GA150 Berlín, 23 de diciembre de 1913 La fuerza de la infancia y la fuerza de la eternidad

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RUDOLF STEINER


LA FUERZA DE LA INFANCIA Y LA FUERZA DE LA ETERNIDAD

Berlín, 23 de diciembre de 1913

Fácilmente podría parecer como si esa sencilla y querida alegría, que se ha expresado en cientos y cientos de corazones durante mucho tiempo, cuando tal obra del niño divino y su destino en la tierra pasó por estos corazones, fácilmente podría parecer como si esta sencilla y querida alegría se viera perjudicada por nuestra visión espiritual-científica del mundo, por el aparentemente tan complicado, tan rebuscado conocimiento de Cristo Jesús, al que debemos aspirar dentro de nuestra visión del mundo. Sin duda, todo corazón, toda mente se conmoverá gozosamente si puede darse cuenta de nuevo en una obra así de cómo, desde las ciudades hasta los páramos más solitarios a lo largo de los siglos, los corazones de las personas, tanto de las personas que han pasado por una cierta vida espiritual como de las personas que han permanecido en la sencillez de la vida rural, se han conmovido en este tiempo de Navidad. Cómo todos estos corazones se sintieron urgidos hacia el niño divino, en quien percibieron los poderes que una vez entraron en el ser humano y salvaron a este ser humano de la muerte espiritual a la que de otro modo se creía condenado a causa de las leyes eternas del mundo. Todo corazón, toda mente debe conmoverse al ver de nuevo cómo se ha honrado a este niño divino.

Y, sin embargo, sólo es aparente si se quiere creer que este calor inmediato, este sentimiento elemental podría verse afectado de algún modo por nuestro cada vez más complicado conocimiento del milagro de Belén. Sólo es aparente, digo, si se quiere creerlo. Porque hoy nos enfrentamos a un mundo distinto, y siempre nos enfrentaremos a un mundo más y más distinto que aquellos siglos que no vivieron en tal memoria como nosotros, pero que han visto pasar tales juegos en la vida directa en este tiempo de Navidad. Nuestra complicada época, que tanto se ha fijado en el pensamiento científico y en la imaginación, necesita un impulso diferente del alma para poder volver a mirar al niño divino que ha traído el mayor impulso al devenir de la humanidad. Sólo aparentemente más complicado es nuestro punto de vista, que habla de los dos niños Jesús, el niño Jesús salomónico y el niño Jesús Nathánico. Porque en el niño Jesús Nathánico vemos, por así decirlo, al hijo de toda la humanidad, aquel ser humano que, cuando el resto de la humanidad comenzó su andadura terrena, él permaneció preservado en los mundos espirituales antes de que el tentador, el principio luciférico, se acercara a la humanidad. Vemos que permaneció preservado, por así decirlo, en la etapa infantil de la humanidad y fue retenido como impulso infantil espiritual de la humanidad en la tierra espiritual hasta que "se cumplió el tiempo", el cual nació como un ser humano excepcional en el niño Jesús Nathánico y apareció como un yo humano, que no había pasado por las encarnaciones anteriores en la tierra, sino que apareció por primera vez en una encarnación terrenal y que inmediatamente después de nacer se dirigió a su madre en un lenguaje que sólo ella podía comprender, un lenguaje que sonaba como si descendiera de las alturas del cielo. Y cada vez uno se convencerá más de la necesidad de admirar al niño divino que adoramos en el niño Jesús Nathánico, que se mantuvo preservado en la etapa infantil de la humanidad en la tierra de los espíritus, que nació con esas cualidades de la humanidad, con esas cualidades primigenias que todos los seres humanos habrían tenido si no hubieran entrado en el mundo terrenal a través de la tentación luciférica. Con todas estas cualidades, que eran inherentes a la humanidad antes de la tentación luciférica, el niño Jesús Nathánico entró en la humanidad.

Debemos ser conocedores de esto hoy, debemos saber que en este niño Jesús tenemos la infancia de toda la humanidad, para poder sentir desde lo más profundo de nuestras almas lo que la gente corriente sentía, -pero sólo sentía lo que podemos saber si queremos continuar por los caminos espirituales-, cuando se enfrentaba a la glorificación del niño divino en tales interpretaciones. Lo que más habla a nuestras almas en tal interpretación, tal como se nos presenta, es precisamente la inocencia más profunda del niño, la propia inocencia infantil divina de la humanidad frente a lo que el tentador en forma de Lucifer o el posterior Ahriman, -al que tenemos que considerar como el "diablo" medieval-, ha hecho de la humanidad. Este contraste entre Herodes, seducido por el diablo y sacado de nuestra interpretación por el diablo, y el niño de la humanidad, que conserva el principio de inocencia del hombre, el principio santo del hombre y conduce a la vida eterna, es profundamente conmovedor.

Estas ideas, tal como viven en dicha interpretación, no habían surgido verdaderamente de sentimientos superficiales. Surgieron del conocimiento intuitivo de los misterios más profundos del mundo, que fueron reconocidos a lo largo de toda la Edad Media, desde las ciudades hasta los páramos de las montañas y los países, aunque sólo intuidos, pero sin embargo sabidos. Sólo que las almas de los hombres se volvieron hacia esos misterios de una manera diferente a los cuales nosotros debemos volver a adentrarnos.

Y a partir de tales interpretaciones, la mirada del alma se desvía fácilmente hacia representaciones en las que, podría decirse, con todos los medios del arte más elevado, tal como surgieron en los siglos XIII y XIV de la plenitud del sentimiento cristiano, se representaba todo el misterio del devenir de la humanidad sobre la tierra y la relación del alma humana con aquello que vive como lo divino eterno en el ser humano. Por eso hoy, en este día en el que queremos celebrar a nuestra manera la noche santa de la consagración, quisiera dirigir nuestra mirada partiendo de estas interpretaciones hacia una magnífica representación en la que podemos, por así decirlo, admirar las razones primigenias que llevan a tan sencillas interpretaciones desde el más alto sentimiento y desde lo que podríamos llamar "cognición científico-artística" para la Edad Media. Quisiera dirigir nuestra mirada a tan suprema representación artística, que contiene, por así decir, las razones primordiales de lo que hay en tan simples interpretaciones.

En Pisa, la ciudad del oeste de Italia, se encuentra la famosa catedral en la que Galileo, como hemos mencionado a menudo, observó esa lámpara de iglesia oscilante por la que, gracias a su genio, descubrió las leyes sin las cuales la física moderna sería hoy inconcebible. Adyacente a esta iglesia se encuentra el famoso patio de la iglesia, el Camposanto, cercado por altos muros en los que el arte medieval plasmó lo que se pensaba sobre los misterios divinos y la conexión del hombre con estos misterios divinos, con el principio espiritual primordial concebido en el ser humano. Algunos de estos misterios medievales están representados pictóricamente en los muros del Camposanto de Pisa. Este cementerio fue cubierto con tierra traída por los cruzados de la tumba de Jesucristo. Y cualquiera que visite hoy este cementerio y recoja un puñado de tierra puede tener la sensación de que bajo esta tierra hay algo de lo que los cruzados trajeron en su día de Palestina para esparcir en este cementerio, que debía considerarse especialmente sagrado.

Entre las pinturas de las paredes del Camposanto hay una titulada "El triunfo de la muerte". Sin embargo, sólo se llama así desde 1705. Antes, todos los que lo veían, lo conocían y hablaban de él lo llamaban "Purgatorio". Y ciertamente también había un "cielo" y un "infierno" en las paredes del Camposanto. Este purgatorio, sin embargo, contiene la expresión más profunda de la forma en que el alma medieval abordaba el misterio del alma humana y su conexión con lo primordial en el ser humano. Hoy en día, gran parte de esta imagen ya se ha degradado. Pero aún se puede ver a pesar de la degradación lo que el pintor, hoy desconocido para la historia, quiso evocar sobre el muro de los grandes misterios del devenir humano.

Primero vemos una procesión de reyes y reinas que salen de la cueva de una montaña y se desarrollan poderosamente, llenos de confianza en sí mismos y arrogancia y llenos del sentimiento: ¡Sabemos lo que somos en la tierra cuando pertenecemos a tal clase! La comitiva sale de la cavidad de una montaña y, al salir  se encuentra con tres ataúdes custodiados por un ermitaño. De repente esta partida de caza se para frente a estos tres ataúdes. Hay una diferencia característica en lo que se encuentra en estos ataúdes: En uno un esqueleto, en el segundo un cadáver que ya ha entrado tanto en descomposición que los gusanos lo están royendo, y en el tercero un difunto reciente que acaba de entrar en descomposición. La comitiva se detiene frente a estos tres ataúdes. Un ermitaño se sienta frente a estos ataúdes, como si hiciera un gesto:

¡Alto! Mirad lo que sois realmente como seres humanos en este "memento mori". Más arriba, por encima de la montaña, en una segunda colina ascendente, vemos sentados a tres ermitaños, los cuales procuran comida, pero también los hay que, inclinados sobre sus libros, reflexionan sobre los misterios de llegar a ser humanos, el conjunto dispuesto de tal manera que la montaña forma el techo, por así decirlo, en la cima. Allí arriba, donde la partida de caza se encuentra con los ataúdes, se sientan los tres ermitaños que representan la paz y que son capaces de entrar en el interior del alma humana para encontrar la conexión entre esta alma humana y los reinos de lo eterno. Y si miramos más allá, vemos a todo tipo de gente entremezclada que se une inmediatamente a la procesión de cazadores de pie frente al memento mori. Más allá vemos a gente escuchando los sonidos de un arpa, detrás del arpa se sitúa una figura que se lleva el dedo a la boca. Sobre todo ello vemos todo tipo de seres angelicales a un lado, y por el otro seres parecidos al diablo en imágenes horribles, -el pintor ha usado toda su imaginación para representar a los diablos-. De modo que los ángeles pueden verse en el extremo derecho del cuadro, inclinados hacia la gente que escucha las notas del arpa. Entre ellos y la montaña, de cuyo cráter sale fuego, vemos desarrollarse a los demonios.

Pero para los que se fijan en el asunto, todo esto está ahí en realidad para llamar la atención sobre algo que uno podría no querer notar en una observación superficial, pero que poco a poco conduce a una visión de los secretos humanos más profundos.

¿Qué se supone que se representa en realidad? Bueno, es característico de la visión de esa ciencia medieval cuando vemos cómo la partida de caza se detiene ante los tres cadáveres: primero un esqueleto, luego el segundo, un cadáver ya carcomido por los gusanos, luego el tercero, un cuerpo hinchado, alguien que acaba de morir, -un motivo que encontramos a menudo en la Edad Media. Sólo lo entendemos cuando nos preguntamos: ¿Por qué sale la gente de la montaña? ¿Quiénes son los que están allí en la cacería? y cuando descubrimos: ¡Estos no son los vivos, son los muertos que están en el Kamaloka! Esto es lo que la imagen quiere decir, ustedes tienen tales cuerpos en ustedes: El esqueleto representa al cuerpo físico, el cadáver comido por los gusanos representa al cuerpo etérico, y el perteneciente al recién fallecido representa al cuerpo astral. ¡Recordad, vivos, lo que veréis de los misterios de la existencia después de la muerte! Así es como vemos el misterio de las tres envolturas humanas expresado de forma medieval.


Original, maravilloso, podría decirse. El ermitaño, que está sentado algo elevado directamente frente a los tres ataúdes, nos indica con todo su gesto que el hombre necesita probablemente penetrar en los secretos de la existencia para reconocer hasta qué punto está ligado a las fuentes primordiales para su existencia temporal. La imagen continúa después de tal forma que la propia montaña se arquea sobre el conjunto, y los ermitaños se sientan en la cima, en tranquila contemplación y en una apacible vida natural, mostrándonos, por así decirlo, cómo se puede conectar con el ser interior de la naturaleza humana yendo hacia dentro de uno mismo.

Esto es lo que el pintor quería representar, y no un "triunfo de la muerte", como se denominó más tarde al cuadro cuando ya no se comprendía su significado. Por el propio cuadro podemos ver cuánta razón tenían los que hablaban del Purgatorio, es decir, de lo que llamamos el Kamaloka. Lo que el pintor pretendía era mostrar que nosotros, tal como somos en vida, no siempre formamos parte de aquellos que reconocen el sentido de la vida después de la muerte y se relacionan de la manera correcta con lo primordial en la naturaleza humana, tal como el pintor nos muestra en aquellos que ya no están en la vida, sino en la vida después de la muerte; pues en el caso de los que están en la partida de caza, se trata de personas que están en Kamaloka, que ya han muerto. Ellos ven en qué se convierte el cuerpo después de la muerte.

Y cuando miramos a los enfermos, a las personas enfermas, vemos por un lado lo que es el cuerpo, y por otro lado vemos cómo los demonios y los ángeles se están llevando las almas humanas. Y vemos la profundidad que se revela ante nosotros: Cada diablo tiene un alma en sus garras que se lleva, y cada ángel lleva consigo un alma bajo sus alas, pero estas almas son diferentes. Y eso es lo que me gustaría señalar en esta lección de Navidad. Las almas que se llevan los demonios, que son deformes con razón, pero con recto entendimiento, son almas que tienen forma de personas mayores. Y los que son llevados por los ángeles a las bienaventuranzas del cielo son almas que han sido moldeadas por el pintor como niños. En esto percibimos el punto de vista que recorre toda la Edad Media: que algo en el hombre debe permanecer infantil a lo largo de toda su existencia terrena, que las personas pueden conservar algo, aunque se hagan viejas y exteriormente seniles, de infantilidad, de inocencia de sentimientos a lo largo de toda la vida; que, por otra parte, hay personas que envejecen no sólo exteriormente físicamente, sino también espiritualmente, aceptando lo espiritual-terrenal. Pues sólo se envejece en la tierra. Los que envejecen sólo pueden hacerlo por culpa, por aquello que distrae de lo eterno celestial. Por eso sus almas parecen personas que han envejecido, mientras que las almas de aquellos que permanecen conectados a aquello que preserva la conexión con lo primigenio en el mundo espiritual conservan su forma infantil.

Eso es lo que transmite tan tremendamente, tan poderosamente al observador de este cuadro del Camposanto en Pisa: que hay algo en la naturaleza humana que tenemos que abordar como tal como expresión de lo eterno en el hombre en los tres primeros años de la infancia, -que intenté describir en el pequeño libro "La guía espiritual del hombre y de la humanidad" -, que el hombre en los primeros años de la infancia es realmente diferente de lo que es más tarde. En la Edad Media, la gente sentía que había crecido junto con las alturas divino-espirituales en la infancia. Se expresaba incluso en obras de arte tan grandiosas como este cuadro del Camposanto de Pisa, quizá el cuadro más interesante de la Alta Edad Media en este sentido por su composición, era un cuadro tan magnífico que se atribuyó a Giotto y a muchos otros grandes contemporáneos, lo cual es imposible, sin embargo, porque fue pintado después de Giotto. La actitud del hombre medieval hacia el niño se expresa de la manera más magnífica en este cuadro. Encontramos este sentimiento en todas partes. Lo encontramos maravillosamente en estos sencillos juegos infantiles navideños, lo encontramos en el hecho de que la leyenda del niño Jesús se naturalizara en todos los corazones con indecible calidez, y en cómo esta leyenda infantil hizo que la gente tomara conciencia de cómo está conectada con el impulso de Cristo. La gente necesitaba la certeza de que el principio que salva la eternidad del alma humana había entrado en el niño. Así como en el cuadro del pintor el ser humano, que ha conservado su naturaleza eterna, es llevado por los ángeles a los reinos de los bienaventurados como ser humano en forma de niño, así también debemos imaginar que en la forma del niño inocente entró en el mundo lo que sabemos que entonces estaba unido con el impulso cristiano de Dios, con el ser cristiano de Dios, en el trigésimo año de su vida.

Así, me gustaría decir, es la conexión entre las alturas de la vida espiritual en la Edad Media, tal como se nos presentan, conexiones que van desde dicho cuadro en el Camposanto de Pisa, a las simples representaciones, que, sin embargo, en la forma en que uno fue presentado aquí, sólo surgieron más tarde, pero que todos contienen los impulsos que expresaban lo que estamos buscando en el tono y la forma de nuestro tiempo. Así pues, no era sólo "sencillo", -como se pretende decir hoy-, el modo en que las almas de las personas de siglos anteriores se relacionaban con el Niño Jesús. Así como ahora tenemos que asimilar la enseñanza del niño Jesús Nathánico, que en su duodécimo año de vida acogió en sí mismo el yo de Zaratustra y en su trigésimo año la entidad de Cristo, pues debemos entender esto para visualizar lo que tuvo que suceder al convertirse en humano. Para que el hombre salvara lo eterno en su ser, el hombre medieval no necesitaba toda esa ciencia que se da en conceptos y teorías, sino la que se daba en visiones tan grandiosas de la esencia del alma humana como se expresaban en el cuadro que acabamos de caracterizar. Las diferentes épocas exigen diferentes maneras de representar los misterios eternos, y las diferentes épocas han tenido sus diferentes maneras de hacerlo. Una y otra vez es la manifestación de que el hombre puede tener una gran esperanza para su alma. En el tiempo anterior al Misterio del Gólgota existía la esperanza de que llegaría lo que corresponde espiritualmente en el hombre a lo que el sol es físicamente en nuestro sistema planetario. Lo que hoy podemos saber, era sentido profundamente en todos los tiempos.

Vemos la vida en primavera, las plantas brotando y germinando de la tierra y las vemos crecer hacia el verano. Miramos al sol y sabemos: "Del sol emanan, las fuerzas que fecundan la tierra, para que pueda sacar de sí la vida viva de las plantas que brotan y crecen y de los demás seres. Y además de lo que tiene lugar tan regularmente en orden sagrado de año en año, vemos mezclado en la regularidad del curso del sol, que a su hora exacta llena cada lugar con el poder de bendición con el que debe ser llenado, lo que pertenece, por así decirlo, a la propia atmósfera de la tierra: las tormentas que barren los campos, la lluvia que brota de las nubes, la niebla que se extiende sobre la tierra, vemos lo que no tiene regla ni orden. Dicha regla y orden la vemos quizás en aquello que emana del sol para la vida en la tierra. Tenemos la sensación en primavera y verano, cuando observamos la naturaleza con sensatez, de que el sol, corriendo victorioso sobre la tierra, es capaz de hacer algo con lo que la tierra, por así decirlo, deja surgir en su superficie en forma de viento y clima. Pero cuando nos acercamos al otoño y se aproxima el invierno, y el poder del sol pierde su fuerza e interviene menos en el ser sobre la tierra, entonces el carácter meteorológico de nuestros propios efectos terrenales se nos hace perceptible de otra manera. Y quien observe con un poco de sensibilidad esta alternancia de primavera y verano, por un lado, y otoño e invierno, por otro, puede decirse a sí mismo: En primavera el sol con su orden sagrado triunfa sobre lo que el egoísmo de la tierra hace surgir de la naturaleza terrestre en los efectos meteorológicos. El invierno, sin embargo, es el tiempo en que la tierra forma lo que está en la atmósfera egoísta, cuando lo que está en ella se impone a lo que tiene un efecto benefactor sobre la tierra desde el cosmos.

El ser humano que observa su interior al pensar, sentir y querer ve cómo los impulsos del sentimiento, los afectos, las fuerzas de la volición surgen en él sin regla desde que se despierta hasta que se duerme. Puede sentir en su propio ser interior cómo este vaivén sólo puede compararse con lo que ocurre en la atmósfera de la tierra. Y en efecto, la atmósfera de la tierra es la que gobierna nuestro pensar, sentir y querer. Nuestra alma tiene en su interior las mismas fuerzas, aunque sólo sean embrionarias, que las que actúan fuera en el aire y el clima y en las fuerzas elementales. Dominan nuestro pensar, sentir y querer como fuerzas en nuestro interior. Fuera, son fuerzas elementales, poderes demoníacos que viven en el aire, el agua y el fuego y en lo que tenemos a nuestro alrededor en los truenos y relámpagos, en los efectos meteorológicos de nuestra atmósfera. Básicamente, cuando pensamos, sentimos y queremos, sólo estamos relacionados con lo que la tierra desarrolla a partir de su propio egoísmo en invierno. Y esto se ha sentido en todos los tiempos. Cuando se acercaba el invierno, haciendo más efectivo el egoísmo de la tierra con las fuerzas elementales, que ahora no seguían al sol como lo hacen en primavera y verano, entonces se sentía que todo esto está relacionado con el propio ser interior del hombre. 0 Tiempo de invierno, -así lo sentía el hombre, aunque no lo expresara claramente-, ¡estás relacionado con mi propio interior! Pero cuando llegaba la profundidad de la noche invernal, cuando llegaba el tiempo del solsticio de invierno, entonces el hombre sentía que el sol ahora desarrollaba de nuevo sus poderes para poder crecer y crecer cada vez más y fortalecerse hacia la primavera y el verano, entonces el hombre sentía: El poder del sol siempre triunfa sobre el egoísmo de la tierra. Y entonces el hombre sentía coraje y esperanza en su interior y podía decirse a sí mismo: ¡Igual que en el mundo físico el sol cósmico siempre triunfa sobre las fuerzas terrestres de la tierra, igual que el vencedor del sol siempre irrumpe en la oscura noche invernal, si tan sólo lo sentimos, así también debe haber algo dentro del hombre que reina en las profundidades del alma como el sol espiritual, que vendrá y triunfará, -igual que el sol anual triunfa en el solsticio de invierno-, como el sol espiritual en el gran solsticio de invierno! Primero lo esperó, después supo que había amanecido el tiempo del gran solsticio de invierno, cuando el ser humano aprendió a entender el tiempo del Misterio del Gólgota como el amanecer del sol espiritual dentro del hombre.

Y ahora retrocedemos a aquellos antiguos tiempos en la evolución de la tierra, cuando era la primavera y el verano de la tierra, antes de que hubiera llegado el Misterio del Gólgota. En aquel entonces el hombre aún llevaba dentro de sí la reminiscencia de los antiguos tiempos, la antigua clarividencia, que le hacía posible ver en el mundo espiritual, donde aún estaba presente la conciencia de la relación con el mundo divino-espiritual. Pero nosotros ahora vivimos en el invierno terrenal, eso no se puede negar, en el tiempo en que esto ya ha tenido lugar realmente, donde no sólo estaremos cada vez más rodeados afuera por las fuerzas mecánicas que son efectivas en las máquinas, en la industria, en las condiciones comerciales del negocio terrenal, sino que también vivimos de tal manera que ya no tenemos el mundo espiritual-divino a nuestro alrededor como en el tiempo de la primavera terrenal y del verano terrenal. Pero lo que el hombre sintió como símbolo, la victoria del sol en el solsticio de invierno como victoria del sol espiritual en las profundidades del alma humana, eso es lo que la humanidad puede sentir hoy en relación con el Misterio del Gólgota y su preparación a través de ese nacimiento que celebramos de nuevo cada año en Navidad. Así como el hombre, cuando se dirige hacia el invierno, no tiene por qué desesperar del poder del sol, sino que puede esperar que las alegrías que el otoño le ha arrebatado reaparezcan tras la profundidad de la noche invernal, así el hombre puede mirar lo que ha sucedido en relación con el Misterio del Gólgota, y puede decirse a sí mismo: Aunque, al igual que las tormentas invernales en la noche invernal, el egoísmo de la noche invernal humana pueda reinar sin norma en nuestro propio interior, nunca podrá desvanecerse la esperanza de que lo que desde el Misterio del Gólgota se relaciona con todo el torbellino terrenal humano deba afirmarse frente a lo que en nuestra propia alma se manifiesta como el tiempo meteorológico: el impulso Crístico, que se trasladó al desarrollo de la humanidad en la tierra a través del cuerpo del niño Jesús Nathánico, que pudo trasladarse por el hecho de que en el niño Jesús Nathánico nació el niño de la humanidad, el niño con aquellas cualidades que pertenecían al alma humana cuando aún no había pasado por las encarnaciones terrenas, al que aún no se le había implantado lo que viene de entrar en las encarnaciones terrenas, el niño que aún tenía las cualidades de las alturas espirituales en las que puede ser eterno.

He querido exponerles estas reflexiones para que podamos ver en ellas cómo, en relación con las facultades infantiles del hombre, que son al mismo tiempo sus facultades eternas, los hombres pueden sentir una sensación suprema de lo que siempre han sentido y deben seguir sintiendo ante la visión del niño divino en Navidad. Y aunque nuestra comprensión tenga que ser otra, aunque en lugar de lo que la imaginación medieval veía en la representación que he expuesto, tengamos que adquirir otras representaciones, -la de los dos niños Jesús, la atracción de la esencia de uno en el otro, la toma de posesión del cuerpo del niño Jesús Nathánico por la entidad Crística-, queda el hecho de que podemos mirar con nuestros sentimientos más sagrados y con nuestras esperanzas más fuertes la comprensión que nos dice: Desde el Misterio del Gólgota algo vive en nuestro devenir humano que ha entrado en nuestra aura terrena, a lo que sólo tenemos que apelar en nuestra alegría de celebración, como esperanza en la indestructibilidad de nuestro ser humano.

Es tan necesario que recordemos esto igual que lo fue para la gente que disfrutaba con las sencillas interpretaciones. Sí, podemos decir algo más: disfrutamos igual de las sencillas interpretaciones. Nos sentimos conectados con aquellas personas que se deleitaban con estas interpretaciones, porque a nuestra manera apreciamos lo que supuso para la gente, cuando el hijo de la humanidad llegó al mundo. A ellos se les concedió la esperanza más fuerte, el impulso más fuerte que el hombre necesita para que en el invierno terrenal, en el tiempo posterior al Misterio del Gólgota, se siga teniendo presente que, al igual que en el cosmos físico el sol triunfa sobre el egoísmo terrenal, en las profundidades del alma humana vivirá cada vez más el impulso que ha fluido a través del Misterio del Gólgota como el impulso solar espiritual del desarrollo terrenal humano. Una vez que el acontecimiento entró en el devenir histórico, a través del cual este impulso entró en la vida terrenal, pero despertará una y otra vez en el recuerdo, como puede suceder a través de tales festividades. Porque si bien es cierto, por un lado, que el Ser Crístico entró una vez en el aura de la tierra a través del Misterio del Gólgota; por otro lado, es cierto lo que dijo Angelus Silesius en sus bellas palabras:

Si Cristo nace mil veces en Belén
y no en ti, ¡seguirás eternamente perdido!

Lo que nació en Belén ha de nacer en lo más profundo y cada vez más profundo de nuestras propias almas, para que veamos cumplido en nuestras propias almas lo que el sentimiento medieval quería ver cumplido al ver el destino de las almas imbuidas del impulso Crístico en esas figuras infantiles, que son llevadas por los ángeles a los reinos de los bienaventurados y no caen en las garras de Ahriman, al cual sólo pertenecen aquellas almas que se han unido a la vida terrenal hasta tal punto que parecen viejas, mientras que el destino del alma no es envejecer en la tierra, sino permanecer joven. Y donde el destino del cuerpo en la tierra sólo es envejecer. El destino superior del hombre es mantener la juventud espiritual en este cuerpo que envejece en relación con el Misterio del Gólgota, para sentir cada vez más la esperanza de que, por más que las tormentas invernales reinen en el alma y las tentaciones vivan en el alma, la confianza viva nunca puede morir. Que lo que ha fluido en el aura terrenal a través del Misterio del Gólgota pueda surgir de las profundidades del alma y lo que a través de tales celebraciones queremos revitalizar en nuestras almas.

Así pues, he intentado resumir lo que podemos sentir como estado de ánimo navideño precisamente a partir de una contemplación que pretende combinar en estas pocas palabras lo que sentimos hacia la Navidad desde nuestra cosmovisión antroposófica, con lo que la gente de épocas anteriores experimentaba en el mensaje del niño divino en una obra como la que hemos presentado. Las palabras pretenden expresar esto:

En las profundidades del alma del hombre
Vive el sol espiritual confiado en la victoria;
Los poderes correctos de la mente,
Son capaces de sentirlos
En la vida invernal interior,
Y el instinto de esperanza del corazón:
Contempla la victoria del espíritu solar
En la bendita luz de la Navidad,
Como el símbolo de la vida más elevada
En la noche profunda del invierno.


Traducido por J.Luelmo abr,2024




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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919