GA066 Berlín, 1 de marzo de 1917 La inmortalidad del alma, las fuerzas del destino y el transcurrir de la vida humana

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RUDOLF STEINER

LA INMORTALIDAD DEL ALMA -LAS FUERZAS DEL DESTINO Y EL TRASCURRIR DE LA VIDA HUMANA


Conferencia 3

Berlín, 1 de marzo de 1917

Lo que dificulta el acercarse con plena comprensión a la ciencia espiritual, tal como se entiende aquí, es que no sólo tiene que pensar de un modo diferente a la conciencia ordinaria sobre ciertos enigmas de la vida, -sobre enigmas de la vida que mucha gente cree que no son en absoluto accesibles a la cognición humana, algunos incluso que se encuentran fuera de lo real-, sino que llega a un pensar que en su naturaleza, en toda su forma, es diferente del pensar de la conciencia ordinaria. La ciencia espiritual llega a un modo de pensar que, como se ha indicado en las dos últimas conferencias que he pronunciado aquí, primero debe desplegarse a partir de la conciencia ordinaria, igual que la flor debe desplegarse a partir de la planta que aún no ha florecido. Sin embargo, puede decirse que el desarrollo de la cultura espiritual humana en el siglo XIX y hasta nuestros días ha dado lugar a muchas ideas y concepciones que están en el camino hacia esta ciencia espiritual. Aunque dentro del desarrollo moderno los  esfuerzos correspondientes del espíritu se desvíen radicalmente de esta ciencia espiritual, no obstante plantean, exigencias para el conocimiento de ciertos enigmas de la vida y enigmas del mundo que avanzan por el camino hacia la ciencia espiritual. Y aquí, en particular, se puede hacer referencia a una idea que ha sido muy cultivada en ciertos círculos, no sólo en aquellos círculos en los que Eduard von Hartmann, el conocido filósofo, la popularizó, sino también en otros círculos científicos en los últimos tiempos, me refiero a la idea del inconsciente o, como tal vez sería mejor decir, del subconsciente en la vida anímica humana.

Veamos qué se entiende realmente por inconsciente o subconsciente. Aunque las personas más diversas lo interpreten de las formas más diversas, en última instancia lo que se quiere decir es que en las profundidades del alma humana reposa algo que en su esencia constituye realmente el fundamento de esta alma humana, pero a lo cual no se puede llegar con la conciencia ordinaria del día, ni con la conciencia ordinaria de la ciencia. De modo que se puede decir: Quienes hablan de lo subconsciente o inconsciente en el alma humana, lo hacen de tal manera que uno puede ver que están convencidos de que la esencia real del alma, no puede ser captada con nada de lo que el hombre puede traer a la conciencia cotidiana ni a la conciencia científica ordinaria en su pensar y sentir ordinarios, en la penetración de sus impulsos de voluntad. Se puede decir que en cuanto a esta concepción que acaba de ser descrita aquí, la ciencia espiritual puede estar básicamente de acuerdo con ella. Sin embargo, lo que se quiere decir aquí, es el destino de la ciencia espiritual, que debe estar de acuerdo con algunas concepciones del mundo desde cierto punto de vista, pero que debe tomar los caminos que estas concepciones del mundo indican de una manera diferente a como lo hacen. Y aquí llegamos de inmediato a algo que los representantes del subconsciente o inconsciente quieren decir, pero en lo que la ciencia espiritual debe diferir fundamentalmente de ellos. Estos partidarios de lo inconsciente creen que lo que reposa tan inconscientemente para la conciencia ordinaria en las profundidades del alma y que constituye la esencia real del alma humana, debe permanecer subconsciente o inconsciente bajo cualquier circunstancia, que nunca puede ascender a la conciencia ordinaria. Por eso Eduard von Hartmann, que, como ya he dicho, es quien más popularizó el inconsciente en el último medio siglo, opina que, sobre la esencia del alma, apenas se puede aprender a través del conocimiento directo, a través de la experiencia, a través de la observación, en comparación con lo que se puede aprender sobre la esencia de la propia naturaleza. Eduard von Hartmann cree que, sobre el inconsciente o el subconsciente, sólo se pueden sacar conclusiones que sólo se pueden formular hipótesis sobre él, que se pueden sacar esas conclusiones a partir de las observaciones que resultan del mundo ordinario, de las experiencias de la vida cotidiana o de la ciencia, y luego formarse hipotéticamente ideas sobre cómo es el mundo del inconsciente o del subconsciente. La ciencia espiritual no puede estar de acuerdo con este punto. Y los honorables oyentes que asistieron a las últimas conferencias habrán podido deducir de ellas que no puede. Porque allí se explicó que la ciencia espiritual llega a la conclusión de que, para el conocimiento ordinario, este inconsciente o subconsciente reposa en las profundidades del alma, pero que en determinadas circunstancias puede ser sacado a la luz. Puede surgir cuando se desarrolla en el hombre esa conciencia que, como he mostrado en mi libro «Sobre el enigma del hombre», puede llamarse la conciencia observadora, en desarrollo de la palabra de Goethe «fuerza observadora del juicio». Con estas palabras sobre el «poder del discernimiento observador», Goethe hizo una sugerencia significativa y seria. Esta sugerencia no pudo desarrollarse plenamente en su época, sencillamente porque la ciencia espiritual no estaba tan avanzada como ahora. Pero la ciencia espiritual considera que su tarea no consiste en realizar todo tipo de creaciones fantasiosas en lo nebuloso, en lo arrebatador, sino en desarrollar sobre un terreno científico serio precisamente aquello para lo que Goethe dio el estímulo con sus muy significativas palabras sobre el poder del discernimiento observador. El modo en que el alma humana llega a este poder de discernimiento observador o conciencia observadora se explica en mi libro "¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?" o en otros libros míos a los que debo referirme aquí. Pero, espero que salga a la luz desde cierto punto de vista, lo que está en la base de este poder de discernimiento observador, especialmente en la conferencia de hoy.

Si la ciencia espiritual se ve así obligada a seguir los caminos que quieren tomar los representantes del inconsciente de manera diferente a ella misma, la ciencia espiritual, por otra parte, está en pleno acuerdo con los resultados de las ciencias naturales de los últimos tiempos. Y también en este caso está en condiciones de seguir el camino tomado por esta investigación científica de manera diferente a sí misma; precisamente porque está más de acuerdo con la ciencia natural de lo que el enfoque científico suele estarlo consigo mismo.

En cuanto a la cuestión del ser anímico real, la opinión científica es que este ser anímico, tal como lo experimenta el ser humano en su conciencia ordinaria, depende totalmente de la organización del cuerpo humano. Y a menudo he indicado aquí que sería un esfuerzo inútil desde cualquier punto de vista, defenderse contra esta opinión de la dependencia de la vida del alma, tal como la experimenta el ser humano, de la organización del cuerpo. Nada parece más claro, aunque a la investigación natural le quede todavía mucho por recorrer en este camino, que el hecho de haber mostrado de un modo sutil, aunque los hechos principales se conozcan desde hace mucho tiempo, cómo el curso de toda la vida humana muestra claramente esta dependencia del alma en su desarrollo de la organización del cuerpo. Basta con ver, -y se podrían señalar muchos hechos más sutiles-, cómo desde la infancia el hombre se desarrolla orgánicamente como ser vivo, y cómo con este desarrollo va bastante paralelo el desarrollo del alma, cómo con la formación de los órganos, que la ciencia natural atribuye con cierto derecho a la vida del alma como sus instrumentos, crece también esta vida del alma. Y si a esto añadimos el hecho de que el menoscabo de la salud o de la coherencia orgánica de ciertas partes del cuerpo menoscaba la vida del alma, entonces queda claro por todo esto cuánta razón tiene la cosmovisión científico-natural en este terreno. También puede mostrarnos cómo, asimismo, con la disminución gradual de las fuerzas que impregnan el cuerpo humano, con el envejecimiento, estas fuerzas del alma decaen exactamente en paralelo a la organización del cuerpo. En el fondo, sólo el diletantismo podría plantear alguna objeción a este punto de vista, esgrimido por la cosmovisión científica. Aquellos que creen que la ciencia espiritual no cuenta con los resultados de la ciencia natural, no juzgan esta ciencia espiritual, tal como se entiende aquí, por sí misma, sino por la falsa imagen que se hacen de ella a partir de su imaginación, y que luego encuentran poco acorde con los resultados de la ciencia natural de los últimos tiempos, que con razón les parecen verdaderos. Por lo tanto, la ciencia espiritual se basa definitivamente en los resultados de la ciencia natural. Pero me gustaría añadir que la ciencia espiritual está en armonía con estos resultados en un sentido mucho más profundo de lo que la propia ciencia natural puede alcanzar. Esto se puede ver en particular cuando se observa una dirección de la experiencia del alma que mucha gente confunde con lo que aquí se entiende por ciencia espiritual. Todo tipo de concepciones y experiencias místicas poco claras de las personas deben salir a la luz cuando se critica la ciencia espiritual, y esta ciencia espiritual se confunde entonces con estos raptos místicos poco claros y confusos.

Si observamos más de cerca lo que se ha llamado misticismo a lo largo de los tiempos, especialmente desde el punto de vista de la ciencia espiritual, se pone de manifiesto algo muy notable, no en todo, pero sí en muchas cosas. Uno puede acercarse a los místicos más estimados y ver en ellos claramente que la nueva visión científica del mundo tiene razón cuando a menudo no atribuye a estos esfuerzos místicos ningún gran valor cognitivo para los enigmas reales del alma y de la humanidad. Lo que han experimentado los místicos es ciertamente interesante y extraordinariamente atractivo, si se mira correctamente. Y no es contra el estudio, contra la observación objetiva y buena de las experiencias místicas de diferentes épocas contra lo que me opongo aquí, sino más bien contra el principio de la cuestión; esto debe caracterizarse simplemente. Los místicos intentan, lo cual también es un camino correcto en el sentido de la ciencia espiritual, tal como acabo de caracterizarla, pasar por una experiencia más profunda a través de lo que llaman «unión del alma con el espíritu del mundo o con lo divino» -como se le quiera llamar-, una experiencia de este tipo que les aleja de la realidad sensorial exterior, que les permite ser uno con lo espiritual-divino, que les eleva por así decirlo de lo transitorio a la esfera de lo eterno. Pero, ¿cómo suelen tratar de hacerlo? Bueno, si realmente estudian ustedes el desarrollo místico, encontrarán que tratan de refinar la conciencia cotidiana ordinaria, que también la profundizan de cierta manera, la calientan, la iluminan con todo tipo de interioridad, pero que aún permanecen con esta conciencia ordinaria. Ahora bien, la ciencia espiritual sabe precisamente por sus descubrimientos que el punto de vista científico es correcto, que esta conciencia ordinaria, cotidiana, depende totalmente de sus instrumentos, de la vida corporal. Así pues, si se profundiza en la conciencia ordinaria y cotidiana en el sentido místico, por muy interiorizada y refinada que se haga, pero si se permanece en ella, entonces no se consigue otra cosa que algo que depende de la organización del cuerpo. Uno puede encontrar místicos que elevan el corazón humano y renuevan el alma humana a través de una elevada belleza poética, a través de un maravilloso barrido de la imaginación, a través de una extraña intuición para todo tipo de cosas mundanas, de modo que casi, me gustaría decir, le asombran a uno a través de estas cosas. Pero al final siempre hay que despertar de este asombro con la sensación de que: sí, ¿qué es todo esto sino una representación y un pensar más íntimos, a menudo, diríamos, refinados, que están ligados a la organización corporal; sólo que ahora no están ligados a ella de la misma manera que el hombre lo está en la vida cotidiana, sino que están conectados con fuerzas más finas y refinadas de la organización corporal. Se pueden encontrar místicos amables y respetables de los que, sin embargo, hay que decir que sus experiencias místicas no son otra cosa que pasiones, afectos y sentimientos refinados o, digamos, espiritualizados, que, no obstante, son similares a las pasiones, afectos y sentimientos de la vida ordinaria. Tales místicos sólo han llevado su organización corporal a través de todo tipo de medios ascéticos o a través de todo tipo de disposiciones hasta tal punto que esta organización corporal puede sentirse en direcciones muy diferentes a las de la gente ordinaria, pero al final sigue siendo la organización corporal. A menudo se puede ver en las más vivas exposiciones y efusiones de tales místicos que se han apartado de la vida sensorial ordinaria del día, de estar en el mundo exterior, pero que han traído a esta vida sensorial, a la vida ordinaria de pasiones y afectos, sólo de una manera espiritualizante, aquello que su imaginación es capaz de experimentar. Por consiguiente, el científico calificará, con cierto derecho, de anormales las experiencias de tales místicos, porque se apartan de la experiencia ordinaria; tal vez las califique de malsanas, pero también tendrá razón al decir que no prueban nada en absoluto contra la dependencia de la vida anímica humana de la organización corporal, por muy místicamente refinada que ésta pueda parecer. Hasta cierto punto, la organización corporal sólo ha sido adiestrada para que lo que de otro modo aparece en la cruda sensorialidad, se exprese en el alma en imágenes espirituales, en metáforas, en símbolos, pero detrás de esas imágenes, metáforas, símbolos, el conocedor no puede encontrar otra cosa que una expresión refinada de la vida ordinaria del sufrimiento.

Ahora, por otra parte, está lo que dice la ciencia espiritual, respecto a que es completamente clara con los adeptos del subconsciente o inconsciente: Por mucho que se refine místicamente la conciencia ordinaria, por mucho que se «espiritualice» esta conciencia ordinaria, -como se la suele llamar-, de modo que traiga un sentimiento de unión con el espíritu, dentro de esta conciencia ordinaria no se llega a la esfera que realmente se busca si se quiere hablar de los misterios anímicos más profundos del hombre. En particular, la atenta observación del investigador espiritual muestra que todo lo que el hombre puede tener y retener en su alma en la experiencia ordinaria, todo lo que convierte en memoria, está ligado a la organización del cuerpo. De modo que sea lo que sea lo que el hombre experimenta en sí mismo, cuando se sumerge en sus recuerdos, no sale de esta organización corporal, y se puede decir: Una verdadera auto-observación espiritual-científica muestra precisamente que cuanto más fielmente son retenidas las experiencias por la memoria, más ligada está la actividad de la memoria a esta organización corporal. - Por lo tanto, la ciencia espiritual debe recurrir a métodos completamente diferentes de los desarrollados por la conciencia ordinaria. Aún cuando esta conciencia ordinaria tiene una fidelidad especial para la memoria porque la organización corporal funciona bien y las experiencias pueden ser fielmente recordadas después de mucho tiempo: La ciencia espiritual debe adoptar otros métodos que los conocidos por la conciencia ordinaria. Y ya me he referido en las últimas conferencias a lo que surge como observación del pensar en particular, y sólo quiero repetirlo desde otro punto de vista.

El pensar ordinario, como decía, es en verdad el punto de partida de toda investigación espiritual-científica, y este punto de partida sólo lo encuentra aquel que, mediante una verdadera observación de este pensar, ya se da cuenta de cuán cierto y real es que este pensar ya va más allá de lo sensual-físico, pues él mismo ya es espiritual. Pero uno no puede detenerse en este punto. Uno no puede detenerse en reconocer que este pensar, tal como surge en la vida ordinaria, es un final, cuando aparentemente se ha espiritualizado más, a saber, en las representaciones de los recuerdos. Incluso entonces tampoco es un final. 

Por eso les decía: Todo lo que el hombre puede pensar, sentir y querer en la vida ordinaria no lleva al conocimiento de la esencia del alma cuando se observa, cuando se experimenta. Por el contrario, -ésta es sólo una de las muchas medidas que hay que experimentar en la vida íntima del alma, otras se pueden encontrar en los libros mencionados-, el hombre debe desarrollar su pensar, desarrollar su imaginación de tal manera que ya no esté implicado en este pensar con su personalidad, o digamos con su subjetividad; pues está implicado en tanto que la conciencia es la habitual, y su organización corporal está implicada. Si con nuestro pensar sólo llegamos hasta el punto de que se desarrollen y se busquen representaciones que puedan memorizarse y reaparecer, entonces sólo conseguimos lo que se produce a través de las herramientas de la organización corporal. Por lo tanto, como he dicho, debemos desarrollar este pensar de tal manera que ya no estemos implicados en este desarrollo. Pero esto requiere que se tenga la paciencia, la perseverancia, no creer que las grandes cuestiones del mundo pueden decidirse en un abrir y cerrar de ojos, que basta con acercarse a ellas cada vez para llegar a comprender estos enigmas del mundo o formarse una opinión sobre ellos; esto requiere algo muy distinto. Requiere los secretos de todo el curso de la vida humana. Requiere paciencia para entrenar esos métodos interiores cuya vida no puede tomarse en un instante, sino que sólo pueden desarrollarse si se les deja al desarrollo que pueden experimentar en el curso de la vida humana.

He indicado que a esto se le llama «vida meditativa» cuando uno trae a su alma, a su conciencia, ciertas representaciones, preferiblemente aquellas que uno puede examinar con exactitud, de modo que no surjan en el proceso reminiscencias inconscientes u otras reminiscencias de la vida, y realmente vive a través de estas representaciones en todas direcciones con una conciencia tranquila. Si uno ahora no sólo observa cómo pueden ser traídas estas representaciones , tal como son, de nuevo a la memoria en la conciencia ordinaria, no sólo presta atención a cómo ellas permanecen fieles, como podría decirse, a su propia forma, sino si uno recurre a dejar estas representaciones fuera de la conciencia ordinaria, por así decirlo, dejando de estar presente durante su desarrollo. Porque siempre se encontrará, si se tiene la perseverancia y la paciencia suficientes, que las representaciones se sumergen en las profundidades de la conciencia humana, donde, como podría decirse trivialmente, ya no se sabe nada de ellas; entonces se podrá experimentar cómo emergen de nuevo a la memoria. Al principio, la investigación espiritual no puede hacer nada con todo esto. Pero algo más tiene lugar. Para aquel que desarrolla su vida anímica interior en el sentido de los libros mencionados, se hace evidente que las representaciones sobre las que la conciencia ha descansado de modo correspondiente, al igual que las otras, reaparecen al cabo de meses o años como recuerdos, pero estas representaciones vuelven a encontrarse con él de un modo que un recuerdo fiel no muestra, sino de tal modo que ahora han modelado no su vida corporal, sino su vida anímica, de tal modo que la han convertido en otra distinta en un determinado ámbito. Así que estas representaciones no emergen en la misma forma en que las hemos dejado bajar al subconsciente, sino que emergen y se anuncian de tal manera que uno debe decirse a sí mismo: No han actuado en lo que es tuyo personal, sino en lo que está por debajo de lo personal consciente, allí han desplegado su poder y ahora aparecen en una forma sustancialmente distinta. Por consiguiente, uno puede decir: Si la representación que uno ha tenido, que uno ha retenido fielmente, que uno ha reavivado fielmente, se encuentra de nuevo con lo que ha llegado a ser de ella sin que hayamos estado presentes con nuestra mente consciente, con lo que ha surgido de ella por el hecho de que ha trabajado sin nosotros en alguna subconsciencia, entonces este encuentro de la representación de la mente consciente ordinaria con la representación que surge de la subconsciencia, muestra que está tan cambiada que uno reconoce su poder de acción para la vida anímica humana. Este encuentro muestra que el ser humano se encuentra aún en un ámbito de vida completamente distinto al de la realidad físico-sensual, que en el subsuelo de la vida del alma vive realmente algo inconsciente o subconsciente para la existencia ordinaria, pero que puede ser sacado a la luz mediante métodos apropiados, y que penetra en la conciencia de un modo distinto a como lo hace la memoria ordinaria.

La ciencia espiritual se basa, por tanto, en el punto de vista de que, mediante un tratamiento adecuado de nuestra vida anímica, el inconsciente puede ascender al consciente, pero sólo debe ascender cuando haya logrado su trabajo, su despliegue en el inconsciente. A través de esto, sin embargo, la ciencia espiritual llega a lo que se llama la conciencia observadora. Pues realmente se experimenta algo que puede compararse con la transición de la vida onírica ordinaria a la conciencia de vigilia. ¿Qué experimentamos en la vida onírica? Experimentamos las imágenes subjetivas internas que tomamos por realidad mientras soñamos. Cuando nos despertamos, sabemos por contacto directo con la realidad exterior que el sueño sólo nos ha traído imágenes, y éstas son imágenes, -esto se hace evidente al observarlas más de cerca-, que surgen de nuestro ser interior orgánico, que muestran este ser interior orgánico en símbolos, pero que surgen de nosotros. Y nadie caerá en la tentación de creer que en un sueño puede surgir una conciencia de lo que es el sueño en realidad; nadie puede soñar lo que el sueño es. Por otra parte, si uno sale del sueño a la conciencia ordinaria y desde la conciencia ordinaria trata de explicarse el sueño a sí mismo, llega a su naturaleza fantástica-caótica-pictórica. Lo mismo ocurre cuando se asciende de la conciencia ordinaria a la conciencia observadora de la manera descrita. Allí, al igual que del sueño se sale a la realidad físico-sensual, se sale de la realidad físico-sensual exterior a la, -la palabra es discutible-, realidad superior, espiritual. Uno se despierta en otro mundo, en un mundo que ahora arroja luz sobre el mundo físico-sensual ordinario al igual que el mundo de la conciencia ordinaria arroja luz sobre el mundo del sueño.  De este modo, la ciencia espiritual no sólo llega a pensar de otro modo sobre los enigmas del mundo y del alma, sino que, sobre todo, llega al convencimiento de que, para entrar en los mundos espirituales, primero hay que sacar de las profundidades del alma una conciencia distinta de la conciencia ordinaria. Ahora sólo puedo traer aquí hoy ciertos resultados y su consideración, pero se han hecho muchas afirmaciones sustanciales sobre estos resultados en muchas conferencias aquí y se pueden encontrar en la literatura relevante.

Incluso con respecto, quiero decir, al futuro muy próximo de la ciencia, esta ciencia espiritual debe ahora, al igual que está de acuerdo con la ciencia natural, también divergir a su vez de la mera ciencia natural. Esta ciencia espiritual, tal como quiere aparecer hoy, se apoya plenamente en la misma conciencia científica, en la misma actitud científica que la ciencia natural de tiempos más recientes. Pero no puede detenerse en el tipo de pensar desarrollado por la ciencia natural. Por lo tanto, tal como están las cosas hoy, el científico espiritual tendrá sobre todo una buena base si ha desarrollado su pensar, su imaginación, su sentir sobre el mundo sobre los conceptos científicos más rigurosos, y hoy éstos son los que están lo más impregnados posible de matemáticas, incluso los conceptos de lo físico, de lo químico, de lo mecánico. Será diferente el día en que las ciencias biológicas, la fisiología, sean del mismo tipo que las ciencias naturales inorgánicas. Pero el investigador espiritual no puede detenerse en pensar sobre el mundo de la misma manera que la ciencia natural piensa sobre el mundo. Sólo puede disciplinar su pensar, por así decirlo, adiestrándolo en el pensar estricto de la ciencia. Y si se ha educado a sí mismo, quiero decir, para no permitirse nada más en su pensar que lo que puede oponerse a la actitud pensante de las ciencias naturales, entonces habrá creado el mejor terreno como investigador científico-espiritual. Por lo tanto, también resulta que esta ciencia espiritual debe compararse a menudo en su esencia con lo que ha ocurrido con el surgimiento del modo de pensar científico más nuevo. A menudo he señalado cómo, con la visión copernicana del mundo, la gente tuvo que aprender a repensar en relación con el mundo externo, cómo lo que afirmaba Copérnico al principio debió parecer absurdo a la gente porque contradecía las afirmaciones del mundo sensorial externo. Si a la ciencia espiritual se le objeta que contradice las afirmaciones del mundo sensorial externo, entonces hay que señalar una y otra vez que la astronomía, por ejemplo, ha hecho su gran progreso a través de Copérnico no quedándose con lo que muestran los sentidos externos, sino yendo audazmente más allá al tomar por apariencias lo que muestran los sentidos externos. Si uno reconociera el nervio interior de tal giro, especialmente en el campo científico-natural, entonces sería mucho menos propenso a plantear objeciones irrazonables contra la ciencia espiritual, como sigue siendo bastante común hoy en día. Pero hoy quiero señalar otro punto en el que esta ciencia espiritual debe reconocerse a sí misma como similar al progreso de la ciencia natural en la cosmovisión copernicana. Se podría decir que Copérnico tuvo que invertir por completo el pensamiento sobre el mundo planetario para tener en cuenta lo que había que tener en cuenta. Aquí la Tierra está en reposo, el Sol orbita a su alrededor, -así se lo decía a la gente la conciencia sensorial ordinaria. Aunque si queremos progresar, la cosmovisión copernicana debe sufrir algunas correcciones, no podemos pensar de tal manera que nos imaginemos la Tierra en el centro del sistema planetario y el Sol girando a su alrededor, sino que debemos invertir completamente el hecho que se presenta a los sentidos como un hecho aparente: debemos situar el Sol en el centro del sistema planetario y dejar que los planetas giren alrededor del Sol. Sabemos cómo ciertos círculos no aceptaron durante mucho tiempo la cosmovisión copernicana. Sólo porque hoy se ha vuelto tan familiar, la gente ya no piensa en lo grotesco que debió parecer a muchas personas que se enfrentaron a él desde otros puntos de vista. Había que formarse ideas completamente nuevas; había que acostumbrarse a tener ideas diferentes de las que se habían tenido durante siglos para el pensamiento ordinario.

Ahora en el campo de la ciencia espiritual es algo más difícil ver a través de la analogía en su propio campo, pero sólo por la razón misma de que se encuentra hoy en día en la posición en la que la visión copernicana del mundo se encontraba en el momento de su aparición. Las ideas que la ciencia espiritual tiene que desarrollar son bastante desconocidas hoy en día, y en lo que respecta a un determinado punto de la vida del alma humana, me gustaría decir que tiene que seguir un camino similar al que siguió la cosmovisión copernicana. Lo que parece más claro para la vida ordinaria del alma, para la observación ordinaria, -tan claro como lo es para los sentidos el hecho de que el sol gira alrededor de la tierra-, que el hombre nace con su alma, que pasa por el curso de su vida, que en el curso de esta vida su alma o su yo cambia poco a poco, acompañando a esta vida, que cuando el hombre tiene 7, 13, 15, 18, 20, 25 años, lo ha acompañado como alma a través de este recorrido vital que se prolonga a lo largo de los años. Uno ve al alma, por así decirlo, dando zancadas por la vida desde el nacimiento hasta la muerte, como si estuviera caminando. La ciencia espiritual lo muestra de manera completamente diferente. La ciencia espiritual muestra el extraño hecho, que se explicará en las siguientes conferencias, de que lo que llamamos ser anímico, al que se atribuye la idea de inmortalidad, no sigue en absoluto el curso de la vida en el sentido habitual. Del mismo modo que el sol en sentido ordinario no se mueve alrededor de la tierra en su trayectoria celeste, tampoco el yo humano o el alma humana recorren el camino que va del nacimiento a la muerte. Por lo tanto, el asunto es completamente diferente. Sólo porque no se está acostumbrado a observar de esta manera, parece diferente. La cosa se comporta de forma completamente diferente: En la vida posterior, unos años después de nuestro nacimiento recordamos un cierto punto. Hasta ese momento, el yo o el ser anímico por sí solo avanza en su desarrollo. Entonces permanece, -si se me permite la expresión, es correcta-, inmóvil en el tiempo, permanece inmóvil en el tiempo como el sol en el espacio, y el curso de la vida no se lleva consigo al yo, sino que avanza, igual que los planetas alrededor del sol, en que el yo o el alma permanece en reposo en el punto que he indicado. El curso de la vida irradia hacia el alma lo que fluye en ella que ha permanecido en reposo. Este concepto sólo es tan difícil porque es más fácil imaginar el reposo en el espacio que el reposo en el tiempo. Pero si se tiene en cuenta que en determinados círculos la visión copernicana del mundo no se hizo aceptable hasta 1827, entonces también se puede suponer que la ciencia espiritual puede tomarse su tiempo hasta que la gente llegue a ser capaz de imaginar que el reposo en el tiempo es tan posible como el reposo en el espacio. Se puede decir: el alma permanece en reposo en sí misma, y la vida continúa hasta la muerte, en el sentido de que las experiencias sólo se reflejan en aquello que permanece en el punto del tiempo mencionado. Pero hay algo más relacionado con esto: que lo que en realidad llamamos el ser anímico no emerge en absoluto en aquellos acontecimientos y hechos que están relacionados con la vida corporal, que el alma en su esencia real permanece dentro de lo espiritual. No entra en el curso ordinario de la vida porque este curso de la vida desemboca en los acontecimientos sensuales-físicos. El alma permanece detrás, se retiene en lo espiritual. Ahora bien, la conciencia ordinaria procede ciertamente con el curso ordinario de la vida, con el flujo ordinario de la vida entre el nacimiento y la muerte; procede en ella de tal manera que aparece de acuerdo con los instrumentos del cuerpo. Pero lo que es más profundo, el verdadero ser del alma, no se vierte como tal en este ser corporal, sino que permanece en lo espiritual. Pero esto ya muestra que en el curso ordinario de la vida dependiente del mundo exterior, no puede alcanzarse en absoluto un conocimiento, una sabiduría de este ser anímico, sino que este conocimiento, esta sabiduría sólo puede alcanzarse cuando la conciencia se desconecta de la manera descrita, cuando, -para repetir este ejemplo una vez más-, el pensar que permanece en la conciencia se encuentra ahora con el pensar que trabaja subconscientemente. Pero entonces ocurre lo significativo de que gradualmente este trabajo subconsciente se derrama sobre todo el curso de la vida humana, en la medida en que ha transcurrido, y que el hombre en su experiencia interior se conoce realmente a sí mismo en el punto de partida de su vida terrena, antes del límite al que llega la memoria, se conoce a sí mismo situado dentro de la vida espiritual, pero elevado fuera del tiempo en que discurre la conciencia ordinaria. Por lo tanto, ningún misticismo, que es como lo he caracterizado antes, que quiere traer una experiencia más fina que la ordinaria a la conciencia que corre en el tiempo, puede alcanzar al ser anímico. Pero este ser anímico sólo puede alcanzarse cuando se supera el tiempo como tal, cuando el alma asciende a la zona que surge antes de entrar en la memoria, tal vez mejor dicho: cuando el hombre asciende con su experiencia interior más allá de este punto del tiempo, desarrolla el alma para encontrar el alma tal como es en su ser interior.

Todas éstos son conceptos difíciles, pero la dificultad no reside en el hecho de que el alma humana no pueda hacerlos realidad, sino sólo en el hecho de que, a lo largo de los siglos, la gente se ha acostumbrado a pensar de otra manera. Así pues, el hombre, al querer desarrollar métodos científicos espirituales, no debe buscar una unión con lo espiritual a través de la conciencia ordinaria en el sentido del misticismo ordinario, sino que aquello que busca debe ser un objeto para él; debe acercarse a ello con la conciencia de que en realidad es algo ajeno a la vida ordinaria, que se ha detenido antes de que haya entrado esta vida ordinaria del alma. Entonces, cuando el hombre reconoce así su ser anímico interior, en el fondo tiene el alma de tal modo que ahora sabe: Esta alma ha cooperado, al pasar por el nacimiento con las fuerzas que ya tenía antes en lo espiritual, en la configuración de toda la vida hasta la organización corporal, uniendo su fuerza con la que el hombre ha adquirido por herencia física. De este modo, el ser humano alcanza el alma inmortal.

La cuestión del enigma de la inmortalidad cambia para la ciencia espiritual con respecto a la forma que suele darse a esta cuestión. Uno siempre piensa, cuando se plantea esta cuestión, que puede responderla si la plantea de esta manera: ¿El alma con su pensar, sentir y querer ordinarios es tal que conserva algo de ello como inmortal? El modo en que este pensar, sentir y querer se da en la vida ordinaria es precisamente porque tiene que servirse de los instrumentos del cuerpo. Cuando estos instrumentos corporales se dejan a un lado cuando el alma atraviesa la puerta de la muerte, la forma de pensar, sentir y querer deja naturalmente de ser una experiencia interior que puede ser alcanzada por la conciencia ordinaria.  Por otra parte, en todo ser humano vive lo que está oculto a la observación ordinaria del alma, así como están ocultas aquellas cosas que sólo pueden ser exploradas a través de la ciencia de la naturaleza, pero que pueden ser alcanzadas de la manera esquemática indicada, y que permanecen, por así decirlo, a la puerta de la memoria. Ésta puede absorber los acontecimientos del curso ordinario de la vida reflejándolos. Y cuando lo que está dentro de esta vida ordinaria, lo que está ligado a los instrumentos corporales, se aleja del hombre atravesando la puerta de la muerte, lo que nunca ha salido del mundo espiritual también atravesará la puerta de la muerte. Aquello que es llevado a través no se ha desarrollado dentro de la conciencia ordinaria, sino que se ha desarrollado en el subconsciente, que sólo puede ser sacado a la luz de la manera descrita.

Así la cuestión indicada para la ciencia espiritual cambia de tal manera que el investigador espiritual muestra sobre todo el modo de encontrar el verdadero ser anímico, y mostrando este modo, su inmortalidad resulta ser una verdad por el modo en que es este verdadero ser anímico. Así como no hay necesidad de demostrar que la rosa es roja si se ha llevado a alguien hasta la rosa y la tiene ante sí, tampoco hay necesidad de demostrar mediante todo tipo de hipótesis y conclusiones que el ser anímico es inmortal si se muestra el modo mediante el cual el hombre encuentra al ser anímico de tal manera que lo ve: elabora lo mortal a partir de sí mismo, es el productor de lo mortal, lo mortal es su revelación, -si se puede mostrar la inmortalidad como una propiedad de este ser anímico, del mismo modo que se muestra el enrojecimiento como una propiedad de la rosa. Esto es precisamente lo que importa, que la cuestión cambia completamente cuando la ciencia espiritual aborda este enigma del alma en su forma real. 

Lo que sólo se ha insinuado a grandes rasgos quedará más claro, podría decirse, si echamos un vistazo a algo que desempeña un papel tan importante en la vida humana, pero que, como se ha dicho a menudo, parece completamente inaccesible para la mayoría de los filósofos del pensamiento y de la ciencia: si echamos un vistazo de reojo a lo que se llama el destino humano. En la secuencia de los acontecimientos que le suceden al ser humano, el destino humano aparece para muchos como una mera suma de coincidencias; para muchos aparece como una necesidad predeterminada, como una necesidad providencial. Todas estas ideas, sin embargo, abordan el enigma del destino desde el punto de vista de la conciencia ordinaria. Y por muy místicamente profundas que sean estas ideas, no nos acercan a tales misterios. Por eso la última vez, con referencia a la cuestión del destino, mostré cómo prepararse primero de la manera correcta para abordar esta cuestión del destino humano. Esto debe repetirse de nuevo desde un cierto punto de vista para que la cuestión de las fuerzas del destino pueda discutirse con mayor precisión. Dije: Si una persona, como investigador espiritual, se entrega a ciertos desarrollos dentro de sí mismo, un tipo de los cuales he mostrado en el desarrollo del pensar, entonces este desarrollo interior significa para él una verdadera elevación por encima de la conciencia ordinaria; no una mera profundización mística de esta conciencia ordinaria, sino una elevación por encima, un ascenso hacia aquello que no entra en absoluto en la conciencia ordinaria. Entonces se necesita mucha paciencia y perseverancia para llevar este desarrollo interior cada vez más allá. Esto no tiene por qué interferir con la vida exterior en lo más mínimo. Son malos investigadores espirituales aquellos que se vuelven inútiles, impracticables para la vida ordinaria a través de la investigación espiritual. Demuestran que en el fondo siguen siendo naturalezas completamente materialistas.

Pues quien se desprende de la vida ordinaria, quien se desprende de su posición fija en la vida, de los deberes y tareas de la vida, en una palabra, de la práctica de la vida, mediante una especie de investigación espiritual, demuestra que no ha captado la esencia de la verdadera investigación espiritual; pues ésta tiene lugar en lo espiritual, en aquello que no puede entrar en conflicto directo con la vida ordinaria. Y quien crea que puede, digamos, abrirse camino por el hambre hacia el mundo espiritual, o que puede ascender al mundo espiritual por algún otro medio externo, material, demuestra que, aunque busque el espíritu, está completamente imbuido de ideas materialistas. Pero si una persona sigue el camino de la verdadera investigación espiritual, o incluso sólo de la verdadera ciencia espiritual, penetrando y absorbiendo en su alma lo que la investigación espiritual saca a la luz, entonces, en el momento oportuno, lo que experimenta interiormente se convertirá gradualmente para ella en una cuestión interior de destino, en un cambio interior de destino. Él experimenta una penetración interior que lo lleva a la esfera de lo espiritual, tan vívida, tan intensamente, que esta experiencia, que tiene lugar enteramente sin afectar la experiencia exterior, se convierte en un cambio de destino que es más grande, más significativo que cualquier cambio de destino en la vida exterior, no importa cuán significativo sea. De hecho, precisamente en esto es donde se revela el significado de estar dentro de la ciencia espiritual, que de este modo puede convertirse en un giro del destino para el ser humano. De este modo, el hombre no tiene por qué insensibilizarse ante los demás giros del destino de su alma; el hombre puede sentir plenamente lo que pasa como destinos externos, no sólo de sí mismo sino también de los demás, si también ha experimentado el giro superior del destino, que pasa puramente hacia el interior.

Aquel que se adormece ante la vida y el destino externo, aquel que incluso atenúa su compasión y simpatía por el mundo externo y las personas, no está en el camino correcto. Pero aquel que, como puede ser el caso con una buena educación, se sitúa en un mundo espiritual cuando está plenamente inmerso en la vida social, puede, sin embargo, experimentar un momento en el que, habiendo encontrado interiormente el camino hacia aquello que no entra en el mundo sensual, sienta esta experiencia interior como un cambio de destino que es mayor y más penetrante que el destino más terrible o el cambio de destino más alegre que, de otro modo, pueda acontecerle en la vida. Pero el hecho de que pueda producirse tal giro del destino profundiza la mente, interioriza el alma humana; la dota de poderes que siempre yacen latentes en el alma, pero que normalmente no se sacan a relucir.

El alma está preparada para una cosa por encima de todas las demás: Experimentando un destino puramente interior, de modo que el alma se enfrenta a este destino, sólo que ahora con las fuerzas del alma que se pueden experimentar interiormente, el ser humano se familiariza tan íntimamente con el mayor cambio de destino que adquiere una medida de conocimiento para el destino exterior. Para decirlo trivialmente, se necesita un criterio para todo en la vida. La vara de medir para juzgar el destino se obtiene no observando primero los oscuros rumbos del destino meramente a través de todo tipo de especulaciones, a través de la fantasía, sino observando tal luminoso curso del destino a medida que se avanza habiendo desarrollado la fuerza en la vida interior del alma paso a paso de tal manera que se ha observado todo. Ya lo ven: Así es como se ha convertido a lo largo de los años, así es como hemos creado gradualmente una convicción interior, verdadera, del mundo espiritual en el que vivimos y tejemos y somos, sin autoengaño, así es como estuvimos presentes en el cambio de destino, así es como no se nos presenta como algo que permanece oscuro y en lo que sólo podemos alegrarnos o sufrir, sino que así es como se nos presenta con brillante claridad interior. Y así, cuando hayamos desarrollado las fuerzas de nuestra alma que se nos presentan con una claridad interior brillante, sólo entonces seremos capaces de iluminar con luz interior lo que permanece oscuro, sólo entonces seremos capaces de observar los procesos del destino exterior. Estos procesos del destino exterior son oscuros para la conciencia ordinaria. Pero la conciencia ordinaria se ha convertido en una conciencia observadora para la contemplación de la cuestión del destino precisamente porque permite que se produzca tal cambio de destino. Para la cuestión del destino, esta conciencia se ha convertido en conciencia observadora. Sólo así puede alcanzar lo necesario para abordar la cuestión del destino de tal modo que pueda experimentar una cierta iluminación en el sentido en que debe ser. Esto muestra, sin embargo, que por mucho que se mire al destino con la conciencia ordinaria, todas las afirmaciones sobre este destino siguen siendo hasta cierto punto hipotéticas o una suposición fantástica vacía.  Pues se muestra con precisión que el destino, tal como aparece externamente a la conciencia ordinaria, aparece sólo en su revelación, en su llevar a la conciencia ordinaria, pero que este destino actúa sobre el alma humana en el subconsciente, de modo que esta alma humana, que como he indicado, nunca emerge del mundo espiritual, vive en el subconsciente en la corriente del destino. Vive de tal modo en la corriente del destino que su vinculación con el destino no se muestra a la conciencia ordinaria, al igual que a la persona que sueña tampoco se le muestra lo que la rodea como realidad física en el mundo exterior.

Cuando la conciencia observadora practica el desarrollo de las facultades de conciencia necesarias para ello, entonces se llega a considerar la cuestión del destino con unos ojos espirituales muy diferentes, por utilizar la expresión de Goethe. El alma entonces llega a observar las conexiones involucradas en lo que llamamos un giro del destino de una manera completamente diferente a como uno las observa en la conciencia ordinaria. Uno sólo se da cuenta de aquello en lo que tiene que centrar su atención en la cuestión del destino cuando está preparado para ello mediante la experiencia interior de un giro del destino puramente espiritual. Tomemos cualquier giro del destino al que podamos enfrentarnos fácilmente en la vida exterior. Como ejemplo típico de lo que encontramos en la vida exterior, se podría relatar lo siguiente, -es muy posible que ocurra así, por ejemplo: Una persona está plenamente preparada, digamos, para alguna profesión exterior, para algún trabajo exterior. Sus disposiciones muestran que podría estar plenamente a la altura de este trabajo, que podría ser muy útil al mundo, a la humanidad, mediante el desempeño de su trabajo exterior. Las cosas, por así decirlo, han progresado tanto que ya se ha elegido el puesto al que se va a destinar a la persona en cuestión.  Todo está preparado, la propia persona está preparada, las personas que pueden darle el puesto adecuado se han enterado de lo que puede hacer; todo está preparado. Entonces, justo, me gustaría decir, antes de que esta persona reciba el documento de que va a ser transferido al puesto, se produce algún tipo de accidente que le incapacita para desempeñar este puesto. Es el típico giro del destino. No quiero decir que la persona a la que me refiero deba fallecer con la muerte, pero sería incapaz, en el curso ordinario de la vida, de realizar realmente lo que estaba bien preparado por todos los lados. El hombre es tocado por un golpe del destino.

Pues bien, si se observa el curso de la vida humana en la conciencia ordinaria, -aunque se piense que se hace de otro modo-, se hace de tal manera que se mira lo que precedió a algún hecho en el curso de la vida. Miramos el mundo de tal manera que siempre relacionamos el efecto con la causa y a su vez el efecto con la causa, que siempre volvemos de lo posterior a lo anterior. Ahora bien, cuando el hombre está preparado para reconocer este giro del destino, que puede enseñarnos algo, se hace evidente que en este giro del destino se trata de una confluencia de dos series. Aquí, en el ejemplo típico dado, nos enfrentamos, por un lado, al hecho de que el hombre se ha convertido en algo por lo que también ha obligado a que los procesos del mundo exterior se dirijan hacia él. Viene otra serie de acontecimientos que se cruza con esta primera serie de acontecimientos. Precisamente cuando se consideran tales procesos del destino, se aprende a reconocer, en el sentido más elevado, que es correcto y excelente considerar el curso de la vida humana del mismo modo que los procesos naturales, observando cómo los últimos se derivan de los primeros. Pero también se aprende a reconocer que este punto de vista es muy parcial. Se aprende a reconocer que, si se quiere considerar la existencia en su totalidad, no sólo se pueden tener en cuenta las corrientes crecientes y ascendentes de los acontecimientos, sino que también hay que tener en cuenta la corriente descendente, la corriente que siempre atraviesa, cruza y destruye la corriente ascendente. Entonces, a través del encuentro de las dos corrientes, se ve uno llevado al punto en que el espíritu se le revela. Pues el ser humano no se ha convertido en otro, en el sentido de que, por un lado, él mismo ha experimentado una encrucijada de lo que ha llegado a ser; dos corrientes de vida han confluido, pero el ser humano no se ha convertido en otro. Y precisamente esto, que uno se encuentra con este entrecruzamiento de las dos corrientes de la vida con sus fuerzas anímicas, le muestra cómo en el momento en que algo está destinado a obrar en el alma humana, ésta debe retirarse de la vida exterior. De este modo, se llega al reino interior del alma, que, sin embargo, no está en absoluto absorbido por la vida sensual exterior. Al captar la existencia, donde no sólo se revela, sino que desaparece de la revelación externa, se encuentra el camino hacia el reino del que el alma no sale en absoluto, y en el que el destino actúa sobre ella.

Y ahora, si uno ha llevado la observación lo suficientemente lejos, también se da cuenta de que está absolutamente en la naturaleza del alma que el destino se relacione con el alma de la manera que acabo de mostrar. Pues supongamos que el alma humana, en plena conciencia, con ideas plenamente desarrolladas, se acercara a la cadena del destino del mismo modo que se acerca a la realidad sensorial externa y se la explica a sí misma en ideas científicas. ¿Qué sucedería entonces? Se deduciría que el alma permanecería interiormente muerta, que interiormente se enfrentaría al destino, me gustaría decir, tan tranquilamente, por no decir indiferentemente, como se enfrenta a las afirmaciones que hace la ciencia natural. Pero no es así como el alma humana se enfrenta al destino. No estoy desarrollando aquí meras ideas de conveniencia. Cualquiera que considere los métodos de lo que aquí se presenta se dará cuenta de que no estoy recurriendo a ideas teleológicas o expeditivas, sino que estoy planteando la cuestión de esta manera: ¿Qué es necesario para la esencia del alma? - lo mismo que se podría preguntar: ¿En qué medida es necesaria la raíz para toda la vida de la planta?

En la medida en que el alma está en el destino, no experimenta este destino en absoluto mediante conceptos intelectuales, sino que lo experimenta de tal modo que en esta alma se producen afectos, sensaciones, sentimientos de alegría, sentimientos de tristeza, y que sobre estas sensaciones no se ciernen conceptos tan claros como los que se tienen en la cognición. Pero si tales conceptos claros se cernieran sobre ellas, serían precisamente aquellos conceptos que sólo actúan en la esfera de la conciencia ordinaria, es decir, en la esfera que está ligada al cuerpo. Precisamente porque la experiencia del destino se eleva por encima de estas ideas ligadas al cuerpo, porque la experiencia del destino es impulsada por las sensaciones y los sentimientos, por los impulsos progresivos o resistentes de la voluntad, esta experiencia del destino permanece en el subconsciente o, mejor dicho, es conducida al subconsciente. De este modo, la experiencia del destino actúa sobre el ser anímico fuera de la mente consciente, del mismo modo que las experiencias del mundo exterior tienen lugar en torno al soñador, sin penetrar, -al menos de forma directa-, en su conciencia.

La forma en que el hombre experimenta sus sufrimientos y alegrías hace que su destino se canalice hacia las regiones subconscientes más profundas de la vida anímica, hacia aquellas regiones de las que la vida anímica nunca emerge en absoluto. De modo que el hombre es conducido por su destino en el curso de su vida por debajo del umbral de la conciencia ordinaria. Sin embargo, allí abajo, donde no llega la conciencia, que permanece en la vida ordinaria y se dirige hacia la vida ordinaria, hay orden; allí abajo las experiencias del destino resplandecen sobre el alma, que se ha detenido ante el límite de la sensación. El propio destino está continuamente actuando en nuestra alma, por lo que la forma en que el hombre se encuentra dentro de su destino no puede ser visto por él, como tampoco puede ser visto por la conciencia onírica lo que está sucediendo externamente, sensorial y físicamente, en la habitación en la que tiene lugar el sueño. El destino se conecta con el alma bajo el umbral de la conciencia. Pero allí se hace evidente, sea como sea que esté constituido este destino, que está íntimamente conectado con el alma, que es precisamente el artífice de la configuración de nuestra vida anímica. El destino es uno de los trabajadores que se encarga de que lo que pasamos en el transcurso de la vida entre el nacimiento y la muerte se traslade al alma que pasa por el nacimiento y la muerte en repetidas vidas terrenas, para que esta alma se traslade a través de toda esta vida, que pasa por repetidas vidas terrenas, a través de actividades, a través de fuerzas, a través de efectos que no llegan a la conciencia ordinaria. Ahí vemos la conexión entre el destino humano y el alma humana. A través del propio destino llegamos a las razones subconscientes, a las razones eternas del alma humana. Y sólo allí, donde reina la inmortalidad, reina el destino en su verdadera forma. Y es llevado allí por el hecho de que en la vida ordinaria estamos tan entregados a él que no penetramos en él de forma reconocible. Al vivirlo afectivamente, emocionalmente, el propio destino es llevado a esa región donde puede trabajar en la parte inmortal del alma.

Es entonces cuando el destino, -suena pedante, casi filisteo-, resulta ser el gran maestro a lo largo de tu vida. Pero así son las cosas. El destino nos lleva adelante. Y es cierto lo que las personas individuales, que han sido preparadas por un curso de vida particularmente favorable, sienten sobre la interconexión del destino humano. Me gustaría leerles un ejemplo textual. El amigo de Goethe, Knebel, en sus últimos años, se dejó llevar por ideas sobre el destino que realmente no surgieron para él a través de especulaciones, ni de fantasías filosóficas, sino que, quiero decir, irradiaban de lo que por otra parte tiene lugar en la vida subconsciente del alma cuando el destino actúa sobre el alma. Knebel dice: 

«Observando atentamente, se descubre que en la vida de la mayoría de las personas hay un cierto plan que, por su propia naturaleza o por las circunstancias que las guían, está como marcado para ellas. Por muy variadas y cambiantes que sean las condiciones de su vida, al final surge un todo que muestra cierta coherencia. - La mano de un determinado destino, por oculta que esté, se muestra con exactitud; puede estar movida por un efecto exterior o por un impulso interior: de hecho, razones contradictorias se mueven a menudo en su dirección. Por confuso que sea el curso, la razón y la dirección siempre se muestran».

Esto no ha surgido a través de la especulación, a través de una filosofía sobre el destino, sino que es un resultado que la propia alma ha hecho surgir de la región en la que el propio destino trabaja sobre ella. Por lo tanto, por regla general, sólo las personas que están plenamente implicadas en los acontecimientos de la vida, no sólo en su propia vida, sino que viven participando compasivamente en el destino de muchas personas, verán brillar desde las profundidades de su alma, en un determinado momento de su vida, tal visión del destino.

Ahora bien, las cuestiones de la ciencia, también de la ciencia espiritual, no dependen de ningún acontecimiento externo, -las cuestiones de la ciencia, las cuestiones del conocimiento siguen su curso-, sino que la vida externa, en muchas de sus peculiaridades, se orienta hacia lo que la ciencia saca a la luz. Pero, por otra parte, -y esto también puede observarse en las ciencias naturales-, determinadas circunstancias externas contribuyen a que el conocimiento sólo pueda ser apreciado adecuadamente y enfocado con precisión por las personas. Basta recordar que los tránsitos de Venus, que sólo se producen dos veces por siglo, han de ser esperados hasta que se producen, que han de darse las circunstancias externas para que surja un determinado conocimiento en un determinado campo. Lo mismo puede ocurrir con las cuestiones de la ciencia espiritual que se refieren a la vida anímica. Y aunque esto no pertenece a la ciencia espiritual en el verdadero sentido de la palabra, la sensibilidad que vive en nuestros tiempos aciagos puede dirigirse hacia cómo nuestro tiempo, en el sentido más profundo de la palabra, acerca a las personas a lo que la ciencia espiritual es capaz de dar en sus almas.

El viejo Heráclito, el gran filósofo griego, del cual han trascendido a través de los tiempos rayos de luz individuales pero profundamente significativos de sus investigaciones, dijo una vez, refiriéndose a la vida onírica: «En relación con el mundo onírico, cada persona tiene su propio mundo. Las personas más diversas pueden dormir en una habitación, y todos pueden soñar los sueños más diversos; cada uno tiene su propio mundo onírico. En el momento en que se despiertan, todos se encuentran en un entorno exterior común. Este entorno común estimula una gran imagen anímica, están en una unidad. Las personas están en una unidad aún mayor, más significativa, -a pesar de todo lo que se pueda decir en contra, pues eso es sólo aparentemente lo que se puede decir en contra-, cuando miran lo que la conciencia observadora saca del mundo espiritual. Aquí es donde la gente se une, y sólo es engaño si se cree que una persona afirma esto y la otra aquello. Uno también puede calcular correctamente, el otro incorrectamente, por lo tanto el método de cálculo sigue siendo correcto. En un sentido más elevado, las personas se encuentran en una unidad cuando ascienden a la conciencia observadora y entran en el mundo espiritual. Pero las circunstancias externas también pueden llevar a las personas a una cierta unidad en la vida. Entonces -me gustaría decir, al igual que la investigación astronómica se inspira en los tránsitos de Venus, que, sin embargo, son indiferentes porque tocan menos las profundidades del ser humano-, entonces estas experiencias pueden ser estimulantes para aquello que lucha por la unidad de la vida: para la ciencia espiritual. Y en nuestro tiempo estamos viviendo un acontecimiento del destino que une a los pueblos de una manera completamente diferente, -digamos ahora, porque esto está inicialmente cerca de nosotros-, a los pueblos de Europa Central de lo que están unidos desde fuera. Las experiencias compartidas del destino, que una persona siente como su destino de una manera y otra de otra, fluyen sobre las almas humanas, fluyen sobre los cuerpos humanos, fluyen sobre las vidas humanas. Esto puede ser un estímulo, y esperemos que lo sea, para guiar a la gente fuera de los tiempos difíciles y aciagos y hacia los caminos serios de la ciencia espiritual. Y uno puede pensar: Aunque la ciencia espiritual siempre tiene algo importante que decir a la gente con respecto a las cuestiones eternas, -en nuestro tiempo, cuando se están decidiendo tantos destinos, cuando el destino se interroga tan terriblemente ante toda el alma del tiempo, las cuestiones del destino y del alma surgen de una manera particularmente profunda. La ciencia espiritual, porque apela a lo que no sólo está en la vida, sino que, porque permanece en el mundo espiritual, también lleva esta vida a través del curso de la vida humana, la ciencia espiritual puede dar así a las personas fuerzas especiales, poderes especiales, con el fin de encontrarse a sí mismos a través de la vida de una manera apropiada a través de todos los giros del destino con la conciencia de lo que significa el destino para la inmortalidad, para la vida eterna, con el fin de esperar lo que nace de este tiempo portador de destino. Si uno aprende a comprender el destino, entonces también aprende, si es necesario, a enfrentarse al destino con verdadera calma de alma, no mitigada, con esa calma de alma que es fuerza. Y el alma actúa a menudo más poderosamente en su calma de lo que puede hacerlo cuando es llevada por las oleadas de la vida exterior, meciéndose ella misma arriba y abajo con estas oleadas.

Y tal vez sea precisamente la conciencia de la serenidad del alma en el curso de nuestras vidas, por abstracta que esta idea pueda parecer todavía hoy, una idea capaz de pasar a las fuerzas básicas de la mente humana, y convertirse allí en un gran motor, no disipador, sino vigorizante, para esta mente humana. Porque, -como nos muestra en particular el giro que ha tomado la cuestión de la inmortalidad y el destino según las consideraciones actuales-, al igual que es incorrecto decir de alguien que tiene delante un imán: Esto es un trozo de hierro en forma de herradura y nada más, y eres un fantasioso si crees que hay poderes especiales en él, del mismo modo que es incorrecto considerar fantasioso por esta razón a alguien que no puede demostrar inicialmente los poderes a través de la atracción del hierro, sino que sólo los afirma, Es erróneo considerar fantasioso a quien habla de la vida exterior, que tiene lugar en la existencia físico-sensual, de tal manera que esta vida no es sólo lo que parece a los sentidos exteriores, sino que está impregnada, iluminada y resplandeciente por lo espiritual, en lo que el alma está arraigada y teje. Porque las palabras de Heráclito siguen siendo verdaderas, -permítaseme concluir con ellas-, confirmando, si se entienden correctamente, lo que es el nervio más íntimo de la ciencia espiritual, confirmando que sólo conoce el mundo quien es capaz de ver a través del espíritu a la luz de los sentidos:

«Ojos y oídos, son testigos de lo que pasa en el mundo, testigos de los hombres; pero son malos testigos para aquellos hombres cuyas almas no comprenden el lenguaje, el verdadero lenguaje de ojos y oídos.»

La ciencia espiritual quiere hablar el verdadero lenguaje de los ojos y los oídos y encontrar así el camino hacia aquello que los ojos y los oídos son incapaces de mostrar a la conciencia ordinaria; hacia aquello de lo cual brota y teje la vida misma. Por lo tanto, el hombre también brotará y trabajará mejor con su propio trabajo cuando sea consciente de que él, como ser eterno, no sólo se origina en esta fuente eterna de vida, sino que siempre está dentro de ella.

Traducido por J.Luelmo feb,2025

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