GA059 Berlín, 3 de febrero de 1910 - La risa y el llanto

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

 LA RISA Y EL LLANTO

RUDOLF STEINER



XI conferencia

Berlín, 3 de febrero de 1910

En un ciclo de conferencias sobre hechos espirituales-científicos, a algunos les podría parecer que el tema que se va a tratar hoy es insignificante. Sin embargo, esto es a menudo un error de tales consideraciones, que se abren camino hacia los reinos superiores de la existencia, el que los detalles de la vida, las realidades inmediatas cotidianas sean descuidadas por los observadores. En general, a la gente le gusta cuando en conferencias de este tipo se habla de la infinitud o finitud de la vida, de las cualidades más elevadas del alma, de las grandes cuestiones del mundo y de la evolución humana, -y tal vez de cosas aún más elevadas-; y a la gente no le gusta verse envuelta en las llamadas cosas cotidianas, como son, al menos aparentemente, las que han de ocuparnos hoy. Sin embargo, quien intente penetrar en los reinos de la vida espiritual por el camino descrito en estas conferencias, se convencerá cada vez más de que precisamente el avance tranquilo paso a paso, -desde los ámbitos más conocidos a los menos conocidos-, es muy beneficioso. Por cierto, ya se puede ver en el recuerdo de muchos fenómenos que los espíritus más importantes de la humanidad, que la conciencia de la humanidad en general, no ve en lo que suele llamarse risa y llanto algo meramente corriente. 

Además, podemos recurrir a muchos ejemplos para demostrar que hombres eminentes no han considerado en absoluto la risa y el llanto como algo meramente común. Al fin y al cabo, la conciencia que se alcanza en las leyendas y las grandes tradiciones de la humanidad, -a menudo mucho más sabia que la conciencia humana individual-, dotó al gran Zaratustra, que tan inmensa importancia adquirió para la cultura oriental, de la famosa "sonrisa de Zaratustra"; para esta conciencia fue especialmente significativo que este gran espíritu viniera sonriendo al mundo. Y con un profundo conocimiento de la historia del mundo, la tradición añade que a causa de esta sonrisa todas las criaturas del mundo se regocijaron, mientras que los espíritus malignos y los adversarios de todas las partes de la tierra huyeron de él.

Si pasamos de estas leyendas y tradiciones a las obras de un solo gran genio, bien podríamos recordar la figura de Fausto, en la que Goethe vertió tantos de sus propios sentimientos e ideas. Cuando Fausto, desesperado de toda existencia, está a punto de suicidarse, oye sonar las campanas de Pascua y llora: "Goethe utiliza las lágrimas para simbolizar el estado de ánimo que permite a Fausto, tras haber experimentado la más amarga desesperación, volver a encontrar su camino en el mundo.

Así podemos ver, si sólo pensamos en ello, que la risa y el llanto están relacionados con cosas de gran importancia. Pero especular sobre la naturaleza del espíritu es más fácil que buscar el espíritu allí donde se revela en el mundo que nos rodea. Y podemos encontrar el espíritu, -y el espíritu humano en primer lugar-, precisamente en esos gestos del alma que llamamos risa y llanto. Estos gestos sólo pueden comprenderse si los consideramos como expresiones de la vida espiritual interior de una persona. Pero para ello no sólo debemos aceptar al hombre como ser espiritual, sino también comprenderlo. Todas las conferencias de nuestra serie de invierno están dedicadas a esta tarea. Por lo tanto, ahora sólo necesitamos echar un vistazo al ser del hombre tal como lo ve la ciencia espiritual. Pero ésa es la base sobre la que debemos construir si queremos comprender la risa y el llanto.

Hemos visto que el hombre, cuando lo observamos en su integridad, posee un cuerpo físico, que tiene en común con el reino mineral; un cuerpo etérico o vital, que tiene en común con las plantas; y un cuerpo astral que tiene en común con el reino animal. El cuerpo astral es el portador del placer y del dolor, de la alegría y de la tristeza, del terror y del asombro, y también de todas las ideas que entran y salen de su alma desde que se despierta hasta que se duerme. Estas son las tres envolturas externas del hombre y dentro de ellas vive el yo que lo convierte en la corona de la creación. El yo trabaja en la vida anímica sobre sus tres componentes, el alma sensible, el alma racional y el alma consciente, y hemos visto cómo actúa con el fin de acercar al hombre cada vez más a la plenitud.

¿Cuál es entonces la base de las actividades del yo dentro del alma humana? Veamos algunos ejemplos de su comportamiento.

Supongamos que el yo, el centro más profundo de la vida espiritual del hombre, se encuentra con algún objeto o ser del mundo exterior. El yo no permanece indiferente ante el objeto o el ser, sino que se expresa de algún modo y experimenta algo interiormente, según que el encuentro le agrade o le desagrade. El yo puede alegrarse por algún acontecimiento o caer en la más profunda tristeza; puede retroceder aterrorizado, o puede contemplar o abrazar amorosamente la fuente del acontecimiento. Y el yo también puede tener la experiencia de comprender o no comprender lo que sea que esté implicado.

De nuestra observación de las actividades del yo entre la vigilia y el dormirse podemos ver cómo intenta ponerse en armonía con el mundo externo. Si alguna entidad nos agrada y nos hace sentir que aquí tenemos algo que nos calienta, tejemos un vínculo con ella; algo de nosotros mismos se conecta con ella. Eso es lo que hacemos con todo nuestro entorno. Durante toda nuestra vida de vigilia nos ocupamos, en lo que respecta a nuestros procesos anímicos internos, de crear armonía entre nuestro yo y el resto del mundo. Las experiencias que nos llegan a través de objetos o seres del mundo exterior y que se reflejan en nuestra vida anímica, actúan sobre los tres constituyentes del alma donde habita el yo, pero también sobre los cuerpos astral, etérico y físico. Ya hemos dado varios ejemplos de cómo la relación que establece el Yo entre sí y cualquier objeto o ser no sólo agita las emociones del cuerpo astral y corrige las corrientes y movimientos del cuerpo etérico, sino que afecta también al cuerpo físico. ¿Quién no ha notado cómo alguien se pone pálido cuando se acerca algo que le asusta? Esto significa que el vínculo formado por el yo entre sí mismo y la entidad aterradora actúa en el cuerpo físico y afecta al flujo de la sangre, de modo que la persona en cuestión se pone pálida.

Hemos mencionado también un efecto contrario, el sonrojo de la vergüenza. Cuando sentimos que nuestra relación con alguien de nuestro entorno es tal que nos gustaría desaparecer por un momento, la sangre se nos sube a la cara. Aquí tenemos dos ejemplos de una influencia definitiva sobre la sangre causada por la relación del yo con el mundo exterior. Se podrían dar muchos otros ejemplos de cómo se expresa el yo en los cuerpos astral, etérico y físico.

Esta búsqueda por parte del yo de armonía, o de una relación definida entre él y su entorno, tiene ciertas consecuencias. En algunos casos podemos sentir que hemos establecido una relación correcta entre el yo y el objeto o de un ser. Incluso aunque tengamos buenas razones para sentir miedo de un ser, nuestro yo puede sentir que ha estado en armonía con su entorno, incluido el propio miedo, aunque puede que no seamos capaces de verlo bajo esa luz hasta más tarde.

Cuando el yo ha estado intentando comprender ciertas cosas del mundo exterior y finalmente lo consigue, se siente especialmente en sintonía con su entorno. Entonces se siente unido a esas cosas, como si ellas hubieran salido de sí mismo y se hubiera sumergido en ellas, y puede sentirse correctamente relacionado con ellas. O puede ser que el yo conviva con otras personas en una relación afectuosa: entonces se siente feliz y satisfecho y en armonía con su entorno. Estos sentimientos de satisfacción pasan entonces a sus cuerpos astral y etérico.

Sin embargo, es posible que el yo no consiga establecer esta armonía y, por lo tanto, no alcance lo que podríamos llamar, en cierto sentido, lo normal. Entonces puede hallarse en una situación difícil. Supongamos que el yo se encuentra con algún objeto o ser que no puede comprender; supongamos que intenta en vano hallar una relación correcta con esta entidad; sin embargo, tiene que adoptar una actitud definida hacia ella. Un ejemplo concreto: supongamos que nos encontramos en el mundo exterior con un ser que no queremos comprender, porque parece que no vale la pena que nuestro yo penetre en su naturaleza; sentimos que hacerlo significaría renunciar demasiado a nuestra propia fuerza de conocimiento y comprensión. En tal caso tenemos que levantar una especie de barrera contra él para mantenernos libres de él. Al apartar nuestras fuerzas de él, nos hacemos conscientes de él, a la vez que aumentamos nuestra propia autoconciencia. El sentimiento que nos invade entonces es de liberación.

Cuando esto ocurre, la observación clarividente puede ver cómo el yo aparta al cuerpo astral de las impresiones que el entorno o el ser puedan hacer sobre él. Por supuesto, dichas impresiones se producirán en nuestro cuerpo físico, a menos que cerremos los ojos o nos tapemos los oídos. El cuerpo físico está menos bajo nuestro control que el astral, por lo que retiramos el astral del físico y así lo salvamos de ser tocado por las impresiones del mundo exterior. Esta retirada del cuerpo astral, que de otro modo emplearía su energía en el cuerpo físico, aparece a la observación clarividente como si se expandiera el astral, como si en el momento de su liberación se extendiera. Cuando nos elevamos por encima de un ser, hacemos que nuestro cuerpo astral se expanda a semejanza de una sustancia elástica: relajamos su tensión normal. Al hacerlo, nos liberamos de cualquier vínculo con el ser del que deseamos alejarnos. Nos replegamos en nosotros mismos, por así decirlo, y nos elevamos por encima de toda la situación. Todo lo que ocurre en el cuerpo astral se expresa en el físico, y la expresión física de esta expansión del cuerpo astral es la risa o la sonrisa.

Estos gestos faciales, en consecuencia, indican que nos elevamos por encima de lo que sucede a nuestro alrededor porque no queremos aplicar nuestra comprensión a ello y, desde nuestro punto de vista, tenemos razón en no hacerlo. Por tanto, se puede decir que cualquier cosa que no queramos comprender provocará una expansión de nuestro cuerpo astral y, por tanto, dará lugar a la risa. Los periódicos satíricos suelen representar a los hombres públicos con cabezas enormes y cuerpos diminutos, lo cual es una manera de expresar grotescamente la importancia de estos hombres para su época. Intentar dar sentido a esto sería inútil, porque no hay ninguna ley que pueda unir una cabeza enorme con un cuerpo diminuto. Cualquier intento de aplicarle nuestra razón sería un derroche de energía y poder mental. Lo único satisfactorio es elevarnos por encima de la impresión que causa en nuestro cuerpo físico, liberarnos en el ego y expandir el cuerpo astral. Pues lo que el yo experimenta se transmite en primer lugar al cuerpo astral, y el gesto facial correspondiente es la risa.

Sin embargo, puede ocurrir que la relación con nuestro entorno no sea la que nuestra alma necesita. Supongamos que durante mucho tiempo hemos amado a alguien que no sólo está estrechamente relacionado con nuestra vida cotidiana, sino que está asociado a determinadas experiencias del alma que surgen de este estrecho vínculo. Supongamos que esa persona nos es arrebatada durante un tiempo. Con esa pérdida, una parte de nuestras experiencias anímicas se desgarra; se rompe un vínculo entre nosotros y ese ser del mundo exterior. Debido a la condición creada por nuestra relación con esta otra persona, nuestra alma tiene una buena razón para sufrir por esta ruptura de un vínculo que ha apreciado durante mucho tiempo. Algo es arrancado del yo, y el efecto sobre el yo pasa al cuerpo astral. Como en este caso se arranca algo del astral, éste se contrae: o, más exactamente, el yo oprime el cuerpo astral.

Esto siempre puede observarse clarividentemente cuando una persona sufre dolor o pena por alguna pérdida. Así como el cuerpo astral expandido pierde tensión y crea en el cuerpo físico el gesto de reír o sonreír, un cuerpo astral contraído penetra más profundamente en todas las fuerzas del cuerpo físico y ambos se contraen al unisonó. La manifestación corporal de esta contracción es un flujo de lágrimas. El cuerpo astral, al haber quedado, por así decirlo, con lagunas, quiere llenarlas contrayéndose, al tiempo que utiliza sustancias de su entorno. Al hacerlo, también contrae el cuerpo físico y exprime las sustancias de este último en forma de lágrimas. ¿Qué son esas lágrimas?

El yo ha perdido algo en su dolor y privación. Está compungido, porque está empobrecido y siente su yoidad con menos fuerza de lo habitual, ya que la fuerza de este sentimiento está relacionada con la riqueza de sus experiencias en el mundo circundante. No sólo damos algo a quienes amamos, sino que al hacerlo enriquecemos nuestra propia alma. Y cuando las experiencias que nos da el amor nos son arrebatadas y el cuerpo astral se contrae, trata de recuperar mediante este compungirse las fuerzas que ha perdido. Como se siente empobrecido, trata de enriquecerse de nuevo. Las lágrimas no son un mero desahogo; son una especie de compensación para el yo afectado. Antes el yo se sentía enriquecido por el mundo exterior; ahora se siente reforzado por sí mismo al producir las lágrimas. Si alguien sufre un debilitamiento de la autoconciencia, intenta compensarlo impulsándose a un acto de creación interior, que se manifiesta en el flujo de lágrimas. Las lágrimas dan al yo una sensación subconsciente de bienestar; se restablece un cierto equilibrio. Todos ustedes saben que, cuando las personas se encuentran en el fondo del dolor y la miseria, encuentran consuelo, una especie de compensación, en las lágrimas. También sabrán que las personas que no pueden llorar encuentran la pena y el dolor mucho más difíciles de soportar.

Si el yo no puede lograr una relación satisfactoria con el mundo exterior, entonces se elevará a la libertad interior a través de la risa, o se hundirá en sí mismo para adquirir fuerzas después de una privación. Hemos visto que es el yo, el punto central del hombre, el que se expresa en la risa y en el llanto. De ahí que resulte fácil comprender que, en cierto sentido, el yo es una condición previa necesaria de la risa y el llanto.

Si observamos a un recién nacido, veremos que durante sus primeros días no puede reír ni llorar. La verdadera risa o llanto comienza sólo alrededor del 36º o 40º día. La razón es que, aunque en el niño vive un yo de una encarnación anterior, no trata inmediatamente de relacionarse con el mundo exterior. Un ser humano es colocado en el mundo de tal manera que se construye desde dos lados. Por un lado, obtiene todos los atributos y facilidades adquiridos por herencia del padre, la madre, el abuelo, etcétera. Todo esto lo trabaja la individualidad, el yo que va de vida en vida, llevando consigo sus propias cualidades anímicas. Cuando un niño entra en la existencia al nacer, al principio sólo vemos una fisonomía indefinida, y también están bastante indefinidos los talentos, las capacidades y las características especiales que surgirán más adelante. Pero ahora podemos observar cómo el yo, con los poderes de desarrollo que ha traído de vidas anteriores, trabaja incesantemente sobre el organismo infantil y modifica los elementos heredados. Así, las cualidades heredadas se mezclan con las que pasan de una encarnación a otra.

Así es como el yo se activa en el niño, pero pasa algún tiempo antes de que éste pueda empezar a transformar el cuerpo y el alma. Durante sus primeros días, el niño sólo muestra sus características heredadas. El yo, mientras tanto, permanece profundamente oculto, esperando hasta que pueda imprimir en la fisonomía indefinida las cualidades que ha traído de vidas anteriores y que desarrollará de día en día y de año en año.

Antes de que el niño haya asumido el carácter individual que le corresponde, no puede expresar una relación con el mundo exterior mediante la risa o el llanto. Para ello es necesario el yo, la individualidad, que trata de ponerse en armonía con el mundo exterior. Sólo el yo puede expresarse mediante la risa o el llanto. Por eso, cuando hablamos de la risa y el llanto, nos referimos a la espiritualidad más profunda e interior del hombre.

Aquellos que se niegan a admitir cualquier distinción real entre hombres y animales tratarán, por supuesto, de encontrar analogías con la risa y el llanto en el reino animal. Pero cualquiera que entienda estas cosas correctamente estará de acuerdo con el poeta alemán que dice que los animales sólo pueden aullar como mucho, nunca llorar; pueden mostrar los dientes en una mueca, pero nunca sonreír. Aquí reside una profunda verdad que podemos expresar con palabras diciendo que el animal no se eleva al yo individual que habita en todo ser humano. El animal se rige por leyes que parecen asemejarse a las del yo humano, pero que permanecen externas al animal durante toda su vida. Ya se ha mencionado aquí esta diferencia esencial entre los seres humanos y los animales, y se ha dicho que el objeto de nuestra atención en el animal, (el yo), está comprendido en la especie a la que pertenece. Por ejemplo, no hay diferencias tan grandes entre los leones y su progenie como las que podemos encontrar entre los padres humanos y sus crías. Las principales características de un animal son las de su tipo o especie. En el ámbito humano, cada persona tiene sus propias características individuales y su propia biografía, y esto es lo que nos concierne, mientras que en los animales es la historia de la especie. Ciertamente, hay muchos dueños de perros y gatos que creen que podrían escribir una biografía de su mascota, e incluso conocí a un maestro de escuela que ponía regularmente a sus alumnos a escribir la biografía de un bolígrafo. El hecho de que un pensamiento pueda aplicarse a cualquier cosa no es importante; lo que importa es que penetremos con nuestro entendimiento en la naturaleza esencial de un ser o de una cosa. La biografía individual es significativa para el hombre, pero no para los animales, pues lo esencial del hombre es la individualidad que perdura y se desarrolla de vida en vida, mientras que en los animales es la especie la que perdura y evoluciona.

En la ciencia espiritual, el elemento perdurable que determina a la especie se denomina alma grupal o yo grupal del animal, y lo consideramos una realidad. Así pues, decimos que el animal tiene su yo fuera de sí mismo. No negamos que el animal tenga un yo, sino que hablamos del yo grupal que dirige al animal desde fuera. Con el hombre, por el contrario, hablamos de un yo que penetra hasta lo más íntimo y dirige a cada ser humano desde dentro de tal manera que puede entrar en una relación personal con los seres de su entorno. Las relaciones que los animales establecen mediante la guía del yo grupal externo tienen un carácter genérico. Lo que a tal o cual animal le gusta u odia o teme es típico de su especie, modificado sólo en pequeños detalles entre los animales domésticos y los que conviven con el hombre. En los seres humanos, lo que una persona siente a modo de amor y odio, miedo, simpatía o antipatía en relación con su entorno surge de su yo individual. Por lo tanto, la relación especial por la que el hombre se libera de algo en su entorno y expresa su alivio en la risa, o, en el caso contrario, cuando busca una relación que no puede encontrar y expresa su frustración en lágrimas, todo esto sólo puede ocurrir en el hombre. Cuanto más se manifiesta la individualidad del niño por encima del nivel animal, más muestra su humanidad a través de la risa y el llanto.

Si queremos tener una visión verdadera de la vida, no debemos conceder una importancia primordial a hechos tan banales como las similitudes de huesos y músculos en hombres y animales o las semejanzas entre algunos otros órganos. Debemos buscar las características esenciales del hombre como evidencia de su estatus como el más elevado de los seres terrenales en aspectos más sutiles de su naturaleza. Si alguien no puede ver la importancia de hechos como la risa y las lágrimas para poner de manifiesto la diferencia entre hombres y animales, hay que decir: No se puede hacer nada para ayudar a una persona que no puede estar a la altura de los hechos que más importan para llegar a comprender al hombre en su espiritualidad.

Los hechos que estamos considerando ahora a la luz de la ciencia espiritual pueden iluminar ciertos hallazgos científicos, pero sólo si los hechos se sitúan en el contexto de un gran conjunto científico-espiritual. Si observamos a una persona riendo o llorando, podemos ver que se produce un cambio en el proceso respiratorio. Cuando la pena llega hasta las lágrimas, provocando una contracción del cuerpo astral y, por consiguiente, una contracción también del cuerpo físico, la inhalación se hace cada vez más corta y la exhalación cada vez más larga. En la risa ocurre lo contrario: la inhalación es larga y la exhalación corta. Cuando el cuerpo astral de una persona se relaja, y con él las partes más finas del cuerpo físico, la situación se asemeja a la de un espacio hueco del que se expulsa todo el aire e inmediatamente entra el aire exterior. En la risa se produce una especie de liberación de la corporeidad exterior, y entonces se aspira una larga bocanada de aire. En el llanto ocurre lo contrario. Apretamos el cuerpo astral y con él el físico, y la contracción provoca una exhalación en un largo tramo.

Aquí tenemos nuevamente un caso en el que una experiencia del alma es llevada por el yo en conexión con lo físico, hasta el cuerpo físico del hombre.

Si tomamos estos hechos fisiológicos, iluminarán maravillosamente un acontecimiento que está registrado simbólicamente en los antiguos registros religiosos de la humanidad. Recordarán ustedes el pasaje del Antiguo Testamento que relata cómo el hombre fue elevado a la categoría de ser humano pleno cuando Yahvé o Jehová insufló en él el aliento de vida y lo dotó así de un alma viviente. Ese es el momento en que el nacimiento del yo queda impreso en nuestra atención. Así, en el Antiguo Testamento, el proceso de respiración se muestra como una expresión del verdadero yo y se pone en relación con la cualidad anímica del hombre. Si luego recordamos que la risa y el llanto son una expresión única del yo humano, veremos de inmediato la íntima conexión entre el proceso respiratorio y la naturaleza anímica del hombre; y entonces, a la luz de este conocimiento, llegaremos a mirar los antiguos registros religiosos con la humildad que una comprensión tan profunda y verdadera debe infundir en nosotros.

Para la ciencia espiritual estos registros no son necesarios. Aunque todos ellos hubieran sido destruidos en una gran catástrofe, la investigación científico-espiritual dispone de los medios para descubrir por sí misma cuál es su origen. Pero cuando los hechos han sido determinados por este medio, y cuando más tarde se encuentra que los mismos hechos están inequívocamente representados en el lenguaje simbólico-pictórico de los antiguos registros, nuestra comprensión de los registros aumenta enormemente. Sentimos que deben provenir de clarividentes que sabían lo que el investigador científico-espiritual descubre: la visión espiritual se encuentra con la visión espiritual a través de miles de años, y a partir de este conocimiento adquirimos la actitud correcta hacia estos registros. Cuando se nos cuenta cómo Dios insufló su propio aliento viviente en el hombre, mediante el cual el hombre encontraría su propio yo morador, podemos ver a partir de nuestro estudio de la risa y las lágrimas cuán fiel a la naturaleza humana es este acontecimiento simbólicamente registrado.

Hay otro punto que mencionaré, pero sólo brevemente, o nos llevaría demasiado lejos. Alguien podría decirme: 

ha empezado usted por el lado equivocado, debería haber empezado por los hechos externos. El elemento espiritual debe buscarse allí donde aparece como un hecho puramente natural, por ejemplo, cuando a una persona le hacen cosquillas. Ese es el hecho más elemental de la risa. ¿Cómo conciliar eso con todas tus fantasías sobre la expansión del cuerpo astral y demás?

Pues bien, justamente en tal caso se produce una expansión del cuerpo astral, y todo lo que he descrito se cumple, aunque en un nivel inferior. Si alguien se hace cosquillas en la planta de los pies, sabe muy bien lo que ocurre y no se siente impulsado a reír. Pero si otra persona le hace cosquillas en la planta del pie, lo rechazará como una incursión ajena, que no se puede comprender racionalmente. Entonces su yo intentará elevarse por encima de ella, liberarse y liberar el cuerpo astral. Esta liberación del astral de un contacto inadecuado se expresa en la risa sin motivo. Eso significa precisamente una liberación, un rescate del yo en un nivel fundamental, del ataque que representa que nos hagan cosquillas en los pies.

Reírse de un chiste o de algo cómico está al mismo nivel. Nos reímos de un chiste porque la risa nos lleva a una relación correcta con él. Un chiste asocia cosas que en la vida seria se mantienen separadas; si la conexión entre ellas pudiera captarse lógicamente, no sería cómico. Un chiste establece relaciones que, -a menos que seamos de mente alocada-, no requieren comprensión, sino sólo una especie de juego. En cuanto nos sentimos dueños del juego, nos liberamos y nos elevamos por encima del contenido del chiste. Esta liberación, esta elevación por encima de algo, la encontraremos siempre cuando estalle la risa.

Pero este tipo de relación con el mundo exterior puede estar justificada o no. Puede que deseemos, con razón, liberarnos a través de la risa; o puede que nuestra propia mentalidad nos impida o nos haga incapaces de comprender lo que ocurre. La risa se derivará entonces de nuestras propias limitaciones, no de la naturaleza de las cosas. Esto es lo que ocurre cuando un ser humano no desarrollado se ríe de alguien porque no puede comprenderle. Si un ser humano no desarrollado no encuentra en otro las cualidades comunes o filisteas que él considera correctas y adecuadas, puede pensar que no necesita intentar comprender a la otra persona y entonces intenta liberarse, tal vez porque no quiere comprender. Así que puede convertirse fácilmente en un hábito liberarse a través de la risa en todas las ocasiones. En efecto, hay ciertas personas para las que es muy natural reírse y balar por todo, sin tratar nunca de entender nada; esponjan su astral y así están continuamente riéndose. O puede ocurrir que las actitudes que están de moda en la actualidad hagan parecer que algunos comportamientos cotidianos no merecen ningún intento de comprensión. Entonces la gente se permitirá una sonrisa, sintiéndose superior a esto o aquello. De ahí que la risa no siempre exprese un sentimiento de retraimiento justificado; el retraimiento también puede ser injustificado. Pero los hechos fundamentales relativos a la risa no se ven afectados en ninguno de los dos casos.

También puede ocurrir que alguien haga un uso calculado de esta forma de expresión humana. Pensemos en un orador que calcula el efecto que sus palabras tendrán en sus oyentes, estén o no de acuerdo con él. Ahora bien, puede estar justificado que se refiera a cosas tan triviales o tan por debajo del nivel de su audiencia que puedan describirse sin tejer ningún vínculo íntimo entre ellas y las almas de sus oyentes. De hecho, con ello puede ayudarles a liberarse de las trivialidades que rodean al tema que realmente quiere hacerles comprender. Pero también hay oradores que siempre quieren poner la risa de su parte. Les he oído decir: Si quiero ganar, debo estimular la risa, para tener a los que se ríen de mi parte; porque si alguien tiene a los que se ríen de su parte, su caso está prácticamente ganado. Eso puede surgir de una deshonestidad interna. Porque quien apela a la risa está evocando una respuesta que pretende elevar a sus oyentes por encima de algo. Pero si presenta el asunto de tal manera que sus oyentes no necesitan tratar de entenderlo, sino que pueden reírse de él sólo porque ha sido rebajado a un nivel en el que parece trivial, entonces está contando con la vanidad humana, aunque sus oyentes no sean conscientes de ello. De modo que se puede ver que este contar con la risa puede implicar cierta deshonestidad.

Del mismo modo, a veces es posible ganarse a la gente despertando en ellos los sentimientos de consuelo y bienestar que he descrito como asociados a las lágrimas. En tales casos, cuando una pérdida se le presenta a una persona sólo imaginariamente, puede entregarse al anhelo de algo que sabe que no puede encontrar. Al contraer su yo, siente que su yoidad se fortalece; y a menudo este tipo de apelación a las emociones es realmente una apelación al egoísmo humano. Por lo tanto, todas estas formas de apelación pueden ser groseramente mal utilizadas, porque el dolor y la pena, la burla y el desprecio, que pueden ir acompañados de lágrimas o risas, están todos relacionados con el fortalecimiento o la liberación del yo y, por lo tanto, con el egoísmo humano. Por lo tanto, cuando se hacen tales apelaciones, puede que se dirija a nuestro egoísmo, y es el egoísmo el que destruye los lazos entre hombre y hombre.

En otras conferencias hemos visto que el yo no sólo trabaja sobre el alma sensible, el alma racional y el alma consciente, sino que a través de este trabajo se fortalece a sí mismo y se acerca a la plenitud. Por lo tanto, podemos comprender fácilmente que la risa y el llanto pueden ser un medio por el cual el Yo puede educarse a sí mismo y fortalecer aún más sus poderes. No es de extrañar, pues, que entre las grandes fuentes de educación para el desarrollo humano se encuentren las creaciones dramáticas que estimulan las fuerzas del alma que encuentran su expresión en la risa y el llanto.

Nuestra experiencia del drama trágico tiene, de hecho, el efecto de comprimir el cuerpo astral y así impartir firmeza y cohesión interna al yo. La comedia expande el cuerpo astral, en la medida en que la persona se eleva por encima de locuras y coincidencias, liberando así al yo. De ahí que podamos ver cuán estrechamente relacionadas con el desarrollo humano están la tragedia y la comedia, cuando se presentan ante nuestras almas mediante creaciones artísticas.

Cualquiera que sepa observar la naturaleza humana en sus más mínimos detalles descubrirá que las experiencias cotidianas pueden llevarnos a comprender los hechos más grandes. Las producciones artísticas, por ejemplo, pueden hacernos ver que en la vida humana hay una especie de péndulo que oscila entre la risa y el llanto. El yo sólo puede progresar estando en movimiento. Si el péndulo estuviera en reposo, el yo no podría expandirse ni desarrollarse; sucumbiría a la muerte interior. Lo correcto para el desarrollo humano es que el yo pueda liberarse a través de la risa y, por otro lado, buscarse a sí mismo a través de las lágrimas. Ciertamente, debe encontrarse un equilibrio entre los dos polos: el yo sólo encontrará su plenitud en el equilibrio, nunca oscilando entre la exultación y la desesperación. Sólo se encontrará a sí mismo en el punto de reposo, que puede oscilar tan fácilmente hacia un extremo como hacia el otro.

El ser humano debe convertirse gradualmente en guía y líder de su propio desarrollo. Si comprendemos la risa y el llanto, podemos verlos como revelaciones del espíritu, pues el ser humano se vuelve transparente, por así decirlo, si sabemos cómo en la risa busca una expresión exterior de liberación interior, mientras que en el llanto experimenta un fortalecimiento interior después de que el yo haya sufrido una pérdida en el mundo exterior.

Ante la pregunta de ¿Qué es fundamentalmente la risa?, podemos responder: Es una expresión espiritual del esfuerzo del hombre por liberarse, para no enredarse en cosas indignas de él, sino elevarse con una sonrisa por encima de cosas a las que nunca debería esclavizarse. Del mismo modo, las lágrimas son una expresión del hecho de que cuando se ha roto el hilo que le unía a alguien en el mundo exterior, sigue buscando ese vínculo en medio de sus lágrimas. Cuando fortalece su yo mediante el llanto, se está diciendo a sí mismo: "Pertenezco al mundo y el mundo me pertenece a mí, porque no puedo soportar que me separen de él".

Ahora por fin podemos comprender cómo esta liberación, que se eleva por encima de todo lo bajo y malo, pudo expresarse en la "sonrisa de Zaratustra", ante la cual todas las criaturas de la tierra se llenaron de júbilo, mientras los espíritus del mal huían. Esa sonrisa es el símbolo en la historia del mundo de la elevación espiritual del yo por encima de todo lo que podría estrangularlo. Y si el yo llega a una ocasión en que siente que la existencia no vale nada y que no quiere tener más que ver con el mundo, y si entonces surge en el alma un poder que impulsa al yo a afirmar: "El mundo me pertenece a mí y yo al mundo", entonces este sentimiento se traduce en la frase de Goethe: "Las lágrimas brotan: ¡la tierra me abraza de nuevo!".

Estas palabras dan voz a la convicción de que no podemos aislarnos de la tierra y que incluso en nuestras lágrimas afirmamos nuestra íntima conexión con el mundo en el mismo momento en que parece que nos lo arrebatan. Y para esta afirmación hay una justificación en los profundos secretos del mundo.

Por las lágrimas de su rostro, al ser humano le es dado a conocer su conexión con el mundo y por la sonrisa de su semblante, su liberación de todo lo vil.

Traducido por J.Luelmo abr.2024

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919