GA059 Berlín, 10 de febrero de 1910 ¿Qué es el Misticismo?

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

¿QUÉ ES EL MISTICISMO?

RUDOLF STEINER


XII conferencia

Berlín, 10 de febrero de 1910

Existe en los más amplios círculos una total confusión sobre el término utilizado para resumir la conferencia de hoy. No hace mucho escuché a alguien con cierta educación erudita decir: "Bueno, se puede contar a Goethe entre los místicos, porque Goethe admitió que existe algo oscuro e inescrutable". Y se puede decir que el juicio de amplios círculos se hace básicamente con tal expresión. ¡A qué no se le llama en el mundo "misticismo", a qué no se le llama en particular "místico"! Cuando uno no sabe claramente sobre alguna cosa, cuando uno tiene de ella algo que oscila entre el no saber y una intuición más bien confusa y oscura, uno dice: esta cosa es mística o misteriosa; cuando uno se siente tentado, por una cierta conveniencia del pensar y de la investigación espiritual, a darse cuenta de que no sabe nada correcto sobre alguna cosa, y entonces, como es natural en muchas personas, prohíbe también a todo el mundo saber nada sobre ella, entonces uno dice: esto no es mas que una cosa mística. En resumen, aquello sobre lo que a lo sumo se le permite a uno tener una corazonada se llama muy a menudo el objeto del misticismo.

Sin embargo, si se considera el término "misticismo" incluso en relación con su origen histórico, habrá que hacerse una idea completamente distinta de lo que espíritus significativos de la humanidad han entendido por misticismo, y de lo que creen poseer sobre todo en el misticismo. En particular se notará entonces que ya hay personalidades humanas que no llaman al objeto de la mística algo inescrutable y oscuro, sino que designan como objeto de la mística precisamente aquello que puede alcanzarse mediante cierta claridad superior, mediante cierta luz más brillante de nuestra alma, y que precisamente esa claridad que pueden dar las otras ciencias termina donde comienza la claridad de la mística. Esta es la convicción de quienes creen haber poseído realmente el misticismo. Ahora nos encontramos con el misticismo en los tiempos antiguos del desarrollo humano. Sin embargo, dentro de los misterios ya mencionados a menudo aquí, digamos misterios de los egipcios, misterios de los pueblos asiáticos y de los griegos, lo que se llamaba misticismo, por ejemplo, se encuentra tan lejos de la imaginación actual y de todo el modo de concepción actual que resulta un tanto difícil dar un concepto de misticismo desde el principio cuando uno se refiere a estas antiguas formas de la experiencia mística de los hombres. Nos acercaremos más al concepto actual si apuntamos primero a las formas de misticismo todavía cercanas al presente, por así decirlo, tal como aparecen entre los místicos alemanes, comenzando por Meister Eckhart, -hacia el siglo XIII o XIV-, y alcanzando luego un cierto clímax en el incomparable místico Angelus Silesius. Cuando indaguemos en la mística de allí, encontraremos que esta mística busca una comprensión de las razones más profundas del mundo; y, en efecto, la búsqueda de estos místicos, que aún hoy puede comprenderse mejor, debe pensarse de un modo especial. Se trata de una búsqueda de las razones de la existencia a través de una experiencia puramente interna del alma, una comprensión que se busca sobre todo liberando el alma de todas las impresiones del mundo exterior y de las percepciones exteriores, retirándose, por así decirlo, de la vida del mundo exterior e intentando descender a los profundos subterráneos de la vida del alma. Cuando, por así decirlo, tal místico es capaz de olvidar por largo o corto tiempo todo lo que sus sentidos le transmiten, lo que el intelecto puede decirle acerca de lo que los sentidos le transmiten, cuando él, por así decirlo, desvía completamente su atención de todo el mundo exterior y vive completamente en su propia alma y entonces busca aquello que aún permanece allí y que aún puede ser experimentado cuando el alma está completamente sola consigo misma: entonces tal místico se siente en camino hacia el conocimiento que busca, y supone que a través de tal vida interior de lo que el alma crea en sí misma y es capaz de poner en actividad en sí misma, no sólo mira lo que se puede pensar, sentir y querer en la vida ordinaria, sino que cree ver detrás de todo lo que es pensar, sentir y querer ordinario, el suelo del que el alma ha brotado: a saber, el suelo primordial divino-espiritual de las cosas. Y dado que tal místico ve en el alma la forma más preciosa de la existencia, dado que ve en el alma lo que en el verdadero sentido de la palabra puede llamarse en primer lugar hijo de la espiritualidad divina, él cree tener un camino seguro cuando mira a través de la vida ordinaria del alma hacia la fuente de la que esta alma ha brotado, y de la que cree que también debe volver a ella. En otras palabras, el místico cree que sumergiéndose en la vida interior del alma encontrará el fundamento divino del mundo, que no puede hallar por mucho que diseccione los fenómenos externos de la naturaleza y trate de comprenderlos con su intelecto. Una mística de este tipo cree que lo que se presenta a los sentidos exteriores forma un velo a través del cual la cognición humana no puede penetrar directamente hasta los fundamentos primordiales divinos; mientras que lo que se experimenta en el alma representa un tejido mucho más fino, un velo mucho más delgado, y que se puede penetrar hacia el interior hasta aquello que es el fundamento del mundo divino, que también debe subyacer a los fenómenos exteriores. Este es el misticismo que en forma de experiencia se nos caracteriza primero como el camino místico del maestro Eckhart, el camino de Johannes Tauler y el camino de Suso; y luego más allá a través del misticismo de esta época, hasta el ya mencionado Angelus Silesius.

Sin embargo, debemos tener claro el hecho de que estos espíritus y personalidades no sólo creían que en tal camino de lucha por el conocimiento sólo podían encontrar aquello que podía considerarse directamente desde el principio como el resultado de la investigación interna del alma. Hemos tratado esta investigación interna del alma en las conferencias de este invierno de la manera más variada y desde los lados más diversos; hemos podido señalar que si se mira en lo que se tiene derecho a llamar el interior humano, se encuentra allí primero las profundidades más oscuras del alma, donde el alma está todavía entregada a afectos tales como el terror, el miedo, la ansiedad y la esperanza, lo que podemos llamar la escala del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor. Ya hemos mencionado que resumimos esta parte de la vida del alma en lo que se llama el alma sensible. Después hemos dicho que además hay que distinguir ahora en el fondo oscuro de la vida anímica humana entre lo que se llama el alma'racional, en la que se entra cuando el yo, el centro de la vida anímica, procesa las impresiones exteriores, cuando en silenciosa devoción deja trabajar y equilibrar lo que puede cobrar vida en el alma sensible. A continuación dijimos que lo que se llama verdad interior surge en el alma racional. Después, cuando el yo sigue trabajando en la actividad interior sobre lo que ha obtenido durante este camino hacia el alma racional, entonces el yo se abre camino hasta el alma consciente, donde sólo es posible una clara comprensión del yo, donde es posible aquello que conduce desde una mera vida interior hasta un conocimiento, hasta un verdadero conocimiento del mundo. Así pues, cuando visualizamos estas tres partes de la vida anímica, tenemos, por así decirlo, el tejido de lo que encontramos cuando nos sumergimos por primera vez directamente en nuestro ser interior. Encontramos como trabaja el ýo sobre estos tres miembros del alma.

Quienes, como místicos, buscaban el conocimiento de la manera indicada, creían, sin embargo, que sumergiéndose en las profundidades de la vida del alma podían encontrar algo más. Para ellos, lo que se acaba de mencionar no era más que una especie de velo a través del cual había que pasar para llegar a la fuente de la existencia. Y sobre todo, los místicos que han sido citados creían que si llegaban a la fuente de la existencia del alma, entonces pasarían como experiencia interior por aquello que se representa en la historia exterior como el acontecimiento de la vida de Cristo y la muerte de Cristo. 

Sin embargo, cuando tiene lugar en el alma esta profundización mística, incluso en el sentido medieval, sucede lo siguiente: El curso de tal místico es que primero se enfrenta al mundo exterior con las más variadas impresiones sobre la vista, el oído y los demás sentidos. Se dice a sí mismo: "Tengo ante mí el mundo de la luz, el color, el sonido y el calor y todo lo que mis sentidos me transmiten; y primero proceso lo que mis sentidos me transmiten a través de mi intelecto. Pero en tal situación estoy siempre volcado al mundo exterior, no puedo penetrar a través del denso tejido hasta la fuente de la que procede lo que se me presenta como sonidos, colores y sensaciones. Mi alma, sin embargo, retiene en sus ideas lo que son imágenes de este mundo exterior, mi alma también retiene en sí, sobre todo, lo que ha sentido y palpado durante las impresiones. Las impresiones del mundo exterior conservan para nuestro mundo anímico lo que podemos llamar ideas frías y sobrias. Pues el uno nos toca para que nos llenemos de placer, el otro para que nos llenemos de dolor; el uno nos toca con simpatía y el otro con antipatía. Con nuestros intereses y con toda nuestra vida interior, nuestro yo nos señala, por así decirlo, el mundo, que produce en nosotros impresiones que a veces nos elevan y a veces nos aplastan, de modo que cuando como místicos nos alejamos por primera vez de este mundo exterior, conservamos las ideas y los recuerdos que nos dan imágenes interiores del mundo exterior, pero también lo que hemos recibido en nuestras sensaciones y sentimientos como impresión subjetiva del mundo exterior. Aquí estamos ahora con todo, -diría el místico-, lo que el mundo exterior ha trabajado en nosotros. Así que primero vivimos con lo que el mundo exterior produce en el alma de la mañana a la noche, y lo que cobra vida en nuestra alma como placer y sufrimiento. Por eso, la vida interior se nos aparece al principio como repetición y reflejo de la vida exterior.

¿Quedará vacía nuestra alma si se esfuerza por olvidar todo lo que refleja en ella el mundo exterior, si borra todas las impresiones e ideas del mundo exterior? Esta es precisamente la experiencia del místico, que existe otra posibilidad para el alma: que cuando ésta alma olvida, por así decirlo, no sólo todos los recuerdos, sino también todo lo que siente como simpatía y antipatía, entonces todavía tiene una posibilidad, -que todavía queda algo en ella. Por eso el místico siente que las impresiones del mundo exterior con las imágenes coloridas y sus efectos en el alma; siente que éstas son ante todo las cosas vivas que nos llevan en nuestra vida interior; que han abrumado algo que está presente en el subsuelo secreto del alma. Esto es lo que siente el místico. Se dice a sí mismo: Si nos dedicamos a la vida exterior, entonces esta vida actúa en el mundo exterior como una luz fuerte y poderosa que sobre ilumina y apaga las experiencias más finas e interiores del alma, del mismo modo que una luz fuerte apaga una luz menor. Y después, cuando borramos todas las impresiones del mundo exterior, entonces se enciende la pequeña chispa interior, que de otro modo estaría como cegada, sobre iluminada, como lo expresa Eckhart, -entonces no experimentamos un vacío en nuestra alma, sino que entonces experimentamos algo en el alma que aparentemente no estaba allí antes, que era imperceptible a causa del fuerte bullicio del mundo exterior.

Pero el místico, cuando quiere aclararse consigo mismo lo que experimentamos en nuestro interior, se pregunta, ¿Acaso puede compararse con lo que experimentamos en el mundo exterior? No. Eso no es comparable con esto. Eso es radicalmente diferente de lo que experimentamos en el mundo exterior. Nos enfrentamos a todas las cosas del mundo exterior de tal manera que no podemos penetrar inicialmente en su interior, que ellas en realidad sólo nos presentan su parte externa. De modo que podemos pensar: aunque nos limitemos a percibir los colores y los sonidos, detrás de ellos hay algo que al principio debe considerarse como el lado oculto de las cosas; pero en el caso de lo que experimentamos en el alma, cuando borramos las impresiones y las ideas del mundo exterior, es de tal modo que nosotros mismos estamos en él, que nosotros mismos somos él, que no podemos decir que sólo nos muestra su lado exterior. Pues precisamente aquello que de otro modo nos permite conjeturar un ser interior oculto se desvanece en la verdadera experiencia interior. Y si ahora tenemos el don de abandonarnos a lo que brilla en nuestro interior, entonces se muestra en su verdadera esencia de tal manera que a su vez se distingue de todo a lo cual nos enfrentamos en el mundo exterior. El cual se nos muestra de tal manera que surge y desaparece, que florece y se marchita, que nace y muere. Pero cuando observamos lo otro, aquello que se muestra en el alma, cuando esa pequeña chispa comienza a brillar, nos damos cuenta en la propia cosa de que todos los conceptos de nacer y desaparecer, nacimiento y muerte no son aplicables a ella; que tenemos ante nosotros algo independiente, hacia lo cual todos los conceptos de nacer y desaparecer, de florecer y marchitarse, de exterior e interior, que encontramos en el mundo exterior, ya no tienen ningún significado. Así pues, de la revelación de la cosa en el alma, no captamos ni una superficie ni tampoco un lado externo, sino que captamos la propia cosa en su verdadera esencia, y precisamente mediante esta constatación interior podemos llegar a tener seguridad de algo que es imperecedero en nosotros, que es igual en nosotros a aquello que debemos formarnos como concepto del espíritu, en el cual toda la materia tiene su origen. El místico siente ahora esta experiencia de tal modo que dice: Así debo matar en mí, vencer en mí todas las experiencias que de otro modo tengo; la vida ordinaria del alma debe morir en mí y la muerte debe extenderse; entonces surge el alma verdadera, la vencedora del nacimiento y de la muerte. Y este despertar del núcleo interior del alma tras la muerte de la vida ordinaria del alma lo experimenta el místico como una resurrección interior, como un más allá de lo que se le presenta en la imagen que la historia ha transmitido en la vida, muerte y resurrección de Cristo. Así pues, el místico ve el acontecimiento Crístico desarrollarse en su interior como una experiencia mística interior.

Ahora bien, si seguimos a los místicos por este camino, debemos darnos cuenta de que el misticismo, así practicado, debe conducir por doquier a lo que puede llamarse una cierta unidad en toda experiencia. Esto radica en la propia naturaleza de nuestra vida anímica, donde a partir de la multiplicidad de impulsos de los sentidos, de la multiplicidad de percepciones y sentimientos, de la multiplicidad y abundancia de pensamientos, avanzamos hacia la simplificación, por la sencilla razón de que en el alma vive el Yo, el centro de la vida, que siempre está trabajando para crear unidad en toda nuestra vida anímica. De modo que debemos decirnos a nosotros mismos:

Para nosotros es muy comprensible que cuando el místico recorre los caminos de las experiencias anímicas, éstas se le presenten de tal manera que todo lo múltiple y todo lo variado se afane hacia la unidad que simplemente viene dada por el Yo que vive en nosotros. Por tanto, en todos los místicos encontraremos una visión del mundo que podría denominarse monismo espiritual, una lucha por la unidad. Y puesto que el místico se eleva hasta el conocimiento de que el ser interior del alma tiene cualidades que son radicalmente distintas de las cualidades del mundo que se manifiesta externamente, también experimenta en sí mismo, por así decirlo, que lo que existe en el alma como su núcleo se asemeja al suelo del mundo divino-espiritual, que él por tanto representa como un todo unificado.

Lo que ahora se ha contado sólo debe aceptarse como una narración. Es imposible reproducir las afirmaciones de un místico en el sentido moderno si no es a partir de una experiencia mística, de las experiencias místicas que la propia alma experimenta como suya propia. Luego podemos comparar las cosas extrañas que nos cuenta el místico con nuestras propias experiencias. Pero la crítica externa es imposible porque si uno mismo no lo ha experimentado, sólo se puede contar lo que se experimenta. Pero si partimos del punto de vista que siempre ha constituido la base de nuestras conferencias, podemos ver que el místico sigue un camino claro. Este se presenta a nuestra alma como el camino hacia la vida interior; y esto es inicialmente, si sólo miramos las cosas históricamente, tal como han surgido en la historia humana, precisamente uno de los caminos. Aunque se considere correcto esto o aquello, es uno de los caminos que el espíritu humano ha tomado para investigar las cosas, y sólo se podrá aclarar la respuesta real a la pregunta: ¿Qué es la mística? si se arroja un poco de luz sobre el otro camino que se puede tomar. El camino del místico conduce a la unidad, a un ser divino-espiritual. Esto le ha llegado tomando el camino hacia dentro, donde el yo es la unidad de las experiencias anímicas. El otro camino en el que la exploración mística de la existencia o de las razones de la existencia debe ser iluminada, por así decirlo, es el camino que el espíritu humano siempre ha intentado tomar, -penetrar a través del velo del mundo exterior hasta las razones de la existencia. Ha sido sobre todo el pensar humano, además de muchas otras cosas, el que ha intentado, a través de lo que los sentidos pueden ver y de lo que la mente cotidiana puede captar, comprender en un pensamiento más profundo lo que subyace bajo la superficie de las cosas. ¿A dónde conduce en última instancia un camino así, en contraste con el misticismo? Un camino de este tipo puede en realidad, si se tienen en cuenta todas las relaciones que entran en consideración, no conducir básicamente a otra cosa que a inferir de la multiplicidad y diversidad de los fenómenos externos también una multiplicidad de los fundamentos espirituales de la existencia. Por eso, en tiempos más recientes, los hombres que, como Leibniz o más tarde Herbart, se adentraron en este camino a través del pensar, encontraron que no es posible explicar la plenitud de los fenómenos externos a partir de ningún tipo de unidad. <Ellos encontraron brevemente lo que debe describirse como la verdadera antítesis de todo misticismo: encontraron la monadología, llegaron a considerar el mundo, o digamos, a considerar el reino de los fundamentos primordiales del mundo como una multiplicidad de mónadas, de entidades espirituales.

Leibniz, el gran pensador de los siglos XVII y XVIII, dijo: «Cuando observamos lo que se nos presenta en el espacio y el tiempo, ya no podemos afrontarlo creyendo que procede de una sola unidad; muchas unidades deben trabajar de forma conjunta.

Y a través de la actividad mutua de una mónada, que él imagina espiritualmente, a través de la actividad de un mundo de mónadas, surge lo que se presenta al ojo, al oído y a los sentidos exteriores. Hoy, debido a la falta de tiempo no se puede explicar, pero una contemplación más profunda del desarrollo del espíritu mostraría que todos los que buscaban la unidad en el camino hacia el exterior se engañaban en el fondo, se engañaban cuando lanzaban hacia el exterior lo que sólo se experimenta místicamente en el interior, la unidad, como una proyección o una especie de imagen en la sombra, y creían que la unidad que encontraban en su camino hacia el interior, también era accesible al mundo exterior a través del pensar y también se podía encontrar allí. Un sano pensar, sin embargo, no encuentra ninguna posibilidad de llegar a la unidad en el mundo exterior a través del pensar, sino que encuentra que lo que allí se nos presenta en colorida diversidad debe producirse a través de la interacción e influjo de diferentes entidades que se influyen mutuamente a través de mónadas. Así pues, el misticismo conduce a la unidad, porque el yo funciona en nosotros como una entidad unificada; porque actúa como el centro del alma. Por tanto, el camino a través del mundo exterior conduce necesariamente a la multiplicidad, a la monadología, a la opinión, por así decirlo, de que muchos seres espirituales deben cooperar para que se produzca nuestra visión del mundo, porque desde el principio, como observadores humanos del mundo, cuando miramos hacia fuera, adquirimos conocimiento del mundo exterior a través de una multiplicidad de órganos y una multiplicidad de observaciones individuales.

Aquí llegamos a un punto que puede expresarse una sola vez, que es de una importancia y significación ilimitadas, pero que, por así decirlo, ha sido demasiado poco considerado en la historia de la vida espiritual: el misticismo conduce a la unidad; pero el hecho de que en tal unidad se reconozca el ser básico divino, proviene de la constitución anímica interna, proviene del yo. El yo pone su sello de unidad en el espíritu divino cuando uno lo mira como místico. Mirar el mundo exterior conduce a la multiplicidad de mónadas. Pero sólo nuestro mirar y la forma en que el mundo exterior se nos presenta conduce a la multiplicidad, y por eso Leibniz y Herbart miran los sustratos del mundo en una multiplicidad. Lo que se desprende de este hecho a través de investigaciones más profundas es que la unidad y la multiplicidad son conceptos que no se pueden utilizar en absoluto allí donde se supone realmente el fundamento del mundo divino-espiritual; que la unidad y la multiplicidad son algo que no nos debe servir en absoluto para caracterizar el fundamento del mundo divino-espiritual; que este fundamento del mundo divino-espiritual no se puede caracterizar, si se quiere caracterizar en su esencia, diciendo que es unificado, o diciendo que es monadológico, multiunificado. Sino que hay que decir que está elevado por encima de lo que inicialmente son la unidad y la multiplicidad; pues, multiplicidad y unidad son conceptos que ni siquiera llegan hasta donde hay que captar lo divino-espiritual.

Esto, sin embargo, expresa una ley que puede arrojar luz sobre gran parte de lo que se denomina una disputa en la visión del mundo, la disputa entre monismo y monadologismo. Tan a menudo aparecen como opuestos en las visiones del mundo. Si los que discuten y discuten se dieran cuenta de que trabajan con conceptos inadecuados en relación con el fundamento del mundo, sólo entonces arrojarían la luz adecuada sobre el tema de su discusión.

Ahora hemos encontrado, por así decirlo, en qué consiste la esencia del misticismo real. Podemos decir que es una experiencia interior, pero una experiencia interior de tal naturaleza que debe conducir al místico a un verdadero conocimiento. Aunque no pueda decir que es verdad cuando describe el objeto de su experiencia como unidad, porque la forma de la unidad sólo procede de su propio yo, puede decir, sin embargo, que experimenta la sustancialidad espiritual en sí mismo como persona que está dentro de ella.

Cuando pasamos ahora de esta descripción y caracterización genérica de la mística a los místicos individuales, encontramos a menudo lo mismo a lo que se refieren los adversarios de toda mística. Aquí encontramos que la vivencia interior en la individualidad de cada uno, en la personalidad individual, también adopta formas individuales; es decir, que las vivencias, las experiencias anímicas interiores de un místico no coinciden completamente con las experiencias anímicas de otro místico. Ahora bien, uno no tiene por qué sorprenderse especialmente de este hecho si piensa con claridad, pues el hecho de que dos personas experimenten algo de manera diferente no implica en absoluto que aquello de lo que hablan sea erróneo. Si uno mira un árbol desde la derecha, otro el mismo árbol desde la izquierda, y lo describen, será el mismo árbol, pero cada uno lo describirá de forma diferente, y sin embargo cada descripción puede ser verdadera. De esta sencilla comparación también se puede comprender por qué las experiencias anímicas de cada uno de los místicos son diferentes:

El místico no se presenta ante su experiencia interior como una pizarra absolutamente en blanco, por así decirlo. Aunque su ideal sea eliminar y erradicar las experiencias externas y retirar por completo su atención de ellas, no es menos cierto que las experiencias externas dejan en él un resto de alma, y que no es indiferente que quien se convierte en místico haya experimentado esto o aquello. Además sigue teniendo influencia dependiendo de si el místico ha salido de tal o cual carácter nacional, si ha experimentado esto o aquello en la vida. Aunque ahora arrojase fuera de su alma todo lo que ha experimentado, aquello que experimenta interiormente seguirá recibiendo una expresión de lo que había experimentado antes. Se verá obligado a describirlo también con conceptos, ideas y palabras que trae de su vida anterior. Lo que diferentes místicos experimentan puede ser ciertamente lo mismo, aunque lo describan con diferentes medios de experiencias previas. Y sólo para aquellos que son capaces, a través de su propia experiencia interior, de ver más allá de lo que hay de individual en la descripción y representación, les será posible reconocer que, por muy diferentemente que se expresen los distintos místicos, lo que experimentan es básicamente lo mismo; igual que cuando uno fotografía un árbol desde distintos lados, estas fotografías parecen diferentes y, sin embargo, se basan en el mismo árbol.

Pero hay otra cosa que es, no obstante, en cierto modo una objeción a la experiencia mística; y puesto que ésta objeción no se ha de describir desde una simpatía o antipatía, sino en descripción objetiva, no se ha de ocultar que esta objeción está justificada contra todo misticismo. Puesto que la experiencia mística debe ser una experiencia íntima del alma interior, y el místico lleva en ella el remanente que proviene de sus experiencias y vivencias individuales antes de convertirse en místico, por lo general será sumamente difícil que lo que un místico dice, por estar tan ligado a su propia alma, sea correctamente comprendido y plenamente recibido por otra alma. Las cosas más íntimas siempre tendrán, hasta cierto punto, que permanecer íntimas en todo misticismo y serán extremadamente difíciles de comunicar; incluso entonces, por muy alto grado de comprensión y concesión que se muestre al místico, será difícil. ¿Por qué? Esto será así como consecuencia de que, aunque lo que experimentan los distintos místicos durante su experiencia mística sea lo mismo, si tan sólo ambos místicos han progresado lo suficiente, -y quien tenga la buena voluntad de llegar a convencerse de ello ya reconocerá que ambos místicos apuntan a lo mismo-, aquello que experimentó un místico y el otro antes de su experiencia mística, fue distinto. Por ello, -puesto que la experiencia mística está coloreada por la experiencia previa-, consecuentemente las expresiones, el carácter de la representación, que no proceden de la experiencia mística, sino de la vida pre-mística del místico, permanecerán siempre algo incomprensibles para nosotros si no nos esforzamos también por comprender al místico de tal modo que entremos en su experiencia pre-mística; que nos hagamos una idea de por qué representa sus experiencias místicas precisamente de este modo. Esto, sin embargo, desvía nuestra atención de lo generalmente válido a un interés personal por el místico. Este es un hecho que también observamos en cierta medida en la historia del desarrollo de la mística. Podemos decir que especialmente con los místicos más íntimos debemos abstenernos de suponer que lo que ellos presentan como su conocimiento, tal y como es, también puede ser transferido a otro y aceptado por él. Es difícil generalizar, el conocimiento místico no puede convertirse fácilmente en conocimiento general del mundo, por así decirlo.

Pero el interés por la individualidad, por la personalidad del místico puede llegar a ser tanto más fuerte, y nos puede resultar infinitamente atractiva la contemplación de la personalidad mística, en la medida en que en ella se refleja la visión general del mundo. Así, en cierta medida, lo que el místico representa, y sin embargo sólo es apreciado por él porque le conduce a los fundamentos y fuentes de la existencia, nos interesará menos en relación con lo objetivo, con lo que nos dice sobre el mundo; y nos interesará mas precisamente en relación con el ser humano individual, en relación con lo subjetivo, es decir, con la individualidad mística. Por eso, para quien considera al místico con su mística, lo realmente valioso es precisamente lo que el propio místico quiere superar, lo personal, lo inmediato, cómo se enfrenta al mundo. Así, podemos aprender infinidad de cosas sobre las profundidades de la naturaleza humana si miramos la historia de la humanidad, por así decirlo, pasando de místico en místico; pero nos será difícil, -nunca se insistirá lo suficiente en ello-, decir: tal o cual místico nos proporciona esto o aquello que, tal como él lo dice, puede tener validez inmediata para nosotros.

Hay quizás un contraste objetivo entre el misticismo y la monadología, la cual se propone ver el mundo exterior común a todos los seres humanos de una manera pensante. Por eso, frente a estos sistemas monadológicos, se tiene también la sensación de que, aunque en ellos puede producirse error sobre error, uno puede discutirlos e inventar algo sobre ellos según su punto de desarrollo subjetivo. En este sentido, un error del monadólogo al menos solo sería concebible según su estadio de desarrollo.

Así pues, la mística, que se ha descrito aquí por primera vez, puede ser infinitamente atractiva, pero sin embargo nos daremos cuenta de sus límites de forma bastante objetiva si dejamos que lo que se acaba de decir sobre sus características tenga efecto en el alma.

La esencia de la mística se ilumina de forma diferente cuando la medimos con lo que obtenemos, por así decirlo, de la vida espiritual más profunda de nuestro presente como método científico-espiritual real de penetrar en los fundamentos primigenios de la existencia. Por regla general, una cosa que causa ciertas dificultades debido a la sutileza de sus conceptos sólo puede comprenderse adecuadamente cuando puede medirse con otra cosa que está relacionada con ella.

A menudo se ha dicho aquí mismo, en las conferencias, que existe un ascenso a los mundos superiores. Nos encontramos aquí en cierto sentido con un triple camino. <Hemos señalado el camino exterior y luego el interior, que no fue tomado por los místicos de los antiguos Misterios, sino por los místicos medievales, y aquí hemos podido aclarar los límites de este último. Ahora queremos desviar nuestra atención de estos dos hacia lo que se puede describir aquí como el camino propiamente espiritual-científico o de investigación espiritual.

Ya se ha dicho que este conocimiento científico-espiritual consiste en que el hombre no toma ahora simplemente un camino hacia fuera, hacia lo que subyace en lo que se revela a los sentidos, es decir, a las mónadas, o hacia dentro, hacia lo que se presenta como subyacente a su propia vida anímica, hacia la unidad mística del mundo; pero se ha subrayado que el método de la ciencia espiritual consiste en decir que el hombre no sólo puede seguir los caminos que le posibilitan sus conocimientos directamente existentes, sino que tiene en sí mismo poderes ocultos y latentes de conocimiento; y partiendo de ellos encuentra entonces otros caminos distintos de los dos indicados. ¿Qué hace la persona que toma uno de los dos caminos señalados? Él dice:

Ahora, permanezco como ser humano tal como soy; así es como he llegado a ser. Puedo salir y tratar de traspasar el velo del mundo sensorial y penetrar hasta lo más profundo de la existencia; puedo erradicar las experiencias externas y luego dejar que surja la pequeña chispa, que sólo es ahogada y solapada por el mundo exterior, que de no ser así se escabulle a la observación. Pero lo que subyace en la cognición espiritual-científica es que el hombre no quiere quedarse en lo que es con sus poderes de cognición, sino que dice: Tan cierto como me he desarrollado en lo que soy hoy, igual de cierto es que puedo desarrollarme primero en mi alma, si sólo aplico el método apropiado, puedo desarrollar poderes de cognición más altos de los que ya tengo. Si se combinara lo que ahora se ha dicho con el modo místico de cognición, habría que decir: "Ciertamente, si se erradica la vida exterior del alma, se puede llegar a encontrar la chispa interior y observar cómo brilla entonces y cómo cobra vida cuando se ha erradicado la otra; pero sólo se observa lo que ya está ahí. La investigación científica, sin embargo, diría al místico:

No, no hacemos sólo eso; ya llegamos a la chispa, pero no nos detenemos ahí, tratamos de crear los métodos que pueden desarrollar esta chispa en una luz mucho más fuerte. Tomamos el camino hacia afuera y hacia adentro; desarrollamos nuevos poderes de cognición, por lo que no tomamos el camino hacia afuera o hacia adentro de una manera inmediata. En contraste con la mística de la Edad Media, así como con la monadología y las antiguas enseñanzas mistéricas, la investigación científica espiritual más reciente se caracteriza por desarrollar las facultades internas de conocimiento de tal manera que los dos caminos, el camino hacia fuera y el camino hacia dentro hacia la chispa de la mística, se unen entre sí, que se sigue un camino en el que se llega a una y otra meta de la misma manera.

¿A qué se debe esto?

Esto se debe al hecho de que el desarrollo de los poderes superiores de conocimiento a través de un método de la ciencia espiritual más reciente conduce al hombre a través de tres etapas de conocimiento. La primera etapa de conocimiento, que va más allá del conocimiento ordinario, se llama conocimiento imaginativo. La segunda etapa es el conocimiento inspirativo, y la tercera etapa es lo que se llama el conocimiento intuitivo en el verdadero sentido. ¿Cómo se produce la primera etapa de conocimiento? ¿Qué hace uno en el alma para desarrollar poderes superiores de conocimiento? Pueden ustedes ver por la forma en que se produce, cómo la monadología y el misticismo son superados por este camino de conocimiento de la investigación científico-espiritual más reciente. El ejemplo que lleva particularmente fácilmente a la comprensión del conocimiento imaginativo ya ha sido mencionado aquí varias veces. Es precisamente un ejemplo de los métodos que el científico espiritual se aplica a sí mismo; es un ejemplo entre muchos que se ilustra mejor cuando se pone en diálogo lo que sucede entre maestro y alumno.

El maestro que quisiera instruir en un alumno aquellas facultades superiores de cognición que conducen a la imaginación, le diría al alumno: Mira la planta, ésta crece de la tierra y se despliega hoja por hoja hasta florecer. Compara esta planta con el hombre que tienes delante. Este hombre tiene algo que aventaja a la planta; su ventaja consiste en que el mundo se refleja en él en sus ideas, sentimientos y sensaciones; él dispone de eso que debe llamarse conciencia humana. Pero ha tenido que pagar por esta conciencia humana un precio, a saber, él ha tenido que absorber pasiones, instintos y deseos en su camino hacia el hombre, que pueden hacerle caer en el error, la injusticia y el mal. Por el contrario la planta crece, por así decirlo, según sus leyes innatas, despliega su naturaleza según estas leyes innatas, y se yergue ante nosotros púdicamente en su verde jugosidad, sin que podamos atribuirle, si no somos fantasiosos, pasiones, impulsos y deseos que puedan desviarla del recto camino. Pero si consideramos ahora lo que es la expresión exterior de la vida consciente humana, del yo humano, -si consideramos la sangre que circula a través del hombre al igual que la savia verde de la clorofila circula a través de la planta, entonces debemos decir: La sangre pulsa a través del hombre y circula a través de él, siendo una expresión de su elevación a niveles superiores de conciencia, así como de sus pasiones y deseos, que lo arrastran hacia abajo.

Y a continuación el maestro científico-espiritual podría decir a su alumno: Imagina que el hombre se desarrolla aún más, que por mediación de su yo se apodera del error, del mal y de la fealdad, de todo lo que quiere arrastrarlo hacia el mal, purificando y limpiando sus afectos y pasiones. <Imagina un ideal real hacia el que el hombre se esfuerza, y en el que entonces su sangre ya no será la expresión de ninguna pasión, sino de aquello que es dueño en sí mismo sobre todo lo que puede arrastrarle hacia abajo; entonces su sangre roja puede compararse con lo que ha llegado a ser de la savia verde incluso de la rosa roja. Así como la rosa roja representa para nosotros la savia de la planta en casta pureza, trayendo ante nuestros ojos en un nivel más perfecto lo que la planta representa en uno más imperfecto, así la sangre roja del hombre purificado y limpiado representaría para nosotros lo que es cuando el hombre se ha hecho dueño de todo lo que puede arrastrarle hacia abajo.

Estos sentimientos y representaciones pueden ser despertados por el maestro espiritual en su ánimo, en el alma del discípulo espiritual. Si el discípulo espiritual no es un discípulo seco, sobrio, ni tampoco una planta, si puede percibir y sentir todo el misterio que se nos presenta visualmente en tal comparación, entonces tendrá un efecto en su alma, entonces será una experiencia para él, que es un símbolo para la experiencia en la contemplación espiritual ante su alma. Este símbolo puede ser la cruz de rosas: la cruz negra, que debe expresar lo que se mata en la naturaleza inferior del hombre; y las rosas como la sangre roja, que se purifica y limpia hasta una expresión casta de su alma superior en sí misma.

La cruz negra, entrelazada con rosas rojas, se convierte así en una síntesis simbólica de lo que el alma experimenta en ese diálogo entre el discípulo espiritual y el maestro. Cuando el discípulo espiritual ha pagado el precio de tal símbolo con la sangre de su alma, permitiendo que obren en su alma todas las ideas y sentimientos y sensaciones que interiormente le dan derecho a resumir algo en la cruz de rosas, cuando no sólo cree: simplemente pongo una cruz de rosas delante de mí, sino quien tiene en ella la esencia de un contenido anímico superior interior logrado enteramente en el alma sangrante, entonces verá que tal imagen, -y otras similares-, hace surgir algo en su alma. Se trata de algo que ya no es una mera chispa espiritual, sino una nueva fuerza de conocimiento que le permite contemplar el mundo de un modo nuevo. Aquí no se ha detenido en lo que era en su vida anterior, sino que ha desarrollado su alma hacia arriba. Y cuando hace esto una y otra vez, finalmente llega al conocimiento imaginativo, que le muestra que hay algo más en el mundo. Así se desarrolla un nuevo tipo de conocimiento en comparación con el que ya posee cuando se detiene en lo que era antes.

Y ahora visualicemos cómo surgió el camino. ¿Dijo el ser humano: voy por el camino hacia afuera y busco los fundamentos de las cosas? Eso sólo lo dijo en parte. Él se dice a sí mismo lo siguiente: ahora voy al mundo exterior y no busco los fundamentos de las cosas, ni busco moléculas y átomos, ni siquiera tomo del mundo exterior lo que me ofrece, sino que guardo conmigo algo de lo que este mundo exterior me ofrece. La cruz negra no es algo que surgiría en el alma si la madera no estuviera ya presente en el exterior; la rosa roja es algo que el alma nunca podría construir si no tuviera una impresión externa de la rosa roja. Sin embargo, lo que es contenido en el alma procede del mundo exterior.

Nosotros no podemos decir, como dice el místico, que hemos erradicado todo lo exterior, que hemos desviado completamente nuestra atención del mundo exterior; podemos decir que hemos tomado del mundo exterior lo que él mismo puede darnos, -no hemos cerrado la puerta al mundo exterior, nos hemos entregado a él-, pero no lo hemos tomado tal como él nos lo ofrece; pues en ningún lugar de la realidad hay una Rosa Cruz. Aquello de lo que hemos formado la Rosa Cruz como símbolo está presente en el mundo exterior; la Rosa Cruz en sí no está en el mundo exterior. ¿Dónde está entonces la causa de que hayamos combinado estos dos, de que hayamos combinado rosa y madera en un símbolo? Esta causa está en el obrar de nuestra propia alma. Cuando entregamos el alma al mundo exterior, tenemos lo que podemos experimentar en nuestra propia alma, y lo que podemos experimentar en el mundo exterior cuando no nos limitamos a contemplarlo tal como es, sino que nos sumergimos en el mundo exterior, -así experimentamos místicamente en nuestro interior lo que surge para nosotros de la comparación de la planta con el ser humano en desarrollo. Nosotros, a diferencia del místico, nos hemos abstenido de recibir esta experiencia del alma directamente, sino que hemos sacrificado dicha experiencias en cuanto a lo que el mundo exterior tiene que dar, y con la ayuda de lo que el alma puede darnos interiormente, hemos formado un símbolo para nosotros mismos. La vida interior mística y la vida exterior han confluido en el símbolo. <Nunca debemos decir que la Rosa-Cruz es una verdad en relación con el mundo sensorial ni tampoco en relación con el mundo interior; pues nadie podría construir una Rosa-Cruz en el mundo interior si no recibiera las impresiones del mundo exterior. Lo que el alma puede experimentar y descubrir por sí misma en su interior ha confluido en el símbolo con lo que puede recibir del exterior. Por esta razón, este símbolo se presenta ahora de nuevo ante nosotros de tal manera que en un principio no conduce directamente al mundo exterior ni tampoco directamente al mundo interior, sino que actúa como una fuerza. Si lo colocamos ante nuestra alma en meditación, entonces esta fuerza hace surgir un nuevo ojo espiritual, y ahora vemos en el mundo espiritual, lo que antes no podíamos encontrar ni en el interior ni en el exterior; y por primera vez tenemos un indicio de que lo que subyace en el mundo exterior, y lo que ahora podemos experimentar a través del conocimiento imaginativo, es lo mismo, idéntico a lo que también tenemos en nuestro interior.

Si ahora avanzamos hacia el conocimiento inspirativo, entonces tenemos que despojarnos de algo de nuestra imagen. Tenemos que hacer algo que es directamente similar a todo el proceso del místico que va hacia el interior. Tenemos que olvidar la rosa y el madero de la cruz. Es un procedimiento difícil, pero se puede hacer. Tenemos que eliminar todo el símbolo de nuestra imaginación en términos de contenido. Pero lo que es difícil de hacer, hay que hacerlo.

Para poner ante el alma la comparación anterior en un símbolo fue necesaria la actividad anímica.  Como persona a superar, tiene que observar su propia alma, lo que hizo para situar la cruz negra ante el alma; hay que visualizar sus experiencias interiores en la formación de símbolos. Cuando una persona se sumerge místicamente en sus experiencias anímicas, llega al conocimiento inspirativo. Y entonces experimenta en una nueva facultad, en la facultad de inspiración, que no sólo se le aparece la pequeña chispa interior, sino que se le ilumina a sí misma hasta un poderoso poder flamígero de cognición, a través del cual experimenta algo que se muestra completamente relacionado y, sin embargo, completamente independiente de su ser interior. Porque él no ha escuchado su actividad únicamente como una actividad interior, sino como algo que él ha practicado en algo exterior. Así que incluso aquí, en este remanente místico, hay lo que es meramente un reconocimiento de lo interior y, sin embargo, un reconocimiento de lo que está conectado con el mundo exterior.

A continuación sigue un trabajo que es lo opuesto al trabajo del místico. Tenemos que hacer algo que es similar a la ciencia natural ordinaria, tenemos que salir al mundo exterior. Esta última es la parte difícil, pero es necesaria si se quiere llegar al conocimiento intuitivo. Aquí el hombre debe apartar su atención de su propia actividad, debe olvidar lo que ha hecho para que se produzca la Rosa-Cruz. Pero si él tiene paciencia, si hace sus ejercicios el tiempo suficiente y correctamente, verá que le queda algo que sabe con certeza que es absolutamente independiente de su propia experiencia interior, no está teñido subjetivamente, sino que le lleva hasta algo que es independiente de su personalidad subjetiva, pero que por su naturaleza objetiva muestra que es lo mismo que aquello que es el centro del ser humano, el yo humano. Para lograr el conocimiento intuitivo, salimos de nosotros mismos y, sin embargo, llegamos a algo que es igual a nuestro propio ser interior. De este modo ascendemos de lo que experimentamos en nuestro interior a lo espiritual, que ahora no experimentamos en nuestro interior sino en el mundo exterior.

En el primero, en el conocimiento imaginativo, el hombre hace algo que es a la vez misticismo y monadología, algo que lo eleva por encima del misticismo así como de la monadología. En el conocimiento inspirativo él da un paso en un nivel superior, al del místico, quien como ser humano se permite ser tal como es, dándolo por debajo. En el conocimiento intuitivo el discípulo del espíritu da un paso que le lleva al mundo exterior en un nivel correcto, no directamente como él es. De este modo superaremos precisamente lo que es el lado oscuro tanto de la monadología como de la mística ordinaria en la investigación científico-espiritual, en el ascenso hacia la imaginación, la inspiración y la intuición.

Y ahora podemos darnos una respuesta a la pregunta: ¿Qué es la mística? Es un esfuerzo del alma humana por encontrar la fuente divino-espiritual de la existencia profundizando en su propio ser interior. En esencia, el conocimiento científico-espiritual también debe tomar este camino místico. Pero está claro que no debe emprenderlo demasiado pronto, que primero debe hacer los preparativos para que se le permita emprenderlo en el alma. Así que podemos decir: La mística es un tipo de esfuerzo que surge de un impulso y un afán justificados del alma humana, algo formalmente muy correcto; sólo que el alma humana lo emprende demasiado pronto si ésta no ha intentado antes progresar en el conocimiento imaginativo. Cuando se pretende, en la vida humana ordinaria, profundizar en la mística, existe el peligro de que uno no se haya hecho lo suficientemente libre e independiente de sí mismo como para proporcionar algo más que una imagen del mundo coloreada individualmente. Pero cuando uno se ha elevado al conocimiento imaginativo, entonces ha vertido su yo interior en algo que ha tomado del mundo exterior; entonces ha adquirido el derecho a ser un místico. Por lo tanto, todo misticismo debe emprenderse en la etapa correcta del desarrollo del hombre. El daño del misticismo se produce cuando una persona quiere hacer demasiado pronto aquello que subyace al conocimiento místico.

Así que podemos decir: En lo que existe como misticismo justificado, tenemos un escenario para que la ciencia espiritual aprenda a comprender precisamente aquello que es la verdadera meta e intención de la investigación científico-espiritual. No hay casi nada a través de lo cual se pueda aprender tanto sobre la meta y las intenciones de la investigación espiritual como a través de la contemplación devota de los místicos. Uno puede ascender desde los místicos hasta las percepciones de la investigación espiritual. Sólo que uno no debe creer que el verdadero investigador espiritual, si reconoce algo como con derecho a ser llamado misticismo, después niegue todo desarrollo. De este modo, el misticismo aparece al investigador espiritual como algo justificado; sin embargo, debe ascender a un cierto grado de desarrollo si no se quiere que sus métodos conduzcan a resultados subjetivos, sino a aquellos que ya pueden considerarse como verdad real sobre el mundo espiritual. Así que se puede decir finalmente que a la pregunta: ¿Qué es el misticismo? se puede responder diciendo que el misticismo es un esfuerzo del alma humana que a menudo se lleva a cabo demasiado pronto en el desarrollo del alma humana. Por lo tanto, no es necesario decir mucho sobre los riesgos que la inmersión mística prematura puede ocasionar en el hombre. La inmersión mística prematura es un viaje a las profundidades del alma humana antes de que la persona haya hecho el esfuerzo de fundir su ser interior con el mundo exterior. Así a menudo se cierra injustificadamente al mundo exterior. Pero esto en el fondo no puede ser mas que un egoísmo refinado y depurado.  Este es también el caso de muchos místicos cuando apartan su atención del mundo exterior y se entregan al éxtasis interior y a la bienaventuranza, a la elevación y a la liberación, que tienen en su vida interior en ese estado de ánimo dorado que puede derramarse sobre el alma cuando realmente se deleita en su ser interior. Este egoísmo, sin embargo, puede superarse si primero se obliga al yo a salir de sí mismo permitiendo que su actividad en la formación de símbolos fluya hacia el mundo exterior. Por tanto, un simbolismo de conocimiento imaginativo conducirá a una verdad que despoje al carácter egoísta de sí mismo. Que el hombre pueda convertirse en un excéntrico o en un egoísta refinado en un nivel superior es el peligro que puede afectar en última instancia al místico, que puede estar presente si se emprende un esfuerzo místico por el conocimiento en un nivel demasiado poco desarrollado. El misticismo esta justificado, y lo que dijo Angelus Silesius es cierto:

"Cuando te elevas por encima de ti mismo y dejas que Dios gobierne,
entonces la ascensión se lleva a cabo en tu espíritu".

Es cierto que mediante el desarrollo del alma el hombre alcanza no sólo su yo interior, sino también los reinos espirituales que subyacen al mundo exterior. Sin embargo, debe tomar la elevación por encima de sí mismo con total seriedad, y no debe confundir el ir más allá de sí mismo con un mero cavilar en el yo, tal como ya es en el hombre. Debemos tomarnos totalmente en serio la primera parte de la frase: "Si te elevas por encima de ti mismo", y también tomarnos totalmente en serio la segunda parte de la frase: "y deja que Dios gobierne". Pero no le dejamos reinar cuando nos apartamos de cualquier lado de la revelación divina, sino cuando unimos lo interior y lo exterior como dos lados de la revelación divino-espiritual. No dejamos verdaderamente que Dios gobierne si sólo nos retiramos del mundo exterior, sino que le dejamos gobernar si podemos sacrificar nuestro ser interior a lo que puede fluir hacia nosotros como revelación del mundo exterior. Si albergamos esta actitud con respecto a nuestro conocimiento científico-espiritual, entonces también tomamos la segunda frase del Angelus Silesius de la manera correcta: Dejamos que la base espiritual-divina del mundo exterior e interior gobierne en nosotros; y sólo entonces podemos esperar que se cumpla también para nosotros la tercera parte, que seamos elevados mediante una ascensión, es decir, que lleguemos a un reino espiritual que no esté coloreado ni por nuestro mundo interior ni por el mundo exterior, sino que esté en el mismo terreno con todo aquello que el mundo infinito de las estrellas brilla hacia nosotros desde fuera, que rodea nuestra tierra como un círculo de aire, que es verde como una planta, que vive a través de los ríos como un ser y llena los mares; sino lo que vive al mismo tiempo como divino-espiritual, cuando pensamos y reflexionamos, sentimos y queremos sobre el mundo, lo que es divino-espiritual por fuera y por dentro. Así vemos, especialmente a partir de tal ejemplo, que no nos basta con aceptar una frase como la de Angelus Silesius, sino que tomamos esta frase en nosotros en la etapa correcta, donde es comprendida por nosotros de una manera única y verdadera. Entonces veremos que el misticismo, debido a que contiene el núcleo correcto, nos conduce realmente al punto en el que estamos maduros para ver gradualmente los reinos espirituales, y que el misticismo puede realizar en nosotros en el sentido más elevado y verdadero lo que puede buscarse y descubrirse en esta hermosa frase de Angelus Silesius:

Cuando te elevas por encima de ti mismo y realmente permites que el fundamento del mundo divino-espiritual gobierne en ti: entonces la ascensión a los fundamentos primigenios divino-espirituales de la existencia se mantiene en ti.

Traducido por J.Luelmo may,2024

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