GA139Basel 24 septiembre de 1912 evangelio de s. Marcos EL VERBO DEL PRINCIPIO - ESENCIA DE LA TIERRA

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Rudolf Steiner

EL VERBO DEL PRINCIPIO - ESENCIA DE LA TIERRA

10ª conferencia

Basel 24 septiembre de 1912

En la conferencia anterior hemos visto que, según el relato en el Evangelio de Marcos, hubo una interrupción de la convivencia de los discípulos escogidos con el Cristo Jesús, un hecho a que también en los otros Evangelios se alude claramente. Justamente los más cercanos en torno de El no participaron de lo acontecido a partir de la entrega del Cristo Jesús, o sea, del juicio, de la condena y de la crucifixión. Este hecho se destaca deliberadamente, lo que es otra particularidad del Evangelio. Con ello se quiere dar a entender cuál debe ser la característica del camino que conduce a la comprensión del Misterio de Gólgota y cómo, en los tiempos posteriores al Misterio de Gólgota, los hombres podrán llegar a esa comprensión. Al respecto, hay que tener presente que tal comprensión deberá alcanzas-se de un modo totalmente distinto a como se llega a comprender cualquier otro hecho histórico de la evolución de la humanidad. Justamente lo sucedido en nuestra época nos enseña de qué se trata.

Desde el siglo XVIII, partiendo de los más diversos puntos de vista, el pensar moderno está buscando una especie de apoyo para la fe en el Misterio de Gólgota; y esta búsqueda ha pasado por múltiples aspectos.

Anteriormente al siglo XVIII no interesaba, en el fondo, la característica de los documentos históricos —en el sentido en que se suele considerarlos como “documentos históricos”_ los que puedan servir para corroborar la existencia de Cristo Jesús. Mucho más vivía en las almas humanas el efecto visible del Misterio de Gólgota, de modo que no se consideraba necesario preguntar si algún documento atestiguaba que Cristo había vivido. Para los que profesaban el cristianismo era lo más natural creer en la existencia de Cristo Jesús como asimismo —y esto mucho más de lo que hoy día se piensa— basarse en el convencimiento de su naturaleza espiritual-divina; humana y sobrehumana, al mismo tiempo. Pero cada vez más se aproximaban los tiempos del materialismo; y paralelamente sobrevenía lo que necesariamente se relaciono con la concepción materialista: ella no tolera tomar en consideración que en el ser humano haya algo de una individualidad superior, ni tampoco tolera que aparte del aspecto exterior de la personalidad se considere la existencia de un elemento espiritual del hombre. Para la observación material (que es la acostumbrada en nuestra época) todos los hombres se parecen entre sí: todos tienen dos piernas, una cabeza con su cabello y dos ojos, la nariz en el centro del rostro. Como todos son “iguales”, no hay motivo para buscar algo más detrás del hombre exterior; y el materialismo no admite que detrás de una persona haya algo distinto de todos los demás. De esta manera se perdió la posibilidad de comprender que en el hombre “Jesús de Nazareth” pudiese haber existido el “Cristo”. Finalmente, al entrar en el siglo XIX, se perdió la idea del “Cristo”. Cada vez más, sólo se tomó en consideración al “Jesús de Nazareth” quien habría nacido en Nazareth; vivió como hombre, pero difundiendo los mejores principios, y que de alguna manera habría sufrido el martirio. En lugar del Cristo Jesús se llegó a hablar del hombre Jesús. Para la concepción materialista esto fue lo más natural.

Como consecuencia natural surgió en el siglo XIX, la así llamada “investigación acerca de la vida de Jesús”; e incluso la teología racionalista se contentó con esta investigación de la vida de Jesús, compilando los datos correspondientes de la misma manera como esto se practica, por ejemplo, en lo referente a Carlomagno u otras personalidades históricas. Pero reunir datos sobre Jesús de Nazareth es tarea bastante difícil. Como documentos principales existen, ante todo, los Evangelios y las Epístolas de San Pablo. Se entiende, sin embargo, que los Evangelios como tales no pueden considerarse como “documentos históricos”. Son cuatro libros que para la consideración exterior materialista resultan contradictorios entre sí… pero en el curso de la investigación se trató de hallar toda clase de solución. En esta solución hubo un período, dentro del tiempo materialista en que, por no creer en “milagros”, se los interpretaba de la más curiosa manera. Así por ejemplo: en cuanto a la aparición del Cristo Jesús junto a la mar, se decía que El no caminaba físicamente sobre el agua; pero que los discípulos desconocían las condiciones del mundo físico y, en determinado momento de la investigación, se dio la explicación de que los apóstoles estaban en el barco, y en la orilla del otro lado andaba el Cristo Jesús; de esta manera ellos creían que El anduviese sobre el agua. Pero hubo también aberraciones racionalistas todavía más absurdas; por ejemplo que para transformar el agua en vino, se la habría mezclado con algo así como una esencia de vino. A otro se le ocurrió explicar bautismo en el Jordán presumiendo que justamente en ese instante una paloma habría volado sobre el lugar. ¡Todas estas cosas existen en el campo de la ciencia que se jacta de rigurosamente objetiva! Empero, dejando a un lado semejantes aberraciones, podemos considerar la investigación que, desechando lo suprasensible, trató de clasificarlo como añadidura materialista, diciendo: si no es posible creer realmente en Cristo Jesús, si se pone en duda que el hijo de un carpintero de Nazareth, a los doce años de edad pudiese haber estado en el templo, etc. — si se excluye todo lo metafísico y si se combina lo que en los distintos Evangelios concuerda y lo que no concuerda, se llegaría tal caso a una especie de biografía de Jesús de Nazareth. Esto se trató de hacer de la más variada manera, con el resultado, por supuesto, que cada una de esas biografías fue distinta de las demás. Además, hubo un tiempo de la investigación de la vida de Jesús, en que se veía en Jesús de Nazareth a un hombre superior, de una manera similar a como se caracteriza a Sócrates, según una Concepción superior.

Empero, la referida investigación que ante todo quiso llegar a una biografía de Jesús de Nazareth, debía encontrar Oposición con respecto a dos puntos de vista: primero, frente a los documentos mismos; puesto que en el sentido en que los historiadores avaloran los “documentos históricos”, los Evangelios no lo son. Esto se debe en primer lugar a las muchísimas contradicciones y a toda su tradición. Por otra parte, a la investigación de la vida de Jesús, últimamente se agregó algo como resultado de quienes tomaron en consideración ciertos pasajes en los Evangelios: términos que se repiten y de los cuales sabemos que se refieren a hechos suprasensibles. Pero estas otras personas, prisioneros de su fe materialista, si bien encontraron esas cosas, no pudieron simplemente escamotearlas de investigación, tal como se había procedido hasta entonces. Esto condujo en los últimos años a la investigación acerca del Cristo, mientras que la investigación de la vida de Jesús culminó en lo que un erudito contemporáneo llegó a llamar el “hombre sencillo de Nazareth”. Y muchos lo encontraron más agradable y más conveniente hablar del “hombre sencillo de Nazareth” en vez de reconocer algo superior o de elevarse al Hombre-Dios. No obstante, otros si encontraron al Hombre-Dios, y así resultó la investigación acerca del Cristo.

Esta es una cosa bastante curiosa, que en forma grotesca aparece en el libro “Ecce Deus” de Benjamín Smith y en otros de sus escritos. Allí se dice que en realidad un “Jesús de Nazareth” jamás existió; se trata simplemente de un mito. ¿Y qué es el Cristo del cual hablan los Evangelios? Pues bien, es un dios imaginario, un ideal. Desde tal punto de vista, esa gente tiene motivos suficientes para negar la existencia de “Jesús de Nazareth”; puesto que los Evangelios hablan del “Cristo” y le atribuyen cualidades que según la concepción materialista no existen. De ahí resulta con evidencia que históricamente el Cristo no puede haber existido y que se trata de una figura imaginaria, creada como obra de arte en la época en que se sitúa al Misterio de Gólgota. De esta manera se dejó de hablar, últimamente, del “Jesús”, pasando al “Cristo”, pero éste no es ninguna entidad “real”, sino que meramente vive en los pensamientos humanos. Hoy en día, todo en este campo es sin fundamento. Naturalmente, el público en general, apenas tiene conocimiento de lo que allí ocurre. En el fondo, todo cuanto en la ciencia se refiere al Misterio de Gólgota, está socavado, sin ningún fundamento firme. La investigación de la vida de Jesús se ha desprestigiado, porque nada puede comprobar; y la investigación acerca del Cristo está fuera de una seria discusión. Empero, lo principal es el profundo efecto del obrar de la entidad relacionada con el Misterio de Gólgota. Si todo fuera “imaginario”, nuestro tiempo materialista debería llegar a la conclusión de que es inútil ocuparse de ello, pues un tiempo materialista no puede creer en una “imaginación” que habría cumplido con la más importante misión de todos los tiempos. Nuestro tiempo racionalista ha llegado a un extremo en cuanto a la acumulación de contradicciones, y no se da cuenta que justamente en el campo científico merece que referente a lo expuesto se apliquen las palabras: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Esto realmente corresponde a toda la investigación actual acerca de Jesús y del Cristo, la que se niega a apoyarse seria y dignamente en la base espiritual.

El Evangelio mismo alude claramente a lo que de la manera expuesta surgió en nuestro tiempo. Los materialistas que sólo quieren creer lo que la existencia sensorial ofrece a la conciencia materialista, no pueden encontrar el camino al Cristo Jesús, pues este camino ha quedado cerrado debido a que los más cercanos al Cristo le abandonaron precisamente al realizarse el Misterio de Gólgota, y sólo más tarde volvieron a encontrarle; por lo cual no participaron de lo que entonces en el plano físico tuvo lugar. Y todo el mundo sabe que, del otro lado, no se dio ningún documento fehaciente. No obstante, hállase precisamente el Misterio de Gólgota tanto en el Evangelio de Mareos como asimismo en los relatos de los otros Evangelios.

¿Cómo se logró hacer esos relatos?

Es sumamente importante contemplarlo.

Considerémoslo únicamente con respecto al Evangelio de Marcos. En él se explica suficientemente, si bien en forma breve y concisa, después de la escena de la resurrección, que el mancebo de la vestimenta blancatalar, es decir el Cristo cósmico, volvió a aparecer para los discípulos, dándoles impulsos, después de haberse realizado el Misterio de Gólgota. Compenetrados del impulso recibido, a los apóstoles tales como por ejemplo Pedro, se les encendió la visión clarividente, de modo que les fue posible ver más tarde, por clarividencia, lo que no habían percibido físicamente, porque habían huido. A Pedro y los que después de la resurrección del Cristo, también fueron dotados del discipulado, se les abrió la vista clarividente, de modo que pudieron ver el Misterio de Gólgota. ¡Únicamente el camino clarividente conduce al Misterio de Gólgota, aunque se había realizado en el plano físico! Esto hay que tenerlo presente. El Evangelio lo da a entender, cuando relata que en el momento decisivo los más llamados habían huido. Pero después de haber recibido el impulso del Cristo resucitado, en un alma como la de Pedro se despertó el recuerdo de lo sucedido después de la huida. Comúnmente, el hombre sólo recuerda lo vivenciado dentro de la existencia sensoria. En cambio, mediante una clarividencia como la que se suscitó en los discípulos —en contraste al recuerdo común— se perciben, como por memoria, acontecimientos físico-sensibles que no habían sido presenciados. En un alma como la de Pedro, se trata pues de un surgimiento del recuerdo de lo acontecido sin haberlo presenciado. Y a los que estaban dispuestos a oírle, Pedro enseñó entonces, en base a la memoria, lo concerniente al Misterio de Gólgota, quiere decir que enseñó lo que él recordaba sin haberlo presenciado.

De esta manera, el Misterio de Gólgota apareció como enseñanza, como revelación. Pero el impulso del Cristo, dado a semejantes discípulos como lo fue Pedro, también se transmitió a los discípulos de estos apóstoles; y uno de ellos, discípulo de Pedro, fue quien originariamente compuso —si bien verbalmente, no más — el así llamado Evangelio de Marcos. El impulso recibido por Pedro se transmitió al alma de Marcos, de modo que en su alma propia, se suscitó la visión de lo acontecido en Jerusalén, como el Misterio de Gólgota. Durante algún tiempo, Marcos había sido discípulo de Pedro. Después se trasladó a un lugar que le sirvió verdaderamente de ambiente apropiado para darle a su Evangelio justamente el matiz que a este libro se le debía conferir.

En toda nuestra exposición hemos visto que el Evangelio de Marcos nos permite sentir lo más claramente la grandeza cósmica y la importancia del Cristo. Y fue precisamente el lugar al cual había sido trasladado que influyó sobre el primitivo autor del Evangelio de Marcos para crear ese relato de la grandeza cósmica del Cristo. En efecto, fue trasladado a Alexandría en Egipto, donde vivió en una época en que la sabiduría judía de carácter teosófico- filosófico había alcanzado cierta altura; y allí pudo acoger lo mejor del gnosticismo pagano. También pudo acoger ideas concernientes al descender del ser humano desde lo espiritual; pensamientos sobre la relación del hombre con Lucifer y Arimán; sobre el penetrar en el alma humana de las fuerzas luciféricas y arimánicas; todo esto lo acogió del gnosticismo pagano, para la comprensión del origen cósmico del hombre en relación a la reconstitución de nuestro planeta. Pero también pudo percatarse, precisamente allí en Egipto, de cuán grande fue el contraste entre la primitiva predestinación del hombre y lo que había llegado a ser. Esto se evidencia ante todo en la cultura egipcia que había tenido su origen en las más sublimes revelaciones, las que encontraron su manifestación en la arquitectura egipcia, principalmente en las pirámides y en los palacios, en la cultura de las esfinges; pero esta cultura egipcia llegaba, cada vez más, a la decadencia y a la corrupción, de modo que justamente sus obras más grandes caían, más y más, durante el tercer período cultural, en las peores aberraciones espirituales y de la magia negra. No obstante, quien supo verlo espiritualmente, todavía llegaba a descubrir en la civilización egipcia los más profundos misterios, porque todo tenía su origen en la sabiduría pura de Hermes; pero sólo lo veía el alma apropiada, capaz de percibir el fondo y no la corrupción existente. Ya en la época de Moisés, la corrupción se había extendido mucho; y lo bueno que por un lado existió, apenas perceptible para un alma tan noble, Moisés debió extraerlo de la cultura egipcia con el fin de transmitirlo a la posteridad. Pero después, la corrupción en sentido espiritual siguió extendiéndose.

Con el alma viviente, Marcos percibió la decadencia de la humanidad, vio principalmente que las ideas se trastrocaban en materialistas. Ante todo se percató de un hecho que en nuestro tiempo, si bien en otra forma, puede percibir el hombre cuyo sentimiento es susceptible de ello. En cierto modo presenciamos en nuestra época el resurgimiento de la cultura egipcia. Muchas veces me he referido a los curiosos concatenamientos que se producen en la cultura de la humanidad: dentro de los siete períodos sucesivos de una era extensa, el cuarto período cultural, con el helenismo y el Misterio de Gólgota, existe por sí solo; pero el tercer período, el de la cultura egipcio-caldea, se reproduce — de una manera que carece de espiritualidad— en la ciencia actual, dentro de nuestra propia cultura. En nuestra cultura materialista e incluso en la civilización exterior tenemos, en la 4uinta cultura, cierto resurgimiento de la tercera. De un modo similar reaparecerá la segunda cultura en la sexta y la primera en la séptima. Así se concadenan entre sí los distintos períodos culturales. En nuestros días experimentamos lo que un genio como Marcos había vivenciado intensamente. Si dirigimos la mirada sobre nuestra cultura, sin tomar en cuenta la opinión corriente que se niega a verlo, y dejando a un lado los fenómenos más corruptos, podemos decir que todo está mecanizado y que dentro de nuestra cultura materialista verdaderamente se idolatra al mecanismo. Ciertamente la gente no lo llama veneración o devoción, pero las fuerzas del alma que otrora se dirigían hacia las entidades espirituales, se las dirige ahora hacia las máquinas, a los mecanismos. A ellos se dedica toda la atención, como en otros tiempos se la dedicaba a los dioses. Es que principalmente la ciencia ni se da cuenta cuán poco ella realmente tiene que ver con la verdad y con la lógica genuina. Considerado desde un punto de vista superior, existe, ciertamente, un profundo afán y una intensa inquietud, pero no en la ciencia de carácter oficial. En ella rige un contentarse con lo irreal y lo ilógico, sin darse cuenta de estar sumergida en lo contrario de la lógica. Al percibirlo y al vivenciarlo, deberá encenderse un polo por contacto con el otro, dentro de la evolución de la humanidad. Precisamente lo irreal y lo ilógico de la ciencia exterior, este envanecerse sin darse cuenta de la verdadera posición en que ella se halla; todo esto deberá conducir y conducirá, paso a paso, a la más noble reacción del alma humana, a la búsqueda de lo espiritual. Durante mucho tiempo más los hombres que están sumergidos en lo desnatural y en la falta de lógica probablemente continuarán burlándose de la ciencia espiritual, o a calificarla como un peligro. No obstante, por sí solo se encenderá el otro polo por la fuerza interior de los hechos. Para abreviar el camino, debemos verdaderamente optar —sin compromiso— por la vida espiritual y dejar que sus impulsos produzcan efecto en nosotros. Cuanto más tengamos presente que hay que encender la interioridad de la vida espiritual y que lo justificado del pensar materialista de nuestro tiempo sólo debe verse en sus resultados prácticos, tanto mejor será. En sus progresos reales, la ciencia corriente hállase en armonía con la investigación espiritual. Por otra parte, pueden comprobarse múltiples errores de pensamiento en todo lo que hoy día se considera como firme resultado científico. Pero cuanto más errores se cometen, tanto más esa ciencia se jacta de sus resultados — y declama contra la ciencia espiritual.

Todo esto producirá la más noble reacción y, cada vez más, suscitará el anhelo de la ciencia espiritual. Semejante reacción es la que en nuestro tiempo corresponde a lo que Marcos debió viven- ciar al evidenciarse en su época que la humanidad había descendido de su anterior altura espiritual a lo meramente material; y de este vivenciar le resultó la profunda comprensión de que el impulso más importante es de naturaleza suprasensible; y en ello también recibió el apoyo de su maestro. Lo que Pedro le había dado, no provenía de un recuerdo sensorial del Misterio de Gólgota, como de alguien que con sus ojos hubiera visto lo acontecido en Jerusalén, sino que todo fue investigado después, por medio de la clarividencia. De esta manera se obtuvieron todas las noticias sobre el Cristo Jesús y el Misterio de Gólgota; éste se llevó a cabo en el plano físico, pero sólo pudo conocerse por la posterior visión clarividente. Esto es algo que hay que tener bien presente: que el Misterio de Gólgota es un acontecimiento cuya comprensión, a pesar de los documentos que nos han quedado, debe buscarse por el camino metafísico. Quien no lo comprende, podrá discutir acerca del valor de uno u otro Evangelio. Para el conocedor de los hechos, no existe ninguna de esas cuestiones, porque él sabe que, fuera del contenido de los Evangelios, debemos fijarnos en lo que, incluso en nuestros días, puede revelarnos la investigación clarividente. Examinando la verdad de lo acontecido, la reconstrucción en base a los datos de la Crónica del Akasha nos enseña cómo hemos de concebir los Evangelios y qué nos dicen los distintos pasajes acerca de lo que en la época en que el hombre desde la altura de antaño había descendido al nivel más bajo, se presentó a la humanidad como la verdadera dignidad y la verdadera naturaleza del ser humano.

Las entidades divino-espirituales dieron al hombre su imagen exterior, su forma exterior; pero lo que desde el antiguo período de la Lemuria vivió en esta forma exterior, siempre se hallaba bajo la influencia de las fuerzas luciféricas y, en la evolución ulterior, también bajo la influencia de las fuerzas arimánicas. Bajo estas influencias finalmente se desarrolló lo que la gente llama ciencia, conocimiento, comprensión. No hemos de extrañarnos, pues, que, precisamente en aquel tiempo, si a la humanidad se le hubiera mostrado la verdadera naturaleza suprasensible del ser humano, los hombres la hubieran reconocido en el menor grado, porque no sabían en qué consiste ese verdadero ser. El saber y la cognición del hombre se enredaron, cada vez más, en la existencia sensorial, de modo que cada vez menos pudieron abarcar la verdadera naturaleza humana.

Estos son los hechos que debemos tener presente si consideramos, nuevamente, lo característico del Hijo del Hombre, la figura que se halla ante nosotros en el instante en que, según el Evangelio de Marcos, se había aflojado el contacto del Cristo cósmico con el Hijo del Hombre. Allí se encontró ante la humanidad la figura del hombre tal como la dieron las potencias divino-

espirituales. Así estuvo, pero ennoblecida, espiritualizada por la morada, durante tres años, del Cristo en Jesús de Nazareth. La humanidad sólo había adquirido la comprensión en base a la comprensividad alcanzada según los milenarios influjos luciférico y arimánico. Pero allí estuvo, reconstituido, ante los hombres lo que el ser humano había sido antes de la venida de Lucifer y de Arimán. Únicamente por el impulso del Cristo cósmico, el hombre volvió a ser lo que había sido al descender del mundo espiritual al mundo físico. Allí estuvo, el Espíritu de la Humanidad, el Hijo del Hombre ante aquellos que fueron los jueces, los verdugos; pero estuvo allí tal como había llegado a ser al haberse desprendido de la naturaleza humana todo lo que con El había descendido a la Tierra. Allí estuvo, al realizarse el Misterio de Gólgota, la imagen del hombre ante la cual los demás, en veneración, deberían haber dicho: “Allí estoy, como sublime ideal de mi propia forma, la que debo llegar a ser a través del más ferviente aspirar que de mi alma puede surgir; estoy delante del único ser digno de veneración y de adoración: ante lo divino en mí mismo”. Si los apóstoles hubiesen sido capaces del auto- conocimiento, hubieran llegado a decirse: dentro de la vastedad en torno nuestro nada existe cuyo ser y grandeza pueda compararse con lo que se halla ante nosotros como ¡Hijo del Hombre!

La humanidad de entonces carecía del autoconocimiento. ¿Y qué hacía? Escupía en El, el Hijo del Hombre, y le flagelaba. Después le llevó al lugar de la crucifixión. Esta es la peripecia dramática, el contraste entre lo que debería haberse producido: el reconocimiento de lo que allí estuvo, la figura con que nada en el mundo puede compararse, — y lo que se nos relata. Se describe al hombre que en vez del autoconocimiento se envilece, se mata a sí mismo porque no es capaz de conocerse a sí mismo y que sólo a través de esta lección cósmica puede recibir el impulso de conquistar, paso a paso, en la ulterior evolución terrestre, su verdadera naturaleza.

He allí el momento histórico universal, y así hemos de caracterizarlo de acuerdo con el relato grandioso y trascendental del Evangelio de Marcos. No basta con comprenderlo, sino que esto debe tomarse con el calor del sentimiento. Considerándolo así, se percibirá la gran diferencia entre lo que el Evangelio quiere decir y lo que hoy en día se suele presentarnos. En quien lo comprende de manera tal que llega a sentir la conformación artística y el profundo contenido del Evangelio de Marcos, este sentimiento se transformará en un hecho interior, aquel hecho real que hace falta para ganar la relación adecuada con el Cristo Jesús. El alma debe entregarse al sentimiento contemplativo que podríamos caracterizar de esta manera: mis semejantes que se hallaban en torno del Hijo del Hombre y que deberían haber reconocido el sublime ideal de sí mismo ¡cuán grande ha sido su error!

El hombre representativo de nuestra época materialista, el racionalista, no vacila en expresarse como sigue: “Hasta ahora, nadie ha contestado esta pregunta: ¿por qué la existencia es así; por qué padecemos el sufrimiento? Buda, Cristo, Sócrates, Giordano Bruno, ninguno de ellos fue capaz de correr este velo, ni en lo más mínimo”. Esto se repite en innumerables variantes; y quienes lo dicen no se dan cuenta de que se tienen a sí mismos por superiores a Buda, Cristo, Sócrates, etc. Esto es así en la época en que cada privatdocent cree comprender mejor los hechos históricos y escribe sus libros porque debe escribirlos.

No por criticismo se exponen estas cosas, sino porque únicamente si las contemplamos debidamente, ganaremos el justo distanciamiento a lo sobremanera grandioso, como lo son los Evangelios, como lo es el Evangelio de Marcos. Pero como los hombres sólo se elevan lentamente a tal altura, resulta que siempre de nuevo se entregan a malentendidos y nos presentan las más extremas desfiguraciones. En todos sus pormenores, los Evangelios son grandiosos, y cada detalle puede enseñarnos algo extraordinario. Tendría que extenderme mucho para exponer todos los grandes pensamientos del Evangelio de Marcos, pero justamente el principio del decimosexto capítulo nos hace ver cuán profundo su autor penetró en los misterios de la existencia. El sabía que la humanidad, desde las alturas espirituales había caído en el materialismo y cuán poco, en la época del Misterio de Gólgota, la comprensividad humana estaba a la altura de comprenderlo

Ahora bien, muchas veces me he referido a lo característico de lo que en el ser humano son los elementos “femenino” y “masculino”, y que en cierto modo, no como individuo, sino como “feminidad” el elemento mujer no descendió enteramente al plano físico, mientras que el hombre, tampoco como individuo, sino como “masculinidad” traspasó el punto bajo; de modo que en realidad lo verdadero humane se halla entre varón y mujer. Es también por esta razón que en las distintas encarnaciones la individualidad cambia de sexo. Pero igualmente es así que, debido a la distinta conformación del cerebro y al distinto uso que de él sabe hacer, la mujer precisamente como mujer, es capaz de concebir más fácilmente las ideas espirituales. El hombre, en cambio, por la corporalidad física exterior, posee más bien la organización para pensar las ideas materialistas; puesto que, usando un término grosero, su cerebro es más duro. El cerebro de la mujer es más blando, no tan egocéntrico, tan endurecido; pero todo esto no dice nada sobre el individuo como tal. ¡Que nadie le atribuya lo bueno o lo malo individual! En no pocos cuerpos de mujer se halla una cabeza bastante obstinada; en cuanto al contrario — ni hablar. Por lo general es así que, cuando se trata de comprender algo peculiar, el cerebro de mujer resulta más apropiado, siempre que para ello exista buena voluntad. Es por esta razón que el autor del Evangelio, después de haberse realizado el Misterio de Gólgota, primero hace acercarse mujeres.

Y como pasó el sábado, María

Magdalena, y María madre de Jacobo, y Salomé, compraron drogas aromáticas, para venir a ungirle”

Es a ellas que primero les aparece el mancebo, el Cristo cósmico; sólo después a los hombres. Hasta en semejantes pormenores de la composición se evidencia en los Evangelios y principalmente en el Evangelio de Marcos, el verdadero ocultismo, la genuina ciencia espiritual.

Únicamente si así sentimos y si nos hacemos inspirar por el contenido de los Evangelios, encontraremos el camino al Misterio de Gólgota, y entonces ya no existe la pregunta si en sentido histórico exterior se trata o no de documentos auténticos. Los que nada comprenden del asunto, que sigan investigando; para los que por la ciencia espiritual van elevándose a la comprensión de los Evangelios, resulta evidente que éstos, en primer lugar, no quieren ser considerados como documentos “históricos”, sino como testimonios que penetran en el alma. Los impulsos que de ellos emanan, compenetrarán entonces nuestra alma para sentir y vivenciar —sin documentos— que la comprensión, el saber y el conocimiento humanos, frente a la naturaleza humana, se tornaron bajos; le escupieron y la crucificaron, esa naturaleza humana a la cual, en sabio autoconocimiento, tendrían que haber venerado, como sublime ideal. Este sentimiento suscitará el máximo poder para elevarse a lo que a través de ese ideal irradia desde el calvario, para los que quieren sentir y percibirlo. El que la tierra se halla en relación con los mundos espirituales, los hombres sólo lo comprenderán realmente, si llegan a comprender que el Cristo, como realidad espiritual, como entidad cósmica, vivió en el cuerpo de Jesús de Nazareth y que todos los conductores de la humanidad, como precursores de El primero fueron enviados por el Cristo, para allanarle el camino, y para que El sea reconocido y comprendido. Ciertamente, al realizarse el Misterio de Gólgota, toda preparación resultó inútil, ya que en el momento decisivo, todo resultó insuficiente. Pero llegará el tiempo en que los hombres comprenderán no solamente el Misterio de Gólgota, sino todo lo acontecido que conducirá a su mejor comprensión.

En el campo teosófico se suele hablar de la igualdad y del reconocimiento de todas las religiones, aunque en verdad sólo se desea hacer prevalecer la propia como la religión de sabiduría. Pero el europeo no puede hacerlo puesto que ningún pueblo europeo tiene ahora un dios nacional, una divinidad surgida de su propio territorio, como la tienen los pueblos asiáticos. El Cristo Jesús pertenece al Asia, pero influyó sobre los pueblos europeos que le adoptaron. En ello no hay egoísmo

alguno, y significaría tergiversar los hechos, si el hablar del europeo sobre el Cristo Jesús se comparara con la manera como otros pueblos hablan de sus divinidades nacionales: el chino sobre Confucio, o el indio sobre Krishna y Buda. Sobre el Cristo Jesús puede hablarse puramente desde el punto de vista de la historia objetiva. Pero esta historia objetiva tiene que ver con el requerimiento del autoconocimiento del hombre, tan desfigurado, hasta a lo opuesto, al realizarse el Misterio de Gólgota. A través de éste, la humanidad puede recibir el impulso para conocerse a sí misma, de modo que, a su debido tiempo, todas las religiones del mundo, comprendiéndose mutuamente, llegarán a cooperar unas con otras, para comprender lo que significa él Misterio de Gólgota y para hacer su impulso accesible a los hombres. Cuando se llegue a comprender que, hablando del Cristo Jesús, no se trata de una religión egoísta, sino de algo que como un hecho histórico de la evolución de la humanidad, puede ser reconocido por todas las confesiones, entonces se comprenderá la esencia de sabiduría y de verdad en todas las religiones. De esta manera, el cristiano, basándose en la ciencia espiritual, puede entenderse con los hombres de todo el orbe. Y si los representantes de otros sistemas religiosos nos dicen: “Vosotros, como cristianos, tenéis la encarnación única del Dios; nosotros, en cambio podemos hablar de varias; de modo que a este respecto superamos a vosotros”, el cristiano, al contestar con respecto al Cristo, no debería tratar de igualarles, porque en tal caso le faltaría la comprensión del Misterio de Gólgota, sino que habría de responder: “Pues bien, todos aquellos que tienen muchas encarnaciones, no pudieron realizar el Misterio de Gólgota; y esto es lo que en cualquiera de las otras religiones no existe”.

Dirigir la mirada sobre el Misterio de Gólgota nos da la fuerza necesaria para hacer desaparecer el error, siempre que realmente nos acerquemos a él en espíritu; y así comprenderemos que, en el fondo, sólo la falta de voluntad para llegar a la verdad acerca del ser humano, no nos deja encontrar el recto camino de lo terrestre a lo cósmico, cuando en Jesús de Nazareth buscamos al Cristo cósmico; El se nos revela si en verdad comprendemos un documento como lo es el Evangelio de Marcos. La comprensión de semejantes documentos a través de la contemplación científica espiritual conducirá a que, paso a paso, esa comprensión se transmita a la humanidad en general; y cada vez más se reconocerán las palabras que en los Evangelios tuvimos que encontrar, incluso sin valernos de la percepción física, sino por la posterior visión clarividente del Misterio de Gólgota. Los autores de los Evangelios, basándose en la contemplación clarividente, describieron después los acontecimientos físicos. Teniéndolo presente, también hay que comprender la necesidad de lo siguiente: puesto que los hombres, como contemporáneos no pudieron comprender el acontecimiento de Palestina, este acontecimiento mismo debió dar el impulso para su comprensión. Antes de haberse realizado, no pudo haber nadie capaz de comprenderlo. Primero debió ejercer su efecto; y por ello sólo después fue posible comprenderlo. ¡Pues el Misterio de Gólgota mismo es la llave para su comprensión! Todo lo que el Cristo debió realizar, lo debió llevar a cabo, incluso el Misterio de Gólgota mismo; únicamente por lo que El mismo llevó a cabo, pudo emanar la comprensión. Entonces, por lo que El fue, pudo encenderse el Verbo que es, a la vez, expresión de su verdadera naturaleza.

Así se enciende, por lo que el Cristo fue, el Verbo del Principio, el verbo que se nos comunica y que a la contemplación clarividente vuelve a ser conocido y que también nos hace ver la verdadera naturaleza del Misterio de Gólgota. Este Verbo también debemos tenerlo en mente si nos referimos a las palabras que el Cristo mismo no solamente las pronunció, sino que también las encendió en el alma de los que le comprendieron, de modo que les fue dado describir lo que fue su naturaleza. Los hombres acogerán los impulsos del Misterio de Gólgota todo el tiempo que existirá la Tierra. Después habrá un intervalo entre la existencia de la “Tierra” y la de “Júpiter”. Semejante intervalo siempre se relaciona con que, no solamente el planeta como tal, sino todo lo que le circunda, cambia, entra en el caos y pasa por un pralaya. No sólo la tierra misma sino también el cielo que le pertenece cambia durante el pralaya. Pero lo que a la Tierra fue dado por el Verbo que el Cristo pronunció y que El encendió en los que le reconocieron, y que perdura en los que le reconocerán, este Verbo es la verdadera Esencia de la Tierra. La justa comprensión nos la da la verdad de las palabras que aluden a la evolución cósmica: que la Tierra y su aspecto, como asimismo el aspecto del cielo observado desde la Tierra, cambian al haber llegado la Tierra a la meta final; y que el Cielo y la Tierra pasarán, pero que la palabra del Cristo sobre el Cielo y la Tierra que El pronunció, perdurará. Esto nos dicen los Evangelios, si los comprendemos bien. Los impulsos más profundos de los Evangelios nos hacen sentir no solamente la verdad sino también la fuerza de la palabra, la que a nosotros mismos transmite su fuerza y nos mantiene firmes en suelo terrestre, dirigiendo la mirada a la vastedad del universo y acogiendo, con plena comprensión, la palabra: “El Cielo y la Tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”. Si bien es cierto que Cielo y Tierra pasarán, las palabras del Cristo jamás pasarán. Así podemos expresarlo, según el conocimiento oculto, pues las verdades que sobre el Misterio de Gólgota fueron pronunciadas, quedarán para siempre.

El Evangelio de Marcos enciende en nuestra alma el conocimiento de que el Cielo y la Tierra pasarán, pero que aquello que sobre el Misterio de Gólgota podemos saber, irá con nosotros, en tiempos venideros, después de que el Cielo y la Tierra ya habrán pasado.


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919