GA059 Berlín, 5 de mayo de 1910 La conciencia humana - El yo

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

 LA CONCIENCIA HUMANA - EL YO

RUDOLF STEINER


XII conferencia

Berlín, 5 de mayo de 1910

Permítanme comenzar la conferencia de hoy con un recuerdo personal. Se refiere a una pequeña experiencia que tuve cuando era muy joven, y es una de esas cosas que, aunque aparentemente muy pequeñas e insignificantes, siempre pueden formar hermosos recuerdos para toda la vida.

Cuando era muy joven, oí una vez a un profesor dar una conferencia sobre historia de la literatura. El conferenciante en cuestión comenzó su curso con un examen de la vida intelectual de la época de Lessing, y quiso introducir una serie de reflexiones que nos conducirían a través del desarrollo literario de la segunda mitad del siglo XVIII y parte del XIX. Y comenzó con palabras capaces de causar una profunda impresión. Quiso caracterizar el rasgo principal que entró en la vida intelectual literaria de la época de Lessing diciendo: "La conciencia artística ha adquirido una conciencia estética". Si a continuación analizamos lo que realmente quiso decir con esta afirmación a partir de lo que llegó a decir, -con ello no pretendemos discutir la validez de esta afirmación-, fue algo así como lo siguiente: En todas las consideraciones artísticas y en todas las intenciones de logros artísticos, que siguieron a los esfuerzos de Lessing y otros contemporáneos, entró la más profunda seriedad, a través de la cual no querían meramente hacer del arte algo que está ahí como un apéndice de la vida, que sólo sirve para añadir algo a los otros diversos placeres de la vida; sino que querían hacer del arte algo que debe encajar en el desarrollo como un factor necesario de toda existencia humana. Elevar el arte a un asunto serio y digno de la humanidad, que tenga voz en el coro en que se discuten los grandes asuntos fecundos de la humanidad, ese fue el objetivo de los espíritus que iniciaron aquella época. Esto es lo que quiso decir aquel historiador de la literatura al subrayar que se introdujo una conciencia estética en la vida artística y poética.

¿Por qué tal afirmación habría de tener algún significado para un alma que quisiera escuchar los enigmas de la existencia tal como se reflejan en tal o cual cabeza humana? Pues la razón por la que tal expresión podía cobrar sentido era porque el concepto de arte, debía ennoblecerse dándole una expresión sobre cuyo significado para toda la existencia humana, para toda la dignidad humana y el destino humano no cabía duda alguna. La seriedad del quehacer artístico debía manifestarse con una expresión cuya significación está, por así decirlo, fuera de toda discusión. Y algo de eso hay cuando hablamos de que en algún asunto esas experiencias del alma tienen un significado que designamos con la expresión "conciencia", porque con ello queremos, por así decirlo, elevar los asuntos en cuestión a una esfera en la que se ennoblecen. En otras palabras, cuando se pronuncia el término "conciencia", el alma humana siente que se toca algo que es lo más preciado de la vida del alma humana, algo de aquello que significaría una carencia para esta vida del alma si no estuviera presente en ella. Y cuántas veces se ha dicho, para caracterizar la grandeza y significación de lo que se designa con la palabra "conciencia", -independientemente de que el otro lo entienda figurada o realmente: aquello que se anuncia como conciencia en el alma humana es la voz de Dios en dicha alma. Y difícilmente se encontrará que pueda haber hombre alguno, por poco dispuesto que esté a pensar en cuestiones espirituales superiores, que no se haya formado alguna vez un concepto de lo que comúnmente se llama la "conciencia". Todo el mundo tiene la sensación de que, sea lo que fuere, se trata de una voz en el pecho humano individual, que toma decisiones con un poder irrefutable, acerca de lo que es bueno y lo que es malo o perverso; acerca de lo que debe hacerse para que el hombre pueda estar de acuerdo consigo mismo, y de lo que debe abstenerse para que el hombre no llegue a un punto en el que, en cierto sentido, deba despreciarse. Por lo tanto podemos decir: A cada alma humana individual le aparece la conciencia como algo sagrado en el pecho humano, como algo sobre lo que es relativamente fácil formarse una opinión.

Sin embargo, si nos fijamos un poco en la historia humana y en la vida espiritual humana, la cuestión es diferente. ¿Quién al considerar un asunto tan espiritual, y se esfuerza por ver más profundamente, no busca un poco entre aquellos en los que puede presuponer un conocimiento es decir, entre los filósofos? Sin embargo, con respecto a tal asunto le iría como con respecto a tantos otros asuntos de la humanidad:Las explicaciones que uno encuentra en los diversos filósofos sobre la conciencia difieren, al menos aparentemente, considerablemente unas de otras, aunque siempre contengan un núcleo más o menos oscuro que es el mismo en todas partes. Pero eso no sería lo más grave. Si uno se tomase la molestia de preguntar a los distintos filósofos de la antigüedad y de la época moderna, ¿Qué entendían por conciencia?, se encontraría con que obtendría una serie de frases bastante bellas, -también una serie de frases bastante difíciles de entender-, pero que no encontraría nada correcto de lo que pudiera decirse a sí mismo que expresa plena e indudablemente lo que siente: ¡eso es la conciencia! - Sin embargo, hoy sería ir demasiado lejos si les diera una idea de las diversas explicaciones de la conciencia, que han dado los líderes filosóficos de la humanidad a lo largo de los siglos. Se podría señalar que desde aproximadamente el primer tercio de la Edad Media y luego a lo largo de toda la filosofía medieval, siempre que se mencionaba la conciencia, se decía que la conciencia es una facultad del alma humana capaz de hacer afirmaciones directas sobre lo que el hombre debe y no debe hacer. Pero, -como dicen, por ejemplo, los filósofos de la Edad Media-, detrás de ese poder del alma humana hay algo más, algo aún más sutil que la propia conciencia. Una personalidad cuyo nombre se ha mencionado a menudo aquí, Meister Eckhart, habla de que la conciencia se basa en una pequeñísima chispa que se ha depositado en el alma humana como si fuera eterna, y que, al ser escuchada, indica las leyes del bien y del mal con una fuerza irresistible.

Después, cuando llegamos a la edad moderna, volvemos a encontrar las más diversas explicaciones de la conciencia; entre ellas también las que deben producir una impresión peculiar, porque están claramente escritas en la frente, que en realidad no expresan toda la seriedad de esa voz interior de Dios que llamamos conciencia. Hay filósofos que dicen que la conciencia es en realidad algo que el hombre adquiere absorbiendo cada vez más experiencias vitales en su alma, experimentando cada vez más lo que es útil, perjudicial, perfeccionador, etc. para él o no. Y de esta suma de experiencias se forma la depositación de un criterio, por así decirlo, que luego dice: ¡Haz esto, no hagas eso! Hay otros filósofos que, a su vez, han hecho de la conciencia el mayor elogio que se le puede hacer. Entre los últimos se encuentra el gran filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte, quien, cuando quiso señalar el principio básico de todo el pensamiento y la esencia del ser humano, señaló sobre todo al yo humano, pero no al yo pasajero y personal, sino al eterno núcleo fundamental que hay en el hombre. También señaló que lo más elevado que el hombre puede experimentar en su yo es la conciencia. Y él lo dijo rotundamente, que el hombre no podía experimentar nada más elevado que la afirmación dentro de sí mismo: Es tu deber hacer esto, porque sería contrario a tu conciencia no hacerlo. No hay manera de ir más allá en cuanto a la majestad y nobleza de tal afirmación. Y si Fichte es precisamente el filósofo que, de todos los filósofos, ha subrayado con más fuerza el poder y la significación del yo humano, es característico que vuelva a presentar la conciencia como el impulso más significativo de dicho yo humano.

Sin embargo, cuanto más nos acercamos a los tiempos modernos, y cuanto más se aproxima el pensamiento a un carácter básico materialista, tanto más encontramos que la conciencia, -no para el pecho humano ni para el corazón humano, sino para el pensamiento de los filósofos más o menos inclinados al materialismo-, se reduce enormemente en su majestuosidad. Ilustremos esto con un solo ejemplo.

En la segunda mitad del siglo XIX hay un filósofo que es sin duda una de las personalidades más bellas y espléndidas en cuanto a nobleza de alma, en cuanto a sentimiento humano y armonizado, en cuanto a amplitud de miras en su actitud. Hoy apenas se habla de él: me refiero a Bartolomé Carneri. Si ustedes repasan sus escritos, encontrarán, a pesar de la nobleza de su modo de pensar, a pesar de la amplitud de miras de su actitud, y como consecuencia de estar completamente influido por el modo de pensar materialista de su siglo, hasta el punto de llevarle a describir la conciencia de la siguiente manera: ¿Qué podemos imaginar por conciencia? En el fondo no es más que una suma de hábitos y juicios adquiridos que hemos absorbido en nuestra primera juventud, que se nos han quedado grabados a través de la educación y la vida, y de los que ya no somos exactamente conscientes. Es desde nuestros hábitos adquiridos de donde surge el mandato: "¡Esto es lo que debes hacer - esto es lo que no debes hacer! "

Así que todo el ámbito de la conciencia se retrotrae aquí a las experiencias y hábitos externos de la vida, y de hecho a los más restringidos. Cierto es, que otros filósofos del siglo XIX con inclinaciones aún más materialistas fueron aún más lejos. Y a este respecto es interesante el escrito de un filósofo que ejerció una gran influencia sobre Friedrich Nietzsche en su período medio: Paul Rée. De él procede un escrito sobre el surgir de la conciencia. Escrito por lo demás interesante, no porque uno pueda estar de acuerdo con una sola frase, sino como síntoma de los puntos de vista de toda nuestra época. En él se dice a grandes rasgos, (tengamos en cuenta que si algo tiene que ser dicho brevemente y presentado con unas pocas líneas nítidas, tendrá que ser algo distorsionado en algunos detalles): 

La humanidad se ha ido desarrollando en lo referente a todas las cualidades, incluida la conciencia. Originariamente la gente no poseía lo que llamamos conciencia. Creer que la conciencia es eterna, no es más que un prejuicio, y uno de los más poderosos. Originariamente, algo así como una voz que nos dice: "¡Debes hacer esto! ¡No debes hacer aquello! ", una voz que llamamos conciencia, -según Paul Rée-, no existía en absoluto. Pero se desarrolló lo que podríamos llamar el instinto de venganza. Eso es lo que era originariamente.

Si a alguien le habían hecho algo, se desarrollaba el instinto de venganza para devolverle lo que le habían hecho. Y debido a la complejidad de las condiciones de vida sucedió que en las organizaciones sociales, la venganza pasó a manos de los poderes a los que se encomendaba la ejecución. De manera que el hombre se acostumbró a creer que todo acto por el que se perjudica a otro debe ir seguido de lo que solía llamarse "venganza". Así que se desarrolló el criterio de que ciertos actos que tienen malas consecuencias deben ser compensados por otros actos. Y del desarrollo posterior de este criterio surgió luego una vinculación entre ciertos sentimientos que el hombre puede tener cuando se hace un acto, o incluso cuando se siente tentado a hacer algo. El hombre ha olvidado que originalmente estaba vivo el instinto de venganza; pero éste se ha quedado fijado en el sentimiento de que como compensación por un hecho perjudicial, éste debe ir seguido de un acto compensatorio. De ahí que el hombre ahora crea que una "voz interior" está hablando, mientras que en verdad es sólo la voz interior del instinto de venganza. 

Aquí tenemos un caso extremo, extremo porque a través de tal argumento la conciencia es presentada como si fuera una mera ilusión.

Pero por otro lado debemos por lo demás admitir, que incluso van demasiado lejos aquellas personas que afirman, que la conciencia es algo que siempre ha existido como un hecho desde que hay personas en la tierra; que es, por así decirlo, algo eterno. En la medida en que se cometen errores tanto cuando se piensa más espiritualmente como cuando se declara que la conciencia es una pura ilusión, resulta muy difícil una comprensión en este ámbito, aunque se trate de un asunto cotidiano, -aunque cotidianamente sagrado-, de nuestro ser interior humano. Si se hace una revisión de los filósofos, se puede ver que incluso las mejores personalidades humanas pensaban sobre la conciencia de manera diferente a como debemos hacerlo hoy en día. Personas que ven un poco más profundamente en tales asuntos han señalado con razón que, por ejemplo en Sócrates, no hallamos en una personalidad tan noble nada parecido a lo que hoy llamamos "conciencia". Pues si decimos que la conciencia es una voz que habla incluso en el pecho del hombre más ingenuo y que dice, como con un impulso divinamente santo: "¡Esto harás! esto no harás!", entonces la afirmación hecha por Sócrates y luego transmitida a Platón es algo diferente. Ambos afirman que la virtud es algo que se puede enseñar, algo que se puede aprender. Sócrates está diciendo, por tanto, que si una persona se forma ideas claras sobre lo que debe o no debe hacer, puede llegar gradualmente a actuar virtuosamente a través del aprendizaje, a través de un conocimiento de la virtud.

Ahora bien, quien se mantenga firme en el concepto actual de conciencia podría objetar: Eso sería en realidad bastante malo que uno tuviera que esperar a haber aprendido lo que es bueno o malo para llegar a la acción virtuosa. La conciencia es algo que habla con una fuerza mucho más elemental en el alma humana, -y desde hace mucho tiempo habla audiblemente en casos individuales: "¡Deberías hacer esto y no hacer aquello!" antes de que nos hayamos formado ideas más elevadas sobre lo que es bueno y malo, es decir, antes de que hayamos absorbido una enseñanza moral. Y la conciencia es algo que permite que en el alma humana se produzca cierta calma, cuando una persona puede decirse a sí misma: Has hecho algo con lo que puedes estar de acuerdo. Sería malo, -podrían decir algunos-, que antes tuviéramos que aprender mucho sobre la naturaleza y el carácter de la virtud para poder estar conformes con nuestras acciones. Por eso podemos decir que el filósofo al que admiramos como mártir de la filosofía, que ennobleció y coronó con su muerte su obra filosófica, Sócrates, nos presenta un concepto de virtud difícilmente conciliable con el concepto actual de conciencia. Y aún entre los pensadores griegos posteriores se sigue diciendo que uno puede perfeccionarse en la virtud a través del aprendizaje; lo que en el fondo contradiría el poder elemental originario de la conciencia.

¿De dónde puede provenir que una personalidad tan noble y aparentemente formidable como Sócrates, no conozca en realidad el concepto que hoy tenemos de conciencia, aunque sintamos, al acercarnos a Sócrates, tal como Platón nos lo presenta como alumno suyo que fue, que desde sus palabras habla el más puro sentido moral, la más alta virtud? Esto no se debe a otra cosa que al hecho de que incluso aquellos conceptos, ideas y experiencias interiores del alma, que hoy el hombre siente como si le fueran innatos, sólo se han ido adquiriendo por el alma humana en el transcurso del tiempo. Quienquiera que haga una retrospectiva a la vida espiritual de la humanidad, comprobará con toda seguridad que el concepto de conciencia y el sentimiento de conciencia tal como hoy se piensan y se sienten, no existían en la antigüedad, -ni siquiera entre el pueblo griego-. El concepto de conciencia ha surgido. Pero sobre los orígenes de la conciencia, el hombre no puede, mediante la experiencia y la ciencia externa, aprender tan fácilmente algo como lo que pretendió, por ejemplo, Paul Rée; sino que es necesario profundizar en el alma humana.

Este invierno nos propusimos como tarea de estas conferencias, arrojar una luz más profunda sobre la estructura del alma humana; a saber, con aquella luz que se extrae de un desarrollo anímico humano hasta capacidades cognoscitivas superiores. Después de todo, toda la vida anímica se ha presentado tal como aparece ante la mirada abierta del vidente; esa mirada que no sólo ve el mundo de los sentidos exterior ni tampoco sólo adquiere conocimiento del mundo de los sentidos, sino que mira tras el velo del mundo de los sentidos hacia la región donde se encuentran los orígenes reales del mundo de los sentidos: hacia los sustratos espirituales de este mundo de los sentidos. Y por otra parte, se ha señalado repetidamente, -por ejemplo en la conferencia "¿Qué es la mística?" De qué modo, más allá de lo que nos aparece en la vida cotidiana como nuestra vida anímica, la conciencia clarividente conduce a regiones más profundas del alma. Creemos que ya podemos reconocer profundidades más recónditas en la vida ordinaria del alma cuando miramos dentro de nosotros mismos y encontramos las experiencias del pensar, del sentir y de la voluntad. Pero se ha señalado cómo lo que se muestra a nuestra alma en el estado de vigilia diurna es en el fondo sólo el exterior de lo que es realmente espiritual. Así como debemos mirar detrás del velo de la existencia si queremos encontrar su parte inferior, detrás de lo que nuestros ojos nos muestran, de lo que nuestros oídos nos dejan oír, de lo que nuestra mente nos deja reconocer a través del cerebro. Así debemos mirar también detrás de nuestro pensar, sentir y querer, detrás de las motivaciones de lo que tenemos dentro de nosotros como vida ordinaria del alma, si queremos llegar a conocer las causas reales, los fundamentos espirituales de nuestra propia vida.

Partimos de tales puntos de vista para iluminar la vida anímica humana en sus diversas ramificaciones. Allí nos resultó que esta vida anímica humana se ha de considerar en tres ámbitos que se han de diferenciar entre sí; -¡fíjense bien, no digo "ámbitos que se han de separar"! El "alma sensible" se nos ha presentado como la parte más inferior de la vida del alma. En el caso de un hombre que todavía está completamente entregado a sus instintos, deseos y pasiones, que todavía no ha logrado purificar y limpiar sus afectos y pasiones y adueñarse de ellos desde su yo, hablamos de que el alma sensible tiene la sartén por el mango. Cuando el ser humano se hace entonces cada vez más dueño de los instintos, deseos y pasiones, se nos muestra un miembro anímico superior: el "alma racional". En ella, lo que vive en el ser humano se afirma como sentido de la verdad, como compasión con otras personas y cosas por el estilo. El alma racional se desarrolla a partir del alma sensible. Y el miembro más elevado del alma al que el ser humano puede elevarse inicialmente, -en el futuro desarrollará miembros aún más elevados-, lo hemos denominado "alma consciente". Mientras que el hombre en el alma sensible, se limita a responder a las impresiones externas con sus instintos y pasiones, en cambio para poder responder a las impresiones del mundo sin limitarse a escuchar instintos y pasiones, asciende a su alma racional. Cuando él purifica sus impulsos, deseos y pasiones, se desarrolla el alma racional. Luego, cuando él vuelve a acercarse al mundo exterior con lo que ha conquistado en su interior, cuando ha adquirido interiormente ideas para comprender el mundo y se dice a sí mismo: Mis ideas y conceptos están ahí para hacerme comprensible el mundo, cuando vuelve a salir de sí mismo, por así decirlo, para adquirir conciencia de lo que está presente fuera en el mundo, entonces asciende al alma consciente.

¿Qué es lo que se desenvuelve en el alma humana a través de estos tres miembros del alma? Es el yo humano, ese punto de unidad del interior humano a través del cual todo se mantiene unido, es el que toca, por así decirlo, las tres cuerdas de la vida anímica haciéndolas resonar conjuntamente de las formas más variadas, consonante o disonantemente. A esta fuerza interior, que se establece reconectando los conceptos con las cosas del mundo, la llamamos yo humano, que está presente en los tres miembros del alma como un artista interior que toca en el ser anímico humano como en tres cuerdas de un instrumento. Pero lo que vemos como una especie de actuación interior del yo dentro de los miembros de nuestra alma sólo se ha desarrollado gradualmente. Sí, toda la naturaleza de nuestra conciencia actual sólo se ha desarrollado poco a poco. Y comprendemos mejor cómo se han desarrollado esta conciencia humana y la vida anímica humana actual desde los tiempos primitivos si señalamos un poco lo que el hombre puede llegar a ser en el futuro, y lo que ya puede llegar a ser hoy si desarrolla su alma desde el alma consciente hacia precisamente lo que podemos llamar una conciencia superior, profética.

El alma consciente ordinaria sólo nos permite comprender ese mundo exterior que se yergue frente a la vida de los sentidos. Si el hombre quiere penetrar detrás del velo del mundo de los sentidos, tiene que desarrollar su vida anímica más intensamente, tiene que continuar el desarrollo dentro de sí mismo. Entonces adquiere la gran experiencia de que existe algo así como un despertar del alma, algo que puede compararse en la vida anímica inferior con la operación de un ciego de nacimiento, que antes no conocía la luz ni el color y después ve irrumpir el mundo lleno de luz y color. Así sucede con aquel que lleva su alma a un desarrollo superior mediante los métodos adecuados y que entonces experimenta el momento en que aquello que de otro modo no se menciona en nuestro entorno, pero que siempre está zumbando a nuestro alrededor, entra como una plenitud de entidades y hechos en nuestra vida anímica gracias a que hemos adquirido un nuevo órgano.

Cuando el hombre se desarrolla conscientemente a través del entrenamiento hasta tal estado clarividente, lleva la plenitud del yo hasta este estado clarividente; es decir, se mueve dentro de las entidades y hechos espirituales que subyacen a nuestro mundo sensorial, del mismo modo que se mueve entre mesas y sillas en el mundo sensorial. Aquello que le ha estado guiando como su yo inicial a través del alma sensible, el alma racional y el alma consciente, lo lleva consigo hacia una región superior de la vida anímica humana.

Dirijamos ahora nuestra mirada desde la conciencia clarividente, que está iluminada y resplandece a través del yo del hombre, de vuelta a la vida ordinaria del alma. El yo del hombre vive en tres miembros del alma de las formas más diversas. Si tenemos una persona que vive enteramente en los instintos, deseos y pasiones que surgen en su alma sensible sin hacer realmente nada al respecto, decimos que está entregada a su alma sensible y que el yo todavía está muy débilmente activo en ella. Aquí el yo no tiene ningún poder especial; sigue, por así decirlo, los impulsos, deseos y pasiones del alma sensible. Podemos decir: dentro de esas fuerzas que surgen del alma sensible como las olas del mar, el yo permanece allí como una débil luz y todavía puede hacer poco contra las olas de los instintos y los impulsos volitivos. El yo ya trabaja más libre e independientemente en el alma racional. Allí el ser humano ya llega más a sí mismo, porque el alma racional sólo puede desarrollarse por el hecho de que el ser humano procesa lo que experimenta interiormente en su alma sensible en la vida tranquila e interior del alma. El ser humano llega a su yo, es decir, a sí mismo, en el alma racional. El yo se hace cada vez más luminoso y luminoso y entonces llega a la claridad completa, de modo que el ser humano puede decirse a sí mismo: "¡Me he comprendido a mí mismo! ¡He llegado a la autoconciencia real! El yo sólo puede alcanzar esta claridad en el alma consciente. Allí se muestra la fuerza penetrante del yo cuando penetramos hacia arriba desde el alma sensible a través del alma racional hasta el alma consciente.

Pero si el ser humano en su yo puede desarrollarse más allá del alma consciente hasta la conciencia clarividente, por así decirlo hasta miembros anímicos superiores, entonces también nos parecerá comprensible cuando el vidente, mirando retrospectivamente ve el desarrollo de la humanidad, nos diga: Así como el yo asciende hasta miembros anímicos superiores, así también ha llegado al alma sensible desde un miembro subordinado de la naturaleza humana. Ya hemos señalado cómo la totalidad del ser interior humano, -el alma sensible, el alma racional y el alma consciente-, se desarrolla en el conjunto de las envolturas humanas, a las que llamamos cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral o cuerpo sensorio. ¿No debe parecer comprensible cuando la ciencia espiritual nos muestra ahora que el yo, antes de desarrollarse hacia arriba a través del alma sensible hasta el alma consciente, estaba realmente activo en miembros subordinados, aún menos anímicos del ser humano, en las envolturas humanas exteriores? Antes de que el yo estuviera en el alma sensible, estaba activo en el cuerpo sensorio: incluso antes en el cuerpo etérico y en el cuerpo físico. Allí había además un yo que guiaba y dirigía al hombre desde el exterior. Si queremos hacernos una idea de esta efectividad, podemos decir algo así como: Cuando tenemos ante nosotros al ser humano en sus tres envolturas, vemos al yo trabajando guiando y dirigiendo al ser humano. Pero ahí el ser humano aún no es capaz de decirse "yo" a sí mismo, aún no es capaz de encontrar su centro de ser en sí mismo. Aquí llegamos a un yo que aún rige en la oscuridad de la vida corporal. Pero hagámonos ahora la pregunta: Este yo, que regía al hombre en este pasado lejano y que construyó el cuerpo exterior, ¿Cabe pensar que sea en realidad más imperfecto que el yo que hoy llevamos en el alma?

Hoy vemos a nuestro yo como el verdadero punto de unión interior de nuestro ser, que nos proporciona nuestra interioridad como seres humanos y que puede perfeccionarse en el futuro mediante el entrenamiento de forma infinita. Vemos en él la personificación de nuestra naturaleza humana y al mismo tiempo aquello que nos da la garantía de nuestra dignidad humana. Cuando aún no sentíamos este yo, cuando todavía trabajaba en nosotros desde las fuerzas espirituales oscuras del mundo, ¿Era más imperfecto de lo que es ahora en nosotros? Esto sólo podría preguntarlo alguien que simplemente quisiera pensar de forma abstracta.

Vemos nuestro cuerpo físico, por ejemplo, como algo que se formó a partir del mundo espiritual en un pasado lejano, pero que tenía que estar ahí para que el alma pudiera habitar en él. Sólo una mente materialista podría creer que este cuerpo físico no proviene del espíritu. Pero al mismo tiempo observamos algo que tuvo que preceder como creación espiritual a lo que ahora llamamos nuestra vida interior. Pues nuestra vida interior debe habitar en un cuerpo durante nuestra existencia terrenal, y éste tuvo que ser preparado de antemano. Si observamos el cuerpo incluso externamente, tendremos que decirnos: ¡Qué maravillosa obra de perfección es este cuerpo humano! Quien observe como anatomista o fisiólogo, por ejemplo, el corazón humano en su maravillosa construcción, dirá: ¡Qué es todo el intelecto humano, qué es toda la habilidad técnica, comparada con lo que se nos presenta como sabiduría en la construcción del corazón humano! ¡Qué es toda nuestra tecnología de ingeniería, que construye andamiajes de puentes y similares, comparada con el andamiaje del fémur humano, que se nos presenta como un maravilloso andamiaje de capas de vigas de ida y vuelta cuando lo miramos a través del microscopio! Es una arrogancia casi inconmensurable para el hombre creer que ha alcanzado siquiera en el más mínimo grado lo que está puesto en la estructura del cuerpo físico exterior como sabiduría. Y si observamos nuestra vida anímica, -centrémonos sólo en los impulsos, deseos y pasiones-, y preguntemonos: ¿Cómo actúan? ¿Acaso con ellas no estamos socavando desde dentro la estructura sabiamente organizada de nuestro cuerpo? entonces quien mire imparcialmente la sabiduría de la envoltura humana tendrá que decir: La estructura de nuestro cuerpo es infinitamente más sabia que la que llevamos dentro, que esperamos que sea cada vez más perfecta, pero que en el fondo sigue siendo hoy bastante imperfecta. Pero aunque no seamos clarividentes, nunca podremos creer otra cosa, con sólo mirar imparcialmente lo que se presenta a la visión exterior.

¿Acaso esa sabia actividad que ha construido la envoltura corporal del hombre, para que pueda ser habitada por un yo, no debe tener algo de la misma naturaleza y esencia, lo que el propio yo es según su naturaleza y esencia?  ¿No debemos pensar en aquello que ha trabajado en nuestras envolturas con un carácter propio del yo, sólo que con un carácter propio del yo infinitamente más perfecto? Tenemos que decir: Algo relacionado con nuestro yo ha estado construyendo tal envoltura a lo largo de tiempos remotos para poder ser habitada por un yo. Quien no quiera creer esto puede imaginar otra cosa; pero también puede imaginar que una casa humana, que está construida para que un ser humano pueda vivir en ella, no fue construida por un espíritu humano, sino que fue montada por meras fuerzas naturales. Lo uno es tan cierto como lo otro, si se mira con imparcialidad. Por lo tanto, miramos hacia atrás, a un pasado lejano, donde lo espiritual trabajaba en nuestras envolturas con una naturaleza del yo infinitamente perfecta, y desde entonces el yo se abrió camino por primera vez hasta la conciencia actual. Estaba oculto en esta envoltura desde tiempos inmemoriales en el subconsciente.

Si desde aquel lejano pasado, cuando el yo estaba como en el vientre oscuro de las envolturas exteriores, observamos este desarrollo, encontramos que aunque no sabía nada de sí mismo, estaba más cerca de aquellos seres espirituales que construyeron sobre nuestras envolturas, que están emparentados con el yo, pero sólo infinitamente más perfectos que el propio yo. Por lo tanto, parecerá comprensible que la conciencia de vidente apunte a una época en la que el hombre aún no tenía la conciencia del yo, sino que se encontraba en el seno de la vida espiritual misma, y en la que la vida actual del alma era también muy diferente, aún más cercana a las fuerzas anímicas de las que surgió el yo. Cuando retrocedemos hacia el pasado de la evolución humana, encontramos en el fondo de toda evolución humana una conciencia clarividente original, sólo que no estaba iluminada por un yo, sino que tenía un efecto sordo y onírico; y justo de esta conciencia surge el yo del hombre. Lo que el hombre sólo recuperará con su yo en el futuro, lo encontramos en ese pasado lejano sin yo. Pero la conciencia clarividente está relacionada con el hecho de que el hombre ve hechos espirituales y seres espirituales en su entorno. Esto es lo que nos muestra la ciencia espiritual: que el hombre, antes de llegar a la conciencia actual, estaba en un estado anímico de una clarividencia onírica, donde estaba más cerca del mundo espiritual, él lo veía, aunque sólo fuera de una manera similar a la de un sueño. Este es el estado primigenio de la humanidad. En aquel entonces el hombre, debido a que aún no brillaba con un yo, aún no estaba instruido para permanecer dentro de sí mismo cuando quería ver algo espiritual; pero entonces veía lo espiritual a su alrededor y se veía a sí mismo como un miembro del mundo espiritual; y lo que hacía aún tenía un carácter espiritual en su visión. Cuando pensaba algo, no era como hoy, que una persona dice: ¡Ahora estoy pensando! sino que a través de la clarividencia tenía el pensamiento ante sí. Cuando tenía que desarrollar un sentimiento, no sólo tenía que mirar en su interior, sino que el sentimiento era algo que irradiaba de él, a través de lo cual se integraba en todo su entorno espiritual.

Así vivía el hombre primigenio en relación con su alma. Y a partir de esta conciencia onírica y clarividente el hombre tuvo que desarrollarse para llegar a sí mismo, para encontrar ese centro que aún hoy es imperfecto, pero que se perfeccionará cada vez más en el futuro, cuando el hombre entre con el yo en el mundo espiritual.

Si ahora nos remontamos a aquellos tiempos primigenios de la humanidad con los métodos que hemos descrito aquí y que están a disposición de la conciencia clarividente, ¿Qué nos dice el vidente sobre la conciencia humana primigenia, por ejemplo, cuando el hombre había cometido una mala acción? La mala acción no se presentaba como algo que el hombre pudiese juzgar con su ser interior, sino que la veía en toda su nocividad y vergüenza ante su alma como un espectro. Y cuando el sentimiento por la mala acción surgía en el alma, la consecuencia era que la acción en cuestión, en su vergüenza, se acercaba a la persona como una realidad espiritual. La persona estaba rodeada, por así decirlo, por la visión de la maldad de su acto.

Luego, el hombre entró cada vez más en la época en que la antigua clarividencia onírica desaparecía y el yo se afirmaba cada vez más. A medida que el hombre encontraba su centro dentro de sí mismo, la antigua conciencia clarividente se extinguía; pero en su lugar surgía cada vez más claramente la autoconciencia. Lo que antes tenía ante sí como visión de su mala acción, -y también de su buena acción-, se transfirió a su ser interior. Lo que antes había visto clarividentemente se reflejó, por así decirlo, en su ser interior.

¿Qué eran las figuras que el hombre veía en su clarividencia onírica como contraimágenes espirituales de sus malas acciones? Era aquello que los poderes espirituales de su entorno le mostraban como algo a través de lo cual había perturbado y trastornado el orden del mundo. Este no era realmente un efecto malo en el verdadero sentido de la palabra; era un efecto curativo. Era, por así decirlo, el efecto contrario de los dioses, que querían elevar al hombre mostrándole el efecto de su acto para permitirle eliminar la consecuencia dañina de su acto. Así que era en verdad algo terrible cuando el efecto de la mala acción se presentaba ante el hombre, pero en el fondo era un efecto saludable del fundamento del mundo del que surgió el propio hombre. Cuando llegó el tiempo en que el hombre encontró el centro de su yo dentro de sí mismo, esta percepción se transfirió al yo interior y apareció en la imagen reflejada de su interior como el efecto de sus actos. Cuando nuestro yo surge por primera vez, al principio está débilmente presente dentro del alma sensible, y el ser humano debe primero abrirse camino lentamente para llevar gradualmente el yo a la perfección. Preguntémonos: ¿Qué habría sucedido en el momento de evolución en que desapareció la visión clarividente de los actos del hombre desde el exterior, si no hubiera surgido interiormente en el yo, todavía débil, algo que al mismo tiempo apareciera como una contraimagen de aquel efecto benéfico que antes aparecía ante los ojos del hombre cuando veía clarividentemente el efecto de su obra?

El hombre habría tenido su débil yo; pero habría sido bamboleado de un lado a otro en el alma sensible por sus propias pasiones como en un mar ilimitado y azotado. ¿Qué surgió del exterior hacia el interior del hombre en este gran momento de la historia mundial? Si fue el gran espíritu del mundo el que, como saludable contraefecto, puso el efecto nocivo de un acto ante la conciencia clarividente, que mostraba al hombre lo que tenía que reparar, entonces fue también este espíritu del mundo el que se manifestó posteriormente como una poderosa fuerza dentro del hombre cuando el propio yo era todavía débil. De este modo, el espíritu del mundo que solía expresarse en la visión clarividente se retiró al interior del ser humano en lo que respecta a lo que tenía que decir para corregir el orden mundial perturbado. El yo sigue siendo débil. Pero el espíritu del mundo vigila a este yo, y se deja oír como algo que vigila al yo en todo momento y juzga lo que el yo todavía no puede juzgar. Detrás de este yo débil hay algo así como un reflejo del poderoso espíritu del mundo, que antes había mostrado al hombre el efecto de sus actos en la conciencia clarividente.

Por eso, cuando desapareció la antigua clarividencia, el hombre sólo percibió un reflejo de lo que el propio espíritu del mundo hacía en él. Este reflejo del Espíritu del Mundo corrector, que vela al lado del Yo, ¡se le apareció al hombre como la conciencia que vela por él! Así vemos que es verdad cuando una conciencia ingenua habla de la conciencia como la voz de Dios en el hombre. Pero al mismo tiempo vemos que la ciencia espiritual nos muestra en el desarrollo del hombre el momento en que lo exterior entró en lo interior, y donde surgió la conciencia.

Lo que he dicho ahora puede extraerse puramente de la visión del mundo espiritual. No se necesita una historia externa para esto; debe ser visto enteramente interiormente. Quien sea capaz de verlo, lo siente como una verdad de certeza irrefutable. Pero, por necesidad de tiempo, preguntemos ahora: ¿Podría acaso una historia exterior mostrarnos también algo que se presente como una confirmación de lo que ahora se ha sacado de los hechos de la visión interior?

Lo que procede de la conciencia clarividente siempre puede contrastarse con los hechos externos. Quien afirma tal cosa no tiene por qué preocuparse de que contradiga los hechos externos. Sólo un escrutinio inexacto podría tal vez experimentarlo. Pero sólo debe señalarse una cosa que puede mostrar de que modo los hechos externos confirman absolutamente lo que ahora se ha derivado como un hecho de la conciencia clarividente.

No hace tanto tiempo que podemos percibir el momento de la aparición de la conciencia. Si nos remontamos a los siglos V y VI de la era precristiana, encontramos en Grecia a un gran poeta del drama griego: Esquilo nos presenta algo muy extraño; extraño por la razón de que lo mismo fue representado posteriormente de forma diferente por otro poeta griego. Esquilo representa a Agamenón regresando de Troya, que es asesinado por su esposa Clitemnestra cuando llega a casa. Agamenón es vengado por su hijo Orestes, quien, aconsejado por los dioses, mata a la madre que asesinó a su padre. ¿Cuál es la consecuencia de este acto para Orestes? Por efecto del asesinato de su madre, algo es exprimido de su interior, -así se describe en Esquilo-, que le hace capaz de ver lo que normalmente ya no podría verse durante estos siglos; normalmente, la violencia de un acto así, como una vieja reliquia, permite que surja de nuevo la antigua clarividencia. Orestes podría decir: "Apolo, es el propio dios quien me reivindica por haber vengado a mi padre de mi madre. Todo lo que he hecho habla a mi favor. Pero la sangre de mi madre perdura. Y en la segunda parte de la "Oresteia" se nos muestra poderosamente cómo despierta la herencia de la antigua clarividencia, cómo se acercan, las diosas de la venganza, las Erinyes, 

Las Furias

las posteriores Furias de los romanos. Orestes ve la forma exterior del efecto del matricidio en su clarividencia onírica. Apolo mismo está de acuerdo con él; pero hay algo más elevado. En otras palabras, Esquilo quería señalar que existe un orden mundial aún más elevado; y sólo podía mostrarlo permitiendo que Orestes se volviera clarividente en este momento. Esquilo aún no llegó a mostrar lo que hoy conocemos como voz interior. Pero, sobre todo cuando se estudia Agamenón, se dice: Esquilo ha llegado al punto en que algo parecido a la conciencia debería surgir desde el conjunto del alma humana; pero aún no ha llegado del todo a ese punto. Él pone ante Orestes lo que aún no se ha convertido en conciencia: las imágenes de la clarividencia onírica. Pero ya nos damos cuenta de lo mucho que está a punto de alcanzar la conciencia. De cada palabra que pone en boca de Clitemnestra, por ejemplo, se puede sentir literalmente: ¡Ahora deberíamos apuntar a la idea que llamamos conciencia! Pero no sucede así. En este siglo, el gran poeta sólo puede mostrar cómo solían presentarse las malas acciones ante el alma humana.

Y ahora pasamos a una época humana; vamos de Esquilo, pasando por Sófocles, a Eurípides, que sólo poco tiempo después trata los mismos hechos. Los estudiosos han señalado con razón, -pero sólo la ciencia espiritual puede ponerlo bajo la luz adecuada-, que él presenta los hechos de tal manera que para la concepción de Orestes, cuando habla de imágenes oníricas, éstas son sólo, -similar a Shakespeare-, algo así como imágenes sombrías de la conciencia interior.

Podemos ver con nuestras manos, por así decirlo, cómo se conquista la conciencia para el arte de la poesía. Vemos cómo Esquilo, el gran poeta, aún no habla de conciencia, mientras que Eurípides, su sucesor, ya habla de ella. Si tenemos esto en cuenta, podemos comprender por qué el pensamiento humano, el conocimiento terrenal humano, sólo pudo abrirse camino muy lentamente hasta llegar a un concepto de conciencia. El poder que actúa en la conciencia también actuaba en la antigüedad, cuando las imágenes que representaban los efectos de los actos del hombre se mostraban a la visión clarividente. Ese poder es justo atraído hacia el interior desde el exterior. Pero, ¿Qué hacía falta para sentirlo? También se podría haber tenido la moral como un poso, por así decirlo, de lo que la conciencia humana ya tenía antes. Pero para sentir esta fuerza como interior, había que pasar por todo el desarrollo humano, que sólo poco a poco conquistó el concepto de conciencia. En este período vemos, por ejemplo, al gran y noble pensador Sócrates. ¿Por qué Sócrates no debería poder hablar sobre todo de cómo el hombre puede adquirir virtudes? ¿Por qué sus discursos no habrían de ser capaces de causar la más profunda impresión con respecto a lo que pueden visualizar para nosotros como moral? ¿Y por qué el concepto de conciencia no debería haber sido aún conquistado para la filosofía de su tiempo, ya que vemos cómo en este tiempo el alma humana urge por primera vez a descubrir el concepto de conciencia como el Dios que habla dentro de sí misma? Encontraremos comprensible que Sócrates no hable todavía de conciencia, porque en aquel tiempo esta fuerza del alma humana justo estaba siendo atraída desde fuera hacia dentro.

Aquí vemos algo en la conciencia que se desarrolla con el hombre, algo que el hombre adquiere. ¿Pero cómo debe mostrarse esta conciencia? ¿Dónde debe mostrarse más intensamente como lo que es? ¡Allí, donde el hombre con su yo todavía ha entrado débilmente en el desarrollo del yo! Esto es algo que podemos comprobar en el desarrollo humano. En Grecia misma la gente ya estaba algo más avanzada, de modo que allí el desarrollo del yo ya había alcanzado el alma racional. Pero si retrocedemos mas allá de los tiempos griegos, -la historia externa no sabe nada de esto, Platón y Aristóteles lo sabían por observación clarividente-, cuando llegamos al período egipcio-caldeo, encontramos que incluso la cultura más elevada es algo que no se alcanza con un yo interiormente independiente. Lo que vemos surgir de los santuarios de Egipto y Caldea difiere de la ciencia actual precisamente en que hoy captamos la ciencia en el alma consciente; en la época pregriega, sin embargo, todo se debía a las inspiraciones del alma sensible. En la propia Grecia se progresa hacia esto, -y el progreso se basa en esto-,que el yo se desarrolla hacia arriba desde el alma sensible hasta el alma racional. Hoy vivimos en la época del desarrollo del alma consciente. En este desarrollo sólo surge realmente la verdadera conciencia del yo. Quien observe verdaderamente el desarrollo de la humanidad puede observar realmente, cuando va de la cultura oriental a la cultura occidental, que el progreso de la humanidad es tal que surge un sentido cada vez mayor de libertad y una independencia cada vez mayor. Mientras que antes el hombre se sentía completamente dependiente de lo que le daban los dioses, en Occidente se produce primero la interiorización de la cultura.

Esto puede verse, por ejemplo, en la forma en que Esquilo se esfuerza por hacer subir la conciencia desde el yo al alma humana. Vemos a Esquilo situado en la frontera entre Oriente y Occidente, un ojo vuelto hacia Oriente, el otro mirando hacia Occidente, sacando del alma humana lo que más tarde se resume en la idea, el concepto de conciencia. Vemos cómo Esquilo se esfuerza por ello, pero aún no es capaz de encarnar dramáticamente la nueva forma de conciencia. Si sólo se quiere comparar, fácilmente se confunde todo. No sólo hay que comparar, también hay que diferenciar. Este es el punto esencial, que en Occidente todo fue diseñado para que el yo ascendiera del alma sensible al alma consciente. En Occidente, en cambio, crecen personas en las que el yo lucha cada vez más hacia arriba, hacia el alma consciente. Aunque el desarrollo procede inicialmente de tal manera que la antigua conciencia clarividente onírica es silenciada, todo está diseñado para despertar el yo y, como guardián del yo, como la voz de Dios en el interior, para permitir que la conciencia emerja. Esquilo es la piedra angular entre los mundos oriental y occidental; mira a Oriente con un ojo y a Occidente con el otro. Por lo tanto, el curso del desarrollo humano procedió de la manera que acabamos de ver.

En el mundo oriental, la gente había conservado una vívida conciencia de sus orígenes en el espíritu divino del mundo. De esta conciencia se pudo obtener la comprensión de lo que sucedió unos siglos más tarde, después de que la humanidad se hubiera esforzado en muchos, -como en Esquilo-, por encontrar algo que hablara en su interior como la voz de Dios. Porque fue entonces cuando entró en la humanidad aquel impulso que, en toda contemplación espiritual, debemos considerar como el más grande que jamás haya llegado en el desarrollo de la tierra y de la humanidad, y que llamamos el impulso Crístico. 

Sólo a través del impulso de Cristo pudo la humanidad darse cuenta de que el Dios que es el Creador de las cosas, que es también el Creador de las envolturas externas del hombre, puede ser entendido y comprendido dentro de nosotros. Sólo comprendiendo la condición de Cristo Jesús como Dios-hombre, pudo la humanidad darse cuenta de que Dios puede ser algo que puede hablarnos dentro de nosotros mismos. Para que el hombre encontrara la Naturaleza Divina dentro de sí mismo, fue necesario que Cristo entrara en el desarrollo humano como un acontecimiento histórico externo. Si Dios, el Cristo, no hubiera estado presente en el cuerpo humano de Jesús de Nazaret; si no hubiera mostrado de una vez por todas que Dios puede ser captado dentro del hombre porque una vez estuvo presente en la humanidad; si no hubiera sido considerado como vencedor de la muerte en el Misterio del Gólgota, el hombre nunca habría sido capaz de comprender la inmersión de la Divinidad en su interior. Quien pretenda que el hombre podría comprender la divinidad interior sin un Cristo Jesús histórico exterior, puede pretender también que tendríamos ojos si no hubiera sol en el mundo. Esto seguirá siendo eternamente cierto, que es unilateral cuando los filósofos dicen: sin ojos no podríamos ver la luz; por lo tanto debemos derivar la luz de los ojos. ¡Esta idea debe ser siempre contrarrestada por la afirmación de Goethe de que el ojo está formado por la luz para la luz! Si no hubiera sol para iluminar el espacio, los ojos no se habrían desarrollado a partir del organismo humano. Los ojos son criaturas de luz, y sin el sol un ojo nunca podría percibir el sol. Ningún ojo es capaz de percibir el sol sin haber recibido antes el poder de percepción del sol. Ni hay una comprensión interior y un reconocimiento de la naturaleza Crística sin un impulso histórico Crístico exterior. Lo que el sol es en el universo en relación con la capacidad de ver, lo es el Cristo Jesús histórico en relación a lo que llamamos la compenetración con la naturaleza de Dios en nosotros mismos. Para captar y comprender esto, los elementos estaban dados en todo lo que venía de Oriente; sólo había que elevarlo a un nivel superior. Los elementos para comprender al Dios que se une con la naturaleza humana pudieron desarrollarse gradualmente a partir de la corriente oriental. Las almas en Occidente estaban suficientemente maduras para captar y aceptar lo que este impulso traía; en Occidente, donde se ha desarrollado más intensamente aquello que ha subido del mundo exterior al mundo interior humano y que vigila a un débil yo ordinario como conciencia. Así la fuerza del alma se preparó de tal manera que surgió la conciencia, que ahora dice: ¡En nosotros vive el Dios que se apareció a los que podían ver clarividentemente a través del mundo allá en Oriente; en nosotros vive lo divino!

Pero lo así preparado no podría haber llegado a la conciencia si el Dios interior no hubiera hablado ya de antemano en este surgir de la conciencia como en la aurora. Así vemos cómo la comprensión exterior de la idea de Dios en Cristo Jesús nace en Oriente, pero que se encuentra en Occidente con lo que la capacidad humana forma como conciencia. Vemos, por ejemplo, cómo en la época Romana, justo en el momento en que comienza la era cristiana, se habla cada vez más de conciencia, y cuanto más al oeste vamos, más claramente está presente en germen dicha conciencia.

Así que Oriente y Occidente se dan las manos uno al otro. Vemos salir el sol de la naturaleza Crística en Oriente; y vemos la visión Crística en la conciencia humana preparándose en Occidente para comprender al Cristo. Por lo tanto, vemos la marcha triunfal del cristianismo desarrollándose no hacia Oriente, sino hacia Occidente. En Oriente se está extendiendo un credo religioso que es la última consecuencia, -aunque suprema-, de Oriente: el budismo se está apoderando del mundo oriental. El cristianismo se está apoderando del mundo occidental porque el cristianismo creó primero su órgano en Occidente. Allí vemos al cristianismo vinculado a lo que se ha convertido en el factor cultural más profundo de Occidente: el concepto de conciencia vinculado al cristianismo.

Nosotros solos llegamos a la comprensión de la evolución, no a través de una visión externa de la historia, sino mirando interiormente los hechos. Lo que se dice hoy todavía encontrará muchas mentes incrédulas. Pero el tiempo nos urge a reconocer el espíritu en su apariencia exterior. Pero esto sólo lo pueden hacer aquellos que al menos son capaces de reconocer este espíritu allí donde se anuncia a través de un mensajero que habla claramente. La conciencia de la gente dice: Cuando la conciencia habla, Dios habla en el alma. La más alta conciencia espiritual nos muestra: Cuando la conciencia habla, el espíritu del mundo realmente habla. Y la ciencia espiritual muestra la conexión de la conciencia con el fenómeno más grande en el desarrollo de la humanidad, con el acontecimiento de Cristo. No es de extrañar, por tanto, que para la conciencia moderna aquello a lo que se le da el nombre de conciencia se ennoblezca con ello, se eleve con ello a una esfera superior. Cuando se dice que algo se hace por "conciencia", uno siente que esto se considera como perteneciente a lo más importante de la humanidad. 

Por tanto, nos muestra de una manera no forzada que la mente humana tiene razón cuando habla de la conciencia como el "Dios en el hombre". Y cuando Goethe dice que lo más elevado para el hombre es cuando se le revela " el Dios-naturaleza", debemos darnos cuenta de que Dios sólo puede revelarse al hombre en espíritu cuando la naturaleza se nos aparece sobre su base espiritual. Que pueda aparecérsenos de este modo está asegurado en la evolución de la humanidad gracias en parte por la luz de Cristo, la luz del exterior, y por otra parte por la luz divina dentro de nosotros mismos, a través de la conciencia. Por tanto, un filósofo de carácter como Fichte puede decir verdaderamente de la conciencia, que es la voz más elevada dentro de nosotros. Por eso también tenemos la convicción de que nuestra dignidad individual depende de esta conciencia. Somos humanos en virtud del hecho de que tenemos una conciencia del yo; y lo que está junto a nosotros en nuestra conciencia está junto a nuestro yo. La conciencia es, por tanto, también algo que consideramos como un bien sacratísimo, individual, en el que ningún mundo externo puede interferir, y a través del cual podemos establecer nuestra propia dirección y meta.  Por tanto, la conciencia es algo que el hombre debe considerar como lo más sagrado, que sabe que apunta a algo supremo, pero también inviolable, dentro del ser humano. ¡Nadie debe interferir con lo que le dicta su conciencia! 

Por lo tanto, la conciencia es, por un lado, una garantía de la conexión con las fuerzas elementales divinas del mundo y, por otro, la garantía de que tenemos algo en nuestra propia individualidad que fluye de la divinidad como una gota. Y el hombre puede saber: ¡Si la conciencia habla en él, entonces habla un Dios! 

Traducido por J.Luelmo feb.2024


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919