RUDOLF STEINER
LA MORALIDAD Y EL EGOÍSMO EN LA TIERRA, EN RELACIÓN CON LA EXISTENCIA DE JÚPITER
Conferencia 2
Dornach, 24 de septiembre de 1921
Ayer les hablé de que en el ser humano encontramos algo así como un foco de destrucción. Si permanecemos en la conciencia ordinaria, en realidad decía que sólo acudimos a esta conciencia, para retener los recuerdos de las impresiones del mundo. Hacemos nuestras experiencias del mundo, a través del cual tenemos nuestras experiencias sensoriales, por medio del intelecto, por medio de los efectos sobre nuestra vida anímica en general. Más tarde podemos recuperar de nuestra memoria las secuelas de lo que hemos experimentado. Dentro de nosotros, como parte de nuestra vida interior, llevamos las secuelas de nuestras experiencias sensoriales. Es como si tuviéramos un espejo en nuestro interior, pero con un efecto diferente al de un espejo tridimensional normal. Un espejo tridimensional ordinario refleja lo que tiene delante. El espejo viviente que llevamos dentro refleja de forma diferente. Las impresiones sensoriales que absorbemos, provocadas por esto o aquello, se reflejan en nuestra conciencia a lo largo del tiempo y a ello se debe que tengamos los recuerdos de nuestras experiencias. Cuando rompemos un espejo espacial, vemos detrás del espejo. Entonces se hace visible una zona que cuando el espejo estaba intacto no veíamos. Si practicamos interiormente de la manera adecuada, como he mencionado a menudo, entonces llegamos a algo parecido a una ruptura del espejo interior. Los recuerdos pueden, por así decirlo, cesar por un breve tiempo, -todo esto debe ser a nuestra discreción-, y vemos más profundamente en nuestro ser interior. Y cuando miramos más profundamente en nuestro interior, cuando miramos detrás del espejo de los recuerdos, es entonces cuando vemos lo que ayer caractericé como una especie de foco de destrucción.
Ese foco de destrucción debe estar dentro de nosotros, porque sólo en ese foco puede consolidarse realmente el yo del ser humano. En realidad, el foco también existe para fortalecer, para endurecer el yo. Ya lo dije ayer: Cuando este endurecimiento del yo, este egoísmo se lleva a la vida social, entonces es cuando precisamente a causa de ello surge el mal, el mal en la vida social, por el obrar del hombre.
De esto se desprende lo compleja que es en realidad la vida en la que se halla colocado el hombre. Pues dentro de él, aquello que tiene su finalidad buena sin lo cual no podemos desarrollar nuestro yo, no debe exteriorizarse en absoluto. La persona malvada lleva lo malo al exterior, la persona buena lo mantiene en su interior. Cuando éste se exterioriza, se convierte en un crimen, en maldad. En cambio, cuando se guarda en el interior, estamos proporcionando al yo humano la fuerza adecuada. No hay nada en el mundo que no tenga un significado beneficioso en su lugar. Seríamos personas irreflexivas e imprudentes si no tuviéramos este núcleo o foco en nuestro interior. Porque este núcleo se expresa de tal manera que en él, experimentamos algo que nunca podremos experimentar en el mundo exterior. En el mundo exterior vemos las cosas materialmente. Todo lo que allí vemos, lo vemos materialmente, y por eso, según los hábitos de la ciencia actual, hablamos de la conservación de la materia, de la indestructibilidad de la materia real.
En este núcleo de destrucción del que hablaba ayer, la materia es verdaderamente destruida. Es devuelta a su nada. Y dentro de esta nada que se produce, luego nosotros podemos permitir que surja el bien si, en lugar de nuestros instintos, de nuestros impulsos, que sólo tienen que servir para desarrollar la egoidad, lo vertemos todo en este foco de destrucción por medio de una constitución moral del alma, que representan los ideales morales, éticos. Entonces surge algo nuevo. Entonces en este mismo foco de destrucción crecerán las semillas de los mundos futuros. De ahí que nosotros, como seres humanos, participamos en mundos en evolución. Y cuando, como se puede ver en mi «Ciencia Oculta en Esbozo», hablamos de que un día nuestra tierra se acercará a la aniquilación y a través de todo tipo de estados de transformación se desarrollará la existencia de Júpiter, entonces debemos decir: En esta existencia de Júpiter sólo existirá aquello que ya está formándose hoy en los seres humanos, dentro de este foco o núcleo de destrucción como una nueva formación a partir de ideales morales, -pero también a partir de impulsos antimorales, a partir de aquello que actúa precisamente como el mal a partir de la egoidad. Y por lo tanto la existencia de Júpiter será una lucha entre lo que la gente en la tierra ya aporta al llevar sus ideales morales a su caos interior, y lo que también aporta como aquello que surge con el desarrollo de la egoidad como lo inmoral, como lo contramoral. Así pues, al mirar en lo más profundo de nuestro ser interior, nos asomamos a una zona en la que la materia es devuelta a su nada.
Luego les expuse cómo es en el otro lado de la existencia humana, en el lado en el que los fenómenos sensoriales se extienden a nuestro alrededor. Observamos estos fenómenos sensoriales extendidos como un tapiz, y entonces aplicamos nuestra mente combinatoria para encontrar, dentro de estos fenómenos sensoriales, leyes que denominamos leyes de la naturaleza. Pero este tapiz de fenómenos sensoriales no podemos atravesarlo con la conciencia ordinaria. Del mismo modo que no se puede llegar, con la conciencia ordinaria, a través del espejo de la memoria, al interior, tampoco se puede llegar, con la
Ayer nos referimos al gran contraste que existe entre Oriente y Occidente. En Oriente se formó en otro tiempo todo lo que el hombre anhela ver detrás de los fenómenos de los sentidos, y allí se formó la visión para un mundo espiritual, para ese mundo que no está compuesto de átomos y moléculas, sino de entidades espirituales, y que para la antigua cosmovisión oriental estaba ahí simplemente como la realidad visible. En la actualidad, Oriente, Asia y otras partes del mundo viven en las etapas decadentes del desarrollo de este anhelo por el mundo que hay detrás de los fenómenos sensoriales, mientras que Occidente ha desarrollado la egoidad, ha desarrollado todo lo que se endurece y consolidan en el ser humano dentro del foco de destrucción que hemos descrito.
Sin embargo, al mismo tiempo, esto también apuntaba a todo lo que necesariamente tendrá que entrar en la conciencia de la humanidad hoy y en un futuro próximo. Porque si continuara lo que se ha desarrollado desde mediados del siglo XV como mero intelectualismo, la humanidad caería en una completa decadencia, ya que con la ayuda del intelectualismo nunca se puede ir más allá del espejo de la memoria ni más allá del tapiz sensorial que se extiende ante nuestros sentidos. Pero el hombre debe recuperar la conciencia de estos mundos. Y precisamente debe hacerlo, para que el cristianismo pueda volver a ser una verdad para él, ya que hoy en día el cristianismo no es una verdad para él. Lo vemos mejor en la formación moderna del concepto de Cristo, si es que se puede hablar de tal formación. Para el hombre moderno, en la fase actual de desarrollo, ya es imposible llegar a un concepto de Cristo a partir de los conceptos e ideas que se han desarrollado desde el siglo XV como los de la ciencia natural. E incluso en el siglo XIX y a principios del siglo XX nadie era capaz de tener un concepto de Cristo.
El Dios Padre y el Dios Hijo.
Estas cosas deben ser vistas de la siguiente manera. Cuando el hombre mira el mundo que le rodea en la forma que tiene su conciencia actual, formula leyes de la naturaleza con su facultad intelectual de combinar cosas. Es así cómo llega a decir de una manera que ya es muy posible para la conciencia actual:
Este mundo está impregnado de pensamientos, pues las leyes de la naturaleza pueden captarse en los pensamientos y son, en realidad, los pensamientos del propio universo. Se llega entonces a decir, -especialmente si uno sigue las leyes de la naturaleza hasta esa etapa en que deben aplicarse a la propia aparición del hombre como ser físico-, que dentro de ese mundo que examinamos con nuestra conciencia ordinaria, desde la percepción sensorial hasta el espejo de la memoria, vive un ser espiritual. En realidad, uno ya debe estar enfermo como ser humano, ser patológico, si, al igual que el materialista ateo ordinario, no quiere reconocer este ser espiritual. Nos situamos en este mundo, que nos es proporcionado a la conciencia ordinaria, de tal manera que emergemos de él como seres humanos físicos a través de la concepción física y el propio nacimiento físico. Lo observable en el mundo físico debe considerarse necesariamente incompleto si no se basa en una entidad espiritual general. Nacemos como seres físicos de una manera física. Cuando nacemos como un niño pequeño, en realidad somos bastante similares a un ser natural desde el punto de vista físico externo. Y a partir de este ser natural, que está básicamente en una especie de estado latente, es cuando se desarrollan nuestras capacidades espirituales internas. Estas facultades espirituales interiores sólo emergen en el curso del desarrollo futuro. Es muy necesario tomarse la libertad de rastrear lo que surge en el hombre como facultades espirituales hasta el nacimiento y la concepción, del mismo modo que se rastrea el crecimiento de los miembros. Pero luego llegamos a pensar espiritualmente en aquello que de otro modo sólo formamos de la naturaleza externa como las leyes abstractas de la naturaleza. Y entonces, en otras palabras, se llega a la constatación de lo que se puede llamar Dios Padre.
Es significativo que la escolástica de la Edad Media asumiera que entre los resultados del conocimiento que uno puede tener de la observación ordinaria del mundo por medio de la razón humana ordinaria está el conocimiento de Dios Padre. Ya se puede decir, como lo he expresado a menudo: Cualquiera que realmente se proponga diseccionar este mundo, que es dado a la conciencia ordinaria, y luego no logre resumir en última instancia las leyes de la naturaleza en eso que se llama el Dios Padre, en realidad debe estar de alguna manera enfermo, patológico. Ser ateo significa estar enfermo - eso es lo que dije una vez aquí.
Pero con esta conciencia ordinaria no se puede ir más allá de este Dios Padre. Con la conciencia ordinaria se puede llegar hasta él, pero no más allá. Y por eso es característico que Adolf von Harnack, uno de los teólogos más importantes de los últimos tiempos, dijera que Cristo, el Hijo, no pertenece realmente a los Evangelios, que el mensaje del Padre pertenece a los Evangelios, que Cristo Jesús sólo pertenece realmente a los Evangelios en la medida en que trajo el mensaje de Dios Padre. Se puede ver muy claramente que este pensamiento moderno lleva también a la teología moderna, con cierta coherencia, a reconocer sólo al Dios Padre y a entender los propios Evangelios de tal manera que sólo contienen el mensaje del Dios Padre. Así, en el sentido de esta teología, Cristo sólo debía ser reconocido como entidad en la medida en que una vez apareció en el mundo y enseñó a la gente la doctrina correcta del Dios Padre.
Hay dos cosas en esto: en primer lugar, la creencia de que el mensaje del Dios Padre no podía encontrarse a través de la observación ordinaria del mundo. El escolasticismo aún asumía esto, no asumía que los Evangelios estaban allí para hablar del Dios Padre, sino que asumía que los Evangelios estaban allí para hablar del Dios Hijo. El hecho de que así pudiera surgir la opinión de que en realidad sólo se debía hablar del Dios Padre, atestigua que la teología también ha entrado en el modo de pensar que acaba de desarrollarse como el occidental. Pues hasta aproximadamente el siglo III o IV d.C., cuando todavía había mucha sabiduría oriental en el cristianismo, la gente estaba profundamente preocupada por la cuestión de la diferencia entre el Dios Padre y el Dios Hijo. Se podría decir que estas sutiles distinciones entre el Dios Padre y el Dios Hijo, que todavía ocupaban a los primeros siglos cristianos bajo la influencia de la sabiduría oriental, ya no tienen ningún contenido para el hombre moderno, para ese hombre moderno que ha desarrollado la egoidad bajo influencias como las que describí ayer.
Y así entra en la conciencia religiosa moderna una cierta falsedad. Aquello que el hombre experimenta interiormente, aquello a lo que llega a través de su disección y síntesis del mundo, es Dios Padre. A partir de la tradición, tiene a Dios Hijo. Los Evangelios le hablan de esto, la tradición le habla de esto: tiene al Cristo; quiere proclamar al Cristo, -pero desde su experiencia interior no tiene realmente al Cristo. Y de esa manera transfiere al Cristo-Dios lo que en realidad sólo debería aplicar a Dios Padre. La teología
Sin embargo, cuando vamos más hacia el Este, las cosas cambian. En el Este europeo ya es diferente. Si tomamos al filósofo ruso Solovyov, que ya ha sido mencionado aquí varias veces, tenemos de nuevo una constitución anímica, que se ha convertido en una filosofía que habla con pleno derecho, es decir, con un derecho interno, de una diferencia entre el Padre y el Hijo, porque tanto el Padre como Cristo son experiencias para Solovyov. El hombre occidental no distingue entre Dios Padre y Cristo. Si uno es interiormente honesto, sentirá por sí mismo que cuando quiere hacer una distinción entre Dios Padre y Cristo, ambos se confunden inmediatamente. Esto es imposible con Soloviov. Solovyov experimenta a ambos por separado, y por eso todavía tiene un sentido para las batallas, las batallas espirituales, que se libraron en los primeros siglos cristianos para visualizar la diferencia entre el Dios Padre y el Dios Hijo para la conciencia humana.
Pero eso, a su vez, es a lo que debe llegar el hombre moderno. Debe haber algo de verdad en llamarse cristiano. No debe darse el caso de que uno pretenda adorar a Cristo y le atribuya sólo los atributos de Dios Padre. Sino que únicamente exponiendo verdades sobre las que ayer llamé la atención se llegará a tener las dos experiencias, la experiencia del Padre y la experiencia del Hijo.
Sin embargo, toda la forma abstracta de conciencia en la que crece el hombre moderno y que en realidad no permite otra cosa que el reconocimiento de Dios Padre, será necesario sustituirla por una vida de conciencia mucho más concreta. Por supuesto, la forma en que les presenté las cosas ayer no puede presentarse hoy en términos generales en un mundo que no está suficientemente preparado por los otros campos de la ciencia espiritual, de la antroposofía. Pero al menos hay formas de señalar al hombre moderno que hay un centro de destrucción dentro de él, y que en el mundo exterior hay un lugar donde el yo se ahoga, donde no puede sostenerse, como se decía antiguamente de la Caída del Hombre y cosas por el estilo. Sólo hay que encontrar la forma en que estas cosas pueden pasar a la conciencia ordinaria, de la misma manera que la doctrina de la Caída del Hombre daba antiguamente la doctrina de un fundamento espiritual del mundo que tenía un efecto diferente de nuestra doctrina de Dios Padre.
Nuestra ciencia sólo tendrá que penetrar en tales puntos de vista, como afirmé ayer. Nuestra ciencia sólo quiere reconocer las leyes de la naturaleza dentro del ser humano. Pero es precisamente en este centro de destrucción, del que ya he hablado varias veces aquí, donde las leyes de la naturaleza se unen con las leyes de la moral, donde las leyes naturales y las leyes morales se convierten en una. La materia, y con ella todas las leyes de la naturaleza, se destruye en nosotros. La vida material con todas las leyes de la naturaleza es arrojada de nuevo al caos, y una nueva naturaleza es capaz de surgir del caos, imbuida de los impulsos morales que ponemos en ella.
Pero al adentrarnos, digamos, en el mal interior del hombre y luego también tomar conciencia de cómo se insuflan los impulsos morales en este mal interior, donde la materia se destruye, donde la materia es arrojada de vuelta a su caos, entonces descubrimos el comienzo de la esencia espiritual en nosotros mismos. Entonces percibimos el espíritu creador dentro de nosotros. Porque las leyes morales actúan sobre la materia, que se ha vuelto algo y ha sido arrojada de vuelta al caos, tenemos dentro de nosotros algo espiritualmente activo de un modo natural. Tomamos conciencia de la actividad espiritual concreta que hay en nosotros y que es la semilla de los mundos futuros.
¿Con qué podemos comparar lo que se anuncia en nuestro interior?
No podemos compararlo con lo que nuestros sentidos nos comunican inicialmente de la naturaleza exterior. Sólo podemos compararlo con lo que nos dice otra persona cuando nos habla. Por eso cuando decimos que lo que tiene lugar en nuestro interior, cuando los impulsos morales o incluso inmorales conectan con el caos que llevamos dentro, es más que una comparación, nos habla. En efecto, es algo que nos habla. Y uno llega allí de una manera que no es alegoría ni símbolo, sino que es bastante real, uno llega a darse cuenta de cómo lo que podemos oír exteriormente a través de nuestros oídos es un lenguaje debilitado para el mundo terrenal, mientras que en nuestro ser interior se habla un lenguaje que va más allá de la tierra, porque habla a partir de aquello que contiene los gérmenes para los mundos futuros. Estamos penetrando realmente en lo que debe llamarse la «palabra interior». Sin embargo, en las palabras atenuadas que pronunciamos o escuchamos al dialogar con nuestros semejantes, oír y hablar están separados, mientras que en nuestro ser interior, cuando nos sumergimos por debajo del espejo de la memoria en el caos interior, tenemos una esencia en la que en nuestro ser interior se habla y se oye al mismo tiempo. Oír y hablar se unen a la vez. La palabra interior habla dentro de nosotros, la palabra interior es escuchada dentro de nosotros.
Pero al mismo tiempo hemos entrado en una zona en la que ya no tiene sentido hablar de lo subjetivo y lo objetivo. Cuando oyes a la otra persona, cuando te dice palabras que percibes con tu sentido del oído, enseguida sabe uno que esta entidad de la otra persona está fuera de uno, pero en cierto sentido hay que entregarse, rendirse a ella, para que percibas la entidad de la otra persona en aquello que uno oye. Y a su vez, cuando se habla: se sabe que lo que realmente se convierte en una palabra, una palabra audible, no es meramente algo subjetivo, es algo que se inserta en el mundo. Por eso también en nuestro trato con otras personas, no tiene sentido la diferenciación entre subjetividad y objetividad, tanto en las cosas atenuadas que oímos como palabras como en las que les decimos como palabras. Estamos con nuestra subjetividad en la objetividad, y la objetividad actúa en nosotros y con nosotros percibiendo. Lo mismo ocurre cuando descendemos a la palabra interior. No es meramente una palabra interior, es al mismo tiempo algo objetivo. No es nuestro ser interior el que habla, es el mundo el que habla, simplemente en el ámbito de nuestro ser interior.
Por consiguiente, también para él es ahora cuando tiene una percepción de que detrás del tapiz sensorial hay un mundo espiritual, donde los seres espirituales de las jerarquías superiores gobiernan y tejen. Para él es de tal manera que primero percibe estos seres a través de una imaginación; Pues para él, para su mirada, están impregnados por la vida interior, ya que ahora él oye la palabra, aparentemente a través de sí mismo, pero en realidad procede del universo.
Así pues, por el amor en el mundo, por la devoción, el hombre penetra más allá del tapiz de los sentidos y lo hace con plena devoción de su propio ser, para percibir las entidades que allí se le revelan a través de lo que debe permitir que sea la palabra interior dentro de él. Crecemos junto con el mundo exterior. Cuando se despierta la palabra interior, el mundo exterior se vuelve, por así decirlo, un mundo sonoro.
Pues bien, en todo ser humano de hoy está presente lo que les estoy describiendo. Sólo que no tiene conocimiento, por lo tanto no tiene prudencia, no tiene conciencia de ello, para ello primero debe crecer en tal conocimiento, en tal prudencia. Cuando reconocemos el mundo con la conciencia ordinaria que nos proporciona los conceptos intelectualistas, en realidad sólo reconocemos lo pasajero, sólo el pasado. Y si luego nos fijamos bien en lo que nuestro intelecto puede proporcionarnos, básicamente consiste en una visión retrospectiva del mundo pasajero. Pero con lo que les he indicado, podemos encontrar al Dios Padre. Entonces, ¿Qué conciencia desarrollamos del Dios Padre? La conciencia de que el Dios Padre subyace en un mundo cuyo pasar se anuncia en nuestra intelectualidad.
Pero, en definitiva, ¿Cómo es una persona que está tan completamente inmersa en lo que se le ha injertado desde la infancia como forma de pensamiento científico moderno? Tal persona aprende que los fenómenos externos surgen y desaparecen en el mundo, pero la materia permanece, la materia es lo indestructible, y aunque la tierra haya llegado a su fin, la materia no se destruirá. Ciertamente, habrá un gran cementerio, pero este gran cementerio contendrá los mismos átomos y moléculas, o al menos los mismos átomos, que ya existen hoy. Se vuelve la mirada sólo hacia lo que se hunde, y se estudia básicamente en lo que asciende, sólo hacia aquello que fluye desde lo que se hunde hacia lo que asciende. Aquello que se muestra a nuestros ojos, aquello que se muestra a nuestros oídos, etc., un día dejará de ser. El cielo y la tierra pasarán, -pues lo que vemos de las estrellas a través de nuestros sentidos también forma parte de esta transitoriedad-, el cielo y la tierra pasarán; pero lo que se forma como palabra interior en el caos interior del hombre, en el núcleo o foco de destrucción, eso vivirá después de que el cielo y la tierra hayan pasado, igual que la semilla de la planta del año presente vivirá en la planta del año siguiente. Dentro de las personas están las semillas del futuro del mundo. Y si la gente recibe al Cristo en estas semillas, entonces el cielo y la tierra pueden pasar, pero el Logos, el Cristo, no puede pasar. En cierto sentido, el hombre lleva dentro de sí lo que un día existirá, cuando todo lo que ve a su alrededor deje de existir.
Y debe ser capaz de decirse a sí mismo: Miro a Dios Padre. Dios Padre subyace al mundo que puedo ver a través de mis sentidos. Es su revelación. Pero es un mundo en decadencia, y también arrastraría al hombre consigo si el hombre se sumergiera completamente en él, si sólo pudiera desarrollarse la conciencia de Dios Padre. El hombre regresaría al Dios Padre; no podría tener más desarrollo. Pero hay un mundo emergente, que existe inicialmente precisamente a través del hombre. Si el hombre ennoblece sus ideales morales mediante la conciencia Crística, mediante el impulso Crístico, si moldea sus ideales morales de tal modo que sean como deben ser por el hecho de que el Cristo ha venido a la tierra, entonces vive en su caos germinando hacia el futuro lo que ahora no es un mundo que perece, sino un mundo que surge.
Uno debe tener este fuerte sentimiento por el mundo que se está cayendo y el que se está levantando. Hay que sentir ya en la naturaleza que en ella hay una muerte eterna. Y a través de esta muerte, la naturaleza se tiñe hasta cierto punto. Pero, por otra parte, en la naturaleza hay también un continuo surgir, un continuo nacer. Esto no tiñe la naturaleza con lo que luego se hace visible a nuestros sentidos, pero sin embargo es perceptible en la naturaleza con sólo dedicarnos a esta naturaleza con un corazón abierto.
![]() |
fig.1 |
Vemos fuera, en la naturaleza, digamos, los colores, los colores en el sentido del espectro cromático, desde el rojo más extremo hasta el violeta más extremo, con los matices intermedios. Si mezcláramos estos colores de una determinada manera, cobrarían vida. Entonces se convertirían precisamente en lo que surge del ser humano como el llamado color carne, lo encarnado. Cuando observamos la naturaleza, vemos, por así decirlo, el arco iris desplegado como el signo de Dios Padre. Pero miremos al ser humano: Lo encarnado, habla desde dentro del ser humano, donde todos los colores se interpenetran, pero toman vida, se hacen vivos en su interpenetración. Si nada mas nos fijamos en el cadáver, desaparece lo que cobra vida. Aquí, a su vez, lo que es el hombre, se devuelve al arco iris, a la creación de Dios Padre. Pero el hombre debe ver en sí mismo también la fuente del colorido, la causa de que el arco iris sea encarnado, la causa de que el arco iris sea una unidad viviente; esto es lo que debe ver en sí mismo.
Ayer y hoy les he guiado de un modo tal vez complejo hacia este ser interior en su significado real: en el modo en que a través de él la materia, lo que es exterior, es devuelta a la nada, al caos, para que el espíritu pueda volverse a su vez creador. Si miramos hasta esta nueva creación, entonces nos decimos: Dios Padre obra hasta la materia en su perfección (ver fig.1). Se presenta ante nosotros en el mundo exterior de las formas más diversas, para que sea visible para nosotros. Pero en nuestro propio interior, esta materia es devuelta a su nada, es impregnada por la esencia puramente espiritual, por nuestros ideales morales o incluso antimorales (rojos). Entonces brota una nueva vida. El mundo debe aparecérsenos en esta doble forma: En cómo el Padre Dios, crea lo que es visible en el exterior, en cómo culmina en el ser interior del hombre, donde es devuelto al caos. Debemos sentir fuertemente el fin de este mundo, que es el mundo de Dios Padre, y veremos cómo llegamos así a una comprensión interior del Misterio del Gólgota, a esa comprensión interior a través de la cual se nos aclara cómo lo que llega a su fin en el sentido de la creación de Dios Padre revive a través de Dios Hijo, cómo se hace un nuevo comienzo.
De hecho, uno puede ver por todas partes en el mundo occidental cómo, desde el siglo XV, la tendencia ha sido penetrar sólo en lo perecedero, sólo en lo cadavérico, que sólo es accesible al intelecto, en cómo toda la llamada educación sólo se ha formado bajo la influencia de tal enfoque científico centrado en lo muerto. Es lo opuesto al verdadero cristianismo. El verdadero cristianismo debe tener un sentimiento por lo vivo, pero también debe ser capaz de separar este sentimiento de lo vivo de lo muerto. Por eso, la idea más importante que debe vincularse al Misterio del Gólgota es la de Cristo resucitado, el Cristo que venció a la muerte. Es importante darse cuenta de que la idea más importante es la del Cristo que atravesó la muerte y resucitó. El cristianismo no es sólo una religión de redención, -las religiones orientales también lo eran-, el cristianismo es una religión de resurrección, una religión de despertar para lo que, por contra, es materia que se desmorona.
Cósmicamente tenemos el desmoronamiento de la materia en la luna, lo que siempre es nuevo y recién creado en el sol. Vista espiritualmente, vista mediante la visión espiritual, la luna se convierte en algo que está en un proceso continuo, incluso cuando uno sale de la percepción sensorial ordinaria hacia donde la imaginación está trabajando: se está fragmentando continuamente. Allí, donde la luna se sitúa, la materia de la luna se astilla y se espolvorea en el mundo, se recoge de su entorno y vuelve a astillarse (véase el dibujo fig.2, a la izquierda).
![]() |
fig.2 |
![]() |
fig. 3 |
A través de estas dos experiencias se puede ver el universo del Dios Padre, en la fragmentación, en la atomización, la cual tenía que estar ahí hasta que el mundo cambió en el mundo del Dios Hijo, que se da básicamente de forma física a través de la naturaleza solar del mundo. Lo lunar y lo solar están relacionados entre sí como la Deidad Padre con la Deidad Hijo.
Esto se comprendía instintivamente en los primeros siglos cristianos. Es necesario reconocerlo de nuevo con toda prudencia para que el hombre pueda volver a decir de sí mismo honestamente: Soy cristiano.
Esto es lo que quería explicarles hoy.
Traducido por J.Luelmo feb,2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario