GA066 Berlín, 15 de marzo de 1917 - El alma y el cuerpo humano en la naturaleza y el conocimiento del espíritu.

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RUDOLF STEINER

EL ALMA Y EL CUERPO HUMANO EN LA NATURALEZA Y EL CONOCIMIENTO DEL ESPÍRITU

Conferencia 4

Berlín, 15 de marzo de 1917

En la conferencia de hoy me encuentro en una posición un tanto difícil, porque será necesario esbozar resultados de un campo de la ciencia espiritual muy amplio, y a algunos podría parecerles deseable escuchar detalles que corroboren, que prueben, uno u otro resultado que se presentará hoy. Tales detalles podrán darse en futuras conferencias; hoy mi tarea consistirá en esbozar el campo que estamos tratando aquí. Además, tendré que utilizar expresiones, ideas sobre el alma y el cuerpo, cuyo fundamento real se encuentra en las conferencias que ya he dado aquí; porque tendré que limitarme estrictamente al tema, a la explicación de la conexión entre el alma humana y el cuerpo humano.

Se trata de un tema del que puede decirse que dos de los esfuerzos espirituales de los últimos tiempos han sido objeto de los mayores malentendidos posibles. Y si uno examina estos malentendidos, encontrará que, por un lado, los pensadores e investigadores que han intentado en los últimos tiempos trabajar en el campo de los fenómenos del alma, saben poco acerca de los grandes resultados admirables de la ciencia natural, -especialmente en lo que se refiere al conocimiento del cuerpo humano. No pueden, por así decirlo, salvar la distancia de manera correcta entre lo que deben considerar como observaciones de los fenómenos del alma y los fenómenos del cuerpo. Por otra parte, hay que decir que los representantes de los trabajos de investigación científica son, por regla general, tan ajenos a las observaciones del alma, tan ajenos incluso a lo que se entiende por observación del alma, que tampoco son capaces de tender un puente desde los resultados verdaderamente tremendos de las ciencias naturales más recientes hasta los fenómenos del alma. Y así nos encontramos con que los investigadores del alma y los científicos naturales, cuando hablan del alma humana y del cuerpo humano, hablan lenguajes muy diferentes y básicamente no pueden entenderse en absoluto. Y por este hecho es por lo que precisamente aquellos que intentan comprender los grandes enigmas del alma y su conexión con los enigmas del mundo basándose en la concepción del tiempo se ven engañados, incluso se podría decir que confundidos.

Quisiera empezar señalando dónde radica realmente el error de pensamiento. Se ha desarrollado una peculiaridad, -no quiero criticarla, sino simplemente constatarla como un hecho-, en cuanto a la forma en que el hombre de hoy se relaciona con sus conceptos e ideas. En la mayoría de los casos no se da cuenta de que los conceptos y las ideas, por muy fundamentados que estén, no son más que herramientas para discernir la realidad tal y como se nos presenta en cada caso concreto. La gente de hoy cree que una vez que ha adquirido un concepto, éste es directamente aplicable al mundo. Lo que acabo de describir como los malentendidos predominantes se basan en esta peculiaridad del pensamiento contemporáneo, que se implanta en todo el quehacer científico. Hoy en día, la gente no se da cuenta de que un concepto puede ser completamente correcto, pero que, aunque sea correcto, puede utilizarse de forma completamente errónea. Para caracterizarlo metódicamente de antemano, lo ilustraré con ejemplos quizá grotescos que podrían darse ya en la vida. Es cierto que alguien puede tener la convicción, sin duda justificada, de que el dormir, el dormir sano, es un buen remedio. Ese puede ser un concepto bastante correcto, una idea correcta. Pero si no se aplica de la manera correcta en un caso concreto, puede ocurrir algo así: alguien hace una visita a algún lugar; encuentra a un anciano que está indispuesto, enfermo de una manera u otra. Ofrece su sabiduría diciendo: Sé que una buena noche de sueño puede hacerte bien. Cuando salga, quizá puedas decirle: Pues mira, el viejo duerme todo el tiempo. O puede ocurrir que otra persona opine que para determinadas enfermedades caminar y moverse es algo sumamente saludable. Le aconseja a alguien que lo haga. Sólo tiene que objetar: Olvidas que soy cartero.

Sólo quiero indicar el principio: que ciertamente se pueden tener conceptos correctos, pero que estos conceptos sólo llegan a ser útiles cuando se aplican de forma correcta en la vida.

Y en las diversas ciencias también se pueden encontrar conceptos correctos, estrictamente demostrables como ese, de modo que refutarlos supondría dificultades. Pero siempre hay que plantearse la pregunta: ¿Son estos conceptos aplicables a la vida? ¿Son herramientas útiles para comprender la vida? En nuestro pensar actual, la enfermedad mental que he insinuado e ilustrado con ejemplos grotescos, está enormemente extendida. Por eso algunas personas no advierten dónde están los límites de sus conceptos, dónde necesitan ampliar sus conceptos a través de hechos, ya sean hechos físicos o espirituales. Y quizá en pocos ámbitos sea tan necesario ampliar nuestros conceptos, nuestras ideas, como en el ámbito del que queremos hablar hoy.

Desde el punto de vista de la ciencia natural, que es el más importante en la actualidad, de todo cuanto se ha logrado en este campo sólo se puede decir una y otra vez lo admirable y maravilloso que es. En el otro lado, en el campo del alma, también hay trabajos significativos, pero no proporcionan ninguna visión de las cuestiones más importantes del alma y, sobre todo, no pueden ampliar sus conceptos de tal manera que puedan resistir el ataque desde el lado de la ciencia natural moderna, que, sin embargo, en cierto modo se dirige contra todo lo espiritual. Quisiera referirme a dos fenómenos literarios de los últimos tiempos que contienen los resultados de la investigación en estos campos; fenómenos que nos muestran muy claramente cómo debe buscarse una ampliación de los conceptos mediante una ampliación de la investigación. Sobre todo, hay una «Psicología fisiológica» extraordinariamente interesante de Theodor Ziehen. En esta psicología, aunque los resultados de la investigación, aún fluctuantes, están formados en parte por hipótesis, se muestra de forma magnífica cómo hay que imaginarse el cerebro y el mecanismo nervioso según las observaciones científicas modernas, para hacerse una idea de cómo funciona el organismo nervioso mientras formamos ideas y vinculamos nuestras ideas entre sí. Sin embargo, es precisamente en este ámbito donde se hace evidente que el método científico de observación, que se dirige hacia el alma, conduce a conceptos estrechamente definidos que no penetran en la vida. Theodor Ziehen puede demostrar que para todo lo que tiene lugar en la imaginación, se pueden encontrar contraimágenes, por así decirlo, dentro del mecanismo nervioso. Y si se recorre el campo de la investigación en esta cuestión, se encontrará que la escuela de Haeckel, en particular, ha logrado algo bastante extraordinario en esta área. Basta con referirse al excelente trabajo realizado por el alumno de Haeckel, Max Verworn, en el laboratorio de Gotinga, sobre lo que ocurre en el cerebro humano, en el sistema nervioso humano, cuando vinculamos una idea con otra o, como decimos en psicología, cuando una idea se asocia con otra. Nuestro pensar se basa básicamente en este encadenamiento de ideas. Cómo debemos pensar en esta vinculación de representaciones, cómo debemos pensar en la formación de representaciones de la memoria, cómo están presentes ciertos mecanismos que, se podría decir, almacenan representaciones para que puedan ser recuperadas por la memoria más tarde, todo esto está bellamente presentado de forma coherente por Theodor Ziehen. Si uno echa un vistazo a lo que tiene que decir sobre la vida de la imaginación y lo que le corresponde como sistema nervioso humano, sin duda puede estar de acuerdo con él. Pero luego Ziehen llega a una extraña conclusión ulterior.

Sabemos que esta vida anímica humana no sólo contiene representaciones. Se piense lo que se piense sobre la relación de las demás actividades del alma con la representaciones, en primer lugar no se puede ignorar el hecho de que aparte de la representación hay que distinguir al menos otras actividades o facultades del alma; sabemos que aparte de la imaginación o representación está el sentir, la actividad del sentir en toda su amplitud, y también la actividad de la voluntad. Theodor Ziehen habla como si el sentir no fuera en realidad otra cosa que una propiedad de la imaginación; no habla del sentir real, sino del tono de sentir de las sensaciones o imaginaciones. Las representaciones están ahí. Están ahí, no sólo como las pensamos, sino con ciertas propiedades que les dan su tono emocional. De modo que se puede decir: Para sentir tal investigador depende ahora del hecho de que él dice: Lo que tiene lugar en el sistema nervioso no es suficiente para sentir. Por lo tanto, en realidad deja de lado el propio sentir y lo considera sólo como un apéndice de la imaginación o representación. También se puede decir que persiguiendo el sistema nervioso, éste no llega en el mecanismo nervioso a la aprehensión del alma que aparece como vida emocional. Por lo tanto, deja de lado la vida emocional como tal. Pero tampoco llega a nada en el mecanismo nervioso que haga necesario hablar de una volición. Por eso Ziehen niega prácticamente la justificación para hablar de una volición en el ámbito científico en lo que se refiere al conocimiento del alma y del cuerpo. ¿Qué ocurre cuando una persona quiere algo? Supongamos que camina, que está en movimiento. Entonces se dice, -según uno de esos investigadores-, que el movimiento, el caminar, surge de su voluntad. Pero, por regla general, ¿qué hay realmente? No hay nada más que, en primer lugar, la idea del movimiento. Imagino, por así decirlo, lo que será cuando me mueva por el espacio; y entonces no ocurre nada más que que me veo o me siento, es decir, que percibo mi movimiento. Al recuerdo de la representación del movimiento le sigue la representación, la percepción del movimiento; no se encuentra voluntad por ninguna parte. Así pues para Zeihen, la voluntad queda virtualmente sustraída. Vemos que persiguiendo los mecanismos nerviosos no se llega al sentir ni tampoco a la volición; por lo tanto hay que prescindir más o menos, para la volición incluso completamente, de estas zonas del alma. Y entonces uno suele decir de buen grado: Bueno, uno deja eso a los filósofos, pero el científico natural no tiene razón para hablar de estas cosas si uno no va tan lejos como Verworn, que dice: «Los filósofos han escrito mucho sobre la vida mental humana que resulta ser injustificado desde el punto de vista de la ciencia natural. 

Un importante investigador del alma de tiempos más recientes, al que ya he mencionado aquí varias veces y que es más importante de lo que solemos pensar de él, llega a una conclusión similar a la de Ziehen, que parte totalmente de documentos científicos naturales: Franz Brentano. Pero Franz Brentano parte del alma. En su «Psicología» intentó analizar la vida del alma. Es característico que sólo se haya publicado el primer volumen de esta obra y nada más desde los años setenta del siglo XIX. Los que conocen las circunstancias saben que precisamente porque Brentano trabaja con conceptos limitados en el sentido caracterizado más arriba, no pudo ir más allá del principio. Pero hay algo extraordinariamente significativo en Brentano: que en su intento de recorrer los fenómenos del alma, de agruparlos en determinados grupos, distingue entre «imaginar» y «sentir». Pero recorriendo el alma, diría yo, de arriba abajo, no llega a la volición. La voluntad es básicamente sólo un subtipo del sentir. Así que ni siquiera un investigador del alma llega a la volición. Franz Brentano se refiere a cosas tales como que incluso el lenguaje, cuando habla de los fenómenos del alma, da a entender que lo que suele llamarse «querer» se agota en el fondo en el sentir dentro de los acontecimientos del alma, de los hechos del alma. Pues ciertamente es sólo un sentimiento lo que se expresa cuando digo: tengo aversión a algo. Y sin embargo, cuando digo: tengo aversión a algo, (Widerwillen), tomo el término «voluntad = wille» de tal manera que el lenguaje ya expresa instintivamente que para la vida anímica, la voluntad es en realidad algo que pertenece al sentir. A partir de este único ejemplo se puede ver lo imposible que es para este investigador del alma salir de un determinado círculo. No cabe duda de que lo que Franz Brentano aporta es una cuidadosa investigación del alma; pero tampoco cabe duda de que la experiencia de la voluntad, del paso de la vida del alma al acto exterior, y del surgimiento del acto exterior a partir de la voluntad, es una experiencia que no se puede negar. Así pues, el psicólogo no encuentra lo que indudablemente no puede negarse.

No se puede decir que todos los investigadores basados en la ciencia natural moderna que se ocupan de la vida anímica en su relación con la vida corporal sean materialistas. Ziehen, por ejemplo, considera la materia como una pura hipótesis. Pero llega a un punto de vista muy extraño, a saber, que miremos donde miremos, no hay nada más a nuestro alrededor que el alma. Puede haber algo de materia en algún lugar fuera, pero esta materia debe primero hacer una impresión en nosotros en sus procesos; de modo que, en que los hechos materiales hacen una impresión en nuestros sentidos, lo que experimentamos en nuestra percepción sensorial es ya un fenómeno espiritual. Ahora sólo experimentamos el mundo a través de nuestros sentidos; así que básicamente todo es un fenómeno anímico, todo es psíquico. Este es el punto de vista de investigadores como Ziehen. Entonces, todo el ámbito de la experiencia humana sería en realidad anímico, y básicamente no tendríamos derecho a hablar de otra cosa que no fuera hipotética, aparte de nosotros mismos, aparte de nuestras experiencias anímicas. Básicamente, según tales puntos de vista, tejemos y vivimos dentro del reino universal del alma y no podemos escapar de él.

Eduard von Hartmann calificó este punto de vista de forma drástica al final de su Handbuch über Seelenkunde, y esta característica, aunque grotesca, es sin embargo bastante interesante de visualizar. Dice: «Tomemos el ejemplo de este panpsiquismo, -nos inventamos palabras como ésta-, de dos personas sentadas a una mesa y tomando café con azúcar, -digamos que de tiempos mejores-. Una persona está un poco más lejos del azucarero que la otra, y a la persona ingenua le parece que una persona le está diciendo a la otra: Páseme el azucarero. La otra persona da el azucarero a la persona que lo pide. ¿Cómo debe imaginarse este proceso, dice Eduard von Hartmann, si el ensamblaje universal es correcto? Debe imaginarse de tal manera que algo ocurre en el cerebro humano o en el sistema nervioso, que se organiza en la conciencia de tal manera que se despierta la idea: Necesito azúcar. Pero la persona en cuestión no tiene ni idea de lo que hay realmente. A esta idea de «quiero azúcar» le sigue otra; pero ésta también es sólo una representación anímica de que algo que se parece a otra persona, -porque lo que está ahí objetivamente no se puede decir, sólo da la impresión-, le está dando el azucarero. La fisiología, dice Hartmann, cree que ocurre objetivamente lo siguiente: En mi sistema nervioso, cuando yo soy la única persona, se forma algún proceso que se refleja en mi conciencia como la ilusión «estoy pidiendo azúcar». Entonces este mismo proceso, que no tiene nada que ver con el proceso de la conciencia, pone en movimiento los músculos del habla; de nuevo se produce algo objetivo fuera, de lo que uno no sabe lo que es, pero que se refleja de nuevo en la conciencia, por lo que uno recibe la impresión de que está pronunciando las palabras «pásame el azúcar". A continuación, estos movimientos provocados en el aire se transmiten a otra persona, que también se supone hipotéticamente, y generan vibraciones en su sistema nervioso. Como en este sistema nervioso vibran los nervios sensitivos, se ponen en movimiento los nervios motores. Y mientras tiene lugar este proceso puramente mecánico, en la conciencia de la otra persona se refleja algo así como «le doy a esta persona el azucarero», y lo que está relacionado con ello, lo que se puede percibir, el movimiento, etc.

Ahí tenemos la peculiar interpretación de que lo que realmente sucede fuera de nosotros permanece desconocido para nosotros, es sólo hipotético, pero aparece de tal manera que son procesos nerviosos los que se balancean por el aire hacia la otra persona, saltan allí de lo sensitivo a lo motor, a los nervios del movimiento y llevan a cabo la acción externa. Esto es completamente independiente de lo que sucede en las dos conciencias, sucede automáticamente. Pero esto conduce gradualmente a una situación en la que ya no podemos comprender la conexión entre lo que sucede automáticamente fuera y lo que realmente experimentamos. Pues lo que experimentamos no tiene nada que ver con nada objetivo exterior, si adoptamos el punto de vista de la totalidad del alma. Por extraño que parezca, el alma entera, yo diría que el mundo entero, se toma dentro del alma. Y los pensadores individuales ya han planteado algunas objeciones muy importantes. Si, por ejemplo, un comerciante espera un telegrama con un contenido determinado, basta con que falte una sola palabra para que, en lugar de alegría, se desencadenen en su alma el disgusto, el sufrimiento y el dolor. ¿Se puede decir que lo que se experimenta en el alma sólo tiene lugar dentro del alma, o a partir de los resultados inmediatos no se debe suponer que realmente ha tenido lugar algo fuera que también se experimenta en el alma? Y por otra parte, si se adopta el punto de vista de este automatismo, se podría decir: Sí, Goethe escribió Fausto, eso es cierto; pero eso sólo atestigua que todo Fausto vivió en su alma en la imaginación. Pero esta alma no tiene nada que ver con el mecanismo que describió esta imaginación. No se puede salir del mecanismo de la vida del alma a lo que está ahí fuera. Como resultado, se ha desarrollado gradualmente el punto de vista, que ahora está muy extendido, de que lo espiritual es, por así decirlo, sólo una especie de proceso paralelo a lo que está fuera en el mundo, que sólo viene por añadidura a lo que está fuera en el mundo, y que uno no puede saber en absoluto lo que realmente está pasando ahí fuera en el mundo. Básicamente, se puede llegar entonces a la conclusión, a la que yo he llegado, de que en mi libro «Sobre el enigma del hombre» llamo a este punto de vista, que se desarrolló en el siglo XIX y se ha ido imponiendo cada vez más en ciertos círculos, el punto de vista del ilusionismo. Ahora se planteará la pregunta: ¿No se basa este ilusionismo en fundamentos muy sólidos? - Casi lo parece. Realmente parece que no hay nada que decir contra el hecho de que pueda haber algo fuera que afecte a nuestros ojos, y que sólo el alma transforme lo que está fuera en luz y color, de modo que en realidad sólo se está tratando con el alma, que nunca se llega más allá de los límites del alma, que nunca se tendría derecho a decir que esto o aquello corresponde a lo que vive en el alma. Tales cosas sólo parecen no tener importancia para las cuestiones más elevadas del alma, por ejemplo la cuestión de la inmortalidad. Tienen un significado profundo para ella, y también será posible hacer hoy algunas sugerencias al respecto. Pero quisiera partir de esta misma base.

La escuela de pensamiento que así he caracterizado no considera, sobre todo, que en lo que se refiere a la vida del alma sólo cuenta lo que sucede cuando se producen impresiones en el hombre desde el exterior a través del mundo sensorial, y el hombre, a través de su aparato nervioso llega a formarse representaciones sobre estas impresiones. Estos puntos de vista no tienen en cuenta que lo que sucede allí sólo es aplicable a la relación del hombre con el mundo sensual externo, sino que para esta relación, incluso si se examina el asunto en el sentido de la investigación espiritual, muestra resultados bastante especiales. Esto demuestra que los sentidos humanos están construidos de una manera muy especial. Pero lo que tengo que decir aquí acerca de esta estructura con respecto a las sutilezas de esta estructura es tal que en muchos casos todavía no es accesible a lo que ya está siendo observado hoy por la ciencia externa. En los órganos que tenemos para los sentidos, se construye algo en el cuerpo humano que está hasta cierto punto excluido de la vida interior general de este cuerpo humano. Esto se puede simbolizar con el ejemplo del ojo. El ojo está construido en nuestro organismo craneal casi como un ser completamente independiente, conectado con el interior de todo el organismo sólo a través de ciertos órganos. Se podría describir todo en detalle, pero no es necesario para nuestra consideración actual. Pero hay una cierta independencia. Y tal independencia se da, en verdad, en todos los órganos de los sentidos. De modo que, -cosa que nunca se tiene en cuenta-, sucede algo muy especial en la percepción sensorial, en la sensación sensorial. El mundo exterior sensorial continúa a través de nuestros órganos de los sentidos hacia nuestros propios órganos. Lo que sucede ahí fuera a través de la luz y el color, o mejor dicho, lo que sucede en la luz y el color, continúa a través de nuestros ojos hacia nuestro organismo de tal manera que la vida de nuestro organismo no participa en ello en un principio. De modo que la luz y el color entran en nuestro ojo de tal manera que la vida del organismo, diría yo, no obstaculiza la penetración de lo que sucede fuera. De esta manera, al igual que en una serie de golfos representan entradas de mar en el litoral, el flujo de los acontecimientos externos penetra en nuestro organismo en cierta medida a través de nuestros sentidos. Ahora bien, el alma participa primero de lo que penetra allí, en cuanto que ella misma vitaliza primero lo que penetra inanimado desde el exterior. Esta es una verdad extraordinariamente importante que sale a la luz a través de la ciencia espiritual. Al percibir a través de los sentidos, estamos revitalizando constantemente aquello que, a partir del flujo de acontecimientos externos, se prolonga en nuestro cuerpo. La percepción sensorial es una verdadera penetración viva, incluso una animación de lo que se prolonga como materia muerta en nuestro organismo. De este modo, sin embargo, en la percepción de los sentidos, tenemos realmente el mundo objetivo directamente dentro de nosotros y al procesarlo anímicamente lo experimentamos. Este es el verdadero proceso y es sumamente importante. Pues no puede decirse que en la percepción de los sentidos sea sólo una impresión, que sea sólo un efecto del exterior; lo que ocurre exteriormente entra realmente en nuestro interior, corporalmente, es absorbido por el alma e imbuido de vida. En los órganos de los sentidos tenemos algo en lo que vive el alma, sin que nuestro propio cuerpo viva en ello directamente. Algún día nos acercaremos más, desde un punto de vista científico, a las representaciones que he desarrollado ahora, si podemos formarnos una opinión comparativa del hecho de que en los ojos de ciertas especies animales, -y esto puede extenderse a todos los sentidos-, existen ciertos órganos que ya no están presentes en el ser humano. El ojo humano es más simple que los ojos de los animales inferiores, incluso de animales muy próximos a él. Si alguna vez se pregunta: ¿Por qué, por ejemplo, ciertos animales tienen todavía el llamado abanico en el ojo, un órgano especial de los vasos sanguíneos, por qué otros tienen la llamada apófisis xifoides, de nuevo un órgano de los vasos sanguíneos? entonces se llegará a la conclusión de que en el organismo animal, en la medida en que estos órganos sobresalen en los sentidos, la vida corporal no milagrosa participa todavía en lo que tiene lugar en los sentidos como una continuación del mundo exterior. Por lo tanto, la percepción sensorial del animal no es en absoluto de tal naturaleza, como para que pueda decirse que el alma experimenta directamente la entrada del mundo exterior. Pues el alma en su instrumento, o sea el cuerpo, sigue impregnando el órgano de los sentidos; la vida corporal impregna el órgano de los sentidos. Pero precisamente porque los sentidos humanos están diseñados de tal manera que están animados por el alma, está claro para aquellos que realmente captan la esencia de la percepción sensorial que en la percepción sensorial percibimos la realidad exterior. Todo el kantianismo, todo el schopenhauerianismo, toda la fisiología moderna, por otra parte, no sirven de nada, porque estas ciencias todavía no son capaces de permitir que sus conceptos penetren en una concepción adecuada de la percepción de los sentidos. Sólo cuando lo que tiene lugar en el órgano de los sentidos es absorbido por el sistema nervioso más profundo, el sistema cerebral, sólo entonces pasa a aquél en el que penetra directamente la vida corporal y, por tanto, tienen lugar los acontecimientos interiores. De modo que el ser humano posee la región sensorial externamente, y dentro de esta región sensorial, por así decirlo, la zona opuesta al mundo exterior, donde este mundo exterior puede acercarse a él puramente, en la medida en que puede tener un efecto sobre los sentidos. Pues no ocurre nada más. Pero entonces, cuando la percepción de los sentidos se convierte en concepto, entonces estamos dentro del sistema nervioso más profundo, entonces todo proceso de concepción corresponde a un proceso nervioso-mecánico; entonces, siempre que formamos un concepto que se toma de la percepción de los sentidos, tiene lugar algo que ocurre en el organismo nervioso humano. 

Y aquí hay que decir que es admirable lo que ha conseguido la ciencia natural, sobre todo a través de los descubrimientos de Verworn, respecto a los procesos que tienen lugar en el sistema nervioso, en el cerebro, cuando se presenta esto o aquello. La ciencia espiritual sólo tendrá que tener claro lo siguiente: Al enfrentarnos al mundo exterior a través de los sentidos, nos enfrentamos al curso real externo de los hechos. Cuando representamos, por ejemplo, a partir de la memoria, cuando pensamos, donde no conectamos con algo externo, sino que vinculamos lo que se ha recibido del exterior, definitivamente hay algo que vive en nuestro sistema nervioso; y lo que tiene lugar en nuestro sistema nervioso, lo que vive allí en sus estructuras, en sus procesos, es realmente, -cuanto más se profundiza en este hecho, más se realiza-, una maravillosa imagen del alma, de la vida de la propia representación. Cualquiera que se interese sólo un poco por lo que la anatomía cerebral y la anatomía nerviosa pueden ya hoy decirnos, comprobará que esta estructura y estas relaciones de movimiento en el cerebro se cuentan entre las cosas más maravillosas que pueden revelarse en el mundo. Pero entonces la ciencia espiritual debe ser clara: Así como cuando miramos hacia fuera, nos enfrentamos al mundo exterior, así cuando nos dedicamos al desempeño de los pensamientos tomados del mundo exterior, nos enfrentamos a nuestro propio mundo corporal. Por lo general, esto no se percibe con claridad. Pero cuando el investigador espiritual se eleva a lo que él llama concepciones imaginativas, reconoce que aunque esto sigue siendo, me gustaría decir, onírico, sin embargo ocurre que en la imaginación auto abandonada el hombre percibe su juego interior en el cerebro y en el sistema nervioso del mismo modo que de otro modo percibe el mundo exterior. Fortaleciendo la vida anímica con meditaciones como las que he descrito, se puede apreciar que uno se enfrenta a este mundo nervioso interior de la misma manera que al mundo sensorial exterior; sólo que en el mundo sensorial exterior la impresión que viene de fuera es fuerte, y de este modo uno llega al discernimiento: el mundo exterior causa impresión; mientras que lo que viene de dentro de la vida corporal no se impone de tal manera, aunque sea un maravilloso juego de procesos materiales, que uno tiene por lo tanto la impresión: las ideas juegan por sí mismas.

Lo que he dicho se aplica a todo lo que he indicado hasta ahora sobre el contacto del hombre con el mundo sensorial externo. El alma, al penetrar en el cuerpo, por una parte contempla la realidad exterior; por otra, el alma contempla el juego de su propio mecanismo nervioso. Ahora bien, cierta opinión, -y aquí es donde surge el malentendido-, se ha formado a partir de este hecho la idea de que ésta es la relación del hombre con el mundo externo en general. Si este punto de vista plantea la pregunta: ¿Cómo afecta el mundo exterior al hombre? entonces la responde como debe responderla según los maravillosos resultados de la anatomía y fisiología cerebrales, entonces la responde como debemos caracterizar ahora lo que sucede cuando el hombre se entrega a ideas con referencia al mundo exterior, o permite que tales ideas se reproduzcan más tarde de memoria. Esta es, -así lo afirma este punto de vista-, la relación del hombre con el mundo en general. Pero debe llegar a la conclusión de que toda vida espiritual discurre en realidad junto al mundo exterior. Pues ciertamente al mundo exterior puede resultarle bastante indiferente que nos lo imaginemos o no; él procede como procede; nuestra representación es puramente añadida a él. Incluso se aplica lo que es un principio de este punto de vista: todo lo que experimentamos es espiritual. Pero el mundo exterior y el mundo interior viven en el alma. Y esto resulta del hecho de que, por un lado, vemos los procesos exteriores y, por otro, los procesos en el sistema nervioso. Ahora bien, este punto de vista se basa en esto: Por lo tanto, todas las demás experiencias anímicas también deben estar relacionadas con el mundo exterior de manera similar, incluyendo el sentir y la voluntad. Y si los investigadores como Theodor Ziehen son honestos, no encuentran tales relaciones. Por lo tanto, como hemos visto, niegan el sentir parcialmente y la voluntad completamente. Ellos no encuentran los sentimientos dentro del sistema nervioso y menos la voluntad. Franz Brentano ni siquiera encuentra la voluntad dentro de la entidad anímica. ¿De dónde viene eso?

LA VIDA EMOCIONAL Y EL SISTEMA NERVIOSO

Un día, cuando los malentendidos que he descrito hoy hayan desaparecido, cuando se consulte a la ciencia espiritual sobre estas cosas, la ciencia espiritual proporcionará una aclaración. Pues el hecho que sólo he insinuado es precisamente éste: Lo que llamamos el ámbito del sentir en la vida del alma no tiene, por extraño que suene, nada que ver con la vida nerviosa en su origen. Sé muy bien cuántas afirmaciones de la ciencia actual estoy contradiciendo. También sé muy bien todo lo que se me puede objetar fundadamente. Sin embargo, por muy deseable que fuera entrar en todos los detalles, hoy sólo puedo citar resultados. Ziehen tiene toda la razón cuando no encuentra en el sistema nervioso ni el sentir ni la voluntad, cuando sólo encuentra la representación, de modo que dice: los sentimientos son sólo tonalidades, es decir, cualidades, acentos de la vida de la representación; porque la vida de la representación sólo vive en los nervios. Para el científico natural la voluntad no existe en absoluto, porque a la percepción del movimiento le sigue directamente la representación del movimiento. No hay voluntad de por medio. En el sistema nervioso no hay nada de sentir humano; simplemente no se extrae esta consecuencia, pero está ahí. Entonces, si el sentir humano se expresa en el cuerpo, ¿con qué está relacionado? ¿Cuál es la relación del sentir con el cuerpo, si la relación de la representación con el cuerpo es como acabo de describirla con referencia a la relación de la percepción sensorial con el mecanismo nervioso? Pues bien, la ciencia espiritual muestra que, del mismo modo que la representación está conectada con la percepción y el sistema nervioso interno, -por extraño que esto suene todavía hoy, algún día será el resultado de la ciencia natural, pero hoy ya puede describirse como un resultado absolutamente cierto de la ciencia espiritual-, el sentir está conectado de modo similar con todo lo que pertenece corporalmente a la respiración del hombre, y con lo que está conectado con esta respiración. El sentir no tiene nada que ver inicialmente con el sistema nervioso en su desarrollo, sino con lo que está relacionado con el sistema respiratorio. Pero ahora, al menos aquí debe plantearse una objeción, que resulta muy evidente: ¡Sí, pero los nervios estimulan todo lo que está relacionado con la respiración! Volveré sobre esta objeción cuando llegue a la voluntad. Los nervios no estimulan nada relacionado con la respiración, sino que, así como percibimos la luz y el color a través de nuestros nervios ópticos, también percibimos el proceso respiratorio mismo a través de los nervios que van del organismo central al organismo respiratorio, aunque de forma más tenue. Estos nervios, que suelen denominarse nervios motores del aparato respiratorio, no son otra cosa que nervios sensitivos. Están ahí, al igual que los nervios cerebrales, para percibir la propia respiración, sólo que más amortiguada. La aparición del sentir, en todo lo que está presente desde el afecto hasta el sentir calmado, está físicamente conectado con todo lo que tiene lugar en el ser humano como proceso respiratorio, y lo que le corresponde, lo que es su continuación en una u otra dirección en el organismo humano. Se pensará de manera muy diferente sobre lo que caracteriza corporalmente al sentir, una vez que se comprenda que no se puede decir: Ciertas corrientes emanan desde algún órgano central, desde el cerebro, que estimulan los procesos respiratorios, sino al revés. Los procesos respiratorios están ahí, son percibidos por ciertos nervios; esto hace que entren en relación con ellos. Pero la relación no es de tal naturaleza que la aparición de los sentimientos esté anclada en el sistema nervioso. Y aquí llegamos a un ámbito que, a pesar de la admirable ciencia natural actual, aún no ha sido trabajado en absoluto. Las expresiones corporales de la vida emocional se iluminarán de manera maravillosa cuando estudiemos los cambios más sutiles en el proceso respiratorio, y en particular los cambios más sutiles en el efecto del proceso respiratorio, cuando está teniendo lugar una u otra emoción dentro de nosotros.

LA VIDA EMOCIONAL Y LA VIDA RESPIRATORIA

El proceso respiratorio es muy diferente del proceso que tiene lugar en el sistema nervioso humano. En cierto sentido, se puede decir que el sistema nervioso es una fiel réplica de la propia vida anímica humana. Y si quisiera utilizar una expresión, -todavía no se han acuñado tales expresiones en el lenguaje, por lo que sólo se pueden utilizar expresiones de préstamo-, para la forma en que la vida anímica se representa maravillosamente en el sistema nervioso humano, me gustaría decir: la vida anímica se pinta a sí misma en la vida nerviosa, la vida nerviosa es realmente un lienzo de la vida anímica. Todo lo que experimentamos anímicamente en relación con la percepción externa se modela en el sistema nervioso. Precisamente esto debe hacer que parezca comprensible que la vida nerviosa, especialmente de la cabeza, sea ya al nacer una huella fiel de la vida espiritual que surge del mundo espiritual y se conecta con la vida corporal. Lo que hoy se podría objetar, sobre todo desde el punto de vista fisiológico-cerebral, contra la conexión del alma que proviene del mundo espiritual, con el cerebro, con el órgano de la cabeza, algún día se presentará precisamente como prueba de ello. Antes del nacimiento o de la concepción, el alma se prepara desde los fundamentos espirituales para esa maravillosa formación de la cabeza, que está presente como formación de la vida anímica humana. La cabeza, -así como, por ejemplo, en el transcurso de la vida humana se hace sólo cuatro veces más pesada de lo que es al nacer, mientras que todo el organismo se hace 22 veces más pesado en el transcurso del crecimiento ulterior-, la cabeza se nos presenta ya al nacer como algo moldeado en sí mismo, si se permite la expresión: perfecto. Incluso antes de nacer es básicamente una imagen de la experiencia anímica, porque la experiencia anímica actúa, desde el mundo espiritual, sobre la cabeza mucho antes de que se produzcan los hechos físicos conocidos, que luego conducen a la existencia del ser humano en el mundo físico. Para el investigador espiritual, esta maravillosa estructura del sistema nervioso humano, que es una imagen de la vida anímica del ser humano, es al mismo tiempo la confirmación de que el alma sale de lo espiritual, y que en lo espiritual residen las fuerzas que hacen del cerebro un lienzo de la vida anímica.

Si ahora voy a utilizar una expresión para la conexión entre la vida emocional y la vida respiratoria, que la caracterizaría de manera similar a la expresión «la vida nerviosa, - un lienzo, una pintura de la vida anímica, la vida de la representación», - entonces me gustaría llamar a la vida respiratoria y todo lo que pertenece a ella una huella de la vida anímico-espiritual, que me gustaría comparar con la escritura pictórica. El sistema nervioso, -un lienzo real, una pintura real; el sistema respiratorio-, sólo escritura pictórica. El sistema nervioso está construido de tal manera que el alma sólo tiene que abandonarse a sí misma para descubrir en el lienzo lo que ahora quiere experimentar en sí misma. Con la escritura pictórica hay que interpretar, hay que saber algo, el alma tiene que ocuparse más de la materia. Lo mismo ocurre con la vida respiratoria. La vida respiratoria no es tanto una expresión fiel, -si tuviera que caracterizarla con más precisión, tendría que remitirme a la doctrina de la metamorfosis de Goethe, para la cual hoy no disponemos de tiempo-, una expresión directamente pictórica de la experiencia del alma, es más bien una expresión de este tipo que me gustaría comparar con la relación de la escritura pictórica con el sentido de la escritura pictórica. La vida del alma es, por tanto, una vida emocional más interior, menos ligada a procesos externos. Por eso también se nos escapa la conexión con la fisiología más grosera. Para el investigador espiritual, sin embargo, está claro que al igual que la vida respiratoria está conectada con la vida emocional, la vida emocional debe ser más libre, más independiente en sí misma, porque esta vida respiratoria es una expresión menos precisa de ella. 

Así, abarcamos el cuerpo más ampliamente cuando lo consideramos como organizador de la vida emocional que cuando sólo podemos considerarlo como organizador de la vida representativa. Pero debido a que la vida emocional está conectada con la vida respiratoria, lo espiritual vive en la vida emocional más vivamente, más interiormente, que en la vida meramente representativa-, en esa vida representativa que no surge de la imaginación, sino que es sólo una revelación de la experiencia sensorial exterior. La vida emocional no llega a ser tan clara, ni tan brillante, al igual que la escritura pictórica no expresa tan claramente lo que quiere decir, como lo expresa un cuadro, -debo hablar más comparativamente-; pero precisamente por eso, lo que se expresa en la vida emocional está más presente en la espiritual que en la vida representativa ordinaria. La vida respiratoria es menos instrumento que la vida nerviosa.

LA VIDA VOLITIVA Y EL SISTEMA METABÓLICO

Y cuando llegamos ahora a la vida volitiva, la situación es tal que si uno empieza a hablar de este hecho como investigador espiritual, puede ser tachado de mal materialista. Pero cuando el investigador espiritual, habla de la relación del alma humana con el cuerpo humano, debe considerar toda el alma en relación con todo el cuerpo, no sólo, como se hace a menudo hoy en día, en relación con el sistema nervioso. El alma se expresa en todo el cuerpo, en todo lo que ocurre en el cuerpo. Si queremos examinar la vida de la voluntad, ¿Por dónde debemos empezar? Debemos comenzar por los impulsos más bajos, los más profundos de la voluntad, que aún parecen estar completamente ligados a la vida corporal, que están absorbidos en la vida corporal. ¿Dónde está tal impulso de la voluntad? Pues bien, tal impulso de la voluntad se expresa simplemente cuando tenemos hambre, por ejemplo, cuando ciertas sustancias de nuestro organismo se agotan y necesitan ser repuestas. Bajamos a la zona donde tienen lugar los procesos de nutrición. Hemos descendido de los procesos en el organismo nervioso a través de los procesos en el organismo respiratorio y llegamos a los procesos en el organismo nutritivo-metabólico; y encontramos los impulsos más subordinados de la voluntad ligados al organismo nutritivo. La ciencia espiritual muestra ahora que cuando hablamos de la relación de la voluntad con el organismo, debemos hablar del organismo metabólico. Entre el organismo metabólico y la vida volitiva del alma humana existe una relación semejante a la que existe entre la imaginación y el sentimiento y el sistema nervioso, así como entre la respiración y la vida emocional, pero aún más débil. Sin embargo, hay más cosas relacionadas con esto. Y hay una cosa que debemos tener completamente clara, que básicamente sólo es reivindicada hoy por la ciencia espiritual. Lo vengo defendiendo desde hace muchos años en círculos cercanos, y ahora lo explico públicamente aquí como resultado de la ciencia espiritual. La fisiología actual cree tener claro que cuando se produce en nosotros una impresión sensorial, ésta se propaga al nervio sensitivo y, -si la fisiología admite alma-, es absorbida así por el alma. Pero luego, además de estos nervios sensitivos, existen los llamados nervios motores, para la fisiología actual nervios del movimiento. Tales nervios motores, -sé cuán herético es lo que voy a decir-, no existen para la ciencia espiritual. Realmente me he ocupado de este asunto durante muchos años y sé, por supuesto, que se puede llegar a este punto con todo lo que parece tan bien fundamentado. Tomemos el caso de un enfermo de Tabes o de alguien cuya médula espinal ha sufrido un aplastamiento, cuyo organismo inferior está como muerto a partir de cierto órgano, y cosas por el estilo. Todas estas cosas no son una refutación de lo que estoy diciendo, sino que, si se ven a través de ellas de la manera correcta, son precisamente una prueba de lo que estoy diciendo. No hay nervios motores. Lo que la fisiología actual sigue considerando nervios motores, nervios del movimiento, nervios de la voluntad, son nervios sensitivos. Si la médula espinal está aplastada en un lugar, lo que ocurre en la pierna, en el pie, sencillamente no se percibe, y entonces el pie no se puede mover porque no se percibe; no porque se haya cortado un nervio motor, sino porque se ha cortado un nervio sensitivo, que sencillamente no puede percibir lo que ocurre en la pierna. Pero sólo puedo insinuar esto, porque debo pasar a los resultados importantes de este asunto.

La persona que adquiere hábitos en relación con la experiencia anímico-corporal sabe que lo que llamamos un ejercicio, por ejemplo, tocar el piano y cosas por el estilo, es algo muy distinto de lo que hoy se llama «triturar la vía nerviosa motora»; no se trata de eso. Pues en todos los movimientos que realizamos por nuestra voluntad, nada que no sea un proceso metabólico entra en consideración como proceso corporal. Según su origen, lo que sale del impulso de la voluntad sale del metabolismo. Si muevo un brazo, no es el sistema nervioso el que primero entra en consideración, sino la voluntad misma, cosa que los fisiólogos, como habéis visto, niegan; y el nervio no tiene nada que ver con ello más que lo que tiene lugar como proceso metabólico a consecuencia del impulso de la voluntad es percibido por el nervio motor, que en realidad es un nervio sensitivo.  Se trata de procesos metabólicos en todo nuestro organismo como agentes corporales de aquellos procesos que corresponden a la voluntad. Dado que todos los sistemas del organismo están interconectados, estos procesos metabólicos están naturalmente también conectados en el cerebro y con los procesos cerebrales. Pero la voluntad tiene, en los procesos metabólicos, sus manifestaciones corporales; los procesos nerviosos como tales sólo tienen que ver con ella en cuanto que median en la percepción de los procesos de la voluntad. Todo esto lo demostrará también la ciencia natural en el futuro. Pero si consideramos al hombre por una parte como hombre nervioso, por otra como hombre respiratorio y todo lo que ello conlleva, y en tercer lugar como hombre metabólico, -si se me permite la expresión-, entonces tenemos al hombre completo. Pues todos los órganos del movimiento, todo lo que puede moverse en el cuerpo humano, está a su vez conectado en su movimiento con los procesos metabólicos. Y la voluntad tiene un efecto directo sobre los procesos metabólicos. El nervio sólo está ahí para percibirlos.

Es en cierto modo lamentable tener que contradecir de esta manera lo que parece ser una opinión tan bien fundada como la de los dos nervios; pero al menos uno tiene derecho a esto, que hasta ahora nadie ha encontrado ninguna diferencia significativa entre un nervio sensitivo y un nervio motor, ni con respecto a la reacción ni con respecto a la estructura anatómica. Son iguales en todo. Cuando adquirimos práctica en cualquier cosa, adquirimos esta práctica aprendiendo a controlar los procesos metabólicos a través de nuestra voluntad. Esto es lo que aprende el niño después de haber estado inquieto en todas direcciones y no haber realizado ningún movimiento volitivo controlado: a controlar los procesos metabólicos a medida que tienen lugar en sus subdivisiones más finas. Y si tocamos el piano, por ejemplo, o tenemos habilidades similares, entonces aprendemos a mover los dedos de una determinada manera, a controlar con nuestra voluntad los correspondientes procesos metabólicos más sutiles. Los nervios sensitivos, que por lo demás son los llamados nervios motores, se dan cuenta cada vez más de cuál es el agarre y el movimiento correctos, porque estos nervios sólo están ahí para sentir lo que ocurre en el metabolismo. A alguien que realmente sea capaz de observar el alma y el cuerpo, quisiera preguntarle si no siente, en una auto-observación más precisa en este sentido, que no pulveriza las vías nerviosas motoras, sino que aprende a sentir, a percibir, a imaginar debidamente las vibraciones más finas de su organismo, que produce a través de la voluntad. Lo que estamos practicando realmente es la autoconciencia. Estamos tratando con nervios sensibles en toda la zona. Basta con que alguien observe el habla en esta dirección, tal como se desarrolla a partir del balbuceo en un niño. Definitivamente se basa en el hecho de que la voluntad aprende a intervenir en un organismo del habla. Y lo que el sistema nervioso aprende es sólo la percepción más fina de lo que ocurre como procesos metabólicos más finos.

En el caso de la voluntad, se trata de algo que se expresa físicamente en el metabolismo. Y la expresión del metabolismo es el movimiento, incluso hasta los huesos. Esto podría demostrarse muy fácilmente si nos fijáramos en los resultados científicos reales del presente. Pero este metabolismo expresa aún menos que la respiración lo que tiene lugar en el alma y en el espíritu. Si he comparado el organismo nervioso con una representación, el organismo respiratorio con una escritura pictórica, entonces puedo comparar el organismo metabólico con una mera escritura de caracteres tal como lo tenemos hoy, en contraste con la escritura pictórica de los antiguos egipcios o de los antiguos caldeos. Sólo son señales de que el alma debe interiorizarse aún más. Pero como el alma se vuelve aún más interior en la volición, el alma, que, digamos, sólo se ocupa vagamente de lo físico en su metabolismo, entra en la región de lo espiritual con la mayor parte de su ser. Vive en lo espiritual. Y así como, a través de los sentidos, el alma se relaciona con la sustancia, del mismo modo, a través de la voluntad se relaciona con el espíritu. Aquí también se revela la relación especial de lo anímico-espiritual, que la ciencia espiritual examina a través de los medios que mencioné en la última conferencia. Resulta que el organismo metabólico tal como existe en la actualidad, -tendría que entrar en la doctrina de la metamorfosis de Goethe para caracterizarlo con más precisión-, es sólo una indicación preliminar de lo que es una imagen perfecta en el organismo nervioso, en el organismo de la cabeza. Lo que el alma lleva a cabo en el metabolismo, por así decirlo, adaptándose al metabolismo, es lo que luego porta consigo a través de la puerta de la muerte al mundo espiritual para la vida del más allá en el reino espiritual después de la muerte. Pero, naturalmente, también porta consigo todo aquello a través de lo cual vive con lo espiritual. El alma está interiormente más viva, como ya he descrito, precisamente allí donde sólo está vagamente unida a lo material, de modo que en esta región el proceso material actúa sólo como signo de lo espiritual; así sucede precisamente en la voluntad. Así es como debe desarrollarse la voluntad especialmente si se quiere llegar a la visión espiritual. Esta voluntad debe desarrollarse en lo que se llama intuición propiamente dicha, no en el sentido trivial, sino en el sentido en que se la ha caracterizado recientemente. El sentir puede entrenarse de tal modo que conduzca a la inspiración; la representación, si se entrena en la investigación espiritual, puede conducir a la imaginación. Por medio de esto, sin embargo, lo otro, lo espiritual objetivamente, según su verdadera realidad, entra en la vida del alma. Pues así como debemos caracterizar la percepción de los sentidos de tal modo que, según la disposición de los órganos de los sentidos humanos, el mundo exterior nos envíe golfos, de modo que nos auto-experimentemos en ellos, así también en la volición experimentamos el espíritu. Allí el espíritu nos envía su esencia. Y nadie que desconozca esta vida directa del espíritu en la voluntad, comprenderá jamás la libertad. Por otra parte, puede verse que Franz Brentano, que sólo dedica su investigación al alma, tiene razón: no llega a la voluntad porque sólo investiga el alma, sólo llega hasta el sentir. El psicólogo moderno no entra en lo que la voluntad envía al metabolismo porque no quiere convertirse en materialista; y el materialista no entra en ello porque cree que todo depende del sistema nervioso. Pero debido a que el alma vincula parte de su ser con el espíritu, tanto que el espíritu en su forma original puede penetrar en el ser humano, el espíritu envía sus golfos al ser humano, entonces lo que colocamos en el mundo como lo más elevado, como volición moral, como volición espiritual, es realmente una vida directa del espíritu en el alma. 

Sin embargo, de este modo, el alma y el cuerpo humano se conciben en relación mutua, de tal modo que toda el alma se relaciona con todo el cuerpo, y no únicamente el alma con el sistema nervioso. Y con esto he caracterizado para ustedes el comienzo de una dirección científica que será fecunda precisamente a través de los descubrimientos de la ciencia natural, si éstos se contemplan de la manera correcta. Demostrando así que también el cuerpo, si se considera en su totalidad como una expresión del alma, es una prueba de la inmortalidad del alma, que he caracterizado desde un punto de vista muy diferente en la última conferencia y que seguiré caracterizando desde otro punto de vista en la siguiente.

Una cierta tendencia filosófico-científica de tiempos más recientes, al no poder llegar a un acuerdo con la vida anímica-corporal por las razones indicadas, recurrió al llamado inconsciente. Aparte de Schopenhauer, su principal exponente es Eduard von Hartmann. Ahora bien, la suposición del inconsciente en nuestra vida anímica es ciertamente algo bastante justificado. Pero la forma en que Eduard von Hartmann habla del inconsciente hace imposible comprender la realidad de forma satisfactoria. En el ejemplo que he mencionado de las dos personas sentadas una frente a la otra, una de las cuales quiere el azucarero de la otra, explica de un modo extraño cómo el consciente se sumerge en el inconsciente, y lo que ocurre en el inconsciente emerge de nuevo en el consciente. Pero tal hipótesis no se acerca a los puntos de vista adquiridos por la ciencia espiritual. Se puede hablar del inconsciente, pero hay que hablar de él de dos maneras: hay que hablar del subconsciente y del supraconsciente. En la percepción sensorial, algo que en sí mismo es inconsciente se hace consciente al ser animado de la forma caracterizada hoy. Ahí el subconsciente penetra hasta la conciencia. Lo mismo ocurre cuando se observa interiormente el juego de las ideas en el sistema nervioso: El inconsciente penetra en la conciencia. Pero no hay que limitarse a hablar del inconsciente absoluto, sino del hecho de que el subconsciente puede subir a la consciencia. El subconsciente es entonces también sólo temporal, es sólo relativamente subconsciente; el subconsciente puede llegar a ser consciente. De la misma manera se puede hablar del espíritu como el supraconsciente, que entra en el reino de la vida del alma humana en la idea ética o en la idea espiritual-científica, que penetra en el espíritu mismo. Allí el supraconsciente entra en la conciencia.

Puede verse cuántos conceptos e ideas deben corregirse si se quiere hacer justicia a la vida. Y sólo corrigiendo estos conceptos surgirá una visión clara de lo que es la verdad en relación con el alma humana. Sin embargo, tendré que dejar para otra ocasión la trascendental importancia de tal consideración de la relación entre el alma y el cuerpo. Hoy sólo quiero concluir señalando que el desarrollo reciente de la educación ha alejado demasiado las ideas que podrían aportar claridad en este ámbito. Por una parte, en su relación con el sistema nervioso humano, se ha restringido toda la relación del hombre con el mundo exterior a lo que es aplicable sólo al mundo exterior sensorial. Así, sin embargo, ha surgido también en este ámbito una suma de ideas de color más o menos materialista; y como no se ha vuelto la vista en absoluto hacia otras conexiones entre lo anímico-espiritual humano y lo físico, esta visión se ha reducido. Y esta visión estrecha se ha trasladado incluso a todos los esfuerzos científicos en general. Por eso debe dolerle a uno el alma cuando lee que en una conferencia relativamente buena pronunciada por el profesor Dr. A. Tschirch el 28 de noviembre de 1908 en la Universidad de Berna sobre «Investigación Natural y Medicina» con motivo de asumir su rectorado, -aquellos oyentes que suelen estar aquí sabrán que generalmente sólo ataco a aquellos a quienes valoro en otros aspectos, y que sólo digo algo perjudicial cuando se hace en defensa-, hay una extraña confesión que surge de los malentendidos señalados y de la impotencia para comprender la relación entre alma y cuerpo. A continuación, el profesor Tschirch dice:

«Pero no creo que debamos preocuparnos hoy por si realmente nunca penetraremos».

Se refiere al mundo interior. Esta actitud es la fuente de toda la antipatía que existe contra una posible investigación científica espiritual. Por eso sigue diciendo: «Realmente tenemos cosas más necesarias que hacer».

Ahora bien, quien, ante las grandes y candentes cuestiones del alma, llega a decir la frase: «Realmente tenemos cosas más necesarias que hacer», habría que preguntarse por la seriedad de la actitud científica, si no fuera comprensible por la dirección caracterizada que ha tomado el pensamiento; sobre todo si se leen las frases que le siguen:

"El "interior de la naturaleza" con el que Haller probablemente quiso decir algo similar a lo que Kant llamó más tarde "la cosa en sí" todavía yace tan profundamente dentro de nosotros en el momento presente que pasarán miles de años antes de que hayamos penetrado en su vecindad, siempre suponiendo que una nueva edad de hielo no destruya toda nuestra cultura".

Estas personalidades se esfuerzan tan cuidadosamente por comprender lo espiritual, sobre qué es lo "interior", que son capaces de decir: No necesitamos preocuparnos por ello hoy, podemos esperar miles de años. Si ésta es la respuesta de la ciencia a las cuestiones candentes del alma humana, entonces ha llegado el momento de que esta ciencia se complemente con la ciencia espiritual. Pues la actitud caracterizada ha conducido a que el alma haya sido, podría decirse, prácticamente abolida, a que haya podido surgir la opinión de que el alma es, a lo sumo, un fenómeno concomitante del cuerpo - lo que el famoso profesor Jodl ha mantenido como convicción casi hasta nuestros días; pero él es sólo uno entre muchos.

Pero, ¿Adónde lleva esta forma de pensar? Bueno, celebró verdaderas orgías cuando el profesor Dr. Jacques Loeb, de nuevo un hombre a quien aprecio mucho por su investigación positiva, dio una conferencia sobre «La Vida» en el primer Congreso Monista en Hamburgo el 1O de septiembre de 1911. Aquí vemos que aquello que sólo se basa en un malentendido se convierte ya en una actitud humana, y en esta actitud humana hacia la investigación del alma, -perdonen la expresión-, se convierte en brutalidad, en que lo que sólo puede basarse en la convicción que brota de la investigación se convierte en una cuestión de poder. Así comienza su conferencia el profesor Jacques Loeb:

«La cuestión que me propongo discutir es si, según el estado actual de nuestros conocimientos, existe alguna perspectiva de que la vida, es decir, la suma total de los fenómenos de la vida, pueda explicarse completamente en términos físico-químicos. Si tras una seria reflexión podemos responder afirmativamente a esta pregunta, entonces también debemos construir nuestra organización social y ética de la vida sobre una base puramente científica, y ningún metafísico puede arrogarse el derecho de prescribir nuestro modo de vida en contradicción con las consecuencias de la biología experimental.»

He aquí el empeño de conquistar todo el saber mediante esa ciencia de la que Goethe hace decir a Mefisto: «¡Se aburre como un asno y no sabe cómo!». Esto es lo que dice la versión más antigua del «Fausto» de Goethe:

Quién quiere reconocer y describir algo vivo,
primero busca expulsar el espíritu
Entonces tiene las partes en su mano,
¡Falta, ay! ¡sólo el vínculo espiritual!
Encheiresin naturae es como lo llama la química,
Se burla de sí misma y no sabe cómo.

Hoy, «Fausto» dice: «Se burla de sí misma y no sabe cómo» - el joven Goethe escribió: «Se burla de sí misma y no sabe cómo».

Eso es lo que se construye sobre la base de estos malentendidos: abolir todo conocimiento que no sea una mera interpretación de los procesos físicos y químicos. Pero contra semejante ataque, ninguna ciencia del alma estará equipada a menos que tenga en sí misma la posibilidad de penetrar realmente en lo físico. Reconozco todo lo que han logrado hombres espirituales como Dilthey, Franz Brentano y otros. Lo reconozco plenamente. Aprecio a todas esas personalidades; pero las ideas que allí se han desarrollado son demasiado romas, demasiado débiles para penetrar por sí solas de modo que pudieran competir con los resultados de la ciencia natural. Hay que tender un puente entre lo espiritual y lo físico. Es precisamente en el ser humano donde debe construirse este puente, llegando a sólidos conceptos científico-espirituales que se trasladen también a la comprensión de la vida corporal. Porque es precisamente comprendiendo la vida corporal como se comprenderán las grandes cuestiones, la cuestión de la inmortalidad, la cuestión de la muerte, la cuestión del destino, etc. De lo contrario, si la humanidad no adquiere un sentido para esta ciencia espiritual, un sentido también para esta gravedad en tiempos tan difíciles, entonces podemos experimentar que nos encontramos con puntos de vista que se expresan de la siguiente manera: Ahora puedes conseguir un libro que ha llegado de América y ha sido traducido al alemán, un libro de un erudito americano, Snyder. Hay una frase bonita en él, pero expresa la actitud de todo el libro, que se titula «La cosmovisión de la ciencia moderna». Y el traductor, Hans Kleinpeter, señala en realidad que esta actitud debe avanzar gradualmente hacia la verdadera iluminación en los tiempos presentes y futuros. Ahora, para terminar, permítanme leerles una, yo diría, frase central de este libro:

«Cualquiera que sea la célula cerebral de una luciérnaga o la sensación de las armonías de Tristán e Isolda, el material del que están compuestas es en conjunto el mismo; evidentemente se trata más de una diferencia de estructura que de constitución material».

Y se supone que eso dice algo esencial, ¡algo esclarecedor! Pero es una actitud que ya está relacionada con lo que he tratado hoy. Y es profundamente característico de los tiempos modernos que tales cosas puedan encontrar adeptos, que se presenten como algo especial.

También aprecio la filología, incluso aquellas ciencias que hoy en día son infravaloradas por algunas personas. Donde realmente hay ciencia, en cualquier campo, la aprecio. Pero si alguien viniera y me dijera: Goethe escribió «Fausto»; junto a él se sentó su escriba Seydel, que tal vez escribió una carta a su amante; la diferencia entre «Fausto» y la carta de Seydel podría ser la que sea, ¡la tinta es la misma en ambas! - Ambas afirmaciones están al mismo nivel, sólo que una se considera un gran avance de la ciencia, la otra, por supuesto, lo que atestiguaron aquellos honrados oyentes que se rieron de ella.

Por otra parte, debemos retroceder y basarnos en aquella actitud que también es científica, pero que primero sentó los elementos para una ciencia a partir de toda el alma humana plena y una profunda contemplación del mundo, incluyendo lo que está presente en las contemplaciones científicas de Goethe. Los primeros elementos de lo que la ciencia espiritual quiere desarrollar cada vez más están en Goethe; y la actitud verdadera y genuina hacia una contemplación veraz del mundo está expresada de forma tan paradigmática y bella en muchas de sus palabras. 

 Quisiera concluir esta reflexión poniendo ante vuestras almas su contemplación integral de la relación entre el espíritu y el ente material externo, es decir, con referencia al cuerpo humano. Al contemplar los huesos de Schiller y en esta forma «parcial» del alma noble, al sentir la relación de todo el espíritu y de toda el alma con todo el cuerpo humano, Goethe acuña palabras en su bello poema, que tituló «Sobre la contemplación del cráneo de Schiller», palabras de las que se desprende la actitud que requiere una contemplación omnicomprensiva del espíritu y de la naturaleza:

¿Qué más puede ganar el hombre en la vida
Que la naturaleza de Dios se le revele,
Permitiendo que lo sólido se funda en espíritu,
¡Preservando firmemente lo generado por el espíritu!

Y podemos aplicar y decir estas palabras al alma y al cuerpo humano:

¿Qué más puede ganar el hombre en la vida 
Que la naturaleza de Dios se le revele,
Dejando que la materia se funda en el espíritu, 
y que el espíritu se experimente a sí mismo en la materia.

mostrándole que el cuerpo es expresión, imagen y signo del alma, y que precisamente de esta manera es el manifestador y revelador físico del alma inmortal y del espíritu eterno.

Traducido por J.Luelmo feb.2025

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