GA128 Praga, 24 de marzo de 1911 Sobre la naturaleza y el concepto de los órganos

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Sobre la naturaleza y el concepto de los órganos

RUDOLF STEINER

 
Praga, 24 de marzo de 1911

Hoy, antes de proseguir con nuestras consideraciones, me corresponderá introducir algunos conceptos que necesitaremos en el curso ulterior de nuestras exposiciones. Será especialmente importante que lleguemos a un entendimiento sobre el significado de lo que llamamos un órgano físico en el sentido espiritual-científico, antroposófico, o más bien la expresión física de un órgano. Pues ya han visto que podemos hablar del bazo, por ejemplo, de tal manera que el bazo físico puede incluso ser materialmente eliminado o inutilizado sin que lo que llamamos "bazo" en el sentido antroposófico sea eliminado de su actividad. Sin embargo, cuando hemos eliminado o extirpado tal órgano físico, la actividad, la actividad interior que era ejercida por el órgano, permanece todavía en el organismo. De esto se desprende, -y les ruego encarecidamente que adopten tal concepto para lo que sigue-, que podemos considerar eliminado todo lo que es físicamente visible, lo que es físicamente perceptible en tal órgano -por supuesto, no podemos decir esto de todos los órganos- y, sin embargo, la función prevista del órgano permanece; y lo que entonces permanece, lo que continúa la función, debemos contarlo como lo suprasensible del organismo humano.

Sin embargo, cuando hablamos de órganos como el bazo, el hígado, la vesícula biliar, los riñones, los pulmones, etc., en el sentido de nuestra ciencia espiritual, no estamos hablando de lo que podemos ver físicamente, sino que nos referimos a los sistemas de fuerzas que actúan en estos órganos, que son de naturaleza suprasensible. Por lo tanto, y este es particularmente el caso del bazo, cuando hablamos de él en términos científicos espirituales, debemos pensar primero en un sistema de fuerzas que no es físicamente visible en el exterior. Pensemos, pues, en lo que estoy dibujando aquí, un sistema de fuerzas físicamente invisible que sólo podría hacerse visible a una visión suprasensible.

Un sistema así sólo sería visible en la región de nuestro bazo, por ejemplo, como sistema de fuerzas suprasensible. Si ahora consideramos que en el organismo humano real que tenemos ante nosotros este sistema de fuerzas suprasensible está lleno de materia sensible, entonces debemos preguntarnos: ¿Cómo debemos pensar ahora en la relación entre este sistema de fuerzas suprasensible y lo que es materia sensorial?

Creo que no les será difícil imaginar que el espacio puede estar atravesado por fuerzas que en un principio no son visibles para los sentidos. Sólo necesitan recordar lo siguiente:

Por ejemplo, quien nunca haya oído hablar de la realidad del aire en una botella vaciada de agua pensará que la botella está completamente vacía. Esa persona físicamente ignorante se asombrará un poco al ver que si colocamos una botella vacía de agua sobre la mesa, nos ponemos un embudo de cuello cerrado y vertemos rápidamente agua en el embudo, mantenemos el agua en el embudo y no puede fluir hacia la botella porque la contrapresión del aire le impide entrar en la botella. Esa persona se da cuenta entonces de que hay algo invisible para ella dentro de la botella que está impidiendo la entrada del agua. Si ampliamos un poco este concepto, no será difícil imaginar que el espacio puede estar impregnado por sistemas de fuerzas que en principio son de naturaleza suprasensible, de modo que no podemos cortarlos con un cuchillo y que no pueden ser atacados si un órgano físico, que es su expresión material, por ejemplo el bazo, cayera enfermo. Tenemos que imaginar que un sistema de fuerzas suprasensible está en tal relación con lo que vemos como un órgano físico-sensorial que la materia física está incrustada en este sistema de fuerzas, atraída por los puntos de fuerza y las líneas de fuerza, convirtiéndose así en un órgano físico. Podemos decir: La razón por la que, por ejemplo, un órgano físico-sensorial es visible en el lugar del bazo es que los sistemas de fuerza llenan el espacio allí de una manera muy específica, que atraen la materia de tal manera que ésta se incrusta de tal manera como vemos en el órgano externo del bazo cuando lo miramos anatómicamente.

Así es como se pueden visualizar los distintos órganos del organismo humano. Inicialmente son suprasensibles y después se llenan de materia física bajo la influencia de los más variados sistemas de fuerzas suprasensibles. Por consiguiente, en estos sistemas de fuerzas tenemos que distinguir primero un organismo suprasensible diferenciado en sí mismo, al cual se incorpora materia física de las formas más variadas y cuya complejidad el órgano físico incorporado a él sólo es capaz de seguir de manera parcial. De este modo no sólo habremos adquirido el concepto de la relación entre los sistemas de fuerzas suprasensibles y los órganos físico-materiales incorporados, sino también otro concepto, el de la alimentación de todo el organismo. ¿En qué consiste esta alimentación de todo el organismo? No consiste sino en que las sustancias alimenticias ingeridas están preparadas de tal manera que es posible conducirlas a los distintos órganos, y éstos asimilan entonces las sustancias. En las siguientes conferencias veremos cómo este concepto general de nutrición, que se manifiesta como una atracción de los distintos sistemas orgánicos por las sustancias nutritivas, se relaciona con el desarrollo del ser humano individual, con la historia germinal del ser humano individual, que se sitúa antes del nacimiento. El concepto más amplio de la alimentación es, por consiguiente, que las sustancias alimenticias individuales son atraídas a través de sistemas de fuerzas suprasensibles, por medio de un organismo suprasensible, e incorporadas al organismo físico de las formas más variadas.

Ahora debemos tener claro que el cuerpo etérico del hombre, que es el siguiente miembro suprasensible en la organización humana después del cuerpo físico, que este cuerpo etérico, aunque sea el más tosco de los miembros suprasensibles, subyace a todo el organismo como un arquetipo suprasensible, que está dividido en secciones diferenciadas y contiene los más variados sistemas de fuerzas para incorporar las sustancias ingeridas mediante la alimentación. Después de este cuerpo etérico, que podemos considerar como el arquetipo del organismo humano, tenemos ahora el llamado cuerpo astral como el siguiente miembro superior del ser humano. Las siguientes conferencias nos mostrarán cómo se unen estos dos. El cuerpo astral es aquel que sólo puede integrarse cuando tanto el organismo físico como el etérico ya están preparados en cuanto a su constitución; presupone los otros dos organismos. Más adelante tenemos lo que llamamos el yo humano, de modo que toda la entidad humana está constituida por estos cuatro miembros. Ahora podemos imaginar que ya existen ciertos sistemas de fuerzas en el propio cuerpo etérico que atraen hacia sí las sustancias nutritivas y luego las moldean en el organismo físico de un modo bastante definido. Pero también podemos imaginar que tal sistema de fuerzas no sólo está determinado por el cuerpo etérico, sino también por el cuerpo astral y que envía sus fuerzas a él, de modo que, si imaginamos que el órgano físico desapareciera, tendríamos primero el sistema de fuerzas etérico, luego el sistema de fuerzas astral, que penetra en el sistema de fuerzas etérico de un modo muy específico, y podemos imaginar que las radiaciones del yo también penetran en él.

Ahora bien, puede haber órganos que estén integrados de tal manera en el organismo que sus esencias se basen en el hecho de que las corrientes etéricas han tenido todavía muy poco efecto determinante en su propia naturaleza, de modo que si examináramos ocultamente el espacio en que está situado un órgano en cuestión, encontraríamos que la parte etérica de este órgano está bastante poco diferenciada por sí misma, contiene muy poco de estos sistemas de fuerzas, pero que sin embargo esta parte del cuerpo etérico está influida por fuertes fuerzas astrales. Entonces, cuando la materia física es incorporada a tal órgano, el cuerpo etérico ejercerá sólo una ligera atracción sobre las sustancias a incorporar; la atracción principal será entonces ejercida por el cuerpo astral sobre el órgano en cuestión, como si las sustancias en cuestión fueran llevadas directamente del cuerpo astral al órgano en cuestión. De esto se desprende que los órganos del ser humano tienen un valor muy diferente. Hay órganos de los que hay que decir que están determinados principalmente por sistemas de fuerzas del cuerpo etérico, otros que están más determinados por corrientes o fuerzas del cuerpo astral, mientras que otros están más determinados por corrientes del yo. Partiendo de las explicaciones dadas en las conferencias ya se puede decir que el sistema de órganos que lleva nuestra sangre, en particular, depende esencialmente de tales radiaciones que emanan de nuestro yo, que la sangre humana está, por lo tanto, esencialmente conectada con corrientes y radiaciones del yo humano. Los demás sistemas de órganos y sus contenidos están determinados en las más variadas gradaciones por los miembros suprasensibles de la naturaleza humana.

Pero también puede darse el caso inverso si tomamos el propio cuerpo físico, que también representa, -aparte de sus miembros superiores-, un sistema de fuerzas. Éste representa en primer lugar aquello que se puede concebir como compuesto de sustancias del mundo exterior, que también tienen sus leyes interiores, pero las cuales se transforman y se insertan en el cuerpo físico. Por lo tanto, el cuerpo físico es también un sistema de fuerzas, de modo que también se puede imaginar el caso de que el organismo físico retroceda hasta el etérico o hasta el sistema de fuerzas astral o incluso hasta el sistema del yo. Hay que imaginar que el sistema de fuerza etérico no sólo es captado por el sistema astral o del yo, sino que también hay órganos en los que las fuerzas etéricas del lado del sistema de fuerza físico son aprovechadas de tal manera que predomina el sistema de fuerza físico. Tales órganos en los que predomina el cuerpo físico, que por consiguiente sólo son influidos en menor grado por los miembros superiores de la organización humana, son principalmente aquellos órganos que en el sentido más amplio deben describirse como órganos de secreción, todos los órganos glandulares, todos los órganos de secreción en general. Todos los órganos de secreción, todos los órganos que secretan directamente sustancias, son inducidos a estas secreciones de sustancias -es decir, a un proceso que tiene su significado esencial dentro del mundo puramente físico- principalmente mediante las fuerzas del organismo físico. Dondequiera que haya tales órganos en el organismo humano, si están destinados principalmente a segregar la materia, tenemos que darnos cuenta de que tales órganos, que son principalmente instrumentos de los sistemas de fuerzas físicas, causarán infaliblemente que el organismo se deteriore por enfermedad, por volverse inutilizable o por su extirpación, de modo que entonces ya no puede desarrollarse de la manera adecuada y, en última instancia, ya no puede vivir. En un órgano como el bazo, del que hablamos ayer, se puede ver que su enfermedad, su inutilización o su extirpación operativa perturban el cuerpo físico en sus funciones mucho menos que en el caso de otros órganos, porque está influenciado de manera particularmente fuerte por las partes suprasensibles de la naturaleza humana, por el cuerpo etérico, pero sobre todo por el cuerpo astral. La situación es diferente con los órganos, donde predomina el sistema de fuerza física. Una enfermedad de la glándula tiroides, por ejemplo, que a veces se agranda en ciertas enfermedades hasta formar un bocio, puede tener un efecto muy perjudicial para todo el organismo. Sin embargo, no debe inutilizarse por completo ni eliminarse por completo, y ello se debe a que tiene que expresar sus efectos de tal manera que lo provocado por ella como proceso físico sea bastante esencial en el equilibrio general del organismo humano.

También puede haber tales órganos que dependen en gran medida de los sistemas de fuerzas suprasensibles de la organización humana, pero que, sin embargo, están ligados al organismo físico y son causados por sus fuerzas para segregar materia. El hígado, por ejemplo, es uno de estos órganos, al igual que los riñones. Estos son órganos que, al igual que el bazo, dependen de los miembros suprasensibles de la organización humana, de los cuerpos etérico y astral, pero que están, por así decirlo, atrapados en las fuerzas del organismo físico, arrastrados en sus efectos a las fuerzas de lo físico. Por lo tanto, es mucho más importante para ellos estar en un estado saludable como órganos físicos que, por ejemplo, para el bazo, donde la situación es tal que lo físico entra muy poco en consideración y es superado con creces por lo que proviene de los miembros suprasensibles de la organización humana. Podemos decir del bazo que es un órgano muy espiritual, pues la parte física de este órgano constituye la parte de menor relevancia. Por esta razón el bazo siempre ha sido considerado y descrito como un órgano especialmente espiritual en la literatura ocultista, que se originó en círculos donde la gente realmente sabía algo de estas cosas.

Así que ahora hemos adquirido, por así decirlo, el concepto de organismo completo, cuyo órgano individual puede considerarse como un sistema suprasensible de fuerzas en el que, por así decirlo, se almacena la materia física a través de todo el proceso de alimentación. Otro concepto que debemos adquirir es el siguiente: ¿Qué significa en absoluto para el hombre la absorción -sea de una sustancia o sea la absorción de algo espiritual, que se produce por nuestra actividad anímica, por ejemplo en la percepción? ¿Y qué significa la secreción, la emisión de una sustancia?

Empecemos por el proceso de eliminación en su sentido más amplio. Sabemos que una gran parte de la materia de los alimentos ingeridos ya es segregada por el tubo digestivo. También sabemos que el ácido carbónico es excretado del organismo humano a través de los pulmones. Luego tenemos un proceso de eliminación a través de los riñones, y otro proceso de eliminación tiene lugar a través de la piel. En este último, que en primer lugar tiene lugar en la formación del sudor, pero también en todo lo que debe considerarse como un proceso de secreción a través de la piel en sentido amplio, tenemos que ver ,-y les pido que presten atención a esto-, la secreción que tiene lugar en el hombre en la zona más externa, en la periferia más externa de su cuerpo. Ahora preguntémonos en primer lugar: ¿Qué significa realmente para el ser humano un proceso de secreción?

Sólo podremos aclarar el significado de un proceso de secreción de la siguiente manera. Verán que sin los conceptos que hemos desarrollado hoy no podemos avanzar en absoluto en nuestra consideración del organismo humano. Para conducir gradualmente nuestros pensamientos a la naturaleza esencial de un proceso de secreción, quisiera presentarles primero otro concepto, que ciertamente sólo tiene una lejana semejanza con el proceso de secreción, pero que puede conducirnos a él, me estoy refiriendo al concepto de tomar conciencia de nosotros mismos. Piensen por un momento que en el fondo se puede decir que es una especie de toma de conciencia de uno mismo cuando uno entra en una habitación y por descuido tropieza con un objeto duro. Este "tropiezo" es básicamente una constatación del propio yo. Es una comprensión del propio yo de tal manera que el acontecimiento que ha tenido lugar a través del impacto se ha convertido en un acontecimiento interior para ustedes. ¿Pues qué es para ustedes sino la colisión con un objeto extraño? Es la causa de un dolor. El proceso del dolor tiene lugar puramente dentro de ustedes. Así pues, un proceso interior se produce por el hecho de que entran en contacto con un objeto extraño que se interpone en su camino como un obstáculo. La constatación de este obstáculo es lo que origina el proceso interior que surge como dolor cuando se lastima uno a sí mismo. De hecho, pueden imaginarse fácilmente que para experimentar la constatación de su propio yo no necesitan saber absolutamente nada más que experimentando el dolor interior causado por chocar con un objeto externo. Supongamos que chocan con un objeto en la oscuridad que ni siquiera saben lo que es, y supongamos que chocan con él tan fuerte que ni siquiera pueden deducir cómo podría ser el objeto, sino que sólo sienten el efecto del golpe como dolor. Ustedes han sentido el efecto del impacto de tal manera que experimentan el proceso dentro de sí mismos. No experimentan otra cosa que un proceso interior, y eso es lo esencial. Sin embargo, cuando también dices: He chocado con un objeto externo, se trata más o menos de una conclusión inconsciente de una experiencia interior a un obstáculo externo.

De esto se desprende que el hombre toma conciencia de su yo interior encontrando una resistencia. Debemos tener este concepto: la conciencia de sí mismo, la vivencia de lo interior, el llenarse de experiencias reales en el interior mediante el hallazgo de una resistencia. Este es un concepto que he desarrollado, quiero decir, con toda tosquedad, para poder hacer la transición de él a otro concepto, el de las secreciones en el organismo humano. Imaginemos que el organismo humano absorbe una determinada materialidad en algún sistema de órganos, por ejemplo en el estómago, y que el sistema de órganos está organizado de tal manera que a través de su actividad separa algo de esta sustancia que es absorbida, lo separa por así decirlo, de la sustancia total, de modo que a través de esta actividad del órgano la sustancia total se descompone en una parte más fina, por así decirlo filtrada, y una parte más gruesa que es separada. Hay así una diferenciación de la sustancia, donde una es transformada en otra sustancia utilizable que puede ser absorbida por otros órganos y otra que primero es separada y después excretada

Aquí, en este punto, donde las partes inutilizables de la materialidad son repelidas por las sustancias utilizables, tienen ustedes aquí, en una forma modificada, algo así como un choque con un objeto exterior, como les describí antes. Al acercarse a un órgano, la corriente material absorbida encuentra resistencia, por así decirlo; no puede permanecer tal como está, debe cambiar. Se le dice a través del órgano, por así decirlo: No puedes permanecer tal como estás, debes cambiar. -La sustancia se enfrenta así a una resistencia, debe seguir siendo utilizada como otra sustancia y debe repeler ciertas partes. Dentro de nosotros, el órgano se opone al curso de la sustancia del mismo modo que se opone el objeto exterior contra el que nos tropezamos. Tales resistencias se encuentran dentro de todo el organismo en los más diversos órganos. Y sólo por el hecho de que haya separación en nuestro organismo, sólo por el hecho de que tengamos órganos de separación, existe la posibilidad de que nuestro organismo sea una entidad autocontenida y auto experimentada. Porque una entidad sólo puede experimentarse a sí misma encontrando resistencia. Así pues, en los procesos de secreción están presentes importantes procesos de la vida humana, a saber, aquellos procesos por los que el organismo vivo se repliega sobre sí mismo. El ser humano no sería un ser autónomo si no existieran tales procesos de separación.

Imagínense por un momento que la corriente de alimento ingerido o la corriente de oxígeno pasaran suavemente por el organismo humano como por un tubo y no hubiera resistencia por parte de los órganos. La consecuencia de esto sería que el organismo humano no podría experimentarse a sí mismo dentro de sí mismo, sino que sólo se experimentaría a sí mismo como perteneciente a todo el gran mundo. Podríamos, sin embargo, imaginar también que dentro del organismo humano se produjera el tipo más grosero de esta resistencia, que el flujo de materia chocara contra una pared sólida y retrocediera.

Pero eso no afectaría a la experiencia interior del organismo humano, porque si el flujo de alimento o el flujo de oxígeno atravesara el organismo humano como a través de un tubo, entrando por un lado y saliendo por el otro, o si se reflejara, eso, para la experiencia interior, no supondría ninguna diferencia. Se puede ver que este es el caso por el hecho de que, -como ya hemos dicho-, si hacemos que en nuestro sistema nervioso una idea vuelva sobre sí misma, entonces prácticamente sacamos nuestro sistema nervioso de la experiencia del organismo interior. Así pues, es indiferente que haya un reflejo completo o un mero deslizamiento de las corrientes que entran desde el exterior a través del organismo humano. Lo que hace que el organismo humano sea experimentable en sí mismo son las secreciones.

Cuando se toma en consideración el órgano central del organismo humano, el sistema sanguíneo, cuando se ve que, por un lado, la sangre se renueva constantemente absorbiendo oxígeno, y cuando, por otro lado, se considera el sistema sanguíneo como el instrumento del yo humano, entonces podemos decir: Si la sangre pasara por el organismo humano sin cambios, no podría ser el órgano del yo humano, que en el sentido más eminente es el órgano que hace que el ser humano se experimente interiormente a sí mismo. Sólo a través del hecho de que la sangre experimenta cambios en sí misma y regresa como otra cosa, es decir, que se producen secreciones de sangre cambiada, sólo a través de esto es posible que el ser humano no sólo tenga el ego, sino que también pueda experimentarlo con la ayuda de su instrumento físico-sensorial, la sangre.

De ahí ha surgido el concepto de separación. Y ahora tendremos que preguntarnos: ¿Cuál es la situación de la secreción que acabamos de describir que se atribuye a la periferia más externa del organismo humano? - No nos será difícil imaginar cómo debe funcionar todo el organismo del ser humano para que esta separación pueda tener lugar en la periferia. Para ello es necesario que a todas las corrientes del organismo humano se oponga un órgano que está relacionado precisamente con este amplísimo proceso de secreción. Y este órgano, que, como es fácil imaginar, es la piel, con todo lo que le pertenece en el sentido más amplio, es al mismo tiempo el que se presenta a la vista exterior inmediata como la esencia de la forma humana, la figura humana. Si, por tanto, imaginamos que el organismo humano, que puede experimentarse a sí mismo en su perímetro exterior, sólo puede hacerlo oponiendo el órgano de la piel a todas sus corrientes, debemos ver en la peculiar formación de la piel una de las expresiones de las fuerzas más internas del organismo humano.

Ahora tendremos que preguntarnos: ¿Cómo debemos pensar en este órgano de la piel? ¿Cómo debemos pensar en la piel y en toda sus funciones? Veremos en detalle lo que le es propio, pero hoy sólo queremos describirlo en su conjunto. En primer lugar, debemos ser conscientes de que lo que forma parte de nuestra experiencia consciente, de la que podemos tener conocimiento a través de algún tipo de autoobservación, no incluye la formación que se expresa en el modelado de nuestra piel. Aunque participemos de forma limitada en la conformación de la superficie externa de nuestro cuerpo, sigue siendo algo que escapa por completo a nuestro control inmediato. Sólo en lo que respecta a la movilidad de nuestra piel, a las expresiones faciales, los gestos, etc., tenemos una influencia que todavía se acerca a lo que podemos llamar actividad consciente; pero ya no tenemos ninguna influencia sobre la forma, sobre la configuración de la superficie de nuestro cuerpo. Hay que admitir, por supuesto, que entre el nacimiento y la muerte el hombre ejerce cierta influencia sobre su forma corporal exterior dentro de límites más estrechos. Cualquiera que haya conocido a una persona a cierta edad y la vuelva a ver quizá al cabo de diez o veinte años puede convencerse de ello, sobre todo si esa persona ha pasado durante esos años por experiencias interiores más profundas, es decir, por experiencias cognitivas que no son objeto de la ciencia externa, sino por aquellas que "cuestan sangre", que están relacionadas con todo nuestro destino vital. Entonces, sin embargo, vemos dentro de estrechos límites cómo cambia la fisonomía, es decir, cómo el ser humano tiene influencia en la conformación de su cuerpo dentro de estos límites. Pero la tiene sólo en pequeña medida, y todo el mundo tendrá que admitirlo; porque las cosas más importantes de la forma humana no se dejan en absoluto a nuestra voluntad ni están determinadas por nuestra conciencia. Sin embargo, debemos decir que toda la forma humana está adaptada al ser humano; y cualquiera que observe las cosas nunca podrá imaginar que lo que llamamos toda la gama de capacidades humanas pueda desarrollarse en un ser de forma diferente a la forma humana actual. Todo lo que hay en las facultades del hombre está relacionado con esta forma humana. Sólo imaginen, por ejemplo, que el hueso frontal estuviera en una posición de algún modo diferente a la que está en todo el organismo, entonces este cambio de forma presupondría habilidades y facultades muy diferentes en el hombre. Se podría hacer un estudio de esto dándose cuenta de cómo diferentes habilidades estarían presentes en personas con diferentes formas externas de la cabeza, estructura del cráneo y así sucesivamente. Así pues, debemos hacernos una idea de la adaptación de la forma humana a todo el ser humano interior, es más, de una plena correspondencia entre la forma exterior y el ser interior del hombre. Lo que yace en los poderes de esta adaptación no tiene nada que ver con lo que pertenece a la propia actividad del hombre englobada por la conciencia. Pero como la forma del hombre está relacionada con su actividad espiritual y también con su vida espiritual, pueden imaginarse fácilmente que en las fuerzas que producen la forma física del hombre se encuentran tales fuerzas que, por así decirlo, vienen de otro lado para encontrarse con aquellas fuerzas que el hombre desarrolla en sí mismo. Fuerzas de inteligencia, fuerzas emocionales, fuerzas afectivas, etc., el hombre sólo puede desarrollarlas en el mundo físico bajo la condición de su forma particular. Esta forma debe serle dada. Debe, por tanto, recibir esta forma preparada para sus capacidades, -si se me permite expresarme así-, por fuerzas de un tipo similar a las que primero construyen esta forma desde el otro lado, para que luego pueda ser utilizada para lo que debe ser utilizada. No es difícil captar este concepto, pues basta recordar que una máquina que queremos utilizar para una actividad debe estar inteligente y adecuadamente equipada para esta actividad. Para que una máquina de este tipo llegue a existir, es necesario primero realizar operaciones similares a las que luego va a realizar la máquina, y después producir y ensamblar las partes de la máquina que le dan su forma. Cuando tenemos ante nosotros una máquina acabada, es completamente explicable mecánicamente para nosotros si vemos y comprendemos su eficacia. Pero como observadores pensantes nos preguntaremos: ¿Quién la ha construido? Pues su composición apunta a una actividad mental intencionada que ha producido esta máquina con un fin determinado. Esta actividad mental ya no necesita estar ahí si queremos explicar la máquina mecánicamente, sino que está detrás de la máquina, y fue la que la hizo existir en primer lugar.

También podemos decir: Todo lo que yace en la conformación de nuestro organismo nos es dado primordialmente para que podamos desarrollar nuestras capacidades y poderes como seres humanos. Pero detrás de este modelado del ser humano debe haber fuerzas modeladoras, dadoras de forma, que no encontramos en la forma acabada como tampoco encontramos en la máquina al constructor de la máquina.

Con esta idea, les resultará al mismo tiempo completamente obvia otra cosa. Un pensador materialista podría decir: ¿Por qué necesitamos suponer fuerzas inteligentes y seres creadores conscientes detrás de nuestro mundo físico? Podemos explicar el mundo físico por sí mismo, por sus propias leyes. Un reloj, una máquina pueden ser explicados por sus propias leyes. Aquí estamos en un punto en el que se cometen los peores errores por ambas partes, tanto por los que se mantienen en el terreno de una cosmovisión espiritual como por el lado de los materialistas. Por ejemplo, si una cosmovisión espiritual-científica negara que el organismo humano, tal como existe en su forma, no pudiera explicarse de manera puramente mecánica o mecanicista por sus propias leyes, esto, por supuesto, iría demasiado lejos y sería completamente injustificado. El organismo humano puede explicarse enteramente por sus propias leyes, al igual que el reloj. Pero del hecho de que el reloj pueda explicarse por sus propias leyes no implica que detrás del reloj no estuviera el inventor del reloj, el relojero y su actividad intelectual. Esta objeción, que puede hacerse desde el lado materialista, queda así zanjada. Pero el científico espiritual también debe admitir que el organismo humano, tal como se presenta ante nosotros, puede explicarse por sus propias leyes. Pero si realmente pensamos en términos de ciencia espiritual, tenemos que buscar detrás de la forma general del organismo humano las entidades formativas, es decir, aquello que subyace a toda la forma del ser humano. Si ahora queremos formarnos una idea de cómo surge la forma humana, debemos imaginar que se produce, por una parte, por el despliegue de las fuerzas dadoras de forma y que éstas construyen al ser humano delimitándose en los límites de la propia forma humana. Hemos dado en la formación de la piel lo que más puramente significa el auto encierro espacial de las fuerzas dadoras de forma en el hombre. Si dibujamos esto esquemáticamente, podemos imaginarnos que las fuerzas dadoras de forma fluyen hacia la periferia y se cierran allí en la forma exterior, que sólo hay que indicar en la línea A-B.
Ahora veremos cómo para poder reconocer todo lo que ocurre dentro de la piel necesitamos de nuevo este concepto. Sin embargo, más adelante tendremos que darnos cuenta de que no sólo tenemos en la piel humana tales cierres, sino que también encontramos tales cierres dentro del propio organismo humano de la actividad y el ser que trabajan desde fuera. Sólo tienen ustedes que tener en cuenta lo que se ha dicho hasta ahora, entonces llegarán a la conclusión de que también tenemos tales actividades concluyentes en el interior del ser humano, en las que estamos tan poco implicados como en nuestra formación superficial, y éstas actividades son, precisamente, las que se producen en los órganos hígado, vesícula biliar, bazo, etcétera. Aquello que fluye en el organismo a través de las fuerzas de los alimentos se detiene allí, algo es empujado contra ello, se le opone una resistencia, es decir, en estos órganos se modifica lo externo, la propia reactividad de las sustancias.

Mientras que en el caso de las fuerzas dadoras de forma el asunto es de tal manera que tenemos que imaginar que estas fuerzas dadoras de forma son efectivas hasta la piel y más allá de la piel no tienen nada más de tales fuerzas dadoras de forma, en el caso de aquellas fuerzas que van a nuestro interior con el flujo de alimentos o aire, tenemos que imaginar que no hay un cierre completo de lo que penetra como corrientes desde el exterior, sino que allí se produce una transformación. Hay que pensar en estos órganos de tal modo que no se cierran, como en el caso de la piel, para que no haya nada fuera, sino de tal modo que la reactividad de las sustancias es modificada por ellos de tal modo que la corriente alimenticia, que se recibe por el lado de estos órganos (véase el dibujo, a), pasa de otro modo (b), después de oponérsele una resistencia. Aquí, pues, se trata de un cambio, y éste afecta sobre todo a los órganos que hemos descrito como sistema del mundo interior del ser humano. Cambian la reactividad externa de las sustancias. Estas son fuerzas que, en contraste con las fuerzas de forma que forman todo el organismo, podemos llamar fuerzas de movimiento. En nuestro sistema del mundo interior estas fuerzas, que remodelan la motilidad interna de las sustancias alimenticias, se convierten entonces en movimiento, de modo que podemos hablar aquí de fuerzas de movimiento en los órganos.

Hemos avanzado tanto en nuestras consideraciones sobre el organismo humano que podemos decir: al organismo humano llegan fuerzas desde fuera, cuya actividad no percibimos con nuestra conciencia. Todo esto sucede por debajo del horizonte de nuestra conciencia, lo que realizamos como actividad; nadie en estado de conciencia normal puede observar la actividad de su hígado, vesícula biliar, bazo, etc. Ahora surge la pregunta: ¿Qué nos impide saber algo sobre las fuerzas de forma y movimiento que tienen lugar en nuestros órganos internos, ya que nuestra vida anímica está integrada en el organismo? Hay enormes actividades sucediendo dentro de nosotros. ¿Por qué no lo sabemos?

Ahora bien, así como nuestro sistema nervioso cerebroespinal está destinado a transmitir las impresiones externas que recibimos a través de nuestros sentidos a la sangre, es decir, a recibir las impresiones de los procesos externos en nuestra sangre, en la herramienta del yo, así también el sistema nervioso cerebroespinal está destinado a servir al yo en la conciencia normal, el sistema nervioso simpático, que con sus ganglios y ramificaciones se sitúa, por así decirlo, delante del sistema del mundo interior, está destinado a no permitir que los procesos que tienen lugar en el interior del organismo lleguen a la sangre, que es la herramienta del yo, sino a retirarlos de la sangre.

Como pueden ver, el sistema nervioso simpático tiene una tarea opuesta a la del sistema nervioso cerebroespinal, y aquí tenemos una explicación para la diferencia en la estructura y constitución de estos dos sistemas. Mientras que el sistema nervioso cerebro-espinal debe esforzarse para transmitir lo mejor posible las impresiones externas a la sangre, el sistema nervioso simpático, que actúa de forma opuesta, debe retener continuamente la autorregulación de las sustancias absorbidas de la sangre, -como instrumento del yo. Cuando observamos el proceso digestivo, tenemos primero la absorción de las sustancias alimenticias externas, luego la represión de la autorregulación de las sustancias alimenticias y luego la transformación de estos estímulos por el sistema del mundo interior del ser humano. Para que no percibamos continuamente, mientras estamos allí en el mundo, todo lo que se produce en nuestros órganos internos, toda la corriente de procesos debe ser retirada de la sangre por el sistema nervioso simpático, del mismo modo que lo que se toma del exterior es llevado a la sangre por el sistema nervioso cerebroespinal. Aquí tenemos la tarea del sistema nervioso simpático de mantener nuestros procesos internos dentro de nosotros, de no permitir que penetren hasta la sangre, la herramienta del yo, a fin de impedir que estos procesos internos entren en la conciencia del yo.

Ya señalé ayer que la vida exterior y la vida interior del hombre, tal como se vive en el cuerpo etérico, están en oposición la una con la otra y que esta oposición de vida exterior y vida interior se expresa en tensiones que, como hemos visto, se hacen más fuertes en los órganos del cerebro, que llamamos glándula pineal y apéndice cerebral.

Si ahora juntan ustedes la actuación de hoy y la de ayer, podrán imaginarse fácilmente que todo lo que fluye desde el exterior para entrar en el contacto más estrecho posible con la circulación sanguínea se esfuerza por unirse con su contrario, con lo que viene del interior y es retenido por el sistema nervioso simpático. En la glándula pineal tenemos el lugar donde lo que es llevado a la sangre desde fuera a través del sistema nervioso cerebro-espinal quiere unirse con lo que viene del otro lado, y el apéndice cerebral es, por así decirlo, el último puesto de avanzada para impedir que lo que es vida interior humana llegue a la sangre. En este punto del cerebro se enfrentan dos órganos importantes. La totalidad de la experiencia interior permanece por debajo de nuestra conciencia; también nos perturbaría de un modo terrible si participáramos conscientemente en la totalidad de nuestros procesos nutricionales; esto es frenado por el sistema nervioso simpático. Sólo cuando esta relación mutua entre los dos sistemas nerviosos, expresada en la tensión entre la glándula pineal y el apéndice cerebral, no está en orden, surge lo que podemos llamar un traspaso de un lado al otro, una perturbación de un lado por el otro. Esto ya ocurre, por ejemplo, cuando nos damos cuenta de una actividad irregular de nuestros órganos digestivos en sensaciones incómodas. Aquí tenemos un rayo de la vida interior humana, que de otro modo sería inconsciente, que brilla en nuestra conciencia, aunque todavía muy indeterminado, pero que se ha transformado significativamente de este modo, es decir, que no aparece en nuestra conciencia tal como ha sucedido. O tenemos en los afectos especiales, ira, rabia, terror y similares, que tienen su origen en la conciencia, una irradiación particularmente fuerte desde el lado del organismo humano interior; aquí tenemos el caso de que los afectos, las excitaciones interiores especiales del alma, pueden influir en la digestión, en el sistema respiratorio y, por tanto, también en la circulación sanguínea y en todo lo que se encuentra por debajo de la conciencia de una manera particularmente perjudicial. Así pues, estos dos lados de la naturaleza humana pueden, no obstante, interactuar.

Así que nosotros, como seres humanos, estamos en el mundo realmente como una dualidad, y hoy hemos visto esta dualidad: Por un lado, la experiencia consciente del mundo exterior a través del sistema nervioso cerebro-médula espinal, que lleva las impresiones exteriores a la sangre, la herramienta del yo; por otro lado, la experiencia inconsciente del mundo interior, inconsciente porque es retenida de la sangre por el sistema nervioso simpático. Estos dos opuestos se oponen a lo largo de toda la línea. Pero encontramos su expresión particular en la tensión entre estos dos órganos de los que hemos hablado: la glándula pineal y el apéndice cerebral.

Desde este punto continuaremos nuestras consideraciones la próxima vez.
Traducido por J.Luelmo feb.2024

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919