GA139 Basel, 19 de septiembre de 1912 evangelio de s. Marcos KRISHNA, BUDA - JUAN BAUTISTA, CRISTO JESUS

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Rudolf Steiner

KRISHNA, BUDA - JUAN BAUTISTA, CRISTO JESUS

5ª conferencia

Basel, 19 de septiembre de 1912

En la conferencia anterior hemos tratado de representarnos, desde cierto punto de vista, el momento histórico universal del Misterio de Gólgota. Lo hicimos mediante la contemplación de dos significativos conductores de la humanidad, Buda y Sócrates, los que vivieron pocos siglos antes de aquel acontecimiento. Hemos visto que Buda representa, en cierto modo, el fin de una importante corriente evolutiva: allí está, en el sexto al quinto siglo antes del Misterio de Gólgota, el Buda, enunciando lo que ahora se conoce como la profunda enseñanza, la revelación de Benarés en la cual se sintetizó y, de cierta manera, se renovó lo que desde milenios atrás había fluido en el alma humana; enunciándolo en forma adecuada al carácter de la época, medio milenio antes del Misterio de Gólgota; asimismo en forma apropiada a esos pueblos y esas razas. El hecho de que en Buda hemos de ver el fin de una gran corriente mundial, se evidencia todavía más claramente si contemplamos a su gran precursor el que en cierto sentido ya pertenece a las tinieblas de la evolución: Krishna, el gran maestro de la India quien, en sentido totalmente distinto, aparece como dando conclusión a revelaciones milenarias.

A Krishna le podemos ubicar algunos siglos antes del Buda; pero esto es ahora lo menos importante, ya que lo principal consiste en lo siguiente: cuanto más examinemos lo que fueron Krishna y Buda, tanto más comprenderemos que, desde cierto punto de vista, en Krishna, la enseñanza de Buda aparece más claramente iluminada, y que en Buda —seguidamente vamos a caracterizarlo— ella llega a cierto fin.

Efectivamente, con el nombre de Krishna se abraza algo que en la evolución espiritual de la humanidad irradia sobre muchísimos milenios. Si profundizamos la contemplación de todo lo que puede llamarse la revelación y los anunciamientos de Krishna, se nos abre la mirada hacia sublimes alturas de la revelación espiritual humana, y sentimos que referente a todo lo que contiene y lo que resuena a través de la revelación de Krishna, no es posible siquiera un ulterior progreso, ni mayor elevación, sino que se trata de lo supremo en su género. Naturalmente, en la persona de Krishna se reúne muchísimo que se divide entre otros tantos reveladores. No obstante es así que todo cuanto anteriormente, en el transcurso de siglos y milenios, se había revelado a los portadores de tales mensajes, se reunió, se sintetizó y se llevó a su término en Krishna mismo, como revelación para su pueblo. Si consideramos la manera en que, por las palabras de Krishna, se habló sobre los mundos divino-espirituales y sobre el curso de la evolución; además, si tenemos presente a qué espiritualidad hemos de elevarnos para penetrar en el profundo sentido de la sabiduría de Krishna, resulta que quizá no haya sino un solo aspecto dentro de la evolución de la humanidad el que en cierto modo permite una comparación.

De la revelación de Krishna puede decirse que en cierto sentido representa una sabiduría oculta, puesto que no hay sino pocos hombres que pueden alcanzar la capacidad interior de elevarse a la altura espiritual necesaria para la comprensión de su contenido. No hace falta aislar o “encerrar” las revelaciones como lo son las de Krishna, con el fin de mantenerlas ocultas; ya que ellas siguen siendo “ocultas” por ninguna otra razón sino porque son los menos los hombres que ascienden a la altura necesaria para comprenderlas. Por más que se difundan entre la gente semejantes revelaciones, entregándolas a cualesquiera, siempre quedarán ocultas; puesto que el medio de quitarles su secreto no consiste en difundirlas sino en que las almas asciendan para unirse con ellas. Quien sólo acogiese las palabras de semejantes revelaciones ¡que no crea conocerlas! No importa que él fuese un erudito del siglo XX.

Hemos dicho que hay algo que puede compararse con las revelaciones de Krishna; y esto es lo que sigue. Justamente lo que se relaciona con el nombre de Krishna, puede compararse con lo que es afín a tres nombres que de cierta manera se vinculan con nuestra propia existencia, sólo que ello se nos presenta de un modo totalmente distinto: en forma conceptual y filosófica. Me refiero a todo lo que en los tiempos modernos se relaciona con los nombres de Fichte, Schelling y Hegel. En cuanto a lo característico de la sabiduría oculta, las ideas y enseñanzas de estos tres hombres, bien pueden compararse con otras “enseñanzas ocultas” de la humanidad. Si bien es cierto que la sabiduría de Fichte, Schelling y Hegel está a disposición de todo el mundo, nadie negará, no obstante, que en un sentido más amplio de la palabra, sus ideas siguen siendo verdaderas enseñanzas ocultas. Son muy pocas las personas quienes de algún modo realmente tendrían la voluntad de tomar posición frente a las obras de esos tres hombres. Sin embargo, dentro de ciertos círculos filosóficos y, por una especie de cortesía filosófica, se vuelve ahora a hablar de Hegel; por lo que se nos objetará que realmente hay quienes se ocupan de Hegel. Es cierto que los hay; pero si luego se toma lo que esas gentes escriben y lo que contribuyen a la comprensión de Hegel, se confirma tanto más que para ellas sigue siendo una verdadera enseñanza oculta. Empero, lo que de Krishna, desde el Oriente, irradia hacia Occidente, se presenta en Fichte, Schelling y Hegel de una manera abstracta, concepcional; y es sumamente difícil descubrir la similitud: esto requiere una bien definida constitución del alma humana. Trataré de explicarlo abiertamente.

Si un hombre de nuestros días, no de cultura general, sino de ilustración superior, lee una obra filosófica de Fichte o Hegel, pensará que en ella hay un desarrollo conceptual; y la mayoría de tales lectores estará de acuerdo en que no es fácil entusiasmarse por lo tratado —para dar un ejemplo —en la obra de Hegel “Enciclopedia de las Ciencias” en que primero se habla del “ser”, luego del “no ser”, etc. Y tal vez, se dirá: “el autor de esta obra da un conjunto de las más altas abstracciones conceptuales; todo esto será muy loable, pero no habla a mi corazón, no da calor a mi alma”. He conocido a muchas gentes que, justamente al abrir dicho libro de Hegel, pronto volvieron a cerrarlo después de haber leído tres o cuatro páginas. Pero esa gente no admite que la culpa de que el libro no nos llene de entusiasmo, de que su lectura no provoque una lucha interior que nos conduce del infierno al cielo: que tal culpa la tengamos que buscar en nosotros mismos.

Ciertamente, lo que en esos tres hombres la gente lo llama “conceptos abstractos”, puede conducirnos a luchas interiores y a sentir no meramente calor anímico sino todo el ascender desde la más extrema frialdad interior al supremo fervor espiritual. Podemos sentir que esos tratados fueron escritos espontáneamente con sangre humana — no sólo mediante el uso de puros conceptos abstractos.

Podemos comparar lo que de Krishna irradia hacia Occidente. con esa evolución humana de nuestros tiempos hacia las alturas espirituales; pero también es cierto que existe una notable diferencia. Lo que se nos presenta en Fichte, Schelling y Hegel, estos pensadores más maduros del cristianismo, también se nos presenta en Krishna, pero de un modo adecuado a una época precristiana. Esta revelación de Krishna es algo que jamás pudo volver a producirse y que debe tomarse en toda su altura la que, en su género, es insuperable. Quien lo sepa apreciar, se formará un concepto, una idea de la fuerza de la luz espiritual, si contempla de la justa manera lo relacionado con aquella cultura en que Krishna apareció. Tomemos unas pocas pruebas; una de la Bhagavad Gita, donde Krishna habla para caracterizar su propia naturaleza. Son palabras que, comprendidas de la justa manera, nos conducen a ciertos conocimientos y sentimientos a que luego nos referiremos:

Soy el Espíritu del Devenir, su principio, su estado mediano y su fin. De entre los seres soy el más noble de todo lo creado. Entre los seres espirituales soy Vishnu; entre los astros, el Sol; entre las luces, la Luna; entre los elementos, el fuego; entre las montañas, el alto Meru; entre las aguas, el gran océano del mundo; entre los ríos, soy Ganga; y Ashvatta entre todos los árboles; soy el regente, en el verdadero sentido de la palabra, de los hombres y todos los seres vivientes; entre las serpientes soy la que existe eternamente y que es el fundamento de la existencia misma.”

Y ahora otra manifestación, tomada de las Vedas, de esa misma cultura. Los Devas se reúnen bajo el trono del Todopoderoso y, en devoción, le preguntan, quién es El mismo. El Todopoderoso, o sea el Dios del Universo en el sentido de la antigua India, contesta:

Si aparte de mí mismo, otro existiera, describiría a mí mismo a través de él. Desde la Eternidad he existido, y existiré eternamente. Soy la causa primitiva de todo; la causa de todo lo existente en el Oeste, en el Este, en el Norte, en el Sur; soy la causa de todo allí arriba en las alturas, allí abajo en las profundidades. Yo soy todo; soy más antiguo que todo lo existente. Yo soy el regente de los regentes. Yo soy la Verdad misma; soy la Revelación misma; soy la causa de la Revelación. Yo soy el Conocimiento; soy la Devoción, y soy el Derecho. Yo soy

todopoderoso.”

Al preguntarse, dentro de esa cultura —así se lo describe en aquel antiguo documento— cuál es la causa de todo, se responde:

Esta causa del mundo —es el fuego, es el Sol, y es también la Luna; también es el puro elemento Brahman, e igualmente el agua y ese supremo ser. En El tuvieron su origen todos los instantes, y el correr de todas las semanas, y de todos los meses, y de todos los años, y de todos los siglos, y de todos los milenios, y de los millones de años; todos tuvieron su origen en su personalidad resplandeciente, la que nadie llega a comprender; ni arriba, ni abajo, ni en derredor que nos circunda, ni tampoco en el centro, donde nosotros estamos.”

Semejantes palabras resuenan y nos llegan de esos tiempos remotos. Nosotros las contemplamos. Si lo hacemos sin prejuicios, sentiremos que ellas nos dicen determinadas verdades. Hemos visto que Krishna habla de sí mismo, y que se nos dice algo sobre el Dios del Universo y sobre la causa de los mundos. Sobre esas verdades jamás se habló de un modo más grandioso, ni más significativo; y sabemos que jamás serán expresadas de una manera más grande o más trascendental. Esto quiere decir que en la evolución de la humanidad se ha producido algo que tiene que quedar tal cual y tiene que aceptarse así, porque es algo que ha llegado a su término. Dondequiera que más tarde se haya reflexionado sobre esas verdades: puede ser que, según los métodos de tiempos posteriores, se haya intentado concebirlas más claramente, o de modificarlas de una u otra manera; sin embargo, jamás fueron expresadas mejor. Quien preterida decirlo mejor, pecaría de presuntuoso.

Tomemos primero el pasaje de la Bhagavad Gita, en que Krishna, en cierto modo caracteriza su propia naturaleza. Es extraño cómo El habla. Dice que El es el Espíritu del Devenir; que es Vishnu entre los Espíritus del cielo, el Sol entre los astros, la Luna entre las luces, el fuego entre los elementos, etc. Si lo sintetizamos para reunirlo en una fórmula, podemos decir: Krishna se califica a sí mismo como la esencia, la naturaleza de todo, de manera tal que El es la esencia que por doquier representa lo más puro, lo más divino. Por dondequiera se penetre detrás de las cosas, buscando su esencia, se da con la entidad de Krishna, en el sentido de lo allí expresado. Si tenemos una cantidad de plantas de la misma especie, y si buscamos la naturaleza de ésta, la que no es visible sino que se manifiesta en las formas individuales visibles: ¿Cuál es su esencia? Hemos (le imaginarnos y de identificar esta esencia, no con una sola planta, sino representarnos su forma como lo más sublime y más puro; de modo que no tenemos simplemente la naturaleza, sino que ésta se manifiesta en su forma más pura, más noble, más sublime. ¿De qué habla pues Krishna, en verdad? No habla de otra cosa, sino de lo que también el hombre, si se contempla a sí mismo, reconocerá como su naturaleza; pero no aquella que él representa en la vida corriente, sino la que se halla detrás de la manifestación común del hombre y de lo anímico humano. Krishna habla de la esencia humana en nosotros, puesto que la verdadera naturaleza humana es idéntica con el Universo. En Krishna no se manifiesta el conocimiento en sentido egoísta, sino aquello que señala lo supremo en el hombre y que puede entenderse idéntico, aunado a la esencia de todas las cosas. Así como nosotros hablamos con orientación al tiempo presente, así también hablaba Krishna sobre lo correspondiente a su propia cultura. Si nosotros contemplarnos nuestro propio ser, percibimos ante todo el “yo” (como se lo explica en el libro “¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?”). De este yo común se distingue el yo superior suprasensible el que no se manifiesta en la existencia sensoria pero que aparece de tal manera que a un mismo tiempo se halla no solamente en nosotros, sino derramado sobre la esencia de todas las cosas. Cuando hablamos pues, de nuestro yo superior, la entidad superior que habita en el hombre, no es lo mismo que cuando decimos “yo soy”, si bien en nuestro lenguaje suena igual. Pero en la boca de Krishna no hubiera sonado igual; él hablaba de la entidad anímica humana en el sentido en que la concebía aquel tiempo, de una manera igual a como nosotros hablamos de nuestro “yo”. ¿Cómo se explica el que nuestro yo común se parezca tanto a lo que es el supremo concepto de nuestro yo? Esto es la consecuencia de que, en la cultura clarividente anterior a la de Krishna, es decir, en los milenios precedentes, el hombre, al enfrentarse a la naturaleza de las cosas, estaba acostumbrado a elevarse a la visión clarividente. De modo que comprenderemos este lenguaje de la Bhagavad Gita, si la consideramos como el fin de la antigua cosmovisión clarividente, si tenemos presente: cuando el hombre de los tiempos antiguos se elevaba a aquel estado general de conciencia entre el sueño y la vigilia, él se hallaba entonces dentro de las cosas de una manera no comparable a la percepción sensorial en que las cosas están “aquí”, y el hombre está fuera de ellas, sino que con su propio ser se hallaba derramado sobre todos los seres, identificándose con ellos; él se sentía identificado con lo mejor de las cosas; y lo mejor de su ser se hallaba en todas las cosas. Si no partimos de un sentir abstracto, común al hombre actual, sino de como sentía el hombre antiguo, comprendemos las palabras de Krishna como resuenan en el Bhagavad Gita. Las comprenderemos si tenemos presente cómo el hombre de la antigua clarividencia se veía a sí mismo: comparable a lo que se alcanza por el discipulado de la ciencia espiritual, cuando el hombre logra independizar su cuerpo etéreo y se siente expandido y derramado sobre lo que en todo existe; así fue el estado natural del hombre de los tiempos antiguos, si bien no exactamente igual a lo que resulta del discipulado científico-espiritual. En semejante estado que se producía espontáneamente, aquel hombre sentía encontrarse dentro de las cosas. Y si las revelaciones obtenidas se expresan con sublimes palabras, entonces aparecía así como aquellas revelaciones de Krishna. También podríamos decir: Krishna decía a los hombres de su época: “Con mis palabras voy a enunciar cómo, en sus estados suprasensibles, vieron su relación con el mundo los mejores entre nosotros; pues en los tiempos por venir ya no habrá hombres como nuestros primitivos antepasados, ni tampoco podréis vosotros ser como éstos. Yo voy a expresar con palabras cómo ellos lo vieron, para que perdure, pues la humanidad ya no lo podrá conservar como estado natural”. Las “Revelaciones de Krishna” fueron en cierto modo, la expresión mediante palabras de su época de lo que a través de los milenios a la humanidad se le había dado, para que los tiempos posteriores que ya no pueden verlo, también pudiesen tener las revelaciones de Krishna.

Las otras palabras también las podemos comprender de esta manera. Si en la época de Krishna un discípulo hubiera preguntado a un maestro iniciado: “Dime maestro ¿Qué es lo que se halla detrás de las cosas que yo veo con mis ojos?” ese maestro ciertamente le habría contestado: “Detrás de las cosas que tú ves con tus ojos físicos, hállase lo espiritual, lo suprasensible. Los hombres de los tiempos antiguos, en sus estados naturales, aún lo veían; ellos veían el mundo etéreo que es el que linda con nuestro mundo sensible. Allí está la causa de todo lo sensible, y esta causa la veían. Ahora sólo puedo expresarlo con palabras: es el fuego. . .” (no el fuego como nosotros vemos el sol, ya que precisamente, para la clarividencia de aquellos tiempos era totalmente invisible lo que hoy se ve con el ojo; la blanca, ardiente esfera solar era lo oscuro; y sus efectos se extendían a través de todos los espacios, el irradiar del aura solar se dividía y volvía a encontrarse; pero de tal manera que lo que se sumergía en las cosas fue, a la vez, luz creadora) “es el sol y es también la luna” (la que también se percibía de otra manera); “pues en todo ello hállase el puro principio Brahman.”

¿Qué es el puro principio Brahman?

El materialista cree que con el aliento sólo aspiramos oxígeno, pero está equivocado. Con cada aliento aspiramos y espiramos espíritu. El espíritu que vive en el aliento penetra en nosotros y sale de nosotros. El clarividente antiguo no tuvo la sensación del materialista quien, por prejuicio, piensa que aspira oxígeno; aquel, en cambio, sabía que se aspira el elemento etéreo del espíritu, “Brahman”, al que se debe la vida, y que, al acoger Brahman, se vive. El purísimo elemento Brahman constituye la causa de nuestra propia vida, y ¿ a qué altura se elevan los conceptos de esta antiquísima pura sabiduría; esa sabiduría que es similar al éter y a la luz?

Los hombres de nuestro tiempo creen que saben pensar perfectamente bien. Pero si se observa cómo, para explicar algo, todo lo confunden en forma desordenada, este pensar actual, principalmente el pensar lógico, no nos infunde mucho respeto. Aunque parezca abstracto, voy a ilustrarlo brevemente. Supongamos tener ante nosotros un animal amarillo con melena; lo llamaremos “león”. Luego preguntamos ¿ qué es un león? y se nos responde: un animal carnicero. Seguimos preguntando ¿ qué es un animal carnicero? Se nos contesta: un mamífero. Nuevamente preguntamos ¿qué es un mamífero? La respuesta será: un ser viviente. Y así seguimos explicando un concepto por otro. La mayoría de la gente cree proceder con toda claridad, si ellos enlazan así las preguntas, unas con otras. Cuando se habla de cosas espirituales —incluso de las más sublimes — también se suele preguntar de esa manera hasta el infinito. Así por ejemplo: ¿qué es Dios?, o ¿qué es el principio del mundo?, o también ¿qué es el fin del mundo? Y muchos piensan que con relación a las cosas superiores pueda preguntarse de la misma manera como sobre las cosas cotidianas. Ellos no se dan cuenta que lo característico es, precisamente, que con relación a las cosas supremas ya no se puede preguntar así. Cuando se asciende del “león” al “animal carnicero” etc., debe de llegarse finalmente a algo que no es posible describirlo de esa manera, pues la pregunta ¿qué es eso? ya no tiene ningún sentido. Al preguntar así, se trata de determinar el atributo correspondiente, pero al final se llega a un ser supremo al que se concibe por sí mismo. En cuanto a la lógica, la pregunta ¿qué es Dios? no tiene ningún sentido. Todo puede considerarse consecutivamente hasta lo supremo, pero a éste ya no se le debe agregar atributo alguno, pues la contestación ha de ser: “Dios es”; puesto que, de otro modo, aquello por lo cual se describiría a Dios, tendría que serle superior; y esto sería la más curiosa de todas las contradicciones. El hecho de que tal pregunta siga formulándose hasta nuestros días testimonia cuán sublime se nos presenta Krishna, en tiempos remotos, cuando dice que los Devas se reúnen en torno del trono del Todopoderoso y, en devoción, le preguntan, quién es El mismo; y El contesta: “Si aparte de mí mismo, otro existiera, describiría a mí mismo a través de él”. Pero esto no lo hace; no se describe a sí mismo a través de otro. Por ello podemos decir que en devoción, al igual que los Devas, somos conducidos ante la antigua sagrada cultura y, al mismo tiempo, la admiramos en su grandiosa altitud lógica, que fue alcanzada no por el pensar sino por la antigua clarividencia y porque esa gente sabía espontáneamente: cuando se llega a las causas, terminan las preguntas, pues las causas se perciben. A nosotros nos toca admirar lo que nos ha llegado de esos tiempos remotos, como si los seres espirituales de quienes lo hemos recibido, nos dijesen: “Allí terminó la era en que los hombres poseían la visión espontánea de los mundos espirituales. Esto ya no volverá a ser”. Pero nosotros lo registramos para elevarnos a lo que otrora fue dado a la clarividencia humana.

Así figura en el Bhagavad Gita, en las Vedas todo aquello que, como un fin, se sintetiza en Krishna, y que no será superado; ello volverá a percibirse por la nueva clarividencia, pero no puede comprenderse en su profundidad mediante las facultades que el hombre adquirió más tarde. Es por ello que, abstrayendo de lo que por el desarrollo de la nueva clarividencia puede alcanzarse, hemos de decirnos que en toda la esfera de la cultura exterior nunca jamás podrá llegarse a lo que fue la antiquísima sagrada revelación. Empero, por su propia evolución y el discipulado científico-espiritual, el alma humana sí podrá ascender y volver a alcanzarlo. Lo que antes a la humanidad fue dado normalmente, por así decirlo, no lo podrá adquirir en los estados normales cotidianos. Es por ello que esas verdades declinaron. En pensadores como Fichte, Schelling y Hegel, quienes desarrollaron su pensar hasta la máxima pureza posible, estas cosas pueden volver a manifestarse, si bien no tan llenas de vida, ni con el matiz personal como en Krishna, pero sí en forma de ideas; jamás en la forma de la antigua clarividencia. Esta última se extinguió lenta y paulatinamente en el transcurso de los tiempos postatlantes.

De la primera cultura post-atlante, de la antigua India, no existen documentos exteriores, pues en aquella época los hombres aún poseían la visión del mundo espiritual. Las sublimes revelaciones que entonces a la humanidad fueron dadas, sólo pueden reencontrarse por la Crónica del Akasha. Paso a paso, las facultades de la humanidad fueron disminuyéndose; y en la segunda cultura post-atlante, la antigua persa, las revelaciones ya no existieron en su pureza primitiva; menos aún en el tercer período, la cultura egipcio-caldea. Para un criterio real, hay que tener presente que de esas primeras culturas no existen documentos exteriores ni tampoco de otros pueblos de esos tiempos. Ningún documento escrito poseemos de la cultura 1e la antigua India, ni tampoco de la antigua cultura persa. Todo lo que de esta última tenemos por escrito es solamente resonancia de lo transmitido a la posteridad. Sólo a partir de la tercera cultura, la babilonio-caldea, existen documentos por escrito. Durante el decurso de la primitiva cultura persa hubo un segundo período de la cultura india, coincidente con la persa; y durante la cultura babilonio-caldeoegipcia, se inició en la India un tercer período; y fue entonces que se empezó a registrar por escrito lo sucedido. A los últimos tiempos de este tercer período pertenece, por ejemplo, el contenido de las Vedas, el que luego penetró en la vida exterior. Estos son los escritos en que también se habla de Krishna.

Por lo tanto, cuando se habla de escritos, no hay que pensar que estos pertenezcan a la primera cultura de la India, sino que se trata de documentos del tercer período, anotaciones que fueron hechas porque en el tercer período poco a poco se extinguieron los restos de la antigua clarividencia. Al tocar a su fin la tercera era, y cuando la humanidad había perdido lo que originariamente poseía, apareció Krishna para conservar lo que estaba por perderse.

Cuando la tradición dice que Krishna apareció en la “tercera era”, se refiere, pues, a lo que llamamos la “cultura egipcio-caldea”, todo de acuerdo con lo que estamos caracterizando como la sabiduría indio-oriental de Krishna. Cuando la antigua clarividencia y todos sus tesoros empezaban a perderse, apareció Krishna para revelarlos de la justa manera, con el fin de conservarlos para los tiempos venideros. En este sentido hemos de ver en Krishna el fin de algo grandioso y poderoso; y lo que nosotros decimos, concuerda plenamente con los documentos de Oriente. Sería absurdo hablar de lo “occidental” y lo “oriental”, porque no importa que hablemos, con estas o aquellas palabras, en Oriente o en Occidente, sino que lo hagamos con la justa comprensión de lo enunciado.

Así vemos en Krishna el fin de una evolución. Pocos siglos después viene el Buda, y podemos preguntar: ¿En qué sentido hemos de ver en Buda el otro polo de ese fin; y cómo se relaciona Buda con Krishna?

Contemplemos nuevamente la característica que de Krishna hemos dado: El nos ha dado grandes y poderosas revelaciones clarividentes de los tiempos primitivos, con palabras que la humanidad de tiempos nuevos puede comprender como resonancia de la antigua clarividencia. De estas revelaciones se puede decir que ellas contienen la sabiduría acerca del mundo espiritual, el mundo de las causas y de los hechos espirituales detrás del mundo físico. Quién ahonde en las palabras de las Vedas, en todo cuanto la revelación de Krishna abraza, podrá decirse: este es el mundo que el hombre considera como el suyo y que se halla detrás del mundo que él ve con sus ojos y al que toca con las manos, etc. ¡Tú, alma humana, perteneces al mundo del que Krishna nos habla!

En los siglos después de Krishna, el alma humana comprendía que esas maravillosas revelaciones antiguas hablan de la verdadera patria espiritual celeste de la humanidad. Por otra parte, el hombre percibía el mundo circundante, veía con los ojos, oía con los oídos, tocaba las cosas mediante el sentido del tacto, reflexionaba sobre ellas con el intelecto, el que jamás penetra en lo espiritual de las revelaciones de Krishna; y pudo decirse: “Detrás del mundo físico, el único que ahora conocemos, existe el mundo que es nuestra patria espiritual. Ya no vivimos en ella; hemos sido expulsados del mundo del que Krishna habla con sublimes palabras”.

Después viene el Buda. ¿Cómo habla él del esplendor de ese mundo del que Krishna había hablado? Buda dice: “Es verdad que vosotros vivís en el mundo de los sentidos. A éste os ha conducido la sed que os hace pasar de encarnación en encarnación. Pero yo os hablo del camino que podrá libraros de este mundo que no es el mundo de Krishna, y conduciros al mundo del que Krishna había hablado”. Cual añoranza por el mundo de Krishna resuena en los siglos posteriores al Buda la enseñanza de éste. En tal sentido, el Buda aparece como el último sucesor de Krishna, sucesor que debía aparecer. Y si Buda hubiera hablado de Krishna mismo podría haber dicho: “He venido para volver a enunciar la sabiduría superior del que estuvo antes de mí. Mirad hacia atrás a Krishna que fue superior, y veréis lo que alcanzaréis si abandonáis el mundo al que ya no podéis considerar como vuestra verdadera patria espiritual. Yo os indico el camino que conduce a la liberación del mundo de los sentidos; os conduzco atrás a Krishna”. Así podría haber hablado el Buda. Lo expresó de una manera algo distinta, diciendo: “En el mundo en que vivís hay sufrimiento, sufrimiento, sufrimiento. El nacer es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, el no estar unido con lo que amamos es sufrimiento; estar unido con lo que no amamos es sufrimiento; desear y no conseguir lo que amamos es sufrimiento”. Y con el “sendero de ocho etapas” dio una enseñanza que no pasaba de lo dado por Krishna porque su enseñanza contenía lo que Krishna había dado. “He venido después del que fue superior; pero os indico el camino hacia atrás a aquel que fue superior que yo.” Esto resuena como palabras históricouniversales que nos llegan del país del Ganges.

Pasemos ahora un poco más al oeste y representémonos una vez más la figura del Bautista; pero tengamos también presente las palabras que bien podría haber dicho el Buda: “He venido después de él, después de Krishna, pues él es más grande que yo, y yo voy a indicaros el camino que desde el mundo que no contiene el mundo divino de Krishna conduce atrás a él. Dirigid la mirada hacia atrás”. Veamos ahora al Bautista, como él hablaba, como él expresaba su pensar y los hechos del mundo espiritual. El también habló de “otro” pero no como el Buda quien decía: “Yo he venido después de él”, sino diciendo: “Tras mí viene El que es más poderoso que yo”. Tampoco dice: “En este mundo hay sufrimiento y yo os conduzco hacia afuera de este mundo”; sino que amonesta: “Arrepentíos, no miréis atrás, sino hacia adelante. Cuando llegue el más poderoso, será cumplido el tiempo, y en el mundo en que hay sufrimiento entrará el mundo celestial; y las almas humanas entrarán de un modo nuevo en lo que habían perdido”.

Así vemos que el Buda es el sucesor de Krishna y Juan Bautista el precursor del Cristo Jesús; los distintos hechos en sentido inverso. Así se nos presentan los seis siglos entre aquellos dos acontecimientos: nuevamente dos cometas con sus centros. Por un lado, Krishna con el centro orientado hacia atrás; asimismo Buda quien conduce a los hombres atrás; por el otro lado, el centro orientado hacia adelante, la figura del “precursor”. Si en el mejor sentido concebimos a Buda como sucesor de Krishna, y a Juan Bautista como precursor de Cristo Jesús, tenemos la fórmula que más sencillamente expresa y nos permite comprender lo acontecido en la evolución de la humanidad hacia el Misterio de Gólgota. No se trata de una cuestión de esta o aquella religión del mundo, sino simplemente de hechos de la historia universal. Quien los comprenda verdaderamente, jamás los describirá de otra manera. Resulta extraño que se nos diga que nosotros- asignamos al cristianismo una posición superior a las demás religiones, ya que tampoco se trata de emplear términos abstractos, tales como “superior” o “inferior”. En vez de hablar de “más alto” o menos alto, queremos caracterizar las cosas en su verdad. Si examinamos lo publicado sobre Krishna, veremos si efectivamente hay algo más grande de lo que nosotros tratamos de expresar sobre él. Lo demás son meramente discusiones inútiles. La verdad se revelará al espíritu que considere la esencia de las cosas.

Estas conferencias sobre el más sencillo y, al mismo tiempo el más grandioso de los Evangelios, nos dan la oportunidad de considerar toda la posición cósmico-terrestre del Cristo; por ello tuvimos que contemplar lo que había encontrado su fin al asomarse el albor del futuro de la humanidad.

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919