GA139 22 de septiembre de 1912 evangelio de s. Marcos LA ESCENA DE LA GLORIFICACION

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Rudolf Steiner

LA ESCENA DE LA GLORIFICACION

8ª conferencia

22 de septiembre de 1912

En el Evangelio de Marcos, después del ya caracterizado gran monólogo histórico universal, sigue la escena de la glorificación, la transformación. Para los tres discípulos que el Cristo lleva a un “monte alto” donde tiene lugar la transformación, ésta significa, para ellos, una especie de iniciación superior. En cierto modo, son conducidos —en aquel momento— más profundamente a los secretos referentes a la conducción de la humanidad, que sucesivamente les son revelados. Sabemos que dicha escena contiene unos cuantos secretos. A lo enigmático ya alude el hecho de que se habla de un “monte alto”. Cuando se trata de hechos ocultos, la montaña, como tal, siempre significa que a los que allí son conducidos, se les revelan ciertos misterios de la existencia. Leyéndolo correctamente, el Evangelio de Marcos efectivamente lo evidencia. En el tercer capítulo, versículos 7 al 23 o 24 —en rigor, basta leerlo hasta el versículo 22— hay algo que llama la atención del sensible y comprensivo lector. Hemos dicho que la expresión “conducir a la montaña” tiene un significado oculto. Pero en dicho capítulo hállase no solamente un conducir a la montaña sino una triplicidad. Si nos fijamos en las tres partes en cuestión, leemos primero (vers. 7): “Mas Jesús se apartó a la mar con sus discípulos. . .“ Quiere decir que primero somos conducidos a una escena a orillas de un lago. Después, en el versículo 13, se relata: “Y subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso...”

En tercer lugar se nos dice, en los versículos 19 al 21: “Y vinieron a casa, y agolpóse de nuevo la gente de modo que ellos ni aun podían comer pan. Y como lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: está fuera de sí” Se atrae la atención a tres distintos lugares: al lago, a la montaña y a la casa. Del mismo modo que se piensa que, hablándose de la “montaña”, siempre ocurre algo importante en sentido oculto, así también es el caso con respecto a las otras dos cosas. Cuando en los escritos ocultos se1 trata del “ser conducido al lago”, como asimismo del “ser conducido a casa”, esto siempre se relaciona con un significado oculto. Hay una particularidad que nos confirma que en los Evangelios también es así. No solamente en el Evangelio de Marcos sino en los Evangelios en general, una determinada revelación, una manifestación peculiar, se relacionan con el “lago”, o la mar. Así, por ejemplo, cuando los discípulos están en el barco en medio de la mar y les aparece el Cristo: ellos piensan que es un fantasma, pero luego se dan cuenta de la realidad. También en otros pasajes de los Evangelios se trata de hechos que tienen lugar a orillas o en relación con un lago. En el “monte”, El establece los doce discípulos, quiere decir les confiere el apostolado. Se trata de una enseñanza oculta. La transfiguración oculta igualmente tiene lugar en el monte. En “casa”, los suyos dicen que Cristo está “fuera de sí”. Las tres cosas tienen el más eminente, el más amplio significado.

Para comprender lo que en tales casos significa el término “junto al lago”, hemos de referirnos a hechos ya explicados en otras oportunidades. En la época atlante de la evolución terrestre, la atmósfera estaba todavía compenetrada de una espesa niebla; por lo tanto, debido a las diferentes condiciones físicas, la vida anímica del hombre también fue muy distinta a la de ahora, y él poseía aún la antigua clarividencia. Todo esto condicionado, como queda dicho, a la totalmente distinta existencia del cuerpo físico, sumergido en el ambiente nebuloso; y de ello, la humanidad ha conservado una especie de antigua herencia. En el tiempo post-atlante, cuando alguien, por algún motivo, llega a relacionarse con hechos ocultos, como sucedió con los discípulos de Jesús, uno se torna mucho más sensible para las condiciones naturales que le circundan. Con respecto a la robusta manera de cómo el hombre de nuestros tiempos se relaciona con la Naturaleza, en cierto sentido, no importa mayormente si él viaja por el mar, si se halla a orillas de un lago, sí sube a una montaña, o si está en casa. La manera de cómo el hombre percibe con los ojos, o cómo piensa con el intelecto, no depende principalmente del lugar en que él se encuentre. Pero cuando comienza la visión más sutil, cuando uno asciende a las condiciones del mundo espiritual, la naturaleza humana resulta grosera. Cuando el hombre que llega a la clarividencia, viaja por el mar, donde las condiciones son muy distintas, aunque él viva en la región costanera, su conciencia clarividente, su disposición anímica se torna muy distinta de lo que es en la llanura. En ésta, en cierto modo se requiere el máximo esfuerzo para suscitar las fuerzas clarividentes. El mar facilita provocar las fuerzas clarividentes, pero no todas, sino las que tienen que ver con algo bien definido. Igualmente hay una diferencia entre el desenvolverse de la conciencia clarividente en la llanura, por un lado, y al subir a una montaña, por el otro. En las alturas, el estado anímico de la conciencia clarividente sensitiva se dirige hacia objetos distintos de los de la llanura. Del mismo modo hay una gran diferencia entre la propensión clarividente junto a un lago y en la altura de una montaña. (Naturalmente, todo puede compensarse, incluso en la ciudad, a costa de grandes fuerzas; lo que expongo se refiere principalmente a lo espontáneo.) En la costa del mar, o en donde hay agua y dentro de la neblina, la conciencia clarividente tiende principalmente a las imaginaciones, a sentir lo imaginativo y a emplear lo ya alcanzado. En las montañas, con la atmósfera enrarecida y la distinta proporción de oxígeno y nitrógeno, la clarividencia tiende más bien a las inspiraciones, y a obtener nuevas fuerzas clarividentes. Por esta razón, el término “ascender a la montaña”, no se emplea tan sólo simbólicamente, sino que la topografía montañosa aumenta la posibilidad de adquirir nuevas fuerzas ocultas. Y la expresión “ir al lago” tampoco se entiende meramente como símbolo, sino que se aplica precisamente porque el tener contacto con el lago, favorece la visión oculta, el empleo de fuerzas ocultas. Lo más penoso resulta suscitar las fuerzas ocultas cuando uno está en su propia casa, ya sea solo o en compañía de los familiares. Si para una persona que durante cierto tiempo ha vivido junto al mar, es relativamente fácil —si todo va bien— creer que a través del velo de la corporalidad se le produzcan imaginaciones; y si para otra persona que vive en las montañas, le resulta un tanto más fácil creer que logre ascender; una tercera persona que está en su casa, da simplemente la sensación de hallarse “fuera de sí”. A ella no le falta capacidad de desarrollar las fuerzas ocultas, pero existe una discordancia con el ambiente; la correlación con lo que le circunda no es tan natural como en los otros dos casos. Conforme a ello, hay un profundo sentido y concuerda enteramente con las condiciones naturales ocultas, que el Evangelio se atenga exactamente a lo expuesto; y esto se verifica como sigue: Cuando se dice que un acontecimiento tiene lugar “junto a la mar”, no cabe duda de que se empleen bien determinadas fuerzas; así por ejemplo cuando se recurre a fuerzas de curación o de visión, y asimismo fuerzas que ya existen. En tales casos el Cristo aparece a los suyos junto a la mar. Pero ellos lo experimentan realmente, porque el Cristo se exterioriza, de modo que los discípulos lo ven sin que El estuviese presente físicamente; y como para tal vivenciar no importa la diferencia del lugar, El se halla, a la vez, “con ellos”, junto a la mar. Donde se trata de un nuevo desarrollo de las fuerzas del alma de los apóstoles, se habla del “monte alto”; y por la misma razón también se habla del monte, donde, en cierto modo, el Cristo hace que el alma de los doce se compenetre del espíritu grupal de Elías. Igualmente se habla del monte donde el Cristo ostenta todo su ser cósmico e histórico- universal. Por lo tanto, la glorificación tiene lugar en el monte.

Desde este punto de vista hemos de contemplar especialmente la escena de la glorificación. Los tres discípulos Pedro, Jacobo y Juan dan pruebas de ser capaces de que se les revelen los profundos secretos del Misterio de Gólgota. Para los ojos clarividentes de estos tres aparecen glorificados, quiere decir en su naturaleza espiritual, Elías, por un lado; Moisés, por el otro lado; el

Cristo Jesús mismo, en el medio, pero transfigurado (el Evangelio lo dice en forma imaginativa), evidenciando su naturaleza espiritual. Se lo da a entender claramente: “Y fue transfigurado delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve; tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos. Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús”. (Marcos 9, 3.4). Al gran monólogo del Dios sigue un diálogo entre tres. ¡Un desarrollo maravilloso y dramático! En todas partes, los Evangelios contienen semejantes acrecentamientos artísticos; su composición es realmente grandiosa. Después de haber escuchado el monólogo del Dios, percibimos un dialogar entre tres. ¡Y qué diálogo! Allí están Elías y Moisés a ambos lados de Cristo Jesús. ¿Qué significa la presencia de Elías y Moisés?

Muchas veces hemos caracterizado, incluso en su aspecto oculto, la figura de Moisés. Sabemos que, según la sabiduría de la historia universal, hemos de ver en Moisés un eslabón de la evolución desde tiempos remotos hasta el tiempo del Misterio de Gólgota. También sabemos por lo expuesto sobre el Evangelio de Lucas, que en el niño Jesús a que particularmente se refiere el Evangelio de Mateo apareció Zoroastro reencarnado y, además, que Zoroastro, en cuanto a todas las peculiaridades de su ser, había hecho lo necesario para preparar su posterior reaparición. En otras oportunidades ya he explicado que a través de procesos ocultos, Zoroastro cedió y transmitió a Moisés su cuerpo etéreo, de modo que las fuerzas de éste producían su efecto en Moisés. Con la aparición de Elías y Moisés al lado de Cristo Jesús, tenemos pues, en cierto sentido, en Moisés las fuerzas que desde las formas primitivas de la cultura, conducían a lo que por el Cristo Jesús y el Misterio de Gólgota debía donarse a la humanidad. Pero también en otro sentido, Moisés representa una figura que en la evolución conduce de un estado a otro. Sabemos que él no solamente era portador del cuerpo etéreo y con ello de la sabiduría de Zoroastro, sino que, además, recibía la iniciación en los misterios de los otros pueblos. Una particular escena de iniciación se describe en el encuentro con Jethro, sacerdote de Madián (Éxodo, cap. 3). En aquel relato se alude claramente a que Moisés, al estar con ese solitario sacerdote, llega a conocer, aparte de los misterios de la iniciación del pueblo judío, también los de los otros pueblos, acogiéndolos en su propio ser, fortalecido singularmente por ser portador del cuerpo etéreo de Zoroastro. Así se transmitían al pueblo judío, por el obrar de Moisés los misterios de iniciación de todo el mundo circunvecino, de modo que él, en un nivel inferior —por decirlo así— ha preparado lo que por el Cristo Jesús debió realizarse. Esta fue una de las corrientes evolutivas para preparar el Misterio de Gólgota.

La otra corriente provenía de lo que, de una manera natural, vivía en el pueblo judío mismo. Además de la corriente que fluía por las generaciones, desde Abraham, Isaac y Jacob, Moisés hacía fluir, en la medida en que en su época fue posible, aquel otro elemento que existía en el mundo; pero de tal manera que siempre se velaba por conservar lo tan estrechamente relacionado con la naturaleza del antiguo pueblo hebreo. ¿A qué estuvo destinado este pueblo? Su misión consistió en preparar la época que hemos tratado de representarnos al contemplar, por ejemplo, el helenismo y, nuevamente, la figura de Empédocles. Con ello hemos señalado el tiempo en que en el hombre se extinguen las facultades de la antigua clarividencia, en que se pierde la visión del mundo espiritual y se suscita el discernimiento, propio del yo; desenvolviéndose el yo que depende y que se apoya en sí mismo. El antiguo pueblo hebreo debía desarrollar en este yo lo que a través de la organización sanguínea proviene de la naturaleza física del ser humano. De una manera natural, debía desarrollarse en dicho pueblo lo que la organización física del ser humano puede dar. De esta organización depende, por cierto, la intelectualidad, por lo que de aquélla debía extraerse, lo que desenvuelve las facultades relacionadas con ésta. Los otros pueblos en cierto modo habían dado a la organización terrenal la luz de lo que por la iniciación puede darse desde afuera. Del conjunto del antiguo pueblo hebreo, en cambio, debía darse lo que surgía de la organización sanguínea de la propia naturaleza humana. Por esta razón había que observar estrictamente la continuidad de la relación sanguínea y que cada uno tuviese en sí mismo las capacidades que desde Abraham, Isaac y Jacob fluían por la sangre. En la sangre del pueblo hebreo debían formarse los órganos correspondientes, lo que sólo a través de la transmisión hereditaria era posible. En otra oportunidad he explicado lo que significa, en el Antiguo Testamento, el impedimento de realizar el sacrificio de Isaac: a la humanidad debía darse, por la voluntad divina, el pueblo hebreo; y con ello se le daba el receptáculo físico exterior para la yoidad humana. Por el hecho de que Abraham quiere ofrecer a su hijo en holocausto, se alude a que con el antiguo pueblo hebreo el Dios da a la humanidad aquel receptáculo físico. Pero por el sacrificio de Isaac, Abraham hubiera sacrificado la organización que a la humanidad debía proveer el fundamento físico de la intelectualidad y de la yoidad. Dios se lo devuelve, como obsequio, y con ello, toda la organización. He aquí lo grandioso de esta devolución.

Primero hemos dicho que por un lado está la corriente espiritual cuya imagen se nos da en la escena de la glorificación, a través de la figura de Moisés.

La imagen de todo aquello que por el instrumento del pueblo judío debía contribuir para preparar el Misterio de Gólgota, nos es dado a través de la figura de Elías. Al respecto, se evidencia la relación entre la totalidad de la revelación divina que vive en el pueblo judío y el Misterio de Gólgota. En el capítulo 25 del cuarto libro de Moisés (Los Números) se relata que Israel es seducido por la idolatría moabita, pero salvado por un solo hombre. Por la decisión de éste se evita la total inclinación a la idolatría de los israelitas, el pueblo hebreo. ¿Quién es aquel hombre? En el cuarto libro de Moisés se relata que ese hombre, “llevado de celo entre ellos” e intercediendo por el Dios revelado por Moisés, tuvo la fuerza de hablar al antiguo pueblo hebreo que estaba por ceder a la idolatría de los pueblos circunvecinos. Un hombre de alma fuerte: “Entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: Phinees, hijo de Eleazar, hijo de Aarón el sacerdote, ha hecho tornar mi furor de los hijos de Israel, llevado de celo entre ellos: por lo cual yo no he consumido en mi celo a los hijos de Israel. Por tanto diles: He aquí yo establezco mi pacto de paz con él”. La antigua sabiduría oculta de los hebreos da suma importancia a este pasaje; y la investigación oculta moderna lo confirma. Con Aarón empieza la sucesión de los que representan el oficio de gran sacerdote del antiguo Reino de Israel; de los personajes, por lo tanto, en quienes vivió la esencia de cuanto el pueblo judío dio a la humanidad. En aquel momento de la historia universal y según la sabiduría oculta hebrea, como asimismo la investigación oculta moderna, se trata de nada menos que del hecho de que Jehová comunica a Moisés que con Phinees, hijo de Eleazar y nieto de Aarón, le da al pueblo hebreo un sacerdote peculiar que está vinculado y que defiende a El, Jehová. Y la antigua sabiduría oculta, como asimismo la investigación moderna, dicen que en el cuerpo de Phinees vivió el alma que más tarde existió en Elías. En Phinees, el nieto de Aarón, tenemos el alma que nos interesa. Ella vuelve a aparecer en Elías-Naboth y, más tarde, en Juan el Bautista. Y sabemos que después sigue su ulterior camino por la evolución de la humanidad. Así tenemos, por un lado, la imagen de esta alma y, por el otro lado, la imagen del alma de Moisés.

En la escena del monte, de la glorificación, la transformación, confluye la espiritualidad de toda la evolución terrestre: en el alma de Phinees, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, lo que en los Levitas fluye por la sangre judía; luego Moisés y, finalmente, El que lleva cabo el Misterio de Gólgota. Por cognición imaginativa debió revelarse, como principio de su iniciación, a los tres discípulos Pedro, Jacobo y Juan, cómo confluyen estas fuerzas, las corrientes espirituales. Si en la conferencia anterior hemos tratado de dibujar una especie de llamada que en cierto modo, de Grecia se dirige a Palestina, como asimismo la voz de respuesta, esto ha sido, por cierto, algo más que una mera “figuración imaginativa” de los hechos, sino una referencia anticipada al gran diálogo histórico-universal que realmente tuvo lugar. A los discípulos Pedro, Jacobo y Juan debió revelarse lo que tuvieron que conferenciar esas tres almas: una, perteneciente al pueblo del Antiguo Testamento; otra, la de Moisés que en sí misma fue portadora de lo que hemos explicado; tercera, que como divinidad cósmica se unió con la Tierra. Sabemos que esto no penetraba espontáneamente en el alma de los discípulos; que ellos tardaron en comprender lo escuchado. Pero esto es lo que ocurre con muchas cosas que se experimentan en campo de lo oculto: lo experimentamos en forma imaginativa y no llegamos a comprenderlo sino en las encarnaciones posteriores; pero entonces lo comprendemos tanto mejor cuanto más nuestra inteligencia se haya ajustado a lo anteriormente percibido. Con todo, podemos sentir: allí en el monte las tres potencias del mundo; abajo los tres que deben recibir la revelación de estos grandes misterios cósmicos. Y en nuestra alma surgirá la sensación de que el Evangelio, correctamente comprendido en su dramático acrecentamiento y su composición artística de los hechos ocultos, señala el gran cambio que en la época del Misterio de Gólgota tuvo lugar. Para la investigación oculta, el Evangelio habla con suma claridad.

Empero, en cuanto a los distintos pasajes del Evangelio, habrá que distinguir, en cada caso, qué es lo que particularmente importa, pues sólo así se podrá tocar el punto de principal importancia para una que otra parábola, para este o aquel relato. Es curioso que, frente a los más importantes hechos de los Evangelios, las interpretaciones teológicas o filosóficas suelen “tomar el rábano por las hojas”, porque no se dan cuenta de qué se trata.

Por la importancia que tiene para el decurso de nuestras consideraciones deseo llamar la atención sobre un pasaje que se halla en el decimocuarto capítulo del Evangelio de Marcos:

Y estando El en Bethania en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer teniendo un alabastro de ungüento de nardo espique de mucho precio; y quebrando el alabastro, derramóselo sobre su cabeza. Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de ungüento? Porque podía esto ser vendido por más de trescientos denarios, y darse a los pobres. Y murmuraban contra ella. Mas Jesús dijo: Dejadla; ¿por qué la fatigáis? buena obra me ha hecho. Que siempre tendréis los pobres con vosotros, y cuando quisiereis, les podréis hacer bien; mas a mí no siempre me tendréis. Esta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que fuere predicado este evangelio en todo el mundo, también esto que ha hecho ésta, será dicho para memoria de ella.” (Marcos 14, 39.)

Sería justo confesar que semejante pasaje realmente llama la atención. La mayoría de los hombres, si son sinceros, debieran reconocer que habría que simpatizar con los que se oponen a que el ungüento se haya desperdiciado; y que realmente no hace falta derramarlo sobre la cabeza de alguien. Y la mayoría pensará que hubiera sido mejor vender el ungüento por trescientos denarios, y dar el dinero a los pobres. Si son sinceros, tal caso les parecerá violento que Cristo dijera: es mejor dejarla hacer que vender el ungüento en beneficio de los pobres. Para no desalentarse, habría que admitir que debe de haber algo extraordinario detrás de este relato. Pero el Evangelio da un paso más; ni tampoco es cortés en este caso. Porque si hay unas cuantas personas quienes confiesan que hubiera sido mejor dar a los pobres los trescientos denarios, por la venta del ungüento, el Evangelio quiere decir que esas personas piensan en forma parecida a — ciertos otros; pues sigue diciendo:

. . .dondequiera que fuere predicado este evangelio en todo el mundo, también esto que ha hecho ésta, será dicho para memoria de ella.”“Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, vino a los príncipes de los sacerdotes, para entregársele. Y ellos oyéndolo, se holgaron, y prometieron que le darían dinero. Y buscaba oportunidad cómo le entregaría.”

¡Es que Judas Iscariote se había escandalizado con el derramar del ungüento! Los que de ello se encolerizan, son comparados con Judas Iscariote.

El Evangelio no repara en decir que aquellos que se escandalizan con el derramar del ungüento no se distinguen de Judas quien después por treinta piezas de plata, fuese a entregar al Señor. El Evangelio quiere decir: “Mirad, así son los hombres que quieren vender el ungüento por trescientos denarios; pues Judas se apega al dinero”. No es cuestión de disimular lo que dice el Evangelio; lo que importa es acertar de qué se trata. Hay otros ejemplos que nos muestran que a veces el Evangelio al referirse a puntos secundarios, llega a expresarse en forma chocante, con el fin de arrojar tanto más luz sobre el punto principal.

Lo importante del pasaje a que nos referimos consiste en que el Evangelio quiere decirnos que debemos fijarnos no solamente en la existencia sensorial y lo que en ella tenga valor e importancia, sino que ante todo es el mundo suprasensible el que debe estar presente en el alma; y que, además, debemos comprender qué es lo que en la existencia sensorial ya no tiene importancia. Una vez exánime el cuerpo del Cristo Jesús, cuya unción después de la sepultura se anticipa por la acción de aquella mujer, ya no tendrá importancia; pero debemos hacer algo por lo que más allá de la existencia sensorial tendrá valor e importancia. Esto es lo que se quiere destacar; y por esta razón se recurre a algo que incluso la conciencia humana natural considera como del más alto valor para la existencia sensorial. El Evangelio escoge un ejemplo peculiar para hacer comprender que en determinado momento hay que sustraer a la existencia física algo que se da al espíritu, o sea, a la esfera en que penetra el yo sensorio al librarse del cuerpo; escoge, justamente, un ejemplo aparentemente despiadado: se sustrae a los pobres lo que se da al espíritu, al yo que está libre del cuerpo. El Evangelio no considera lo que a la existencia terrena confiere valor, sino lo que puede aunarse con el yo y de él irradiar. Esto es lo que aquí singularmente se pone de manifiesto, relacionándolo, además, con Judas Iscariote quien hace la traición porque su alma principalmente se inclina a la existencia física; y porque él se mezcla con aquellos a quienes el Evangelio desdeñosamente califica de hombres triviales. Judas sólo se fija en lo que tiene valor para la existencia física; lo mismo ocurre con los que dan mayor importancia a lo que se compraría por los trescientos denarios que a lo suprasensible. Al reconocer el valor de lo espiritual, se reconocerá lo justificado del ejemplo que da el Evangelio. Y donde se trate de realzar el valor de lo suprasensible, para el yo, se considerará el derroche del ungüento como algo que no tiene importancia.

A continuación citamos otro pasaje que nos permite apreciar lo metódico-artístico que de hechos ocultos de la evolución de la humanidad se hallan en el Evangelio; y que para los exegetas es otro punto difícil.

Y el día siguiente, como salieron de Bethania, tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó, si quizás hallaría en ella algo; y como vino a ella, nada halló sino hojas; porque no era tiempo de higos. Entonces Jesús respondiendo, dijo a la higuera: nunca más coma nadie fruta de ti para siempre. Y lo oyeron los discípulos.”

Sinceramente, habría que preguntar: ¿no es extraño, según el Evangelio, que un Dios se acercase a una higuera, buscando higos, pero sin que los hallase; máxime cuando se indica la causa, ya que se dice expresamente: “porque no era tiempo de higos”? Quiere decir que en la época en que no hay higos, Jesús se acerca a la higuera, en busca de higos, pero sin hallarlos — y entonces dice: “Nunca más coma nadie fruta de ti para siempre”. Hay que ver en qué forma se interpreta comúnmente este relato, mientras que seca y prosaicamente se dice que el Cristo Jesús tiene hambre, se acerca a una higuera en la época en que no hay higos; no los encuentra y luego maldice al árbol que para siempre no haya jamás fruta en él. Pues bien ¿qué es entonces la higuera, y qué significa todo este relato? Quien sepa leer libros ocultos, se dará cuenta, ante todo, que con ¡a “higuera” se alude a lo mismo a que se refiere lo que se dice del Buda quien bajo el “Árbol-Bodhi” recibió la iluminación para el sermón de Benarés. Bajo el “árbol-Bodhi” significa lo mismo que bajo la “higuera”. Con relación a la clarividencia humana, la época de Buda era todavía “tiempo de higos”, dentro de la historia universal; quiere decir que bajo el árbol Bodhi —bajo la higuera— se recibía, como ocurrió con el Buda, la iluminación. Y los discípulos de Jesús debieron aprender que esto ya había terminado. Se había llegado al hecho histórico-universal de que bajo el árbol donde el Buda había recibido la iluminación, ya no se hallaron los frutos. En el alma del Cristo se reflejó lo que aconteció para toda la humanidad. Si consideramos a Empédocles de Sicilia como un representante de la humanidad, un representante de muchos que también tuvieron hambre, porque su alma ya no encontraba lo que antes poseía, y debió contentarse con el yo abstracto, entonces podemos hablar de “Empédocles hambriento”, y de la “sed de espíritu” de todos los hombres del tiempo que se aproximaba. Al aproximarse el Misterio de Gólgota, el Cristo Jesús sintió en el alma el hambre de toda la humanidad, y los discípulos debieron Conocer y participar de este secreto.

El Cristo los conduce a la higuera y les revela el secreto del árbol Bodhi; omite, por ser de menor importancia, que el Buda aún había encontrado los frutos. Pero ahora había pasado el “tiempo de higos”, el tiempo del sermón de Benarés; y el Cristo debía enunciar que el árbol, del cual fluía la luz de Benarés, nunca más dará los frutos del conocimiento, sino que éstos ahora vendrán del Misterio de Gólgota.

Tenemos ante nosotros el hecho de que, cuando el

Cristo Jesús con sus discípulos va de Bethania a Jerusalén, surge en éstos un sentimiento y una fuerza singulares que en el alma de ellos suscitan fuerzas de clarividencia, de modo que los discípulos particularmente propenden a la imaginación. En ellos despiertan fuerzas de clarividencia imaginativa que les hacen ver al árbol Bodhi, la higuera; Cristo Jesús los conduce al conocimiento de que el árbol Bodhi no dará los frutos cognoscitivos, porque ya no es tiempo de higos, o sea, tiempo del conocimiento antiguo. Este árbol se ha secado para siempre; otro árbol deberá aparecer, el árbol formado por el leño seco de la cruz, el que no dará los frutos de antes, sino los que brotarán del Misterio de Gólgota, cuyo símbolo es la cruz de Gólgota. En lugar de la imagen histórico-universal del Buda bajo el árbol Bodhi, aparece la imagen de Gólgota, con el árbol de la cruz del cual pendió el fruto viviente del Dios-Hombre de cuya revelación irradia el nuevo conocimiento, el del árbol que continúa desarrollándose para dar sus frutos ahora y en todos los tiempos venideros.


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919