GA028 El curso de mi vida cap. XVII -Comentarios críticos sobre la ética

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 EL CURSO DE MI VIDA

RUDOLF STEINER

1890-1897

Weimar

Cap. XVII Comentarios críticos sobre la ética

En esta época se estableció en Alemania una rama de la Sociedad de Cultura Ética que se había originado en América. Parece obvio que en una época materialista no se debe sino aprobar un esfuerzo en la dirección de una profundización de la vida ética. Pero este esfuerzo surgió de una concepción fundamental que despertó en mí las más profundas objeciones.

El líder de este movimiento se dijo a sí mismo: "Uno se encuentra hoy en medio de las muchas concepciones opuestas del mundo y de la vida en lo que se refiere a la vida del pensamiento y a los sentimientos religiosos y sociales. En el reino de estas concepciones los hombres no pueden llegar a entenderse. Es malo que los sentimientos morales que los hombres deben tener los unos por los otros se vean arrastrados a la esfera de estas opiniones opuestas. ¿Adónde conduciría esto si los que sienten de manera diferente en cuestiones religiosas y sociales, o los que difieren entre sí en la vida del pensamiento, expresaran también su diversidad de tal modo que determinaran también sus relaciones morales con respecto a los que piensan y sienten de manera diferente? Por lo tanto, hay que buscar un fundamento para una ética puramente humana que sea independiente de todo concepto del mundo, que cada uno pueda reconocer independientemente de cómo piense en referencia a las diversas esferas de la existencia."

Este movimiento ético me causó una profunda impresión. Tenía que ver con puntos de vista que yo consideraba muy importantes. Porque vi ante mí el profundo abismo que el modo de pensar característico de los tiempos más recientes había creado entre lo que ocurre en la naturaleza y el contenido del mundo moral y espiritual.

Los hombres han llegado a una concepción de la naturaleza que representaría la evolución del mundo como carente de contenido moral o espiritual. Piensan hipotéticamente en un estado primitivo del mundo puramente material. Buscan las leyes según las cuales, a partir de este estado primitivo, podría haberse formado gradualmente lo viviente, lo que está dotado de alma, lo que está impregnado de espíritu en la forma característica de la época actual. Si uno es lógico en tal manera de pensar, -así me dije entonces-, entonces lo espiritual y lo moral no pueden concebirse más que como un resultado de la obra de la naturaleza. Entonces uno se enfrenta a hechos de la naturaleza que son desde el punto de vista espiritual y moral bastante indiferentes, que en su propio proceso de evolución han hecho surgir la moral como un subproducto, y que finalmente con indiferencia moral igualmente la entierran.

Yo podía, por supuesto, percibir claramente que los pensadores sagaces no sacaban estas conclusiones; que ellos simplemente aceptaban lo que los hechos de la naturaleza parecían decirles, y pensaban con respecto a estos asuntos que uno simplemente debería permitir que el significado mundial de lo espiritual y moral descansara sobre su propio fundamento. Pero esta opinión me parecía poco convincente. No me importaba que la gente dijera: "En el campo de los sucesos naturales uno debe pensar de una manera que no tiene relación con la moral, y lo que uno piensa así constituye hipótesis; pero con respecto a la moral cada hombre puede formarse sus propias ideas". Me dije a mí mismo que quienquiera que piense con respecto a la naturaleza incluso en el más mínimo detalle de la manera entonces habitual, tal persona no puede atribuir a lo espiritual-moral ninguna realidad autoexistente y autosuficiente. Si la física, la química y la biología siguen siendo como son -y a todos nos parecen inatacables-, entonces las entidades que los hombres de estas esferas consideran como realidad absorberán toda la realidad; y lo espiritual-moral no podría ser más que la espuma que surge de esta realidad.

Me asomé a otra realidad, una realidad que es espiritual y moral, además de natural. En mi esfuerzo por alcanzar el conocimiento, me parecía una debilidad no estar dispuesto a abrirme paso hasta esa realidad. Me vi obligado a decirme a mí mismo según mi percepción espiritual: "Por encima de los sucesos naturales, y también de los espirituales-morales, existe una verdadera realidad, que se revela moralmente, pero que en la actividad moral tiene al mismo tiempo el poder de encarnarse como un suceso que alcanza igual validez que un suceso de la naturaleza". Pensé que esto parecía indiferente a lo espiritual-moral sólo porque este último había perdido su unidad original de ser con esta realidad, como el cadáver de un hombre ha perdido su unidad de ser con lo que en el hombre está dotado de alma y de vida.

Para mí esto era cierto, pues no me limitaba a pensarlo: Lo percibía como verdad en los hechos y seres espirituales del mundo. En los llamados "eticistas" me parecía que habían nacido hombres a quienes tal percepción les parecía indiferente; revelaban más o menos inconscientemente la opinión de que no se puede hacer nada con filosofías contradictorias; salvemos los principios de la ética, respecto a los cuales no hay necesidad de indagar cómo están enraizados en la realidad del mundo. En este fenómeno de la época me pareció que se manifestaba un escepticismo no disimulado respecto a todo esfuerzo en pos de un concepto del mundo. Inconscientemente frívolo me parecía cualquiera que sostuviera que, si dejamos que los conceptos del mundo descansen sobre sus propios cimientos, seremos capaces de difundir de nuevo la moralidad entre los hombres. Di muchos paseos con Hans y Grete Olden por los parques de Weimar, durante los cuales me expresé de forma radical sobre el tema de esta frivolidad. "Quien avance con su percepción tanto como le sea posible al hombre", dije, "encontrará un evento mundial a partir del cual aparece ante él la realidad de lo moral al igual que la de lo natural". En la recién fundada Zukunft escribí un mordaz artículo contra lo que yo llamaba ética desarraigada de toda realidad del mundo, que no podía poseer fuerza alguna. El artículo tuvo una acogida claramente hostil. ¿Cómo podía ser de otro modo, cuando los propios "eticistas" se habían visto obligados a presentarse como los salvadores de la civilización?

Para mí este asunto tenía una importancia inconmensurable. Quería luchar en un punto crítico por la confirmación de una concepción del mundo que revelaba que la ética estaba firmemente arraigada junto con el resto de la realidad. Por lo tanto, me vi obligado a luchar contra esta ética que carecía de base filosófica.

Fui de Weimar a Berlín en busca de oportunidades para presentar mi punto de vista a través de la prensa.

Recurrí a Herman Grimm, a quien tenía en gran estima. Me recibió con la mayor cordialidad posible. Pero a Herman Grimm le pareció muy extraño que yo, que estaba lleno de celo por mi causa, llevara ese celo a su casa. Me escuchó bastante indiferente cuando le hablé de mi punto de vista sobre los eticistas. Pensé que podría interesarle en este asunto que me parecía tan vital. Pero no lo conseguí en absoluto. Sin embargo, cuando me oyó decir: "Quiero hacer algo", me contestó: "Bueno, acércate a esta gente; conozco más o menos a la mayoría de ellos; son todos hombres bastante amables". Me sentí como si me hubieran echado agua fría. El hombre a quien yo tanto honraba no sentía nada de lo que yo deseaba; pensaba que yo "pensaría con bastante sensatez" cuando me hubiera convencido, mediante una visita a los "eticistas", de que todos ellos eran personas bastante simpáticas.

No encontré en otros mayor interés que en Herman Grimm. Así fue en aquel tiempo para mí. En todo lo que se refería a mis percepciones de lo espiritual tenía que trabajar completamente solo. Vivía en el mundo espiritual; nadie de mi círculo de conocidos me seguía hasta allí. Mi relación consistía en excursiones a los mundos de los demás. Me encantaban estas excursiones. Además, mi veneración por Herman Grimm no había disminuido en lo más mínimo. Pero tuve una buena escuela en el arte de comprender en el amor lo que no hacía ningún movimiento hacia la comprensión de lo que yo llevaba en mi propia alma.

Esta era entonces la naturaleza de mi soledad en Weimar, donde tenía una relación social tan extensa. Pero no atribuí a estas personas el hecho de que me condenaran a tal soledad. De hecho, percibí que en muchas personas se movía inconscientemente el impulso hacia una concepción del mundo que penetrara hasta las raíces mismas de la existencia. Percibí cómo una manera de pensar que podía moverse con seguridad mientras tuviera que ver sólo con lo que está inmediatamente a mano, pesaba sin embargo sobre sus almas. "La naturaleza es el mundo entero", tal era esa manera de pensar. Con respecto a esta manera de pensar, los hombres creían que debían encontrarla correcta, y suprimían en sus almas todo lo que parecía decir que uno no podía encontrarla correcta. Fue en esta luz que mucho se reveló a mí en mi entorno espiritual en ese momento. Era la época en que mi Filosofía de la Actividad Espiritual, cuyo contenido esencial había llevado dentro de mí durante mucho tiempo, estaba recibiendo su forma final.

En cuanto salió de la imprenta, envié un ejemplar a Eduard von Hartmann. Lo leyó con mucha atención, pues pronto recibí de vuelta su copia del libro con sus detallados comentarios marginales de principio a fin. Además, me escribió, entre otras cosas, que el libro debería llevar el título de: Fenomenalismo epistemológico e individualismo ético. Había malinterpretado por completo las fuentes de las ideas y mi objetivo. Pensaba en el mundo de los sentidos al modo kantiano, aunque lo modificó. Consideraba este mundo como el efecto producido por la realidad sobre el alma a través de los sentidos. Esta realidad, según su punto de vista, nunca puede entrar en el campo de percepción que el alma abarca a través de la conciencia. Debe permanecer más allá de la conciencia. Sólo mediante inferencias lógicas puede el hombre formarse concepciones hipotéticas acerca de ella. El mundo de los sentidos, por tanto, no constituye en sí mismo una existencia objetiva, sino que es meramente un fenómeno subjetivo que existe en el alma sólo mientras ésta abarque el fenómeno dentro de la conciencia.

En mi libro traté de demostrar que detrás del mundo de los sentidos no hay nada desconocido, sino que dentro de él existe lo espiritual. Y en cuanto al mundo de las ideas humanas, traté de demostrar que éstas tienen su existencia en ese mundo espiritual. Por lo tanto, la realidad del mundo de los sentidos está oculta a la conciencia humana sólo mientras el alma percibe únicamente por medio de los sentidos. Cuando, además de las percepciones de los sentidos, se experimentan también las ideas, entonces el mundo de los sentidos, en su realidad objetiva, es abarcado por la conciencia. El conocer no consiste en la copia de un real, sino en la entrada viva del alma en ese real. Dentro de la conciencia se produce ese avance desde el todavía irreal mundo de los sentidos a la realidad de este mundo.

En verdad el mundo de los sentidos es también un mundo espiritual; y el alma vive junto con este mundo espiritual conocido mientras extiende su conciencia sobre él. La meta del proceso de la conciencia es la experiencia consciente del mundo espiritual, en cuya presencia visible todo se resuelve en espíritu.

Contrapuse el mundo de la realidad espiritual al fenomenalismo. Eduard von Hartmann creía que yo pretendía permanecer dentro de los fenómenos y abandonar la idea de llegar a partir de ellos a cualquier tipo de realidad objetiva. Él concebía la cosa como si con mi modo de pensar yo estuviera condenando a la mente humana a la incapacidad permanente de alcanzar cualquier tipo de realidad, a la necesidad de moverse siempre dentro de un mundo de apariencias que sólo tiene existencia en la concepción de la mente (como fenómeno).

Así, mi esfuerzo por alcanzar el espíritu a través de la expansión de la conciencia se contrapuso a la opinión de que el "espíritu" sólo existe en la concepción humana y que, aparte de ésta, sólo puede ser "pensamiento". Este era fundamentalmente el punto de vista de la época a la que tenía que introducir mi Filosofía de la Actividad Espiritual. Desde este punto de vista, la experiencia de lo espiritual se había reducido a una mera experiencia de las concepciones humanas, y desde éstas no se podía descubrir ningún camino hacia un mundo espiritual real (objetivo).

Yo quería mostrar cómo en lo que se experimenta subjetivamente resplandece lo espiritual objetivo y se convierte en el verdadero contenido de la conciencia; Eduard von Hartmann se opuso a mí con la opinión de que quien mantiene este punto de vista se queda fijado en lo sensiblemente aparente y no trata en absoluto con una realidad objetiva.

Era inevitable, por tanto, que Eduard von Hartmann considerara dudoso mi "individualismo ético".

Pues, ¿en qué se basaba éste en mi Filosofía de la Actividad Espiritual? Yo veía en el centro de la vida del alma su completa unión con el mundo espiritual. Traté de expresar este hecho de tal manera que una dificultad imaginaria que perturbaba a muchas personas pudiera resolverse en la nada. Es decir, se supone que, para conocer, el alma -o el yo- debe diferenciarse de lo conocido y, por tanto, no debe fundirse con ello. Pero esta diferenciación también es posible cuando el alma oscila, como un péndulo, por así decirlo, entre la unión de sí misma con lo real espiritual, por un lado, y el sentido de sí misma, por otro. El alma se vuelve "inconsciente" al hundirse en el espíritu objetivo, pero con el sentido de sí misma trae a la conciencia lo completamente espiritual.

Si, ahora, es posible que la individualidad personal de los hombres pueda hundirse en la realidad espiritual del mundo, entonces en esta realidad es posible experimentar también el mundo de los impulsos morales. La moralidad se convierte en un contenido que se revela desde el mundo espiritual dentro de la individualidad humana; y la conciencia expandida en lo espiritual presiona hacia la percepción de esta revelación. Lo que impulsa al hombre al comportamiento moral es una revelación del mundo espiritual en la experiencia del mundo espiritual a través del alma. Y esta experiencia tiene lugar dentro de la individualidad del hombre. Si el hombre se percibe a sí mismo en el comportamiento moral como actuando en relación recíproca con el mundo espiritual, entonces está experimentando su libertad. Pues el mundo espiritual actúa dentro del alma, no por medio de la compulsión, sino de tal manera que el hombre debe desarrollar libremente la actividad que le permite recibir lo espiritual.

Señalar que el mundo de los sentidos es en realidad un mundo del ser espiritual y que el hombre, como alma, por medio de un verdadero conocimiento del mundo de los sentidos, está tejiendo y viviendo en un mundo de espíritu - he aquí el primer objetivo de mi Filosofía de la Actividad Espiritual. El segundo objetivo consiste en caracterizar el mundo moral como aquel cuyo ser brilla en el mundo del espíritu que experimenta el alma y, de este modo, permite al hombre llegar libremente a este mundo moral. Se busca así el ser moral del hombre en su unidad completamente individual con los impulsos éticos del mundo espiritual. Tuve la sensación de que la primera parte de La filosofía de la actividad espiritual y la segunda forman un organismo espiritual, una auténtica unidad. Eduard von Hartmann se vio obligado, sin embargo, a sentir que estaban unidas de manera bastante arbitraria como fenomenalismo en la teoría del conocimiento e individualismo en la ética.

La forma que tomaron las ideas del libro fue determinada por mi propio estado de alma en aquel momento. A través de mi experiencia del mundo espiritual en percepción directa, la naturaleza se me reveló como espíritu; deseaba crear una ciencia natural espiritual. En el autoconocimiento del alma humana a través de la percepción directa, el mundo moral entró en el alma como su experiencia totalmente individual.

En la experiencia del espíritu está la fuente de la forma que he dado a mi libro. Se trata, en primer lugar, de la presentación de una antroposofía que recibe su dirección de la naturaleza y del lugar del hombre en la naturaleza con su propio ser moral individual.

En cierto sentido La Filosofía de la Actividad Espiritual liberó de mí e introdujo en el mundo exterior lo que el primer período de mi vida me había presentado en forma de ideas a través del destino que me llevó a experimentar los enigmas científico-naturales de la existencia. El camino ulterior no podía consistir ahora en otra cosa que en una lucha por llegar a formas ideales para el propio mundo espiritual.

Las formas de conocimiento que el hombre recibe a través de la percepción de los sentidos las representé como experiencia antroposófica interior del espíritu por parte del alma humana. El hecho de que aún no hubiera utilizado el término antroposófico se debía a que mi mente siempre se esforzaba primero por alcanzar la percepción y apenas por una terminología. Mi tarea consistía en formar ideas que pudieran expresar la experiencia del alma humana del mundo espiritual.

Una lucha interior tras la formación de tales ideas comprende el contenido de aquel episodio de mi vida por el que pasé entre los treinta y los cuarenta años de edad. En aquella época el destino me colocó generalmente en una actividad vital exterior que no se correspondía de tal modo con mi vida interior que pudiera haber servido para llevar ésta a su expresión.

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