GA139 Basel, 21 de septiembre de 1912 evangelio de s. Marcos LA EVOLUCION DEL YO HUMANO LA IMAGEN DE GOLGOTA

     ver  ciclo completo 

Rudolf Steiner

LA EVOLUCION DEL YO HUMANO LA IMAGEN DE GOLGOTA

7ª conferencia

Basel, 21 de septiembre de 1912

En las consideraciones referentes a cada uno de los Evangelios convendría, ciertamente, abstenerse en cada caso de tomar en cuenta el contenido de los otros Evangelios; pues de tal manera se alcanzaría la mejor y más pura comprensión en cuanto a lo particular de cada uno de ellos. Sin embargo, también es de suponer que con semejante método, es decir si de un Evangelio sobre los otros no se arrojara ninguna luz, fácilmente podrían surgir malentendidos; por ejemplo, si por lo expuesto con relación al “más grandioso monólogo de la historia universal”, alguien quisiera remitirse —en tal caso superficialmente— a lo que hemos dicho anteriormente con respecto a un pasaje similar en el Evangelio de Mateo. En sentido lógico tal objeción sería comparable a un decir: “hubo una vez sobre este estrado un hombre, y a su lado izquierdo un ramo de rosas”; y otra vez se diría: “hubo una vez sobre este estrado un hombre, y a su lado derecho, un ramo de rosas”; y si una persona ajena a lo ocurrido objetara: “no fue así, sino que la primera vez el ramo de rosas se hallaba del lado derecho, y la otra vez, del lado izquierdo”. En tales casos, según la ubicación en que se encontraba el observador, ambas afirmaciones pueden ser correctas. Lo mismo ocurre con los

Evangelios. En ellos no se trata de una biografía abstracta del Cristo Jesús, sino de un extenso panorama de hechos exteriores como asimismo de hechos ocultos.

Contemplemos ahora, desde tal punto de vista, lo que en la conferencia anterior hemos llamado el “más grandioso monólogo de la historia universal”, el monólogo del Dios.

Hemos de tener presente que todo lo sucedido, principalmente tuvo lugar entre el Cristo Jesús y sus íntimos discípulos. También hay que tener muy en cuenta que en un sentido real el espíritu de Elías, después de haberse librado del cuerpo físico de Juan el Bautista, obró cual un alma grupal de los discípulos. Todo lo sucedido tuvo lugar de una manera que no es posible describir exteriormente no más, sino que se desarrolló de un modo mucho más complicado. En cierto sentido hubo una profunda correlación entre el alma de Cristo y el alma de los doce. Lo que en el alma de Cristo se desarrollaba, eran prodigiosos y múltiples procesos de un profundo significado para aquel tiempo. Además, en cierto modo, todo se desarrolla. ha una vez más, como una imagen de reflejo, en el alma de los discípulos, pero dividido en doce partes, de modo que en cada uno de ellos vivía, como una imagen de reflejo, una parte de lo que vivía en el alma del Cristo Jesús; pero una imagen distinta en cada uno de ellos. Lo sucedido en el alma de Cristo, cual una gran armonía, o sinfonía, se reflejaba en el alma de cada uno de los doce de un modo similar a lo que un instrumento dentro del conjunto de doce puede dar. Por esta razón, es posible describir de dos maneras distintas, cualquier hecho relacionado con uno o varios de los discípulos: Puede describirse cómo tal hecho, por ejemplo el monólogo histórico universal, existía en el alma de Cristo; esto es, como lo hemos explicado en la conferencia anterior. Pero todo eso también tenía lugar, como cierta imagen de reflejo, en el alma de Pedro. Sin embargo, mientras esta experiencia abarca todo el ser humano de Pedro, ella existe en Cristo Jesús de manera tal que comprende la duodécima parte de todo lo humano del Cristo; la duodécima parte, o sea lo correspondiente a un signo del zodíaco, de la totalidad del Espíritu de Cristo. Por lo tanto, para describir este hecho con relación al Cristo Jesús mismo, hay que hacerlo de una manera distinta. Y esto es lo particular del Evangelio de Marcos, porque en él se describen las cosas trascendentales, principalmente lo sucedido en el alma de Cristo Jesús mismo. En el Evangelio de Mateo, en cambio, se describe más bien lo que se refiere al alma de Pedro y lo que el Cristo contribuye para explicar lo sucedido en el alma de Pedro. Leyéndolo atentamente, se notará, por las palabras especialmente agregadas, que La descripción que se da en el Evangelio de Mateo, considera el lado de Pedro. No es en vano que allí se agregasen las palabras: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos”. Con otras palabras: el alma de Pedro siente algo de lo que sintió el alma de Cristo Jesús. Pero este sentimiento de Pedro de que

Cristo es su maestro, significa que, por unos instantes, Pedro es elevado a un vivenciar en el yo superior y conmovido por lo que experimenta de esta manera — pero luego, en cierto sentido, recae. De todos modos, había penetrado hasta conocer lo que, con otra intención, con otro fin, tuvo lugar en el alma de Cristo. Por haber sido capaz de vivenciarlo, se le dan a Pedro las llaves del reino de los cielos, según el Evangelio, hecho del cual hemos hablado al dar las explicaciones acerca del Evangelio de Mateo. En cambio, en el Evangelio de Marcos, únicamente hemos destacado las palabras que indican que aquel acontecimiento, aparte de lo que fue en Pedro, paralelamente tuvo lugar como el Monólogo del Dios.

Si estas cosas las tomamos en tal sentido, sentiremos cómo el Cristo procede con los condiscípulos, conduciéndolos paso a paso hacia arriba, de modo que después de unirse con ellos el espíritu de Elías-Juan, ellos pueden dar un paso más en la comprensión de los secretos espirituales. También llegaremos a sentir el significado de que, a lo que hemos llamado el monólogo del Dios, sigue la escena de la glorificación o transfiguración. Esta es otra composición dramática en el Evangelio de Marcos. Para arrojar luz sobre la “glorificación”, hemos de referirnos a varios aspectos relacionados con cuanto se requiere para la comprensión de los Evangelios. Empecemos con uno de ellos.

Tanto en el Evangelio de Marcos como así también en los otros, se hace mención de que el Cristo dice que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, y que será atacado por los escribas y los príncipes de los sacerdotes; que será muerto y resucitará después de tres días. Y hasta determinado punto siempre se alude claramente a que los apóstoles tienen dificultad de comprender este modo de hablar del sufrimiento, de la muerte y la resurrección del Hijo del hombre. ¿Por qué este hecho extraño, esa dificultad de los apóstoles para comprender verdaderamente el Misterio de Gólgota? ¿Qué es, en el fondo, este “Misterio de Gólgota”? Ya lo hemos dicho: no es sino el llevar la iniciación, desde las profundidades de los Misterios, al plano de la historia del mundo. Naturalmente, hay una diferencia muy importante entre cualquier iniciación y el Misterio de Gólgota; y esta diferencia reside en lo siguiente.

Quien en los Misterios de los distintos pueblos recibía la iniciación, en cierto modo había pasado por lo mismo; esto es, había pasado por el sufrimiento, por una muerte “aparente” durante tres días, con su ser espiritual, fuera de su cuerpo, en los mundos espirituales; y finalmente el espíritu volvía al cuerpo, recordando entonces lo que había experimentado en el mundo espiritual, de modo que era un mensajero de los secretos del mundo espiritual. Podemos decir que la iniciación se realiza por un encaminarse hacia la muerte, si bien no a la muerte en que el espíritu se separa totalmente del cuerpo físico, sino durante cierto tiempo; un hallarse fuera del cuerpo y un volver al cuerpo físico, convirtiéndose en mensajero de los secretos divinos. Esta iniciación se realizaba después de una escrupulosa preparación que al iniciando le procuraba el fortalecimiento de las fuerzas del alma para poder vivir durante tres días y medio sin usar los instrumentos del cuerpo físico. Pero al cabo de los tres días y medio debía volver a unirse con su cuerpo físico. En cierto modo, todo lo había experimentado por un alejamiento a un mundo superior, apartado del acontecer histórico común.

Distinto en su naturaleza interior, si bien similar en su apariencia exterior, fue el Misterio de Gólgota. Lo acontecido durante la permanencia del Cristo en el cuerpo de Jesús de Nazareth, efectiva. mente conducía a que había de producirse la muerte física de Jesús, permaneciendo el espíritu del Cristo, durante los tres días, fuera del cuerpo físico, pero volviendo — no al cuerpo físico, sino al cuerpo etéreo, y éste densificado a tal grado que los discípulos pudieron percibirlo, como esto se relata en los Evangelios: de modo que el Cristo anduvo y fue perceptible, después del acontecimiento de Gólgota. Con ello se cristalizó como acontecimiento único e histórico ante toda la humanidad, la iniciación que antes, substraída a la percepción exterior, había tenido lugar en la profundidad de los Misterios. En cierto modo, la iniciación quedó fuera de los Misterios, cumplida por el Cristo ante los ojos del mundo. Pero con esto se constituye el fin del mundo antiguo y el comienzo del tiempo nuevo.

Por lo expuesto con relación a los profetas hemos visto que lo que por el espíritu de ellos al antiguo pueblo hebreo fue dado, se distinguía del espíritu de la iniciación de los otros pueblos; éstos tenían conductores iniciados quienes habían recibido la iniciación de la manera que ahora hemos explicado. En el antiguo pueblo hebreo no fue así, quiere decir que las iniciaciones no fueron de la misma índole como en otros pueblos sino que hubo, como ya lo hemos explicado, un surgimiento elemental del espíritu en los cuerpos de quienes aparecieron como profetas, algo parecido a un aparecer de “genios de la espiritualidad”. Esto lo vemos en los profetas del tiempo medio en los cuales aparecen, en el pueblo hebreo, las almas que en encarnaciones anteriores fueron iniciados en los otros pueblos; y lo que ellos dieron al pueblo hebreo, lo vivenciaron como una rememoración de lo recibido en su antigua iniciación. De modo que en el pueblo del Antiguo Testamento, la irradiación de la vida espiritual fue distinta de la que fue en los otros pueblos; en éstos, lo espiritual penetraba por la acción, o sea por la iniciación; en el pueblo hebreo, por los dones implantados a quienes actuaban como profetas de dicho pueblo. Por esta actuación de sus profetas, el pueblo hebreo se preparó para la realización de aquella singular iniciación la que ya no fue la iniciación de un hombre, sino de una individualidad cósmica, si allí cabe hablar de “iniciación”, pues en realidad esto ya no es correcto. Con esto el antiguo pueblo hebreo se preparó para recibir lo que debió reemplazar la antigua iniciación: formarse la justa apreciación del Misterio de Gólgota. Pero esto también explica el porqué los apóstoles, quienes pertenecen al pueblo del Antiguo Testamento, al principio no comprenden las palabras que caracterizan la iniciación. Cristo Jesús habla de la iniciación, expresándose así: encaminarse hacia la muerte, hallarse durante tres días en el sepulcro, y resucitar. Así se describe la iniciación; pero los doce no lo comprenden porque no están acostumbrados a esta manera de hablar.

Con estos hechos damos una descripción espiritual histórica de lo realmente sucedido. El antiguo iniciado, al experimentar su iniciación se hallaba fuera de su cuerpo, en un mundo superior, no en el mundo de la existencia sensorial común; estaba unido con los hechos de un plano superior. Al volver a su cuerpo, poseía como recuerdo lo vivenciado, libre de su cuerpo, en el mundo espiritual. De modo que debía hablar así: “Recuerdo, tal como uno se acuerda de lo vivenciado ayer o anteayer, mis experiencias en el estado libre del cuerpo”. Se convertía en testigo de tales experiencias. Esto fue lo esencial: que el alma de aquellos iniciados había acogido los secretos de los mundos espirituales, así como el alma posee el recuerdo de lo ayer vivenciado. Y así como el alma está unida con sus recuerdos, así también los iniciados poseían y estaban unidos con los secretos de los mundos espirituales.

¿Por qué fue así?

Porque hasta el tiempo del Misterio de Gólgota el alma humana terrenal no poseía la aptitud de vivenciar en el yo los reinos de los cielos, los mundos suprasensibles; éstos no podían unirse con el yo. El hombre únicamente penetraba en los mundos suprasensibles si por medio de la antigua clarividencia llegaba, más allá de sí mismo, a percibir o a vislumbrar lo espiritual; mas dentro del yo no poseía la comprensión o el discernimiento referente a los mundos superiores. Antes del Misterio de Gólgota, mediante sus fuerzas pertenecientes al yo, el hombre no pudo unirse con los mundos espirituales.

He allí el secreto que, por el bautismo en el Jordán el hombre debió llegar a comprender que había llegado el tiempo en que los reinos de los cielos debían penetrar con su luz hasta el yo terrenal. Para el hombre de los tiempos antiguos, con lo que él experimentaba en su alma, no le había sido posible ascender a los mundos suprasensibles. En cierto sentido no había armonía entre el vivenciar del mundo espiritual como verdadera patria del hombre y lo que él experimentaba en su interior. La interioridad humana se hallaba separada del mundo espiritual, sin unirse con él, sino en estados excepcionales. Empero, ¿qué es lo que sucedió cuando por la iniciación o por el recuerdo de una iniciación adquirida en una encarnación anterior, toda la potencia y todos los impulsos de lo que más tarde iba a ser el “yo” del hombre, se manifestaban y compenetraban toda la individualidad humana, quiere decir, cuando, por la potencia del yo, este yo que todavía no estaba destinado para la corporalidad humana, compenetraba, no obstante, como fuerza activa esta corporalidad?

Muchas veces se alude a lo que en tales casos sucedió: en semejantes casos, en tiempos precristianos, la fuerza que sobrepasa la corporalidad humana, en cierto modo no tiene cabida en el yo, y entonces quiebra lo destinado para el yo. Estos hombres quienes del mundo suprasensible llevan en sí mismos un exceso, algo que en el tiempo precristiano ya anticipa lo que más tarde iba a ser el yo, quebrantan con esa fuerza del yo su corporalidad, porque en los tiempos precristianos, tal poder del yo es demasiado fuerte. A esto se alude, por ejemplo, diciendo que en ciertas individualidades, en las cuales obra este poder del yo, éste únicamente puede habitar en ellas si el cuerpo es, de alguna manera o en algún punto vulnerable; y esto le expone más al mundo circundante de lo que para el resto de su cuerpo sería el caso. Pensemos, al respecto, en la vulnerabilidad de Aquiles, de Sigfrido o de Edipo, donde la potencia del yo quiebra la corporalidad. Este hecho de la vulneración nos dice que únicamente un cuerpo quebrado concuerda con la grandeza y el poder sobrehumano del yo que lo habita.

La importancia y el significado de esta verdad nos serán tanto más comprensibles si la formulamos de otra manera. Supongamos que algún hombre del tiempo precristiano (aunque no con plena conciencia) estuviese compenetrado de todos los impulsos y de todas las fuerzas que más tarde vivirían en el yo, y que con esta “sobreabundante fuerza del yo” él se sumergiera en su cuerpo: este hombre debería quebrar el cuerpo y no lo vería como es este mismo cuerpo cuando en él se halla el yo débil, o la interioridad débil. Lo vería cambiado, este hombre del tiempo antiguo, al haber empleado toda la fuerza del yo para estar fuera de su cuerpo; y a éste lo vería como cuerpo quebrantado bajo la influencia del sobre-yo; lo vería con heridas en distintas partes, porque en los tiempos antiguos no fue sino el yo débil, la interioridad débil que impregnaba el cuerpo tan débilmente que éste se mantenía intacto.

Lo que acabo de explicar figura también en los libros de los profetas, donde se formula aproximadamente como sigue: Al encontrarse el hombre que reúne en sí mismo toda la fuerza de la yoidad, frente al cuerpo humano, lo percibe herido y perforado, puesto que la fuerza superior del yo, que en los tiempos antiguos aún no pudo habitar la interioridad humana, hiere y perfora el cuerpo. Este impulso se manifiesta y obra en la evolución de la humanidad porque en el tiempo precristiano, debido a la influencia luciférica y arimánica, hubo que darle al hombre un volumen del yo más reducido de lo que la plenitud del yo abarca. Y el cuerpo se desmorona porque sólo es apropiado para el volumen reducido, no para toda la fuerza del yo. Por esta misma causa — no porque ello acontece en el tiempo precristiano, sino porque en la corporalidad del Cristo Jesús penetra de una vez la plenitud del yo, toda la fuerza de la yoidad; es por ello que esta corporalidad debió presentarse no con una sola herida (como esto había sido en otras individualidades de un sobre- yo) sino con cinco heridas en concordancia con el sobrepasar de la plenitud del yo humano de la entidad de Cristo, sobre la adecuada forma corporal. A causa de este sobrepasar debió erigirse sobre el plano físico de la historia universal la cruz con el cuerpo del Cristo, haciendo evidente cómo sería el cuerpo humano si una vez en él habitara toda la magnitud humana, de la cual, por la influencia luciférica y arimánica, el hombre ha perdido gran parte.

He aquí un profundo misterio que la ciencia oculta nos señala como la verdadera imagen de Gólgota. Y el que comprende la naturaleza de lo humano, el yo terrenal y su relación con el cuerpo humano, también sabe que éste, en su estado normal no permite la total compenetración con aquél, sino que el hombre, desde fuera de su ser y contemplándose a sí mismo, puede preguntar: “Cómo tendría que ser este cuerpo, si en él penetrara toda la yoidad?” y lo vería entonces con cinco heridas. De la misma naturaleza humana terrenal resulta la imagen de Gólgota, de la cruz con el Cristo y las heridas. No solamente por la clarividencia que naturalmente nos permite contemplar el erigir de la cruz de Gólgota, la crucifixión y la verdad de este hecho histórico, sino que también es posible acercarnos con la razón humana al Misterio de Gólgota y que, si usamos esta razón humana con la debida sutileza y sagacidad, ella se transforma en imaginación, en imagen que contiene verdad; y en base a la comprensión de la naturaleza del Cristo y su relación con el cuerpo humano, nuestra fantasía es conducida a la imagen de Gólgota- Así se explica que pintores cristianos de los primeros tiempos, sin ser clarividentes, sino por la fuerza del conocimiento del Misterio de Gólgota, llegaban a formarse la imagen correspondiente, para poder pintarla. En el comienzo de la nueva era de la evolución de la humanidad, sucedió que desde la clarividencia, el yo en el alma humana fue conducido a la comprensión de lo que es la entidad del Cristo, es decir el Yo Primordial del hombre.

Veremos cómo la clarividencia hace posible percibir, desde fuera del cuerpo, el Misterio de Gólgota.

El que dentro de su cuerpo logra relacionarse con el Misterio de Gólgota, podrá percibir en los mundos superiores, también en nuestro tiempo, el Misterio de Gólgota; y con ello verá la plena confirmación de este gran punto central de la evolución de la humanidad. Pero también es posible comprender este Misterio; y la posibilidad de tal comprensión debiera resultar de las palabras que acabo de pronunciar. Pero también es cierto que se deberá meditar y reflexionar profundamente, y durante mucho tiempo, sobre lo que se ha dicho. Y si alguien tuviera la sensación de que lo expresado es difícil de comprender, habría que reconocer lo justificado de tal sentimiento, ya que, naturalmente, lo que puede conducir al alma humana a la plena comprensión de lo supremo, de lo más grandioso y lo más importante de todo lo acontecido sobre la Tierra, esto es algo que pertenece a lo más difícil de alcanzar. En cierto sentido los discípulos debieron ser conducidos, paso a paso, a una nueva comprensión de la evolución de la humanidad y. de entre ellos, Pedro, Jacobo y Juan resultaron ser los más idóneos. La importancia del período durante el cual tuvo lugar el Misterio de Gólgota debe contemplarse desde los más diversos puntos de vista; y todo cuanto la comprensión humana puede aprehender ha de confluir para comprender el hecho más importante el cual — llegando a su madurez en los siglos que lo precedieron, profundizándose en la época del Misterio de Gólgota, y luego preparando y condicionando la ulterior evolución de la humanidad— tuvo lugar en aquel tiempo. Y los hechos correspondientes pueden observarse no solamente en Palestina donde el acontecimiento de Gólgota se realizó, sino también en otros puntos de la tierra. Si bien en ellos no tuvo lugar el acontecimiento mismo, podemos observar, no obstante, el descender y volver a ascender de la humanidad, su elevarse, debido a los efectos del Misterio de Gólgota, a través del mundo occidental. Principalmente observamos el descender; y es interesante observar cómo se produce el descender de la humanidad.

Consideremos, una vez más, el escenario griego para ver cómo allí se desarrollaron las cosas, medio milenio antes del acontecimiento de Gólgota. Allá en Oriente, donde había aparecido Krishna, la evolución, en cuanto a la declinación de la antigua clarividencia, en cierto sentido habíase adelantado a la época. Hay algo curioso justamente en la cultura de la India. En los primeros tiempos post- atlantes se produce y florece en la India la primera cultura, durante la cual aún existía para el alma humana la más pura visión del mundo espiritual; visión que en los Rishis se unía con la maravillosa posibilidad de expresar lo percibido, de modo que ello, antes de desaparecer, se conservaba eficientemente para los tiempos posteriores. Al terminar el tercer período cultural, la clarividencia como tal habíase extinguido; mas a Krishna y sus discípulos se debe la transmisión a maravillosas palabras y su conservación como escritura de los hechos de las visiones. Pero jamás sucedió en la India lo que más al Oeste, en Grecia, tuvo lugar. Si consideramos correctamente el mundo indio, podemos decir: la antigua clarividencia se extingue, pero individualidades, de las cuales Krishna es la más prestigiosa, escriben con palabras maravillosas lo que antes la clarividencia había percibido; esto existe entonces como palabra escrita en el Veda, y quien medita su contenido, experimenta en el alma la resonancia. Pero no se produce en el alma india lo que surgió en Sócrates o en otros filósofos, esto es, lo que llamamos “razón occidental, discernimiento occidental”. En la India no surge de modo alguno lo que hoy consideramos como fuerza del yo en el sentido propio de la palabra; y debido a ello, al haberse extinguido la antigua clarividencia, se manifiesta inmediatamente la inclinación hacia el yoga; el ascender, por el ejercicio, a los mundos que de una manera natural se habían perdido. El yoga conduce a la clarividencia artificial y, bien mirado, la filosofía yoga toma inmediatamente el lugar de la antigua clarividencia, sin que entre ésta y aquélla apareciera lo que surge, por ejemplo, en la puramente racional filosofía griega. Y si consideramos el Vedanta de Viasa, podemos decir: no tiene la característica de las concepciones occidentales en las cuales predominan las ideas y la razón, sino que en cierto modo es traído de los mundos superiores, pero expresado en palabras humanas; no adquirido por conceptos humanos; no ideado como el elemento socrático o platónico, sino acogido por la visión clarividente.

No es fácil llegar a la plena claridad sobre estas cosas; no obstante hay una posibilidad de experimentar la diferencia. Tomemos cualquier libro de filosofía, algún sistema filosófico occidental y preguntemos cómo ha sido concebido lo que actualmente puede llamarse “filosofía”. Observando cómo trabaja un hombre que seriamente puede llamarse “filósofo”, veremos que esos sistemas se obtienen mediante el discernimiento y pensamiento lógicos; y todo esto ha venido formándose paulatinamente. Quienes de tal manera construyen sistemas filosóficos, realmente no comprenden que también es posible percibir por la clarividencia lo que ellos tejen de concepto a concepto. Por esta razón, es tan difícil hacerse entender cuando, frente a ciertos sistemas filosóficos construidos por sus autores “con el sudor de su frente”, uno los abraza espontánea y globalmente con la visión espiritual, sin necesidad de pasar de pensamiento a pensamiento. Los conceptos de la Filosofía Vedanta son de esta naturaleza, concebidos por la visión clarividente; no adquiridos con el sudor de la frente como en el caso de los filósofos europeos, sino traídos de lo alto por la clarividencia; son los últimos remanentes, convertidos y adelgazados en conceptos abstractos, de la antigua clarividencia, o también, las primeras —aún tenues— conquistas suprasensibles del yoga.

La humanidad occidental ha pasado por otras experiencias. Al respecto, se nos presentan curiosos e importantes hechos de la intima evolución de la humanidad. Consideremos lo característico de un filósofo del siglo vi de la era precristiana: Ferécides de Syros. Un filósofo singular al que sus rivales de nuestro tiempo no le reconocen como “filósofo”. Así figura en manuales modernos de filosofía, caracterizándole a Ferécides como “infantil y genial”. Es cierto que él desenvuelve las cosas de una manera distinta de los demás pensadores que más tarde son llamados “filósofos”. Ferécides dice, por ejemplo: Todo en el mundo se basa en tres principios: Cronos, Zeus, Chtonia. De Cronos nacen los elementos aéreo, ígneo y acuoso; y a todo cuanto proviene de estas tres potencias, se opone una especie de serpiente, Ofióneos. Sin clarividencia, basta estudiar con un poco de fantasía lo que Ferécides describe, para ver claramente: Cronos, configurado no sólo abstractamente como tiempo que transcurre, sino como entidad real; del mismo modo: Zeus, el éter infinito, como entidad viviente universal. Chtonia, aquello que de lo celestial se transforma en terrenal, que contrae, en el planeta Tierra, lo expandido en el espacio, para crear la existencia terrestre; todo esto desarrollándose en los elementos terrestres, y después interviniendo, como elemento adverso una especie de serpiente. Para investigar y comprender lo que Ferécides de Syros describe, se requiere ciencia espiritual; pues él es uno de los últimos herederos de la antigua clarividencia. El percibe las causas detrás del mundo sensible y las describe mediante su facultad clarividente; pero, naturalmente, no es del agrado de los que sólo elaboran con conceptos. El percibe el viviente tejer de los dioses del Bien y el entrometerse de las potencias opuestas; y a éstas las describe como se presentan a la clarividencia; él ve cómo de Cronos, del tiempo real, nacen los elementos.

En el filósofo Ferécides de Syros se nos presenta un hombre que con su alma todavía percibe y describe el mundo que se abre a la conciencia clarividente. Así pertenece en el siglo vi de la era precristiana al mundo occidental. Sus cuasi contemporáneos, Tales, Anaxímenes, Anaximandro, Heráclito, ya se presentan bastante distintos; de modo que aquí realmente se confunden dos mundos. En el alma de estos cuatro filósofos ya está extinguida, entumecida la antigua clarividencia; a lo sumo vive la añoranza de los mundos espirituales. Donde el sabio de Syros aún poseía un remanente de la antigua visión; donde él percibía el mundo elemental de las causas, ya les queda todo cerrado, ya no perciben nada. Da la impresión de que ese mundo precisamente estaba por cerrarse para ellos, como si ese mundo en parte aún hubiese existido y, sin embargo, se les hubiese sustraído, de modo que en lugar de la antigua clarividencia ponen conceptos abstractos que pertenecen al yo. En el alma de estos filósofos occidentales hay un estado que tiende a la razón, al discernimiento o sea, a las cualidades propias del yo. Esto se nota, por ejemplo, cuando Heráclito, con el último matiz de la correcta visión clarividente, describe el fuego viviente como causa de todas las cosas; así también, Tales quien describe el agua, pero no en su forma físico-sensible, como Heráclito tampoco se refiere al fuego físico-sensible, sino que en todo eso todavía hay algo del mundo elemental: en parte todavía lo perciben; por otra parte lo elemental se les abstrae a la vista, obligándoles a poner conceptos abstractos. Así se nos presentan esas almas de cuyo estado de ánimo aún perdura algo en nuestros tiempos.

Nuestros contemporáneos no advierten debidamente ciertas cosas. Así, por ejemplo, en la obra de Nietzsche “La Filosofía en la Época trágica de los Griegos” hay un pasaje, capaz de conmovernos profundamente, en que se describe a Tales, Anaxímenes, Anaximandro, Heráclito y Empédocles. Hay que releer ese pasaje en que Nietzsche ha sentido algo de lo vivenciado en el alma de esos solitarios pensadores griegos, cuando dice: ¿Cómo habrá sido el estado del alma de aquellos héroes que debieron realizar la transición del tiempo de la viviente visión (de la que Nietzsche, sin conocerla, tuvo una vaga idea) durante el cual la vida plena del alma cedió su lugar a los conceptos abstractos y secos y en el que el “Ser” seco, abstracto y frío se formó como “concepto” en lugar de la viviente plenitud de la conciencia clarividente? Nietzsche lo siente: es como si la sangre se helase en las venas, si del mundo de la viviente plenitud se pasa al mundo de los conceptos del “Ser” y del “Devenir” en Tales o Heráclito; de modo que del calor del pleno desarrollo uno se siente trasladado a la región glacial de los “conceptos”.

Hemos de imaginarnos la época de aquellos hombres y su posición al acercare el Misterio de Gólgota; y hemos de sentir que en ellos aún hubo una opaca resonancia de los tiempos antiguos, pero que, no obstante, debieron contentarse con el discernimiento abstracto del yo humano. Al principio, en contraste a los tiempos posteriores, en que el mundo de los conceptos se enriqueció cada vez más, los filósofos griegos sólo concibieron los conceptos más sencillos. ¡Cuánto les cuesta establecer el concepto abstracto del “Ser”! Lo mismo ocurre con los filósofos de la escuela eleática. Y de esta manera va preparándose lo que realmente constituirá las cualidades abstractas del yo.

Representémonos ahora un alma que se halla en Occidente, preparada para la misión occidental, pero que aún tiene en sí misma una fuerte resonancia de la antigua clarividencia. En la India, tal resonancia ya se ha extinguido desde hace mucho, mientras que en el Oeste todavía existe. El alma occidental tiende a volver, pero la conciencia no puede. En tales almas no pudo haber un estado de ánimo budista; éste hubiera dicho: “Nos encontramos en el mundo del sufrimiento; librémonos de él”. Pero las almas de Occidente quisieron aprehender algo del porvenir. A lo pasado ya no pudieron volver, y en el mundo por venir les esperaban conceptos fríos, unilaterales. Ferécides de Syros fue el último de los que aún percibían el mundo elemental. Imaginémonos otra alma que no percibe que los elementos vivientes nacen de Cronos; no percibe que la serpiente Ofióneos se opone a los dioses de la altura; sin embargo, en ella perdura la imagen de algo que produce efecto en lo sensible. Su mirada no penetra hasta Cronos; pero ve lo que como reflejo surge en el mundo de los sentidos: fuego, agua, aire y tierra. No ve que los dioses de la altura son combatidos por los de abajo, y que Lucifer, el dios serpiente, se rebela; pero ve que reinan armonía y falta de armonía, amistad y enemistad. Amor y odio le son conceptos abstractos; fuego, agua, aire y tierra elementos abstractos. Ella percibe lo que todavía penetra en el alma; pero le queda escondido lo que antes se veía.

Si nos representamos semejante alma que todavía se nutre de viviente del tiempo anterior, pero sin percibirlo; la que sólo aprehende la imagen reflejo exterior; a la cual se le esconde —por su misión especial — lo que antes a los hombres daba felicidad; la que, por otra parte, del nuevo mundo del yo no posee nada sino unos pocos conceptos que le dan sostén; esta alma es la de Empédocles. Pues así es el alma de Empédocles si la comprendemos en su verdadero ser interior. Dista poco del sabio de Syros, pues vive apenas dos tercios de siglo más tarde; sin embargo, su alma es muy distinta: debió pasar el Rubicón que separaba de la antigua clarividencia la abstracta comprensión del yo. He allí dos mundos que se confunden; alborea el yo que tiende a desenvolverse; vemos las almas de los antiguos filósofos griegos destinados a dar principio a lo que hoy denominamos razón y lógica; en esas almas desprovistas de las antiguas revelaciones, hubo que verter el nuevo impulso, el impulso de Gólgota.

Este fue el estado de las almas cuando dicho impulso acaeció; y a éste sólo lo pudieron comprender si anhelaban una nueva realización. Para el pensar indio, en cierto sentido falta el lazo de unión que permitiría comprender lo que se presenta en los solitarios pensadores griegos, ya que la filosofía india pasa directamente a la sabiduría yoga; y por esta razón difícilmente se enlaza con el Misterio de Gólgota. La filosofía griega ya esta preparada para anhelar la venida del Misterio de Gólgota. La “gnosis” como filosofía exige tal acontecimiento. En territorio griego surge la “Filosofía del Misterio de Gólgota”, porque las mejores almas griegas anhelan acoger el impulso de Gólgota. Con buena voluntad comprenderemos lo que aconteció en la evolución de la humanidad, y sentiremos algo de lo que podría llamarse: hay algo sobre la tierra que es como un llamar y un responder. Dirigiendo la mirada hacia Grecia y más allá, hacia Sicilia, percibimos almas, y entre ellas Empédocles como una de las más significativas. Y percibimos una singular llamada. ¿Cómo podemos caracterizarla? ¿Cómo hablan esas almas? Fijémonos como habla la de Empédocles: “Históricamente, tengo conocimiento de la iniciación; sé que por la iniciación las almas humanas penetraban en los mundos suprasensibles. Pero ahora ha llegado una nueva época; el alma humana entró en otro estado, y la iniciación ya no puede volver a arraigarse de un modo inmediato. Un nuevo impulso debe surgir en el yo del hombre. ¿Dónde está el impulso que tomará el lugar de la antigua iniciación, la que ya no experimentamos; el impulso que ante el nuevo yo, coloca el secreto que para la antigua clarividencia se revelaba?” A ello responden las palabras que llegan desde el Gólgota: “Sometiéndome a los dioses, no a los hombres; pude de los Misterios arrancar los secretos y exponerlos ante toda la humanidad, para que ante ella fuese visible lo que antes se hallaba en las profundidades de los Misterios”.

Lo que en el Sur de Europa se suscitó en el alma de los filósofos griegos, aparece como la búsqueda en territorio occidental de una solución del enigma del mundo. Como la contestación —que sólo el Occidente puede comprender— aparece el gran monólogo del Dios, del cual en la conferencia anterior hemos hablado y continuaremos hablando en la que sigue.


No hay comentarios:

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919