GA207 Dornach, 1 de octubre de 1921 - Pensamiento, sentimiento y voluntad en los intersticios del cuerpo físico, etérico, astral y el yo

     índice

RUDOLF STEINER

PENSAMIENTO,SENTIMIENTO Y VOLUNTAD EN LOS INTERSTICIOS DEL CUERPO FÍSICO, ETÉRICO, ASTRAL Y EL YO


Conferencia 4

Dornach, 1 de octubre de 1921

Ayer pudimos señalar que el hombre en su conciencia se acerca al mundo desde dos lados, por así decirlo: cuando es activo interiormente y cuando es activo exteriormente. Para la conciencia ordinaria, sin embargo, lo que vive dentro del hombre no puede ser aprehendido, porque es precisamente en este punto donde la conciencia se tropieza con ello. Pero entre el nacimiento y la muerte, hemos visto que el karma vive de dos maneras en el hombre: por una parte, cuando se despierta y se sumerge en su cuerpo etérico, donde además puede tener en su conciencia ordinaria, reminiscencias de los sueños. Luego, por así decirlo, pasa por el espacio intermedio entre el cuerpo etérico y el cuerpo físico, -sólo está en el cuerpo físico cuando tiene plena percepción sensorial- y atraviesa la región de los pensamientos que están vivos y activos en él. Son los mismos pensamientos que han participado realmente en la construcción de su organismo, que él ha traído a la existencia a través del nacimiento y que, en otras palabras, constituyen su pasado, su karma cumplido. Pero entonces, cuando una persona se duerme, se encuentra con aquello que no puede convertirse en acción. En la vida se vivencia aquello que entra en acción a partir de nuestros impulsos de la mente y la voluntad. Pero siempre queda algo, y el hombre se lo lleva al dormir. Pero esto también está presente en otra parte. Todo aquello proveniente de la vida anímica que no entra en la acción, que permanece, por así decirlo, antes de la acción, es el karma que se forma y que luego arrastramos a través de la muerte. En resumen, ayer quería señalar cómo viven las fuerzas del karma en los seres humanos.

Para poder concluir el tema mañana, hoy vamos a echar un vistazo al entorno humano con el fin de mostrar cómo se sitúa realmente el ser humano en el mundo. Ayer nos esforzamos por observar objetivamente la vida anímica humana en sí, y así descubrimos que el pensar se desarrolla en esa región que es precisamente esta región objetiva del pensar entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico; que el sentir se desarrolla entonces entre el cuerpo etérico y el cuerpo astral, y que la voluntad se desarrolla entre el cuerpo astral y el yo. De modo que, -ya dije ayer que la expresión es inapropiada, pero no obstante es comprensible-, en los intersticios, por así decirlo, que debemos suponer entre los cuatro miembros de la naturaleza humana, entre el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo, se desarrolla la verdadera actividad anímica. Si queremos verlas objetivamente, se trata de actividades alternantes entre los miembros del ser humano.

Pasemos ahora a echar una ojeada al entorno humano. Visualicemos cómo está el ser humano en una vida onírica muy vívida, en cómo vagan por la vida onírica las imágenes. Ayer dije que la conciencia imaginativa puede percibir que estas imágenes descienden a lo orgánico y que lo que contienen estas imágenes provoca nuestros sentimientos. Por tanto, lo que realmente se captaría si se mirara más profundamente en el interior del ser humano, para la visualización en imágenes oníricas, son nuestros sentimientos. Los sentimientos son  oleadas que se disparan desde la vida onírica hacia nuestra conciencia. Estamos, como dije ayer, constantemente soñando bajo la superficie de nuestra vida imaginativa, y esta vida onírica vive en nuestros sentimientos.

Si ahora observamos el entorno del hombre, en primer lugar el mundo animal, entonces en el mundo animal tenemos una conciencia que no llega al pensamiento, a la vida pensante, sino que en realidad toma forma en una especie de vida onírica viviente. Estudiando nuestra propia vida onírica podemos hacernos una idea de cómo es la vida anímica del animal en realidad. La vida anímica del animal es en realidad un sueño. Por lo tanto, la vida anímica del animal es mucho más activa en el organismo que la vida anímica del ser humano, que está mucho más emancipada del organismo gracias a que está iluminada por la vida imaginativa. El animal sueña realmente. Y al igual que las imágenes de nuestros sueños, las imágenes oníricas que formamos durante nuestra conciencia de vigilia, fluyen como sentimientos, justo esa vida anímica parecida a los sentimientos es lo que subyace principalmente en el animal. El animal no tiene en realidad una vida anímica impregnada por la iluminación del pensar. De modo que eso que tiene lugar en nosotros entre el cuerpo etérico y el cuerpo astral es lo esencial que tiene lugar en el animal; eso forma la vida anímica animal. Y podemos comprender la vida animal si la imaginamos como surgiendo de la vida anímica.

Es importante que uno se haga una idea de estas condiciones, porque así se dará cuenta de lo que ocurre realmente, digamos, cuando el animal está haciendo la digestión. Basta con echar un vistazo a un rebaño que está haciendo la digestión en un pasto. Todo el estado de ánimo que hay en los animales anuncia lo que sale a la luz a través de la investigación espiritual: que la actividad excitada, que tiene lugar esencialmente entre el cuerpo etérico y el cuerpo astral del animal, surge realmente en un sentir vivo, y que el animal vive en este sentir. Un aumento y disminución de este sentir, esa es la esencia de la experiencia animal, y la participación en sus imágenes oníricas, cuando amortigua un poco el sentir y la imagen toma el lugar del sentir. Así que podemos decir que el animal vive en una conciencia que es similar a nuestra conciencia onírica.

Si buscamos en él la conciencia que nosotros mismos tenemos como seres humanos, como seres humanos que andan por aquí en la tierra, entonces no podemos encontrarla dentro del animal, entonces debemos encontrarla en seres que no llegan a una existencia física inmediata. Las llamamos las almas de las especies animales, almas que como tales no tienen una corporeidad física, sino que se vivencian a sí mismas a través de los animales. Podemos decir que todos los leones juntos tienen un alma genérica de este tipo, que tiene una existencia espiritual. Tiene entonces el tipo de conciencia que tenemos los humanos, no el animal individual.

Si ahora descendemos al mundo vegetal, no encontramos una conciencia como la de los animales, sino que en el propio mundo vegetal nos encontramos con una conciencia como la que tenemos nosotros durante el periodo comprendido desde que nos dormimos hasta que nos despertamos. La planta es un ser dormido. Pero también desarrollamos esta conciencia en la voluntad, o sea, entre el cuerpo astral y el yo. Lo que está activo en el mundo vegetal es esencialmente de la misma naturaleza que lo que vive en nuestra volición. En nuestra volición estamos realmente dormidos incluso cuando estamos despiertos. La misma actividad que está activa en nuestra voluntad lo está en todo el mundo vegetal.

La conciencia que desarrollamos como conciencia dormida es algo que en realidad se inserta constantemente en nuestra conciencia como inconsciente, algo que forma lagunas, como dije ayer, en nuestra memoria. Pero al igual que nuestra conciencia está adormecida, para la mayoría de las personas se extingue por completo mientras duermen, lo mismo ocurre con la conciencia vegetal.

Si entonces buscamos en la vida vegetal lo mismo que hay en la vida animal, entonces no podemos encontrarlo en la planta individual, sino que en realidad lo encontraremos en toda el alma terrestre. Toda el alma terrestre lleva una conciencia onírica y duerme en la conciencia vegetal. Y sólo en la medida en que la tierra participa en el devenir cósmico se enciende de tal manera que puede desarrollar una conciencia tan completa como la que tenemos los humanos entre el nacimiento y la muerte en el estado de vigilia. Pero esto ocurre preferentemente en la época invernal: se trata de una especie de despertar de la tierra, mientras que la conciencia onírica adormecida está presente en la época estival, en la época cálida. Como ya he explicado en conferencias anteriores, es un error creer que la Tierra está despierta en verano y dormida en invierno. Es justamente al revés. En la viva actividad vegetativa que se desarrolla durante el verano, durante la estación cálida, se da precisamente un estado durmiente de la tierra, en realidad un estado de sueño de la tierra, mientras que en la estación fría se da un estado de vigilia de la tierra.

Pero si ahora descendemos al reino mineral, entonces tenemos que decirnos: allí está presente una conciencia aún más profunda que la de nuestro dormir, una conciencia ya bastante distante de nuestra experiencia humana ordinaria, que iría por tanto más allá de la voluntad. Pero en realidad lo que vive en los minerales como estado de conciencia sólo está aparentemente distante para nosotros los humanos, sólo distante de nuestra conciencia ordinaria. En realidad no está tan lejos de nosotros. Porque cuando nosotros pasamos de tener la intención, a dar cumplimiento a una acción cualquiera, cuando lo llevamos a cabo, entonces nuestra voluntad se separa de nosotros. Y aquello dentro de lo cual entonces, digamos que nadamos, en lo cual tejemos y vivimos ejerciendo la acción, que sólo imaginamos, -no estamos dentro de la acción con nuestra conciencia, sólo la imaginamos-, pero aquello que está dentro de la acción misma, el contenido de la acción, eso es en definitiva lo mismo que está dentro del mineral más allá de la superficie de los minerales y constituye la conciencia mineral. Si pudiéramos hundirnos aún más en la inconsciencia, llegaríamos realmente allí donde teje la conciencia mineral. Pero nos encontraríamos en un estado similar al que tienen lugar nuestras propias acciones. Por tanto, la conciencia mineral está, por así decirlo, más allá de lo que aún podemos experimentar como seres humanos. Pues nuestras propias acciones también están más allá de lo que podemos experimentar los humanos. En la medida en que nuestras acciones no dependen de nosotros, no se sitúan en el ámbito de lo que está encerrado dentro de nuestra libertad, nuestras acciones son tan acontecimientos del mundo, como lo puedan ser lo que ocurre dentro de los minerales. Integramos nuestras acciones en estos acontecimientos, y así ya hemos llevado realmente la relación del hombre con su entorno hasta el punto de que las acciones del hombre van incluso más allá de su conciencia dormida. Cuando el hombre toma conciencia del mundo mineral que le rodea, se acerca a lo que está más allá de su experiencia al mirar los minerales desde fuera. 

diagrama 1
Podemos decir: Si ésta es la circunferencia de lo que vemos dentro del reino humano, del reino animal, del reino vegetal, y luego nos acercamos al reino mineral aquí, entonces el reino mineral, al actuar sobre nuestros sentidos, es su lado exterior hacia nosotros; pero más allá, donde ya no podemos entrar, el reino mineral desarrolla entonces su conciencia, vuelta hacia nosotros, por así decirlo (ver dibujo, rojo). Y esta conciencia que se desarrolla allí es aquella de la que también se absorbe el contenido interior de nuestras acciones, que luego siguen actuando en el curso de nuestro karma.

Pasemos ahora a seres que no están por debajo de los seres humanos en la serie de los reinos de la naturaleza, sino que están por encima de los seres humanos. ¿Cómo podemos hacernos una cierta idea de estos seres? ¿Cómo se forma una idea de tales seres superiores para la conciencia que tenemos que establecer mediante la investigación espiritual, mediante la antroposofía? Bien, ustedes saben por la presentación de mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?» y por lo que he dado en conferencias orales sobre el mismo tema, que podemos ascender de la conciencia diurna, que llamamos conciencia objetiva, a la conciencia imaginativa. Cuando ascendemos a la conciencia imaginativa de forma saludable, primero nos liberamos de nuestra corporalidad. Nos entretejemos en la vida etérica. Como resultado, nuestras ideas no tendrán contornos definidos, serán imaginaciones que fluyen unas en otras, pero serán tales que se parecerán a la vida pensante que caractericé ayer, que encontramos entre el cuerpo etérico y el cuerpo físico cuando nos despertamos. Ya estamos viviendo en tal vida de pensamiento. En esta vida de pensamiento en la que vivimos en la imaginación, no se trata de que añadamos libremente un pensamiento a otro, sino que los pensamientos se organizan unos dentro de otros. Es un organismo de pensamientos, un organismo pictórico de pensamientos, en el cual vivimos. Pero este organismo pictórico del pensar tiene fuerza vital. Se nos presenta de tal manera que es pensamiento, pero que en realidad está vivo, que tiene vida propia; no la vida propia que tienen las cosas físico-terrenales, sino una vida propia que en el fondo teje y vive a través de todo. Vivimos en un mundo que vive imaginando, cuya actividad es imaginar.

Este es el mundo que experimentamos inicialmente por encima del ser humano:

este mundo que teje, que imagina. Y en nosotros, entre nuestro cuerpo etérico y nuestro cuerpo físico, encontramos aquello que está entretejido, sólo como una pieza, como algo recortado de este mundo que teje e imagina, que podemos encontrar cuando nos despertamos y que sabemos que es idéntico a aquello que llega a través de la concepción y el nacimiento desde el mundo espiritual a este mundo físico, cuando entramos en este mundo físico. Ese mundo, que es el mundo imaginativo, nos libera al final, por así decirlo, y luego sigue trabajando en nuestro cuerpo físico después de nuestro nacimiento. Se produce un entretejimiento de pensamientos, independiente de nuestro propio entretejimiento subjetivo de pensamientos. Este tejer de pensamientos tiene lugar en nuestro crecimiento. Este tejer de pensamientos también está activo en nuestra nutrición. Este tejer de pensamientos se forma a partir del tejer general de pensamientos del cosmos.

diagrama 2
No podemos entender nuestro cuerpo etérico si no lo entendemos de tal manera que tenemos el tejido general de pensamientos del mundo (ver diagrama 2, blanco), y nuestro propio cuerpo etérico (rojo) está en cierta medida tejido a partir de este tejido de pensamientos del mundo a través de nuestro nacimiento. La red de pensamientos del mundo se teje en nosotros, formando las fuerzas que subyacen a nuestro cuerpo etérico y que se manifiestan realmente en el espacio comprendido entre el cuerpo etérico y el cuerpo físico. A través del cuerpo físico son, por así decirlo, transportadas, separadas del mundo exterior y luego actúan en nosotros con la ayuda del cuerpo etérico, el cuerpo real de las fuerzas formativas.

Esto nos permite visualizar lo que hay más allá de nuestro mundo. Nuestro siguiente conocimiento es el conocimiento imaginativo, y la siguiente entidad que está en nuestro entorno es la imaginativa, la que se vive a sí misma en imágenes vivas. Y nuestro propio organismo se basa en algo que vive en imágenes vivas. Según nuestro cuerpo etérico, estamos definitivamente formados, moldeados a partir del cosmos. Del mismo modo que, al descender al reino que yace debajo de nosotros, atribuimos nuestra conciencia, tal como la tenemos en sueños, al animal, así, al ascender por encima de nosotros mismos, tenemos lo que luego recibimos subjetivamente en la imaginación. Aquello que formamos internamente como un entretejido de imaginaciones, lo tenemos externamente, lo miramos desde fuera, por así decirlo. Imaginamos hacia dentro. Los seres próximos por encima del hombre se imaginan hacia fuera, se revelan a través de la imaginación impulsada hacia fuera, y nosotros mismos, a través de tal imaginación impulsada hacia fuera, nos repartimos fuera de este mundo. De modo que nuestro mundo se basa en realidad en un tejer de pensamientos, un tejer de pensamientos pictóricos, que encontramos buscando el mundo espiritual.

Ustedes saben que la siguiente etapa en el desarrollo de nuestras facultades cognitivas es la etapa de la inspiración. Desde dentro nosotros podemos experimentar la imaginación, como un proceso de cognición. Pero el mundo siguiente al de la imaginación es el que teje y vive, por así decirlo, en el mismo elemento en el que nos sumimos durante la inspiración. Sólo que para este mundo se trata de una expiración, de una especie de extensión de sí mismo. El conocimiento nos inspira. Pero lo que hace el otro mundo es: se expande, impulsa hacia fuera lo que nosotros impulsamos hacia dentro en el conocimiento inspirado.

De este modo, mirando lo que experimentamos en la inspiración desde dentro, desde el lado opuesto, nos acercamos a la objetividad de los seres superiores próximos. Y lo mismo ocurre con la intuición, con el conocimiento intuitivo. Pero debo decir de antemano: Si como seres humanos estuviéramos, por así decirlo, simplemente hilados del tejido de pensamientos del mundo, entonces no traeríamos a esta vida nuestra alma, que ha vivido a lo largo de la vida desde la última muerte hasta este nacimiento; porque lo que está hilado del tejido general de pensamientos del mundo ha sido hilado del cosmos, ha llegado a nosotros a través del cosmos. Lo anímico debe entrar primero en él. Y lo anímico entra en él a través de tal actividad de espiración, a través de una actividad invertida a la inspiración.

De este modo nos inspiramos, por así decirlo, a partir del universo anímico-espiritual. A medida que el cosmos teje su red de pensamientos a nuestro alrededor, el mundo anímico espiritual nos impregna de lo anímico de un modo inspirador. Pero primero debe absorber lo anímico. Y aquí es donde llegamos a lo que sólo el ser humano puede comprender adecuadamente.

Como seres humanos que vivimos en el mundo entre el nacimiento y la muerte, absorbemos constantemente impresiones del mundo exterior por medio de nuestras percepciones sensoriales. Nos formamos ideas sobre él, ideas que impregnamos con nuestros sentimientos. Pasamos a nuestros impulsos volitivos. Todo esto lo impregnamos. Pero esto en nosotros al principio forma una especie de vida abstracta, una especie de vida pictórica. Y si ustedes miran, digamos, hacia adentro, hacia lo que se forma interiormente a partir de los órganos de los sentidos como una experiencia espiritual del mundo exterior, entonces ése es su contenido espiritual. Es el contenido anímico del ser humano que, en la conciencia de vigilia superior entre el nacimiento y la muerte, representa lo que el mundo exterior le proporciona. 

diagrama 3
Nuestra esencia interna lo absorbe hasta cierto punto. Si dibujo esta esencia interna esquemáticamente así: Entonces lo percibido en el mundo es enviado hacia adentro, por así decirlo (ver diagrama 3, rojo) y allí se transforma en un mundo interiormente impregnado por fuerzas emocionales y volitivas, que quedan impresas en el organismo humano. En realidad llevamos una percepción del mundo dentro de nosotros; pero la interiorizamos gracias al hecho de que los efectos, las impresiones del mundo se introducen en nosotros. Y en la conciencia ordinaria no podemos comprender plenamente el destino de lo que realmente sucede en nosotros con las impresiones del mundo. Eso que se infiltra en nosotros y vive en nosotros de tal modo que es, -dentro de ciertos límites-, una imagen del cosmos, que no sólo está saturado por los sentimientos y los impulsos interiores de la voluntad que llegan a nuestra conciencia, sino que, en general, es impulsado por todo lo que vive en el interior del ser humano. Esto le confiere una cierta tendencia. Mientras vivimos hasta la muerte, se mantiene unida por el cuerpo. Cuando atraviesa la puerta de la muerte, se lleva consigo del cuerpo lo que puede llamarse un deseo de continuar lo que ha llegado a ser en el cuerpo: el deseo de asumir la naturaleza humana. Cuando llevamos nuestra vida anímica interior a través de la muerte, ésta adquiere el deseo de asumir la naturaleza humana. 

Esto es lo que lleva nuestra vida anímica a través de la muerte: el anhelo de hacerse humano. Y este anhelo se manifiesta especialmente en todo lo que sueña y duerme en el fondo de nuestra vida anímica, en nuestra voluntad. Nuestra voluntad, al integrarse en la vida anímica que surge de las impresiones del mundo exterior, lleva en sí, al pasar por la muerte, el anhelo más profundo de llegar a hacerse humano en el mundo espiritual, en el tejer del mundo espiritual.

En cambio, nuestro mundo de pensamientos, el mundo que se puede ver en nuestros recuerdos, por ejemplo, que es irradiado desde nosotros mismos a nuestra conciencia, lleva en sí el anhelo opuesto. Está relacionado con nuestra naturaleza humana. Nuestros pensamientos entran en un fuerte parentesco con nuestra naturaleza humana. Al pasar por la muerte, llevan en sí el anhelo más eminente de extenderse por el mundo, de convertirse en el mundo, (ver diagrama 1).

Así que podemos decir: a medida que los humanos atravesamos la muerte, nuestros pensamientos llevan dentro el anhelo de convertirnos en el mundo. En cambio, la voluntad, que desarrollamos en vida, lleva en sí el anhelo de convertirnos en humanos.

Pensamientos: Anhelo de convertirse en mundo.
Voluntad: Anhelo de convertirse en hombre.

Con eso atravesamos la muerte. Todo lo que obra como voluntad en lo más profundo de nuestro ser, lleva en sí el anhelo más profundo de llegar a ser humano. Esto se puede observar con la conciencia imaginativa cuando se observa al ser humano dormido, que tiene la voluntad fuera de sí, en la que tiene el yo y la voluntad fuera de sí. Allí ya se expresa claramente el anhelo en lo que está fuera del cuerpo humano de volver al despertar para formarse como humano en la expansión del propio cuerpo físico humano. Pero este anhelo permanece más allá de la muerte. Lo que es de naturaleza volitiva quiere volverse humano, mientras que lo que es de naturaleza pensante y que debe conectarse precisamente con los pensamientos que están tan cerca de la vida física, con los pensamientos que realmente forman nuestro tejido humano, que tienen nuestra figura humana entre el nacimiento y la muerte - eso asume el anhelo de dispersarse de nuevo, de inundarse de nuevo, de volverse mundo. Y esto dura más o menos hasta la mitad del tiempo que pasamos entre la muerte y un nuevo nacimiento.

En su anhelo de convertirse en el mundo, lo pensado ha cumplido, por así decirlo, su cometido. Se ha integrado en todo el cosmos. El anhelo de convertirse en mundo se ha cumplido y se produce una inversión. En mitad del camino entre la muerte y un nuevo nacimiento, este anhelo de lo pensado de convertirse en mundo se transforma lentamente en el anhelo de volver a ser humano, de volver a tejerse a sí mismo de tal forma que se convierte en nuestro tejido de pensamiento, lo cual podemos percibir junto al cuerpo cuando nos despertamos. De modo que podemos decir, -a eso que se encuentra en medio entre la muerte y un nuevo nacimiento yo lo llamo, como ustedes saben por mis dramas mistéricos, la hora de medianoche de la existencia-, que en esta hora de medianoche de la existencia tenemos una inversión rítmica del anhelo de lo pensado de nuestro ser de convertirse en mundo después de haberse cumplido, en el anhelo de convertirse de nuevo en hombre, de descender poco a poco para convertirse de nuevo en hombre.

En el mismo momento en que los pensamientos adquieren el anhelo de volver a ser humanos, ocurre lo contrario con la voluntad. La voluntad desarrolla primero el anhelo de llegar a ser humano en el elemento espiritual que experimentamos entre la muerte y un nuevo nacimiento. Este anhelo es el que más satisface a la voluntad. Ahí fuera, entre la muerte y un nuevo nacimiento, ha experimentado, por así decirlo, una imagen espiritual del ser humano; dentro de ella surge ahora el más vivo anhelo de volver a ser mundo. Hasta cierto punto, la voluntad se extiende; se convierte en mundo, se vuelve cósmica. Al extenderse, se acerca también a esa corriente de la naturaleza que se forma entonces a través de la línea de la herencia en el transcurrir de las generaciones. De modo que lo que actúa como voluntad en el cosmos espiritual-físico, lo que comienza como voluntad a tener el anhelo de llegar a ser mundo en torno a la medianoche de la existencia, eso en realidad ya vive en la sucesión de las generaciones. Cuando entonces nos encarnamos en la otra corriente, que tiene el anhelo de llegar a ser humano, la voluntad nos ha precedido en llegar a ser mundo. Ya vive en la procreación de la generación en la que entonces nos sumergimos. En lo que recibimos de nuestros antepasados ya vive la voluntad que quiso hacerse mundo desde la medianoche de la existencia, y nos unimos a esta voluntad que quiere hacerse mundo, en lo que aquello que ha querido hacerse hombre en nuestros pensamientos desde la medianoche de la existencia se integra entonces en ella.

Pensamientos:

Anhelo de convertirse en mundo ⇆ anhelo de convertirse en humano.

Voluntad:

Anhelo de convertirse en humano ⇆ anhelo de convertirse en mundo.

Por tanto, como ven, si seguimos con mirada espiritual lo que vive en lo físico, por un lado, y lo que vive en lo espiritual, por otro, entonces se presenta realmente a nuestras almas la imagen de devenir humanos. Pero también estamos relacionados con todos los seres que viven en la esfera siguiente por encima del ser humano, que se imaginan a sí mismos, a través de la red del pensamiento que anhela llegar a ser humano. En cierto sentido, atravesamos la esfera de tales seres que se imaginan a sí mismos. Y es precisamente en el momento en que se produce esta inversión cuando nuestra alma impregnada de yo también encuentra la oportunidad de seguir viviendo en las dos corrientes, que divergen, pero con las que el alma vive, vive cósmicamente, hasta que vuelve a encarnarse tras el pleno cumplimiento del anhelo de convertirse en un ser humano y se convierte en un ser humano único. En el fondo, el alma vive de un modo muy complejo, y aquí, en la medianoche de la existencia, atraviesa el abismo. Se inspira, por así decirlo, en nuestro propio pasado, ese pasado que se encuentra entre nuestra última muerte y la hora de medianoche de la existencia. Pasamos la hora de medianoche de la existencia a través de una actividad que, si uno la experimenta interiormente, es similar a la inspiración y que es exteriormente una expiración, originada en la existencia anterior. Cuando el alma ha pasado la hora de medianoche de la existencia, nos reunimos con aquellos seres que están en la segunda etapa por encima del hombre y que viven en la inspiración, como ya he dicho.

Pero la tercera etapa en la cognición superior es la cognición intuitiva. Si la experimentamos interiormente, entonces la tenemos, por así decirlo, desde un lado; si la experimentamos desde el exterior, entonces tenemos una intuición, un entregarse, un verdadero entregarse. Este entregarse, este verterse en el mundo exterior, esa es la esencia de esa jerarquía que se erige como el tercer nivel por encima del ser humano, la intuición. Y esta intuición es la actividad a través de la cual el contenido de nuestra vida terrenal anterior se intuye en nuestra vida terrenal actual, fluye, se derrama en nuestra vida terrenal actual. Sin embargo, practicamos esta actividad continuamente, tanto en el camino hacia la medianoche de la existencia como más allá. Esta actividad impregna todo lo demás, y a través de ella, es decir, al pasar por las repetidas vidas terrenales, somos partícipes de ese mundo en el que los seres que viven en la intuición real son los seres entregados. Nosotros también nos entregamos a cada existencia terrenal posterior a partir de nuestra vida terrenal anterior.

De este modo también podemos hacernos una idea de cómo transcurre ahora nuestra vida entre la muerte y un nuevo nacimiento en el entorno de estos tres mundos.

Del mismo modo que aquí, entre el nacimiento y la muerte, vivimos en el entorno del mundo animal, vegetal y mineral, también, entre la muerte y un nuevo nacimiento, vivimos en el mundo donde lo que de otro modo captamos en nuestra imaginación vive exteriormente en forma de imágenes. Así pues, lo que traemos del cosmos espiritual a nuestra forma corporal también puede captarse a través de la imaginación. Lo que traemos de nuestra alma a través de la medianoche de la existencia, lo que entonces vive en nosotros preferiblemente como actividad emocional, pero apagado en lo onírico, podemos captarlo a través de la cognición inspiradora, y eso es también, cuando aparece como nuestra vida emocional, entremezclado con tales entidades.

Porque en realidad, como seres humanos, sólo vivimos completamente en nuestra percepción sensorial externa. Cuando penetramos en el pensar, entonces objetivamente este pensar es algo que se otorga a la imaginación, algo que consiste en una imagen-forma. En nuestra conciencia, sólo elevamos los pensamientos abstractos a partir de la imagen-forma. Detrás de nuestra conciencia se encuentra el tejido de imágenes de los pensamientos. Al ser capaces de sacar los pensamientos abstractos de este tejido de imágenes, alcanzamos la libertad como seres humanos entre el nacimiento y la muerte. Detrás está el mundo de la necesidad imaginativa. Pero allí ya no estamos solos como aquí. Allí estamos entrelazados con los seres que se revelan a través de la imaginación, del mismo modo que luego estamos entrelazados en nuestro sentir con los seres que se revelan exteriormente a través de la espiración, con los seres que inspiran. Y a medida que pasamos de una vida terrenal a otra, nos entrelazamos con los seres que viven en la intuición.

Así, nuestra vida humana desciende a los tres reinos de la naturaleza y asciende a los tres reinos de la existencia divina anímico-espiritual. Esto nos muestra que al mirar al ser humano sólo contemplamos su lado exterior. En el momento en que miramos hacia dentro, el ser humano continúa hacia arriba, hacia los mundos superiores, revela su conexión con los mundos superiores, y nosotros mismos vivimos en estos mundos superiores a través de la imaginación, la inspiración y la intuición.

De este modo, hemos echado un vistazo al entorno humano. Al mismo tiempo, sin embargo, hemos descubierto el mundo que está detrás del mundo de las necesidades físicas como un mundo de necesidades espirituales, y entonces aprendemos a apreciar aún más lo que está en el centro: el mundo de nuestra conciencia ordinaria, el cual atravesamos en estado de vigilia entre el nacimiento y la muerte. Allí incorporamos a nuestro ser humano real aquello que puede vivir en libertad. La libertad no está ni en los seres que están por debajo, (mundo de las necesidades físicas), ni en los seres que están por encima de nosotros, (mundo de las necesidades espirituales). Somos nosotros quienes llevamos la libertad a través de la puerta de la muerte, cuando llevamos con nosotros el contenido más esencial de la conciencia que tenemos allí entre el nacimiento y la muerte. 

Si queremos conocer el alma, tenemos que indagar en los intersticios entre el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo; tenemos pues que indagar en lo que se teje entre los miembros de nuestro ser humano. Si queremos conocer al ser humano como ser espiritual, entonces debemos preguntarnos qué experimenta el ser humano con las entidades  que se revelan externamente a través de la imaginación, con las entidades que se revelan externamente a través de la inspiración o de la espiración real, con las entidades que se revelan a través de la intuición. Así como debemos, por así decirlo, buscar las interacciones que los miembros de que estamos dotados desarrollan entre sí, -si queremos examinar la vida del alma-, también debemos buscar las interacciones con los seres de las jerarquías superiores si queremos considerar al ser humano como un ser espiritual.

Si miramos hacia abajo en la naturaleza y pretendemos ver al hombre por completo, entonces este hombre se nos revela para la observación espiritual, en el momento en que podemos decir a partir del conocimiento interior: El hombre, tal como es hoy, lleva en sí el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo. Ahora hemos aprendido a conocer lo que es el ser humano dentro de la naturaleza. Ahora tomamos conciencia, inicialmente de forma subjetiva a través de la experiencia interior, del tejer del alma. No lo miramos, estamos dentro de él. A medida que nos elevamos a la visualización, debemos buscarla entre los miembros que hemos descubierto como los miembros esenciales del ser humano en la existencia natural. Lo que estos miembros hacen entre sí interiormente se nos revela como la visión objetiva de la vida del alma.

Pero luego debemos ir más allá y no sólo buscar los elementos esenciales del hombre y el efecto de estos elementos esenciales entre sí, sino que debemos tomar al hombre en su totalidad y verlo en interacción con lo que vive en su entorno universal entendido en su sentido más amplio: por debajo de él y por encima de él. Aquí descubrimos que por debajo de él vive lo que está latente en relación con lo que está por encima de él y que resulta ser la espiritualidad real del hombre, -la espiritualidad como la experiencia de nuestra actividad con los seres de las jerarquías superiores. Arriba aquello que se experimenta como la espiritualidad real, y abajo aquello que se experimenta en la naturaleza, que se experimenta como una alternancia, una alternancia rítmica entre la vigilia y el sueño. Si descendemos desde la conciencia humana, que es la conciencia despierta, a la conciencia animal, que es la conciencia onírica, llegamos hasta el reino vegetal, que es la conciencia dormida; si descendemos aún más, encontramos la conciencia del dormir más profundo; si ascendemos: encontramos primero la imaginación consumada como realidad. Después, en relación con nuestra conciencia ordinaria, surge otro despertar, un despertar aún más profundo con los seres superiores, a través de la inspiración; un despertar completo en la intuición, un despertar tal que es una entrega al mundo.

Y ahora, por favor, sigan lo que ahora estoy dibujando aquí esquemáticamente, pero que es de la mayor importancia para la comprensión del mundo y del hombre. Tomemos la conciencia humana ordinaria como punto central, por así decirlo. Desciende primero y encuentra la conciencia del sueño animal; desciende más y encuentra la conciencia dormida vegetal; desciende más y encuentra la conciencia del dormir profundo mineral.

Pero ahora el hombre se eleva por encima de sí mismo, encuentra las entidades que se revelan en las imaginaciones; se eleva aún más, encuentra las entidades que se revelan en las inspiraciones, en realidad a través de un ser que expira; finalmente encuentra las entidades que se revelan a través de la intuición, que se derraman.

¿Dónde se vierten? La conciencia más elevada se vierte en la conciencia de dormir profundo del reino mineral. El reino mineral se extiende a nuestro alrededor, mostrándonos su único lado. Si fuera posible acercarse a este único lado del reino mineral, no pulverizando hasta los átomos, sino siendo realmente capaz de penetrar en él, se descubriría, en la conciencia intuitiva, que por el otro lado irradia hacia uno lo que fluye hacia la conciencia de dormir profundo del reino mineral. Y este proceso que podemos encontrar allí en el espacio, lo atravesamos nosotros mismos como seres humanos en nuestro desarrollo a través de las diversas vidas terrestres en el tiempo.

Bien, mañana hablaremos más sobre estas relaciones.

Traducido por J.Luelmo feb, 2025

No hay comentarios: