GA124 Berlín, 28 de febrero de 1911- El efecto vigorizante de las acciones que surgen del idealismo, y el efecto destructivo de un modo de acción condicionado por la pasión.

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RUDOLF STEINER

El efecto vigorizante de las acciones que surgen del idealismo, y el efecto destructivo de un modo de acción condicionado por la pasión.


Berlín, 28 de febrero de 1911

séptima conferencia

Puesto que, de conformidad con nuestro objetivo de hacer a lo largo de este invierno, observaciones que puedan relacionarse con el Evangelio de Marcos, deberemos considerar este objetivo en un sentido más amplio, y quizá sólo después de algún tiempo quede claro por qué una u otra observación que haya que hacer pertenece precisamente a este contexto. Por tanto, hoy tendremos que hablar de algunas cosas que parecen bastante alejadas de nuestro tema habitual, pero que, sin embargo, nos serán de gran ayuda en nuestras consideraciones posteriores.

Primero quisiera llamar su atención sobre el hecho de que los que no pertenecen a nuestro movimiento siempre les pasará desapercibida una cosa mientras no se hayan familiarizado más o menos íntimamente con toda la esencia de las ciencias espirituales, a saber:

Para las personas que aún no tienen capacidades clarividentes ¿Qué significado y qué valor tiene una investigación que esencialmente tiene sus fuentes, es decir, sus orígenes, en lo que debemos llamar investigación clarividente?. Se puede objetar: ¿Cómo puede formarse una fe, una creencia, una convicción de las verdades espirituales en aquellos que todavía no pueden ver en los mundos espirituales? Aquí hay que llamar siempre la atención sobre el hecho de que, mientras el ojo clarividente no esté abierto, no podemos ver en los mundos espirituales, pero que de estos mundos espirituales salen constantemente las consecuencias, las revelaciones de lo que hay en ellos. Por lo tanto, si la investigación clarividente dice que el hombre consta de sus cuatro miembros esenciales, -cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y yo-, la persona alejada de la investigación clarividente podría decir: «Yo sólo veo el cuerpo físico; ¿Cómo puedo convencerme, antes de que se me dé la oportunidad a través de mi karma de ver, por ejemplo, el cuerpo astral o el cuerpo etérico, de que lo que se dice sobre estos miembros superiores de la naturaleza humana es cierto? Bueno, si realmente quieren, pueden negar el cuerpo astral y el cuerpo etérico. Pero las consecuencias de esos procesos que tienen lugar en el cuerpo astral y en el cuerpo etérico no pueden declararse fuera de la vida; se manifiestan en la vida humana. Y me gustaría mostrarles hoy, para que puedan darse cuenta gradualmente de la estructura del ser humano, tal como subyace en muchas expresiones de los Evangelios, cómo se manifiestan, por ejemplo, efectivamente en la vida bastante ordinaria en el plano físico, las consecuencias de los procesos en el cuerpo astral o en el cuerpo etérico.

Pasemos, en primer lugar, a considerar la diferencia entre un hombre que en cierto sentido está lleno de idealismo, que se propone altos ideales, y un hombre que en general es reacio a proponerse altos ideales, que actúa, por así decirlo, sólo bajo los impulsos externos de la vida, digamos, come cuando tiene hambre, duerme cuando tiene sueño, hace esto o aquello cuando estas o aquellas pasiones o instintos le impulsan a ello. Luego, por supuesto, hay todo tipo de estadios intermedios entre estos dos tipos de personas, entre los últimos caracterizados y los que son grandes idealistas y siempre van más allá de lo que pueden conseguir en la vida ordinaria con sus intenciones y pensamientos y la grandeza de sus ideales. Tales idealistas se encuentran en una posición peculiar en relación con la vida. Deben convencerse siempre de la verdad de la afirmación, de que en la vida del plano físico nunca es posible hacer nada que iguale realmente nuestro ideal más elevado en ningún campo. Esta es la constatación que los idealistas tienen que hacer una y otra vez: Debo quedarme corto de mis ideales con mis acciones. Así, si queremos ser precisos, podríamos decir: el idealista siempre tiene en sus ideales algo en lo que piensa, a lo que une sus sentimientos, que es más grande, más amplio que sus acciones. Lo que caracteriza al idealista en el sentido científico-espiritual es que sus pensamientos son más grandes, más amplios que sus acciones. Considérenlo detenidamente: un idealista es aquel cuyas intenciones, cuyos pensamientos son mayores que las obras posibles en el plano físico.

De quien se sitúa en la otra dirección, que se ha descrito, puede decirse lo contrario: que no piensa en la medida en que actúa. El que actúa sólo por instintos, pasiones, impulsos, deseos, etc., no tiene un pensamiento que abarque todo lo que hace en un momento dado, sino que comete un acto, una obra en el plano físico, que abarca cosas, acontecimientos, sobre los que no piensa. Sus intenciones, sus pensamientos son, pues, menos extensos, más pequeños que sus actos, sus obras en el plano físico.

Bien, sobre estos dos tipos de personas el clarividente les dice algo así. Cuando en la vida, llevamos a cabo una acción, un trabajo, que es más grande, más amplio que nuestros pensamientos, entonces este trabajo siempre proyecta una imagen especular en nuestro cuerpo astral. Pero, en general, todo lo que hacemos en la vida proyecta un reflejo en nuestro cuerpo astral. En la vida no podemos hacer nada sin que se produzca una imagen de la acción en nuestro cuerpo astral, una vez que hemos sobrepasado la acción. Esta imagen se transmite después al cuerpo etérico, y al igual que se transmite al cuerpo etérico, permanece perceptible para la Crónica Akáshica, de modo que un clarividente puede ver las imágenes especulares de las acciones que una persona ha cometido en el curso de su vida. Para aquellas acciones cuyos pensamientos son más grandes que la ejecución, es decir, que emprendemos por idealismo, las imágenes especulares permanecen en el cuerpo astral, que a su vez prosiguen en el cuerpo etérico. Esta es la gran diferencia entre las imágenes especulares de las acciones que provienen de los instintos, impulsos, pasiones, etc., y las imágenes especulares de las acciones que cometemos por idealismo: en cierto sentido, todas las imágenes especulares del primer tipo tienen algo destructivo para el conjunto de nuestra vida. Estas son aquellas imágenes e inclusiones de nuestro cuerpo astral que afectan gradualmente a todo nuestro ser humano de tal manera que en realidad, se podría decir, consumen lentamente a este ser humano. Y estas imágenes reflejadas están también esencialmente relacionadas con la lenta manera en que el hombre se consume a sí mismo en su vivir hasta la muerte, es decir, en su ser en el plano físico; mientras que las imágenes reflejadas que surgen de lo que pasa de nuestros pensamientos a nuestros actos tienen algo de vitalizante. Son particularmente estimulantes para el cuerpo etérico, pues son las que aportan continuamente nuevas fuerzas vitalizadoras a todo nuestro ser humano.

Así pues, según las afirmaciones del clarividente, en el plano físico tenemos fuerzas devastadoras y destructoras en nuestro ser humano, y también tenemos fuerzas constantemente revitalizadoras en nuestro interior. Por regla general, podemos observar los efectos de estas fuerzas en la vida. Por ejemplo, hay personas que andan por la vida malhumoradas, hipocondríacas, de temperamento sombrío, que no pueden hacer frente a su propia vida anímica, y esta vida anímica repercute a su vez en su organismo físico. Se han convertido en seres ansiosos, y se puede observar cómo la ansiedad, si dura siempre en la vida, mina la salud del organismo hasta el nivel físico. En resumen, hay personas que, a una edad más avanzada, son melancólicas, de temperamento sombrío, a las que también les resulta difícil arreglárselas consigo mismas y están desequilibradas de diversas maneras. Si ahora investigáramos las causas de tal comportamiento, encontraríamos que tales personas han tenido poca oportunidad, en períodos anteriores de su existencia física, de experimentar lo que puede llamarse una extralimitación idealista de los pensamientos sobre las acciones del hombre, una mayor entidad de los pensamientos de lo que son las acciones.

En la vida ordinaria no se observan tales cosas, pero los efectos están ahí. Los efectos están ahí. Y muchos hombres sienten estos efectos muy fuertemente, los sienten como todo su estado  vital, como todo su estado anímico y también en su constitución física. De manera que uno puede negar el cuerpo astral, pero no puede negar sus efectos, porque los efectos se experimentan. Y si lo que se acaba de describir se demuestra en la vida, entonces la gente debería darse cuenta de que no es tan insensato hablar de tales cosas como la prueba de que la observación de los acontecimientos suprasensibles sólo es posible para el clarividente, sino que la revelación de los hechos observados clarividentemente siempre puede demostrarse en la vida.

Por otra parte, vemos que las acciones, que son más pequeñas que sus correspondientes pensamientos, dejan tras de sí tales impresiones, que se muestran en la vida posterior como valor para afrontar la vida, como seguridad en la vida, como equilibrio en la vida. Esto continúa en el interior del organismo físico, y sólo se da uno cuenta de las conexiones cuando observa la vida durante un largo periodo de tiempo, cuando no sólo considera periodos cortos de la vida. Ese es el error de muchas observaciones científicas, que siempre se determina el efecto de esto o aquello según lo que ocurra en el transcurso de los cinco años siguientes, mientras que los efectos de muchas cosas a menudo sólo se hacen patentes al cabo de décadas.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que no sólo hay personas de naturaleza meramente idealista, que con sus pensamientos van más allá de la experiencia individual, y aquellas otras que, sólo en sus pensamientos, siempre van por detrás de sus experiencias. Por ejemplo, tenemos un gran número de experiencias que sólo pueden conceptualizarse con la mayor dificultad. Comer y beber, por ejemplo, es algo que se hace todos los días por instinto, por necesidad, y realmente se necesita mucho tiempo para que alguien que está experimentando un desarrollo espiritual incorpore estas cosas, por así decirlo, a la vida espiritual. Precisamente las cosas cotidianas son las más difíciles de incluir en la vida espiritual, pues sólo hemos incluido el comer y el beber cuando podemos comprender por qué, para servir a todo el curso del mundo, debemos ingerir las sustancias físicas en un proceso rítmico y qué relación tienen las sustancias físicas con la vida espiritual; del mismo modo que el metabolismo no es algo meramente físico, sino que también tiene algo espiritual a través de su ritmo.

Sin embargo, hay una manera de espiritualizar gradualmente estas cosas que no son meramente requeridas por una necesidad material externa. Porque existe la posibilidad de mirar estas cosas de tal manera que nos digamos a nosotros mismos: comemos esta o aquella fruta, y a través de nuestros conocimientos espirituales podamos al menos formarnos una idea de cómo se relaciona, digamos, una manzana o alguna otra fruta con la totalidad del universo. Pero eso lleva mucho tiempo. Luego nos acostumbramos a no dejar que la comida sea un mero hecho material, sino que nos acostumbramos a considerar qué parte tiene, por ejemplo, el espíritu en la maduración de una fruta bajo los rayos del sol. De este modo, espiritualizamos incluso los procesos más materiales y cotidianos y obtenemos la posibilidad de penetrar en ellos con nuestro pensar; sólo puedo insinuar aquí cómo pueden introducirse también en ellos los pensamientos y las ideas. Pero eso está muy lejos, y muy pocas personas en nuestra época son capaces de pensar plenamente en los alimentos.

Por lo tanto, debemos decir que no sólo hay personas que cometen actos instintivos y otras que cometen actos idealistas, sino que la vida de cada persona está dividida de tal manera que comete algunos de sus actos de tal forma que sus pensamientos no pueden seguir el ritmo de sus acciones, y otros en los que sus pensamientos e ideales tienen mayor alcance que sus acciones. Por lo tanto, tenemos dentro de nosotros una especie de fuerzas que conducen nuestra vida hacia abajo; trabajan para que nuestro organismo físico llegue gradualmente a la muerte, por así decirlo, a través de causas internas. Y tenemos dentro de nosotros otras fuerzas que suministran a nuestro cuerpo astral y etérico fuerzas vitalizadoras, fuerzas que están siempre brillando como una nueva luz en nuestro cuerpo astral y etérico. Son estas últimas las que realmente permanecen en nuestro cuerpo etérico como fuerzas vitalizadoras. Cuando, después de la muerte, abandonamos nuestra envoltura con nuestro ser espiritual, todavía llevamos con nosotros el cuerpo etérico, -en los primeros días tras la muerte-, y por eso, tenemos esa visión retrospectiva de toda nuestra vida. Y lo mejor que nos queda ahora, como una fuerza formativa interior, son los poderes vitalizantes que acabamos de indicar, que proceden del hecho de que nuestras ideas han traspasado la medida de nuestras acciones. Esto es algo que tiene un efecto tan duradero más allá de la muerte que alberga nuevas fuerzas vitalizadoras, incluso para la siguiente encarnación.

Por lo tanto, podemos decir que lo que nos inoculamos de esta manera como fuerzas vitalizadoras, permanece en el cuerpo etérico, es una fuerza de juventud duradera. Y aunque no por ello prolonguemos nuestra vida, debemos sin embargo decir que podemos organizar nuestra vida de tal manera que permanezca joven durante más tiempo realizando muchas acciones de tal manera que nuestros pensamientos superen la medida de nuestras acciones.

Cuando una persona se pregunta cómo puede obtener tales ideales, que mejor alcancen más allá de nuestras acciones, podemos decir: Esto es posible cuando nos involucramos en la ciencia espiritual, que nos conduce a los mundos suprasensibles. Cuando, por ejemplo, oímos hablar a la ciencia espiritual de la evolución del hombre en nuestro sistema terrestre, entonces tales mensajes despiertan fuerzas en los miembros más elevados de nuestro ser, y así recibimos el idealismo más concreto y más seguro, especialmente en la época actual. Si la pregunta es: ¿Cuál es el propósito de la ciencia espiritual en particular, aparte de todo lo demás? - podemos decir: Derrama fuerzas rejuvenecedoras y fecundantes en nuestros cuerpos astral y etérico.

La gente se relaciona con lo que llamamos ciencia espiritual de una manera muy diferente, no porque no sean clarividentes como le ocurre a la gente del presente, sino porque tampoco quieren observar en la vida exterior. De lo contrario, verían las diferentes formas en que se expresa, incluso en el organismo, lo que inicialmente llamamos el hombre anímico-espiritual. Las personas que están fuera en el mundo y que son incrédulas en la ciencia espiritual podrían oír esto: La ciencia espiritual dice que el cuerpo físico del hombre está lleno de algunos miembros superiores. Tomémoslos juntos y llamémoslos el hombre anímico-espiritual. Sin embargo, los materialistas del presente no quieren creer en este hombre anímico-espiritual; sólo creen en el hombre físico y se convierten así en materialistas, especialmente en lo que se refiere al hombre físico. A menudo se entiende por materialistas sólo a los materialistas teóricos que sólo creen en la materia. Pero a menudo he subrayado que estos materialistas teóricos no son los peores. Pues tal materialista puede ser también aquel que extrae sus conceptos sólo del intelecto, y éstos son de todos modos los conceptos más cortos de miras. Por lo tanto, el materialismo basado únicamente en el intelecto no puede ser tan perjudicial. Pero cuando se refuerza con algo más, puede llegar a ser bastante malo para el bienestar general del hombre, -y especialmente si el hombre se aferra a su materia, a su sustancia, con su núcleo espiritual más íntimo.

¡Y cuán dependiente es hoy la gente de lo que es material! Puede ser engañoso afirmar que hay materialistas teóricos en lo que se refiere a los pensamientos, y que algunos pensamientos son fatales para nuestras almas; Pero nuestra vida externa también está muy influenciada por el hecho de que en las prácticas de la vida hay tantos materialistas. ¿Qué quiero decir con esto? Me refiero a un hombre que es tan dependiente de las cosas físicas, que sólo puede pasar unos meses en su oficina en invierno, y en el verano debe ir a la Riviera si quiere tener una vida saludable. Un hombre así depende enteramente de arreglos y combinaciones materialistas; es un materialista en lo que se refiere a las prácticas de la vida; depende enteramente de las cosas materiales; Su alma se ve obligada a correr tras las necesidades dictadas por la vida. Este es un tipo diferente de materialista del que vive sólo en pensamientos que son materialistas. Un idealismo teórico puede llevar todavía a la convicción de que el materialismo teórico es un error, pero el materialista práctico sólo puede curarse entrando profundamente en la ciencia espiritual.

 Ahora bien, si la gente sólo quisiera pensar, -es decir, pensamientos que no proceden únicamente del intelecto, sino que están relacionados con la realidad-, podría deducir de hechos bastante cotidianos que existe una gran diferencia, digamos, entre los miembros individuales del ser humano. Les daré primero una diferencia que existe, por ejemplo, entre las manos y alguna otra parte, como los hombros del ser humano. Si examinamos al ser humano meramente externamente en términos de carne, obtenemos diferencias físicas, por ejemplo, en el funcionamiento de los nervios y cosas por el estilo. Pero debemos tener en cuenta que podemos ejercer cierta influencia sobre el funcionamiento de los nervios. Si para el alma sólo fuese decisivo el buen funcionamiento de los nervios, dependeríamos de los efectos materiales, porque su función es un efecto material. Pero no somos eso en absoluto, puesto que nosotros influimos en el funcionamiento de nuestros nervios, y de las formas más variadas, porque la forma en que funcionan nuestro cuerpo astral y nuestro cuerpo etérico, es decir, la parte anímico-espiritual del ser humano, es la más variada de todas. No debemos decir simplemente: Tu cuerpo físico está compuesto de cuerpo astral y cuerpo etérico, sino que es diferente según tomemos la parte que se refiere a las manos o la parte que situamos en los hombros o similares. Estas diferentes partes espirituales actúan de forma diferente; uno podría convencerse fácilmente de ello. Pero entonces hay que darse cuenta de que lo que ocurre en la vida corresponde a la necesidad, y que lo que ocurre en la vida no debe seguirse irreflexivamente. Si alguna corriente de aire no va bien, el físico puede reflexionar con sus leyes por qué la corriente de aire se ha orientado hacia la región en cuestión. 

Pero, -parecerá extraño que pueda decirse tal cosa, pero es precisamente en los fenómenos cotidianos donde los mensajes del clarividente resultan ciertos-. ¿Por qué no se piensa en el tremendo significado que tiene en la vida que el hombre se lave realmente las manos más a menudo que cualquier otra parte de su cuerpo? Eso, en todo caso, es un hecho. Y también es un hecho que hay personas a las que les gusta lavarse las manos a menudo y también las que lo hacen con menos frecuencia. Tal hecho, aparentemente trivial, está realmente relacionado con los más altos conocimientos. Cuando el clarividente mira las manos de una persona, éstas son, en efecto, maravillosamente diferentes de todos los demás miembros, incluso de la cara. De los dedos emergen formaciones radiantes del cuerpo etérico y brillan lejos en el espacio circundante, a veces resplandeciendo, débilmente, a veces penetrantemente. Dependiendo de si una persona está feliz o triste, sus dedos irradian de forma diferente, y el dorso de la mano irradia de forma diferente, al igual que la palma interior. Y para quien sabe observar espiritualmente, la mano, aunque con sus partes etérica y astral, es una estructura maravillosa. Pues todo lo que nos rodea, aunque sea materia, es la manifestación del espíritu. Lo material es a lo espiritual lo que el hielo es al agua; se forma a partir de lo espiritual. Si lo desean, pueden decir que es espíritu condensado. Así que cuando entramos en relación con cualquier sustancia, entramos en relación con lo espiritual en esa sustancia. Todo nuestro contacto con la sustancia es en verdad, en la medida en que es material, maya. En verdad, es con el espíritu con el que entramos en algún tipo de relación.

Ahora bien, la forma en que entramos en contacto con el espíritu del agua cuando nos lavamos las manos es tal que hay que decir, si se sabe observar la vida con sensibilidad, que la frecuencia con que una persona se lava las manos influye mucho en su estado de ánimo general. Hay naturalezas que tienen cierta afición a lavarse las manos; no pueden evitar lavárselas si tienen algo de suciedad. Son aquellas naturalezas que tienen, -o adquieren-, una cierta relación con su entorno de una manera muy específica. Esto no se limita entonces a lo material, sino que es como si fuerzas sutiles de lo material empezaran a tener efecto sobre el hombre cuando éste establece así la relación descrita entre sus manos y el elemento agua. Incluso se considera que tales personas poseen, en un sentido enteramente sano, naturalezas más sensibles, poderes de observación más finos que los demás. Saben de inmediato, por ejemplo, si se encuentran con alguien de naturaleza brutal o bondadosa. Mientras que los otros que soportan la suciedad en sus manos son en realidad de una naturaleza más tosca, y muestran de esa manera que han levantado un muro entre ellos y las relaciones más íntimas con el mundo circundante. Es así, y ustedes mismos pueden observarlo etnográficamente si lo desean. Recorran los países y traten de observar a la gente. Existe la posibilidad de decir que la gente se lava más las manos aquí o allá. Investiguen cómo son las relaciones entre las personas, cuán diferentes son los amigos de los amigos, los conocidos de los conocidos en las zonas donde se lavan más las manos que en las zonas donde la gente levanta un muro lavándose las manos con menos frecuencia.

Estas cosas se aplican como una ley de la naturaleza. Otras circunstancias pueden a su vez enmascararlo. Si lanzamos una piedra por el aire, la línea de lanzamiento forma una parábola. Pero si la piedra es atrapada por una ráfaga de viento, la parábola desaparece. Esto demuestra que hay que conocer la metodología para observar correctamente determinadas condiciones. Pero, ¿A qué se debe esto? Se debe al hecho de que a la conciencia clarividente se le muestra cómo lo anímico-espiritual impregna sutilmente las manos. Incluso hasta tal punto que se establece una relación entre el agua y las manos. Esto ocurre menos en el caso del rostro humano, y menos aún en las demás partes de la superficie del cuerpo humano. Sin embargo, esto no debe entenderse como una oposición a todo baño y lavado, sino más bien para arrojar luz sobre las condiciones correspondientes.

Esto es una prueba de que, por así decirlo, la naturaleza anímica-espiritual del hombre está en una relación muy diferente con sus diversos miembros, que se expresa de diferentes maneras en los diversos miembros. Difícilmente experimentarán que alguien sufra daños en su cuerpo astral por lavarse las manos con demasiada frecuencia. Sólo hay que darse cuenta de ello en toda su amplitud. Esto proviene del hecho de que es cierto que la relación entre el ser humano y el medio ambiente, es decir, entre el cuerpo astral del ser humano y el medio ambiente, está influenciada de forma saludable por la relación de las manos con el agua. Por lo tanto, tampoco será fácil exagerar en este campo. Pero si uno piensa de forma materialista y se ciñe completamente a la materia en sus pensamientos, dirá: Lo que es bueno para las manos es bueno para el resto del cuerpo, y entonces no hace la diferencia que existe en esta sutileza. Y el resultado es lo que se ve tan a menudo: que para ciertas cosas el cuerpo humano es tratado de la misma manera. Así, por ejemplo, se recomienda como método muy especial de tratamiento dar a los niños las llamadas friegas y lavados fríos una y otra vez hasta la extenuación. Afortunadamente, incluso hoy en día la profesión médica reconoce, -debido a los efectos sobre el sistema nervioso-, que estos métodos se han llevado al absurdo. Debido a la relación especial del cuerpo astral con las manos, lo cual puede no ser suficiente para las manos, esto puede degenerar pronto en un experimento perjudicial allí donde el cuerpo físico está en una relación diferente con el cuerpo astral. Por lo tanto, cuando mediante el lavado de las manos se produce una sensibilidad sana hacia el entorno, puede, mediante la cura exagerada de abluciones frías y demás, producirse una hipersensibilidad malsana y similar, que a menudo, -sobre todo si tal cura se practica en la infancia-, permanece de por vida. Por lo tanto, es importante en todas partes conocer los límites, y éstos sólo se reconocerán cuando las personas se permitan aceptar que los miembros superiores del ser están incorporados al cuerpo físico. Entonces también se reconocerá que las partes físicamente más internas, -lo que, por tanto, tenemos como herramientas en nuestro cuerpo físico-, son cuidadas de manera muy diferente por la entidad anímico-espiritual. Así que habrá que reconocer que todo lo que pertenece al carácter de las glándulas es en grado especial un instrumento del cuerpo etérico, pero que todo lo que pertenece al sistema nervioso, por ejemplo el cerebro, está en íntima relación con el cuerpo astral.

La gente nunca podrá entender por qué existen ciertos fenómenos si no tiene en cuenta estas cosas. En primer lugar, los materialistas se equivocan al considerar sólo el instrumento en todo. Porque todo lo que experimentamos, lo experimentamos en el alma, y que tengamos conciencia de ello, depende del hecho de que debemos recibir las cosas reflejadas en el cuerpo físico, de modo que para lo que sucede en el alma, nuestro cuerpo físico es en todas partes sólo una herramienta. El científico espiritual es ciertamente consciente de esto. Pero de diversas maneras este cuerpo físico es una herramienta. A menudo esto sale a la luz de una forma muy extraña. Sólo tengo que señalar una cosa: el significado tan peculiar de nuestra glándula tiroides. Como ustedes saben, la glándula tiroides se consideraba un órgano sin valor y se extirpaba en casos de enfermedad, y en tales casos las personas afectadas caían en la idiotez. Pero si al menos una parte de la glándula tiroides permanece, este peligro es esencialmente eliminado. Esto demuestra que la secreción de la glándula tiroides es necesaria para que se desarrollen ciertas cosas en la vida del alma. Ahora bien, hay algo muy peculiar: Si se da la secreción de la glándula tiroides de la oveja a personas que han perdido la glándula tiroides, entonces resulta que la idiotez vuelve a mejorar; y si se les quita de nuevo, vuelven a ser idiotas.

El materialista podría sacar mucho provecho de esto. Pero el científico espiritual sabrá juzgar tal cosa en el sentido correcto. Vemos el hecho peculiar de que en realidad se trata de un órgano cuyo producto podemos introducir directamente en nuestro organismo, y entonces funciona. Este es sólo el caso de todos aquellos órganos que tienen una relación íntima con nuestro cuerpo etérico, de modo que podemos decir: Algo como la glándula tiroides sólo es posible donde existe una cierta relación con el cuerpo etérico. Donde hay una relación similar con el cuerpo astral, esto mismo no es posible. He conocido a personas más o menos débilmente dotadas que han comido cerebros de oveja y no se han vuelto inteligentes. Esto demuestra que hay de nuevo una gran diferencia entre los órganos individuales. Esta diferencia es tan considerable sólo por la razón de que un grupo de órganos tiene una relación interna con el cuerpo etérico, el otro con el cuerpo astral. Esto, para la observación espiritual tiene como resultado algo muy especial.

Parece muy extraño que una persona se vuelva estúpida, por así decirlo, cuando le falta la glándula tiroides, y que vuelva a ser inteligente cuando se le suministra secreción tiroidea. Eso parece extraño, porque no es comprensible que como consecuencia de ello su cerebro se deteriore. Pero aquí tenemos de nuevo uno de los puntos en los que la observación externa del hombre debe ser conducida necesariamente a la manera científico-espiritual de ver las cosas. Pues la ciencia espiritual demuestra que una persona no se vuelve estúpida cuando se le extirpa la glándula tiroides. Pero, ustedes dirán, ¡los hechos demuestran que la gente se vuelve estúpida! En realidad, sin embargo, la gente no se vuelve idiota porque no pueda pensar, sino porque carece de la posibilidad de tener una herramienta que le permita prestar atención a lo que le rodea. No se vuelven idiotas porque les falte intelecto, sino porque se ofuscan ante lo que les rodea. Y ofuscarse no es lo mismo que perder la cordura. No necesitas haber perdido la cordura si no la desarrollas porque no prestas atención. Si no piensas en algo, no puedes decir nada al respecto; si se quiere adoptar una postura sobre algo, primero hay que pensar. Cuando se extirpa la glándula tiroides, se debilita la participación, el vivo interés por las cosas. Las personas se vuelven tan apáticas, que no utilizan su intelecto.

Ahí tenemos la sutil diferencia entre el uso de una herramienta para el intelecto, como son las partes del cerebro, y una herramienta que tiene que ver con una glándula, como la glándula tiroides' Así podemos iluminar la forma en que nuestro cuerpo físico es una herramienta, y también, si estamos atentos, podremos distinguir entre las diferentes partes del ser humano.

También podemos decir con respecto al yo que éste se muestra de diversas maneras en su relación con el entorno. Para el yo entran en consideración cosas que ya he descrito desde otros puntos de vista: que el ser humano se adentra más en sí mismo con su yo, por así decirlo, que trata de tomar conciencia de sí mismo, -o bien se entrega más al mundo exterior, trata más de ganar su conexión con el mundo exterior. En cierto sentido, tomamos conciencia de nuestro yo cuando nos sumergimos en nosotros mismos, cuando tenemos motivos para reflexionar sobre lo que la vida nos da, lo que nos niega, etcétera. Es entonces cuando tomamos conciencia de nuestro yo. O tomamos conciencia de él cuando entramos en contacto con el mundo exterior, por ejemplo, cuando tropezamos con una piedra. O bien, cuando no podemos resolver un cálculo, tomamos conciencia de nuestro yo como alguien impotente ante las condiciones del mundo exterior, etcétera. En resumen, podemos ser conscientes de nuestro yo en nosotros mismos y también en el mundo exterior. Una persona se vuelve especialmente consciente de su yo cuando se produce esa relación mágica, con las personas o el entorno, que conocemos con el nombre de compasión o lástima. Es entonces cuando se hace evidente que un efecto mágico va de alma a alma, de espíritu a espíritu. Porque algo que sucede fuera en el mundo, lo que allí se siente y se piensa, lo sentimos a su vez dentro de nosotros, experimentamos dentro de nosotros algo anímico-espiritual que sucede fuera. Es entonces cuando realmente profundizamos en nuestro interior. Porque la compasión, la empatía es una experiencia interior del alma. Y si nuestro yo no está a la altura de estas experiencias y necesita fortalecerse, entonces esto se expresa en la tristeza meramente anímica, en el propio desgarro físico. Porque la tristeza es la experiencia anímica por medio de la cual el yo se siente más fuerte ante una experiencia externa de lo que se sentiría en la apatía. La pena es siempre un aumento interior de la actividad del yo. La tristeza aumenta el contenido, la intensidad del yo, y la lágrima es sólo la expresión del hecho de que el yo está haciendo un esfuerzo en este momento para experimentar más en sí mismo que en la apatía.

Por eso debemos admirar también la imaginación poética del joven Goethe, que ya está profundamente conectado con los misterios del mundo, que primero permite que la debilidad de Fausto en relación con su yo llegue al punto de que Fausto al principio quiere extinguir físicamente su yo y se ve impulsado al suicidio. Entonces suenan las campanas de Pascua, y a su sonido el yo comienza a sentirse más fuerte, y esto sobre todo porque en el alma de Fausto se eleva el signo, que por lo demás es el signo del luto: «¡La lágrima brota, la tierra me tiene de nuevo!». Es decir, lo que pertenece a la tierra se ha intensificado al brotar las lágrimas de los ojos. Vemos el crecimiento interior de la intensidad del yo expresado en la lágrima.

En lo que conocemos como alegría o risa, tenemos de nuevo algo que está conectado con la fuerza o debilidad de nuestro yo en relación con el mundo exterior. La alegría o la risa significan que nuestro yo se siente más fuerte para reconocer y comprender las cosas y los acontecimientos. En la risa nuestro yo se contrae tanto, hace su intensidad tan fuerte, que se derrama fácilmente sobre su entorno. Esto se expresa en la alegría, en la forma en que nos divertimos. Esto está relacionado con el hecho de que la tristeza es básicamente algo que una persona debe experimentar de esta manera, -o al menos una persona sana quiere experimentarla de esta manera-, y que el motivo de esta tristeza es la realidad. Aquello que actúa sobre nosotros en la realidad, de tal manera que debemos sentirnos tentados con nuestra parte a aumentar nuestro yo en su actividad interior, puede hacernos sentir tristes. Pero si el duelo ha de basarse en algo que no es real, sino que, por ejemplo, quiere ser una mera representación en el sentido artístico de algo que sólo pretende entristecernos, entonces la persona que piensa de forma sana siente que, en tal caso, necesita algo más para poder enfrentarse a una totalidad. Siente que a lo que le entristece debe añadirse, por así decirlo, el presentimiento de que puede salir victorioso de lo que le entristece, mediante lo que vence a la tristeza; esto sólo se insinuará hoy, para desarrollarse más en otra ocasión. El alma sana siente en sí misma el impulso de elevarse, de realizarse ante la mera desdicha. En cuanto a la mera imitación de la desdicha, se requiere una naturaleza no del todo sana si no hay en esta imitación una perspectiva de que es posible una victoria sobre la desdicha. Por lo tanto, exigimos del drama que haya una perspectiva de victoria para la personalidad que ha caído en la desdicha. Esto no puede ser decretado arbitrariamente por la estética o dispuesto de tal manera que sólo se representen los elementos triviales de la vida; más bien, se demostrará aquí que la persona que se rinde completamente a su naturaleza sana, de hecho, no será capaz de llegar a un acuerdo con su yo, si sólo se le confronta con la tristeza imitada. Se necesita toda la fuerza de la realidad para que nuestro yo se eleve a la compasión.

¿No sienten en el alma lo diferente que es en comparación con lo cómico que nos rodea? Es en cierto sentido un monstruo que puede reírse de la locura real. No podemos reírnos de la locura a la que nos enfrentamos en la realidad. Pero es tremendamente saludable reírse de la locura que se representa. Y era un saludable remedio popular cuando se mostraba a la gente en representaciones burlescas y cómicas cómo la locura del comportamiento humano se conduce a sí misma ad absurdum. Cuando nuestro yo es inducido a elevarse en risa ante lo que se reconoce como locura en el contexto, se ve fortalecido por la propia visión de la locura que se nos presenta artísticamente, y no hay risa más sana que la que evoca la locura representada artísticamente, mientras que es inhumano reírse de lo que le ocurre a un semejante o de un verdadero tonto. Hay, pues, varias leyes implicadas para que estas cosas tengan el efecto adecuado como representaciones.

Si queremos que nuestro yo se fortalezca en la compasión, entonces debemos decir: podemos hacerlo especialmente cuando nos enfrentamos al hecho lamentable en la realidad. Por el contrario, exigimos de la realidad representada de la desdicha como personas sanas que sintamos en ella la posibilidad de la victoria sobre la desdicha. Y en el héroe moribundo de la tragedia, donde tenemos la muerte ante nuestros ojos en el arte, sentimos que en esta muerte se simboliza la victoria del espíritu sobre el cuerpo. La situación se invierte cuando ponemos al yo en relación con el mundo exterior. Allí sentimos que en realidad no podemos alcanzar la alegría o la risa en relación con la realidad de la manera correcta, sino que preferimos alcanzar la risa a través de aquello que está más o menos alejado de la realidad, aquello que no tiene más o menos nada que ver con la realidad. Si a una persona le ocurre un percance que no le perjudica especialmente y que tiene menos que ver con la realidad de la vida, entonces podemos reírnos de su percance. Sin embargo, cuanto más relacionado con la realidad esté lo que experimentamos, menos podremos reírnos cuando aumente nuestra comprensión de ello.

De ello se desprende que nuestro yo tiene una relación diferente con la realidad. Pero esta diversidad de hechos nos muestra que hay una conexión en todas partes, incluso con lo más grande. Hemos aprendido en muchas conferencias que en la antigua iniciación había dos formas diferentes de alcanzar lo espiritual: una era sumergiéndose en el propio ser interior, en el microcosmos, la otra era vivir en el macrocosmos, en el gran mundo. Todo lo que se vive a gran escala se manifiesta también en las cosas más pequeñas. La forma en que el hombre desciende a su propio interior en la vida cotidiana se nos muestra en el dolor; y la forma en que el hombre puede vivirse a sí mismo en el mundo exterior se muestra en la capacidad con la que puede captar la conexión entre los procesos que encuentra en la vida de forma inconexa. En esto se revela la superioridad del yo. Y hemos oído que el yo, que no se pierde a sí mismo, sólo puede ser guiado por la iniciación que conduce al mundo exterior. De lo contrario, se pierde a sí mismo y, en lugar de conducirle al mundo exterior, sólo puede conducirle a lo que le parece la nada.

Lo más pequeño está conectado con lo más grande. Por eso en la ciencia espiritual, donde tan a menudo nos elevamos a las esferas más elevadas, se nos permite entrar en las esferas que pertenecen a lo más ordinario. La próxima vez que queramos utilizar lo que hemos caracterizado hoy será cuando volvamos a tratar de las esferas superiores.
Traducido por J.Luelmo mar,2025

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