GA028 El curso de mi vida cap. XXII- Ser capaz de vivir en y con los opuestos

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 EL CURSO DE MI VIDA

RUDOLF STEINER

1890-1897

Weimar

Cap. XXII Ser capaz de vivir en y con los opuestos

Al final de la época de Weimar yo había cumplido treinta y seis años. Un año antes ya había comenzado en mi mente una profunda revolución. Con mi partida de Weimar se convirtió en una experiencia decisiva. Fue bastante independiente del cambio en las relaciones externas de mi vida, aunque éste también fue muy grande. La comprensión de lo que puede experimentarse en el mundo espiritual siempre había sido para mí algo evidente; captar el mundo de los sentidos con plena conciencia siempre me había causado la mayor dificultad. Era como si no hubiera sido capaz de verter la experiencia del alma con suficiente profundidad en los órganos de los sentidos para que el alma se uniera con el contenido total de lo experimentado por los sentidos.

Esto cambió por completo desde el comienzo de mi trigésimo sexto año. Mis capacidades para observar las cosas y los acontecimientos del mundo físico tomaron forma tanto en el sentido de la adecuación como en el de la profundidad de penetración. Esto era válido tanto en el terreno de la ciencia como en el de la vida exterior. Mientras que hasta entonces las condiciones habían sido tales que las grandes combinaciones científicas que debían ser captadas de un modo espiritual, podían ser apropiadas por mí sin esfuerzo mental, y que las percepciones sensoriales, y especialmente la retención de tales hechos en la memoria, requerían el mayor esfuerzo de mi parte, ahora todo se volvió muy diferente. Se despertó en mí una atención que antes no tenía hacia lo que atraía la percepción de los sentidos. Los detalles se volvieron importantes; tuve la sensación de que el mundo de los sentidos tenía que revelar algo que sólo él podía revelar. Llegué a pensar que el ideal de uno debería ser aprender a conocer este mundo únicamente a través de lo que tiene que decir, sin que el hombre se interponga en esto por medio de su pensar, o por algún otro contenido del alma que surja dentro de él.

Me di cuenta de que estaba experimentando una revolución humana en un período de la vida mucho más tardío que otras personas. Pero vi también que este hecho tenía consecuencias muy especiales para la vida del alma. Aprendí que, debido a que los hombres pasan pronto del tejido del alma en el mundo espiritual a una experiencia de lo físico, no alcanzan una concepción pura ni del mundo espiritual ni del físico. Mezclan permanentemente de un modo totalmente instintivo lo que las cosas dicen a sus sentidos con lo que la mente experimenta a través del espíritu y que luego utiliza en combinación para "concebir" las cosas. Para mí, el aumento y la profundización de las facultades de observación de los sentidos significaron que se me ofrecía un mundo completamente nuevo. El situarse objetivamente, libre de todo lo subjetivo de la mente, frente al mundo de los sentidos, reveló algo sobre lo que la percepción espiritual no tenía nada que decir.

Pero esto también arrojaba su luz sobre el mundo espiritual. Pues, mientras que el mundo de los sentidos revelaba su ser a través del acto mismo de la percepción sensorial, se presentaba también al conocimiento el polo opuesto, que permitía apreciar lo espiritual en la plenitud de su propio carácter, sin mezclarlo con lo físico.

Esto era especialmente decisivo en su efecto vital sobre el alma, ya que afectaba también a la esfera de la vida humana. La tarea de mi observación fue la siguiente: captar de forma objetiva y puramente perceptiva lo que vive en el ser humano. Me esforzaba por abstenerme de aplicar crítica alguna a lo que hacían los hombres, por no dar paso ni a la simpatía ni a la antipatía en mi relación con ellos; deseaba simplemente dejar que "el hombre tal como es obrara en mí".

Pronto aprendí que tal observación del mundo conduce verdaderamente al mundo del espíritu. Al observar el mundo físico, uno se sale de sí mismo, y precisamente por eso vuelve al mundo espiritual, con una capacidad intensificada de observación espiritual. Así, el mundo espiritual y el mundo de los sentidos se habían presentado ante mi mente en toda su oposición. Pero sentía que la oposición no era algo que debiera armonizarse por medio de algún tipo de pensamiento filosófico, tal vez hacia un "monismo". Más bien sentí que permanecer así con el alma totalmente dentro de esta oposición significaba "tener una comprensión para la vida." Donde la oposición parece haberse reducido a la armonía, allí domina lo sin vida, lo muerto. Donde hay vida, allí funciona la oposición no armonizada; y la propia vida es la continua superación, pero también la recreación, de las oposiciones.

A partir de todo esto, penetró en mi vida de sentimientos una intensa absorción, no en la comprensión teórica por medio del pensar, sino en la experiencia de todo lo que el mundo contiene y que tiene la naturaleza de un enigma.

Una y otra vez, con el fin de que a través de la meditación pudiera alcanzar una relación correcta con el mundo, tuve estas cosas ante mi mente: "El mundo está lleno de enigmas. El conocimiento se acercaría a ellos. Pero en su mayor parte busca producir un contenido de pensamiento como la solución de un acertijo. Pero los enigmas" - tuve que decirme - "no se resuelven por medio de pensamientos. Éstos llevan al alma por el camino hacia las soluciones, pero no contienen las soluciones. En el mundo real surge un enigma; está ahí como fenómeno; su solución surge también en la realidad. Aparece algo que es ser o acontecimiento, y esto representa la solución del otro".

Entonces me dije también a mí mismo: "¡El mundo entero, excepto el hombre, es un enigma, el verdadero enigma del mundo; y el hombre mismo es su solución!".

De esta manera llegué al siguiente pensamiento: "El hombre es capaz en todo momento de decir algo sobre el enigma del mundo. Sin embargo, lo que él dice siempre puede dar sólo tanto contenido hacia la solución como él haya comprendido de sí mismo como hombre." Así, el conocimiento se convierte también en un acontecimiento de la realidad. Las preguntas salen a la luz en el mundo; las respuestas salen a la luz como realidades; el conocimiento en el hombre es su participación en lo que los seres y acontecimientos del mundo espiritual y físico tienen que decir. Todo esto, por cierto, está contenido tanto en su significación general como en ciertos pasajes muy claramente en los escritos que publiqué durante el período que aquí estoy describiendo. Sólo que en aquel tiempo se convirtió en la experiencia mental más intensa, que llenaba las horas en que el entendimiento procuraba, por medio de la meditación, mirar los fundamentos del mundo, y -lo cual es el hecho de mayor importancia-, esta experiencia mental en su fuerza surgió en aquel tiempo de mi absorción objetiva en la pura e imperturbable observación de los sentidos. En esta observación me fue dado un mundo nuevo; de lo que hasta ese momento había estado presente al conocimiento en mi mente, tuve que buscar lo que era la contraparte en la experiencia mental a fin de lograr un equilibrio con lo nuevo. En el momento en que no pensé toda la realidad del mundo de los sentidos, sino que contemplé este mundo a través de los sentidos, se presentó ante mí un enigma como una realidad; y en el hombre mismo está su solución.

En todo mi ser mental había una inspiración viva para eso que más tarde llamé "conocimiento a través de la realidad". Y, sobre todo, tuve claro que el hombre que poseyera tal "conocimiento a través de la realidad" no podía quedarse en un rincón del mundo mientras el ser y el devenir seguían su curso fuera de él. La comprensión se convirtió para mí en algo que pertenece, no sólo al hombre, sino al ser y al devenir del mundo. Del mismo modo que las raíces y el tronco de un árbol no están completos si no envían su vida a la flor, el ser y el devenir del mundo no existen verdaderamente si no reviven como contenido del entendimiento. Habiendo alcanzado este entendimiento, me dije a mí mismo en cada ocasión en que esto surgía: "El hombre no es un ser que crea para sí el contenido del entendimiento, sino que proporciona en su alma el escenario en el que por primera vez el mundo experimenta en parte su existencia y su devenir". Si no fuera por el entendimiento, el mundo permanecería incompleto. Al vivir así, con conocimiento de causa, en la realidad del mundo, encontré cada vez más la posibilidad de crear una defensa del conocimiento humano contra la opinión de que en este conocimiento el hombre está haciendo una copia, o algo así, del mundo.

Para mi idea del conocimiento, el hombre participa realmente en la creación del mundo, en lugar de limitarse a hacer después una copia que podría omitirse del mundo sin dejar por ello el mundo incompleto.

Pero esto condujo también a una comprensión cada vez más clara de lo "místico". La participación de la experiencia humana en el acontecer del mundo fue sacada de la esfera del sentimiento místico indeterminado y transferida a la luz en la que se revelan las ideas. El mundo de los sentidos, visto puramente en su propia naturaleza, está al principio vacío de ideas, como la raíz y el tronco del árbol están vacíos de flores. Pero así como la flor no es una desaparición y un eclipse de la existencia de la planta, sino una transformación de esa misma existencia, así el mundo ideal en el hombre, tal como se relaciona con el mundo de los sentidos, es una transformación de la existencia de los sentidos, y no una oscura interjección mística de algo indefinido del mundo del alma humana. Tan claro como las cosas físicas se vuelven a su manera a la luz del sol, así de espiritualmente claro debe aparecer lo que vive en el alma humana como conocimiento.

Lo que entonces estaba presente en mí en esta orientación era una experiencia totalmente clara del alma. Sin embargo, al pasar a encontrar una forma de expresión para esta experiencia, las dificultades fueron extraordinarias.

Al final de la época de Weimar escribí mi libro La concepción del mundo de Goethe y la introducción al último volumen que dirigí para la Deutsche National Literatur de Kürschner. Pienso sobre todo en lo que escribí entonces como introducción a mi edición de Goethe, y lo comparo con la formulación del contenido del libro La concepción del mundo de Goethe. Si se considera el asunto sólo superficialmente, puede surgir tal o cual contradicción entre una y otra de estas exposiciones, que escribí casi al mismo tiempo. Pero si se mira lo que hay de vital bajo la superficie, aquello que en la mera configuración y formulación de la superficie se revelaría como percepción de las profundidades de la vida, del alma, del espíritu, entonces no se encontrarán contradicciones, sino, de hecho, en mis escritos de aquel período, un esfuerzo por encontrar medios de expresión. Un esfuerzo por llevar a los conceptos filosóficos justamente lo que aquí he descrito como experiencia del conocimiento, de la relación del hombre con el mundo, del enigma que surge y se resuelve dentro de lo verdaderamente real.

Cuando escribí, unos tres años y medio más tarde, mi libro, (Concepciones del mundo y de la vida en el siglo XXI), había avanzado aún más en muchas cosas, y podía basarme en mi experiencia en el conocimiento aquí expuesto para describir las concepciones individuales del mundo tal como han aparecido en el curso de la historia. Quien rechaza los escritos porque la vida de la mente se esfuerza a sabiendas dentro de ellos, es decir, porque, a la luz de la exposición aquí dada, la vida del mundo en su esfuerzo se despliega aún más en el escenario de la mente humana, tal persona no puede, según mi punto de vista, sumergirse con mente consciente en lo verdaderamente real. Esto es algo que en aquel momento se confirmó dentro de mí como percepción, aunque mucho antes había estado vitalmente presente en mi mundo conceptual En relación con la revolución en mi vida mental se alzan experiencias interiores de grave importancia para mí. Llegué a conocer en mi experiencia mental la naturaleza de la meditación y su importancia para la comprensión del mundo espiritual. Ya antes había llevado una vida de meditación, pero el impulso para ello había surgido del conocimiento, a través de las ideas, de su valor para la concepción espiritual del mundo. Ahora, sin embargo, surgió dentro de mí algo que exigía la meditación como una necesidad de existencia para mi vida mental. La vida esforzada de la mente necesitaba la meditación del mismo modo que un organismo, en cierta etapa de su evolución, necesita respirar por medio de los pulmones.

Cómo se relaciona el conocimiento conceptual ordinario, que se alcanza a través de la observación de los sentidos, con la percepción de lo espiritual, se convirtió para mí, en este período de mi vida, no sólo en una experiencia a través de las ideas como lo había sido hasta entonces, sino en una en la que participaba todo el hombre. La experiencia por medio de las ideas, -que, sin embargo, recoge en sí lo espiritual real-, ha dado origen a mi libro La filosofía de la actividad espiritual. La experiencia por medio de todo el hombre alcanza al mundo espiritual en su propio ser mucho más que la experiencia a través de las ideas. Y, sin embargo, esta última es un estadio superior en comparación con la captación conceptual del mundo de los sentidos.

En la experiencia a través de las ideas uno capta, no el mundo de los sentidos, sino un mundo espiritual que hasta cierto punto descansa inmediatamente sobre éste.

Mientras todo esto buscaba experiencia y expresión en mi alma, tres clases de conocimiento se presentaban interiormente ante mí. El primero es el conocimiento conceptual alcanzado en la observación de los sentidos. El alma lo adquiere y lo mantiene en su interior en proporción a las facultades de pensamiento existentes. Las repeticiones del contenido adquirido no tienen otro significado que el de sostenerlo. El segundo tipo de conocimiento es el que no está tejido de conceptos tomados de la observación de los sentidos, sino que se experimenta interiormente, independientemente de los sentidos. Entonces la experiencia, por su propia naturaleza, se convierte en la garante de que estos conceptos se basan en la realidad. A esta comprensión de que los conceptos contienen la garantía de la realidad espiritual se llega con certeza en razón de la naturaleza de la experiencia, del mismo modo que se experimenta en relación con el conocimiento a través de los sentidos la certeza de que no se está en presencia de ilusiones, sino de la realidad.

En el caso de este conocimiento ideal-espiritual, uno no se contenta, - como en el caso del conocimiento de los sentidos-, con la adquisición del conocimiento, con el resultado de que uno lo posee en su pensar. Hay que hacer de este proceso de adquisición un proceso continuo. Del mismo modo que no basta con que un organismo haya respirado durante cierto tiempo para que lo que ha adquirido a través de la respiración se metamorfosee en otros procesos vitales, tampoco una adquisición como la del conocimiento de los sentidos es suficiente para el conocimiento ideal-espiritual. Para ello es necesario que la mente permanezca en continuo intercambio con ese mundo en el que se ha entrado a través del conocimiento. Esto tiene lugar por medio de la meditación, que, -como ya se ha indicado-, surge de la propia percepción ideal del valor de meditar. Este intercambio lo había buscado mucho antes de esta revolución en mi trigésimo quinto año.

Lo que ahora surgió fue la meditación como una necesidad para la vida mental; y con esto se presentó ante mi mente la tercera forma de conocimiento. Esto no sólo conducía a mayores profundidades del mundo espiritual, sino que también permitía una íntima comunión viva con este mundo. Por la fuerza de una necesidad interior me vi obligado a establecer una y otra vez en el punto central de mi conciencia un tipo de concepción absolutamente definida.

Se trataba de lo siguiente: Si en mi mente vivo en conceptos que se basan en el mundo de los sentidos, entonces, en mi experiencia directa, estoy en condiciones de hablar de la realidad de lo que se experimenta sólo mientras me enfrento con la observación sensorial de una cosa o un acontecimiento. Mi sentido me asegura la realidad de lo observado mientras lo observo.

No es así cuando me uno mediante el conocimiento ideal-espiritual con seres o acontecimientos del mundo espiritual. Aquí entra en la simple percepción la experiencia directa del estado de la cosa de la que soy consciente que continúa más allá de la duración de la observación. Por ejemplo, si uno experimenta el yo humano como el ser interior más fundamentalmente propio, entonces sabe en la experiencia de percepción que este yo era antes de la vida en el cuerpo físico y será después de ésta. Lo que uno experimenta así en el yo lo revela directamente, igual que la rosa revela su rojez en el acto de nuestra toma de conciencia.

En tal meditación, practicada por necesidad espiritual interna, se desarrolló gradualmente la conciencia de un "hombre espiritual interno" que, a través de una liberación más completa del organismo físico, puede vivir, percibir y moverse en lo espiritual. Este hombre espiritual autosuficiente entró en mi experiencia bajo la influencia de la meditación. La experiencia de lo espiritual experimentó así una profundización esencial. Que la observación de los sentidos surge por medio del organismo puede probarse suficientemente por el tipo de autoobservación posible en el caso de este conocimiento. Pero tampoco el conocimiento ideal-espiritual es todavía independiente del organismo. La autocomprensión muestra lo siguiente al respecto: Para la observación de los sentidos, el simple hecho de conocer está ligado al organismo. Para el conocimiento ideal-espiritual, el simple hecho es totalmente independiente del organismo físico; pero la posibilidad de que tal conocimiento pueda ser desplegado por el hombre requiere que, en general, exista la vida dentro del organismo. En el caso de la tercera forma de conocimiento, la situación es la siguiente: sólo puede surgir en el hombre espiritual cuando éste puede liberarse del organismo físico como si éste no existiera en absoluto.

La conciencia de todo esto evolucionó bajo la influencia de la vida de meditación. Pude realmente refutar por mí mismo la opinión de que en tal meditación uno se somete a una forma de autosugestión cuyo producto es la experiencia espiritual resultante. Pues el primer conocimiento ideal-espiritual me había bastado para convencerme de la realidad de la experiencia espiritual: no sólo la experiencia sostenida en su vida por la meditación, sino de hecho la primera de todas, aquella cuya vida así simplemente comenzó. Así como uno establece la verdad absolutamente exacta en una conciencia discriminante, así lo había hecho ya para lo que aquí se presenta antes de que pudiera haber habido alguna cuestión de autosugestión. Por lo tanto, en el caso de lo alcanzado por la meditación, la cuestión sólo podía tener que ver con algo cuya realidad yo estaba en condiciones de comprobar antes de la experiencia.

Todo esto, ligado a mi revolución mental, apareció en conexión con el resultado de una auto-observación practicable que, como la descrita, llegó a tener para mí un significado trascendental.

Sentí que el elemento ideal en la vida en curso se retiraba en cierto aspecto, y el elemento de la voluntad ocupaba su lugar. Para que esto sea posible, la voluntad, durante el despliegue del conocimiento, debe conseguir despojarse de todo lo arbitrario y subjetivo. La voluntad aumentó a medida que disminuía el ideal. Y la voluntad se apoderó también del conocimiento espiritual, que hasta entonces había estado controlado casi totalmente por el ideal. Yo ya sabía, en efecto, que la separación de la vida del alma en pensar, sentir y voluntad sólo tiene un significado limitado. En verdad hay un sentimiento y una voluntad contenidos en el pensar; sólo el pensar predomina sobre los otros. En el sentir viven el pensar y la voluntad; en la voluntad, igualmente, el pensar y el sentir. Ahora me he dado cuenta por experiencia de que la voluntad proviene más del pensar y el pensar más de la voluntad.

Así como la meditación conduce, por un lado, al conocimiento de lo espiritual, por otro, como resultado de tal auto-observación, se produce el fortalecimiento interior del hombre espiritual, independiente del organismo, y el establecimiento de su ser en el mundo espiritual, del mismo modo que el hombre físico tiene su establecimiento en el mundo físico. Sólo uno se da cuenta de que el establecimiento del hombre espiritual en el mundo espiritual aumenta inconmensurablemente cuando el organismo físico no entorpece este proceso de establecimiento; mientras que el establecimiento del organismo físico en el mundo físico se rinde a la destrucción, -en la muerte-, cuando el hombre espiritual ya no sostiene este establecimiento desde sí mismo hacia el exterior. Para tal conocimiento experiencial, es inaplicable aquella forma de teoría de la cognición que representa el conocimiento humano como limitado a un cierto campo, y considera el "más allá" las "bases primigenias", la "cosa en sí" como inalcanzable por el conocimiento humano. Ese "inalcanzable" sólo lo siento como tal "por el momento"; sólo puede seguir siendo inalcanzable hasta que el hombre haya desarrollado en sí mismo ese elemento de su ser que se alía con lo hasta ahora desconocido, y pueda en lo sucesivo llegar a ser uno con ello en el conocimiento experimental. Esta capacidad del hombre para crecer en toda forma de ser se convirtió para mí en algo que debe ser reconocido por la persona que desea ver el lugar del hombre en relación con el mundo en su verdadera luz. Quien no puede penetrar hasta este reconocimiento, a él el conocimiento no puede darle algo que realmente pertenezca al mundo, sino sólo una copia de alguna parte del contenido del mundo, algo a lo que el mundo mismo es indiferente. Pero a través de tal conocimiento meramente reproductor, el hombre no puede captar un ser dentro de sí mismo, que le dé, como individualidad plenamente consciente, una experiencia interior de la verdad de que se encuentra firmemente dentro del cosmos.

Lo que yo deseaba era hablar del conocimiento de tal manera que lo espiritual no fuera meramente reconocido, sino lo suficientemente reconocido como para que el hombre pudiera alcanzarlo con su percepción. Y me parecía más importante aferrarme al hecho de que la "base primigenia" de la existencia se encuentra en aquello que el hombre es capaz de alcanzar en la totalidad de su experiencia, que reconocer en el pensamiento un espiritual desconocido en una especie de región del "más allá".

Por esta razón, mi punto de vista rechazó aquella forma de pensar que considera el contenido de la experiencia sensorial (color, calor, tono, etc.) como algo que un mundo externo desconocido evoca en el hombre por medio de su percepción sensorial, mientras que este mundo externo en sí sólo puede concebirse hipotéticamente. Las ideas teóricas en las que se basa el pensar de la física y la fisiología en este sentido me parecían, según mi experiencia, especialmente dañinas. Este sentimiento aumentó a la máxima intensidad en el período de mi vida que estoy describiendo aquí. Todo lo que en la física y la fisiología se designaba como "subyacente a la experiencia subjetiva" me causaba, -si se me permite tal expresión-, malestar en el conocimiento.

Por otra parte vi en la forma de pensar de Lyell, Darwin, Haeckel algo que, aunque incompleto tal como emanaba de ellos, era sin embargo adecuado a una mente sana según el orden de la evolución.

El principio básico de Lyell, -explicar por medio de ideas resultantes de la observación actual de la naturaleza terrestre los fenómenos que escapan a la observación de los sentidos por pertenecer a épocas pasadas-, me pareció fructífero en la dirección indicada. Tratar de comprender la estructura física del hombre siguiendo su forma a partir de las formas animales, como hace Haeckel de manera exhaustiva en su Anthropogenie me pareció una buena base para la evolución ulterior del conocimiento.

Me dije: Si el hombre se pone delante de sí mismo una frontera del conocimiento más allá de la cual se supone que se halla "la cosa en sí", se impide así todo acceso al mundo espiritual; si se relaciona con el mundo de los sentidos de tal manera que una cosa explica otra dentro de ese mundo, (la etapa actual en el devenir de la tierra explica así las edades geológicas pasadas; las formas animales explican la del hombre), puede prepararse así para extender esta inteligibilidad de los seres y acontecimientos también a lo espiritual."

En cuanto a mi experiencia en este campo también puedo decir: "Esto es algo que justo en aquel momento se confirmó en mí como percepción, mientras que mucho antes había estado vitalmente presente en mi mundo conceptual."

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919