GA094 Munich, 28 de octubre de 1906 La conciencia en imágenes de los atlantes

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RUDOLF STEINER

La conciencia en imágenes de los atlantes


Munich, 28 de octubre de 1906

Ayer vimos que el Evangelio de Juan contiene algo que sólo puede experimentarse en niveles superiores de conciencia. Antes de que pueda experimentar tales cosas, el hombre debe primero desarrollarse hacia niveles superiores.

El hombre es un ser en proceso de evolución. Podemos seguirlo desde estados inferiores hasta estados cada vez más elevados. Así lo demuestra la diferencia entre una persona corriente y un genio como Schiller, Goethe o Francisco de Asís. Todo ser humano tiene posibilidades ilimitadas de desarrollo. Para comprender esto, retomemos la conferencia de ayer y utilicemos un diagrama para aclarar las enseñanzas teosóficas básicas sobre la evolución de los seres humanos:

(Durante las siguientes explicaciones, se dibujará el siguiente diagrama en la pizarra, empezando por abajo a la izquierda).


Hemos visto así que el hombre tiene su cuerpo físico en común con todos los seres inanimados, el cuerpo etérico con toda la vida vegetal de nuestro mundo físico y el cuerpo astral con toda la vida animal de su entorno. Luego hemos visto que, en cuanto a su desarrollo, el hombre se diferencia de todos los seres en que puede decirse "yo" a sí mismo.

El yo no es en absoluto una entidad muy simple. Examinado más de cerca, también es algo estructurado. El animal siente, tiene deseo y pasión, la planta no; el animal si debido a que ya posee un cuerpo astral. En éste se desarrolla el yo en el hombre. Sin embargo, este yo ya había estado actuando mucho antes de que el hombre tuviera clara conciencia de ello. Una mirada a la evolución de la humanidad nos enseñará más sobre esto.

La Tierra no siempre fue como es hoy. Su faz ha cambiado repetidamente, los continentes actuales no siempre estuvieron ahí. Durante el penúltimo periodo terrestre, existió un continente, la Atlántida, donde hoy se halla el océano Atlántico. Rastros de ella y la historia de su desaparición se han conservado en antiguas leyendas. En la Biblia, esto se menciona como el Diluvio. Los antiguos antepasados de otro tipo, cuyos descendientes somos nosotros mismos, lo experimentaron. En esta antigua Atlántida, las condiciones del aire y del agua eran completamente diferentes a las actuales. Todo estaba envuelto en una densa niebla. En las palabras Nebelheim, Niflheim aún tenemos un eco de ello. No había lluvia ni sol; en lugar de lluvia sólo corrientes de niebla, en lugar de sol sólo iluminación difusa. Sólo después de mucho tiempo la niebla se pricipitó como agua. El sol sólo penetraba un poco, como una tenue insinuación, a través de la niebla constante. En un entorno así, el hombre también vivía una vida anímico-espiritual completamente diferente a la actual. Fue sólo hacia el final del período atlante, en torno a la zona de la actual Irlanda, cuando el hombre mostró por primera vez la conciencia del yo, cuando el hombre pudo pensar con claridad y lógica. En la niebla no existía la posibilidad de delimitar los objetos como lo hacemos hoy en día. El hombre primero aprende, a partir de su entorno, a desarrollar el tipo de conciencia que tenemos. En la misma medida en que los objetos emergieron de la niebla, el ojo físico aprendió a ver; en la misma medida también se desarrolló el alma consciente y dentro de ella el yo autoconsciente. El hombre ya podía hablar en aquella época.
Si retrocedemos aún más, hasta los primeros tiempos de la Atlántida, encontramos que el hombre tenía un aspecto esencialmente diferente. Entonces no tenía visión externa, sino una forma diferente de percibir, en imágenes. Para comprender este estado de conciencia, imagínense un sueño bastante vívido que refleje algo de su entorno. El siguiente sueño puede servir de ejemplo.

Un estudiante sueña que está en la puerta de la sala de conferencias, otro le roza deliberadamente, lo que constituye una falta grave que sólo puede expiarse con un duelo. Le desafía, se adentran en el bosque, comienza el duelo, suena el primer disparo. Nuestro estudiante se despierta: ha volcado la silla que había junto a su cama. Si hubiera estado despierto, se habría dado cuenta de que se había caído una silla. Pero como su alma consciente se había adormilado en el sueño, lo percibió con una fuerza anímica más profunda y menos desarrollada. Tal desarrollo dramático del sueño es una transformación pictórica de un acontecimiento externo.

Los procesos de conciencia de los antiguos atlantes eran similares. Las imágenes estaban más reguladas, más organizadas, pero no tenían una percepción clara de su entorno. La vida sensorial se expresaba de forma bastante característica en finas percepciones táctiles y cromáticas. Cuando el atlante primitivo percibía una corriente cálida de niebla que se simbolizaba para él en una sensación de color rojo, sabía que algo simpático se le acercaba. O si se encontraba con otra persona que no le agradaba, esto también le era indicado por una sensación muy concreta, que se convertía en una imagen, un color feo. Pero el calor, por ejemplo, se simbolizaba para él en una hermosa nube roja. Así sucedía en múltiples grados y variaciones. Por tanto, los primeros atlantes tenían percepciones visuales. Nosotros sólo tenemos tales percepciones del dolor, que evidentemente sólo está dentro de nosotros, por mucho que sea causado por el mundo exterior y pueda llegar a ser ruidoso. Nuestro dolor también es experimentado interiormente por el alma, y como tal es por lo tanto más verdadero que los hechos externos.

El atlante, por su parte, ya había desarrollado representaciones organizadas. No así el lemúrico. El período lemúrico precedió al atlante. El hombre aún no era capaz de expresar el lenguaje. Sólo era capaz de interiorizar lo que también sentían los animales. Así desarrolló lo que llamamos el alma sensible. Tenemos que imaginarnos el continente de Lemuria, que pereció a causa de las fuerzas del fuego, entre África, Australia y Asia.

Pero ahora volvamos a nuestro esquema: III a Alma Sensible, III b Alma racional, III c Alma consciente son las tres transformaciones, transformaciones ennoblecidas a partir del cuerpo astral. Sólo hacia el final del período atlante el hombre se vuelve capaz de trabajar sobre sí mismo de manera consciente. ¿En qué consiste?

Hasta entonces las fuerzas cósmicas habían sostenido al hombre en su evolución. Ahora el hombre comienza a tomar en sus propias manos su evolución conscientemente, a trabajar en sí mismo, a educarse. ¿En qué cuerpo comienza pues su labor? Es importante prestar estricta atención a la secuencia aquí. Primero el hombre fue y es capaz de trabajar sobre y en su cuerpo astral. Y en general, el ser humano de hoy se encuentra todavía en este nivel de capacidad. En general, podemos decir del hombre actual que utiliza sus experiencias para remodelar su cuerpo astral. Más adelante veremos que una etapa superior del desarrollo consiste en trabajar en los cuerpos inferiores. Quedémonos primero con el primero: la capacidad de transformar el cuerpo astral.

Para ello, comparemos al hombre culto con el salvaje. El salvaje ante todo sigue desenfrenadamente sus instintos, deseos y pasiones, cada antojo. Pero luego puede empezar a trabajar sobre sí mismo. A ciertos instintos les dice: frénate; a otros: elévate. Así, por ejemplo, el caníbal abandona su costumbre de comerse a los de su especie; deja cierto nivel de cultura y se convierte en otra persona. O aprende a actuar lógicamente, aprende a arar, por ejemplo. Así su cuerpo astral se va estructurando cada vez más. Antes poderes externos determinaban al hombre, ahora lo hace él mismo. El cuerpo astral de un salvaje da vueltas en vertiginosos vórtices rojo oscuro, en un hombre como Schiller en verde claro y amarillo, en Francisco de Asís en azul maravilloso. Así se trabaja el cuerpo astral. Lo que el yo trabaja conscientemente en el cuerpo astral se llama yo espiritual o manas. Con el trabajo consciente del yo comienza algo bastante peculiar. Pero antes de que se forme este manas, la parte del cuerpo astral que también posee el animal permanece completamente inalterada. A pesar del aumento del intelecto, el cuerpo astral puede permanecer esencialmente inalterado, por ejemplo, lleno de deseos animales. Hay, sin embargo, influencias que sí transforman el cuerpo sensorial: la religiosidad consciente y el arte. De ellas extraemos fuerza para la auto-conquista y el ennoblecimiento, que es un poder mucho más fuerte que la mera moralidad. El hombre tiene tanto de manas o yo espiritual en función de cuanto haya trabajado sobre su cuerpo astral. Esto no es algo externo, es consecuencia de la transformación de lo que antes era el alma sensible.

Mientras sólo me ocupe de mi cuerpo sensorial, utilizaré mis progresos para reestructurar mi propio cuerpo astral. Ni toda la moralidad ni toda la intelectualidad del mundo pueden hacer más. Pero si en mi actúa una verdadera religiosidad, este poder más fuerte atraviesa el cuerpo astral y actúa en el siguiente cuerpo inferior, el cuerpo etérico. Se trata, por supuesto, de un logro mucho más poderoso que cuando el yo se limita a reelaborar el astral, pues la materia prima del cuerpo etérico es mucho más tosca y resistente que la del cuerpo astral, que es más sutil. Llamamos espíritu vital o budhi al resultado de esta transformación. El espíritu vital es, pues, el cuerpo vital espiritualizado. Una persona que había alcanzado el máximo nivel en transformar el cuerpo etérico se llamaba Buda en Oriente. Este tremendo poder moral emana de la conciencia cuando las tres almas están regidas por un yo fuerte. Para la humanidad en general estas son etapas preparatorias. Sólo el chela trabaja en su cuerpo etérico de manera plenamente consciente. El chela se propone espiritualizar todo en su cuerpo etérico. El chela está completo cuando ha permitido que Budhi fluya completamente en su cuerpo vital, de modo que el cuerpo vital, que él ennoblece desde el yo, se ha convertido en el espíritu vital.

En la tercera etapa, el hombre alcanza el principio más elevado que podemos alcanzar por el momento. Es la etapa en la que él es capaz de trabajar hasta su cuerpo físico. De este modo supera el grado de chela y se convierte en "maestro". Pero hasta entonces, durante la segunda etapa, cuando Budhi resplandece a través de su cuerpo etérico, el hombre adquiere el control de su carácter además de sus principios morales. Es capaz de cambiar su temperamento, su memoria y sus hábitos. El hombre de hoy domina todo esto sólo imperfectamente. Para comprender la tarea del chela, compárense como son ustedes ahora, en relación a como eran cuando tenían diez años. ¡Cuánto han aprendido desde entonces, pero cuán poco ha cambiado su carácter! El contenido del alma ha cambiado por completo, pero los hábitos y las inclinaciones sólo muy ligeramente. Aquellos que de niños eran temperamentales, olvidadizos, envidiosos y desatentos, a menudo siguen siéndolo de adultos. ¡Cuánto han cambiado nuestras ideas y pensamientos, qué poco nuestros hábitos! Esto da una idea de lo duro, firme y difícil de visualizar que es el cuerpo etérico en comparación con el cuerpo astral. A la inversa, ¡Cuánto más provechosa y consecuente es la mejora lograda en el cuerpo etérico!

Sigamos ahora a la tercera etapa. Existe algo que es aún más difícil de poner bajo el control del libre albedrío que nuestros hábitos, que las emociones del alma: es el cuerpo físico en su dependencia animal y vegetativa, mecánica o refleja. Dentro de la evolución humana existe un estadio en el que ningún nervio está activo, ningún glóbulo sanguíneo rueda sin la voluntad consciente del hombre. Esta autotransformación llega a condiciones y estados que fueron fijados mucho, mucho antes de la Atlántida y Lemuria, y que por lo tanto son los más endurecidos por el hábito, los más difíciles de revertir: a estados cósmicos primigenios. En este trabajo el hombre desarrolla a Atman, el hombre espiritual. La disposición para ello está hoy presente en todo ser humano. Todo este ciclo depende del logro de una conciencia del yo plenamente clara.

A este respecto las leyes más fuertes y poderosas son las del proceso respiratorio. La totalidad del hombre espiritual depende de la respiración pulmonar, pues es la expresión externa del acercamiento gradual del yo. En los antiguos tiempos de la Atlántida, surgió esta habilidad a través de decir Yo. En la Lemuria, el hombre no respiraba por los pulmones, sino por órganos parecidos a las branquias. Tampoco caminaba como hoy, sino que flotaba o nadaba en el elemento más líquido, donde el agua y el aire aún no estaban separados. Para mantener el equilibrio, disponía de un órgano análogo a la vejiga natatoria de los peces. Cuanto más se separaba gradualmente el aire, más se transformaba esta vejiga natatoria en nuestros pulmones modernos. Paralelo al desarrollo de los pulmones es el desarrollo de la conciencia del yo. Esto se esconde todavía en la palabra: "Y Dios sopló en el hombre su aliento, y se convirtió en un alma viviente". Atman no significa otra cosa que "aliento". La regulación de la respiración es por tanto una de las ayudas más poderosas en el trabajo del yoga, que nos enseña a controlar todas las funciones corporales. Con esto miramos hacia un futuro en el que las personas se habrán transformado desde dentro.

El trabajo consciente en el cuerpo etérico es, por tanto, obra de chela.

El trabajo consciente en el cuerpo físico: es maestría.

El ser humano percibe el crecimiento hacia estas dos etapas como una apertura de nuevos mundos, nuevos entornos, sólo comparable a las sensaciones del niño cuando emerge al nacer desde el oscuro y cálido vientre materno hacia el frío y luminoso mundo. El momento de dar origen a Budhi se llama segundo nacimiento, nuevo nacimiento, despertar en todos los misterios. Así como en tiempos pasados el hombre dejó un mundo interior, del cual sólo hay ecos en los sueños, así entra en un mundo nuevo como despierto, el mismo mundo en un nivel superior. En aquellos tiempos antiguos el hombre percibía el mundo con la ayuda de sus propias imágenes interiores. En la etapa futura de la clarividencia superior el hombre sale de sí mismo y ve detrás de la esencia de las cosas, ve sus almas. Se trata de una clarividencia que se dirige hacia el exterior y hace hincapié en el "en sí" de las cosas. El vidente, por ejemplo, penetra detrás de la superficie de la planta o de la piedra. Esta clarividencia dirigida hacia el exterior, cuando la mente está plenamente despierta, ilumina no sólo el terreno primordial de su propia alma, sino también el de los seres y las cosas que están fuera de él. Así es como procede la evolución.

El ser humano de hoy vive en estado manásico, es decir, es capaz de realizar cambios esenciales en su cuerpo astral, pero todavía no en su cuerpo etérico, y menos aún en su cuerpo físico. Por lo tanto, el ser humano sólo absorbe de otro lo que corresponde a su estado de desarrollo. "¡Eres como el espíritu que comprendes, no como yo!" Esta palabra también se aplica aquí.

Según la terminología cristiana, los términos se corresponden entre sí:
¿Por qué razón Budhi es llamado la "Palabra-Verbo"? Esto nos lleva al borde de uno de los grandes misterios, y veremos qué gran significado reside en el término "palabra - Verbo".

Hemos visto que el hombre espiritualiza su cuerpo vital (etérico), con el budhi. ¿Qué hace el cuerpo vital en el hombre? Sus funciones son: crecimiento y reproducción, todo lo que diferencia a los seres vivos de los minerales. ¿Cuál es la manifestación más elevada del cuerpo vital? La reproducción, el crecimiento más allá de sí mismo. ¿En qué se convierte ahora esta última manifestación del cuerpo vital cuando el hombre recorre conscientemente el camino de regreso a la espiritualización? ¿En qué se transforma esta fuerza reproductora, en qué se convierte cuando se purifica, cuando se espiritualiza? En la laringe humana, en ella tienen ustedes la purificación, la transformación de las fuerzas reproductoras, y en el sonido vocal articulado, en la palabra humana, la facultad reproductora transformada. Por analogía con la ley "Como todo es abajo así es arriba", también en el mundo físico encontramos el proceso correspondiente: el cambio de voz, la mutación en el momento de la madurez sexual. Todo lo que se convierte en espíritu emana de la palabra o del contenido de la palabra. Esta es la primera aparición de Budhi, cuando el primer sonido articulado emerge del alma humana. Un mantram es tan significativo porque es una palabra articulada mentalmente. Un mantram es, por lo tanto, el medio para que el chela trabaje en lo más profundo de su alma.

Por lo tanto, en lo físico tenemos el poder de la facultad reproductora, a través de la cual la vida se genera y se transmite más allá del propio cuerpo, se convierte en algo permanente. Y del mismo modo que los órganos reproductores físicos transmiten la vida corporal, los órganos productores de palabras, la lengua, la laringe y el aliento, transmiten la vida espiritual como medios de activación. En términos fisiológicos, la estrecha conexión entre la voz y la procreación es obvia. La encontramos en el canto de los ruiseñores, en el apareamiento, en los cambios de voz, en la magia vocal, en el canto, en el arrullo, en el cacareo, en el rugido. Casi podemos decir que la laringe es el órgano sexual superior. La palabra es el poder de procreación de nuevos espíritus humanos, en la palabra, el hombre alcanza un poder creador espiritualizado. Hoy el hombre domina el aire con la palabra, moldeándolo rítmica y orgánicamente, excitándolo y vivificándolo. A un nivel superior es capaz de hacerlo en el elemento líquido y finalmente en el sólido. Entonces habrá remodelado la palabra en palabra creadora. El hombre logrará esto en su desarrollo, ya que originalmente estaba allí. El cuerpo vital, fluyendo de la palabra del espíritu original, debe ser tomado literalmente. Por eso Budhi es llamado la "Palabra", que no significa otra cosa que: Yo soy.

Así vemos con claridad geométrica las maravillosas palabras de Juan: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios (Creador). En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. El cuerpo astral, que brilla como una estrella, se convierte en la luz del Verbo; el Dios primordial, la vida y la luz, estos son los tres conceptos básicos del Evangelio de Juan. Juan tuvo que desarrollarse hasta Budhi para poder captar lo que se revelaba en Cristo Jesús. Los otros tres evangelistas no estaban tan desarrollados. Juan ofrece lo más elevado, él era un despertado. A todos los despertados se les llama Juan. Este es un nombre genérico, y la resurrección de Lázaro en el Evangelio de Juan no es otra cosa que la descripción de este despertar. El escritor del Evangelio de Juan, más adelante oiremos su nombre, nunca se llama a sí mismo otra cosa que "el discípulo a quien ama el Señor". Este es el término para los discípulos más íntimos, para aquellos en los que el enseñante y maestro ha conseguido despertar al discípulo. La descripción de tal despertar la da el autor del Evangelio de Juan en la resurrección de Lázaro: "el Señor lo amaba", fue capaz de despertarlo.

Sólo si nos acercamos a tales documentos religiosos con la más profunda humildad, como es el caso del Evangelio de Juan, podemos esperar alcanzar una comprensión literal y abrir a nuestra comprensión al menos una pequeña parte de su contenido sagrado.

Traducido por J.Luelmo abr,2024




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