GA028 El curso de mi vida cap XVIII -Como invitado en el Archivo Nietzsche;

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 EL CURSO DE MI VIDA

RUDOLF STEINER

1890-1897

Weimar

Cap. XVIII Como invitado en el archivo Nietzsche

Mi primer contacto con los escritos de Nietzsche se remonta al año 1889. Hasta entonces no había leído ni una línea suya. El pensamiento de Nietzsche no tuvo la menor influencia sobre la esencia de mis ideas, tal como se expresan en La filosofía de la actividad espiritual. Leí lo que había escrito con la sensación de sentirme atraído por el estilo que había desarrollado a partir de su relación con la vida. Sentí que su alma era un ser impelido por herencia y atracción a prestar atención a todo lo que la vida espiritual de su época había hecho surgir, pero que siempre sentía en su interior: "¿Qué tiene que ver conmigo esta vida espiritual? Debe haber otro mundo en el que pueda vivir; tanto me sacude la vida en este mundo". Este sentimiento hizo de él un crítico espiritualmente indignado de su tiempo; pero un crítico que por su propia crítica se veía reducido a la enfermedad, -que tenía que experimentar la enfermedad y sólo podía soñar con la salud-, de su propia salud. Al principio buscó medios para hacer de su sueño de salud el contenido de su propia vida; y así buscó con Richard Wagner, con Schopenhauer, con el positivismo moderno soñar como si quisiera hacer realidad el sueño de su alma. Un día descubrió que sólo había soñado. Entonces empezó a buscar realidades con todas las fuerzas de su espíritu, realidades que debían estar "en algún lugar". No encontró caminos hacia esas realidades, sino sólo anhelos. Después, estos anhelos se convirtieron para él en realidades. Volvió a soñar, pero la poderosa fuerza de su alma creó a partir de estos sueños realidades del hombre interior que, sin esa pesadez que durante tanto tiempo había caracterizado las ideas de la humanidad, flotaban en su interior en un estado de ánimo de alma alegre pero que descansaba sobre fundamentos contrarios al espíritu de la época, el "Zeitgeist".

Fue así como vi a Nietzsche. El carácter ingrávido y flotante de sus ideas me atrajo. Descubrí que este elemento de libre flotación en él había hecho madurar muchos pensamientos que tenían un parecido con los que se habían formado en mí por caminos muy distintos a los de la mente de Nietzsche.

Así me fue posible escribir en 1895 en el prefacio de mi libro Nietzsche, un luchador contra su tiempo. "Ya en 1886, en mi pequeño volumen La teoría del conocimiento en la concepción del mundo de Goethe, se expresa el mismo sentimiento", es decir, el mismo que aparece en ciertas obras de Nietzsche. Pero lo que me atrajo especialmente fue que se podía leer a Nietzsche sin encontrar nada que pretendiera convertir al lector en un "dependiente" de Nietzsche. Uno podía experimentar gustosamente y sin reservas su iluminación espiritual; en esta experiencia uno se sentía totalmente libre; pues uno tenía la impresión de que sus palabras empezaban a reír si uno les hubiera atribuido la intención de ser asentidas, como ocurre cuando uno lee a Haeckel o a Spencer.

Así, me aventuré a explicar mi relación con Nietzsche en el libro antes mencionado utilizando las palabras que él mismo había empleado en su libro sobre Schopenhauer: "Pertenezco a esos lectores de Nietzsche que, tras haber leído su primera página, saben con certeza que leerán todas las páginas y escucharán todas las palabras que haya pronunciado. Mi confianza en él continuó desde entonces... Le entendí como si hubiera escrito para mí, para expresarme inteligiblemente, pero inmodestamente, tontamente". Poco antes de que yo comenzara a escribir ese libro, la hermana de Nietzsche, Elizabeth Förster-Nietzsche, apareció un día en el Instituto Goethe y Schiller. Estaba dando los primeros pasos para la creación de un Instituto Nietzsche y quería saber cómo se gestionaba el Instituto Goethe y Schiller. Poco después llegó a Weimar el editor de las obras de Nietzsche, Fritz Koegel, y lo conocí.

Más tarde tuve un serio desencuentro con Frau Elizabeth Förster-Nietzsche. Su espíritu emocional y amable reclamaba entonces mi más profunda simpatía. Sufrí indeciblemente a causa del desacuerdo. Una situación complicada lo había provocado; me vi obligado a defenderme de acusaciones; sé que todo era necesario, que las horas felices que se me permitió pasar entre los archivos de Nietzsche en Naumburg y Weimar yacieran ahora bajo un velo de amargos recuerdos; sin embargo, estoy agradecido a Frau Förster-Nietzsche por haberme llevado, en la primera de las muchas visitas que le hice, a la habitación de Friedrich Nietzsche. Allí yacía en una tumbona envuelto en la oscuridad, con su hermosa frente -la del artista y la del pensador en una sola-. Era primera hora de la tarde. Aquellos ojos que en su ceguera aún revelaban el alma, ahora sólo reflejaban un reflejo del entorno que ya no encontraba forma de llegar al alma. Uno estaba allí y Nietzsche no lo sabía. Y, sin embargo, al contemplar aquella frente impregnada de espíritu, se podía creer que era la expresión de un alma que durante toda la tarde había estado formando pensamientos en su interior y que ahora deseaba descansar un poco. 

Un estremecimiento interior que se apoderó de mi alma puede haber significado que ésta también experimentó un cambio en simpatía con el genio cuya mirada se dirigía hacia mí y, sin embargo, no se posaba en mí. La pasividad de mi mirada fijada durante tanto tiempo ganó a cambio la comprensión de su propia mirada: su anhelo siempre en vano de hacer actuar las fuerzas anímicas del ojo.

Y así apareció ante mi alma el alma de Nietzsche, flotando sobre su cabeza, ilimitada en su luz espiritual; entregada por completo a los mundos espirituales, anhelando su entorno pero sin descubrirlo; y sin embargo encadenada al cuerpo, que sólo tendría que ver con el alma mientras el alma anhelara este mundo presente. El alma de Nietzsche seguía ahí, pero sólo desde fuera podía aferrarse al cuerpo, ese cuerpo que mientras el alma permaneció en su interior había ofrecido resistencia al pleno despliegue de su luz.

Hasta entonces había leído al Nietzsche que había escrito; ahora percibía al Nietzsche que llevaba en su cuerpo ideas extraídas de regiones espirituales muy extendidas, ideas que seguían brillando por su belleza aunque hubieran perdido en el camino sus poderes iluminadores primigenios. Un alma que de vidas terrenas anteriores portaba un rico caudal de luz, pero que en esta vida no podía hacer brillar toda su luz. Yo había admirado lo que Nietzsche escribió; pero ahora veía una forma luminosa detrás de lo que había admirado.

En mis pensamientos sólo podía balbucear lo que entonces contemplaba; y este balbuceo es en efecto mi libro, Nietzsche como adversario de su época. Que el libro no sea más que un balbuceo oculta lo que no es menos cierto, que la forma de Nietzsche que contemplé inspiró el libro.

Frau Förster-Nietzsche me pidió entonces que pusiera en orden la biblioteca de Nietzsche. De este modo pude pasar varias semanas en los archivos de Nietzsche en Naumburg. También así entablé una íntima amistad con Fritz Koegel. Fue una hermosa tarea que puso ante mis ojos los libros que el propio Nietzsche había leído. Su espíritu vivía en las impresiones que me causaron estos volúmenes - un volumen de Emerson lleno de comentarios marginales que mostraban todos los signos de un estudio absorbente; los escritos de Guyau con las mismas indicaciones; libros que contenían violentos comentarios críticos de su mano - un gran número de comentarios marginales en los que uno podía ver sus ideas en forma germinal.

Una concepción penetrante del último período creativo de Nietzsche brilló claramente ante mí al leer sus comentarios marginales sobre la principal obra filosófica de Eugen Dühring. Dühring desarrolla allí el pensamiento de que se puede concebir el cosmos en un momento dado como una combinación de partes elementales. Así, la historia del mundo sería la serie de todas esas combinaciones posibles. Cuando éstas se hubieran formado una vez, entonces tendría que volver la primera, y se repetiría toda la serie. Si algo existe así en la realidad, debe haber ocurrido innumerables veces en el pasado, y debe volver a ocurrir innumerables veces en el futuro. Así deberíamos llegar a la concepción de la eterna repetición de estados similares del cosmos. Dühring rechaza este pensamiento como una imposibilidad Nietzsche lo lee; recibe de él una impresión, que obra aún más en las profundidades de su alma y finalmente toma forma en él como "el retorno de lo semejante", que, junto con la idea del "superhombre", domina su período creativo final.

Me impresionó profundamente -de hecho me conmocionó- la impresión que recibí al seguir así a Nietzsche en su lectura. Porque vi qué oposición había entre el carácter del espíritu de Nietzsche y el de sus contemporáneos. Dühring, el positivista extremo, que rechaza todo lo que no sea el resultado de un sistema de razonamiento dirigido con fría y matemática regularidad, considera "la eterna repetición de lo semejante" como un absurdo, y expone la idea sólo para mostrar su imposibilidad; pero Nietzsche debe asumirla como su solución del enigma del mundo, como una intuición , surgida de las profundidades de su propia alma.

De este modo, Nietzsche se opone frontalmente a todo lo que le presionaba como contenido del pensamiento y el sentimiento de su época. Esta presión impulsora la recibe de tal modo que le duele profundamente, y es en el dolor, en una inexpresable tristeza de espíritu, donde da forma al contenido de su propia alma. Esta fue la tragedia de su obra creadora.

Esto alcanzó su punto culminante mientras esbozaba los contornos de su última obra, Willen zur Macht, eine Umwertung aller Werte. 2 Nietzsche se vio impulsado a plantear de forma puramente espiritual todo lo que pensaba o experimentaba en el fondo de su alma. Crear una concepción del mundo a partir de los acontecimientos espirituales en los que participa el alma misma, ésta era la tendencia de su pensamiento. Pero la concepción positivista del mundo de su época, la época de las ciencias naturales, se apoderó de él. En esta concepción no existía más que el mundo puramente materialista, vacío de espíritu. Lo que quedaba del modo de pensar espiritual en la concepción eran sólo los restos de antiguos modos de pensar, y éstos ya no lo encontraron. El ilimitado sentido de la verdad de Nietzsche expurgaba todo esto. De este modo llegó a pensar como un positivista extremo. Un mundo espiritual detrás de lo material se convirtió para él en una mentira. Pero él sólo podía crear a partir de su propia alma, crear de tal modo que la verdadera creación le parecía que sólo tenía sentido cuando tenía ante sí, en forma de idea, el contenido del mundo espiritual. Sin embargo, él rechazaba este contenido. El contenido natural-científico del mundo se había apoderado tan firmemente de su alma que lo crearía como si fuera espiritual. En Zaratustra, su mente se eleva líricamente en un arrebato dionisíaco del alma. De manera maravillosa se cierne allí lo espiritual, pero es un maravilloso sueño espiritual tejido con la materia de la realidad material. El espíritu lo desparrama en su esfuerzo por escapar porque no se encuentra a sí mismo sino que sólo puede vivir en una aparente realidad en ese sueño reflejado de lo material.

Durante aquellos días de Weimar me detuve mucho en la contemplación del tipo de pensamiento de Nietzsche. En mi propia experiencia espiritual este tipo de mente también tenía su lugar. Mi experiencia espiritual podía entrar con simpatía en las luchas de Nietzsche, en su tragedia. ¿Qué tenía esto que ver con las formas positivistas en las que Nietzsche proclamaba las conclusiones de su pensamiento?

Otros me consideraban un "nietzscheano", simplemente porque podía admirar sin reservas lo que era totalmente opuesto a mi propia forma de pensar. Me impresionaba la forma en que se revelaba la mente de Nietzsche; precisamente en este aspecto me sentía cerca de él, pues en el contenido de su pensamiento no estaba cerca de nadie; en cuanto a la experiencia del modo espiritual de pensar se sentía aislado tanto de los hombres como de su época.

Durante mucho tiempo mantuve frecuentes conversaciones con el editor de las obras de Nietzsche, Fritz Koegel. Discutimos en detalle muchas cosas relacionadas con la publicación de las obras de Nietzsche. Nunca tuve ninguna relación oficial con los archivos de Nietzsche ni con la publicación de sus obras. Cuando Frau Förster Nietzsche quiso ofrecerme tal relación, surgió un conflicto con Fritz Koegel que de inmediato hizo imposible que yo tuviera participación alguna en los archivos de Nietzsche.

Mi relación con los archivos de Nietzsche constituyó un episodio muy estimulante de mi vida en Weimar, y la ruptura final de esta relación me causó un profundo pesar.

De las diversas actividades relacionadas con Nietzsche, me quedó una visión de su personalidad: la de alguien cuyo destino era compartir trágicamente la vida de la era de la ciencia natural que cubría la segunda mitad del siglo XIX y finalmente quedar destrozado por su impacto con esa era. Él buscaba en esa época, pero no pudo encontrar nada. En cuanto a mí, mi experiencia con él sólo me reafirmaba en la convicción de que toda búsqueda de la realidad en los datos de la ciencia natural sería vana a menos que dirigiera su mirada, no dentro de esos datos, sino a través de ellos hacia el mundo del espíritu.

Fue así como la obra de Nietzsche me planteó el problema de la ciencia natural bajo una nueva forma. Goethe y Nietzsche se pusieron en perspectiva ante mí. El fuerte sentido de la realidad de Goethe le dirigía hacia el ser y los procesos esenciales de la naturaleza. Deseaba permanecer dentro de la naturaleza. Se limitaba a la percepción pura de las formas vegetales, animales y humanas. Pero, mientras mantenía su mente en movimiento entre estas formas, se topaba por doquier con el espíritu. Porque dentro de la materia encontró por todas partes el espíritu dominante. No avanzó hasta la percepción real del espíritu que vive y controla. Construyó una especie de ciencia natural espiritual, pero se detuvo antes de llegar al conocimiento del espíritu puro para no perder el control de la realidad.

Nietzsche partió de la visión de lo espiritual a la manera de los mitos. Apolo y Dionisos eran formas espirituales que él experimentaba de forma vital. La historia de lo espiritual humano le parecía una historia de cooperación y también de conflicto entre Dionisos y Apolo. Pero sólo llegó hasta la concepción mítica de tales formas espirituales. No avanzó hacia la percepción del ser espiritual real. Partiendo de lo espiritual en el mito, se abrió camino hasta la naturaleza. En el pensamiento de Nietzsche, Apolo tenía que representar lo material a la manera de la ciencia natural; Dionisos tenía que ser concebido como símbolo de las fuerzas de la naturaleza. Pero así se oscurecía la belleza de Apolo; así se paralizaba la emoción del mundo de Dionisos en la regularidad de la ley natural.

Goethe encontró el espíritu en la realidad de la naturaleza; Nietzsche perdió el mito del espíritu en el sueño de la naturaleza en la que vivía.

Yo me encontraba entre estos dos opuestos. Las experiencias del alma por las que había pasado al escribir mi libro Nietzsche como adversario de su época no pudieron al principio avanzar; por el contrario, en el último período de mi vida en Weimar, Goethe volvió a ser dominante en mis reflexiones. Quise indicar el camino por el que la vida de la humanidad se había expresado en filosofía hasta la época de Goethe, para concebir la filosofía de Goethe como procedente de esta vida. Este esfuerzo lo realicé en el libro Goethes Weltanschauung , publicado en 1897. En este libro me propuse sacar a la luz cómo Goethe, allí donde dirigía sus ojos a la comprensión de la naturaleza, veía resplandecer por doquier lo espiritual; pero no toqué el modo en que Goethe se relacionaba con el espíritu como tal. Mi propósito era caracterizar aquella parte de la filosofía de Goethe que se expresaba vitalmente en una visión espiritual de la naturaleza.

Las ideas de Nietzsche sobre la "eterna repetición" y los "superhombres" permanecieron largo tiempo en mi mente. Porque en ellas se reflejaba lo que una personalidad debe sentir en relación con la evolución y el ser esencial de la humanidad cuando esta personalidad se ve impedida de captar el mundo espiritual por el pensamiento restringido de la filosofía de la naturaleza que caracterizó el final del siglo XIX. Nietzsche percibía la evolución de la humanidad de tal manera que todo lo que sucedía en un momento dado ya había sucedido innumerables veces exactamente de la misma forma, y volvería a suceder innumerables veces en el futuro. La concepción atomista del cosmos hace que el momento presente parezca una cierta combinación definida de las entidades más pequeñas; a ésta debe seguirle otra, y a ésta a su vez otra más - hasta que, cuando se hayan formado todas las combinaciones posibles, la primera debe aparecer de nuevo. Una vida humana con todos sus detalles individuales ha estado presente innumerables veces; volverá con todos sus detalles en innumerables ocasiones.

Las "repetidas vidas terrenas" de la humanidad brillaban oscuramente en el subconsciente de Nietzsche. Éstas conducen la vida humana individual a través de la evolución humana a etapas vitales en las que el destino dominante hace que los hombres pasen, no a una repetición de la vida terrenal, sino por caminos espiritualmente determinados a un atravesar en muchas formas el curso del mundo. Nietzsche estaba encadenado por la concepción científico-natural. Lo que esta concepción podía hacer de las repetidas vidas terrenas ejercía una fascinación sobre su mente. Esto lo experimentó vitalmente, pues sentía su propia vida como una tragedia llena de las experiencias más amargas, agobiada por el dolor. Vivir una vida así innumerables veces era lo que le fascinaba, en lugar de la experiencia liberadora que sigue a tal tragedia en el desarrollo de las vidas futuras.

Nietzsche pensaba también que en el hombre que vive una existencia terrenal se revela otro hombre, un superhombre, que sólo es capaz de formar un fragmento de toda su vida en una existencia corporal en la tierra. La concepción científico-natural de la evolución le hizo ver a este superhombre, no como el espíritu dominante dentro del sentido-físico, sino como aquello que se está formando a sí mismo a través de un proceso meramente natural de evolución. Así como el hombre ha evolucionado a partir del animal, el "superhombre" evolucionará a partir del hombre. La visión científica natural desvió la mirada de Nietzsche del hombre espiritual hacia el hombre natural, y le deslumbró con el pensamiento de un "hombre natural" superior.

Lo que Nietzsche había experimentado en este modo de pensar se hizo presente con la mayor viveza en mi mente durante el verano de 1896. Por aquel entonces, Fritz Koegel me dio a leer su colección de aforismos de Nietzsche sobre la "eterna repetición". Las opiniones que me formé entonces sobre este proceso del pensamiento de Nietzsche quedaron plasmadas en un artículo publicado en 1900 en el Magazin für Literatur. Ciertas afirmaciones que aparecen en ese artículo fijan definitivamente mis reacciones de entonces ante Nietzsche y ante la ciencia natural. Transcribiré aquí esos pensamientos míos, liberados de la polémica a la que estaban allí asociados.

"No cabe duda de que Nietzsche escribió estos aforismos sueltos en una serie sin orden alguno [...]. Sigo manteniendo la convicción que expresé entonces, de que Nietzsche captó esta idea al leer elCurso de filosofía como cosmovisión estrictamente científica y forma de vida (Leipzig, 1875) de Eugen Dühring y bajo la influencia de este libro. En la página 84 de esta obra se expresa el pensamiento con toda claridad; pero allí se opone tan enérgicamente como Nietzsche lo defiende. Este libro se encuentra en la biblioteca de Nietzsche. Nietzsche lo leyó con mucho entusiasmo, como demuestran las numerosas marcas de lápiz en los márgenes ... Dühring dice: "La base lógica 'profunda' de toda vida consciente exige en el sentido más fuerte de la palabra una inagotabilidad de formas. ¿Es esta inagotabilidad, en virtud de la cual aparecerán siempre nuevas formas, una posibilidad? El mero número de las partes y de los elementos de fuerza impediría por sí mismo la multiplicación sin fin de las combinaciones, si no fuera por el hecho de que el medio perpetuo del espacio y del tiempo promete una ilimitación de las variaciones. Además, de lo que se puede contar sólo es posible un número limitado de combinaciones. Pero a partir de lo que, por su naturaleza, no puede concebirse como enumerable, debe ser posible que se produzca un número ilimitado de estados y relaciones. Esta ilimitación, que estamos considerando con referencia al destino de las formas en el universo, es compatible con cualquier tipo de cambio e incluso con intervalos de aproximación a la fijeza o repeticiones precisas (la cursiva es mía), pero no con el cese de toda variación. Quien quiera abrigar la concepción de una existencia que contradiga el estado primitivo de las cosas, debería reflexionar que la evolución en el tiempo no tiene más que una sola tendencia verdadera, y que la causalidad está siempre en consonancia con esta tendencia. Es más fácil abandonar la distinción que mantenerla, y entonces se requiere poco esfuerzo para saltar el abismo e imaginar el fin como análogo al principio. Pero debemos guardarnos de semejante precipitación superficial, pues la existencia del universo, una vez dada, no es un mero episodio sin importancia entre dos estados nocturnos, sino más bien el único terreno firme e iluminado del que podemos inferir el pasado y prever el futuro... 'Dühring siente también que una eterna repetición de estados no tiene ningún incentivo para vivir'. Dice: 'Ahora bien, es evidente que el principio de un incentivo para vivir es incompatible con la eterna repetición de la misma forma ...'".

Nietzsche se vio forzado por la lógica de la concepción científico-natural a una conclusión de la que Dühring se apartó debido a consideraciones matemáticas y a la repelente perspectiva que éstas representaban para la vida humana.

Por citar algo más de mi artículo "... si establecemos el postulado de que con las partes materiales y los elementos de fuerza es posible un número limitado de combinaciones, entonces tenemos el ideal nietzscheano del 'retorno de lo semejante'. Nada menos que una defensa de una idea contradictoria tomada del punto de vista de Dühring se da en el aforismo 203 (tomo XII en la edición de Koegel, y aforismo en la obra de Horneffer, Nietzsche's Lehre von der ewigen Wiederkunft. La cantidad de todo-fuerza es definida, no algo interminable: ¡debemos guardarnos de tal prodigalidad en las concepciones! Por consiguiente, el número de etapas, modificaciones, combinaciones y evoluciones de esta fuerza, aunque vasto y prácticamente inconmensurable, es sin embargo siempre definido y no interminable: es decir, la fuerza es eternamente la misma y eternamente activa - incluso hasta este mismo momento ya ha pasado un sinfín, lo que significa que todas las evoluciones posibles ya deben haber ocurrido. Por lo tanto, la evolución momentánea debe ser una repetición, e igualmente la que la originó y la que surge de ella, ¡y así hacia delante y hacia atrás! Todo ha sido innumerables veces en la medida en que se repite la suma total de las etapas de todas las fuerzas...". Y el sentimiento de Nietzsche respecto a estos pensamientos es precisamente el opuesto al que experimentó Dühring. Para Nietzsche este pensamiento es la fórmula más elevada en la que puede afirmarse la vida. El aforismo 43 (en Horneffer; 234 en la edición de Koegel) dice: 'La historia futura combatirá cada vez más este pensamiento, y nunca lo creerá, ¡pues según su naturaleza debe morir para siempre! Sólo queda aquel que considera su existencia capaz de repeticiones sin fin: entre tales, sin embargo, es posible un estado al que ningún utópico ha llegado jamás'. Se puede demostrar que muchos de los pensamientos de Nietzsche tuvieron un origen similar al de la eterna repetición. Nietzsche se formó una idea opuesta a cualquier idea entonces presente ante él. Finalmente, esta misma tendencia condujo a la producción de su obra maestra, Umwertung aller Werte". Nietzsche se formó una idea opuesta a cualquier idea entonces presente ante él. Finalmente, esta misma tendencia condujo a la producción de su obra maestra, Umwertung aller Werte". Nietzsche se formó una idea opuesta a cualquier idea entonces presente ante él. Finalmente, esta misma tendencia condujo a la producción de su obra maestra, Umwertung aller Werte".

Entonces me quedó claro que en algunos de sus pensamientos que se esforzaban por alcanzar el mundo del espíritu, Nietzsche era prisionero de su concepción de la naturaleza. Por esta razón me opuse firmemente a la interpretación mística de su pensamiento de la repetición. Estaba de acuerdo con Peter Gast, que escribió en su edición de la obra de Nietzsche: "La doctrina -que debe entenderse en un sentido puramente mecánico- de la limitación y la consiguiente repetición en las combinaciones moleculares cósmicas". Nietzsche creía que un pensamiento elevado debía surgir de los fundamentos de la ciencia natural. Ese fue el camino que tuvo que recorrer a causa de su edad.

Así, en mi visión del alma de Nietzsche en 1896 apareció ante mí lo que quien miraba hacia el espíritu tenía que sufrir por la concepción de la naturaleza imperante a finales del siglo XIX.



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