GA139 Basel, 20 de septiembre de 1912 evangelio de s. Marcos EL ASPECTO HISTORICO DE LA EVOLUCION

    ver  ciclo completo 

Rudolf Steiner

EL ASPECTO HISTORICO DE LA EVOLUCION EL GRAN MONOLOGO DE CRISTO JESUS

6ª conferencia

Basel, 20 de septiembre de 1912

En la conferencia anterior hemos tratado de representarnos la revelación de Krishna y su relación con la evolución posterior, con la revelación por el Cristo. Principalmente hemos señalado que la revelación de Krishna aparece como el fin de una extensa corriente evolutiva de la humanidad, el fin de la época de la primitiva clarividencia. Podemos decir que lo alcanzado a través de esa revelación, existe definitivamente dentro de la evolución, ha llegado a cierto fin y ya no puede ser superado; y las enseñanzas que entonces fueron adquiridas, en cierto modo nos quedan en su forma primitiva para toda la evolución posterior.

Ahora nos incumbe considerar, desde determinado punto de vista, lo singular de dicha revelación. Podríamos decir que, en el verdadero sentido humano, se trata de una revelación que no toma en cuenta el tiempo y lo que de éste deriva. Todo lo que no toma en cuenta el “tiempo”, como factor real, ya lo contiene la sabiduría de Krishna. ¿Qué quiere decir esto?

En cada primavera observamos el brotar de las plantas; vemos después, que ellas crecen, se desarrollan hasta su madurez, y producen semillas que vuelven a la tierra. De éstas nacen, pasado un año, plantas iguales, se desarrollan y producen semillas, todo de igual manera. Es un proceso que año tras año se repite. Dentro de períodos que la vista abarca, hemos de decir que realmente se trata de una “repetición”. Todos los años los lirios, las prímulas, los jacintos producen sus flores, dentro de cada especie, de igual forma y aspecto. En cierto modo, podemos ascender a la esfera de los animales para encontrar algo parecido; puesto que si consideramos las distintas especies; la del león, la de la hiena, de una determinada clase de mono, etc., se verificará que el desarrollo de tales seres se halla predispuesto desde el principio; esto significa que para los animales justificadamente no se puede hablar de “educación” en sentido propio. Es cierto que a personas poco razonables se les ocurre ahora, incluso para los animales, aplicar toda clase de conceptos pedagógicos; pero para un justo criterio esto no se justifica de modo alguno. La ley de la repetición también se confirma si consideramos períodos cortos: primavera, verano, otoño e invierno se repiten regularmente a través de los siglos. Únicamente si consideráramos períodos muy extensos, fuera del alcance de la observación humana, se haría necesario recurrir al concepto del tiempo; veríamos que allí todo transcurre de un modo distinto; que, por ejemplo, en un futuro lejanísimo, cambia el modo de la salida y la puesta del sol. Sin embargo, se trata de aspectos que no son del caso, o bien si entráramos en el campo de la ciencia espiritual. Para lo que comúnmente está al alcance de la observación del hombre, digamos para la naturaleza astronómica, rige la ley de la repetición de lo mismo, o de lo semejante, de la misma manera como,

principalmente, ella rige para la repetición anual de las formas en el reino vegetal. Para esta repetición como tal, el tiempo no tiene mayor importancia; esencialmente no es, en su calidad de tiempo, ningún factor real.

Esto cambia al considerar la vida individual del hombre. Según la ciencia espiritual, subdividimos la vida humana en períodos sucesivos. Distinguimos un primer período desde el nacimiento hasta la segunda dentición, o sea hasta los siete años de edad, aproximadamente; otro período, desde los siete hasta los catorce años, es decir hasta la madurez sexual; después el que corre de los catorce a los veintiún años, etc. En pocas palabras, distinguimos en la vida individual del hombre, períodos sieteñales. En cierto sentido podemos decir que en estos períodos de siete años cada uno, se repiten ciertas cosas; pero hay algo mucho más evidente, esto es, el progresivo cambio, el progreso mismo que se opera: la naturaleza humana es, en el segundo período sieteñal, totalmente distinta del primero, y vuelve a ser distinta en el tercero. No podemos decir que del mismo modo que una planta se repite en otra planta, se repitiese en el segundo período el hombre del primer período sieteñal, sino que aquí vemos que el tiempo en su progresar es de singular importancia. Y a la pregunta si lo que tiene importancia para el individuo puede aplicarse a toda la humanidad, hemos de contestar: en las etapas sucesivas de la evolución de la humanidad se manifiestan en cierto modo, tanto el uno como el otro principio. Al respecto, podemos limitarnos al así llamado tiempo post-atlante. En él distinguimos como primera cultura, la de la antigua India; como segunda, la antigua persa; como tercera, la egipcio-caldea; después la cuarta, la grecorromana; y la quinta, que es la nuestra en que vivimos, a la cual seguirán dos culturas más, hasta un nuevo gran cataclismo. En los distintos períodos de esta evolución progresiva se manifiestan numerosas similitudes que en cierto modo pueden compararse a la repetición de lo mismo como lo observamos, por ejemplo, de año en año en el reino vegetal: esos períodos se desarrollan de tal manera que al principio la humanidad recibe ciertas revelaciones; se le da un impulso a través de una corriente de vida espiritual, a semejanza del impulso que en cada primavera se da al reino vegetal de la tierra. Aquel primer impulso espiritual sirve de base para el ulterior desarrollo que produce sus frutos y se extingue cuando el período cultural llega a su fin — igual a que las plantas perecen cuando el curso del año se acerca al invierno. Pero, aparte de esa semejanza, se evidencia algo en los períodos sucesivos que es comparable al progreso en el desarrollo del individuo, y para lo cual el tiempo tiene importancia como factor real. No es así que en la segunda cultura, la antigua persa, volviesen a ponerse los gérmenes al igual que en la primera o, quizá, que en la tercera volviesen a manifestarse las peculiaridades de la primera, sino que los impulsos cambian, adquieren fuerzas nuevas, cada vez más elevadas, al igual que en la vida humana en que los distintos períodos sieteñales también son diferentes, cada uno con su progreso correspondiente.

Empero, a la humanidad se le revelaron lenta y paulatinamente las cosas que constituyen la suma del conocimiento; no todas las corrientes espirituales de los pueblos tuvieron, a un mismo tiempo, disposición para todo. Así vemos que la corriente evolutiva de humanidad que llega a su fin en el tiempo del Misterio de Gólgota, carece del concepto del tiempo como factor real. En el fondo, toda la sabiduría oriental carece de este concepto del tiempo como factor real. Ella posee particularmente el concepto de la repetición de lo mismo, al que concibe de una manera grandiosa.

Tomemos el ejemplo del desarrollo de la planta para considerar la repetición de lo mismo en los sucesivos períodos culturales. Vemos que en primavera la planta brota de la tierra: esto significa una “creación”. La planta crece y se desarrolla hasta llegar a un determinado punto culminante, luego perece, y al perecer ya lleva en sí misma el germen de una planta nueva. Esto quiere decir que tal desarrollo se produce en tres pasos: el nacer, el crecer y formarse y el perecer; y en el perecer se halla el germen de otro proceso igual. Este principio de la repetición en que lo principal no es el tiempo, porque lo que importa es la repetición, se concibe lo más exactamente en base a lo ternario. Comprenderlo en este sentido fue una facultad peculiar de la sabiduría oriental que precedió al cristianismo. La grandeza de aquella antigua cosmovisión se basaba en este concepto unilateral del acontecer que se repite y en que lo temporal no importa. Donde esa cosmovisión llega a su fin, surgen por doquier las trinidades las que en verdad son expresión clarividente de lo que se halla detrás del nacer, perecer y restablecer: Brahma, Shiva, Vishnu. Todo se basa en esta tríada, como potencias creadoras. En los tiempos anteriores a la revelación de Krishna, ella pertenecía al conocimiento clarividente. Su imagen existía en todas partes, donde no importaba el tiempo, sino como sucesiva repetición de lo mismo.

Lo esencial con respecto al conocimiento de un tiempo nuevo, reside en que surge el don de la consideración del aspecto histórico, vale decir de tomar en cuenta el tiempo como factor real, para lo concerniente a la evolución. Al conocimiento de Occidente quedaba reservado desenvolver el sentido histórico, comprender la historia en su verdad. La diferencia entre las dos corrientes evolutivas, la de Occidente y la de Oriente, consiste en que esta última concibe el mundo de una manera no-histórica —pero nohistórica en su máxima perfección—; Occidente, en cambio, debido a determinado impulso, empieza a juzgarlo históricamente; y la antigua cosmovisión hebrea había dado el primer impulso para esta concepción de índole histórica.

Consideremos ahora, una al lado de otra, las cosmovisiones orientales en su verdadera esencia. En ellas se describen las distintas Edades del Mundo que se repiten. Se describe lo sucedido al principio y al fin de la primera era; después se describen principio y fin de la segunda era y lo mismo con respecto a la tercera. Y el misterio del devenir del mundo en la era de Krishna, se caracteriza correctamente, diciendo: cuando la antigua cultura de la tercera era había quedado árida y seca, cuando ella entraba en su otoño e invierno, apareció Krishna, hijo de Vasudeva y Devaki, con la misión de sintetizar para la cuarta era, lo que como germen, como nueva semilla pudo traspasarse de la tercera a la cuarta era. Las distintas Edades del Mundo las podemos comparar a los años que en el desarrollo de la planta se suceden. Ciclos de tiempo con lo que en ellos se repite, representan el elemento esencial de las cosmovisiones orientales.

Comparemos ahora a estas cosmovisiones cuya más significativa estructura reside en que en ella no importa lo temporal, aquello que se nos presenta al principio del Antiguo Testamento, y encontraremos, ciertamente, una considerable diferencia. Vemos que allí se manifiesta realmente un sucesivo desarrollo en el tiempo. Hay un sucesivo desarrollo a través de los siete días de la creación; por la época de ‘os patriarcas, de Abraham a Isaac y Jacob — todo es un devenir, es historia. ¡Nada se repite! No se repite, abstractamente, el primer día de la creación en el segundo; ni los patriarcas en los profetas; ni tampoco el tiempo de los Jueces en el de los Reyes, etc. Después llega el tiempo del cautiverio; en todo ello, el tiempo tiene real importancia al igual que en la vida del individuo humano. A través de todo el Antiguo Testamento, aparte de lo que se repite, se evidencia el tiempo como factor real del acontecer: es el progreso que como elemento peculiar entra en el relato del Antiguo Testamento. Este documento es el primer gran ejemplo de una concepción de índole histórica; y con ello el Occidente recibe el legado de la contemplación de lo histórico. Lenta y paulatinamente, la humanidad aprenda lo que en el curso del tiempo se le revela.

Empero, al darse a la humanidad nuevas revelaciones, también se produce cierto regreso a lo anterior. Al comienzo del movimiento teosófico, le fueron dadas grandes y significativas revelaciones. Sin embargo, sucedió lo curioso que desde un principio apenas surgió, en la vida teosófica, la consideración de lo histórico. De ello puede convencerse quien eche una ojeada al libro —por lo demás excelente y meritorio— El buddhismo esotérico, de A. P. Sinnett. Adecuados al sentir occidental son los capítulos de carácter histórico a diferencia de Otro elemento, al que puede llamarse el “elemento no-histórico”, en el cual se habla de grandes y pequeños ciclos, de sucesivas Rondas y razas, describiéndolo de tal manera como si la repetición fuese lo principal: a la segunda Ronda sigue la tercera; a una raza raíz otra raza raíz; y lo mismo con respecto a las subrazas, etc.; un mecanismo de ruedas en que lo principal estriba en la repetición; en fin, un regreso a un modo de pensar que la humanidad ya había superado. El modo de pensar que concuerda con la cultura occidental es, por el contrario, el de índole histórica. Y esto trae, como consecuencia, el justo conocimiento del centro de toda la evolución terrestre. El Oriente consideraba la evolución al igual que el desarrollo de la planta en su repetición anual; y así aparecían en los distintos períodos los grandes iniciados repitiendo, cada uno de ellos, lo anterior. En forma abstracta, se destaca principalmente que ellos no son sino la manifestación de lo Uno que de época en época se halla en evolución. El interés se centraba en describir lo que como lo mismo, está en evolución de manera igual; así como en la planta se considera la “forma”, sin distinguir los años.

Por lo tanto, sin tomarlo en sentido absoluto, el Oriente no estuvo realmente interesado en hacer distinción entre la encarnación del Bodisatva de la tercera era y la de la cuarta; antes bien, la consideraba como la encarnación del “Uno”. Este obedecer al Uno y la abstracta orientación hacia lo mismo, es lo que en el fondo hace de los tiempos precristianos, lo no-histórico, sin perjuicio de la consideración del aspecto histórico en el Antiguo Testamento, en el cual ese aspecto tuvo su fase preparatoria, para encontrar su perfección en el

Nuevo Testamento. Lo importante es, entonces, considerar la línea del devenir como un todo; no solamente considerar lo que en los distintos ciclos se repite, sino lo que constituye el centro de toda evolución. Así se justifica decir: es simplemente absurdo afirmar que no existiese semejante centro único del devenir.

El devenir histórico es el punto sobre el cual los distintos pueblos del orbe deberán entenderse, teniendo presente que el aspecto histórico es absolutamente necesario para la verdadera comprensión, de la evolución de la humanidad. En nuestros tiempos aún es así que si el Cristianismo, no en sentido fanático o confesional sino en su aspecto real, es llevado a Oriente, para hacerse valer objetivamente al lado de las demás religiones orientales, se le hará la objeción: “Vosotros tenéis el Dios único, el que una sola vez se incorporó en Palestina; nosotros, en cambio, tenemos muchas incorporaciones del Dios; nuestra religión es superior”. Desde el punto de vista oriental, tal contestación será lo más natural; ella se relaciona con el don particular de fijarse en la repetición de lo Uno. El criterio occidental, en cambio, debe de guiarse por el hecho de que todo tiene un centro, un punto esencial. Hablar de repetidas incorporaciones del Cristo, sería tan erróneo como si se dijese: “Es absurdo pretender que una balanza necesitase un solo fiel — habría que apoyarla en dos, tres, cuatro puntos”. Para comprender la evolución en su totalidad hay que buscar el único punto esencial, y no pensar que sería mejor buscar sucesivas incorporaciones del Cristo. Las distintas naciones y los pueblos del orbe deberán ponerse de acuerdo en que en el curso de la historia misma debió arraigarse el modo de pensar histórico, la consideración del aspecto histórico como pensamiento digno de un ser humano, en sentido superior.

Lentamente surgió este modo de pensar, partiendo de los estados primitivos: en el Antiguo Testamento se alude primero a este devenir histórico, al destacarse, siempre de nuevo, que la esencia del antiguo pueblo hebreo se apoya en la sangre de Abraham, Isaac y Jacob; y que esta sangre fluye por las sucesivas generaciones, de modo que se establece una forma de descendencia sanguínea, transmisión sanguínea. Así como se nota un progreso en los sucesivos períodos de la vida del individuo, con la importancia del factor tiempo, así también lo observamos en todo el pueblo del Antiguo Testamento. Un examen más detenido, nos permitirá comparar el transcurso de las generaciones de dicho pueblo con la vida del individuo humano, en cuanto éste desarrolla normalmente en sí mismo lo intrínseco de la predisposición física. En el Antiguo Testamento se nos relata lo que sucedió por la transmisión del padre al hijo, etc., como asimismo lo que surgió como fe religiosa por el hecho de que los descendientes perseveraban en la fe de sus consanguíneos. Lo significativo que por la sangre se produce en la vida natural del individuo, se aplica a todo el cuerpo del pueblo del Antiguo Testamento. Y como en cierto modo y a su debido tiempo se manifiesta el elemento anímico del individuo, de acuerdo a su rol específico, así también —y esto es particularmente interesante— se destaca tal elemento en la evolución histórica del Antiguo Testamento.

Si consideramos la vida del niño, nos daremos cuenta que en ella predomina lo natural, las necesidades del cuerpo. Lo anímico aún está dentro del cuerpo y no tiende a manifestarse enteramente. Impresiones agradables producen el bienestar corporal; impresiones desagradables llegan a exteriorizarse incluso en lo anímico del niño. Con el tiempo, lo anímico va sobreponiéndose paulatinamente, debido al desarrollo natural; y el hombre va llegando a una edad en que —con alguna diferencia, según el individuo, pero esencialmente después de los veinte años— cada uno desenvolverá y exhibirá verdaderamente lo anímico en sí mismo; dolores y necesidades puramente físicas ya no tendrán la misma importancia; antes bien, se manifestará la configuración anímica. Más adelante, el hombre adquiere la capacidad para atenuar el dominio de lo anímico en sí mismo; uno lo conseguirá más tarde, otro más temprano. También puede haber quien durante toda su vida exteriorice lo singular de su interioridad anímica. Pero hay, además, otros aspectos, por más que el hombre de veinte a treinta exponga su ser como si el mundo sólo hubiera esperado lo anímico que él posee. Particularmente aparecen entonces los grandes talentos espirituales como, por ejemplo, el don filosófico el cual, naturalmente, es considerado “el único sistema correcto”. Con todo, puede ser que realmente salga lo justo y lo bueno. Finalmente llega el tiempo en que comenzamos a ver lo que otros pueden dar, en que esto se transforma en nosotros, en que acogemos los frutos de la época.

Análogamente a lo que es el individuo, el Antiguo Testamento describe todo el cuerpo del antiguo pueblo hebreo. Vemos lo que en la época de Abraham, Isaac y Jacob se desarrolla por los rasgos étnicos de este pueblo, ya que todo depende entonces de sus peculiaridades sanguíneas y raciales. Se ve claramente: hasta determinado momento, todos los impulsos se deben a las peculiaridades étnicas. Después llega el tiempo en que dicho pueblo forma su alma, al igual que el individuo de los veinte a los treinta exhibe su ser anímico. Este es el momento en que aparece el profeta Elías; pues él es cual toda el alma singular del antiguo pueblo hebreo. Luego aparecen los otros profetas, con respecto a los cuales hemos dicho que en ellos obraban y se reunían en el pueblo hebreo las almas de los más diversos iniciados de otros pueblos. De esta manera, el alma del pueblo hebreo escucha lo que las almas de aquellos otros pueblos tenían que decirle. Lo que venía de Elías y, a través de los otros profetas, de las almas de otros pueblos, forma en su conjunto una grandiosa armonía, una verdadera sinfonía.

El cuerpo del antiguo pueblo hebreo llega así a su madurez y, en cierto sentido, muere, acogiendo en su fe, en su confesión, únicamente lo espiritual, lo que le queda espiritualmente, tal como lo vemos en el maravilloso relato sobre los macabeos. En este relato aparece en su vejez el pueblo del Antiguo Testamento, el pueblo que se retira para descansar, pero que por los hijos de los macabeos expresa espontáneamente la conciencia de lo eterno del alma humana. La “eternidad del individuo” se nos presenta como la conciencia del pueblo. Y ahora, al perecer el cuerpo del pueblo mismo, es como si esta alma, como alma-semilla, quedase en una forma totalmente nueva. ¿Dónde está ella, esta alma?

Esta alma de Elías, al penetrar y vivir en el

Bautista, es, al mismo tiempo, el alma del pueblo del Antiguo Testamento. Después del encarcelamiento y la decapitación por Herodes del Bautista, ¿qué es lo que sucede en cuanto a esta alma? Ya hemos hablado de ello.

Esta alma se independiza; al dejar el cuerpo, sigue actuando cual un aura; y en su esfera penetra el Cristo Jesús. ¿Pero dónde hállase esta alma de Elías, alma de Juan el Bautista? El Evangelio de Marcos alude claramente a ello: el alma del Bautista y de Elías se convierte en el alma grupal de los doce; sigue viviendo en los doce. El Evangelio alude a este hecho de un modo singular, de una manera artística. Antes de hablar de la muerte del Bautista, se describe cómo, por un lado, el Cristo enseña a la multitud y cómo por otra parte, habla a sus discípulos. Ya nos hemos referido a esto. Pero esto cambia al librarse del Bautista el alma de Elías para convertirse en el alma grupal de los doce. A esto alude claramente el Evangelio, pues el Cristo exige ahora de sus discípulos una comprensión superior. Y ¿qué es lo que debieran comprender y que El les reprende por no comprenderlo? Hay que leer la Biblia con toda atención. De un aspecto ya hemos hablado: de la multiplicación de los panes, cuando Elías está con la viuda de Sarepta, y de la otra multiplicación de los panes después de librarse del Bautista el alma de Elías. Pero ahora el Cristo exige que sus discípulos comprendan ante todo el sentido de tal multiplicación. Antes no les había hablado con tales palabras. Pero ahora, para hacerles comprender el destino de Juan el Bautista después de su decapitación; el partir de los cinco panes entre cinco mil, donde los pedazos se juntan en doce espuertas; asimismo, el partir de los siete panes entre cuatro mil, donde los pedazos se juntan en siete espuertas; el Cristo les dice:

¿No consideráis, ni entendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón? Teniendo ojos, no veis, y teniendo oídos, no oís; y no os acordáis, cuando partí los cinco panes entre cinco mil, ¿cuántas espuertas llenas de los pedazos alzasteis? Y ellos dijeron: doce. Y cuando los siete panes entre cuatro mil, ¿Cuántas espuertas llenas de los pedazos alzasteis? Y ellos dijeron: siete. Y les dijo: ¿Cómo aún no entendáis? (Marcos 8, 17.21.)

Les reprende severamente el que ellos no comprenden el contenido de estas revelaciones, porque El piensa: “El espíritu de Elías que se ha librado vive ahora en vosotros, y vosotros debéis ser dignos de penetrar con vuestra comprensión en su alma, para comprender cosas superiores de las que antes habíais comprendido”. Cuando Cristo Jesús hablaba a la multitud, se servía de parábolas, de imágenes, porque en esas gentes todavía se expresaba la resonancia de quienes en sus imaginaciones habían visto lo suprasensible; de modo que a la multitud hablaba de la misma manera como habían hablado los antiguos clarividentes. Pero en forma socrática, es decir según la razón común, lo interpretaba a los que del pueblo del Antiguo Testamento surgieron como sus discípulos. Para ellos pudo hablar dirigiéndose a un órgano nuevo, a lo que para la humanidad llegaba a ser lo corriente después de extinguirse la antigua clarividencia. Por haberse unido con los doce el espíritu de Elías, compenetrándolos como alma grupal, como su aura común, ellos llegaron, o pudieron, en un sentido superior, llegar a ser clarividentes; iluminados por el espíritu de Elías-Juan pudieron ver, los doce conjuntamente, lo que individualmente no les fue posible alcanzar. Para esto quiso educarlos el Cristo. ¿Para qué entonces?

¿Qué significa, en el fondo, ese relato de la “multiplicación de los panes”? Una vez, repartiendo cinco panes entre cinco mil personas — lo que sobra, llena doce espuertas; la otra vez, repartiendo siete panes entre cuatro mil — lo que sobra, llena siete espuertas. A los exegetas, estos capítulos siempre les han dado que pensar. Actualmente, se han puesto de acuerdo y dicen: “Pues bien, esas gentes habían llevado pan consigo; y al haberse recostado desenvolvían lo que habían traído”. Y esto lo dicen incluso quienes fielmente quieren atenerse al Evangelio. Considerándolo de esta manera superficial, todo se reduce a una añadidura o ceremonia exterior; y no se sabe para qué figura en el evangelio. Naturalmente, tampoco hay que pensar en magia negra, ya que producir de cinco o siete panes suficiente cantidad de pan, sería realmente magia negra. No se trata ni de esto ni de aquello, sino de un hecho singular. Al interpretar los otros Evangelios, ya me he referido a esto; y el Evangelio mismo señala claramente de qué se trata: “Y los apóstoles se juntaron con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado. Y El les dijo: Venid vosotros aparte al lugar desierto, y reposad un poco”. (Marcos, 6, 30-31.)

Hay que prestar especial atención a estas palabras. Cristo Jesús hace pasar a los apóstoles a un lugar desierto, para descansar un poco; esto quiere decir, para que ellos se pongan en el estado que sobreviene a quien se retira a la soledad. ¿Y qué es lo que perciben en ese otro estado? Ellos son conducidos a una especie de nueva clarividencia que les es dada porque en ellos penetra el espíritu Elías-Juan. Hasta ese momento, Cristo les había interpretado las parábolas; ahora les procura una nueva clarividencia; y ésta les permite ver la evolución de la humanidad en grandiosas imágenes. Ellos ven que los hombres del futuro paulatinamente llegarán a realizar el impulso del Cristo. La doble transformación del pan los discípulos la percibieron en espíritu. ¡Fue un acto de clarividencia! Y como tal tuvo la característica de cualquier acto clarividente: para el desacostumbrado, se desliza rápidamente; y por ello los discípulos tardan en comprenderlo.

En las conferencias que siguen hemos de ocuparnos, cada vez más extensamente, de lo que en sentido espiritual nos revela el Evangelio de Marcos: que los relatos pasan de lo sensible exterior, a la descripción de aspectos clarividentes, y que no comprendemos el Evangelio sino concibiendo su contenido desde el punto de vista de la investigación espiritual.

Si consideramos lo que sucede después de la decapitación de Juan, y si tenemos presente el impulso del Cristo que obra en el mundo, resulta que para la percepción sensoria exterior, el Cristo mismo aparece, por de pronto, como personalidad solitaria con poca posibilidad de obrar. Pero a la mirada clarividente de nuestro tiempo se añade el factor tiempo: el Cristo no se reúne únicamente con los que en aquel tiempo estuvieron con El en Palestina, sino también con los que surgirán de todas las generaciones posteriores. Todos ellos se reúnen en torno suyo; y lo que El les puede dar, lo da para miles y miles de seres humanos. De esta manera los apóstoles perciben el obrar del Cristo: partiendo de entonces y, por espacio de milenios, extendiendo espiritualmente el impulso a las perspectivas de todo el porvenir; reuniéndose con El todos los hombres del futuro. ¡Esto lo perciben los discípulos! Es un proceso en el cual ellos se hallan espiritualmente unidos a El, de una manera particular.

Tengamos pues presente que en adelante el aspecto espiritual va a evidenciarse en los relatos del Evangelio de Marcos; y en las conferencias que siguen veremos cómo el Evangelio, cada vez más, se acrecienta. Por ahora deseo llamar la atención sobre una escena que no se comprende sino por la investigación científico-espiritual. Es la escena que sigue casi inmediatamente a la que acabamos de considerar.

Y salió Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles:¿ Quién dicen los hombres que soy yo? Y ellos respondieron Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros, alguno de los profetas. Entonces El les dice:

Y vosotros, ¿Quién decís que yo soy? y respondiendo Pedro, le dice: Tú eres el Cristo. Y les apercibió que no hablasen de El a ninguno. Y comenzó a enseñarles, que convenía que el Hijo del Hombre padeciese mucho, y ser reprobado de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Y claramente decía esta palabra. Entonces Pedro le tomó, y le comenzó a reprender. Y El, volviéndose y mirando a sus discípulos, riñó a Pedro, diciendo: Apártate de mí, Satanás; porque no sabes las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres. (Marcos 8, 27-33.)

¡Un problema harto difícil para la investigación de los Evangelios! Porque en realidad, si no se pasa al campo de la investigación espiritual, no se comprenderá nada. Cristo pregunta a los discípulos “Quién dicen los hombres que soy yo?” Y ellos responden: “Algunos dicen, Juan el Bautista”. ¡Si poco antes Juan había sido decapitado! Y Cristo ya había enseñado cuando Juan Bautista aún vivía. Sería absurdo tener al Cristo por Juan Bautista, si éste todavía vive. Si la gente dice Elías u otro de los profetas, esto podría pasar. Ahora bien, Pedro dice “Tú eres el Cristo”, esto es que expresa algo grandioso, lo que sólo lo más sacro de su ser puede pronunciar. ¡Y pensar que poco después el Cristo le dijera: “Satanás, apártate de mí; dices algo que no es de Dios, sino de los hombres”! ¿Es comprensible que después de que Pedro había pronunciado cosas tan grandiosas, el Cristo le reprendiera y le dijera “Satanás”? ¿Y es comprensible lo anterior: “Y les apercibió que no hablasen de ello a nadie? Esto quiere decir: no digáis a nadie que Pedro me tiene por el Cristo. Después se dice: “Y comenzó a enseñarles, que convenía que el Hijo del Hombre padeciese mucho, y ser reprobado, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Y claramente decía esta palabra”. Y al reprenderle Pedro, le llama “Satanás”. Y se nos dice —esto es lo más extraño de todo— “Y salió Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo”, etc.— siempre se describe que ellos le hablan, y después nuevamente: “Y comenzó a enseñarles”, etc.; pero luego se agrega: “volviéndose y mirando a sus discípulos, riñó a Pedro”. Si antes se decía que El habló y les enseñó, ¿hemos de pensar que todo lo hizo de espaldas a ellos? Si El se volvió y miró a sus discípulos, ¿es que había estado de espaldas a ellos, hablando al aire?

En total: en este solo pasaje, un montón de cosas incomprensibles; y es extraño que semejante hecho se acepte sin que realmente se busque una explicación verdadera. En las interpretaciones corrientes, o se pasa rápidamente por semejantes pasajes, o se arguye lo más curioso.

Consideremos un solo aspecto. Después de la muerte de Juan Bautista, cuando el alma de Elías-Juan se había convertido en alma grupal de los discípulos, se habla del primer “milagro”, cuyo sentido comprenderemos cada vez mejor. Luego sigue en el Evangelio un pasaje totalmente incomprensible en que se describe que Cristo Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Qué cree la gente acerca de lo que ahora sucederá?” Creo que es correcto formular la pregunta así, porque la gente ante todo quería saber el porqué de lo que entonces sucedía. A lo que los discípulos responden: “La gente piensa que anduviese (si cabe emplear un término trivial) Juan el Bautista, o Elías, u otro profeta; y esto sería la causa de los hechos que se observaban”. Y el Cristo pregunta: “¿vosotros qué creéis que sería la causa de las cosas que suceden?” Y Pedro responde: “Todo tiene su origen en que tú eres el Cristo”. Con este conocimiento, Pedro se calificó a sí mismo (en el sentido del Evangelio) como el punto en que converge la evolución de la humanidad. Tengamos presente lo que Pedro realmente decía.

En los sagrados Misterios, los grandes conductores de la humanidad, los iniciados de los tiempos antiguos, fueron conducidos hasta el último acto de la iniciación. Ellos llegaron ante el portal de la muerte, se sumergieron en los elementos y, después de haberse encontrado fuera de su cuerpo, durante tres días, en los mundos suprasensibles, se convirtieron, como iniciados, en mensajeros y predicadores de los mundos superiores. Todos los grandes conductores de la humanidad habían llegado a la iniciación de esta manera. Pero ahora sucede que Pedro dice: “Tú eres el Cristo”, esto es, Tú eres el conductor que no ha pasado por los Misterios, sino que ha venido del Cosmos y que ahora es conductor de la humanidad. Por un acto histórico —una sola vez— se dirige al plano terrenal lo que, en otros tiempos y de otra manera, había tenido lugar por la iniciación. Pero el hecho de que Pedro lo dijera, fue de inmensa significación. Por ello en ese momento se le debía decir: “Esto es algo que no debe divulgarse; es algo de que las más sagradas leyes antiguas imponen que debe quedar en misterio. De los misterios no se debe hablar”.

El profundo sentido de la ulterior evolución de la humanidad reside en que por el Misterio de Gólgota apareció sobre el plano de la historia universal lo que antes sólo había tenido lugar en las profundidades de los Misterios. Por lo acontecido sobre Gólgota: el estar durante tres días en el sepulcro y el ser resucitado; por este hecho histórico tuvo lugar sobre el plano terrenal lo que antes sólo había sucedido en la oscuridad de los Misterios. Dicho de otro modo: para lo que había sido una ley sagrada, el deber de guardar el secreto del Misterio, había llegado el momento de removerlo. La humanidad había estatuido la ley de guardar el secreto de los Misterios; pero por el Misterio de Gólgota éstos debieron revelarse abiertamente. ¡Fue una decisión tomada en el alma de Cristo! La suprema decisión histórica universal, al decidirse: lo que antes según una ley humana, debía quedar oculto, debe ahora revelarse ante los ojos del mundo, ante la historia universal.

Representémonos el instante de un reflexionar histórico del Cristo, un instante histórico universal en que el Cristo llega a decirse: “Mi mirada abarca toda la evolución de la humanidad; sus leyes me impiden hablar de la muerte y la resurrección, del resucitarse; me impiden hablar del sagrado misterio de la iniciación. ¡ No! Si los dioses me enviaron a la Tierra para revelarlo: no he de atenerme a lo que dicen los hombres; ¡debo guiarme por lo que dicen los dioses!” En ese instante se prepara la decisión de revelar el secreto de los Misterios. El Cristo debe arrojar de su alma la indecisión que podría sobrevenir por hacer reinar en la evolución las leyes humanas. “Vete indecisión! ¡Crece en mí! decisión de revelar ante toda la humanidad lo que hasta ahora se había conservado dentro de los Misterios.” Para decidirse y para rechazar lo que podría volverle indeciso, el Cristo dice: “Vete!” Y en ese momento se propone a llevar a cabo sobre la Tierra lo encomendado por su Dios.

En este pasaje se trata del monólogo más grandioso de la historia universal y de toda la evolución terrestre: el Monólogo del Dios sobre la revelación del secreto de los Misterios. Y no hemos de extrañarnos de que para el intelecto humano esto no sea muy fácil de comprender, y que debemos profundizar la investigación si queremos ser dignos de comprender este monólogo del Dios por el cual el actuar del Dios sigue su curso.


No hay comentarios:

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919