpo físico: el primero, entre los dos ojos, el segundo, en la región de la laringe, el tercero, en el corazón. El cuarto, cerca de la cavidad del estómago. Finalmente, el quinto y el sexto tienen su sede en la región abdominal. En lenguaje oculto, se les denomina <<ruedas>> o bien <<flores de loto>>; en sánscrito, <<chakras>>. Y, efectivamente, parecen ruedas o flores.
Pero, naturalmente, es preciso darse cuenta bien de que estas expresiones no son mucho más precisas que las que, por ejemplo, emplea la anatomía cuando habla de las <<alas de los pulmones>> (2)
(2) A esta sensación de <<Rotación>> hay que aplicarle las mismas observaciones que hemos hecho anteriormente respecto a la <<visión de los colores>>
En realidad, no se trata de <<alas>>. En ambos casos, no son más que analogías. En un individuo rudo, estas <<flores de loto>> son de castaño sombrío, fijos, inertes, mientras que en el clarividente están en movimiento y son de colores luminosos. En el médium presentan un aspecto análogo, pero por causas completamente diferentes, que no podemos explicar aquí.
Cuando un estudiante comienza a practicar los ejercicios, el primer efecto que se produce es que las <<flores d loto>> se iluminan; sólo más adelante comenzarán a girar y es entonces únicamente cuando comenzará a despuntar la facultad de clarividencia. Estas flores son, efectivamente, los órganos sensorios del alma y su rotación corresponde al hecho de que se tienen percepciones suprasensibles. (1)
(1) En alemán, <<Lungenflûgel. En español se habla por ejemplo de <<las aletas de la nariz>> (N. del T.)
No se podrá contemplar nada perteneciente al mundo de lo suprasensible antes de que los sentidos astrales se hayan formado de esta manera.
El órgano sensorial de naturaleza espiritual que se encuentra en las cercanías de la laringe permite ver en espíritu la manera de pensar de otro hombre; permite también echar una mirada profunda a las verdaderas leyes que sostienen los fenómenos naturales.
El órgano cercano al corazón abre un sentido clarividente para conocer el estado de ánimo de otro. Quien lo desarrolle puede también descubrir ciertas fuerzas profundas en los animales o en las plantas.
Mediante el sentido que se sitúa en las proximidades de la cavidad estomacal, se perciben las facultades y los talentos de que están dotados los hombres; además, gracias a él se descubre el papel que los animales, las plantas, las piedras, los metales, los fenómenos atmosféricos representan en la economía de la naturaleza.
El órgano cercano a la laringe posee seis <<pétalos>> o <<rayos>>; el de la región del corazón, doce: el de la cavidad estomacal, diez.
Ahora bien, hay determinadas actividades del alma que se relacionan con el desarrollo de estos órganos suprasensibles. Y el que pone manos a la obra con método en estas actividades contribuye a la eclosión de estos órganos espirituales.
En la <<flor de dieciséis pétalos>>, ocho pétalos han sido ya formados en una pasado muy lejano, en una etapa anterior de la evolución. El hombre no ha tomado parte personalmente en esta formación. La ha recibido como un don natural, cuando se estaba todavía en un estado de conciencia vaga y próxima al sueño. En esta etapa de la evolución, los ocho primeros pétalos estaban en actividad. Pero este tipo de actividad no estaba adaptado más a este estado de conciencia oscura. Cuando la conciencia humana se haya iluminado los pétalos se han oscurecido y se ha detenido su actividad. En cuanto a los otros ochos pétalos, es al propio hombre a quien toca desarrollarlos mediante ejercicios conscientes. Toda la flor se vuelve entonces luminosa y móvil.
La adquisición de determinadas cualidades está ligada al desarrollo de cada uno de los dieciséis pétalos. Pero, como ya hemos dicho, no hay más que ocho que el hombre pueda desarrollar conscientemente; los otros ocho aparecen por sí mismos.
El desarrollo se produce de la manera siguiente: hay que dirigir toda la atención y todos los cuidados hacia ciertas actividades del alma a las que habitualmente no se presta atención. Estas actividades son ocho, y son las siguientes:
En primer lugar, la manera de adquirir las representaciones. En este aspecto se tiene la costumbre de abandonarse enteramente al azar. Según lo que se ve o se oye por las buenas se forman ideas y conceptos. Durante todo el tiempo en que se actúe de este modo, la flor dieciséis pétalos permanece inerte. Solamente entra en actividad cuando se toman las riendas de la propia educación en este sentido. Para conseguir esto, es preciso vigilar las propias representaciones. Cada una de ellas debe tomar importancia. Es preciso ver en ellas un mensaje precioso, una información concerniente a las cosas del mundo exterior, y no contentarse con representaciones que no tengan este valor. Toda la actividad conceptual debe tender a ser un fiel reflejo del mundo exterior y es preciso desterrar del alma las representaciones inexactas.
La segunda actividad del alma es la que concierne a la manera de tomar decisiones. Uno no debe determinarse a hacer nada, ni siquiera en las cuestiones insignificantes, sino después de sopesado las razones seria y fundamentalmente. Se debe descartar todo acto irreflexivo, toda acción sin finalidad. Es preciso tener motivos muy serios para actuar o renunciar a aquello para hacer lo cual no habría razones válidas.
La tercera actividad se expresa en la manera de hablar. Toda palabra que salga de vuestros labios debe tener sentido y significación. Nada aparta tanto del buen camino como la funesta costumbre de hablar por hablar. Es preciso evitar esa banalidad que son las conversaciones en que se sacan a colación y se mezclan todos los temas. Lo cual no quiere decir que se deba cortar toda relación con los semejantes; por el contrario, es precisamente en estos intercambios donde se aprende a dar sentido a las palabras. Se habla y se responde a todos pero no se hace pensando en ello y reflexionando en las consecuencias de lo que se dice. Jamás debe decirse nada a lo que salga y hay que procurar no hablar ni demasiado ni demasiado poco.
La cuarta actividad del alma concierne a la manera de ordenar las acciones exteriores, a fin de que ellas se armonicen con el conjunto del medio y con las acciones de los demás. El estudiante de ocultismo debe renunciar a todo cuanto pueda turbar a los otros, o entrar en contradicción con lo que se hace a su alrededor. Se esfuerza en organizar su vida de manera que ésta se armonice con todo lo que la rodea.. Cuando una motivación exterior lo determina a actuar, debe examinar con cuidado los medios de realizar lo mejor posible su determinación. Cuando actúa por sí mismo, sopesa con la máxima claridad las consecuencias de su comportamiento.
El quinto punto consiste en la organización que hay que dar a la vida entera. El estudiante intenta vivir conforme a las leyes de la naturaleza y del espíritu. Entre la precipitación y la desgana, procura guardar un justo medio. Ve la vida como un medio de trabajo y se comporta en consecuencia. El cuidado que se toma por su salud, las costumbres que contrae, todo ello tiene por objetivo hacer que su vida sea armoniosa.
La sexta actividad concierne a la manera de regular el esfuerzo humano. El discípulo examina concienzudamente sus facultades, sus posibilidades; pero tampoco se olvida de nada de lo que está dentro de los límites de sus fuerzas. Por otra parte, se fija unos objetivos que forman parte integrante del ideal y de los deberes superiores del ser humano. No acepta representar, en la maquinaria social, el papela de un engranaje ciego, sino que intenta comprender cuales son sus tareas y a ver por encima de la vida de todos los días. En este sentido se esfuerza por atender a sus obligaciones de una manera cada vez mejor y más perfecta.
Mediante la séptima actividad, se esfuerza por aprovechar lo mejor posible las lecciones de la vida. En nada se compromete o con nada se relaciona sin buscar en ello la ocasión de adquirir una experiencia preciosa. Si ha actuado de una manera injusta o imperfecta, se sentirá impulsado a enderezar sus errores en otra ocasión. Con este mismo fin, mirará las acciones de otros. Por este medio, intentará recoger un precioso tesoro de experiencias del que poder extraer consejos en lo porvenir; y no hará nada sin referirse a las experiencias que puedan prestarle algún apoyo en las decisiones que tenga que tomar o en su manera de actuar.
Finalmente, en el octavo lugar, el estudiante de ocultismo debe hacer, de vez en cuando, un examen de su alma, sumergirse en sí mismo, pedirse consejo a sí mismo, establecer y examinar los principios que dominan su existencia, pasar revista a sus conocimientos, sopesar sus deberes, en una palabra, meditar sobre el sentido y el fin de su existencia. Ya hemos hablado de todas estas cosas en lo que precede; ahora volvemos sobre ello en función con el desarrollo de la <<Flor de dieciséis pétalos>>. Veracidad, rectitud, lealtad, son fuerzas constructivas; mentira inveterada, falsedad, deslealtad son fuerzas destructivas que obstaculizan en particular la eclosión de la flor de dieciséis pétalos.
En este dominio el discípulo debe saber no solamente cuenta la buena intención, sino los hechos, las realidades. Si yo pienso o digo algo que no se corresponde con la realidad, destruyo uno de los elementos de mis órganos espirituales, tan excelente que, por mi parte, pueda parecerme mi intención. Es algo similar a lo que ocurre al niño que se quema porque toca el fuego, aunque haya actuado con ignorancia.
Cuando se estimulan estas actividades del alma de la manera que acabamos de describir, la <<Flor de dieciséis pétalos>> comienza irradiar colores maravillosos y a tomar un aspecto regular. Sin embargo, hagamos notar aquí que el don de clarividencia no puede aparecer antes de que la formación del alma haya alcanzado un determinado nivel. Mientras que cueste trabajo orientar la propia vida en esta dirección, ese don no aparece. Mientras que las actividades que acaban de ser descritas reclaman una vigilancia particular, no se está maduro para la percepción espiritual. Es preciso haber llegado a vivir de esta manera tan espontáneamente como el hombre ordinario vive según sus costumbres, para que se presenten los primeros rudimentos de la clarividencia. Hay que llegar a encontrar completamente natural esta forma de vivir y a que ella no cueste ya el menor esfuerzo. No se debe ya tener necesidad de recuperar el dominio de sí mismo constantemente ni de constantemente estimularse, para actuar como conviene, esta nueva manera de ser debe convertirse en un hábito.
Hay una especie de <<recetas>> para desarrollar de otra manera la <<flor de dieciséis pétalos>>. Pero la verdadera ciencia oculta las rechaza, porque no son más que el triste resultado de arruinar la salud del cuerpo y de abolir el sentido moral. Ellas quizá más fáciles de poner en práctica que las indicaciones dadas con anterioridad y cuya observación, a veces muy dificultosa, requiere verdaderos esfuerzos; pero conducen con toda seguridad a la finalidad que se busca y fortifican moralmente.
La formación anormal de una <<flor de loto>> tiene por consecuencia no sólo engendrar ilusiones y fantasmas en el caso de que aparezca una cierta clarividencia, sino también toda clase de perturbaciones en la vida ordinaria. Ella puede volverle a uno susceptible, envidioso, arrogante, vanidoso, egoísta, aunque con anterioridad no se tuviese ninguno de estos defectos.
Como ya hemos dicho, ocho de los pétalos de la <<flor de dieciséis pétalos>> han sido ya formados en un pasado lejano y ellos se por sí mismos en movimiento en el curso de la disciplina oculta. Los esfuerzos que se hacen deben pues concentrarse sobre los ocho pétalos. Si el entrenamiento se practica mal, los pétalos desarrollados en el pasado se vuelven a poner de nuevo fácilmente en acción, y los que deberían estar formados permanecen inertes. Es el caso especialmente cuando no se fortifica suficientemente el pensamiento lógico y el buen sentido en el curso del entrenamiento. Es de la mayor importancia que el estudiante en ocultismo tenga un pensamiento abierto y claro y no menos importante es que esta claridad se refleje en lo que dice.
Aquellos que comienzan a entrever algún vislumbre o reflejo de los mundos suprasensibles, parlotean de buena gana sobre estos temas. Con ello no consiguen otra cosa que obstaculizar su evolución normal. Cuando menos se hable, mejor. Sólo el que hubiese alcanzado un cierto grado de claridad debería tener derecho a hablar.
Al principio de la enseñanza, los estudiantes se quedan verdaderamente asombrados de ver que los relatos que ellos hacen de sus experiencias no despiertan apenas curiosidad de los que ya tienen una formación espiritual. Lo más sano para ello sería ciertamente guardar silencio sobre lo que han experimentado y hablar únicamente de la dificultad o de la facilidad que tienen en practicar los ejercicios y seguir las reglas de conducta. Porque, para juzgar sus progresos, aquel que tiene ya una formación espiritual debe acudir a cualesquiera otras fuentes antes que a los que ellos digan de sí mismos. Porque estos relatos tienen por resultado endurecer un poco los ocho pétalos en cuestión, que deberían permanecer esencialmente suaves y flexibles.
Un ejemplo nos va a servir para comprender esto mejor. Para obtener mayor claridad, pidámosla no a la vida suprasensible, sino a la vida ordinaria. Supongamos que me entero de una noticia y que, en seguida, me formo una opinión y hago un juicio sobre el tema. Si, poco tiempo después, tengo otras informaciones sobre el mismo acontecimiento que contradicen la primera, heme aquí forzado a modificar mi juicio. Esta precipitación a la hora de emitir un juicio ejerce una influencia perjudicial sobre mi<<Flor de loto de dieciséis pétalos>>. Las cosas hubiesen sucedido de una manera totalmente distinta, si me hubiese callado—interiormente, en mis pensamientos; exteriormente, en mis palabras—, hasta que hubiese estado suficientemente informado para poder establecer un juicio. Lo que debe ir constituyendo progresivamente una de las características del discípulo es la manera circunspecta de formar y de formular juicios. De este modo se va volviendo cada vez receptivo al respecto a las impresiones y experiencias que deja desfilar silenciosamente por delante de sí, para recoger todos los datos de un juicio, si es que hay verdaderamente lugar para sacar uno.
Esta prudencia hace aparecer, en los pétalos de la <<flor de loto>>, una coloración de un rojo azulado o rosado, mientras que, en el caso contrario, el rojo se vuelve sombrío o anaranjado.
La formación de la <<flor de loto de doce pétalos>> en la región del corazón se lleva a cabo de una manera análoga a la de la flor de dieciséis pétalos. (1)
(1) (En las condiciones indicadas para el desarrollo de la flor <<de dieciséis pétalos>>, se reconocerán las enseñanzas de Buda a sus discípulos con respecto al <<Sendero>>. Pero aquí no nos proponemos enseñar el budismo. Estamos describiendo las condiciones del desarrollo que emanan de la ciencia espiritual. Si ellas concuerdan con determinadas instrucciones de Buda, ello no impide que sean verdaderas, por sí mismas.)
También en ella la mitad de los pétalos estuvieron en actividad durante una fase anterior de la evolución humana. Estos seis pétalos no tienen pues necesidad de ningún cuidado especial por parte del estudiante. Aparecen y entran en rotación espontáneamente, desde el momento en que él empieza a trabajar sobre los otros seis. Para favorecer este crecimiento, debe dar conscientemente a determinadas actividades interiores una orientación particular.
Hay que darse cuenta bien de que las informaciones suministradas por cada uno de estos sentidos espirituales o psíquicos tienen todas las características diferentes. Las percepciones de los doce pétalos son completamente distintas que las de la flor de dieciséis pétalos. Este percibe formas. Los pensamientos de los hombres y las leyes que rigen un fenómeno natural se le aparecen bajo la forma de unas figuras. Se trata sin embargo de formas inmovibles, pero movedizas y llenas de vida.
El clarividente que ha desarrollado este sentido puede reconocer la forma de cada pensamiento, de cada ley de la naturaleza. Un pensamiento de venganza, por ejemplo, toma una forma acerada, como una flecha; mientras que un pensamiento benevolente tiene a menudo la forma de una flor que se abre, y así sucesivamente. Los pensamientos precisos, llenos de sentido, tienen contornos simétricos y regulares. Los correspondientes a conceptos confusos son indecisos y vagos.
Otras muchas percepciones nacen de la flor de doce pétalos. Se las puede caracterizar de una manera aproximada diciendo que producen una sensación psíquica equivalente a la del calor o del frío. Las figuras que percibe un clarividente cuando posee la flor de dieciséis pétalos le procuran entonces un efecto psíquico de calor o de frío.
Imaginad un clarividente que no posee todavía más que la flor de dieciséis pétalos, pero aún no la flor de doce pétalos. Ante un pensamiento benevolente no verá más que la figura descrita anteriormente. Pero el que haya desarrollado los dos órganos, experimenta además esta emanación que no se puede calificar de otra forma que como calor del alma.
Nótese de paso que, en la disciplina oculta, no se desarrolla jamás un sentido aisladamente, de suerte que el ejemplo que acabamos de poner, completamente excepcional, hay que tomarlo como destinado sólo a hacer comprender mejor.
Mediante el desarrollo de la <<flor de doce pétalos, el clarividente adquiere una comprensión profunda respecto a fenómenos naturales. Todo cuanto expresa un crecimiento, un desarrollo, desprende para él calor psíquico: todo lo que se marchita, languidece y muere hace un efecto de frío psíquico.
Este sentido se cultiva de la manera siguiente:
El primer punto al que el discípulo se debe dedicar es a regular el curso de sus pensamientos. De la misma manera que la flor de dieciséis pétalos resulta estimulada por los pensamientos verídicos y llenos de sentido de la realidad, la flor de doce pétalos resulta influenciada por el dominio, por parte del alma, del curso de la ideas. Los pensamientos vagabundos que se encadenan al azar sin ritmo ni razón deforman la estructura de este órgano. Una sucesión consecuente de pensamientos exentos de todo egoísmo conserva a este órgano en la forma conveniente. Cuando se oye expresar sentimientos ilógicos, se debe uno representar inmediatamente la que sería su forma lógica. No se debe,, por motivos egoístas, romper con un ambiente de personas ilógicas, con intención de favorecer el propio progreso personal. Ni tampoco se debe uno sentir impulsado a corregir sobre la marcha todo lo que parezca ilógico de cuanto hay alrededor. Más bien hay que esforzarse silenciosamente en dar una forma lógica a los pensamientos que se apoderan de uno, provenientes del exterior, y conservar en toda circunstancia esta orientación lógica.
En segundo lugar, se trata de lograr que el propio comportamiento se vuelva también completamente consecuente, en el control del comportamiento. Toda inestabilidad, cualquier discordancia en las actividades, tiene por consecuencia marchitar la flor de loto de la que estamos hablando. Después de una acción, el estudiante de ocultismo cuidará de que la acción siguiente sea la consecuencia lógica de la primera. Nunca podrá adquirir este sentido quien actúe hoy de una manera y mañana de otra.
La tercera cualidad consiste en cultivar la perseverancia. El estudiante no se dejará desviar por ninguna influencia del camino hacia la meta que persigue, durante un tiempo mayor al que él mismo considere como justo. En lugar de plantearle dificultades, los obstáculos le estimularán.
La cuarta cualidad es la paciencia o la tolerancia para con los demás, los otros seres y también los acontecimientos. El estudiante reprimirá toda crítica superflua, respecto a lo que le parezca imperfecto, indigno o malo. Intentará más bien comprenderlo todo. De la misma manera que el sol no retira su luz al malvado, asimismo la simpatía comprensiva del ocultista se ejerce sobre todo cuanto se aproxima a él. Si se encuentra en presencia de algo que le parezca mal, no se deja llevar enseguida por el deseo de condenarlo, sino que acepta su necesidad e intenta convertirlo en algo bueno en la medida de sus fuerzas. En cuanto a las opiniones diferentes a las suyas, no las considera sólo desde su propio punto de vista, sino que se esfuerza por ponerse en el lugar del otro.
La quinta cualidad es la ausencia de prevención frente a los fenómenos de la vida. A esto se le llama <<fe>> o <<confianza>>. El ocultista se acerca a cada ser humano, a cada ser viviente, con esta confianza de la que impregna todas sus acciones. Jamás se dice, cuando se entera de algo: <<Esto no lo creo, porque es algo completamente contrario a mis opiniones>>. Está, más bien, siempre dispuesto a reconsiderar, y a reformar si es necesario, su propia manera de ver las cosas. Se mantiene en un estado de receptividad frente a todo cuanto se presenta frente a él. Y tiene confianza en la eficacia de lo que emprende, la vacilación y la duda están como desterradas de su carácter. Si concibe un proyecto, tiene confianza en la fuerza de este proyecto. Cien fracasos no conseguirán apagar en él esta confianza; se trata, ni más ni menos, que de la fe que es capaz de mover montañas.
La sexta cualidad consiste en adquirir un cierto equilibrio (igual de humor). El ocultista se esfuerza por conservar su buen humor tanto en la pena como en la alegría. >Pierde la costumbre de oscilar entre el abatimiento sombrío y la alegría inmoderada. La desgracia y el peligro lo encontrarán tan dueño de sí como la dicha y la prosperidad.
Los lectores de obras de ciencia espiritual reconocen sin duda, en lo que acabamos de describir, los <<seis atributos>> que deben desarrollar el candidato a la iniciación. Sería preciso ponerlos en relación aquí con la <<flor de doce pétalos>>
La disciplina oculta puede ofrecer todavía prescripciones especiales para el desarrollo de la flor de loto. Pero inclusive en este caso, la formación de la estructura normal de este órgano sensorial depende del desenvolvimiento de las cualidades enunciadas más arriba. Si se ha olvidado cultivarlas, este órgano puede resultar completamente deformado y, cuando aparezcan una cierta clarividencia, estas cualidades se pueden convertir no en algo bueno, sino en algo malo. El hombre se puede volver especialmente intolerante, crítico, negativo. Puede, por ejemplo, experimentar los estados de espíritu de otros hombres y, por esta causa, huir de ellos u odiarlos. Puede llegar inclusive, por causa del frío psíquico que le sumerge cuando se encuentra frente a opiniones contrarias a las suyas, a no poder ya ni siquiera oírlas proferir o a echar a correr si las oye.
Si, a todo cuanto hemos dicho, se añade la observación de ciertas reglas que el instructor sólo puede comunicar oralmente al discípulo, el desarrollo de la <<flor>> puede acelerarse; sin embargo, las indicaciones dadas aquí hacen entrar plenamente en la verdadera disciplina oculta. Es extraordinariamente precioso, inclusive para aquel que no quiera o no pueda someterse a esta disciplina, orientar su existencia en el sentido indicado, porque el efecto sobre su organismo psíquico se produce con toda seguridad, aunque lentamente. En cuanto al discípulo, la observación de estos preceptos resulta indispensable para él.
Si trabajase en su formación oculta sin conformarse con estos principios, penetraría en los mundos superiores sin ser capaz de ver claro dentro de ellos; en lugar de percibir la realidad, sería víctima de errores y de ilusiones. Sin duda, se habría convertido en clarividente en un cierto sentido, pero, en el fondo, en más ciego que en el pasado. Porque antes encontraba siquiera una base sólida en el mundo sensible, mientras que, al presente, lo que ve detrás del mundo sensible le hace cometer errores respecto as la realidad física, antes de haber adquirido la seguridad necesaria en los mundos superiores. Podría llegar hasta no distinguir ya lo verdadero de lo falso y a perder toda dirección en su existencia.
Precisamente por esta razón, la paciencia se torna indispensable en este dominio. Hay que pensar siempre la ciencia espiritual no tiene derecho a llegar más lejos en su enseñanza mientras que el discípulo no esté verdaderamente decidido a un desarrollo normal de las <<flores de loto>>. Porque, si estos órganos llegan a desarrollarse antes de haber adquirido, mediante una maduración progresiva y tranquila, la forma que debe tener, se verán surgir verdaderas caricaturas. Las indicaciones especiales que da la ciencia espiritual llevan a la maduración de estas formas, pero la regularidad de su estructura depende de la manera de vivir que nos hayamos pergeñado.
El cuidado del alma que necesita el desarrollo de la <<flor de diez pétalos>> es de un carácter particularmente delicado, porque aquí se trata de llegar a dominar, a controlar las propias impresiones sensoriales. Este control es particularmente necesario en los inicios de la clarividencia. Solamente así se podrá evitar una fuente de innumerables ilusiones y de acciones arbitrarias en el mundo espiritual.
El hombre generalmente, no se da cuenta exacta de las influencias que determinan las ideas o reminiscencias que le vienen a cada instante; él no ve lo que las ha provocado. Pongamos un ejemplo: una persona viaja en ferrocarril. Está absorbida en una idea, pero, súbitamente, su pensamiento sigue otro derrotero. Se acuerda de una cosa que le sucedió hace mucho tiempo. Este recuerdo hace irrupción en su mente y se mezcla con sus pensamientos actuales. Ahora bien, la persona en cuestión no ha caído en la cuenta de que, cuando miraba por la ventanilla, sus ojos han caído sobre una persona que se parecía a uno de los protagonistas de aquella vieja historia y que ha sido precisamente por eso lo que ésta le ha venido a la memoria. No tiene la menor consciencia de lo que ha visto, sino sólo de las consecuencias de esta rápida impresión. Cree pues, de buena fe, que este recuerdo ha llegado solo a su mente. ¡Cuántas cosas ocurren así en la vida, cuantas veces los recuerdos de nuestras experiencias y de nuestras lecturas vuelven a nosotros sin que seamos capaces de saber por qué! Ocurre por ejemplo que alguien no puede soportar determinado color, pero ha olvidado por completo por qué razón. La razón era cuando era pequeño, el preceptor que le había atormentado, llevaba un traje de ese color. Innumerables ilusiones reposan sobre asociaciones de ideas de este tipo; innumerables impresiones se inscriben en el alma sin llegar a la conciencia.
El caso siguiente se puede asimismo producir: una persona lee en el periódico la noticia de que una personalidad muy conocida ha fallecido y sostiene que ella ha tenido la víspera el presentimiento de esa muerte; aunque no hay visto ni oído nada que pudiera llevarle a esa idea. Y es cierto que, la víspera, le había sobrevenido por sí sola la idea de que esa personalidad no tardaría en morir. Pero no ha tenido en cuenta un pequeño hecho: algunas horas antes de que ese pensamient6o se le viniera a las mientes, este hombre o esta mujer se encontraba de visita en casa de un amigo o amiga. Había un periódico abierto sobre la mesa. El o ella no lo leyó, pero inconscientemente sus ojos han registrado la noticia de que aquella personalidad estaba gravemente enferma. La impresión han entrado en él o en ella sin que se diera cuenta, pero ha sido precisamente la causa de su <<presentimiento>>
Si se medita sobre estas cosas, se comprenderá hasta qué punto constituyen una fuente abundante de ilusiones y de fantasías. Es preciso conseguir que esta fuente deje de manar, si se quiere ver abrir la <<flor de diez pétalos>>. Porque esta flor permite entrar en las almas humanas para percibir sus cualidades profundamente ocultas. Sin embargo, no hay que tener estas percepciones por verdaderas más que si se está completamente liberado de las ilusiones debidas a las impresiones inconscientes. A tal fin, es necesario adquirir el dominio y el control de las impresiones que nos llegan del mundo exterior. Es preciso llegar, en este dominio y control, hasta el punto de poder ser capaz de cerrarse a aquellas sensaciones a las que obtener más que mediante un reforzamiento de la vida interior. Debe depender de nuestra voluntad que solo los objetos sobre los que dirigimos nuestra atención tengan poder para impresionarnos y de que nos hurtemos al afecto de las impresiones que no queremos tener. Hay que ver lo que se quiera ver y, allá hacia donde dirijamos nuestra atención, no debe en realidad suceder nada para nosotros. Cuanto más enérgico e intenso sea el trabajo interior, más posible será que se alcance esta facultad.
El estudiante en ocultismo no se debe dejar llevar sin pensamiento a ver u oír cualquier cosa. Para él no existe más que lo que él quiera oír o escuchar. Debe ejercitarse a permanecer sordo, en medio del mayor tumulto, a todo cuanto no quiera oír, a cerrar su mirada a los objetos que no observa intencionadamente a todas las impresiones inconscientes.
Deberá dedicarse con un cuidado especial a vigilar directamente, de esta manera, el curso de sus pensamientos. Elegir un pensamiento cualquiera y, a continuación, intentar no seguir con plena conciencia y en perfecta libertad, más que lo ataña a este pensamiento, rechazando toda distracción. Si, ante un pensamiento, se siente tentado de seguir el rastro de otro, debe buscar cuidadosamente de donde le ha venido este segundo pensamiento.
Puede llegar todavía más lejos. Cuando experimente por ejemplo una antipatía muy caracterizada hacia cualquier objeto la debe combatir e intentar establecer con este objeto una relación consciente. De este modo, entran en su vida interior cada vez menos elementos inconscientes, de este modo, también, mediante esta rigurosa educación de sí mismo, la <<flor de diez pétalos>> adquiere la forma que debe tener. La vida interior del ocultista debe ser vigilante; por el contrario, las cosas ante las que no tiene necesidad de estar atento, deben permanecer fuera de su campo de atención.
Cuando, a esta educación de sí mismo, se añada todavía una meditación inspirada por la ciencia espiritual, se ve madurar de una manera correcta la flor de loto cercana a la cavidad estomacal y, allí donde los sentidos espirituales descritos con anterioridad no había visto más que forma y calor, aparece ahora luz y color. Entonces se desvelan, por ejemplo, los talentos y las facultades del alma, las fuerzas y los atributos ocultos de la naturaleza. Por medio de éstos, deviene visible el aura coloreada de los seres vivos. Todas las cosas que nos rodean nos revelan entonces sus cualidades psíquicas.
Es evidente que, precisamente en esta fase del desarrollo se hace necesario prestar la mayor atención, porque el juego de los recuerdos inconscientes es aquí increíblemente intenso. Si no fuera así, muchas personas poseerían el sentido en cuestión porque surge casi tan pronto como se controlan las impresiones de estos sentidos hasta el punto de someterlos únicamente a la voluntad de prestar o no atención. Sin embargo, este sentido psíquico permanece inerte en tanto la vivacidad de las sensaciones físicas lo ensordece y obnubila.
La <<flor de seis pétalos>>, situada en medio del cuerpo, requiere de unos cuidados que son más difíciles; ella reclama el dominio total y consciente del ser entero, dado que el cuerpo, el alma y el espíritu constituyen una armonía perfecta. Las funciones del cuerpo, las inclinaciones y las pasiones del alma, los pensamientos y las ideas del espíritu, todo debe ser puesto al unísono. El cuerpo debe ser purificado y ennoblecido hasta el punto de que sus órganos no estén sometidos a ninguna presión que no sea la de ponerse al servicio del alma y el espíritu. El alma no debe ser impulsada por el cuerpo hacia pasiones y deseos que contradigan un pensamiento puro y noble, ni por su parte el espíritu debe querer tiranizar el alma mediante sus leyes y sus exigencias. Es de buen grado cómo el alma se debe someter a lo que el deber exige. El deber se le debe presentar al espíritu, no como un dogma al que obedece a regañadientes, sino como una regla que practica porque le gusta hacerlo. Lo que debe adquirir es un alma libre que se mantenga en equilibrio entre la vida de los sentidos y la vida del espíritu. Debe llegar a ello y a poder confiarse a sus sentidos, porque éstos estén los suficientemente purificados como para haber perdido el poder de rebajarlo. Ya no tiene necesidad de embridar sus pasiones porque éstas toman por sí mismas el buen camino. Mientras le sea necesario mortificarse, el discípulo no podrá superar un cierto grado de desarrollo. Una virtud que sea preciso esforzarse en practicar no tendrá ningún valor en ocultismo en tanto que sobrevivan los deseos inferiores; estos perturban el entrenamiento inclusive cuando uno se esfuerza por no ceder a ellos. En este caso, poco importa que los deseos asciendan del cuerpo hacia el alma. Si, por ejemplo, alguno evita recurrir a un determinado excitante para purificarse mediante la privación de este goce, este ejercicio no le resulta útil más que si su cuerpo no sufre por ello; porque, si el cuerpo sufre, esto prueba que él reclama este excitante y la privación pierde entonces todo su valor. En este caso, puede ser mejor para el individuo renunciar momentáneamente al fin de perseguido y esperar a que aparezcan condiciones más favorables en su organismo sensible, lo que quizá no ocurra sino en otra vida. En ciertos casos, se avanza más si se renuncia razonablemente que si se obstina uno a perseguir un fin inaccesible. Esta renuncia razonable sirve mejor a la evolución que la actitud contraria.
La eclosión de la <<flor de seis pétalos>> permite entrar en relación con seres que pertenecen a los mundos superiores, pero a condición de que su existencia se manifieste hasta en el mundo de las almas. Sin embargo, la disciplina recomienda no desarrollar esta <<flor>> antes de que el ocultista no esté muy avanzado en el camino a través del cual él puede elevar su espíritu hacia una región del universo todavía más alta. Esta penetración en el mundo espiritual propiamente dicho debe acompañar siempre la eclosión de las <<flores de loto>>; de otro modo, el discípulo cae en la confusión y en la incertidumbre. Aprenderá sin duda a ver, pero carecerá de los medios necesarios para saber apreciar lo que haya visto.
Ciertamente, las condiciones necesarias para la eclosión de la flor de seis pétalos constituyen ya por sí una cierta garantía contra la confusión y la inestabilidad. Porque no será fácil inducir al error a aquella persona que haya establecido un perfecto equilibrio entre sus sentidos (el cuerpo), sus pasiones (el alma) y sus ideas el (espíritu). Sin embargo, hace falta algo más que esta garantía para que la eclosión de esta flor posibilite la percepción de los seres, dotados de una vida autónoma, que pertenecen a un mundo tan profundamente diferente de éste que cae bajo nuestros sentidos físicos.
Para poseer, dentro de esta región, la certidumbre requerida, no es suficiente la formación de las <<flores de loto>>; es preciso disponer de órganos todavía más afinados. Es de éstos de los que debemos hablar ahora. Entonces estaremos en disposición de abordar a continuación el estudio de otras <<flores>> y de la estructura que hay que dar al cuerpo psíquico. (1)
(1) Resalta con evidencia que la relación misma que establece la expresión <<cuerpo psíquico>> encierra en sí una contradicción, como ocurre con tantos otros términos utilizados por la ciencia espiritual. Si embargo, empleamos esta expresión porque el conocimiento clarividente percibe algo que, en el campo de lo espiritual comunica la misma impresión que comunica el cuerpo físico en el mundo físico.
La organización del cuerpo psíquico, tal como la acabamos de describir, hace posible al hombre la percepción de los fenómenos suprasensibles. Quien verdaderamente quiera penetrar en el mundo superior no debe sin embargo permanecer allí. No basta con haber impreso un movimiento a las <<flores de loto>>. Hay que estar en estado regular y de controlar por sí mismo, y con plena conciencia, el movimiento de estos órganos espirituales; si no, se convertirá uno en el juguete de las fuerzas y de las potencias exteriores. Para evitar este peligro, hay que ad2quirir la facultad de oír el <<verbo interior>> y desarrollar no solamente el <<cuerpo psíquico>>, sino también el <<cuerpo etérico>>. Este es un cuerpo sutil que se le presenta al clarividente como una especie de doble cuerpo psíquico. (1)
(1) Hay que referirse aquí a las descripciones que el autor ha dado en su obra Teosofía, una introducción…)
Si se está dotado de clarividencia se puede hacer abstracción, con plena conciencia, del cuerpo físico del ser que se tiene delante. Se trata en el fondo del ejercicio de la atención transportado a un plano superior.
De la misma manera que el hombre puede desviar su atención de lo que tiene ante sí, de tal manera que deja de verlo, el clarividente es capaz de eliminar en alguna medida un cuerpo físico para su percepción, hasta tal punto que, para él, se convierte en transparente. Si observa de este modo al ser que tiene ante sí, a la mirada de su alma sólo se le aparece ya lo que se llama cuerpo etérico y el cuerpo psíquico (o astral) que penetra y sobrepasa el ser físico y etérico.
El cuerpo etérico presenta casi prácticamente la misma apariencia y la misma talla que el cuerpo físico, de manera que ocupa aproximadamente el mismo espacio que él. Se trata de un organismo de una naturaleza extremadamente sutil y delicada. (2)
(2) Yo ruego al físico que no se sienta perplejo ante esta expresión de <<cuerpo etérico>>. La palabra éter es simplemente un medio de expresar la sutileza de esta formación. Por el momento, no tiene que ponerse en relación con el éter de que se ocupan las hipótesis científicas.)
Su color fundamental no se parece a ninguno de los siete colores del arco iris. El que concibe percibirlo hace el descubrimiento de un color nuevo que no existe en el campo de la observación sensible. Todo lo más, se le podría comparar con el matiz de la flor del melocotonero recién abierta.
Si se quiere concentrar la observación sólo sobre el cuerpo etérico, hace falta igualmente abstraer el cuerpo astral del campo de observación mediante un ejercicio de atención análogo al que ya hemos descrito. Porque si no se pudiera realizar esta abstracción, el aspecto del cuerpo etérico sería modificado por el cuerpo astral que lo penetra por todas partes.
En el hombre, las menores porciones del cuerpo etérico están sin cesar en movimiento. Innumerables corrientes lo recorren en todos los sentidos. Estas corrientes mantienen y coordinan la vida. Todo cuerpo viviente posee un cuerpo etérico. Las plantas y los animales lo tienen, y el observador atento descubre inclusive sus rasgos en los minerales.
Al principio, estas corrientes y estos movimientos escapan por completo a la voluntad y a la conciencia humanas, mismo del modo que, en el cuerpo físico, las funciones del corazón o del estómago, por ejemplo, no dependen de la voluntad.
En tanto que el hombre no haya decidido desarrollarse para adquirir facultades suprasensibles, esta independencia persiste. Porque, a un cierto nivel, el desarrollo consiste precisamente en añadir otras corrientes que uno pone en acción por sí mismo a las corrientes y movimientos etéricos independientes de la conciencia.
Cuando el entrenamiento oculto alcanza el punto en que las figuras o las flores de loto comienzan a moverse, el estudiante ha cumplido ya con varias de las condiciones que se requieren para provocar en su cuerpo etérico el despertar de determinadas corrientes y movimientos. El objetivo es entonces constituir en las cercanías del corazón físico una especie de centro del que partan corrientes y movimientos que posean formas y colores espirituales infinitamente variados. En realidad, este centro no es un simple punto, sino una formación muy compleja. Un órgano prodigioso. Brilla y cintila espiritualmente con mil colores y engendra formas de una gran regularidad, capaces de modificarse rápidamente. Otras formas y corrientes coloreadas parten de este órgano hacia todas las demás partes del cuerpo; lo sobrepasan inclusive para recorrer el cuerpo psíquico con su forma y sus irradiaciones. Pero las más importantes de estas corrientes van hacia las flores de loto. Circulan por cada pétalo, ordenando la rotación; luego legan a las puntas y, desde allí, huyen hacia fuera para perderse en el espacio. Cuanto más evoluciona un hombre, más se extiende en su torno el campo en el que estas corrientes irradian.
Unas relaciones particularmente estrechas unen a este centro la <<flor de doce pétalos>>. Es hacia ella hacia donde las corrientes van directamente, y es después de haberlas atravesado curando se ramifican para desembocar, por un lado, en las flores de dieciséis y de dos pétalos, y, por otro, hacia la parte baja del cuerpo, hacia las flores de ocho, seis y cuatro pétalos. A causa de esta disposición, la formación de la <<flor de doce pétalos>> reclama una atención muy particular en el entrenamiento espiritual. Si se cometiese una falta, el conjunto se expandiría de una manera anormal.
Después de cuanto acabamos de decir, es fácil darse cuenta de la naturaleza extremadamente íntima y delicada de este entrenamiento. Es preciso conducirse con gran exactitud para que todo evolucione normalmente. Y, sin ir más lejos, es fácil comprender igualmente que sólo puede dar indicaciones sobre el entrenamiento de las facultades suprasensibles quien haya experimentado en sí mismo lo que debe estimular en otro y, por consiguiente, esté en disposición plena de reconocer si sus indicaciones desembocan verdaderamente en el resultado justo.
Si el estudiante en ocultismo cumple con todo cuanto le haya sido recomendado, provoca en su organismo etérico corrientes y movimientos que estarán en armonía con las leyes y la evolución universales a las que el hombre está sometido. Es por esto por lo que estas recomendaciones están siempre conformes con las grandes leyes de la evolución. Tales leyes aconsejan los ejercicios de meditación y de concentración que ya hemos mencionado, y por otros semejantes, que, bien ejecutados, son capaces de producir los efectos esperados. En momentos elegidos, el estudiante puede penetrarse profundamente del contenido de esos ejercicios, llenar de ellos, en cierto modo, toda su alma. Comienza por ejercicios sencillos y realizados, ante todo, para dar fuerza más densa, más interior, al pensamiento cerebral cuya actividad es todavía intelectual y racional. A través de ellos, el pensamiento se libera, se emancipa de las impresiones y de las experiencias sensoriales. Se concentra de algún modo sobre un punto que tiene en su poder. Así crea un centro provisional para las corrientes del cuerpo etérico. Este punto central no está todavía situado en la región del corazón, sino en la cabeza. Se le aparece al investigador como el instigador de ciertos movimientos.
Solamente una disciplina oculta que comienza por crear este centro alcanza un éxito completo. Si, desde el principio, este punto se hubiera transferido a la región del corazón, el candidato podría muy bien tener ciertos atisbos fragmentarios de los mundos superiores, pero le faltaría la visión de conjunto necesaria para relacionar los mundos superiores con nuestro mundo sensible. Constituye para el hombre, en la actual fase de la evolución, una necesidad absoluta. El clarividente no debe convertirse en un soñador; debe conservar un suelo firme bajo sus pies.
El centro situado en la cabeza, cuando está suficientemente consolidado, es transferido a continuación hacia otras partes más bajas; primeramente, a la región de la laringe. Este desplazamiento es el resultado de la práctica perseverante de los ejercicios de concentración. En este momento, es de esta región desde la que irradian los movimientos surgidos del cuerpo etérico que van a iluminar el espacio astral, alrededor del ser humano.
Continuando con los ejercicios, el estudiante podrá determinar por sí mismo la posición de su cuerpo etérico. Con anterioridad, esta posición dependía de las fuerzas procedentes del exterior y del cuerpo físico. Mediante el entrenamiento, el hombre se vuelve capaz de hacer que su cuerpo etérico se vuelva hacia todos los lados. Esta facultad se debe a las corrientes que corren poco más o menos a los largo de las dos manos y que tienen su centro en la <<flor de loto de dos pétalos>> situada en la región de los ojos. Esta circulación se produce cuando los rayos que emanan del órgano de la laringe revisten formas redondeadas que se dirigen en parte hacia la <<flor de dos pétalos>>, desde la cual se propagan en ondas hacia las manos.
Otra consecuencia de este ejercicio es la de que estas corrientes etéricas dan nacimiento de la manera más delicada a entroncamientos, y después a ramificaciones, que se entrelazan en una especie de red que constituye el límite del cuerpo etérico. Antes, este cuerpo no poseía ninguna frontera, por así decirlo, con lo exterior, de manera que las corrientes vitales entraban y salían directamente, ligadas al océano universal de la vida. Al presente, los influjos del exterior deben atravesar esta película; de este modo, el ser humano se vuelve sensible a estas corrientes exteriores que, en adelante, le son perceptibles.
Ha llegado el momento de otorgar a la región del corazón el centro de todo este sistema circulatorio de corrientes y de movimientos. Ello se consigue de nuevo continuando los ejercicios de concentración y de meditación; y el ser humano alcanza igualmente el nivel en el que está ya dotado de audición respecto al <<verbo interior>> Todas las cosas revisten para él, de ahora en adelante, un nuevo sentido. Su esencia más íntima deviene, por así decir, audible para el oído espiritual. Ellas hacen oír su verdadero ser. Las corrientes etéricas ponen al ocultista en relación con el interior del universo al cual pertenecen. Comienza a experimentar la vida de las cosas que lo rodean y puede prolongar el eco de esta vida en los movimientos de sus <<flores de loto>>
El hombre entra así en el mundo espiritual, llegado a este punto, se abre para él un sentido nuevo para las palabras pronunciadas por los grandes Maestros de la humanidad. Los discursos de Buda, los Evangelios, por ejemplo, le producen un efecto completamente distinto al que le producían antes. Le hacen sentirse penetrado por la felicidad cuya existencia ni siquiera sospechaba, porque la resonancia de estas palabras se armoniza con los ritmos y los movimientos que ha hecho nacer en sí mismo. El puede verificar ahora, a través de la experiencia directa, que hombres tales como Buda o los evangelistas no han expresado simples revelaciones personales, sino las que la esencia misma de las cosas vertía en ellos.
Es éste el momento de señalar un hecho que sólo es comprensible a la luz de cuanto acabamos de decir. Para los hombres del nivel cultura actual, las numerosas repeticiones que esmaltan los discursos de Buda resultan sorprendentes. Para el discípulo, ellas vienen a ser como especies de pausas durante las cuales su sentido interior goza de unos momentos de reposo, porque corresponden a determinados movimientos de la naturaleza rítmica del cuerpo etérico y, si se las observa en una calma interior perfecta, los movimientos de este cuerpo vibran al unísono. Y como estos ritmos interiores reproducen determinados ritmos del universo que comportan igualmente en ciertos momentos, la repetición y el retorno a los motivos anteriores, al disfrutar del estilo de Buda, el hombre vive en armonía con los misterios del mundo.
La ciencia espiritual enseña que el hombre debe adquirir cuatro cualidades durante el camino de prueba que lo eleva hasta el conocimiento superior:
La primera es la facultad de distinguir en los pensamientos entre lo real y lo ilusorio, entre la verdad y la simple opinión.
La segunda consiste en saber apreciar con justeza la diferencia existente entre lo verdadero, lo real y la apariencia.
La tercera cualidad consiste en la adquisición de los seis atributos descritos más arriba: control de los pensamientos, control de las acciones, perseverancia, tolerancia, confianza, igualdad de humor.
La cuarta es el amor por la libertad interior.
Una comprensión puramente intelectual de lo que reside en estas cualidades no es de ninguna utilidad. Ellas deben incorporarse al alma hasta el punto de engendrar hábitos interiores.
Tomemos, por ejemplo, la primera: el discernimiento entre la realidad y la apariencia. El hombre debe formarse para distinguir por sí mismo, en un objeto que se le presenta, los elementos accesorios de los que tienen verdadera importancia. No puede sin embargo, disciplinarse de este modo si no es realizando incansablemente este ejercicio, ante cada observación del mundo exterior, con calma y paciencia. Finalmente, la mirada alcanza la auténtica realidad con tanta naturalidad como antes se contemplaba con la paciencia. <<Todo lo que pasa no es más que símbolo>>. Esta verdad se convierte para el alma en una constatación evidente. Y lo mismo le debe ocurrir con respecto a las otras tres cualidades.
Bajo la influencia de estos cuatro hábitos del alma, la naturaleza sutil del cuerpo etérico se modifica realmente. Discernir entre lo real y la apariencia engendra en la cabeza el centro etérico y prepara el de la laringe. A decir verdad, para la verdadera edificación, es preciso todavía añadir los ejercicios de concentración de los que hemos hablado más arriba y que dan forma a lo que el cultivo de las cuatro cualidades hace madurar.
Cuando el centro cercano a la laringe está preparado, es cuando el cuerpo etérico dispone libremente de sí mismo y cuando forma a su alrededor una red que hace dos veces de epidermis. Lo debe a la facultad de apreciar con justeza el valor de lo real frente a la apariencia. El ser humano que se ha elevado hasta esta apreciación exacta percibe progresivamente los hechos espirituales. No debe sin embargo, creer que ya no pueda cumplir más que acciones lógicamente consideradas como importantes. El acto más mínimo, el más pequeño gesto, tiene un sentido para la economía universal, y se trata sólo de tener conciencia de esta importancia. Es preciso no subestimar las pequeñas cosas de la vida ordinaria, sino estimarlas en su justo valor.
Ya hemos hablado de las seis virtudes que componen la tercera cualidad. Ellas guardan relación con el desarrollo de la <<flor de loto de doce pétalos>> en la región del corazón. Como ya se ha dicho, es hacia aquí hacia donde la corriente vital del cuerpo etérico se debe dirigir.
La cuarta cualidad, esto es, el deseo de adquirir la libertad interior, sirve para hacer madurar el órgano etérico cercano al corazón. Cuando esta disposición se ha convertido en una costumbre fundamental del alma, el hombre se libera de todo cuanto le ata exclusivamente a su naturaleza personal. Deja de considerar las cosas desde su punto de vista particular. Los límites de su pequeño yo, que le encadenan a este punto de vista particular, desaparecen. Los misterios del mundo espiritual encuentran la manera de acceder a su ser interior; y en esto es en lo que consiste precisamente la verdadera revelación. Porque estas cadenas obligan al hombre a considerar las cosas y los seres bajo el ángulo de su personalidad, y este juicio personal es precisamente el obstáculo del que el estudiante de ocultismo debe independizarse, liberarse.
De cuanto precede, se debe concluir que las reglas dictadas por la ciencia espiritual alcanzan con su acción el trasfondo de la naturaleza humana. Muy especialmente, las que se relacionan con las cuatro cualidades de que hemos hablado. Ellas se encuentran, bajo una u otra forma, en todos los grandes sistemas que tratan del mundo espiritual. Y no ha sido sobre un confuso sentimiento de la verdad como los fundadores de estas visiones del mundo han dado estas reglas a los hombres. Ellos han llegado a las conclusiones a las que han llegado porque eran grandes iniciados y ha sido en el conocimiento más seguro en el que han basado y desde el que han impulsado estas reglas morales. Conocían su acción sobre los elementos sutiles de la naturaleza humana y han querido permitir a quienes la practican conducir poco a poco estos elementos hacia su punto de perfección. Vivir según esta sabiduría es trabajar en su perfeccionamiento espiritual y es el único medio de servir al universo. No es egoísmo querer perfeccionarse, porque el hombre imperfectamente evolucionado no podría ser más que un imperfecto servidor de la humanidad y del universo. Se es tanto más útil a una y otro cuanto más avanzado se está en la evolución. Es aquí donde se verifica el proverbio que dice: <<La rosa que se adorna a sí misma, adorna también el jardín>>.
Los fundadores de grandes sistemas se rebelan precisamente por ser grandes iniciados. Cuanto viene de ellos se expande por las almas humanas, y, como consecuencia del progreso de la humanidad, progresa el mundo entero.
Los iniciados han trabajado con plena consecuencia en esta marcha de la humanidad. No se comprenden sus enseñanzas más que sí se sabe ver que ellos las han impulsado a partir de un conocimiento de las regiones más profundas de la naturaleza humana. Los iniciados eran los grandes sabios, y han extraído de sus conocimientos el ideal que han propuesto a la humanidad. El hombre se acerca a estos grandes maestros cuando, trabajando sobre sí mismo, se eleva progresivamente a su altura.
Para el ser humano que ha emprendido la tarea de dar a su cuerpo etérico la formación que acabamos de describir, comienza un camino completamente nuevo. El debe recibir de la enseñanza oculta, en el momento requerido, las explicaciones que le van a permitir adaptarse a esta nueva existencia. Por ejemplo, cuando percibe, en medio de la <<flor de loto de dieciséis pétalos>>, formas provenientes de un mundo suprasensible, debe darse cuenta de que estas formas difieren las unas de las otras, según las cosas y los seres que las hayan engendrado.
La primera cosa que observa es que determinadas formas están influenciadas por sus propios sentimientos, mientras que otras no lo son, o lo son en muy pequeña medida. Ciertos tipos de figuras se transforman si el observador piensa al apercibirlas: <<Esto es bello>>. Después, prosiguiendo su observación, añade: <<Esto es útil>>. Las fuerzas que emanan de los minerales o de objetos fabricados, sobre todo, tienen la particularidad de transformarse con cada pensamiento, cada sentimiento que atraviesa el alma de quien los mira. Esto ya ocurre menos en el caso de las formas provenientes de las plantas y, menos aún, de las correspondientes a animales. También éstas son móviles y llenas de visa; pero esta movilidad proviene en parte solamente de la influencia ejercida por los pensamientos y las impresiones del observador. Tiene también otras causas, sobre las que el hombre no tiene la menor posibilidad de actuar
En el seno de este mundo de las formas se encuentra una especie particular que se sustrae en principio completamente a la influencia del hombre. El ocultista puede convencerse que estas formas no emanan ni de los minerales, ni de objetos fabricados, ni de plantas ni de animales. Para darse cuenta de ello claramente, no tiene más que considerar las formas de las que está seguro que han nacido de sentimientos, de instintos y de pasiones provenientes de los hombres. Sus propios sentimientos y pensamientos no ejercen ya sobre estas más que una acción mínima, aunque todavía apreciable. A fin de cuentas, encuentra siempre, en el mundo de las formas, un <<resto>> sobre el cual su influencia no tiene ningún poder. Este <<resto>> constituye incluso, en los principios, una gran parte de lo que percibe. No puede llegar a explicarse este género de percepciones más que cuando se examina a sí mismo. Entonces descubre cuáles son las formas que han sido engendradas por él, porque son sus actos, sus voliciones, sus deseos propios los que se manifiestan mediante estas formas. Un instinto que reside en él, un deseo que experimenta en su interior, un proyecto que acaricia, todo se aclara bajo esta apariencia. Más aún: su mismo carácter se refleja y se imprime en este mundo de las formas. Así, mediante su pensamiento y sus sentimientos conscientes, el hombre puede ejercer una influencia sobre todas las formas que no ha creado personalmente. En cuanto a las que él mismo engendra en el mundo suprasensible, ya no tiene acción sobre ellas desde el instante en que hayan salido de él.
De cuanto acabamos decir resulta que, para la percepción superior, la vida interior, el hombre, el mundo entero de sus instintos, de sus pasiones, de sus representaciones, se expresa mediante figuras exteriores, exactamente como otros objetos u otros seres.
Para el conocimiento suprasensible, el mundo interior se convierte en una parte del mundo exterior, de la misma manera que, en el mundo físico, si se está rodeado de espejos, uno puede contemplar su forma corporal, así también, en el mundo suprasensible, se encuentra uno cara a cara con su ser psíquico exteriorizado, que se presenta como una imagen en el espejo.
En esta etapa de su evolución, le ha llegado al ocultista el momento de superar la ilusión que nace de las estrechos límites de su personalidad. Lo que acontece en el interior de esa personalidad, lo puede considerar ahora como formando parte del mundo exterior por las mismas razones que lo que, hasta este momento, caía bajo sus sentidos. Esta experiencia le va conduciendo progresivamente a saber tratarse a sí mismo como trataba otras veces los seres que le rodean.
Si su mirada se abriese sobre los mundos espirituales antes de estar lo suficientemente preparado para reconocer a los seres que lo pueblan, se encontrará ante el cuadro que ofrece su alma, en un primer momento, como ante un enigma. Sus instintos y sus pasiones se ofrecerán a su vista bajo formas que le darán impresión de ser, unas veces, animales y otras veces más raras, humanas. De hecho, las formas animales de estas regiones no recuerdan nunca, sino de lejos, a las del mundo físico, pero un observador inexperto ve sobre todo las comparaciones que hay que hacer.
Se hace necesario adquirir una forma completamente nueva de juzgar cuando se penetra en estas regiones, porque no sólo los elementos de la vida interior adquieren una forma exterior, sino que también se presentan invertidos, como la imagen de un espejo. Cuando se lee por ejemplo un número, es necesario leerlo donde dándole vuelta. Si, por ejemplo, en el ámbito de lo astral se ve el número 265, significa en realidad 562. Igualmente, una esfera es percibida como si el observador se encontrase en su centro. Se hace preciso, pues aprender a traducir en consecuencia los datos de esta percepción interior de las cosas. Los fenómenos del alma se reflejan también de una forma invertida. Un deseo dirigido hacia un objeto exterior se presenta como una forma que se vuelve hacia el ser mismo que ha emitido el deseo. La pasiones que tienen su sede en la naturaleza inferior del hombre pueden revestir la forma de animales o de seres del mismo género, que se revuelven violentamente sobre su creador. En realidad, estas pasiones han salido verdaderamente de él y buscan el objeto del mundo exterior en el que puedan saciarse. Pero, dada la propiedad que tiene la sustancia astral de actuar como un espejo, el reflejo de esta tendencia hacia el exterior se proyecta sobre el hombre apasionado como un ataque.
Si se ha aprendido a conocerse a sí mismo a través de una observación tranquila y objetiva, inclusive antes de elevarse a la percepción suprasensible, se encuentra también la fuerza y el valor necesarios para conducirse como conviene en el momento en que las imágenes de la vida interior viene a uno desde fuera. Los que no están lo suficientemente confrontados consigo mismos, mediante este lúcido examen, no se reconocerán ya en la imagen reflejada en el espejo y la tomarán por algo extraño a ellos. Además, este espectáculo les producirá angustia y, como no podrían soportarlo, intentarían persuadirse de que todo aquello no era más que una producción quimérica, que a nada podría conducir. En ambos casos, si se llega a este estadio de la disciplina sin la madurez correspondiente, se producirá una funesta detención en el desarrollo.
Antes de elevarse más, es pues indispensable que la mirada espiritual del discípulo pueda abrir el paso hacia la luz a su propia alma. Porque, en el fondo, es en el interior de sí mismo donde posee esta parte del alma y del espíritu que es él, antes que nadie, a quien corresponde juzgar. Si ha adquirido en un principio, en el mundo físico, un sólido conocimiento de su personalidad y encuentra en los mundos suprasensibles en primer lugar el reflejo de esta personalidad, puede comparar la una con la otra. Está en disposición de relacionar la experiencia superior con un dato conocido y a partir de este modo de un suelo firme. Porque, si no, cualesquiera que fuesen las otras entidades espirituales que encontrase, no tendría ningún criterio para apreciar su naturaleza ni su realidad. Sentiría entonces, muy pronto, cómo el suelo se hunde bajo sus pies. Por consiguiente, nunca se dirá el suficiente número de veces que la más segura entrada del mundo suprasensible se hace por medio del conocimiento imparcial y profundo de la propia naturaleza.
Imágenes espirituales. Esto es lo que el hombre encuentra en primer lugar en su camino hacia los mundos superiores. En cuanto al prototipo con el que se relacionan estas imágenes, lo tiene en sí mismo. Hace falta por consiguiente que el discípulo esté lo suficiente maduro como para no exigir realidades tangibles en esta primera etapa de la investigación, sino para aceptar que lo que encuentre en este nivel no sean más que… imágenes.
Sin embargo, en el seno de este mundo de imágenes, descubre pronto algo nuevo. Su yo inferior se yergue delante de él; ciertamente como la imagen reflejada en un espejo; pero en este reflejo se proyecta la realidad verdadera del Yo superior. De la personalidad inferior, contemplada así en imagen, se desprende la forma del Yo espiritual y es únicamente de él de donde emanan los lazos capaces de unirle a uno con otras realidades espirituales.
Ha llegado el momento de servirse de la <<flor de loto de dos pétalos>>, situada en la región de los ojos. Cuando empieza a entrar en movimiento, el hombre encuentra, a través de ella, la posibilidad de poner a su Yo superior en contacto con entidades espirituales que están por encima de él. Las corrientes surgidas de esta <<flor de loto>> se dirigen hacia estas entidades superiores, y de tal manera que se tiene plena conciencia de su movimiento. Del mismo modo que la luz vuelve visibles para los ojos los objetos físicos, así las corrientes hacen visibles para el alma a los seres espirituales de los mundos superiores.
Sumergiéndose en las representaciones que extrae de la ciencia espiritual y de las verdades fundamentales que ella contiene, el estudiante de ocultismo aprende a poner en movimiento y a dirigir las corrientes que emite esta<<flor de loto de dos pétalos>>.
Es en esta fase del entrenamiento donde se revela todo el valor de un juicio sano,, de una disciplina clara y lógica. Basta pensar en efecto que el Yo superior, que hasta aquí ha dormido en el hombre, en un estado latente como el de la semilla inconsciente, acaba de nacer a la vida consciente. Y esto no es un símbolo; se trata realmente de un nacimiento en el mundo del espíritu.
Para ser viable, este ser espiritual debe venir al mundo provisto de todos los órganos, de todos los rudimentos necesarios de su futura existencia. De la misma manera que la naturaleza debe dotar al niño pequeño, recién nacido, de unos ojos, unos oídos, etc., bien constituidos, del mismo modo que las leyes de nuestro desarrollo personal deben cuidar de que él Yo superior venga a la vida con todas las facultades necesarias. Y las leyes que garantizan así la formación de los órganos espirituales no son otras que las sanas leyes de la razón y de la moral, que reinan en nuestro mundo físico.
Este Yo espiritual madura en la persona física del mismo modo que el niño madura en el seno maternal. La salud del niño depende de la acción normal de las leyes naturales en el seno de la madre. Igualmente, la salud del hombre espiritual está determinada por las leyes del entendimiento habitual y de la razón que se ejerce en la vida física. Nadie podría engendrar un Yo superior sano si no vive ni piensa sanamente en el mundo físico. Una vida conforme a la naturaleza y a la razón está en la base de todo verdadero desarrollo espiritual.
En el seno materno, el niño vive ya según las fuerzas naturales cuya acción perciben los órganos sensoriales, después de su nacimiento; del mismo modo el Yo espiritual vive ya conforme a las leyes del mundo espiritual en el seno de la existencia física; y al igual que el niño, guiado por su oscuro instinto vital asimila las fuerzas de la vida, el hombre puede asimilar fuerzas espirituales ante de que su Yo superior haya nacido. Más todavía: debe hacerlo para que ese yo nazca perfectamente conformado.
Sería inexacto decir: yo no puedo aceptar las enseñanzas de la ciencia espiritual antes de ser yo mismo clarividente, porque sin profundizar en esta ciencia espiritual nunca se podrá acceder al verdadero conocimiento superior. Se encontraría acceder al verdadero conocimiento superior. Se encontraría uno entonces en la misma situación que un niño que rechazara tomar, durante su vida embrionaria, lo que le transmite el organismo materno, y quisiera intentar poder procurárselo por sí mismo.
El embrión del niño tiene la confusa sensación de que lo que recibe es bueno para él. El hombre que todavía no ve en espíritu, presiente la verdad de las enseñanzas de la ciencia espiritual. Existe una especie de intuición fundada sobre el sentimiento de la verdad y sobre el juicio de una razón clara, sana y amplia, que permite penetrar en esta enseñanza, aunque no se perciban todavía las cosas del espíritu. Antes que nada, es preciso adquirir los conocimientos místicos, porque este estudio prepara para la videncia. El que alcance la videncia antes de estar preparado de esta forma para ella, sería como un niño que hubiese venido al mundo con dos ojos y dos orejas, pero sin cerebro. El mundo de los colores y de los sonidos se extendería todo entero ante él, pero él no sabría que hacer con ellos. Así, todo cuanto se haya recibido en la vida física como una evidencia, gracias al sentido de la verdad, a la inteligencia, de la razón, todo esto toma en este estudio un valor de experiencia vivida.
El discípulo posee ahora un conocimiento directo de su Yo superior; y descubre que ese yo está en relación con entidades espirituales de naturaleza trascendente; se hace un todo con ellas. De este modo, constata que su personalidad inferior proviene de un mundo más alto, pero ve que su naturaleza superior lo sobrepasa y la sobrevive. Ahora él puede diferenciar por sí mismo lo pasajero de lo permanente, y esto viene a verificar por experiencia personal lo que se enseñan teóricamente, a saber, que el Yo superior se encarna en una forma inferior. Ve entonces que forma parte de un conjunto espiritual que determina su carácter y su destino. Contempla la ley de su vida, el Karma, y reconoce que su yo inferior, en su existencia actual, no es más que una de las formas que puede adoptar su ser superior. La posibilidad de trabajar desde lo alto de su individualidad espiritual es perfeccionarse cada vez más se le aparece con claridad. Constata las grandes diferencias que separan a los seres humanos en este aspecto. Muchos están por encima de él, pues han alcanzado algunos grados a los cuales él no accederá sino más tarde. Se da cuenta de que sus palabras y sus acciones fluyen de una fuente superior. Todas estas experiencias se las debe a la primera mirada que personalmente puede dirigir hacia el mundo espiritual. Los que llamamos <<grandes iniciados de la humanidad>> van a comenzar a serlo para él precisamente merced a estas realidades.
Tales son los dones que confiere esta fase de su evolución al discípulo: visión del Yo superior, de su encarnación en un yo inferior, de las leyes que ordenan la vida en el mundo físico, según las armonías espirituales (Karma); finalmente, de la existencia de los grandes iniciados.
Es por esto por lo que se dice de un discípulo que ha alcanzado este nivel que la duda ya no existe para él. Si en otro tiempo hubiese poseído una fe fundada sobre razones lógicas y sobre un pensamiento sano, en el lugar de la creencia aparece ahora un saber integral y una visión intuitiva que nada puede quebrantar.
Las religiones, con sus ceremonias, sus sacramentos y sus ritos, han suministrado símbolos exteriormente visibles, para los seres y los acontecimientos del mundo espiritual. Esto no se puede negar más que si todavía no se han estudiado estos símbolos en toda su profundidad.
El que sumerge directamente su mirada en la realidad espiritual comprende la alta significación de estos actos culturales exteriormente visibles. Alcanza a ver, en el servicio religioso, un reflejo de las relaciones del hombre con el mundo del espíritu.
He aquí en que sentido el discípulo que haya conseguido elevarse a este nivel se convertido realmente en un hombre nuevo. Mediante las corrientes de su cuerpo etérico puede esforzarse ahora en adquirir poco a poco el dominio del principio superior de su vida, alcanzando de este modo un alto grado de libertad respecto a su cuerpo físico.   siguiente conferencia

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919