GA066 Berlín, 15 de febrero de 1917 - Espíritu y Materia - Vida y muerte

 índice

RUDOLF STEINER

EL ESPÍRITU Y LA MATERIA  -  VIDA Y MUERTE


Del prólogo de Marie Steiner, 1940


Presentamos al público una serie de conferencias que Rudolf Steiner pronunció en Berlín para el gran público. Berlín fue el punto de partida de esta actividad de conferencias públicas. Lo que en otras ciudades se trataba más en conferencias particulares, aquí podía expresarse en una serie de conferencias interrelacionadas cuya temática se superponía. Esto les confería el carácter de una introducción a las ciencias espirituales metódica y cuidadosamente fundamentada y les permitía contar con un público que volvía con regularidad, deseoso de profundizar cada vez más en las nuevas áreas de conocimiento que se abrían, mientras que a los recién llegados se les proporcionaban repetidamente las bases para comprender lo que se les ofrecía.

Conferencia 1

Berlín, 15 de febrero de 1917

El subtítulo de la conferencia de hoy se refiere principalmente a la elección de su tema. En un momento en que estamos rodeados de tanta gravedad, en un momento que lleva en su seno tanto de lo que debe deparar el futuro de la humanidad, me pareció acertado comenzar el ciclo de conferencias de este invierno centrando la atención en las grandes cuestiones del alma humana, de su naturaleza, de su destino, en aquellas fuentes del alma humana donde residen sus fuerzas interiores más fuertes. Y en lo que va a basarse la conferencia de hoy, -una reflexión en el sentido científico-espiritual sobre el espíritu y la materia, la vida y la muerte-, pertenece sin duda a lo que ya dijo el gran filósofo griego Platón, que sin su investigación la vida carece realmente de valor para el hombre.

Quisiera comenzar dirigiendo su atención a algunas mentes que, en el transcurso del siglo XIX y hasta nuestros días, se esforzaron por encontrar una solución a los mismos enigmas que se supone nos ocupan hoy en día, sobre la base de todos los conocimientos científicos del siglo XIX. A partir de todo lo que el pensamiento más profundo de los tiempos modernos ha dado al alma como soporte, ellos se esforzaron por llegar a la comprensión de la relación del hombre como espíritu con la materia, de la relación del hombre como ser en la vida física con el enigma de la muerte. Pues cuestiones como las de la materia y el espíritu han tocado a los hombres de las formas más diversas en todas las épocas, según las correspondientes percepciones de las mismas. Y si uno se limita a hablar de ellas en términos generales, no se acerca realmente a tales cuestiones, sino únicamente cuando lanza su mirada espiritual sobre el alma humana en lucha. Porque sólo entonces se presenta realmente ante el alma el significado que el estudio de estas cosas tiene para la vida inmediata del día, para todo el destino más profundo del hombre. Y aquí quisiera, en primer lugar, dirigir vuestra atención a un espíritu que, aunque murió a los ochenta años, en su manera de ver las cosas y en su empeño sigue hablando directamente como desde nuestro presente, un espíritu que, por la peculiar naturaleza de su alma, se vio impulsado de la manera más intensa a las cuestiones que nos ocupan, en el sentido de que su pensamiento era prácticamente una lucha con lo que la tan admirable ciencia natural tiene que decir sobre los procesos materiales, una lucha con respecto a cómo el espíritu, en el que el hombre se sabe anclado como alma, tiene que relacionarse con lo que le rodea como procesos materiales. 

Me gustaría llamar su atención sobre Gustav Theodor Fechner, que básicamente ayudó a dar forma a toda la educación del siglo XIX en su alma sensible; que fue profesor en Leipzig hasta los años ochenta; que contribuyó a las cuestiones cognitivas del siglo XIX de la forma más completa. Pero eso no nos concierne hoy. Más bien debería preocuparnos una situación de su vida que él mismo describe de un modo maravillosamente tierno justo al principio del libro que contiene tantas profundidades de la lucha de los tiempos modernos, -sobre la perspectiva diurna y nocturna de la cosmovisión humana. Él describe que un día, cuando su vista ya se había deteriorado, se sentó a descansar en un banco del valle de Rosental, en Leipzig, y cómo tenía delante una valla de setos con un agujero, un recorte, a través del cual podía ver un prado. Podía ver el verde del prado -eso dice- y sus ojos, sus débiles ojos, se deleitaban con el verde del prado. Podía ver todo tipo de flores de colores emergiendo del verdor, mariposas de todos los colores retozando sobre el verdor y el esplendor de las flores: podía oír un concierto matutino. Y él, el erudito sensato, no podía evitar dejar que sus pensamientos jugaran dentro de estas percepciones, pensamientos que estaban fecundados por toda la educación científica de su época.

Ahora bien, para acceder a los pensamientos característicos de este espíritu sensible, es necesario visualizar un poco lo que estaba particularmente cerca del pensamiento científico natural de Gustav Theodor Fechner de la época, lo que le había llevado de un modo especial a luchar interior y emocionalmente con el enigma de la materia precisamente en una situación vital así. A menudo he llamado la atención sobre la cosmovisión del siglo XIX, que en mi libro «Los enigmas de la filosofía» describí como la cosmovisión del ilusionismo. En él, señalaba que ciertas consideraciones de fisiología, de epistemología, ciertas formas de ver los fenómenos científicos, llevaron a los pensadores más destacados del siglo XIX a decirse a sí mismos: aquello que el hombre percibe como el mundo de colores que le rodea, como los sonidos que le rodean, no está realmente en el mundo exterior. En el mundo exterior hay átomos que vibran, que se mueven, moléculas, entidades puramente espaciales que se mueven en el tiempo y se relacionan entre sí de una determinada manera. De modo que Schopenhauer y otros ya vinieron a decir: El mundo colorido que nos rodea, el mundo sonoro que nos rodea, en realidad sólo está ahí mientras un ojo humano pueda abrirse para percibirlo, un oído humano pueda oírlo. En sí mismo, si este mundo exterior no es confrontado por un ojo humano, un oído humano, este mundo exterior es oscuro y mudo, un movimiento de entidades oscuras, incoloras, sin luz, sin sonido. Se había llegado, digamos, a tomar en el yo humano, en el alma humana, todo lo que deleita al hombre, lo que lo eleva, lo que lo rodea en el mundo circundante, y a dejar de este mundo exterior sólo la causa muda y oscura de la materia pura. Una mente como la de Fechner no se limita a aceptar tal visión como teoría, sino que la acepta con vistas a la pregunta: ¿Cómo se puede vivir con tal visión? ¿Cómo puede el alma ponerse en relación con el mundo cuando tiene que situarse en una visión así? - Y por eso Fechner se dijo a sí mismo en la situación en la que se encontraba sentado en el banco junto a la valla del seto: «Estoy mirando a través de esta abertura en la valla del seto. Me parece ver el verde del prado, los colores juguetones de las mariposas. Pero la tela incolora y sin luz es sólo una mentira. Creo oír los sonidos del concierto matinal; no están fuera, sólo resuenan cuando las vibraciones del aire provocadas por los instrumentos, los violines y las flautas, afectan a mi oído. Fuera, todo es insonoro, todo es oscuro y silencioso. Y, en realidad, hay que ser consciente de que, al asomarse al mundo de la materia, se está uno asomando a un mundo insonoro y oscuro. - Fechner llamó a esta visión del mundo de la materia la «visión nocturna». Y en repetidas ocasiones señaló  que todo lo que la ciencia natural del siglo XIX sacó a la luz, que en modo alguno debía discutirse, sino más bien admirarse, conducía necesariamente a esta visión nocturna. Y este espíritu sutil no era en absoluto el único que tenía esta visión: «¡Si miráis ahí fuera, estáis mirando a la noche eterna!», sino que decía -y me gustaría leerles sus propias palabras: «Son los pensamientos de todo el mundo pensante que me rodea».

«Por mucho y por mucho que se discuta, filósofos y físicos, materialistas e idealistas, darwinista y anti-darwinista, ortodoxos y racionalistas se dan la mano. No es un elemento decorativo, sino una piedra angular de la visión actual del mundo...»

Y ahora Fechner continúa diciendo: Así pues, sólo cuando esta sustancia muda y oscura, -como él la llama-, incide en la bola proteínica del cerebro humano, se desarrolla el mundo colorido y magnífico a través de lo que tiene lugar en el cerebro; sólo entonces se desarrolla la «visión diurna», pero bajo la influencia de estas condiciones se convierte básicamente en una gran ilusión para la humanidad. Fechner nunca pensó que, por llevar a esta visión nocturna como punto de paso en el empeño por una cosmovisión, hubiera que luchar contra el desarrollo de las ciencias naturales. Él mismo, que era un sutil naturalista, no subestimaba ciertamente la importancia del conocimiento científico, pero centraba su mirada espiritual en un futuro para la humanidad que creía próximo. Y del que creía que la visión nocturna tendría que ceder y ser sustituida por otra, espiritualizada, que no fuera capaz de contradecir lo que el sentido común supone de forma tan despectiva, sino que se apoyara en todo lo que nos rodea en el mundo inicialmente llamado «real» por el hombre ingenuo, pero que a partir de ahí se elevara a un mundo en el que el alma debe conocerse a sí misma como espíritu si no quiere perderse en una devoción insustancial a la materia. Y así dice Fechner, mirando desde este presente hacia un futuro que él prevé: «De hecho, creo que, al igual que a la noche le sigue el día, a esa visión nocturna del mundo le seguirá un día una visión diurna que, en lugar de contradecir la visión natural de las cosas, más bien se apoyará en ella, y en ella encontrará la base para un nuevo desarrollo. Porque, si desaparece esa ilusión que convierte el día en noche, todo lo malo que está relacionado con ella, y hay mucho, tendrá naturalmente que desaparecer con ella, y el mundo aparecerá en un nuevo contexto, bajo una nueva luz, bajo nuevos aspectos positivos.»

El propio Fechner intentó entonces ascender del mundo al que, en su opinión, se dirige la visión cotidiana, a un mundo en el que el alma puede reconocerse como espíritu. Pero hay que decir, sobre todo si se toman como propios los presupuestos de la ciencia espiritual, que no consiguió más que llegar a ciertas, podríamos decir, conjeturas, ideas conjeturales y concepciones sobre un mundo espiritual a partir de los conceptos e ideas que se formó sobre el mundo ordinario y de la ciencia ordinaria.

Si se quiere hablar con conocimiento de causa, se podría decir que intentaba pensar en el mundo espiritual según analogías. La tierra con su envoltura de aire se convirtió para él en un gran organismo; el movimiento de los rayos del sol se convirtió en un análogo de los efectos de los nervios; todo el sistema estelar del sol se convirtió para él en un gran organismo que, al igual que el organismo humano, tiene un alma en su interior. Pero Fechner basaba todas estas ideas sobre un mundo espiritual, en las ideas de la vida cotidiana, las ideas de la ciencia centradas en el mundo material externo. Se podría decir que sólo su sentimiento básico del alma, orientado hacia lo espiritual, le obligó a hacer tales suposiciones, a no detenerse en el mundo de la materia, sino a elevarse a un mundo espiritual que él había construido hipotéticamente.

Si ahora nos preguntamos: ¿En qué punto se encontraba este espíritu sensible, que en su propio desarrollo reflejaba de modo especial el desarrollo de la educación espiritual del siglo XIX?. Entonces se puede decir: Se encontraba justo en el punto de partida de lo que para él puede presumirse, pero que ahora, después de haber transcurrido algunos años desde su trabajo, surge con mayor certeza precisamente de la cosmovisión científica, se encontraba en la puerta de entrada de lo que aquí se entiende por ciencia espiritual. - Esta ciencia espiritual debe partir del punto al que generalmente llega la ciencia externa, centrada en lo material. Debe partir de ese punto, esta ciencia espiritual, al que también penetra la vida cotidiana ordinaria. Esta ciencia y esta vida penetran hasta las concepciones, nociones e ideas que el hombre puede formarse sobre el mundo exterior. Fechner se aferraba, al menos como si se aferrara, al material insonoro y oscuro que se le había impuesto en su imaginación; se aferraba a esta visión nocturna, pero se esforzaba por alcanzar la visión diurna. Esta visión diurna, sin embargo, no puede obtenerse a menos que el ojo del alma se enfoque agudamente hacia donde la ciencia externa, la vida ordinaria del día, llega a una conclusión - a menos que lo que se llama el pensamiento humano y la imaginación humana se enfoquen agudamente. La ciencia espiritual debe comenzar precisamente donde termina la ciencia ordinaria. Por tanto, debe abordar la pregunta: ¿Cuál es la naturaleza de este pensamiento que vive en nosotros, que nos impulsa a formarnos ideas sobre todos los fenómenos, sobre todas las impresiones del mundo exterior, ya sean alegres o dolorosas, más o menos indiferentes, o que contengan las grandes cuestiones del destino?

Sólo se puede llegar a una respuesta a esta pregunta si se intenta afrontar el pensamiento en esa calma que tan a menudo no se da en la vida científica actual y en la fuerza interior del despliegue espiritual de la vida del alma. Entonces se llega a esa visión de este pensar que dice: Este mismo pensar, en el cual se refleja espiritualmente el mundo exterior, ya no es algo que esté ligado a lo material. 

Sé que al pronunciar esta frase, choca inmediatamente con innumerables prejuicios de nuestro tiempo. Necesitaría muchas horas si quisiera dar aquí todos los detalles que fundamentan plenamente el hecho de que, al pensar, ya no tejemos en lo material, sino que ya nos hemos elevado con nuestra alma fuera de la actividad material, dentro de la cual se encuentra el alma por el hecho de tener que utilizar el cuerpo físico como herramienta para su actividad cotidiana.  Uno de los prejuicios más graves de la cosmovisión moderna es que no se reconoce la naturaleza espiritual del propio pensar al observar mentalmente este pensar. Quien no se limita a mirar retrospectivamente y fugazmente el acto de cognición, sino que se pone en situación de retroceder, por así decirlo, del acto de pensar, pero de tal modo que el pensar que cultiva en la cognición se presenta ante el alma como una especie de representación de la memoria, de tal modo que puede ser observado con precisión; Así pues, quien no permanece en el pensar donde no se le puede reconocer, sino que quien retrocede del pensar, por así decirlo, reconoce que al pensar vive en este pensar del mismo modo que, -por utilizar esta comparación, que ya he empleado aquí varias veces-, uno vive en sí mismo cuando se encuentra ante la superficie de un espejo. La superficie reflectante te devuelve una imagen de tu propio ser, pero tú lo sabes muy bien: este propio ser no está dentro del espejo, el espejo es sólo la causa de que se refleje de nuevo en mí. Al reflejarme, experimento mi ser, y sé que la imagen de mi ser sólo se refleja de nuevo en mí. No percibiría esta imagen si el espejo no estuviera allí. Pero sé que el espejo no tiene nada que ver con mi ser, excepto que refleja mi imagen hacia mí.

Una observación del pensar, precisa y sin prejuicios, muestra que este pensar está tan ligado al cerebro como instrumento del cuerpo, que este cerebro, este instrumento del cuerpo, es como el espejo, pero no como un espejo muerto, sino como un espejo vivo, como oiremos dentro de un momento. Pues lo que vive y se teje como pensamiento no tiene lugar ahí dentro a través de los procesos del espejo, sino que tiene lugar en el propio ser anímico fuera del cuerpo, y el cuerpo no es más que la oportunidad para que yo tome conciencia de aquello que, de otro modo, no llegaría a mí como imagen del pensar. Y una observación imparcial de este pensar muestra, que cuando el hombre entiende este pensar mismo como resultado de algunos procesos en el cuerpo, va muy desencaminado. Este error debe señalarse aquí en primer lugar mediante una comparación.

Cuando caminamos por un sendero que tiene, digamos, el suelo reblandecido, las huellas de nuestros pasos permanecen en este suelo. No podríamos caminar si el suelo no nos opusiera resistencia, si no pudiéramos pisarlo. Imprimimos las huellas de nuestro caminar en el suelo. Pero sería absurdo que los que vengan después de nosotros creyeran que las huellas impresas en el suelo fueron causadas por fuerzas de la propia tierra. Sólo los entendidos en la materia saben que un ser que no tiene nada que ver con la tierra ha caminado sobre ella, pero todo lo que este ser ha realizado queda impreso en la tierra.

Para el observador que puede elevarse a la auto percepción del pensar, la relación del pensar en el alma con el sistema nervioso se presenta aproximadamente así. El sistema nervioso debe estar ahí; toda su organización físico-corporal debe estar ahí; en esta vida entre el nacimiento y la muerte, el alma no podría desarrollar el pensar, así como tampoco podríamos caminar sobre un abismo si no tuviéramos un suelo bajo los pies. El alma no percibiría este tejer en el pensar si no estuviera confrontada con aquello en lo que imprime, teje, aquello que vive en ella anímico-espiritualmente, como con un suelo. Entonces el fisiólogo, el biólogo, puede venir e investigar que todo cuanto el alma ha tejido, ha moldeado, los procesos que hay en ella, etc., esto también se imprime, se reproduce en las herramientas del cuerpo; entonces puede desarrollar el punto de vista correcto para todo en detalle: que todo cuanto vive en el alma es demostrable en el cerebro humano, en el sistema nervioso humano. Pero se iría por mal camino si todo lo que vive y se teje en el pensar, se explicara como si brotara, por así decirlo, de los procesos internos del cerebro, del aparato nervioso.

Las verdades que expongo no pueden fundamentarse en el sentido habitual, como hoy en día se suele preferir, mediante una lógica ligeramente abreviada. Incluso pueden ser muy fácilmente atacadas y criticadas debido a tal lógica ligeramente abreviada. Pero el que se dedica a los métodos que aquí se han descrito más a menudo que a los métodos de la investigación espiritual, es decir, el que se permite tranquilizarse completamente en su alma para poder experimentar realmente este recogimiento del pensar, llega a estas verdades como dadas directamente en la experiencia, exactamente del mismo modo que el científico del mundo exterior llega a sus resultados, a través de la contemplación del alma, que se dirige así hacia el tejido y la esencia del pensar. Estas verdades deben ser experimentadas, deben ser vividas, pero pueden experimentarse mediante el hecho de que el investigador espiritual desarrolle primero esos métodos internos de investigación que he descrito a menudo aquí, que también podéis encontrar descritos en mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?» y en mi «Ciencia Oculta en Esbozo» y ahora en relación con la ciencia exterior en mi último libro «Sobre el Enigma del Hombre». Cuando el investigador espiritual ha alcanzado así el punto de ver realmente a través de la naturaleza espiritual del pensar, entonces también puede ascender a etapas posteriores de exploración del mundo espiritual. Porque entonces puede desarrollar aún más lo que de otro modo vive en el pensar y no se reconoce, de modo que, por así decirlo, mediante el despliegue de una vida interior especial, que se describe en esos libros, se encuentra en el pensar que vive independientemente del mundo físico. Es un desarrollo ulterior de esa independencia del pensar que puede reconocerse en su esencia. Es, por así decirlo, una aceptación de lo que el mundo nos da como lo primero verdaderamente espiritual: del pensar como fundamento, como raíz, a partir de la cual ahora se deja crecer todo lo que puede desarrollarse mediante una mayor meditación y concentración del pensar, mediante otros métodos de investigación espiritual descritos en esos libros. Pero al no limitarse a considerar el pensar como algo que, por así decirlo, nos desvía de lo material, que se opone a nuestro mundo material como un ser espiritual independiente, sino desarrollándolo más en el trabajo anímico interno, llegamos a experimentar en un sentido más intenso lo que puede llamarse vida en el hombre espiritual, independiente del hombre material, el desprenderse de todo lo que el hombre es como ser físico-material. Este desprendimiento de lo anímico espiritual del cuerpo físico se hace realidad cuando el hombre desarrolla aún más su pensar de la manera indicada.

Y entonces el hombre llega a ver que para su cognición, -no para la vida-, se hunde en la noche, lo que Fechner llama la visión diurna. Al sumergirse por completo en la vida y el entretejerse del pensar puro, libre de sentidos, desaparece realmente el mundo exterior de efectos materiales que inicialmente nos rodea. En cambio, la mirada espiritual del hombre se dirige hacia su propio ser, y el hombre, mientras que de otro modo siempre se conoce a sí mismo como sujeto, ahora se tiene ante sí como aquello en lo que vive; se convierte -si se me permite la expresión- en un objeto para sí mismo, se distancia de sí mismo.

Al decir esto, puedo referirme a un segundo espíritu del siglo XIX que, por ser no sólo un pensador y científico teorizador, sino también un pensador y científico sensible, sintió la peculiar manera de pensar, y que fue impulsado por este pensamiento a captar realmente la esencia sin sustancia de su propio pensar, -me refiero al menos conocido, pero realmente, me gustaría decir, toda la fuerza del pensamiento alemán del siglo XIX. Karl Rosenkranz, que fue el sucesor, el posterior sucesor de Kant en la cátedra de filosofía de Königsberg hasta los años setenta, fue alumno de Kant y de Hegel. Karl Rosenkranz fue un alumno de Kant y de Hegel, pero un alumno que, en su espíritu igualmente sensato, supo realmente convertir las cuestiones de conocimiento en cuestiones de vida, en cuestiones de destino, y que supo decir: Debes llegar a un punto en tu pensamiento en el que seas independiente de todo el mundo sensorial externo, al que primero quieres acceder a través del pensar. Y ahí es donde a Karl Rosenkranz se le ocurrió la idea de pensar independientemente del mundo externo, del mundo material. Y la forma en que Karl Rosenkranz habla del pensar cuando se sabe independiente del mundo exterior, que por lo demás sostiene y apoya a las personas en la vida, la forma en que Karl Rosenkranz habla de este pensar, muestra lo que él sentía, lo que significa hacer una transición del mundo físico exterior de la materia al mundo espiritual, lo que significa, por tanto, para reconocer lo que es el espíritu, abstenerse realmente por una vez de todo lo que nos rodea materialmente como mundo, y retirarse al puro pensar del mundo. Allí este pensar, si no puede experimentar el desarrollo que acabo de indicar, se encuentra inicialmente en su terrible vacío. Pues en la vida ordinaria estamos acostumbrados a dirigir nuestro pensar a las cosas exteriores, a hacernos representaciones en nuestro pensar, de las cosas exteriores que nos afectan a través de los sentidos. Si ahora prescindimos del mundo exterior, como quería Karl Rosenkranz, y sobre la base de saber que este pensar está libre del cuerpo, nos retiramos al pensar sin desarrollarlo más y ascendemos a un salir del cuerpo, entonces el pensar permanece vacío. El mundo exterior es expulsado de él; el propio pensar está vacío. El hombre alberga un pensar que anida en su alma, por así decirlo, en completa soledad, como si el mundo no estuviera allí. Hablar de esta idea teóricamente es relativamente insignificante. Pero para un conocedor que toma el conocimiento como un gran enigma de la vida, como un destino de la vida, este pensar no es insignificante. Se convierte en el tormento interior del alma, el sentimiento de soledad, el sentimiento de abandono del alma frente al mundo exterior. Y Karl Rosenkranz expresa este sentimiento de un auténtico pensador que lucha por el conocimiento vivo con las siguientes, yo diría, sentidas palabras: 

"La idea más estremecedora, que apenas me atrevo a imaginar y apenas puedo expresar, es que no existe nada en absoluto. La sola idea del abismo absoluto e informe del mundo me hace bostezar (gänhnt). Me susurra como si traicionara a Dios. Me atenaza una angustia, como en mi infancia, cuando leía el Apocalipsis de Juan y el cielo y la tierra se derrumbaban en él. El mundo se extiende a mi alrededor en toda su amplitud, con todo el desafío de la virtualidad sensorial», -es decir, el efecto de las fuerzas-, »y parece burlarse de mi imaginación. Me fuerza a entrar en sus círculos, me obliga a obedecer sus órdenes, se ríe de mi pensamiento de su nada como un producto de mi imaginación. Y, sin embargo, este pensar, aparentemente absurdo de lo que sería si este mundo no fuera, es un gigante que juega con toda la existencia empírica.»

Por consiguiente, el pensador que se para, por así decirlo, ante la puerta de la ciencia espiritual, es decir, que llega directamente al pensar que se ha desprendido del mundo de los sentidos, pero se detiene ante la puerta y no entra en el lugar de la ciencia espiritual, donde el pensar es tratado ahora como una raíz a partir de la cual, mediante el desarrollo de métodos científicos espirituales, se desarrolla toda la planta de esos poderes de conocimiento que ahora pueden mirar en el mundo espiritual. Para darse cuenta de la importancia de la ciencia espiritual para la vida actual, hay que recordar a aquellos pensadores que aún no pudieron encontrar su camino hacia la ciencia espiritual, pero que, precisamente a partir de la época de la ciencia natural, sintieron lo que sucede en el alma cuando ésta quiere abrir la puerta, cuando llega al pensar que es un punto final para la vida externa y para la ciencia externa, pero que es el comienzo y el punto de partida para el verdadero reconocimiento del mundo espiritual.

Y entre estos pensadores, -como ejemplos de precursores de la ciencia espiritual a los que me refiero aquí, elijo a pensadores que no eran teóricos abstractos, sino para quienes el empeño por investigar los enigmas de la vida humana era una profunda cuestión de destino para sus almas-, cuento también a Gideon Spicker, que enseñó filosofía durante tanto tiempo en la universidad de Münster, y que ya mostró a lo largo de su vida exterior que para él el conocimiento era un destino vital, una cuestión de vida. Con un alma ferviente que buscaba experimentar el espíritu, Gideon Spicker, -él mismo lo describió en su bello libro publicado en 1908: «Vom Kloster zum akademischen Lehramt»-, se hizo capuchino, se hizo sacerdote; luego, el camino que debía tomar su conocimiento le llevó a abandonar el monasterio y a sumergirse en la filosofía para encontrar el camino que le condujera a la entrada en el mundo espiritual. Gideon Spicker también llegó al punto en el que el pensar es abandonado a su suerte, en el que se queda solo si no sabe actuar como he indicado. Por eso Spicker dice de este pensar:

«Todos (los filósofos) sin excepción parten de una frase no probada e indemostrable, a saber, la necesidad del pensar. Ninguna investigación, por profunda que sea, puede ir más allá de esta necesidad. Debe ser asumida incondicionalmente y no puede ser justificada por nada. Todo intento de probar su corrección siempre la presupone». Y ahora viene esa palabra en la que se ve cómo en los conocimientos de su alma toca directamente las potencias del corazón. Gideon Spicker continúa diciendo: «Debajo de él se abre un abismo sin fondo, una espantosa oscuridad no iluminada por ningún rayo de luz. Por eso no sabemos de dónde viene ni adónde conduce. Si un Dios misericordioso o un demonio maligno los puso en razón es incierto».

Por ello, Spicker centra la mirada del alma en este pensar. Él encuentra: Si no presuponemos que el pensar nos ilumina correctamente sobre los asuntos del mundo, si no reconocemos la necesidad del pensar a su manera, entonces no podemos encontrar en absoluto nuestro camino en el mundo. Pero detrás de esta necesidad, dice Spicker, se esconde el abismo sin fondo. Spicker demuestra así también que se encuentra ante las puertas de la ciencia espiritual, pero no puede entrar en ellas. Y según su punto de vista, es imposible decidir qué es lo que realmente ha puesto la razón que necesariamente debemos presuponer en nuestra razón, si un Dios misericordioso o un demonio maligno.

Si se quiere comprender todo el significado del conocimiento para la vida, hay que tomarse en serio el pensar. ¿Qué no puede hacer un pensador que se siente obligado a hablar como Gideon Spicker? No puede retrotraerse ante el pensar para observar este pensar y así llegar a la convicción de que este pensar es de naturaleza espiritual. Pues entonces se presenta en su propia naturaleza, tal como es, precisamente porque las cosas, cuando uno las mira, revelan su propia naturaleza, y no nos deja la elección entre el Dios misericordioso y el demonio maligno que podría haberlo puesto en razón.

En el camino del conocimiento científico-espiritual, todo depende de que nos familiaricemos con la naturaleza del pensar, no aceptando este pensar como algo último, sino considerándolo como una primera etapa que debe llevarnos más lejos.

Quisiera señalar cómo, a partir de la vida ordinaria, el hombre, con sólo dirigir su atención íntima a ciertos fenómenos más sutiles de la vida, puede adquirir la convicción de que el pensar no vive meramente en nuestro yo, en nuestra alma o incluso en nuestro cerebro, sino que tiene una existencia esencial en el mundo exterior, que el pensar es un colaborador entre las fuerzas creadoras, que teje y vive a través del orbe; que no es el pensar en nosotros, sino que vivimos con nuestra alma en el mundo entretejido con el pensar. Para llegar a esta convicción no se requiere todavía la aplicación de los métodos de la ciencia espiritual, no se requiere todavía una entrada viva en la investigación científica espiritual propiamente dicha, sino sólo una observación íntima de ciertos procesos. Cuando una persona se despierta en condiciones favorables a estas cosas, puede retener algo así como un oscuro recuerdo de lo que ocurrió justo antes de despertarse. Como si fluyeran del estado de sueño al estado de vigilia, pueden penetrar en éste pensamientos de los que el hombre puede darse cuenta de que nunca los habría pensado en el estado de vigilia, de que no están relacionados con nada que pueda pensarse en el estado de vigilia.  Sólo puedo señalar estas cosas; si tuviéramos más tiempo, veríamos que todas las objeciones de reminiscencias, recuerdos y demás, que podrían ser tales ideas, se desvanecerían si las examináramos más de cerca. Pero entonces, cuando uno encuentra algo así como una verdad interior de la experiencia: «Uno emerge realmente con su alma del pensar flotante y vivo», entonces uno sabe al mismo tiempo, cuando los momentos son favorables, me gustaría decir, cuando el alma está justamente dotada para percibir algo así: eso que está ahí como el propio ser-pensamiento, que se entreteje con el propio ser y, de hecho, ahora corporal. Porque uno se da cuenta de que lo que realmente ha vivido en el sueño son los procesos del ser interior, del propio cuerpo. Estos procesos, - se puede leer sobre ellos en mi último libro «Vom Menschenrätsel»-, que uno experimenta en el sueño y que a veces se elevan en el soñar, estos procesos son imágenes de la experiencia interior del cuerpo. Si uno tiene estos dos conocimientos: el conocimiento del tejer independiente de los pensamientos en el universo, de los pensamientos vivos, y del tejer de tales pensamientos en nuestra propia fisicalidad, entonces uno tiene también un punto de partida, fundado en la percepción, para un trabajo meditativo interior en su alma, con el fin de ascender ahora al conocimiento del mundo espiritual.

El conocimiento de la naturaleza espiritual del propio pensar, que se puede adquirir en el estado de vigilia, un conocimiento más preciso, más íntimo del pensar, que se puede adquirir de la manera indicada en último lugar en momentos especialmente favorables de la vida, sirve de apoyo para emprender ahora realmente el trabajo interior del alma, que tiene que emprender el investigador espiritual: Considerar este pensamiento, -por decirlo una vez más-, como una raíz que ahora se despliega a través del trabajo interior del alma, al que hoy sólo puedo referirme, una raíz que finalmente lleva al hombre al punto en el que realmente puede salir de su cuerpo con su alma y espíritu, y ahora enfrentarse a sí mismo tal como es en la vida cotidiana, como de otro modo uno se enfrenta a las cosas externas en la percepción sensorial. Este salir del cuerpo es definitivamente una realidad que le llega al hombre cuando hace ciertos ejercicios del alma. 

Pero entonces el ser humano no sólo es capaz de mirar el mundo que le rodea a través de los instrumentos del cuerpo; existe otro mundo que no es el mundo de los sentidos, aparece ahora un mundo del espíritu. Al entrar en este otro mundo del espíritu, el hombre no se convierte, -ya lo he mencionado varias veces, pero es necesario decirlo una y otra vez, porque es precisamente de este lado de donde provienen la mayoría de los ataques-, en un adversario de la ciencia natural, sino que, por el contrario, todo lo que ha sido justificadamente aportado por la tan admirable ciencia natural más reciente se demuestra precisamente, y más intensamente de lo que la ciencia natural puede hacerlo, por aquello que la observación espiritual encuentra en el mundo.

En mi libro «Sobre el enigma del hombre» llamé a esta visión, que el hombre alcanza estando dispuesto a desprenderse de las condiciones de los procesos materiales, la «conciencia observadora», por la razón de que quería enlazar con la visión del mundo de Goethe, como en todos mis esfuerzos cintífico-espirituales. En su bello ensayo sobre la «fuerza contemplativa del discernimiento» señaló que el hombre, si quiere aspirar a un conocimiento que sustente lo espiritual, debe llegar a no limitarse a captar pasivamente el mundo material exterior, sino a fortalecerse interiormente para captar interiormente lo espiritual del mismo modo que se capta el mundo sensual exterior desde fuera a través de los sentidos. Y he llamado a esta vida en la conciencia que observa un despertar de la conciencia ordinaria de la vida cotidiana y de la ciencia ordinaria, que puede imaginarse como similar al despertar del mundo de los sueños al mundo de la conciencia ordinaria de vigilia. Y así, para expresar lo que realmente quiere decir, el investigador espiritual se vería obligado a referirse a tres estados de conciencia: A la conciencia onírica, en la que el ser humano está completamente centrado en los procesos de su propio cuerpo, que, podría decirse, le confrontan parcialmente, pero no tal como son, sino en el tejer y vivir de los pensamientos, que revelan, como en una vivencia imaginativa, lo que en realidad son procesos corporales interiores. Las imaginaciones durante la vida onírica se dirigen definitivamente hacia el interior corporal del ser humano. El ser humano está, por así decirlo, encerrado en su piel y, si quisiera ser más preciso, podría decir que no es la conciencia real del cerebro humano la que está implicada en las imágenes del sueño, sino que el alma en el sueño, se vuelve hacia aquello que, aparte de los procesos del cerebro, tiene lugar en el cuerpo. Pero esto se expresa en las imágenes que a veces aparecen tan coloridas y espléndidas, a veces tan caóticas ante el alma. Quien dirija ahora su mirada de alma inquisitiva a este mundo de las imágenes oníricas, comprobará que, en el fondo, las imágenes mismas, tal como se desbordan en sueños, -aunque sólo sea como revelación de la vida interior-, no difieren en su contenido, en su esencia, de las imágenes que tenemos en la vida cotidiana.

Despertar es algo completamente distinto, es un acto de la voluntad. No cambia la naturaleza de las percepciones, sino que el ser humano se fortalece en su voluntad, a través de su voluntad se sitúa realmente en una relación con el mundo exterior, que los sentidos nos revelan. Y así relaciona con el mundo exterior lo que de otro modo sólo se dirigiría hacia su interior. Pone su pensar, su imaginación, por así decirlo, sobre la superficie de la existencia exterior, porque se ha fortalecido en su voluntad, porque se ha colocado en el mundo exterior con su imaginación. Y estar despierto significa: organizar con todo el ser humano, a través de la voluntad, la vida de la imaginación en las relaciones del mundo exterior.

En la conciencia observadora, esto se convierte realmente en una verdad hasta cierto punto, que no debe malinterpretarse, sólo que ahora se comprende cómo, desde un punto de vista superior, este mundo sensorial exterior es a su vez sólo un mundo de imágenes; lo aceptamos de un modo grosero-material, tosco, como una realidad última en la vida ordinaria, del mismo modo que sentimos nuestro mundo onírico como una realidad en los sueños. Pero cuando despertamos del sueño, el mundo onírico se convierte para nosotros en un mundo de imágenes. Y sólo desde el punto de vista de la conciencia despierta comprendemos cómo categorizar el mundo onírico de la manera correcta dentro del mundo en su conjunto.

Pensadores más profundos, sintiendo en sus almas una fuerza hacia el mundo espiritual, han llamado ahora al mundo de los sentidos, en su grosera realidad material, un mundo de imágenes, «comparativamente», no para establecer ideas engañosas en algún falso ascetismo, y lo han comparado con los sueños, -no los han equiparado, sino comparado. Sobre todo, el gran pensador alemán Fichte tiene un pasaje maravilloso en su escrito sobre el destino del hombre, donde habla de la vida y el tejido de lo que se ve a través de los sentidos. Allí dice Fichte: «Las imágenes son: son lo único que hay, y saben de sí mismas a la manera de imágenes; - imágenes que flotan sobre sin que haya nada sobre lo que flotan: que están conectadas por imágenes de las imágenes.... Toda la realidad se transforma en un sueño maravilloso sin vida que se sueñe, y sin espíritu que sueñe; en un sueño que se conecta en un sueño de sí mismo.»

Estas palabras no tienen la intención de instruir al hombre a ignorar el mundo real de una manera engañosa, en el que se encuentran sus deberes, en el que debe tener lugar su vida entre el nacimiento y la muerte, ni tienen la intención de distraer al hombre de este mundo, sino para llamar su atención sobre el hecho de que uno puede despertar de la conciencia ordinaria, como uno despierta de la conciencia del sueño, a una conciencia superior en la conciencia observadora. Y en la conciencia observadora, uno organiza las imágenes del mundo de los sentidos, que de otro modo le rodearían, en el mundo espiritual, que ahora se abre ante uno del modo que se ha mencionado. Pero entonces, cuando uno experimenta el mundo espiritual directamente en el alma, recibe un nuevo punto de vista sobre la relación del espíritu con la materia. Porque entonces se llega a ver en el propio hombre esta relación del espíritu con la materia. La conciencia despierta, observadora, que hasta cierto punto se ha apartado del hombre y mira desde fuera lo que el hombre hace en la cognición ordinaria, esta conciencia tiene una visión del mundo distinta de la visión nocturna mencionada por Fechner. Esta conciencia observadora se dice a sí misma: «Ciertamente, por todo lo que el hombre piensa y siente, por lo que se alegra, por lo que sufre, hay procesos físicos en el hombre entre el nacimiento y la muerte en la vida física ordinaria. El ser humano experimenta todo lo que experimenta anímicamente a través del cuerpo, que se lo refleja como un espejo, de lo contrario no lo sabría. El cuerpo está ahí para que el ser humano pueda desarrollar una conciencia de ellos. Pero dando un paso atrás y reconociéndose realmente a sí mismo en una auto-observación real, no soñada, llega a una visión diferente de la visión nocturna.

Entonces llega a decirse a sí mismo: Sí, para que yo vea los colores del mundo, deben tener lugar ciertos procesos en mi sistema nervioso, en mis instrumentos corporales; pero cuando veo el azul, el rojo, cuando oigo la nota do o do sostenido, los procesos en cuestión ya han tenido lugar. La propia alma, en su tejer y en su vivencia espiritual, imprime lo que hace en, digamos, el cerebro; el cerebro irradia de vuelta al alma, que está dentro del cuerpo, lo que la propia alma imprimió previamente. Y después de que el alma dejase una huella en el cerebro, el cerebro se transforma en un ser reflectante, que irradia de vuelta la huella. Y el alma, al vivir sólo de sí misma, percibe esta huella como rojo y azul, o Do o Do sostenido. Es el alma la que ya ha trabajado en el cerebro antes de percibir. Toda la percepción es un reflejo que se produce porque el alma ya ha trabajado en el cuerpo antes de que se produzca la percepción.

Allí se ve ahora aquella esencia del hombre que no puede reconocerse con la conciencia ordinaria, que sólo puede verse a través de la conciencia observadora. Pues sólo el mundo de la percepción sensorial se revela a la conciencia ordinaria. Pero los pensamientos ordinarios están separados de la percepción sensorial. Pero ahora vemos bajo la superficie de la percepción de los sentidos; ahora vemos la actividad que de otro modo permanece inconsciente. Ahora vemos cómo el alma entra en relación con la sustancia, cómo el espíritu y la sustancia cooperan. Sin embargo, esta cooperación del espíritu y la sustancia se presenta al observador de un modo que al principio resulta sorprendente, tal vez incluso chocante: Mientras el ser humano vive a través de lo que recibe por la habitual herencia física del padre y de la madre, vive en algo que brota y crece, que hasta cierto punto procede en un efecto natural de desenvolvimiento, que es como el desarrollo de lo que brota de algún germen y quiere hacerse cada vez más y más perfecto. A medida que el hombre comienza a desarrollar su alma, es decir, a medida que el alma como espíritu entra en relación, en interacción con la sustancia que forma su cuerpo de la manera descrita, el alma lleva a cabo continuamente en la imaginación, en el sentir, en el conjunto de la experiencia espiritual ordinaria, eso que me gustaría llamar degradación. No podemos abrigar ninguna sensación, ninguna idea, sin que aquello que de otro modo brota y retoña sea combatido, rechazado, desintegrado por el alma. Al rechazar la vida que brota y retoña de los nervios, por así decirlo, el alma produce lo que luego se refleja. Digamos, tal vez para expresar algo innecesario: Cuando el alma ve azul, lleva a cabo en los nervios un proceso que es en realidad un proceso de destrucción, un proceso de descomposición. Este proceso forma, por así decirlo, la superficie reflectante que refleja el azul. Así pues, el alma debe disolver continuamente la materia, hacer que se desintegre, pero luego se restablece, ya sea en el sueño ordinario o en el sueño que siempre está presente, que también acompaña a la vida de vigilia, y donde siempre se restablece. Pero respecto a la relación del hombre con el espíritu y la sustancia, lo que se revela a la conciencia observadora nos muestra que el espíritu se desarrolla, que despliega la conciencia espiritual para el hombre, por ejemplo, combatiendo continuamente a la sustancia, destruyéndola continuamente, casi podríamos decir.

De este modo se ve un proceso que de otro modo permanecería por debajo del umbral de la conciencia, un proceso que conocían bien aquellos que también se han acercado a la ciencia espiritual en su forma más antigua; por eso han llamado al paso por la puerta del conocimiento espiritual un «paso por la puerta de la muerte». Puede verse que lo que se llama muerte no es meramente el proceso puntual que el hombre experimenta al final de su vida, sino que la muerte es aquello que está continuamente activo en el hombre, tan activo que continuamente se está luchando contra lo vivo, que la muerte siempre está teniendo lugar, solo que en pequeños efectos parciales. Y precisamente porque la muerte actúa desde el nacimiento, o digamos desde la concepción del ser humano, pero de tal manera que su efecto siempre puede volver a equilibrarse, la vida y la muerte en el ser humano trabajan continuamente juntas. Y puesto que lo físico, en su crecimiento, es combatido por lo espiritual, así se desarrolla lo espiritual.

Esta es una verdad que sorprende cuando uno se da cuenta de todo su significado. Lo físico se desarrolla brotando y germinando; pero todo lo que brota y germina está también sujeto a un desarrollo regresivo, a una decadencia. Esta decadencia se muestra siempre, -sólo en el proceso acelerado en la muerte-, cuando ha de desarrollarse la conciencia, la autoconciencia, en suma, cuando ha de desarrollarse la espiritualidad, que ha de mostrarse siempre afirmando lo material. De este modo, la conciencia observadora está en realidad viendo constantemente la cooperación de la muerte. Y la muerte es la base a partir de la cual se desarrolla la espiritualidad del alma humana; a medida que el alma se enfrenta a la vida, debe, para llegar al espíritu, estar activa con la muerte en la vida.

Cuando la conciencia observadora ha hecho este descubrimiento interior, entonces, si se continúan los métodos del alma interior descritos en los libros mencionados, es cuando puede ir más allá; entonces puede llegar a conocerse a sí misma no sólo en espíritu de tal modo que vea cómo pueden producirse realmente los fenómenos materiales, las revelaciones materiales, cómo actúa la muerte, por así decirlo, en sus fenómenos parciales de hora en hora, de momento en momento, sino que ahora también aprende el alma que se ha liberado del cuerpo, -y esto se encuentra en franca progresión en esos métodos que se han indicado-, aprende a examinar el alma como con una mirada lo que tiene lugar, ahora no en el espacio, sino en el tiempo: El desarrollo de toda la vida, el modo en que el alma actúa en el cuerpo entre el nacimiento o la concepción y la muerte. Por supuesto, no en los detalles, al igual que uno no puede prever el tiempo que hará el día siguiente, pero sí puede prever que el sol volverá a aparecer el día siguiente después de ponerse. Entonces el alma se vuelve tan libre que no sólo se sabe independiente del cuerpo, sino que se eleva gradualmente hasta saberse también independiente de la vida física ordinaria, que transcurre entre el nacimiento o la concepción y la muerte. Entonces se conoce a sí misma en el estado en que se encontraba antes de entrar en esta vida física mediante el nacimiento o la concepción. Del mismo modo que el ser humano supera el espacio en la vida física, el alma supera entonces el tiempo; aprende a contemplar la vida desde un punto anterior al nacimiento y la concepción, en el que se siente conocedora; aprende a ver esta vida como una unidad, en cierto sentido la totalidad de la vida sobre el trasfondo de la muerte, que ahora culmina esta vida. Así como el ser humano con la conciencia observadora ve lo que experimenta en sus sentidos sobre la base de los procesos de decadencia y descomposición en su cuerpo, como he descrito, así también ahora esta conciencia observadora, al no sólo retirarse del cuerpo sino también liberarse de la vida corporal, ve la vida como sobre el fondo de la muerte. Pero esta muerte aparece ahora no sólo con su superficie, como aparece a la vida física exterior, sino que esta superficie aparece como transparente, y detrás de la muerte aparece la vida espiritual. Así como el vivir y tejer del alma en el cuerpo aparece detrás del proceso de destrucción del cuerpo, así el espíritu del universo, en el que el hombre es absorbido cuando atraviesa la puerta de la muerte, aparece detrás de la superficie de la muerte. Esta muerte es, por así decirlo, la superficie. Esta muerte tiene un interior. A través de la muerte, el hombre ve la vida y el tejer del espíritu en el universo.

Entonces el hombre se conoce a sí mismo erguido en el espíritu, y sabe que, después de haber vivido esta vida terrena entre el nacimiento y la muerte, atraviesa la puerta de la muerte, es absorbido por el mundo espiritual, del mismo modo que durante el despertar ordinario es absorbido en su alma por el cuerpo físico. Sabe que cuando esta vida corporal se aleja de él, el mundo espiritual se eleva tras la puerta de la muerte. Sabe que la muerte es la apariencia superficial. Detrás de la muerte aparece el mundo espiritual; ahora el hombre sabe que está dentro de él. Pero así el hombre sabe también que esta vida, que vive en lo material, tiene su razón, su sentido para toda la vida física y espiritual, para la vida total del hombre. Porque el hombre sabe que lo que experimenta en la materia permanece en su conciencia, y esta conciencia permanece con él, - al igual que permanecen en la memoria los pensamientos de la vida ordinaria, -cuando ha atravesado la puerta de la muerte. La vida que ha transcurrido en el cuerpo perdura en su alma, y a través de esta revisión de lo que, por lo demás, ha experimentado en su cuerpo, él da forma a las facultades preparatorias para la siguiente vida en la tierra. Y así el hombre aprende a examinar lo que puede llamarse vidas terrenas repetidas, -una verdad de la ciencia espiritual, de la que se hablará en la siguiente conferencia, donde se hablará del destino del alma, y donde se tomará como punto de partida al que se ha llegado hoy.   Sólo quiero añadir que de este modo el hombre no aprende a considerar la vida terrenal como insustancial, como sin sentido. Sino porque lo que tiene que atravesar, lo que toma en sí mismo en esta vida terrenal, tiene que ser llevado a través de la puerta de la muerte al mundo espiritual, donde vive como un recuerdo total como una fuerza en su alma para atravesar las eternidades, para labrar nuevas vidas terrenales, el hombre aprende a vivir en el mundo espiritual a través de la ciencia espiritual. Y al aprender a vivir en el mundo espiritual, se hace evidente que este aprendizaje tiene aún otro significado: G. Th. Fechner añade otra observación a la que hizo sobre su permanencia en el Rosental de Leipzig. Cuenta que una vez quiso dar un paseo hasta Stubbenkammer por los maravillosos bosques que hay allí con aquel ser que había compartido su vida durante tantos años, -él estaba entonces en Saßnitz en Rügen; pero aquel ser que había pasado por la vida con él, que había compartido sus sufrimientos y alegrías, estaba tan cansado que ya no podía caminar más, y dijo: «Tengo que dejarte ir solo, pues pronto llegará un tiempo en que tendrás que ir mucho sin mí». Entonces Fechner dijo: «Oh, tal vez llegue el momento en que tengas que ir sin mí. Pero no pensemos en ello». Y atravesó los acogedores bosques del camino de Sassnitz a Stubbenkammer, donde el sol brillaba a través de los frondosos árboles, donde todo era bello y grandioso. Allí se le presentaba toda la belleza del mundo sensorial exterior, pues no pensaba en lo que él llamaba la «vista nocturna». Luego, al final, dijo algo que puede llegar tan profundamente al corazón: La verdad también se muestra en su belleza. Y uno siente que este mundo de los sentidos, en el que el alma llega a conocer al alma, el alma se acerca al alma, no está ahí para ser extinguido por el mundo oscuro y sin sonido de la materia, en el que el hombre tendría que caer, si todo lo que experimenta como color y sonido sólo brillara como un resplandor de esa noche eterna; sino que el hombre percibe que este mundo sensorial hila los destinos entre los hombres, pero los hila de tal manera que cuando este mundo sensorial es eliminado, entonces el hombre ve caer las últimas barreras que separan alma de alma, para que pueda tener esperanza: Cuando se desprendan las envolturas del cuerpo, el alma vivirá en íntima comunión con el alma. Aquí la visión científica de Fechner se amplía en una suposición, una suposición intensificada de que las almas estarán juntas en el mundo espiritual después de haber atravesado la puerta de la muerte.

A través de la ciencia espiritual se puede decir que la suposición de Fechner se convierte en una certeza que no se busca, -pues la ciencia espiritual no debe guiarse por los sentimientos-, sino que surge como verdad objetiva. El hombre sabe que está en el mundo espiritual; sabe que esta envoltura corporal le rodea entre el nacimiento y la muerte, de modo que puede llevar al mundo espiritual lo que sólo puede adquirir en esta envoltura. Él sabe que la vida existe en este mundo físico, que el alma es llevada al alma, pero que con la eliminación de la envoltura, el alma entra realmente en una relación con el alma que es puramente espiritual. Así, el ser humano, con el ser humano, con todo lo que le rodea, aprende a situarse en el mundo de los sentidos como en un estadio previo al mundo espiritual; aprende a conocer la necesidad del mundo físico, pero también aprende a conocer la realidad del mundo espiritual. Y lo que Fechner intuía, lo que sospechaba, lo que anhelaba, lo que él y las mejores mentes de la era científica esperaban de la ciencia natural desarrollada en la ciencia espiritual, eso es lo que la ciencia espiritual debe cumplir. Y así uno desearía que la ciencia espiritual hiciera realidad las palabras de Fechner, que, sin embargo, no sólo salen de su alma, sino de muchas almas que esperan el conocimiento espiritual:  

«De hecho, creo que, al igual que a la noche le sigue el día, a esa visión nocturna del mundo le seguirá un día una visión diurna que, en lugar de contradecir la visión natural de las cosas, se apoyará en ella y encontrará la base para un nuevo desarrollo de las cosas. Porque si esa ilusión que convierte el día en noche desaparece, entonces naturalmente todo lo malo que está relacionado con ella, y hay mucho de ello, tendrá que desaparecer con ella, y el mundo aparecerá en un nuevo contexto, bajo una nueva luz, bajo nuevos aspectos positivos.»

Al dirigir su presunta mirada hacia este mundo, para el que esperamos la plenitud a través de la ciencia espiritual, Fechner habla de cómo se siente realmente en el punto de partida, no en el final. Y, me gustaría decir, que a continuación dice, como anticipándose a la ciencia espiritual, afirmando:

«Ahora la claridad es lo último en estas cosas, pero lo último también será la claridad».

Y claridad para la vida espiritual, y por tanto seguridad en el espíritu, es lo que la ciencia espiritual quiere aportar a la humanidad.

Traducido por J.Luelmo feb,2025

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