GA139 Basel, 17 de septiembre de 1912 evangelio de s. Marcos LA FIGURA DEL BAUTISTA Y EL SENTIDO DEL BAUTISMO

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Rudolf Steiner

LA FIGURA DEL BAUTISTA Y EL SENTIDO DEL BAUTISMO LA POTENCIA DE LA ESFERA DE ELIAS

3ª conferencia

Basel, 17 de septiembre de 1912

Al principio del Evangelio de Marcos se nos presenta la gran figura del Bautista. En la conferencia anterior hemos señalado la importancia de cómo se nos presenta a Juan el Bautista en contraste con el Cristo Jesús mismo. El Evangelio de Marcos en su sencillez nos da una significativa impresión de la figura del Bautista, y ella aparecerá en toda su grandeza si la estudiamos a la luz de la ciencia espiritual. Frecuentemente me he referido al hecho, también claramente confirmado por el Evangelio, de que al Bautista lo hemos de considerar como una reencarnación del profeta Elías. Esto significa que para la justa comprensión del Misterio de Gólgota y de la fundación del cristianismo hemos de considerar la figura del Bautista a la luz de lo que se nos presenta en el profeta Elías.

Todo cuanto la ciencia espiritual, la investigación oculta, pueden decirnos acerca del profeta Elías, confírmase plenamente por la Biblia misma, si bien la lectura corriente de los respectivos capítulos dejará muchas cosas incomprensibles. Consideremos solamente lo que sigue.

En la Biblia se relata que en cierto modo Elías desafía al rey Achâb con todos sus seguidores, oponiéndose a los sacerdotes del culto de Baal y erigiendo dos altares. Elías ordena entonces a los sacerdotes de Baal que pongan el holocausto sobre el altar, y él pone el suyo sobre el otro altar. Al invocar aquellos en el nombre de sus dioses, nada se evidencia de grandeza espiritual, mientras que en el altar de Elías inmediatamente se atestigua la grandeza y la importancia de Yavé o Jehová. Así vence Elías a los partidarios de Achâb. Luego se relata que Naboth, un vecino de Achâb posee una viña y que Achâb, el rey, trata de obtener esa viña, pero que Naboth se opone a cederla, porque para él la viña, una heredad de sus padres, es cosa sagrada. Después hay dos hechos a que se refiere la Biblia. Por una parte se nos relata que Jezabel, la reina, se convierte en enemiga de Elías y que ella quiere tomar medidas para que diesen muerte a Elías, de la misma manera como, por el triunfo de éste, fueron muertos sus adversarios, los sacerdotes de Baal. Empero, según el relato de la Biblia, no se produce la muerte de Elías por intermedio de Jezabel, sino que sobreviene algo distinto. A Naboth, el vecino del rey, le hacen tomar parte en una fiesta de ayuno, con los ancianos y principales del Estado y, durante esa fiesta, a instigación de Jezabel, le sacan afuera y matan, a Naboth.

La Biblia aparentemente relata que Naboth es asesinado por Jezabel; pero ella no hace saber que quiere matar a Naboth sino a Elías; por lo tanto hay algo que no concuerda. La investigación oculta lo aclara y revela el verdadero estado de las cosas; esto es que en Elías hemos de ver un espíritu de gran amplitud que en cierto modo anda invisiblemente en el país de Achâb y que temporalmente viene a morar en el alma de Naboth, compenetra el alma de Naboth, de modo que éste es la personalidad física de “Elías”, y que, al hablar de la personalidad de Naboth, estamos hablando de la personalidad física de Elías. En el sentido de la Biblia, “Elías” es la figura invisible; “Naboth”, su trasunto visible en el mundo físico. Además, si consideramos todo el espíritu de la obra de Elías, y si contemplamos con toda nuestra alma la amplitud del espíritu del Elías, tal como esto se describe en la Biblia, podemos decir: en Elías verdaderamente se nos presenta el espíritu de todo el antiguo pueblo hebreo. El espíritu de Elías contiene todo lo que en este pueblo vive y teje; a él le podemos llamar el Espíritu del antiguo pueblo hebreo. La investigación científico-espiritual nos revela que Elías es demasiado grande como para vivir enteramente en el alma de su figura terrenal, en el alma de Naboth. Podemos decir que él se cierne cual una nube en torno de la figura; pero no mora solamente en Naboth, sino que anda, como un elemento de la Naturaleza, por todo el país y obra a través de la lluvia y de la luz del sol. Esto se evidencia claramente por la descripción que comienza con el hecho de que hay sequía y aridez, pero que a esto y a todas las penurias del país se pone remedio gracias a lo que Elías dispone por su relación con los mundos divino-espirituales. El obra cual un elemento, una ley de la Naturaleza. Podemos decir: para conocer lo que obra en el espíritu de Elías, nada mejor que meditar sobre lo que enuncia el salmo 104 en que se describe el obrar de Yavé o Jehová como divinidad de la Naturaleza. Se entiende que no hay que identificar a Elías con esta divinidad misma, él es el trasunto terrenal de ella, y al mismo tiempo, el Alma del Pueblo hebreo, una especie de Jehová “diferenciado” o, en cierto sentido, un Jehová terrenal, cual el rostro de Jehová; así se podría caracterizar a Elías. Contemplado de esta manera, se nos explica particularmente el hecho de que la misma entidad espiritual que vivió en Elías-Naboth, reaparece en Juan el Bautista; y ahora veremos cómo obra en éste.

Ante todo, en el sentido de la Biblia y, principalmente, del Evangelio de Marcos, obra a través del bautismo. ¿Qué es el “bautismo” en su verdad? ¿ Con qué finalidad lo efectúa Juan en los que consienten en recibirlo? Para comprenderlo, hemos de entrar en algunos pormenores en cuanto a los verdaderos efectos en los bautizados mismos. Ellos fueron sumergidos en el agua; y se les producía entonces lo que frecuentemente hemos explicado: cuando un hombre sufre un shock por un súbito peligro de muerte, se produce un desprendimiento de su cuerpo etéreo. El cuerpo etéreo se separa parcialmente del cuerpo físico, y entonces ocurre lo que siempre acontece inmediatamente después de la muerte del hombre: una especie de mirada retrospectiva sobre la vida concluida. Esto es un hecho bien conocido e igualmente descrito incluso por pensadores materialistas del presente. Algo similar ocurría en los actos de bautismo en el Jordán. No fue un bautizo tal como ahora se practica, sino que a la gente se la sumergía en el agua, y a consecuencia de ello iba desprendiéndose el cuerpo etéreo del hombre, y éste percibía más de lo que podía comprender con el intelecto. Veía espiritualmente la vida propia como asimismo la influencia espiritual sobre la misma. Además, veía lo que el Bautista enseñaba, es decir, que el tiempo antiguo se había cumplido y que un tiempo nuevo debía comenzar. La observación clarividente que el hombre hacía por unos instantes durante el sumergimiento le permitía ver que la evolución de la humanidad había llegado al comienzo de una nueva época. Estaba desapareciendo lo que los hombres habían poseído desde tiempos atrás en que vivían dentro del alma grupal; y condiciones bien distintas debían producirse. De esto se percataba la gente en su cuerpo etéreo desprendido: un nuevo impulso, nuevas cualidades deben venir para la humanidad. El bautismo en el Jordán fue un hecho relativo al conocimiento. “Arrepentíos, dejad de mirar solamente atrás a los tiempos pasados, mas dirigid la mirada hacia lo nuevo: el Dios que puede revelarse en el yo humano está cerca; los reinos divinos están por venir.” Esto no era solamente la prédica del Bautista, antes bien, al concederles el bautismo en el Jordán, él conducía a los hombres a reconocerlo. Y los bautizados, por su propia aunque breve clarividencia, sabían entonces que las palabras del Bautista representaban un hecho histórico universal.

Contemplando lo que acabo de exponer, se arroja la verdadera luz sobre la entidad espiritual de Elías, la que más tarde vino a manifestarse en Juan el Bautista. Comprendemos entonces que en Elías se nos presenta el Espíritu del Pueblo judío y del Antiguo Testamento. En cierto sentido, él fue el Espíritu del Yo, pero no obraba como espíritu del individuo, sino como espíritu del pueblo en su totalidad. Fue el espíritu no diferenciado; y lo que más tarde debió habitar en el individuo, obraba en Elías como el alma grupal del antiguo pueblo hebreo. Al acercarse la época de Juan Bautista, se hallaba aún en los mundos suprasensibles lo que debió descender en el alma individual de cada ser humano; aún no se hallaba en el alma de cada uno. Tampoco había vivido en Elías de tal manera que pudiese haber penetrado en la personalidad individual de Naboth sino en forma tal que se cernía en torno de ella. Pero en Elías. Naboth, este elemento se había manifestado en forma más definida que en cada individuo del antiguo pueblo hebreo. El espíritu de Elías que en cierto modo aparecía en torno de los hombres y de su historia debió, cada vez más, penetrar en el alma de cada individuo; y esto es el gran acontecimiento al que, al bautizar a la gente, Elías-Juan mismo se refería diciendo lo que podemos expresar con estas palabras: lo que hasta ahora sólo se hallaba y obraba desde el mundo suprasensible, lo debéis acoger en el alma como impulso que desde los reinos de los cielos descendió y penetró en el corazón humano. El espíritu de Elías mismo lo dice que ahora debe penetrar en cada uno de los corazones humanos con el fin de capacitarlos para acoger en el transcurso de la evolución histórica el impulso del Cristo. Esto fue el sentido del bautismo en el Jordán: el que Elías iba a aparejar el camino para el Cristo. “Deseo aparejar y preparar el camino en el corazón de los hombres; no solamente quiero aparecer en torno de ellos, sino penetrar en su corazón para que El también pueda penetrar.”

Siendo esto así ¿qué hemos de esperar? Es entonces lo más natural que en cierto modo vuelva a evidenciarse en Juan Bautista lo que ya se nos ha presentado en Elías; a saber, que en la figura del Bautista no sólo obra su personalidad individual sino aquello que es mucho más y que le envuelve cual un aura la que en su actuar trasciende la personalidad individual y se manifiesta como una atmósfera que envuelve la gente en torno suyo. Así como Elías obraba en sentido de una atmósfera, así también hemos de esperar que él mismo, como Juan Bautista, obrará de la misma manera; incluso hemos de esperar algo más: que la entidad espiritual de Elías, actuando ahora en Juan Bautista, haya de seguir obrando espiritualmente, cuando ya no existirá, cuando se habrá ido el Bautista. Esta entidad espiritual quiere preparar el camino para el Cristo; de modo que podemos decir: puede darse el caso de que el Bautista desapareciera como persona física pero que, no obstante, su entidad espiritual permaneciera, como atmósfera espiritual, en el territorio de su obrar, y que esta misma atmósfera espiritual preparara el terreno en que el Cristo cumplirá su misión. Podríamos expresarlo de esta manera: “Juan el Bautista se ha ido, pero sigue existiendo como Espíritu-Elías dentro de lo cual puede obrar el Cristo, vertiendo en ello sus palabras e impregnándole sus actos — en la atmósfera que perdura como Atmósfera-Elías”. Esto es lo que hemos de esperar. ¿Y qué es lo que nos dice el Evangelio de Marcos?

Es particularmente característico que este Evangelio alude dos veces a lo que acabo de exponer. La primera vez se nos dice: Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de los reinos celestes. (Marcos 1, 14.) Juan se hallaba encarcelado; quiere decir que a su persona física no le es posible actuar, pero la figura del Cristo Jesús entra en la atmósfera creada por aquél. Es significativo que lo mismo ocurra por segunda vez; es grandioso, y lo ve quien sepa leer el Evangelio, que esto se produce por segunda vez. Si pasamos al sexto capítulo, encontramos el relato de que el rey Herodes mandó decapitar a Juan. Es notable que la gente conjeturaba las cosas más diversas después de que Juan no sólo se hallaba encarcelado sino eliminado por la muerte. Algunos piensan que la fuerza milagrosa con que obra el Cristo tuviese su origen en que el Cristo Jesús mismo sería Elías —o uno de los profetas—. Herodes, a su vez, por su voz interior atemorizada, se forma una idea extraña. Al enterarse de lo realizado por Cristo Jesús, dice: “Juan, al que mandé decapitar, ha resucitado de los muertos”. Herodes se da cuenta de que, si bien Juan como personalidad física ya no existe, ahora más que antes, está. Siente que allí está su atmósfera, su espiritualidad; y ésta no es otra que la de Elías. La conciencia atormentada de Herodes le dice que allí está Juan Bautista, es decir, Elías. También es notable que después se alude a que Cristo Jesús, después de la muerte de Juan, llegó justamente al lugar donde éste había actuado. He ahí un pasaje extraño al que debe tomarse particularmente en cuenta, y no pasarlo por alto; puesto que las palabras del Evangelio no son mera exornación; y los evangelistas no escriben como cualquier periodista. Ahí se dice lo notable: Cristo Jesús se une con los que fueron seguidores y discípulos de Juan el Bautista; y esto se relata con una palabra que debe tomarse bien en cuenta: “Y saliendo Jesús, vio grande multitud, (esto seguramente se refiere a los discípulos de Juan), y tuvo compasión de ellos…” ¿Por qué la compasión? Porque habían perdido al maestro, porque habían quedado sin Juan cuyo cuerpo decapitado habían puesto en un sepulcro. Más exactamente se dice: “. . . porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas”. Más claramente no es posible expresar el hecho de cómo el Cristo da enseñanza a los discípulos de Juan. Y esto lo hace porque es el ser espiritual de Elías que aún vivía en ellos, y con ello la entidad espiritual de Juan Bautista. Este es otro pasaje significativo en que el Evangelio señala dramáticamente que la espiritualidad de Cristo Jesús entra en la atmósfera de lo creado por el espíritu de Elías-Juan. Pero esto no es sino un punto principal en torno del cual se agrupan otras cosas muy importantes. Sólo quiero mencionar una de ellas.

Muchas veces he señalado cómo este espíritu de Elías-Juan, a través de sus impulsos, siguió actuando dentro de la historia universal; y dado que como antropósofos nos incumbe referirnos a hechos ocultos, vuelvo sobre el tema. Frecuentemente he aludido al hecho de que el alma de Juan-Elías reapareció en Rafael, el pintor italiano. Este es uno de los hechos que particularmente pueden indicarnos cómo se produce la metamorfosis de las almas, justamente a raíz de la influencia que proviene del Misterio de Gólgota. Puesto que en la época poscristiana, también semejante alma tuvo que obrar individualmente a través de la personalidad de Rafael, se explica que aquello que en los tiempos antiguos fue tan amplio y tan universal, apareciera ahora en una personalidad tan diferenciada como la de Rafael. Hemos de pensar que también en Rafael debe de haber existido el hallarse envuelto en un aura como la de Elías-Juan; algo parecido de lo cual podemos decir que fue demasiado grande como para penetrar en Rafael como individuo, pero que se cernía en torno de él, de modo que las revelaciones que él recibía como personalidad física eran, al mismo tiempo, inspiraciones. De este hecho realmente existe una prueba notable, si bien de índole personal. De esto ya hemos hablado en otra oportunidad, pero vuelvo a mencionarlo, no tanto como para caracterizar la personalidad del Bautista, sino toda la entidad Elías-Juan y su reaparición en Rafael.

Refiriéndome al historiador del Arte Herman Grimm he dicho que con cierta facilidad le había sido posible escribir la biografía de Michelangelo, pero que había hecho tres tentativas para lograr un esbozo biográfico de Rafael. Y puesto que Herman Grimm no fue un “erudito” en sentido corriente de la palabra, sino un hombre universal de corazón sincero en cuanto a sus tareas de investigador, tuvo que confesar, cada vez que había concluido una “vida de Rafael”, que realmente no fue así. Volvía entonces a empezar de nuevo, pero jamás resulté nada que le satisficiera. Poco antes de su muerte hizo una nueva tentativa de escribir sobre Rafael tal como él lo concibió en el corazón; y esta vez ya eligió un título característico para el nuevo ensayo: “Rafael como potencia mundial”. Pues le pareció que para ser sincero no era posible describir a Rafael sino como potencia mundial y sobre el fondo de toda la historia universal. Es lo más natural que un escritor moderno, e incluso los mejores de ellos, elijan sus palabras con cierta pesadumbre cuando debieran escribir franca y sinceramente, tal como lo hacían los evangelistas. Sin embargo, las figuras mismas, a menudo les suscitan las palabras adecuadas. Y es realmente notable lo que, poco antes de su muerte, dice Herman Grimm sobre Rafael. Es efectivamente así que en nuestro corazón podemos formarnos la idea de la relación con una figura tal como lo fue Elías-Juan, cuando Herman Grimm dice de Rafael (en “Fragmentos”, 2 parte):

Si Michelangelo, por un milagro, resucitara para volver a vivir entre nosotros, y si él saliera a mi encuentro, me apartaría a un lado, respetuosamente dejándole pasar; pero si le encontrara a Rafael, le seguiría con la esperanza de percibir de su boca unas palabras. En cuanto a Leonardo y Michelangelo, podemos limitarnos a relatar lo que ellos fueron para su época: en cuanto a Rafael, hemos de partir de lo que él ahora es para nosotros. Sobre aquéllos se corrió un velo, no así sobre Rafael; él pertenece a los que por mucho tiempo seguirán creciendo. Podemos imaginarnos que siempre de nuevo habrá generaciones que en Rafael encontrarán nuevos enigmas.”

Herman Grimm describe a Rafael como potencia mundial, como espíritu que progresa a través de los siglos y milenios y que no cabe en un hombre como ser individual. Pero en la obra de Herman Grimm encuéntranse otras palabras más que se deben a la sinceridad de su alma. Son palabras como si alguien quisiera decir que en Rafael existe algo cual una gran aura que aparece en torno de él de un modo parecido a cómo el espíritu de Elías se cernía en torno de Naboth. Elocuentemente lo expresan las siguientes palabras de Herman Grimm:

Rafael es ciudadano de la historia universal; él es cual uno de los cuatro ríos que según la creencia del mundo antiguo tuvieron su fuente en el Paraíso.”

Así, incluso un evangelista podría haberlo expresado; y así podría escribirse sobre Elías. Quiere decir que el moderno historiador del Arte puede, si es sincero, sentir algo de los grandes impulsos universales en el transcurso de los tiempos. Para comprender nuestra ciencia espiritual, no hace falta otra cosa sino considerar las inquietudes anímicas y espirituales de los hombres quienes aspiran ansiosamente a lo que es la verdad de la evolución de la humanidad.

Así se nos presenta Juan el Bautista, y así hemos de sentir su naturaleza al abrir el Evangelio de Marcos y al leer las primeras palabras, como asimismo si contemplamos el sexto capítulo. La Biblia es un libro que no debe leerse en el mismo sentido que un libro moderno del mundo científico, donde se explica “con toda claridad” lo que la gente debe conocer, sino que la Biblia, detrás de la grandiosa composición artística, oculta lo que de hechos misteriosos tiene que enunciar. Al respecto, deseo llamar la atención sobre algo que, quizá, sólo se tomará como una verdad de sentimiento, pero que, si se reconocen otras verdades aparte de las meramente intelectuales, nos confirmará que la Biblia efectivamente nos dice cómo el espíritu o el alma de Elías se relaciona con el alma de Juan el Bautista. Tratemos de ver hasta qué punto es así, contemplando brevemente un pasaje dedicado a Elías, del Antiguo Testamento (1 Reyes 17, 10 al 16):

Elías se levantó, y se fue a Sarepta. Y como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo serojas; y él la llamó y díjole: ruégote que me traigas un poco de agua en una jarra, para que beba.

Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y díjole: ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano.

Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija: y ahora recogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mí y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos.

Y Elías le dijo: no hayas temor; ve, haz como has dicho: empero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo.

Porque Jehová, Dios de Israel ha dicho así: la tinaja de la harina no escaseará, ni se disminuirá la botija del aceite, hasta aquel día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra.

Entonces ella fue e hizo como lo dijo Elías; y comió él, y ella y su casa, muchos días.

Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite, conforme a la palabra de Jehová que había dicho por Elías.”

¿Qué nos dice este relato referente a Elías? Nos habla del encuentro de Elías con una mujer viuda y de una extraña multiplicación de pan. La presencia del espíritu de Elías hace que no haya penuria por falta de pan, sino que al haber venido a la viuda el espíritu de Elías, se multiplica el pan. Por el obrar del espíritu de Elías se produce lo que aquí se describe como multiplicación de pan, donación de pan. Podríamos decir que el Antiguo Testamento nos ilustra el hecho de que por la aparición de Elías se produce la multiplicación de pan. Y si ahora pasamos al sexto capítulo del Evangelio Marcos, se nos relata que Herodes manda decapitar a Juan y que Cristo Jesús llega a los discípulos de aquél (Marcos 6, 34-42):

Y saliendo Jesús, vio grande multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y les comenzó a enseñar muchas cosas. Y como ya fuese el día muy entrado, sus discípulos llegaron a El, diciendo: el lugar es desierto, y el día ya muy entrado. Envíalos para que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor, y compren para sí pan; porque no tienen qué comer. Y respondiendo El, les dijo: Dadles de comer vosotros. Y le dijeron: ¿Que vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer? Y El les dice: ¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Y sabiéndolo, dijeron: cinco, y dos peces. Y les mandó que hiciesen recostar a todos por partidas sobre la hierba verde. Y se recostaron por partidas, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta. Y tomados los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo bendijo, y partió los panes; y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y también repartió a todos los dos peces. Y comieron todos y se hartaron…”

La historia es bien conocida; es una multiplicación de pan, realizada nuevamente por la presencia del espíritu Elías-Juan. Es cierto que la Biblia no habla en términos claros, como hoy día se lo llama “claro”, pero lo que tiene que decir, lo dice por medio de la composición. Y quien sabe apreciar verdades de sentimiento, recordará en quietud el pasaje que describe el encuentro de Elías con la viuda y que él multiplica el pan; y luego el otro relato de que Elías reencarnado abandona el cuerpo físico, y el Cristo efectúa lo que significa una multiplicación de pan.

Esto es el progreso si contemplamos el íntimo aspecto y las íntimas relaciones de la Biblia; y esto nos hace ver la erudición hueca que con respecto a la Biblia habla de una “recopilación de fragmentos”; y también comprenderemos el verdadero conocimiento en base al espíritu uniforme a través de la composición de la Biblia en su totalidad; no importa quién sea este espíritu creador de dicha composición. Tengamos presente cuál es la naturaleza del Bautista.

Es notable cómo el Bautista aparece relacionado con la obra del Cristo Jesús. Dos veces se alude a que el Cristo Jesús entra en el aura del Bautista, en condiciones en que la personalidad física de éste se eclipsa, cada vez más, hasta que finalmente desaparece del plano físico. Pero después, el Evangelio nos hace ver claramente que todo cambia al entrar el Cristo en el elemento de ElíasJuan, con lo cual el mundo recibe un impulso totalmente nuevo. Para comprenderlo, es preciso contemplar toda la descripción desde el momento en que, después de la encarcelación de Juan, aparece el Cristo para hablar de los reinos divinos, hasta el asesinato de Juan por Herodes y los capítulos ulteriores. Si los consideramos en su verdadero carácter, todos esos capítulos tienden a evidenciar lo esencial del Cristo Jesús. Ya hemos visto que esta naturaleza esencial del Cristo ejerce tal efecto que El es reconocido no sólo por los hombres sino también por los espíritus que como demonios habitan en los hombres. Esto se nos presenta con toda claridad. Pero después se nos hace ver que lo espiritual que habita en Cristo Jesús es algo distinto de lo que habitaba en ElíasNaboth, condicionado por el hecho de que el ser espiritual de Elías no pudo penetrar totalmente en Naboth. En el sentido del Evangelio de Marcos se nos relata que el ser espiritual del Cristo penetra totalmente en el Jesús de Nazareth, compenetrando totalmente su personalidad terrenal, y que en ella realmente actúa lo que se reconoce como el Yo humano general. ¿Qué es lo que atemoriza tanto los demonios que se posesionan de los hombres? Ello consiste en que deben decirle: “Tú eres aquel en quien habita el Dios”, es decir que le reconocen como potencia divina en la esfera de la humanidad, potencia que, por la fuerza de la personalidad humana, obliga a los demonios a descubrirse y a retirarse de los hombres. Esto nos hace comprender, por el relato de los primeros capítulos del Evangelio de Marcos, el contraste entre la figura del Cristo y las de Elías. Naboth y de Elías-Juan; puesto que en estas últimas no habitaba totalmente la entidad anímica, la que sí compenetraba enteramente al Cristo Jesús. Por la misma razón, si bien en el Cristo vive un principio cósmico, El se sitúa, i la vez, como personalidad humana individual frente a los demás hombres, e incluso frente a quienes El cura.

En nuestra época, los naturalistas, los así llamados monistas, suelen tomar en un sentido extraño semejantes relatos de tiempos pasados. En cierto modo, esos buenos eruditos piensan, aunque no lo digan abiertamente, que hubiera sido preferible que ellos, en vez de Dios, hubiesen organizado el mundo, ya que lo hubieran hecho mejor. Ellos están seguros de que la humanidad no posee la sabiduría sino desde 20 años atrás; otros hablan de tan sólo cinco años. Semejante naturalista lo considerará lamentable que en los tiempos de la vida (le Cristo Jesús no existiera nuestra medicina moderna de la ciencia natural con todos sus remedios, ya que hubiera sido mucho más adecuado curarlos a todos, como por ejemplo a la suegra de Simón, con medicamentos de la medicina actual. Así que el ateísmo se justificaría por el solo hecho de que en la época de Cristo Jesús, Dios no logró curar a la gente con los métodos de la ciencia natural moderna.

Empero, esos eruditos no toman en cuenta que la palabra evolución, en la que ellos insisten tanto, debe tomarse en serio, y que todo debe evolucionar para que el mundo llegue a la meta. Ellos tampoco saben que en aquel tiempo toda la constitución, la estructuración de los principios sutiles del ser humano habían sido muy distintas de las de ahora y que, con respecto a la personalidad humana, los métodos de la ciencia natural no hubieran servido para riada. El cuerpo etéreo ejercía entonces sobre el cuerpo físico un efecto mucho más fuerte que ahora. Sencillamente podemos decir que al curar con el “sentimiento”, es decir, si el sentimiento se derramaba de uno a otro, se obtenía un efecto mucho más intenso que ahora. En los tiempos en que el cuerpo etéreo realmente poseía mayor poder, con su dominio sobre el cuerpo físico, actuaba de un modo muy distinto lo que puede llamarse medicamento psíquico-espiritual; debía hacerse la curación de un modo distinto, debido a que el hombre poseía otra constitución. El naturalista que no lo sabe dirá: “Ya no creemos en milagros, y puesto que son ‘milagros’ lo que se relata sobre las curaciones, hay que desecharlo”. El teólogo racionalista de nuestros días se ve entonces en el trance: por un lado quisiera atenerse a los textos, pero por el otro vive con el prejuicio de la medicina moderna de que así no es posible curar, que se trata de “milagros”, y luego busca toda clase de explicación e hipótesis acerca del milagro. Pero hay que saber que para aquel tiempo, todos los respectivos relatos, hasta el sexto capítulo del Evangelio de Marcos, no significaban ningún milagro, como tampoco hay milagro alguno si actualmente mediante un remedio se ejerce una influencia sobre esta o aquella función del organismo humano. Nadie de aquella época hubiera pensado en un milagro cuando, extendiendo la mano, se decía al leproso: “Quiero, sé limpio”. El remedio consistía en toda la naturaleza que se le volcaba. Hoy no ejercería ningún efecto, porque la relación entre los cuerpos etéreo y físico es muy distinta. En aquel tiempo, todos los médicos curaban de esa manera. Por consiguiente, no hay nada extraordinario en que el Cristo Jesús haya curado a los leprosos por compasión y mediante imposición de las manos, ya que para aquel tiempo, esto fue lo más natural. Lo que en ese capítulo quiere destacarse es algo muy distinto; y esto hay que tenerlo bien presente.

Al respecto, echemos una mirada sobre la manera en que entonces se formaban los médicos en general.

Ellos recibieron enseñanza en escuelas que pertenecían a las escuelas de los Misterios, y se les proporcionaban fuerzas que a través de ellos ejercían su influencia desde el mundo suprasensible, de modo que el médico de entonces fue, en cierto sentido, “médium” para el obrar de fuerzas suprasensibles; por su calidad de “médium”, adquirida en la escuela de los Misterios, transmitía fuerzas suprasensibles. Al imponer la mano, no eran fuerzas propias de semejante médico, sino fuerzas que fluían del mundo suprasensible; y él fue conducto para el fluir de esas fuerzas, gracias a la iniciación recibida en la escuela de los Misterios. Así vemos que para la gente de esa época no había nada extraño en que un leproso u otro enfermo fuese curado por la imposición de manos. Lo importante fue, no el hecho de la curación, sino el que apareciera quien, sin haberse formado en la escuela de los Misterios, fuera capaz de curar, porque las fuerzas que fluían de los mundos superiores le penetraban en el corazón y en el alma, transformándose en fuerzas personales e individuales. Con ello se estableció el hecho de que el tiempo era cumplido, y que a partir de entonces el hombre ya no pudo ser conducto para fuerzas suprasensibles, sino que esto debió terminar. Los bautizados por Juan en el Jordán también comprendieron que el tiempo había terminado, y que en lo sucesivo todo debió hacerse por el yo humano, desde el centro divino del hombre mismo; igualmente comprendieron que Uno realizó por sí mismo lo que aquellos otros habían hecho con la ayuda de entidades que moran en los mundos suprasensibles y cuyas fuerzas se transmitían a ellos.

No se acierta lo que es el sentido de la Biblia si se habla del proceso de la curación como de algo particular, puesto que, en el ocaso del tiempo antiguo todavía no lo era; ya que entonces esas curaciones aún subsistían. En esa época del ocaso el Cristo efectuó curaciones, pero con las fuerzas nuevas las que a partir de entonces debieron surgir. Por esta misma razón se hace ver con toda claridad que el Cristo Jesús obra de ser humano a ser humano. En todos los casos se dice claramente que El obra de hombre a hombre. Esto se evidencia particularmente en el quinto capítulo de este Evangelio donde el Cristo cura a una mujer que se acerca y toca su vestido; y el Cristo siente que de sí mismo fluye una corriente de fuerza. Todo el relato se da de esta manera: la mujer se acerca al Cristo Jesús y le toca el vestido, mientras El nada hace por de pronto. Ella sí hace algo; toca su vestido, y de El fluye una corriente de fuerza. No, por cierto, porque El la haya enviado de sí mismo, sino porque ella la atrae. Y cuando El lo nota, ¿cómo se expresa? “Hija, tu fe te ha hecho salva, ve en paz, y queda sana de tu azote.” El Cristo tarda en percibir que el reino divino fluye en su interior y de sí mismo hacia fuera; su obrar no es comparable a cómo los médicos de antes, al expulsar los demonios, se hallaban frente a sus pacientes. No importaba si éstos tenían fe, la fuerza que fluía a través del médico penetraba en el enfermo. Ahora, en cambio, que todo empezó a depender del yo, el proceso se tomó individual, y el yo debió contribuir su parte. Este hecho es lo que importa y que debió expresarse; no aquello que entonces era lo más natural, es decir que por el alma se ejercía efecto sobre el cuerpo, sino que con el comienzo del tiempo nuevo, debió establecerse la relación de un yo con el otro yo. Antes, lo espiritual se hallaba en los mundos superiores, aparecía en torno del hombre; ahora los reinos de los cielos estuvieron cerca y debieron penetrar en el corazón del hombre, como en su centro. De una manera nueva se unió lo físico exterior con la moralidad interior para semejante concepción del mundo; pero de una manera que sólo pudo ser fe para los tiempos desde la fundación del cristianismo hasta el presente y desde ahora en adelante se tornará saber. En los tiempos antiguos no había relación alguna entre el médico y lo moral del paciente; puesto que todo el proceso nada tenía que ver con el yo de este último. Ahora empezó un tiempo nuevo en que lo moral y lo físico del proceso terapéutico deben confluir. Con esto se nos explica otro relato.

Y entró otra vez en Capernaum después de algunos días, y se oyó que estaba en casa. Y se juntaron a El muchos que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra. Entonces vinieron a El con un paralítico, traído por cuatro. Y como no podían llegar a El a causa del gentío, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico. Y viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.” (Marcos 2,1-5.)

Los fariseos y escribas hubieran esperado que un médico de antes hubiera dicho: “las fuerzas que penetran en tus miembros paralizados podrán traerte la capacidad de moverte”. El Cristo dice: “tus pecados te son perdonados”. Esto se refiere a lo moral en que participa el yo. Es un lenguaje que los fariseos no son capaces de comprender. Hablar de esta manera, lo consideran una blasfemia; porque Dios vive en los mundos suprasensibles, y los pecados sólo pueden ser perdonados desde los mundos superiores. Ellos no pueden comprender que perdonar los pecados tenga algo que ver con el que cura. Por lo tanto el Cristo sigue diciendo:

Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados, o decirle: levántate, toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la Tierra de perdonar los pecados (dice al paralítico): A ti te digo: levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Entonces él se levantó, y tomando su lecho, se salió delante de todos.” (Marcos 2, 9-12.)

El Cristo reúne lo moral con la curación mágica. Con ello marca la transición del estado exento del yo al estado compenetrado del yo, y esto en cada una de las actitudes. Así hay que comprenderlo, porque así se lo expresa. Si ahora comparamos lo que nos dice la ciencia espiritual con todo cuanto dice la exégesis, con respecto al perdón de los pecados, resultará que encontraremos las interpretaciones más extrañas, pero claramente nada que satisficiera, porque la gente no sabe lo que fue el Misterio de Gólgota.

He dicho que anteriormente se trataba de la fe. ¿Por qué la fe? Porque la manifestación de lo moral en lo físico no cristaliza dentro de una encarnación. Con relación a una dolencia o defecto físico de una persona no hay que considerar lo moral conjuntamente con lo físico, sino que las causas correspondientes sólo se nos presentan en su karma, si nos remontamos más allá de una sola encarnación; y puesto que hasta ahora no se había tomado en consideración la ley del karma, podemos decir que la relación entre lo físico y lo moral no pudo basarse sino en la fe. Pero ahora se torna saber, debido a lo que la ciencia espiritual nos dice con respecto al Evangelio; y el Cristo Jesús está a nuestro lado con su inspiración acerca del karma cuando El dice: “A este hombre le puedo curar, pues en su personalidad se me revela que de acuerdo con su karma, él puede levantarse y andar”.

Semejante pasaje nos hace ver que no es posible comprender la Biblia sino por medio de la ciencia espiritual moderna. Y es nuestra tarea evidenciar que este libro universal realmente contiene la sabiduría más profunda acerca de la evolución de la humanidad. El Evangelio de Marcos nos da el motivo, y estas conferencias lo evidenciarán, cada vez más, que el significado cósmico-terrestre del Misterio de Gólgota es de tal naturaleza que lo que se expresara con relación a los Evangelios, de ningún modo puede vulnerar a otras confesiones. Por la razón ya expresada en la conferencia anterior, y por el hecho de que el conocimiento de la Biblia no puede delimitarse dentro de cualquier confesión, sino que debe ampliarse universalmente, el correcto y verdadero conocimiento de la Biblia tendrá su fundamento en la ciencia espiritual, y ésta atribuirá igual valor a todas las confesiones del mundo. Esto conducirá a la reconciliación de las religiones. Un principio de tal reconciliación hubo en lo referido en la primera conferencia con respecto a la disertación de un hindú sobre “Cristo y el cristianismo” en la cual, si bien sujeto a todos los prejuicios de su nación, alzaba, no obstante, la mirada al Cristo en un sentido religiosamente imparcial. La ciencia espiritual deberá actuar de tal manera que se llegará a la comprensión de la figura del Cristo dentro de las distintas confesiones; deberá contribuir a la profundización y comprensión de la íntima esencia de las distintas religiones.

En otras oportunidades ya me he referido a esta cuestión, diciendo, cómo un budista que es, a la vez, antropósofo ha de situarse frente a un antropósofo que como tal es cristiano. El budista dirá: “El Gotama Buda, habiéndose elevado del Bodisatva al Buda, llegó después de su muerte a tal altura que ya no debe volver a la Tierra”. Y el antropósofo, como cristiano, responderá: “Lo comprendo, porque, si llego a leer en tu corazón, tengo la misma fe con respecto al Buda”. Esto significa, elevarse a la comprensión de la otra religión. El antropósofo como cristiano comprende todo lo que dice el otro. Y el budista convertido en antropósofo dirá: “Trato de comprender la esencia del cristianismo: que el Cristo no fue fundador de una religión y que el Misterio de Gólgota fue un hecho impersonal que nada tiene que ver con que el hombre Jesús de Nazareth haya fundado una religión, sino que en él se incorporó el Cristo que murió en la cruz; y que con esto se realizó el Misterio de Gólgota”. Y lo que importa: que se realizó como hecho cósmico. El budista dirá: “Ahora que he captado la esencia de tu religión, como tú comprendes la mía, ya no he de pensar que el Cristo volviese a encarnar o que en el cristianismo debieran introducirse mejoras. Sería extraño decirlo y pensar que en aquel tiempo, con una más acertada comprensión del Cristo Jesús, no le hubieran crucificado, etc.” Lo que importa es, precisamente, el hecho de que el Cristo fue crucificado. No hay que pensar que esto debiera considerarse como una injusticia y que al cristianismo hubiera que corregirlo. El budista como antropósofo de nuestros tiempos no podría decir otra cosa sino: “Así como tú comprendes la esencia de mi religión, yo también trato de comprender verdaderamente la esencia de tu religión”. Cuando de esta manera los miembros de las distintas religiones se comprenderán mutuamente, de modo que el cristiano dirá al budista: “Yo creo en la misión del Buda como tú mismo lo crees”, y el budista dirá al cristiano: “Yo comprendo el Misterio de Gólgota como tú mismo lo comprendes”; cuando estos pensamientos se tornarán universales dentro de la humanidad, entonces habrá paz entre los hombres y habrá lo que debe de haber: reconocimiento mutuo de las religiones. Esta mutua y verdadera comprensión de las religiones ha de reinar en el movimiento antroposófico; y sería contrario a su espíritu si el cristiano como antropósofo dijera al budista: “Rechazo la idea de que el Gotama convertido en Buda no hubiese de reencarnarse; pienso que deberá reaparecer como hombre físico en nuestro siglo”. A lo cual el budista respondería: “La antroposofía, únicamente te sirve para burlarte de mi religión.” En lugar de la paz se provocaría la discordia entre las distintas religiones; y el cristiano respondería al budista: “Si tú insistes en que la consumación del Misterio de Gólgota debiera considerarse un error y que el Cristo debería volver en un cuerpo físico para hallar mejor suerte, no te esfuerzas en comprender mi religión, antes bien, te burlas de ella”. Antroposofía no tiende a burlarse de confesión alguna, ya sea antigua o recién fundada, sino que busca la mutua conciliación de todas.

Tengámoslo bien presente para comprender el espíritu y la esencia oculta de la ciencia espiritual. Para ello no hay nada mejor que extender a todas las religiones lo que reside en la fuerza y en el amor que imperan en los Evangelios. Por las conferencias que siguen veremos que principalmente el Evangelio de Marcos puede ayudarnos en ese sentido.


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919