GA059 Berlín, 3 de marzo de 1910 Enfermedad y Curación - La importancia del dormir

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

ENFERMEDAD Y CURACIÓN - LA IMPORTANCIA DEL DORMIR

RUDOLF STEINER


XIV conferencia

Berlín, 3 de marzo de 1910

Por las conferencias que pude dar aquí este invierno, los que han sido oyentes más o menos permanentes probablemente se hayan dado cuenta con claridad de que dicho ciclo de conferencias trataba una serie de incisivas cuestiones del alma. La exposición de hoy sobre la naturaleza de la enfermedad y la naturaleza de la curación, debe darse también desde el punto de vista de una cuestión del alma. 

Lo que se puede decir desde el punto de vista de la ciencia espiritual sobre los hechos correspondientes de la vida, en la medida en que no son más que manifestaciones físicas de causas espirituales, se ha tratado aquí en conferencias anteriores - por ejemplo en la conferencia "¿Cómo comprendemos la enfermedad y la muerte?", sobre la "falsa enfermedad" y la "febril búsqueda de la salud". Hoy trataremos cuestiones mucho más profundas en la comprensión de la enfermedad y la curación. 

La enfermedad, la curación o incluso el desenlace fatal de tal o cual enfermedad tienen un profundo efecto en la vida humana. Y si nos hemos preguntado repetidamente por todas las condiciones previas, por los fundamentos espirituales de las cosas en las que se basan nuestras observaciones aquí, entonces también podemos preguntar por las causas espirituales de estos incisivos hechos y experiencias de la existencia humana. En otras palabras, podemos plantear la pregunta:  ¿Qué tiene que decir la ciencia espiritual sobre estas experiencias? 

Sin embargo, aquí una vez más tendremos que profundizar en todo el significado del desarrollo de esta vida humana, para darnos cuenta de cómo pueden producirse en el transcurso normal del desarrollo humano, la enfermedad, la salud, la muerte y la curación.  Porque en el fondo vemos los fenómenos mencionados como si formaran parte del desarrollo normal del ser humano. ¿Aportan acaso algo a nuestro desarrollo? En otras palabras, ¿Nos hacen avanzar o retroceder en nuestro desarrollo? Sólo podemos llegar a un concepto claro de estos fenómenos si consideramos también la naturaleza global del ser humano. 

A menudo hemos descrito aquí esta naturaleza total, de tal manera que está compuesta por los cuatro miembros reales del ser humano: en primer lugar, el cuerpo físico, que el hombre tiene en común con todos los seres minerales de su entorno, los cuales tienen sus formas a partir de las fuerzas y leyes físicas y químicas que les son inherentes. Siempre hemos llamado al segundo miembro del ser humano cuerpo etérico o vital y podríamos decir que, tal como hablamos de él, el hombre lo tiene en común con todos los seres vivos, es decir, con las entidades vegetales y animales de su entorno. Después nos hemos referido al cuerpo astral, que el hombre tiene como tercer miembro de su ser; éste tercer miembro es el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, de todas las sensaciones, ideas, pensamientos, etc., que suben y bajan en nuestro interior desde la mañana hasta la noche. El ser humano sólo tiene este cuerpo astral en común con el mundo animal que le rodea. Y luego hemos considerado siempre el miembro más elevado del ser humano, que hace de él la cumbre de la creación terrestre, el portador de su yo, de su autoconciencia. Cuando consideramos estos cuatro miembros, en primer lugar podemos decirnos: Nos parece, -incluso en la observación superficial-, que hay una cierta diferencia entre estos cuatro miembros.  Tenemos ante nosotros el cuerpo humano físico cuando miramos al ser humano, cuando nos miramos a nosotros mismos desde fuera. Los órganos de los sentidos físicos externos pueden percibir lo que llamamos el cuerpo humano físico. Con el pensar que está ligado a estos órganos físicos, es decir, con el pensar que está ligado al instrumento del cerebro, podemos comprender este cuerpo físico del hombre. Por tanto, él se nos muestra cuando lo miramos desde fuera.

La relación con el cuerpo astral humano es muy diferente. Ya habremos comprendido por las descripciones precedentes, que el cuerpo astral es, por así decirlo, un hecho exterior sólo para la verdadera conciencia clarividente; que sólo ésta, mediante el entrenamiento de la conciencia ya muchas veces caracterizado, puede ver el cuerpo astral en cierto modo igual que ve el cuerpo físico.  Para la vida normal, el cuerpo astral del hombre no es perceptible desde el exterior; el ojo sólo puede ver las manifestaciones de los impulsos, deseos, pasiones, pensamientos, sentimientos, etc., que suben y bajan dentro de él. En cambio, el propio hombre percibe estas experiencias de su cuerpo astral en su interior. Percibe lo que llamamos instintos, deseos, pasiones, alegría y dolor, placer y sufrimiento. Por tanto podemos decir que el cuerpo astral se relaciona con el cuerpo físico de tal manera, que en la vida humana normal miramos al primero desde dentro, pero al cuerpo físico desde fuera. 

Los otros dos miembros de la naturaleza humana, el cuerpo etérico y el portador del yo, se sitúan en cierta relación entre estos extremos exteriores. El cuerpo físico debe percibirse puramente externo, el cuerpo astral puramente interno. Pero el eslabón intermedio entre el cuerpo físico y el cuerpo astral es el cuerpo etérico. Éste no puede ser percibido desde el exterior, pero actúa exteriormente. En la vida ordinaria del hombre actúa exteriormente de tal manera que podemos decir: "Lo que el cuerpo astral desarrolla en facultades, en experiencias internas, debe transferirse primero al cuerpo etérico; sólo entonces puede intervenir en las herramientas físicas, en el cuerpo físico". Así pues, el cuerpo etérico actúa como eslabón intermedio entre el cuerpo astral y el cuerpo físico. Este cuerpo etérico o cuerpo vital conduce, pues, del exterior al interior. Ya no podemos verlo con los ojos físicos. Pero lo que podemos ver con los ojos físicos es sólo un instrumento del cuerpo astral porque el cuerpo etérico trabaja hacia fuera en el cuerpo físico. 

En cierto sentido, lo que llamamos el yo humano va de nuevo de dentro hacia fuera, mientras que el cuerpo etérico va de fuera hacia dentro, hacia el cuerpo astral. Porque a través del yo, y de lo que éste hace del cuerpo astral, el hombre se convierte en conocedor del mundo exterior, del medio físico del cual se toma el propio cuerpo físico. La vida animal procede sin individualidad, sin cognición personal, porque el animal no tiene este yo personal; porque el animal vive todas sus experiencias del cuerpo astral interiormente, pero no utiliza su placer ni su sufrimiento, simpatía o antipatía, para adquirir cognición del mundo exterior. Lo que llamamos placer y sufrimiento, alegría y dolor, simpatía o antipatía, son en verdad experiencias del cuerpo astral en el animal; pero el animal no utiliza su placer para exultar en la belleza del mundo, sino que permanece dentro de ese elemento que le proporciona placer. El animal vive directamente en su dolor; el dolor del hombre le conduce más allá de sí mismo a un mayor esclarecimiento sobre el mundo, porque el yo le lleva de nuevo fuera y le reúne con el mundo exterior. Así vemos cómo, por un lado, el cuerpo etérico apunta hacia dentro, hacia el cuerpo astral, en cambio el yo del hombre conduce hacia fuera, hacia el mundo exterior, hacia el mundo físico que nos rodea. 

Ahora bien, hemos subrayado a menudo que el hombre lleva una vida alternante. Podemos observar esta vida alternante todos los días. Desde que se despierta por la mañana, en el alma del hombre vemos, todas las experiencias del cuerpo astral que fluyen arriba y abajo, alegría y dolor, placer y sufrimiento, sensaciones, representaciones, etcétera. Vemos cómo estas experiencias se hunden por la noche en una oscuridad indefinida, vemos cómo el cuerpo astral y el yo pasan al estado de inconsciencia o, quizás mejor dicho, de subconsciencia. Ya hemos subrayado la razón de que el hombre pase cada día por estos estados alternos. Si consideramos al ser humano despierto tal como se presenta desde la mañana hasta la noche, el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo están entrelazados y son interdependientes en sus efectos. Cuando el ser humano se duerme por la noche, desde la consciencia del ocultista se apercibe que mientras el cuerpo físico y el cuerpo etérico permanecen acostados en la cama, en cambio el cuerpo astral y el yo, se desprenden de los cuerpos físico y etérico y entran en su verdadero hogar, el mundo espiritual. Es posible describir esto de una manera aún diferente que nos permitirá abordar el presente tema de la manera apropiada.

Podemos decir que lo que hemos llamado cuerpo físico, y que debíamos llamar aquello que sólo nos presenta su lado exterior, sale al mundo físico como el hombre exterior cuando duerme y se lleva consigo el cuerpo etérico, el mediador entre lo exterior y lo interior. Por lo tanto, en el ser humano dormido no puede haber mediación entre lo exterior y lo interior, porque el cuerpo etérico, el mediador, ha salido al mundo exterior. Por consiguiente, podemos decir en cierto sentido que en el ser humano durmiente el cuerpo físico y el cuerpo etérico sólo son el ser humano exterior; podemos, por así decirlo, describir el cuerpo físico y el cuerpo etérico como el "ser humano exterior", aunque el cuerpo etérico sea el mediador de lo exterior a lo interior. Por el contrario, para la persona dormida podemos describir el cuerpo astral y el yo como "el hombre interior". Y también podemos hacer esto con el ser humano despierto debido a que todas las experiencias del cuerpo astral se experimentan interiormente en el estado normal, y porque aquello que el yo puede reconocer del mundo exterior en la vida de vigilia también es absorbido por el ser humano interior para ser procesado allí como conocimiento. Mediante el yo lo exterior se convierte en interior. Todo esto muestra que podemos hablar de un ser humano "exterior" y un ser humano "interior"; el ser humano exterior consiste en el cuerpo físico y el cuerpo etérico, el ser humano interior consiste en el yo y el cuerpo astral. 

Ahora echemos un vistazo a la llamada vida humana normal en lo que respecta a su desarrollo. Preguntémonos: ¿Por qué un ser humano regresa cada noche con su cuerpo astral y su yo a un mundo espiritual? ¿Tiene esto algún sentido? ¿Tiene este recogerse al estado dormido un significado para el hombre? Estas cosas ya han sido insinuadas aquí, pero las necesitamos para nuestras exposiciones actuales. Debemos aprender sobre el desarrollo normal para que, mediante las leyes aparentemente anormales de la naturaleza, poder ver que es lo que se manifiesta tanto en la enfermedad como en la curación. ¿Por qué el hombre entra al estado de dormir cada noche? 

Esto podemos comprenderlo sólo cuando visualizamos toda la relación del cuerpo astral y del yo con lo que hemos llamado el "ser humano exterior". Hemos llamado al cuerpo astral el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, del instinto, del deseo, de la pasión, de todos los vaivenes de concepciones, percepciones, representaciones y sensaciones. Pero puesto que el cuerpo astral es el portador de todo esto, ¿Cómo es que por la noche el hombre no tiene estas experiencias en absoluto, cuando el hombre interior real está unido de tal modo con su cuerpo astral y cuando los cuerpos físico y etérico no están presentes? Entonces ¿Cómo es que estas experiencias se hunden en una oscuridad indefinida? ¿Cuál es la razón? La razón es que el cuerpo astral y el yo, aunque son portadores de alegría y dolor, juicio, imaginación y demás, no pueden experimentar directamente todo aquello de lo que son portadores. En nuestra vida humana, el cuerpo astral y el yo, para tener sus propias experiencias, dependen de sumergirse en los cuerpos físico y etérico en estado normal, (de vigilia). Eso que tenemos ante nosotros como nuestra vida anímica no es algo que el cuerpo astral experimente directamente. Si así fuera, también tendríamos que experimentarlo por la noche, cuando estamos con nuestro yo junto al cuerpo astral. Eso es como un reflejo o imagen especular de lo que tenemos ante nosotros en la vida anímica diurna. Los cuerpos físico y etérico nos reflejan lo que experimentamos en el cuerpo astral, como a través de un espejo o a través de un eco. Todo lo que nuestra alma evoca en nosotros desde que nos despertamos hasta que nos dormimos, sólo nos lo puede evocar, gracias a ver sus propias experiencias reflejadas en ese espejo que está formado por el cuerpo físico y el cuerpo etérico o vital. En el momento en que salimos del cuerpo físico y del cuerpo etérico por la noche, tenemos todas las experiencias del cuerpo astral dentro de nosotros, pero no somos conscientes de ellas, porque nos falta el efecto espejo o eco del cuerpo físico y del cuerpo etérico que son causantes de la toma de conciencia, y sin ellos no hay conciencia. 

De modo que en toda nuestra vida, a medida que transcurre desde la mañana cuando nos despertamos hasta la noche cuando nos vamos a dormir, vemos una interacción entre el hombre interior y el exterior, o sea entre el yo y el cuerpo astral por un lado y el cuerpo físico y el cuerpo etérico por el otro. Las fuerzas que actúan en esta interacción son las fuerzas del cuerpo astral y del yo. Pues el cuerpo físico, como suma total de órganos físicos, nunca podría hacer surgir desde sí mismo nuestra vida anímica, ni tampoco el cuerpo etérico. Las fuerzas para provocar esta imagen especular proceden del cuerpo astral y del yo, igual que lo que vemos en el espejo no procede del espejo, sino de lo que se refleja en el espejo. Así pues, todas las fuerzas que hacen surgir nuestra vida anímica se hallan en el cuerpo astral y en el yo, en el hombre interior; y están activas en esa interacción entre los mundos exterior e interior. Vemos que estas fuerzas trabajan en nuestra vida anímica durante el día, interactuando, irradiando, por así decirlo, hacia el cuerpo físico y el cuerpo astral. Pero también las vemos entrar en un estado hacia el atardecer que llamamos "fatiga". Las vemos desgastarse, consumirse Y no podríamos continuar nuestras vidas si no fuéramos capaces de entrar cada noche en un mundo diferente de aquel en el que vivimos desde la mañana hasta la noche. En ese mundo podemos, por así decirlo, reconstruir la vida del alma. Esto podemos hacer con las fuerzas del cuerpo astral. Pero estas fuerzas también se gastan y no podemos reemplazarlas desde la vida cotidiana. Sólo podemos reemplazarlas desde el mundo espiritual; desde el mundo en el que entramos cada noche. Este es el significado del dormir. No podríamos vivir sin entrar en el mundo nocturno y extraer de allí la energía que consumimos durante el día. De modo que podemos decir que cada noche extraemos del mundo espiritual la energía que utilizamos desde la mañana hasta la noche. Esto responde a la pregunta: ¿Qué traemos al mundo físico cuando entramos en nuestros cuerpos etérico y físico? Así que ahora lo sabemos.  

Acaso ¿No llevamos nada del mundo físico al mundo al que vamos cuando dormimos? Esta es la otra pregunta, y es tan importante como la primera. 

Para responder a esta pregunta, sin embargo, tenemos que fijarnos en algunas cosas que ya son evidentes en la vida humana ordinaria. En la vida ordinaria tenemos las llamadas experiencias. Estas experiencias toman un extraño rumbo en nuestras vidas entre el nacimiento y la muerte. ¿Cómo se nos presenta este rumbo? Podemos verlo utilizando un ejemplo que se ha mencionado a menudo aquí: el ejemplo del aprendizaje de la escritura. Cuando ponemos la pluma sobre el papel para expresar nuestros pensamientos, estamos practicando el arte de escribir. Podemos escribir. ¿Pero qué presupone eso? Presupone haber tenido toda una serie de experiencias en un cierto período de existencia entre el nacimiento y la muerte. Recuerden cuanto tuvimos que pasar para poder expresar nuestros pensamientos poniendo el bolígrafo sobre el papel y simplemente "escribiendo". Piensen en lo que tuvieron que pasar cuando eran niños, desde el primer intento torpe de coger el bolígrafo y ponerlo en el papel, etcétera. A continuación podrían decir: menos mal que no tenemos que recordar todo eso, porque sería terrible que cada vez que escribiéramos tuviéramos que recordarlo todo, todos los intentos fallidos de hacer trazos, quizá también los castigos que conllevaron, etcétera, para desarrollar lo que llamamos el arte de escribir. ¿Qué ocurrió allí? Lo que llamamos, en un sentido eminente, un desarrollo en la vida humana entre el nacimiento y la muerte. Hemos pasado por toda una serie de experiencias. Estas experiencias duraron mucho tiempo; luego se aglutinaron, por así decirlo, y formaron un extracto, y este extracto es lo que llamamos la "habilidad" de escribir. Todo lo demás se ha hundido en una vaga oscuridad de olvido. Pero no necesitamos recordarlo, porque a partir de ello ha evolucionado una fase de desarrollo de nuestra alma. Así que nuestras experiencias se aglutinan en extractos, en esencias, que aparecen como nuestra capacidad, como nuestra eficiencia y nuestras habilidades en la vida.  Este es nuestro desarrollo en la existencia entre el nacimiento y la muerte. Las experiencias se transforman inicialmente en habilidades espirituales, que pueden, sin embargo, llevarse a cabo mediante herramientas físicas externas. Toda experiencia personal entre el nacimiento y la muerte tiene lugar de tal manera que las experiencias se transforman en habilidades o también en lo que llamamos sabiduría. 

Podemos visualizar cómo se produjo la transformación si observamos el periodo comprendido entre 1770 y 1815 (*). Durante este periodo, tuvo lugar un gran y poderoso acontecimiento en la historia del mundo. Un gran número de personas fueron contemporáneas de este acontecimiento. Preguntémonos cómo se sintieron estos contemporáneos al respecto. Para algunos de ellos, las experiencias pasaron desapercibidas. No transformaron las experiencias en conocimiento del mundo, en sabiduría del mundo. Otros se formaron una profunda sabiduría de la vida, es decir, un extracto de ella. 

¿Cómo se forman en el alma las capacidades y la sabiduría a partir de las experiencias? Tomando las experiencias, tal y como nos llegan por primera vez, noche tras noche en nuestro estado dormido; en esas regiones en las que el alma o el hombre interior habita entre la noche y la mañana. Allí él transforma en extractos, en esencias, lo que es experiencia durante un cierto período de tiempo. Quien puede observar la vida sabe que si ha de dominar una serie de experiencias y encadenarlas en un solo arte, entonces es necesario transformar estas experiencias en los correspondientes períodos durmiendo. Por ejemplo, la mejor manera de memorizar algo es aprenderlo, consultarlo con la almohada, aprenderlo de nuevo, consultarlo de nuevo con la almohada. Cuando él no puede sumergir las experiencias mientras duerme para dejarlas salir como habilidades o en forma de sabiduría o arte, entonces no es capaz de experimentar un desarrollo en estas experiencias. 

En este caso nos enfrentamos, en un nivel superior, a lo mismo que hace la planta por necesidad en un nivel inferior: la planta de este año no puede convertirse en la planta del año siguiente si no regresa a la indeterminación del vientre de la tierra y vuelve a crecer al año siguiente. La evolución en este caso consiste en una repetición. Allí donde lo hemos iluminado en el caso del hombre, se trata de un verdadero "desarrollo"; allí las experiencias se hunden en la matriz nocturna del inconsciente, y vuelven a salir, ciertamente en una repetición, pero para ser finalmente transformadas a tal punto, que puedan surgir como sabiduría, como capacidades, como experiencias vitales. 

Así se entendía la vida en tiempos en los que se podía ver más profundamente en los mundos espirituales de lo que hoy puede hacer la observación externa. Por eso cuando los guías culturales de la antigüedad nos quieren contar cosas especiales en imágenes, encontramos alusiones a principios tan extraños de la vida humana. Preguntémonos: ¿Qué tendría que hacer si alguien quisiera evitar que una serie de experiencias cotidianas prendieran en su alma y se transformaran en algún tipo de habilidad? Preguntémonos esto, por ejemplo, acerca de una experiencia muy significativa del alma, la experiencia que se desarrolla cuando alguien experimenta una determinada relación con otra personalidad durante un largo período de tiempo. En el caso de experiencias con otra personalidad, éstas se hunden en la conciencia nocturna y a partir de ella vuelven a nacer como lo que llamamos amor por la otra personalidad, que, cuando es sano, es como un extracto de las experiencias sucesivas. El sentimiento de amor por la otra personalidad ha surgido porque la suma de las experiencias se ha acumulado en un extracto, como cuando moldeamos las experiencias en una urdimbre. ¿Qué tendría que hacer alguien si quisiera impedir que una serie de experiencias se convirtiera en amor? Él tendría que aplicar un arte especial: Tendría que impedir el proceso natural en la noche, a causa del cual nuestras vivencias se transformen en la esencia, en el sentimiento de amor; disolviendo de nuevo en la noche lo que él ha entretejido de las vivencias diurnas. Si es capaz de hacer esto, entonces consigue que su alma pase sin dejar rastro, lo que es apto para transformar la experiencia de la otra personalidad en su alma en un sentimiento de amor. 

Homero quiso señalar estas profundidades del alma humana presentando la imagen de Penélope, que tiene la experiencia con la hueste de pretendientes: ella  ha prometido casarse con cada uno de ellos cuando haya terminado un determinado tejido; sólo que evita cumplir la promesa desenredando siempre de noche lo que ha tejido de día. Vemos inmensas profundidades de experiencia donde los videntes son también artistas. Hoy tenemos poca sensibilidad para esto y declararemos arbitrarias tales interpretaciones de poetas que también fueron videntes o incluso las interpretaremos como fantasías. Esto no afecta en nada a los antiguos poetas ni tampoco a la verdad, sino a lo sumo a nuestra época, a la que así se le impide adentrarse en las profundidades de la vida humana. 

Por la noche llevamos algo al alma, que también volvemos a sacar. En ella tomamos lo que el alma desarrolla entre el nacimiento y la muerte y la eleva a niveles cada vez más altos de capacidades. Pero ahora nos preguntamos: ¿Dónde está el límite de este desarrollo del ser humano? Podemos aprender a reconocer este límite si tenemos en cuenta que cuando el hombre se despierta por la mañana, siempre encuentra el mismo cuerpo físico y el mismo cuerpo etérico con sus capacidades y disposiciones, con la configuración interior con la que fueron dotados desde el nacimiento del hombre.  El hombre no puede cambiar nada en esta conformación, en estas configuraciones y formas internas del cuerpo físico y del cuerpo etérico. Si él pudiera llevarse el cuerpo físico, o al menos el cuerpo etérico, consigo al estado de dormido, entonces podría cambiarlos. Se los encuentra por la mañana tal y como los dejó por la noche. Aquí tenemos un claro límite de lo que es capaz el desarrollo en la vida entre el nacimiento y la muerte. Este desarrollo entre el nacimiento y la muerte se limita esencialmente a la experiencia espiritual; no puede extenderse a la experiencia física. 

No tenemos más que darnos cuenta de que por muchas oportunidades que tenga una persona de someterse a experiencias externas que puedan enriquecerle musicalmente, que puedan desarrollar una profunda vida musical en su alma, no podría desarrollarla si no hubiera recibido un oído musical, si la formación tanto física como etérica de su oído no le permitiera establecer una armonía entre el hombre exterior y el interior. Pero debemos ser claros al respecto: Para que el hombre sea un todo, todas las partes individuales de su naturaleza deben formar una unidad, una armonía. Por eso podemos decirnos a nosotros mismos: "Todo lo que una persona, -sin aptitudes musicales-, tiene la oportunidad de recibir como experiencias en sí mismo, experiencias que pudieran elevarlo a un nivel superior de experiencia musical, debe permanecer restringido al interior del alma, debe resignarse; no puede salir, porque en lo que constituyen la forma y la figura de los órganos internos traídos consigo, se traza el límite cada mañana". Entenderemos tal cosa cuando nos demos cuenta de que no se trata simplemente de la forma más grosera del cuerpo etérico y del cuerpo físico, sino de configuraciones muy sutiles. Debemos darnos cuenta de que, en nuestra vida actual, cada facultad anímica del ser humano debe expresarse a través de un órgano; y si el órgano no está formado de la manera apropiada, ésta no puede expresarse. Lo que la fisiología y la anatomía no pueden probar, ese sutil moldeado plástico en los órganos, eso es precisamente lo esencial; éstos escapan naturalmente a la anatomía y a la fisiología; pero precisamente es imposible transformarlos entre el nacimiento y la muerte. 

¿Es pues el hombre completamente incapaz de trabajar en sus cuerpos físico y etérico lo que recibe como experiencias y vivencias en su cuerpo astral y en su yo? 

Cuando observamos al hombre sabemos que, hasta cierto punto, es capaz incluso de moldear su cuerpo físico. Basta con mirar a una persona que haya pasado diez años de su vida en un profundo trabajo de pensamiento interior; sus gestos y su fisonomía habrán cambiado. Pero todo esto está ligado a estrechos límites. ¿Siempre está ligado a límites tan estrechos? 

Sólo podemos comprender que no siempre se ciñe a los límites más estrechos si apelamos a una ley que se ha mencionado aquí a menudo, pero que hay que señalar una y otra vez porque está muy alejada de nuestra vida contemporánea. Una ley que se puede comparar con la otra ley que se conquistó para la humanidad en el siglo XVII en un nivel inferior. 

Hasta el siglo XVII, la gente creía que los animales inferiores, los insectos y demás podían crecer a partir del barro del río. Creían que era mera materia lo que permitía que lombrices e insectos crecieran de él. Esta no era sólo una creencia de los legos, sino también de los sabios. Si nos remontamos a épocas anteriores, podemos encontrar cómo todo estaba sistematizado de tal manera que, por ejemplo, se indicaba lo que había que hacer para que la vida surgiera puramente del entorno. Por ejemplo, en un libro del siglo VII d.C. se describe que bastaba con golpear el cadáver de un caballo para obtener abejas; se podían obtener avispones de los bueyes y avispas de los burros. En aquella época se creía que los seres vivos crecían a partir de la sustancia del entorno inmediato. Y fue en el siglo XVII cuando el gran naturalista Francesco Redi pronunció por primera vez la frase: ¡Los seres vivos sólo pueden proceder de seres vivos! Por esta verdad, que hoy se da por sentada, de modo que nadie puede entender que alguien creyera alguna vez otra cosa, Redi fue considerado todavía en el siglo XVII como un grave hereje, que se libró por los pelos del destino de Giordano Bruno. 

Así sucede con tales verdades: Al principio, quienes las proclamaban eran considerados herejes y estaban sujetos a la Inquisición. En aquellos días, eran quemados o amenazados con la hoguera. Hoy en día, este tipo de inquisición se ha abandonado. Ya no son quemados. Pero aquellos que se sientan en la poltrona de la ciencia hoy en día, consideran como tontos y soñadores a aquellas personas que comunican una nueva verdad a un nivel superior. Hoy consideran tontos y soñadores a los que defienden la proposición que Francesco Redi expuso para los vivos en el siglo XVII de una manera diferente. Así como Redi hizo ver que es una manera inexacta de ver las cosas, creer que lo viviente puede crecer directamente de lo inanimado, sino que hay que retrotraerse a un viviente semejante, al germen que extrae las sustancias y las fuerzas de su entorno para desarrollarse en su propio sentido. Así también, quien hoy se sitúa en el terreno de la ciencia espiritual tiene que demostrar que lo que llega a la existencia al nacer como un ser anímico-espiritual deriva de un ser anímico-espiritual del mismo tipo, y que no está compuesto meramente de características heredadas. Del mismo modo que el germen de la lombriz de tierra se nutre de las sustancias para desarrollarse, así también el germen anímico-espiritual debe nutrirse de las sustancias de su entorno para desarrollarse. En otras palabras, si retrocedemos hasta lo anímico-espiritual en el hombre, llegamos a algo anímico-espiritual anterior, que está ahí antes del nacimiento, y que no tiene nada que ver con la herencia. Lo que en última instancia se deduce de la frase: Lo anímico-espiritual sólo puede provenir de lo anímico-espiritual - esto conduce al principio de las vidas terrenales repetidas, del que pueden convencerse si se involucran más profundamente en la ciencia espiritual. Nuestra vida entre el nacimiento y la muerte conduce de vuelta a otras vidas por las que hemos pasado anteriormente. Lo anímico-espiritual proviene de lo anímico-espiritual, y en lo anímico-espiritual del pasado radican las causas de lo que ahora experimentamos entre el nacimiento y la muerte. Y cuando atravesamos la puerta de la muerte, nos llevamos con nosotros aquello que hemos absorbido en esta vida y desarrollado en capacidades a partir de causas. Lo que nos llevamos con nosotros cuando entramos en un mundo anímico-espiritual a través de la puerta de la muerte, lo traemos de vuelta cuando entramos en la existencia mediante un nuevo nacimiento en el futuro. 

En el periodo entre la muerte y el nuevo nacimiento nos encontramos en una situación diferente a cuando entramos en el mundo espiritual cada noche a través del estado durmiente, del que volvemos a despertar por la mañana. Cuando nos despertamos por la mañana, encontramos nuestros cuerpos etérico y físico tal como estaban por la noche. No podemos trabajar en ellos lo que nos ha pasado en la vida entre el nacimiento y la muerte. En el cuerpo etérico y el cuerpo físico ya terminados hemos encontrado un límite. Pero cuando atravesamos la puerta de la muerte hacia un mundo espiritual, desechamos el cuerpo físico y etérico y nos llevamos sólo la esencia del cuerpo etérico. Ya estamos en el mundo espiritual y no necesitamos tener en cuenta un cuerpo físico ni un cuerpo etérico existentes. En todo el tiempo desde la muerte hasta el nuevo nacimiento el hombre puede entonces trabajar con fuerzas puramente espirituales; porque allí trata con sustancias puramente espirituales. Él saca del mundo espiritual lo que necesita para formar un arquetipo de un nuevo cuerpo físico y etérico, en el que se trabajan ahora las cosas que no pudo trabajar en el cuerpo físico y etérico anterior. Así el hombre forma un prototipo de sus cuerpos físico y etérico hasta el nuevo nacimiento, un arquetipo puramente espiritual en el que se entretejen las experiencias en relación con las cuales el alma tuvo que resignarse entre el nacimiento y la muerte. Después llega el momento en que el arquetipo ha llegado a su conclusión, y en que el ser humano podrá formar en el cuerpo físico y etérico plástico aquello que ha absorbido en su arquetipo; es cuando el arquetipo espiritual coopera en ese estado dormido que el ser humano experimenta ahora. 

Si el hombre pudiera traer consigo el cuerpo físico y el cuerpo etérico cada mañana al despertar, entonces podría formarlo a partir del mundo espiritual; pero entonces también tendría que volver a moldearlo. Pero con el nacimiento el hombre despierta de un estado dormido; pues nacer significa despertar de un estado dormido que de hecho incluye el cuerpo físico y el cuerpo etérico en el estado prenatal. Aquí es donde el cuerpo astral y el yo descienden al mundo físico, al cuerpo físico y al cuerpo etérico, que ahora pueden formar plásticamente, y donde pueden moldear en el cuerpo terminado todo lo que no pudieron moldear en él en la vida anterior. Ahora, en una nueva vida, pueden expresar en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico aquello que pueden ascender como etapa superior de desarrollo, pero que no pudieron ascender en la vida anterior porque el cuerpo etérico y el cuerpo físico acabados se lo impidieron. 

Así vemos cómo el hombre efectivamente se despierta del mundo espiritual al nacer, pero de tal manera que ahora trae consigo otras fuerzas de las que traería por la mañana de este mismo mundo espiritual en los períodos en los que duerme. En la mañana sólo traemos con nosotros las fuerzas que pueden desarrollar nuestra vida anímica entre el nacimiento y la muerte. Aquí no somos capaces de influir en los otros miembros de nuestro ser. Pero cuando venimos a la existencia desde el mundo espiritual al nacer, traemos con nosotros las fuerzas que tienen un efecto remodelador plástico sobre el cuerpo físico y el cuerpo etérico, es decir, que aseguran un desarrollo en el que ahora si están incluidos el cuerpo físico y el cuerpo etérico.  

Si no se pudieran destruir los cuerpos físico y etérico, si el cuerpo físico no pudiera pasar por la muerte, entonces no podríamos incluir nuestras experiencias en el desarrollo. Aquí es donde debemos decir que por mucho que esperemos la muerte con miedo y horror y sintamos sufrimiento y dolor ante la muerte que nos ha de sobrevenir, sólo podemos decir esto si miramos el mundo desde un punto de vista más que personal: ¡Casi debemos desear la muerte! Pues sólo ella nos da la oportunidad de destruir este cuerpo para construir uno nuevo en la siguiente vida, de modo que podamos traer a la vida todos nuestros frutos terrenales. 

Así pues, en el curso normal de la evolución humana actúan conjuntamente dos corrientes: una interior y otra exterior. Estas dos corrientes se nos muestran lado a lado en el cuerpo físico y el cuerpo etérico por un lado y en el cuerpo astral y el yo por el otro. ¿Qué puede hacer el ser humano entre el nacimiento y la muerte en relación con el cuerpo físico y el cuerpo etérico? No sólo se desgasta el cuerpo astral por la vida del alma, sino que también se desgastan los órganos del cuerpo físico y del cuerpo etérico. Ahora se hace evidente lo siguiente: Mientras el cuerpo astral está en un mundo espiritual durante la noche, también trabaja simultáneamente sobre el cuerpo físico y el cuerpo etérico para devolverlos al estado en que se encuentran normalmente. Sólo en el estado dormido por la noche, puede restaurarse en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico lo que ha sido destruido durante el día. Así vemos cómo el cuerpo físico y el cuerpo etérico también se crean a partir del mundo espiritual. Pero hay un límite: la constitución y configuración del cuerpo físico y del cuerpo etérico se dan al nacer y permanecen iguales dentro de estrechos límites.  Vemos, por así decirlo, dos corrientes trabajando juntas en el desarrollo del mundo, que no podemos armonizar fácilmente de forma abstracta. Quien tratara de pensar estas dos corrientes juntas con pensamientos abstractos, quien quisiera desarrollar una filosofía con un corazón ligero y decir: Bueno, sí, el hombre debe ser armonioso; por lo tanto las dos corrientes en el hombre deben estar en armonía - estaría muy equivocado. La vida no funciona según abstracciones; la vida funciona de tal manera que aquello con lo que soñamos en nuestras abstracciones sólo puede alcanzarse tras largos desarrollos. La vida funciona de tal manera que sólo produce estados de equilibrio, armonías, pasando por desarmonías. Así es el juego vivo en el hombre, que no ha de ser armonizado por el pensamiento sin más. Siempre significa pensar abstractamente y sobrio si queremos soñar armonía en una situación en la que la vida se desarrolla a través de la desarmonía hasta un estado de equilibrio. Pero este es el destino del desarrollo humano en general, que debemos tener la armonía en mente como meta, pero no la alcanzaremos si simplemente la soñamos en cualquier estado del desarrollo humano. 

Así que tal vez no nos resulte incomprensible que la ciencia espiritual diga que la vida es diferente, sin embargo, dependiendo de si la miramos desde el punto de vista del hombre interior o del exterior. Son dos puntos de vista diferentes. Quien quisiera unir estos dos puntos de vista con cualquier abstracción no tendría en cuenta que no existe un solo ideal, un solo criterio, sino tantos criterios como puntos de vista, y que es precisamente a través de la interacción de los diversos criterios como se puede encontrar la verdad. Podemos suponer, por tanto, que el punto de vista de la vida es quizá distinto en relación con el hombre interior que en relación con el hombre exterior. Podría tal vez aclararse por comparación que las verdades son bastante relativas, según se las mire desde aquí o desde allá. 

Sin duda es apropiado que un gigante con una mano tan grande como un niño pequeño hable de su dedo meñique Pero si el enano, que es igual de grande que un niño pequeño, puede hablar también del dedo meñique del gigante: eso es otra cuestión. Las cosas son necesariamente como verdades complementarias. No existe una verdad absoluta en relación con las cosas externas. Las cosas deben ser miradas desde diferentes puntos de vista, y la verdad debe ser encontrada a través de las verdades individuales que se iluminan mutuamente.

Por lo tanto, en la vida tal como se nos presenta, el hombre exterior, cuerpo físico y cuerpo etérico, y el hombre interior, cuerpo astral y yo, no tienen por qué estar en perfecta armonía en ninguna etapa del desarrollo de la vida. Si la armonía fuera perfecta, entonces sucedería que el hombre, al entrar en el mundo espiritual por la noche, se llevaría consigo las experiencias del día y las transformaría de un modo regular en las esencias de la capacidad, la sabiduría, etcétera. Sería entonces el caso que aplicaría las fuerzas que trae del mundo espiritual de la mañana al mundo físico en relación con la vida del alma; pero el límite que hemos caracterizado y que está trazado para el cuerpo físico nunca sería traspasado. Pero entonces tampoco habría desarrollo humano. El hombre debe aprender a observar él mismo estos límites; debe incluirlos en su juicio. Debe existir la posibilidad de que trascienda estos límites en la mayor medida posible. 

¡Y él los transgrede continuamente! En la vida real, los límites se transgreden constantemente, de modo que, por ejemplo, el cuerpo astral y el yo, cuando actúan sobre el cuerpo físico, no observan los límites. Así, sin embargo, transgreden las reglas implantadas en el cuerpo físico. Después lo que ha sucedido en tales transgresiones de los límites, las vemos en las irregularidades, en las desorganizaciones del cuerpo físico, en el surgimiento de lo que se presenta como las enfermedades que han sido provocadas desde el espíritu, desde el cuerpo astral y el yo. Hay otra forma en que se puede traspasar un límite, a saber, cuando el hombre interior no logra armonizarse con el mundo exterior, cuando no logra armonizarse completamente con el mundo exterior.  Podemos visualizarlo con un ejemplo drástico.

Cuando hace unos años se produjo la famosa erupción del Monte Pelé, en América Central, se encontraron después entre los escombros unos documentos muy curiosos e instructivos. Uno de ellos decía: Ya no debéis temer, pues los peligros han terminado; ¡no habrá más erupciones! Esto nos lo muestran las leyes que hemos reconocido como leyes naturales. -Estos documentos, en los que estaba escrito que más erupciones volcánicas serían imposibles según el conocimiento de la naturaleza, habían sido enterrados-, y con ellos los sabios que habían escrito estos documentos a partir del conocimiento ordinario de los sabios. Vemos aquí que tiene lugar un acontecimiento trágico. Pero es precisamente en esto donde podemos ver claramente la desarmonía del hombre con el mundo físico. Nadie puede dudar de que el intelecto de aquellos sabios que investigaron estas leyes de la naturaleza habría sido suficiente para encontrar la verdad con sólo haber recibido la formación adecuada. Porque no carecían de intelecto. Es de remarcar que el intelecto forme parte de ello, pero que por sí solo no pueda hacer nada. ¡Porque los animales que se enfrentan a tales catástrofes emigran! Este es un hecho bien conocido. Sólo los animales domésticos perecen con los humanos. Así que el llamado instinto animal es suficiente para desarrollar mucha más sabiduría ante tales acontecimientos venideros que la sabiduría humana actual. Lo que es "intelecto" no importa; nuestro intelecto actual también está suficientemente presente en aquellos que cometen las mayores locuras. Por lo tanto, nuestro intelecto es suficiente; pero las experiencias de las vivencias no son suficientes porque no han madurado.  En el momento en que el intelecto establece con experiencias estrechamente limitadas algo que le parece plausible, puede entrar en esta desarmonía con las experiencias exteriores reales, y entonces las experiencias exteriores se derrumban sobre él. Pues existe una relación entre el cuerpo físico y el mundo que el hombre reconocerá y comprenderá gradualmente con las facultades que ya tiene hoy; pero sólo entonces será capaz de hacerlo cuando haya recogido experiencia tras experiencia del mundo exterior y las haya procesado. Entonces ninguna otra mente salvo la actual habrá trabajado sobre lo que ha desarrollado a partir de estas experiencias para establecer una armonía completa; pues la mente acaba de alcanzar hoy una cierta altura. Lo que falta es la maduración de las experiencias. Si esta maduración de las experiencias no corresponde al mundo exterior, entonces el ser humano entra en desarmonía con el mundo exterior y puede ser roto por los acontecimientos del mundo exterior. Hemos visto un ejemplo drástico de cómo ha surgido la desarmonía entre el cuerpo físico de los sabios en cuestión y lo que han alcanzado dentro de sí mismos como su nivel de desarrollo del alma. Hemos utilizado este ejemplo para ilustrar nuestras observaciones. Esta desarmonía no tiene por qué producirse porque nos sobrevengan acontecimientos tremendos; pero tal desarmonía está en principio y esencialmente siempre presente cuando cualquier daño externo golpea nuestros cuerpos físico y etérico; cuando el daño externo golpea al hombre exterior de tal manera que es incapaz de contrarrestar este daño externo con sus poderes desde dentro, para desterrarlo de su vida. Lo mismo ocurre siempre cuando se nos acerca cualquier daño externo, tanto si es exteriormente visible como si se trata de un supuesto daño interno, que en realidad es externo; pues si se nos estropea el estómago, en esencia es lo mismo que si nos cae un ladrillo en la cabeza. Es el caso cuando el conflicto surge, o puede surgir, entre el hombre interior y aquello que se le acerca desde fuera; cuando el hombre interior no está a la altura de este hombre exterior. 

Y en el fondo toda enfermedad constituye una desarmonía de este tipo, una transgresión de las fronteras entre el ser humano interior y el exterior. Lo que primero debe lograrse como una armonía en un futuro lejano, lo que seguiría siendo un pensamiento abstracto si quisiéramos soñarlo en la vida, se crea por el hecho de que las fronteras en realidad se traspasan constantemente. El ser humano sólo aprende a ser cada vez más maduro con respecto a su vida interior, cuando gradualmente se da cuenta de que a través de lo que ya ha alcanzado, él no es igual a la vida exterior. Esto se refiere no sólo a las cosas que impregna el yo, sino también a las que impregna el cuerpo astral. Lo que impregna el yo es experimentado conscientemente por el hombre desde que se despierta hasta que se duerme; el modo de funcionar del cuerpo astral, o la manera de poder trascender sus límites y mostrarse impotente para establecer una armonía adecuada entre el hombre interior y el exterior, esto está más allá de la conciencia ordinaria del hombre, pero sin embargo está presente. En todas estas cosas hemos dado la esencia interior más profunda de la enfermedad. 

 ¿Cuáles son los dos posibles desenlaces de la enfermedad? O se produce la curación, o la enfermedad acaba en muerte. Si observamos el desarrollo de la vida normal, podemos situar la muerte en un lado y la curación en el otro. 

¿Qué significa la enfermedad para el desarrollo global del ser humano? Debemos tener claro lo que significa la enfermedad para el desarrollo integral del ser humano. 

La enfermedad representa una desarmonía entre el hombre interior y el exterior; el hombre interior no puede entrar en armonía con el exterior cuando hay enfermedad. En cierto modo, el hombre interior debe apartarse del hombre exterior. Podemos ver esto más fácilmente cuando nos cortamos el dedo. Sólo podemos cortar el cuerpo físico, no el cuerpo astral. Pero el cuerpo astral debe intervenir continuamente en el funcionamiento ordinario, y la consecuencia es que el cuerpo astral no encuentra en el dedo cortado lo que debería encontrar si quisiera penetrar en el dedo hasta sus partes más pequeñas. Siente un rechazo desde la parte física del dedo. Esta es la esencia de todo un conjunto de enfermedades, que el hombre interior se siente repelido del exterior, que no puede tomar parte en el hombre exterior porque está destruido, porque está arrancado de él por el daño. Ahora podemos llevar el asunto tan lejos que o bien producimos el hombre exterior a través de influencias externas, -o bien hacemos al hombre interior tan fuerte que él mismo produce el hombre exterior; es decir, puede producirse la curación. Entonces la conexión entre el hombre exterior y el interior volverá a estar ahí de un modo más débil o más fuerte después de la curación; es decir, el hombre interior puede ahora en cierto modo encontrar la posibilidad de seguir viviendo en el hombre exterior corregido; puede intervenir de nuevo. 

Este es un proceso que puede compararse con el de despertarse. Hubo un repliegue artificial del hombre interior. Ahora se le ha dado la oportunidad de experimentar en el hombre exterior lo que el hombre sólo puede experimentar en el mundo exterior. La curación da al hombre la oportunidad de volver y traer lo que no podría traer si no pudiera volver. Por lo tanto, lo que constituye el proceso de curación es absorbido en el ser humano interior y ahora forma un componente interno de este ser humano interior. La recuperación, la curación es lo que podemos mirar hacia atrás con satisfacción, con contento, porque podemos decirnos a nosotros mismos: Así como cuando nos dormimos nos llevamos algo con nosotros para el hombre interior, a través de lo cual lo llevamos más alto, así también a través de la curación nos llevamos algo con nosotros, a través de lo cual llevamos más alto al hombre interior. Aunque no sea inmediatamente visible, está ahí: Somos elevados en nuestro hombre interior, en nuestra experiencia espiritual bajo todas las circunstancias; experimentamos un aumento en nuestro hombre interior a través de la recuperación. Llevamos al mundo espiritual, que experimentamos durante el sueño, aquello que tenemos a través de la recuperación. La curación es, por tanto, algo que entra durante el estado dormido, algo que nos fortalece con respecto a los poderes que desarrollamos durante el estado dormido. Todo acerca de la misteriosa relación entre curación y dormir podría explicarse si tuviéramos tiempo para ampliar completamente estos pensamientos. De esto ya se puede ver cómo podemos equiparar la curación con lo que llevamos al mundo espiritual por la noche, y lo que promueve los procesos de desarrollo, en la medida en que pueden ser promovidos en absoluto entre el nacimiento y la muerte. Lo que extraemos hacia dentro de las experiencias exteriores en la vivencia normal debe salir como desarrollo superior en nuestra vida anímica entre el nacimiento y la muerte. Sin embargo, lo que absorbemos como curación no siempre tiene que salir; podemos muy bien llevarlo con nosotros a través de la puerta de la muerte, y sólo puede beneficiarnos en la próxima vida. Lo que la ciencia espiritual nos muestra, sin embargo, es que debemos estar agradecidos por cada curación, porque cada curación significa una elevación del hombre interior, que sólo podemos lograr con las fuerzas que se absorben en el interior. 

La otra pregunta es la siguiente: ¿Qué significado tiene para una persona una enfermedad que acaba en muerte? 

En cierto sentido significa lo contrario, que somos incapaces de restablecer la armonía destruida entre el hombre interior y el exterior: que no podemos cruzar la frontera en esta vida entre el hombre interior y el exterior; que este cruce de la frontera de la manera correcta nos es imposible en esta vida. Así como debemos permanecer inmóviles ante el cuerpo sano por la mañana al despertarnos, cuando una enfermedad termina en muerte debemos permanecer inmóviles ante el cuerpo dañado, no podemos volver a provocar un cambio en él. Así como el cuerpo sano permanece tal como es y nos recibe por la mañana, así el cuerpo dañado no nos recibe, es decir, debemos terminar con la muerte. Tenemos que dejar este cuerpo porque no somos capaces de restablecer la armonía. Pero ahora nos llevamos estas experiencias al mundo espiritual, al que entramos sin tener un cuerpo exterior a nuestra disposición. Lo que hemos tomado en nosotros como fruto, que un cuerpo dañado no nos vuelve a tomar, se convierte en un enriquecimiento de la vida que transcurre entre la muerte y un nuevo nacimiento. Así que también debemos estar agradecidos por una enfermedad que termina en muerte, porque nos ofrece la oportunidad de aumentar nuestra vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, para reunir los poderes y experiencias que sólo pueden madurar entre la muerte y un nuevo nacimiento. 

He ahí la consecuencia espiritual de una enfermedad que termina en muerte, y la consecuencia espiritual de una enfermedad que termina en curación. Los procesos de curación intervienen en toda la vida interior y nos hacen avanzar; las enfermedades que acaban en muerte intervienen en todo lo que significa desarrollo en el mundo exterior. Esto nos da dos puntos de vista: Podemos estar agradecidos a una enfermedad que acaba en curación, porque nos ha hecho más fuertes en nuestro interior; y podemos estar agradecidos a una enfermedad que acaba en muerte, porque sabemos: Cuando nos elevemos a un nivel superior en la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento, la muerte tendrá una importancia infinita para nosotros, y habremos aprendido que nuestro cuerpo no debe ser así cuando lo reconstruyamos. Y evitaremos aquellos daños de los que hemos fallado. Por lo tanto, tenemos efectivamente la necesidad de enfocar dos puntos de vista. A nadie debería ocurrírsele decir, por ejemplo, desde la ciencia espiritual: ¡Si la muerte con la que termina una enfermedad es algo a lo que debemos estar agradecidos, si el desenlace fatal de una enfermedad es algo que nos eleva en la próxima vida, entonces debemos dejar que la enfermedad termine con la muerte y no curarla! Quien dijera esto no estaría hablando en el espíritu de la verdadera ciencia espiritual, pues tal ciencia no se ocupa de abstracciones, sino de aquellas verdades que se obtienen desde los más diversos puntos de vista. Tenemos el deber de asegurar la curación con todos los medios a nuestro alcance. Dentro de la conciencia humana se encuentra la tarea de curar tanto como se pueda. Pues el punto de vista de que también podemos estar agradecidos a la muerte cuando ésta se ha producido, no es algo que entre dentro de la conciencia humana ordinaria, sino algo que sólo puede obtenerse elevándose por encima de la conciencia humana ordinaria. Desde un "punto de vista de dios" está justificado dejar que tal o cual enfermedad acabe en muerte; desde un punto de vista humano sólo está justificado gastar todo lo que pueda provocar la curación. Una enfermedad que termina en muerte debe ser juzgada desde un punto de vista diferente. Al principio no hay unión entre estos dos puntos de vista; deben ir uno al lado del otro. Toda armonización abstracta es inútil aquí. La ciencia espiritual debe avanzar hasta el reconocimiento de aquellas verdades que representan la vida desde cierto lado, y otras verdades que la representan desde otro lado

La frase es correcta: ¡Curar es bueno! ¡Curar es un deber! Pero la otra frase también es correcta: ¡La muerte es buena cuando se produce como final de una enfermedad; la muerte es beneficiosa para el conjunto de la evolución humana! A pesar de que ambas frases se contradicen, ambas contienen verdades vivas para la cognición viva. Justo donde brillan dos corrientes semejantes en la vida humana, que primero deben armonizarse, vemos cómo no debemos estereotipar y sistematizar, sino que debemos contemplar la vida en su más amplio alcance. Debemos tener claro que las llamadas contradicciones, si sólo se basan en la experiencia, en la vivencia y en el conocimiento más profundo de la materia, no perjudican nuestro conocimiento, sino que nos conducen poco a poco a un conocimiento vital, porque la propia vida se desarrolla en armonía. 

El curso normal de la vida discurre de tal manera que a partir de las experiencias formamos capacidades, y de lo que no podemos procesar interiormente entre el nacimiento y la muerte tejemos lo que luego podemos procesar entre la muerte y un nuevo nacimiento. La curación y la enfermedad mortal se entrelazan en este curso normal de la vida humana de tal manera que cada curación es una contribución para elevar al ser humano a niveles superiores, y que cada enfermedad mortal conduce a su vez al ser humano a un nivel superior; la una en relación con el interior, la otra vez en relación con el ser humano exterior. De este modo el mundo progresa, avanzando no en una sino en dos corrientes encontradas. Tanto en la enfermedad como en la curación es donde se nos revela toda la complejidad de la vida humana. Si no fuera por la enfermedad y la curación, la vida normal sólo podría transcurrir de tal manera que el ser humano continuaría su vida en el hilo de la existencia, permanecería siempre en el límite y tendría, por así decirlo, que recibir la fuerza para reconstruir su organismo desde el mundo espiritual entre la muerte y un nuevo nacimiento. Entonces el hombre nunca podría desplegar los frutos de su propio trabajo en la evolución del mundo. El sólo puede desplegarlos dentro de los límites más restringidos de la vida si puede equivocarse; pues sólo conociendo lo que es el error se llega a la convicción de la verdad. Absorber la verdad de tal manera que pase a ser asunto propio del alma, que intervenga en el desarrollo, eso sólo puede hacerse si uno saca la verdad de la tierra madre del error. El hombre también podría tener salud si no interviniera en la vida con sus propias faltas e imperfecciones transgrediendo los límites. Una salud que se produce del mismo modo que la verdad interiormente reconocida, una salud que el hombre logra por sí mismo de encarnación en encarnación a través de su propia vida, tal salud se produce a través de los errores reales, a través de las enfermedades. Así, en la curación, por un lado, el hombre aprende a superar sus errores y equivocaciones reales y, por otro lado, en la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, se enfrenta con aquellos errores que no pudo enmendar en una vida, para que aprenda a enmendarlos en la siguiente.

Podemos ahora volver a nuestro drástico ejemplo y decir: Las mentes de aquellos sabios que profetizaron tan erróneamente en aquella época no sólo se volverán cautelosas para no juzgar tan rápidamente, sino que dejarán madurar las experiencias para establecer gradualmente la armonía con la vida. 

Así vemos cómo la curación y la enfermedad intervienen en la vida humana y conducen a aquello sin lo cual el hombre nunca podría alcanzar su meta como algo propio. Cuando consideramos la enfermedad y la curación desde esta perspectiva, podemos ver cómo la intervención aparentemente anormal en nuestra evolución, -y esto incluye la enfermedad y la curación y el desenlace fatal de la enfermedad-, forma parte de la existencia humana, del mismo modo que si queremos reconocer la verdad, el error forma parte de ella. Podríamos decir de la enfermedad y la curación lo mismo que un gran poeta de una época importante dijo del error humano: "¡El hombre yerra durante su empeño!". Esto posiblemente podría parecer como si el poeta hubiera querido decir: ¡El hombre siempre yerra! Pero la frase es reversible, y podemos pronunciarla así: ¡Que el hombre se empeñe a pesar de errar! - El error engendra un nuevo empeño. La frase: "¡El hombre yerra durante su empeño!" no tiene por qué llenarnos de desesperación; pues todo error produce un nuevo empeño, y el hombre se esforzará hasta que haya superado el error. En otras palabras, ¡superando el propio error se llega a la verdad humana! Y del mismo modo podemos decir: ¡El hombre puede enfermar mientras se desarrolle! Al mismo tiempo, la enfermedad conduce a la salud. Así, en la curación, e incluso en la muerte, la enfermedad se supera a sí misma y produce la salud no como algo ajeno al ser humano, sino como una salud que ha surgido del propio ser humano y que le es propia. 

Todo lo que aparece en ámbitos tan extraños y trascendentales es muy adecuado para mostrarnos que el mundo entero en su sabiduría, está organizado de tal manera que el hombre en todos los momentos de desarrollo encuentra la oportunidad de crecer más allá de sí mismo, -muy en el sentido de aquella frase de Angelus Silesius con la que pudimos concluir la conferencia "¿Qué es la mística?". En aquella ocasión la aplicamos al desarrollo más íntimo; ahora podemos extenderla al amplio campo de la enfermedad y la curación y podemos decir que incluso allí se nos muestra verdaderamente: 

Cuando te elevas por encima de ti mismo y dejas que Dios gobierne: 

¡Entonces es cuando la ascensión se lleva a cabo en tu espíritu! 

Traducido por J.Luelmo feb,2024






nota *

Un período importante en la historia europea se extiende desde 1770 hasta 1815. Aquí hay algunos eventos importantes de este período de tiempo:

Guerras de Coalición (1792-1815): Francia estaba en guerra con las principales potencias europeas que querían revertir la Revolución Francesa. Estas guerras tuvieron efectos de gran alcance en Europa.

Guerras napoleónicas (1799-1815): bajo el liderazgo del general Napoleón Bonaparte, Francia expandió su dominio sobre Europa y difundió los ideales de la Revolución Francesa.

Congreso de Viena (1814/15): Después de la derrota de Napoleón, en el Congreso de Viena se decidió el nuevo orden de Europa y se restauraron los antiguos órdenes. La “Santa Alianza” fue fundada para evitar nuevas revoluciones.

Guerras de Liberación (1813-1815): Prusia, Austria, Rusia y otras coaliciones hicieron retroceder a las tropas de Napoleón a Francia. Muchos voluntarios también participaron en la batalla de Leipzig, lo que generó la conciencia nacional alemana.

Fundación de la Confederación Alemana (1815): Los estados alemanes se unieron en una confederación flexible de estados, la Confederación Alemana. Sin embargo, muchos exigieron un Estado alemán unificado.

Estos acontecimientos moldearon el panorama político, social y cultural de Europa durante este período.

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919