RUDOLF STEINER
LOS ENIGMAS DEL ALMA Y LOS ENIGMAS DEL MUNDO
Conferencia 5
Berlín, 17 de marzo de 1917
En la última conferencia intenté mostrarles que los malentendidos deben atribuirse al hecho de que en la cultura espiritual contemporánea hay tan poca comprensión, tanto entre los que dirigen su investigación, su atención al alma y sus procesos, como los que dirigen su atención a los procesos materiales en el organismo humano, que tienen lugar, -bueno, como quieran llamarlos-, como fenómenos acompañantes o también, como cree el materialismo, como causas necesarias para los acontecimientos espirituales. E intentaba mostrar cuáles son las razones de tal malentendido. Hoy sobre todo, quisiera llamar su atención sobre el hecho de que, dondequiera que se busque el conocimiento real, verdadero, tales malentendidos saldrán, y también inevitablemente malentendidos en otras direcciones, si no se tiene en cuenta una cosa en el propio proceso de conocer, y es que con la investigación más íntima, sobre todo con la investigación más prolongada, se impone al investigador espiritual cada vez más como una experiencia directa, como una experiencia interior. Es algo que al principio parece muy extraño cuando se dice: En los ámbitos de la cosmovisión, es decir, en los ámbitos del conocimiento de lo espiritual-real o en general del conocimiento de las fuentes de la existencia, si uno se enreda demasiado, quiero decir, en ciertas ideas, en ciertos conceptos, tiene que surgir necesariamente una visión del alma humana que se puede refutar sin falta, y que igualmente se puede demostrar de forma natural.
Por lo tanto, en cuestiones de cosmovisión, el investigador espiritual deberá alejarse cada vez más de lo que es habitual, a saber, de presentar esto o aquello en apoyo de un punto de vista u otro, lo que sería similar a lo que se llama en la vida ordinaria una prueba o una refutación. Porque en este campo, como ya he dicho, todo se puede demostrar, todo se puede refutar sobre ciertas bases. El materialismo puede ser estrictamente probado en su totalidad, y puede ser estrictamente probado cuando trata de cuestiones concretas de la vida o de la existencia. Y lo que un materialista puede citar en apoyo de sus puntos de vista no puede ser fácilmente descartado si uno simplemente los quiere refutar desde puntos de vista opuestos. Lo mismo ocurre con los que representan una existencia espiritual. Por lo tanto, cualquiera que realmente quiera investigar en áreas espirituales no sólo debe conocer lo que se opina a favor de una cosa, sino que también debe conocer todo lo que se opina en contra de una cosa. Porque el curioso resultado es que la verdad real sólo emerge cuando uno permite que lo que sabe a favor de una cosa y lo que sabe en contra tengan efecto en el alma. Y quien deja que su espíritu, digamos, se instale tan fijamente en alguna trama conceptual o imaginativa de una visión unilateral del mundo, siempre cerrará su mente al hecho de que en el alma también puede afirmarse lo contrario, que incluso lo contrario debe parecer correcto hasta cierto punto. Y, por tanto, estará en la misma posición que alguien que quiera afirmar que la vida humana sólo puede sostenerse mediante la inhalación. La inhalación presupone la exhalación, ambas van juntas.
Pues bien, así es como se comportan siempre nuestros conceptos, nuestras ideas relacionadas con cuestiones de cosmovisión. Podemos proponer un concepto para algo que afirme la cosa, o podemos proponer un concepto que niegue la cosa; lo uno exige lo otro, igual que la inhalación exige la exhalación, y viceversa. Y del mismo modo que la vida real sólo puede aparecer, sólo puede revelarse a través de la espiración y la inspiración, cuando ambas están presentes, lo espiritual sólo puede cobrar vida en el alma si uno es capaz de responder de forma igualmente positiva a favor y en contra de una cosa.
El concepto afirmativo, la idea afirmativa, está dentro del todo viviente del alma, por así decirlo, al igual que una exhalación, y el concepto negativo al igual que una inhalación; y sólo en su interacción viviente se revela lo que se relaciona con la realidad espiritual. Por lo tanto, a la ciencia espiritual no le conviene en absoluto aplicar los métodos habituales de la literatura cotidiana, a los que uno está tan acostumbrado, donde se demuestra o refuta esto o aquello. El científico espiritual se da cuenta de que lo que se plantea de forma positiva siempre puede encontrar cierta justificación si se relaciona con cuestiones de cosmovisión, pero también puede encontrarla el fenómeno contrario. Sin embargo, si en cuestiones de cosmovisión uno progresa hacia esa vida inmediata que vive en conceptos positivos y negativos, tal como la vida física vive en exhalación e inhalación, entonces se llega a conceptos que realmente absorben el espíritu directamente, conceptos que son iguales a la realidad. No obstante, en tales casos hay que expresarse a menudo de forma diferente a como uno se expresa según los hábitos de pensamiento de la vida ordinaria. Pues la forma en que uno se expresa es resultado de la experiencia interior vivamente activa del espíritu. Y el espíritu sólo puede experimentarse interiormente, no percibirse exteriormente a la manera de la existencia material.
Ahora bien, ustedes saben que una de las cuestiones más importantes de la cosmovisión es la que también se trató en las primeras conferencias que di aquí este invierno, la cuestión de la materia o la sustancia. Y desde el punto de vista que acabo de indicar, hoy a modo de introducción me gustaría referirme brevemente a esta cuestión.
LA NATURALEZA
Es imposible llegar a un acuerdo sobre la cuestión de la sustancia o la materia si uno se empeña en formarse ideas o conceptos sobre lo que es realmente la materia; al pretender entender qué es la materia, qué es la sustancia. Quien quiera que en verdad se haya esforzado anímicamente con tales cuestiones, que para muchas personas son remotos enigmas, sabe de qué tratan tales cuestiones. Porque si durante un tiempo se ha esforzado sin ceder a ningún prejuicio, llega a un punto de vista completamente distinto respecto a tal cuestión. Llega a un punto de vista que hace que el modo en que uno se comporta en el alma en general, le parezca más importante cuando uno se forma un concepto tal como el concepto de materia. Este esfuerzo de la propia alma se eleva a la conciencia. Y entonces se llega a un punto de vista precisamente sobre estas cuestiones desconcertantes, que yo podría expresar de la siguiente manera.
Aquel que pretende comprender la materia, la sustancia, tal y como se entiende habitualmente, es como aquel que dice: ahora quiero tener la impresión de la oscuridad, de una habitación oscura. ¿Qué hace? Enciende una luz y considera que esa es la forma correcta de tener la impresión de una habitación oscura. Error, eso será lo más equivocado que puede hacer. Del mismo modo, también es lo más erróneo que se puede hacer, -sólo hay que tomar conciencia de ello a través de la lucha descrita anteriormente-, que uno se entrega a la creencia de que alguna vez reconocerá la materia, si pone el espíritu en movimiento para iluminar la materia, la sustancia, con el espíritu, por así decirlo. Únicamente allí donde el espíritu puede permanecer en silencio en nuestro propio cuerpo, en la percepción sensorial, allá donde cesa la vida de la representación, sucede que un proceso externo penetra en nuestro ser interior. Allí podemos, -dejando callar al espíritu y experimentando este silencio del espíritu-, tener la materia, la sustancia, realmente representada en nuestra alma, por así decirlo.
A tales conceptos no se llega por la lógica ordinaria; o si se llega a ellos por la lógica ordinaria, entonces resultan ser, podría decirse, demasiado débiles para producir una verdadera convicción. Sólo cuando uno lucha con ciertos conceptos en su alma de la manera indicada es cuando estos nos conducen a un resultado como el que he indicado.
EL ESPÍRITU
Ahora bien, también ocurre lo contrario. Supongamos que alguien quiere comprender el espíritu. Si lo busca, por ejemplo, en el organismo puramente material externo del cuerpo humano, es como la persona que, para comprender la luz, la apaga. Pues éste es el secreto de la materia, que la propia naturaleza sensual externa no es mas que la refutación del espíritu, la que provoca que se extinga. Ésta, (la naturaleza), reproduce el espíritu, del mismo modo que los objetos iluminados reflejan la luz. Pero en ninguna parte, a menos que captemos el espíritu en la actividad viva, podremos encontrarlo jamás en ningún proceso material. Pues esa es precisamente la naturaleza de los procesos materiales, que en ellos es en lo que se ha transformado el espíritu. Y si entonces tratamos de reconocer el espíritu a partir de ellos, nos malinterpretamos a nosotros mismos.
A modo de introducción, quería comenzar para que cada vez haya más claridad sobre cuál es realmente la actitud cognitiva del investigador espiritual, y que para penetrar en las cosas en las que es necesario penetrar, el investigador espiritual necesita una cierta amplitud y flexibilidad de la vida espiritual. Con tales conceptos es posible, pues, arrojar luz sobre las importantes cuestiones a las que me referí aquí la última vez, y que sólo insinuaré brevemente para pasar a nuestras consideraciones presentes.
Decía que la evolución de la educación espiritual reciente ha llevado a una visión cada vez más unilateral de la relación de lo anímico-espiritual con lo físico-corporal, que se manifiesta en el hecho de que hoy en día lo anímico-espiritual sólo se busca en la parte del cuerpo humano que se encuentra en el sistema nervioso o en el cerebro. Hasta cierto punto, lo anímico-espiritual se asigna únicamente al cerebro y al sistema nervioso, y el resto del organismo, cuando se habla de lo anímico-espiritual, se lo considera más o menos sólo como una especie de añadido al cerebro y al sistema nervioso. Ahora he intentado aclarar los resultados de la investigación espiritual en este campo, señalando que sólo se puede
Sin embargo, sólo es posible una comprensión correcta si uno mira las cosas de esta manera, si uno sabe que los impulsos de la voluntad deben asignarse a los procesos metabólicos de la misma manera que las experiencias de la imaginación deben asignarse a los procesos en el sistema nervioso humano o en el cerebro. Naturalmente, tales cosas sólo pueden insinuarse en un primer momento. Y por la misma razón de que sólo pueden insinuarse, se pueden plantear objeciones y más objeciones. Pero lo sé con certeza: Si realmente abordamos lo que acabamos de discutir no considerando meras partes de los hechos de la investigación científica actual, sino considerando todo el ámbito de la investigación anatómico-fisiológica, es decir, si consideramos todo lo que es la investigación anatómico-fisiológica, entonces habrá completa armonía entre las afirmaciones científico-espirituales que he hecho y las afirmaciones científicas. Hablando superficialmente, -permítanme plantear esta objeción sólo como una particularmente característica-, se pueden plantear, por supuesto, objeciones y más objeciones contra una verdad tan completa. Alguien podría decir: Ahora, convengamos primero en que ciertos sentimientos están relacionados con el organismo respiratorio; pues nadie puede dudar realmente de que esto puede demostrarse muy plausiblemente para ciertos sentimientos. Pero alguien podría decir: Sí de acuerdo, pero, cómo se relaciona entonces el hecho de que percibamos melodías, por ejemplo, que tales melodías aparezcan en nuestra conciencia; ¿Está ligado el sentimiento de placer estético a las melodías? ¿Podemos hablar aquí de alguna relación entre el organismo respiratorio y lo que surge evidentemente en la cabeza, -la cual según los resultados fisiológicos, está tan evidentemente conectada con el sistema nervioso? Tan pronto como uno considera el asunto correctamente, la corrección de mi afirmación se hace inmediatamente evidente con total claridad. A saber, hay que considerar entonces que con cada espiración tiene lugar paralelamente en el cerebro un proceso importante: que el cerebro se elevaría durante la espiración si no estuviera sujeto por el casquete craneal, -la respiración se propaga en el cerebro-, y viceversa; Cuando inhalas, el cerebro se hunde. Y como no puede subir y bajar porque el cráneo lo impide, ocurre lo que es bien conocido por la fisiología: hay un cambio en el flujo sanguíneo, se produce lo que la fisiología conoce como respiración cerebral, es decir, que paralelamente al proceso respiratorio, tienen lugar en el ámbito nervioso ciertos procesos. Y en este encuentro del proceso respiratorio con lo que vive en nosotros como sonidos a través de nuestro oído, tiene lugar lo que indica que el sentir en esta zona también está conectado con el organismo respiratorio del mismo
Quiero insinuar esto porque es algo particularmente remoto y, por tanto, plantea una objeción obvia. Si pudiéramos ponernos de acuerdo con alguien sobre todos los detalles de los resultados fisiológicos, ninguno de estos detalles contradiría lo que se dijo aquí la última vez y se ha vuelto a repetir hoy.
Ahora me corresponderá ampliar nuestras consideraciones de un modo similar al de la última conferencia. Y aquí debo entrar un poco más en detalle sobre la forma en que el hombre desarrolla la vida de la percepción sensorial para mostrar cuál es la relación real entre la facultad sensorial de la percepción, que conduce a las ideas, y la vida del sentir y de la voluntad, en general la vida del hombre como alma, como cuerpo y como espíritu.
A través de nuestra vida sensorial entramos en contacto con nuestro entorno sensorial. Dentro de este entorno sensorial, la ciencia natural distingue entre determinadas sustancias, o más bien formas-sustancia -porque éstas son las que importan ahora; si quisiera hablar con un físico, tendría que decir estados agregados: Sólido, líquido, aeriforme. Pero ahora, como todos ustedes saben, la investigación física y científica llega a suponer algo más además de estas formas materiales. Si la ciencia natural quiere explicar la luz, no se contenta con aceptar estas formas materiales que acabo de mencionar, sino que recurre entonces a lo que en principio parece más sutil que estos tipos de materia; recurre a lo que se suele llamar el éter. El concepto del éter es extraordinariamente difícil, y se puede decir que los diversos conceptos que se han formado acerca de lo que hay que decir sobre el éter son concebiblemente diferentes, múltiples. Por supuesto, no es posible entrar en todos estos detalles. Sólo hay que señalar que la ciencia natural se siente obligada a establecer el concepto de éter, es decir, a pensar que el mundo no sólo está lleno de la percepción sensorial directa de sustancias más densas, sino a pensar que está lleno de éter. Lo característico es que la investigación natural no llega con sus métodos a lo que es realmente el éter. Pues la investigación natural necesita siempre fundamentos materiales para su actividad real. El propio éter, sin embargo, siempre elude en cierta medida los fundamentos materiales. Aparece en conexión con procesos materiales, evoca procesos materiales; pero no puede ser captado, por así decirlo, con los medios que están ligados a los fundamentos materiales. Por eso, en los últimos tiempos ha surgido un concepto peculiar de éter, que en realidad es sumamente interesante. El concepto de éter, que ya se puede encontrar entre los físicos actuales, consiste en decir: el éter debe ser aquello, -sea lo que sea-, que en cualquier caso no tiene propiedades como las de la materia ordinaria. Así, la ciencia natural apunta más allá de sus propios fundamentos materiales al decir del éter que tiene aquello que no puede encontrar con sus propios medios. La ciencia natural sólo llega a la suposición de un éter, pero no a la concreción de este concepto de éter con algún contenido por sus medios.
Pues bien, la investigación espiritual tiene como resultado lo siguiente. La investigación natural parte de la base material, la investigación espiritual parte de la base anímico-espiritual. El investigador espiritual, si no se detiene arbitrariamente en un cierto límite, es llevado ahora al concepto de éter de la misma manera que el investigador natural, sólo que desde el otro lado. El investigador espiritual trata de incluir en su saber lo que está activo y actúa dentro del alma. Si se detuviera en lo que puede experimentar interiormente en la vida ordinaria del alma, entonces ni siquiera llegaría tan lejos en este campo como el científico natural que acepta el concepto del éter. Pues el científico natural al menos establece el concepto de éter, lo acepta. El investigador del alma, si no llega por sí mismo al concepto de éter, es como el científico natural que dice: «¡Qué me importa lo que está vivo! Asumo las tres formas básicas: cuerpos sólidos, líquidos, aeriformes; no me importa lo que se supone que es aún más sutil. De hecho, así es como suele actuar la enseñanza del alma.
Sin embargo, no todos los que han estado activos en el campo de la investigación del alma lo hacen de esta manera; y en particular dentro de ese desarrollo científico extraordinariamente significativo, uno encuentra que se construye sobre la base del idealismo alemán que surgió en el primer tercio del siglo XIX, -no en este idealismo en sí, sino en lo que luego se convirtió de este idealismo-, aproximaciones al concepto del éter desde el otro lado, desde el lado anímico-espiritual, al igual que la investigación de la naturaleza asciende al éter desde el lado material. Y si realmente se quiere tener el concepto de éter, hay que abordarlo desde dos lados. No hay otra manera de tratar este concepto. Ahora, lo interesante es que los grandes idealistas filosóficos alemanes, Fichte, Schelling, Hegel, a pesar de su vívida imaginación y pensamiento, que a menudo he caracterizado aquí, todavía dejaron el concepto del éter por ahí. No pudieron, por así decirlo, fortalecer la vida interior del alma hasta tal punto que el concepto del éter se les hubiera rendido. Pero en aquellos que se dejaron fecundar por este idealismo, que hasta cierto punto permitieron que los pensamientos que se generaron entonces siguieran trabajando en sus almas, aunque no fueran tan grandes genios como sus predecesores idealistas, este concepto de éter surgió de esta investigación del alma. Encontramos por primera vez este concepto de éter en Immanuel Hermann Fichte, el hijo del gran Johann Gottlieb Fichte, que también fue alumno de su padre, en el sentido de que permitió que lo que Johann Gottlieb Fichte y sus sucesores, Schelling y Hegel, habían hecho en sus almas continuara trabajando en él. Pero condensándolo, por así decirlo, en una mayor eficacia interior, llegó a decirse a sí mismo: «Si uno mira la vida anímica-espiritual, si uno la mide, digamos, a través en todas direcciones, entonces llega a decirse a sí mismo: hacia abajo esta vida anímica-espiritual debe fluir hacia el éter, igual que las cosas sólidas, líquidas, aeriformes fluyen hacia arriba hacia el éter. En cierto sentido, lo más bajo del alma debe fluir hacia el éter del mismo modo que lo más alto de la materia fluye hacia arriba, hacia el éter. Y son características ciertas ideas que Immanuel Hermann Fichte se formó al respecto, y a través de las cuales llegó realmente desde el reino espiritual del alma hasta el límite del éter. Leemos en su «Antropología» de 1860 - encontraréis el pasaje citado en mi último libro «Vom Menschenrätsel» -: «En los elementos materiales... no se encuentra lo verdaderamente persistente, ese principio unificador de la forma del cuerpo, que se muestra eficaz a lo largo de toda nuestra vida.» « Por lo tanto en el cuerpo, se nos señala una segunda causa esencialmente diferente.» « En la cual» esta «contiene lo que realmente persiste en el metabolismo, es el cuerpo verdadero, interior, invisible, pero presente en toda materialidad visible. lo otro, la apariencia exterior del mismo, formado a partir del metabolismo incesante, puede llamarse en adelante lo que verdaderamente no persiste y nos es ajeno, el mero efecto o imagen posterior de esa corporalidad interior que lo arroja al mundo cambiante de la materia, al igual que, por ejemplo, la fuerza magnética prepara un cuerpo aparentemente denso a partir de las partes de polvo de limadura de hierro, pero que se atomiza en todas direcciones cuando se le retira la fuerza aglutinante.»
Ahora bien, para I. H. Fichte en el cuerpo ordinario compuesto de materia externa, vivía un cuerpo invisible y a este cuerpo invisible podríamos llamarlo también cuerpo etérico; un cuerpo etérico que lleva las partículas individuales de materia de este cuerpo visible a sus formas, las moldea, les da forma. E I. H. Fichte tiene tan claro que este cuerpo etérico, al que desciende del alma, no está sujeto a los procesos del cuerpo físico, que para él la comprensión de la existencia de tal cuerpo etérico ya es suficiente para superar el enigma de la muerte. Pues I. H. Fichte dice en su «Antropología»: «Pues apenas hay necesidad de preguntarse cómo se comporta el propio hombre en el proceso de la muerte. Incluso después del último acto visible del proceso vital, él sigue siendo en su esencia el mismo en espíritu y fuerza organizadora que era antes. Su integridad se conserva, pues no ha perdido absolutamente nada de lo que era y de lo que pertenecía a su sustancia durante la vida visible. Sólo regresa al mundo invisible en la muerte, o mejor dicho, puesto que nunca lo había abandonado, ya que es lo que realmente persiste en todo lo visible, -sólo se ha despojado de una cierta forma de visibilidad. Estar muerto» sólo significa dejar de ser perceptible para la concepción ordinaria de los sentidos, del mismo modo que lo realmente real, las causas últimas de los fenómenos corporales, son imperceptibles para los sentidos.»
En I. H. Fichte les he mostrado que él avanza de lo espiritual a tal cuerpo invisible. Es interesante observar que en muchos lugares del florecimiento posterior de la vida intelectual idealista alemana ha surgido lo mismo. Hace algún tiempo llamé la atención sobre un pensador solitario que fue director de escuela en Bromberg y que se ocupó de la cuestión de la inmortalidad: Johann Heinrich Deinhardt, que murió en los años sesenta del siglo XIX. Al principio se ocupó de la cuestión de la inmortalidad como los demás, tratando de llegar detrás de esta cuestión de la inmortalidad a través de ideas y conceptos. Pero para él surgió algo más que para los que se limitan a vivir en conceptos. Y así, el editor de ese tratado sobre la inmortalidad, escrito por J. H. Deinhardt, pudo citar un pasaje de una carta que le escribió el autor, en la que J. H. Deinhardt dice que, aunque todavía no había llegado a comunicar el asunto a un libro, su investigación interior le había mostrado claramente que durante su vida entre el nacimiento y la muerte el hombre trabaja en la formación de un cuerpo invisible, que se libera en el mundo espiritual al morir.
Y otros tantos fenómenos de la vida intelectual alemana podrían citarse en favor de esta dirección de investigación y contemplación. Todos ellos demostrarían que en esta dirección de investigación había un deseo no de detenerse en lo que puede producir la mera especulación filosófica, el mero vivir en conceptos, sino de fortalecer la vida interior del alma de tal manera que alcance la densidad que alcanza el éter.
Por supuesto, el verdadero misterio del éter aún no se resolverá desde adentro siguiendo los caminos que estos investigadores han tomado, pero se puede decir, por así decirlo, que estos investigadores están en el camino hacia la ciencia espiritual. Porque este misterio del éter se resolverá a medida que el alma humana experimente esos procesos internos a través de la práctica, que a menudo he caracterizado aquí y que se describen con más detalle en mi libro "Cómo conocer los mundos superiores". Sin embargo, el hombre alcanza gradualmente llegar realmente al éter desde adentro al pasar por estos procesos internos del alma. Entonces el éter estará directamente allí para él. Pero sólo entonces es capaz de captar lo que realmente es una percepción sensorial, lo que está realmente presente en la percepción sensorial.
Para presentar esto hoy, debo, por así decirlo, abordar la cuestión desde un ángulo diferente. Acerquémonos a lo que realmente ocurre en los procesos metabólicos de los seres humanos. A grandes rasgos, podemos pensar que los procesos metabólicos en el organismo humano tienen lugar de tal manera que esencialmente tienen que ver con el elemento líquido de la sustancia. Esto será fácil de ver si uno está mínimamente familiarizado con las ideas científicas más viables en este campo. Lo que es un proceso metabólico vive, por así decirlo, en el elemento líquido. Lo que es la respiración, vive en el elemento aéreo; En la respiración tenemos una interacción entre los procesos del aire interior y exterior, al igual que en el metabolismo tenemos una interacción entre los procesos materiales que han tenido lugar fuera de nuestro cuerpo y los que tienen lugar dentro de nuestro cuerpo. ¿Qué sucede cuando percibimos con nuestros sentidos y lo seguimos con nuestra imaginación? ¿A qué corresponde eso realmente? De la misma manera que los procesos fluidos corresponden al metabolismo y los procesos aéreos a la respiración, ¿qué corresponde a la percepción? Los procesos perceptivos corresponden a los procesos etéricos. Así como vivimos, por así decirlo, con el metabolismo en el líquido, vivimos con la respiración en el aire, vivimos con la percepción en el éter. Y los procesos etéricos internos, los procesos etéricos internos, que tienen lugar en el cuerpo invisible del que acabamos de hablar, entran en contacto con los procesos etéricos externos en la percepción sensorial. Si se objeta: ¡Sí, pero ciertas percepciones sensoriales son procesos metabólicos tan manifiestos! Es particularmente notable en el caso de las percepciones sensoriales que corresponden a los llamados sentidos inferiores - olfato, gusto - un examen más atento mostraría que lo material pertenece al metabolismo mismo, y que en cada uno de esos procesos, incluso en la degustación, por ejemplo, tiene lugar un proceso etérico a través del cual entramos en relación con el éter exterior, del mismo modo que entramos en relación con el aire a través del cuerpo físico mediante la respiración. Sin una comprensión del mundo etérico no es posible entender las percepciones sensoriales.
¿Y qué está ocurriendo realmente? Bueno, básicamente, sólo se puede ver a través de lo que está sucediendo cuando se ha llevado el proceso interior del alma tan lejos que el interior etérico y espiritual se ha convertido en una realidad. Este será el caso cuando se haya logrado lo que recientemente he llamado visualización imaginativa. Cuando, a través de los ejercicios que puedes encontrar en el libro que he mencionado, las representaciones se han coloreado tanto que ya no son las representaciones abstractas que de otro modo tenemos, sino que están llenas de vida, entonces pueden llamarse imaginaciones. Cuando estas representaciones se han vuelto tan llenas de vida que son imaginaciones, entonces viven directamente en el etérico, mientras que cuando son representaciones abstractas sólo viven en el alma. Se derraman en lo etérico. Y entonces, cuando uno ha llegado tan lejos, por así decirlo, en la experimentación interior que experimenta el éter como algo vivo y real dentro de uno mismo, entonces puede experimentar lo que ocurre en la percepción sensorial. La percepción sensorial consiste, - hoy sólo puedo mencionarlo como resultado-, en que el ambiente externo envía lo etérico de lo material a nuestros órganos sensoriales, haciendo esos golfos de los que hablé anteayer, de modo que lo que está afuera también se vuelve interno dentro de nuestro reino sensorial, por ejemplo, tenemos un sonido, por así decirlo, entre la vida sensorial y el mundo externo. Entonces, como el éter exterior penetra en nuestros órganos de los sentidos, este éter exterior se extingue. Y a medida que el éter exterior penetra en nuestros órganos sensoriales en un estado amortiguado, es revitalizado por el éter interior del cuerpo etérico que trabaja contra él. Esta es la esencia de la percepción sensorial. Del mismo modo que en el proceso de respiración la muerte y la revitalización surgen cuando inhalamos oxígeno y exhalamos ácido carbónico, existe una interacción entre el éter que ha sido muerto y el éter que ha sido revitalizado en la percepción sensorial.
Este es un hecho extraordinariamente importante que surge de la ciencia espiritual. Pues lo que ninguna especulación filosófica puede encontrar, lo que la especulación filosófica de los últimos siglos ha fracasado tantas veces en encontrar, sólo puede hallarse en el camino de la ciencia espiritual. La percepción sensorial puede así reconocerse como una interacción sutil entre el éter exterior y el éter interior; como una vitalización del éter extinguido en el órgano sensorial a partir del cuerpo etérico interior. De modo que lo que los sentidos captan de nuestro entorno es revitalizado interiormente por el cuerpo etérico, y así llegamos a lo que es la percepción del mundo exterior.
Esto es extraordinariamente importante, pues muestra que el hombre, incluso cuando se dedica a la percepción de los sentidos, vive no sólo en el organismo físico, sino en lo etérico suprasensible, que toda la vida de los sentidos es un vivir y un tejer en lo etérico invisible. Esto es lo que los investigadores más profundos siempre han sospechado en el período caracterizado, pero que será elevado a la certeza a través de la ciencia espiritual. Entre los que reconocieron esta importante verdad, quisiera mencionar al casi completamente olvidado J. P. V. Troxler. Ya lo he mencionado aquí en conferencias anteriores, en años anteriores. En sus «Conferencias sobre Filosofía» dijo:
«Ya en épocas anteriores los filósofos distinguían un cuerpo anímico fino y noble del cuerpo más tosco... un alma que tenía en sí misma una imagen del cuerpo, a la que llamaban esquema, y que era para ellos el hombre superior interior... En tiempos recientes, hasta Kant, en sueños de vidente espiritual, sueña en serio y en broma con todo un hombre espiritual interior que lleva en su cuerpo espiritual todos los miembros del exterior; Lavater escribe y piensa lo mismo.... »
Pero estos investigadores también se dieron cuenta de que en el momento en que se asciende de la visión material ordinaria a la visión de este organismo supersensible que llevamos dentro, hay que pasar de la antropología ordinaria a un tipo de conocimiento que llega a sus resultados a través de una exploración del ser interior. Por eso es interesante cómo, por ejemplo, tanto I. H. Fichte como Troxler tienen claro que la antropología si quiere captar al ser humano en su totalidad debe ascender a algo más. I. H. Fichte dice en su «Antropología»:
«La conciencia de los sentidos... con toda la vida de los sentidos, también humana, no tiene otro significado que el de ser sólo el lugar en el que tiene lugar esa vida suprasensible del espíritu, en la que introduce el contenido espiritual de otro mundo de las ideas en el mundo de los sentidos a través de su propia acción libremente consciente....». Esta comprensión cabal del ser humano eleva ahora el resultado final a .»
Vemos en esta corriente de la vida espiritual alemana, que, me atrevería a decir, lleva al idealismo de su abstracción a la realidad, el indicio de la antroposofía. Y Troxler dice que hay que asumir un sentido supraespiritual en unión con un espíritu suprasensible, y que así se puede captar al ser humano de tal manera que ya no se trata de una antropología ordinaria, sino de algo superior:
«Si ahora es muy gratificante que la última filosofía, que... ...en toda antroposofía... ...que debe revelarse en toda antroposofía, no puede pasarse por alto que esta idea no puede ser fruto de la especulación, y que la verdadera individualidad del ser humano... ...individualidad del hombre no debe confundirse con aquello que postula como espíritu subjetivo o yo finito, ni con aquello que contrapone a él como espíritu absoluto o personalidad absoluta.»
La antroposofía no es cualquier cosa que aparezca hasta cierto punto por arbitrariedad, sino algo a lo que necesariamente conduce la vida espiritual, que a su vez se permite experimentar conceptos e ideas no sólo como conceptos e ideas, sino condensarlos hasta tal punto, —y me gustaría usar la expresión de nuevo—, que conducen a la realidad. que se saturen de realidad.
Pero uno no se lleva bien, y este es el defecto de esta investigación, si uno simplemente se eleva del cuerpo físico al etérico; pero sólo se llega a un cierto límite, que, sin embargo, hay que cruzar; Porque más allá de lo etérico está el alma-espiritual. Y lo esencial es que es precisamente este elemento alma-espiritual el que sólo puede entrar en una relación con lo físico a través de la mediación de lo etérico. Por lo tanto, tenemos que buscar primero el alma real del hombre en lo que ahora trabaja y se fortalece en lo etérico de una manera completamente supra etérica, de modo que lo etérico a su vez forma lo físico, como él mismo forma, es permeado, vivido por el alma.
Intentemos ahora captar al ser humano en el otro polo, el polo de la voluntad: Ya hemos dicho que el tamiz de la voluntad está relacionado con el metabolismo. Como el impulso de la voluntad vive en el metabolismo, no sólo vive en el metabolismo físico exterior, sino que, como todo el ser humano está en todas partes dentro de los límites de su ser, lo etérico también vive en aquello que toma forma como metabolismo cuando se produce un impulso de la voluntad. Ahora bien, la ciencia espiritual muestra que en el impulso de la voluntad está presente justamente lo contrario de la percepción sensorial. Mientras que en la percepción de los sentidos el éter exterior es animado hasta cierto punto por el éter interior, es decir, el éter interior se vierte en el éter muerto, en el impulso de la voluntad, cuando surge del alma-espiritual, es siempre a través del metabolismo y todo lo que está conectado con él que el cuerpo etérico se suelta, es expulsado del cuerpo físico por aquellas zonas en las que tiene lugar el metabolismo. Así que aquí tenemos lo contrario: el cuerpo etérico se retira hasta cierto punto de los procesos físicos. Y ahí reside la esencia de los actos de voluntad, que en ellos el cuerpo etérico se retira del cuerpo físico.
Ahora bien, aquellos distinguidos oyentes que hayan escuchado las conferencias anteriores recordarán que, además de la cognición imaginativa, he distinguido entre la cognición inspirada y la cognición intuitiva real. Y así como el conocimiento imaginativo es una elaboración tal de la vida del alma que uno llega a la vida etérica de la manera indicada anteriormente, así el conocimiento intuitivo viene dado por el hecho de que en la vida del alma uno aprende, por así decirlo, a participar a través de poderosos impulsos de la voluntad, e incluso a provocar lo que puede llamarse la retirada del cuerpo etérico de los procesos físicos. Así, en esta esfera, lo anímico-espiritual sobresale en lo físico-corporal. Si un impulso volitivo penetra originalmente desde lo anímico-espiritual, se encuentra con el etérico, y la consecuencia es que este etérico se retira de alguna zona metabólica del cuerpo físico. Y de esta acción de lo anímico-espiritual, a través del etérico, sobre el cuerpo, surge lo que puede llamarse la transición de un impulso volitivo a algún movimiento corporal, a un manejo corporal. Pero sólo entonces, cuando uno considera al hombre entero de esta manera, llega a su verdadera parte inmortal. Porque tan pronto como uno aprende a reconocer cómo lo anímico-espiritual se teje en el éter, también se hace claro para uno que este tejido de lo anímico-espiritual en el éter también es independiente de los procesos del cuerpo físico que están incluidos en el nacimiento, la concepción y la muerte. Y de esta manera es posible elevarse realmente a lo inmortal en el ser humano, a aquel que se une con el cuerpo que es preservado por la corriente de la herencia, y que es preservado cuando el hombre pasa de nuevo por la puerta de la muerte. Porque lo que nace y muere aquí está conectado con lo eternamente espiritual por medio de lo etérico.
Hasta ahora ha resultado que las ideas a las que llega la ciencia espiritual están muy en desacuerdo con los hábitos de pensamiento actuales, que a la gente le resulta difícil encontrar su camino hacia estas ideas. Se puede decir que un obstáculo para esta aceptación es, entre otras cosas, el hecho de que se haga tan poco esfuerzo por buscar la conexión real entre lo anímico-espiritual y lo físico en la forma indicada hoy en día. La mayoría de la gente anhela algo muy diferente de lo que la investigación espiritual puede ofrecer en realidad. ¿Qué es lo que realmente ocurre en el hombre cuando visualiza? Un proceso etérico que sólo interactúa con un proceso etérico externo. Sin embargo, para que el hombre tenga una vida espiritual y física sana en esta dirección, por así decirlo, es necesario que se dé cuenta de dónde está el límite en el que se encuentran el éter interno y el externo. En la mayoría de los casos, esto sucede de forma inconsciente. Se hace consciente cuando el ser humano asciende al conocimiento imaginativo, cuando experimenta interiormente la lluvia y el movimiento del éter, y su encuentro con el éter exterior, que muere en el órgano de los sentidos. En esta interacción entre el éter interior y exterior tenemos, por así decirlo, el límite exterior del efecto del éter sobre el organismo humano. Pues lo que hay en nuestro cuerpo etérico actúa sobre el organismo principalmente durante el crecimiento, por ejemplo. Allí sigue actuando desde dentro, formando el organismo. Poco a poco organiza nuestro organismo para que se adapte al mundo exterior de la misma manera que vemos cuando el niño crece. Pero este apoderamiento interior formador del cuerpo físico por el éter debe alcanzar un cierto límite. Si traspasa este límite a través de algún proceso patológico, entonces ocurre que lo que vive y se teje en el éter, pero que se supone que debe permanecer en lo etérico, se vierte en el organismo físico, de modo que éste recibe entretejido en sí mismo, por así decirlo, lo que se supone que debe permanecer como movimiento etérico. ¿Qué ocurre entonces? Lo que en realidad sólo debe experimentarse interiormente como una representación, surge como un proceso en el cuerpo físico. Entonces es lo que se llama una alucinación. Cuando el proceso etérico sobrepasa su límite hacia lo físico, porque el cuerpo no le opone la resistencia adecuada debido a su naturaleza patológica, entonces surge lo que se llama una alucinación. Ahora bien, muchas personas que quieren penetrar en el mundo espiritual desean alucinaciones por encima de todo. Esto, naturalmente, no puede ofrecérselo el investigador espiritual; pues la alucinación no es otra cosa que la reproducción de un proceso puramente material, un proceso que tiene lugar, en relación con el alma, más allá de los límites del cuerpo, es decir, dentro. En cambio, lo que conduce al mundo espiritual consiste en que, desde este límite, se vuelve al alma y, en lugar de alucinaciones, se llega a la imaginación, y la imaginación es una experiencia puramente espiritual. Y porque es una experiencia puramente espiritual, el alma vive en la imaginación en el mundo espiritual. De este modo, sin embargo, el alma también vive en la penetración plenamente consciente de la imaginación. Y es importante darse cuenta de que la imaginación, es decir, la vía legítima para alcanzar el conocimiento espiritual, y la alucinación son opuestas y también mutuamente destructivas. Quien llega a la alucinación a través de un organismo enfermo, obstruye el camino hacia la imaginación real; y quien llega a la imaginación real, se salva con toda seguridad de toda alucinación. La alucinación y la imaginación son mutuamente excluyentes, mutuamente destructivas.
Pero lo mismo ocurre en el otro polo del ser humano. Así como el cuerpo etérico puede derramarse en lo físico, puede hundir su poder formativo en lo físico, y causar así alucinaciones, es decir, procesos puramente físicos, así también, por otra parte, a través de ciertas formaciones patológicas del organismo o por fatiga inducida u otros estados del organismo, lo etérico puede surgir de manera irregular, tal como fue caracterizado en el acto de voluntad. Entonces puede suceder que, en lugar de que lo etérico salga realmente del área metabólica física en un acto de voluntad correcto, permanezca dentro, y el área metabólica física alcance a lo etérico en su actividad puramente física, de modo que lo etérico se vuelva dependiente de lo físico, mientras que en el desenvolvimiento normal de la voluntad lo físico depende de lo etérico, que a su vez está determinado por lo anímico-espiritual. Si esto sucede a través de procesos como los que he indicado, entonces, me gustaría decir, al igual que la contraimagen patológica de la alucinación, surge la acción compulsiva, que consiste en el hecho de que el cuerpo físico con sus procesos metabólicos se fuerza a sí mismo hacia lo etérico, se empuja a sí mismo hacia el cuerpo etérico, por así decirlo. Y si la acción compulsiva es causada como un fenómeno patológico, entonces se puede decir de nuevo que excluye lo que se llama intuición en la cognición científico-espiritual. La intuición y el comportamiento compulsivo se excluyen mutuamente, del mismo modo que la alucinación y la imaginación se excluyen mutuamente. De ahí que no haya nada más desalmado que, por un lado, los alucinadores, pues las alucinaciones son sólo insinuaciones de estados corporales que no deberían serlo; y por otro lado, por ejemplo, los derviches danzantes.
La danza del derviche surge del hecho de que lo físico-corpóreo se empuja a sí mismo hacia lo etérico, de modo que no es lo etérico lo que se hace efectivo a partir de lo anímico-espiritual, sino que en el fondo sólo se producen acciones compulsivas regulares. Y quien crea que recibe revelaciones del alma en el derviche danzante, sólo debe meterse en la ciencia espiritual para darse cuenta de que el derviche danzante es la prueba de que el espíritu, lo anímico-espiritual ha salido de su cuerpo; por eso baila de esta manera. La danza artística debe consistir precisamente en que cada movimiento individual corresponda a un impulso de la voluntad, que también puede llegar a la conciencia del interesado, de modo que nunca se trate de un mero forzamiento de procesos físicos en procesos etéricos. La danza impregnada de imaginación no es más que danza artística. La danza del derviche sólo es una negación de la espiritualidad. Algunos objetarán: ¡Pero indica el espíritu! - Sí, pero ¿Cómo? Bueno, puedes estudiar una concha si coges la concha viva y la miras; pero también puedes estudiarla cuando la concha viva está fuera, mirando la concha: la forma de la concha, la forma nacida de la vida, se reproduce en la concha. Pero así es también, a grandes rasgos, como se tiene una réplica de lo espiritual, una réplica muerta de lo espiritual, cuando se trata de la escritura automática o del derviche danzante. Por eso se parece tanto a lo espiritual, como la concha de una caracola, y por eso puede confundirse fácilmente. Pero sólo cuando se penetra realmente en lo verdaderamente espiritual se puede tener una comprensión correcta de estas cosas.Si partimos de lo físico y ascendemos a través de la percepción sensorial hasta la imaginación, que luego se traslada a lo anímico-espiritual, llegamos así a reconocer espiritual y científicamente que lo que despierta la percepción sensorial se deposita, por así decirlo, en un punto determinado y se convierte en memoria. La memoria surge del hecho de que la impresión sensorial continúa en el cuerpo, de modo que no sólo en las impresiones sensoriales mismas puede el éter trabajar desde dentro, sino que en lo que la impresión sensorial ha dejado atrás en el cuerpo, el éter ahora se vuelve activo. Entonces, lo que ha entrado en la memoria vuelve a salir de ella.
Por supuesto, no es posible profundizar en estas cosas en el breve tiempo de una conferencia de una hora. Pero nunca se llegará a una comprensión real de lo que son la imaginación y la memoria, y de cómo se relacionan con lo anímico espiritual, si no se avanza en el sentido científico-espiritual por el camino que se ha indicado.
Ahora bien, en el otro polo se encuentra toda la corriente que fluye desde los impulsos de lo anímico-espiritual de la voluntad hasta lo físico-corporal, a través de la cual se realizan las acciones. En la vida humana ordinaria la situación es tal que la vida sensorial llega hasta la memoria, se detiene, por así decirlo, en la memoria. La memoria se coloca, por así decirlo, delante de lo anímico-espiritual, de modo que ésta no se da cuenta de cómo crea y fuerza teniendo percepciones sensoriales. Sólo surge un indicio, un indicio confuso, de que el alma teje y vive en lo etérico cuando esta alma que vive y teje en lo etérico aún no está tan fortalecida en este tejer etérico que todo tejer etérico se rompe en el límite de lo físico. Cuando lo anímico-espiritual entreteje el cuerpo etérico de tal manera que lo que expresa en el cuerpo etérico no irrumpe inmediatamente en el cuerpo físico, sino que se conserva en el cuerpo etérico de tal manera que alcanza los límites del cuerpo físico, por así decirlo, pero sigue siendo percibido en el cuerpo etérico, entonces surge el sueño. Y la vida onírica, si se estudia realmente, se convertirá en la prueba de la forma más baja de la experiencia suprasensible del hombre. Pues en los sueños el ser humano experimenta que no puede desplegar lo anímico-espiritual en impulsos de voluntad dentro de lo que está presente en las imágenes oníricas porque parece demasiado impotente. Y puesto que faltan los impulsos de la voluntad, puesto que el espíritu y el alma intervienen tan poco en lo etérico en el sueño, el alma misma se hace consciente de estos impulsos de la voluntad, se forma el tejido caótico que representa el sueño.
Lo que son por una parte los sueños, son por otra, aquellos fenómenos en los que la voluntad, que procede de lo anímico-espiritual, interviene en el mundo exterior a través del cuerpo etérico, pero es tan poco consciente de lo que allí sucede realmente, como puede llegar a ser consciente en el sueño, debido al débil funcionamiento de lo anímico-espiritual, de que el ser humano está tejiendo y viviendo en lo espiritual. Así como el sueño representa, por así decirlo, el conocimiento sensorial debilitado, otra cosa representa el efecto intensificado de lo anímico-espiritual, el efecto intensificado de los impulsos de la voluntad; y eso es lo que llamamos destino.«Goethe en su juventud se había apoderado de la gran fantasía de Kant-Laplace sobre la formación y posterior extinción del globo terráqueo. A partir de la nebulosa giratoria del mundo, -los niños ya la traen de la escuela-, se forma la gota central de gas, de la que posteriormente deviene la Tierra, que, como esfera en solidificación, atraviesa todas las fases en periodos de tiempo incomprensibles, incluido el episodio de la habitabilidad por la raza humana, para finalmente volver a sumergirse en el sol como escoria calcinada: un proceso largo, pero totalmente comprensible para el público actual, para cuya consecución no fue necesaria más intervención externa que los esfuerzos de alguna fuerza exterior para mantener el sol a la misma temperatura de calentamiento. No se puede imaginar una perspectiva de futuro más infructuosa que la que se nos quiere imponer hoy en esta expectativa como científicamente necesaria. Un hueso de carroña en torno al cual se divirtiera un perro hambriento sería una pieza refrescante y apetitosa en comparación con este último excremento de la creación, con el que nuestra tierra volvería a caer finalmente al sol, y el afán con que nuestra generación recibe y cree tales cosas es un signo de imaginación enferma, que los eruditos de épocas futuras gastarán algún día mucho ingenio para explicar como un fenómeno histórico de los tiempos.»
«Si nuestra existencia se basa en ese juego de fuerzas ciegas y no es más que obra del azar, si nosotros mismos no somos más que mecanismos químicos, ¿cómo puede haber ética para nosotros? La respuesta es que nuestros instintos constituyen la raíz de nuestra ética, y que los instintos son tan hereditarios como los moldes de nuestros cuerpos. Comemos, bebemos y nos reproducimos, no porque los metafísicos hayan llegado a la conclusión de que esto es deseable, sino porque somos como máquinas. Somos activos porque los procesos de nuestro sistema nervioso nos obligan a serlo, y si las personas no son esclavos económicos, el instinto del trabajo exitoso determina la dirección de su actividad. La madre ama a sus hijos y cuida de ellos, no porque a los metafísicos se les haya ocurrido que eso es bello, sino porque el instinto de cuidar de la prole, presumiblemente a través de los dos cromosomas sexuales, está tan firmemente determinado como las características morfológicas del cuerpo femenino. Disfrutamos de la compañía de otras personas porque estamos obligados a ello por condiciones hereditarias. Luchamos por la justicia y la verdad, y estamos dispuestos a sacrificarnos por ellas porque instintivamente deseamos ver felices a nuestros semejantes. Que poseamos ética se debe meramente a nuestros instintos, que están fijados química y hereditariamente en nosotros del mismo modo que las formas de nuestros cuerpos.»
ponerse en el espíritu de la época,
Ver cómo un hombre sabio pensaba antes que nosotros,
Y cómo finalmente llegamos tan maravillosamente lejos.
Traducido por J.Luelmo feb,2025
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