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RUDOLF STEINER
El período egipcio, y la época actual
Stuttgart 4 de agosto de 1908
conferencia 1
En
la primera conferencia de este curso trataremos de dar, a modo de
introducción, un resumen del tema que nos ocupa. No vamos a entrar
en detalles, pero primero daremos un resumen de las cosas de las que
hablaremos en los próximos días. Tenemos un tema muy extenso ante
nosotros; el universo, la tierra y el hombre, y me propongo dar un
breve esbozo de todos los conocimientos que podemos adquirir sobre
los mundos visibles e invisibles.
Cuando, en el sentido más profundo y digno, utilizamos la expresión "Universo", nuestros sentimientos son llevados a la más lejana distancia del cosmos. Con el término "Tierra" se indica el campo de acción en el que se encuentra la humanidad, en el que debemos trabajar y vivir, y cuya misión debemos comprender. Por último, la palabra "Hombre" - una palabra que aquí queremos entender en su sentido oculto - indica lo que los místicos de todas las épocas quisieron decir cuando utilizaron la expresión, "¡Oh hombre, conócete a ti mismo!"
También tenemos un subtítulo para nuestro tema. Habiéndonos fijado una tarea tan importante, este subtítulo se justifica en cierto modo; pues cuando consideramos la conexión entre esa maravillosa civilización pre-cristiana - la egipcia - y la nuestra, vemos cuán misteriosas son las fuerzas que impregnan la vida humana. Tres épocas de esfuerzo humano e investigación, de desarrollo humano, moral y vida, se levantan ante nosotros cuando consideramos la civilización egipcia y la de nuestros días. Cuando hablamos de la civilización egipcia en el sentido oculto nos referimos a la civilización que tuvo su sede en el noreste de África, a orillas del Nilo, que duró miles de años y terminó en el siglo VIII antes de Cristo. Sabemos que a esta civilización le siguió otra que llamamos la Greco-Latina. Esta se centró por un lado en la maravillosa raza griega, con su altamente cultivado sentido de la belleza, y por otro lado en el poderoso estado de Roma. También sabemos que en esta época ocurrió el poderoso evento de la evolución terrestre que conocemos como el advenimiento de Cristo Jesús. Luego siguió la era en la que estamos viviendo ahora.
Primero la era egipcia con todo lo que le perteneció -y fue mucho lo que le perteneció- luego la era grecolatina con sus grandes resultados - el surgimiento del cristianismo - y luego nuestra era actual. Estas son las tres edades que se presentan ante nuestros ojos mentales cuando consideramos el subtítulo de estas conferencias.
Se mostrará que hubo una interacción de fuerzas misteriosas entre la era de la civilización mencionada por primera vez y la nuestra. Es como si en la época egipcia se hubieran sembrado ciertas semillas en el seno de la humanidad en desarrollo gradual, semillas que permanecieron ocultas durante la época grecolatina y que han reaparecido de manera especial en la actual. Mucho de lo que brota en nuestras almas hoy en día, mucho de lo que nos rodea, y de lo que la gente habla y sueña, ha brotado como una semilla de la antigua civilización egipcia sin que nuestro pueblo sea consciente de ello.
Todos
ustedes están más o menos familiarizados con el aparato
telegráfico. Saben que los cables que conectan los diferentes
aparatos se extienden de un lugar a otro, y sin tener un conocimiento
profundo de estas cosas entienden que la fuerza que pone en marcha el
aparato tiene algo que ver con la fuerza que fluye a través de los
cables. Tal vez sepan también que hay una conexión en la tierra,
que los extremos de los cables están conectados con la tierra; pero
esta conexión subterránea es invisible porque está hecha por
fuerzas más o menos misteriosas producidas por la propia tierra.
Algo similar existe como un profundo misterio en el desarrollo del
hombre. En la historia vemos cómo se tejen los hilos que se
encuentran en el mundo invisible. Por medio de la historia y el
ocultismo podemos rastrear lo que ocurrió en el antiguo Egipto.
Vemos cómo los hilos de la cultura se extienden desde la época
griega, la romana, la cristiana, hasta nuestra propia época. Todo
esto es guiado por una especie de conexión que tiene lugar por
encima de la tierra, pero también hay una fuerza subterránea oculta
que trabaja más o menos directamente desde la época del antiguo
Egipto hasta la nuestra. Cuando seguimos estas conexiones y las
examinamos minuciosamente, se nos revelan muchos secretos
remarcables.
Para empezar, indicaré brevemente los hechos
especiales a los que se refiere el subtítulo de nuestro tema. Cuando
miramos hacia atrás al antiguo Egipto y observamos algunos de los
poderosos registros allí, nos sorprende la pirámide, por ejemplo, y
también la Esfinge - esa maravillosa y enigmática figura. Entonces
dejamos que nuestra mirada pase a la antigua Grecia. Aquí aparece el
templo griego con su arquitectura única, podemos ver y admirar lo
que conocemos de la historia de esta maravillosa tierra; vemos sus
esculturas, esas grandes, ideales y perfectas formas humanas
descritas como dioses: Zeus, Deméter, Palas, Atenea, Apolo. Luego
pasamos al antiguo reino de los romanos. Algo notable aparece cuando
permitimos que nuestra visión se extienda desde la antigua península
griega a la italiana. Ante nosotros aparecen las figuras de la
antigua Roma, muchas de las cuales aún se conservan; vemos formas
vestidas con la toga, que es en realidad más que un mero vestido
exterior. ¿Qué sentimos con respecto a estas figuras romanas? Se
podría decir que, en relación con algunas de las que pertenecen a
la República Romana, se siente como si las formas ideales de los
griegos hubieran descendido de sus pedestales y aparecieran ante
nosotros como hombres de carne y hueso. Lo que se nos hace ver es su
poder interior; reconocemos lo que hay en ese poder interior cuando
comparamos lo que se desarrolló en la antigua Roma con el
sentimiento, el pensamiento, el contenido de una figura perteneciente
a los Estados Griegos - la de un espartano o un ateniense, por
ejemplo. Sentimos lo que contiene esta figura. Los hombres
pertenecientes a Esparta o Atenas sentían que eran ante todo
espartanos o atenienses. Al estar provisto de un cierto modo y hasta
cierto punto de un alma común, el espartano o ateniense sentía más
lo que podríamos llamar el espíritu griego que su propia
personalidad; se sentía más como espartano o ateniense que como
ciudadano humano individual; sentía que el poder que trabajaba tan
fuertemente en él procedía más del espíritu común del pueblo que
de su propio poder personal. El romano, por el contrario, nos parece
que se sitúa más exactamente en el centro de su propia
personalidad. Por lo tanto, en el reino romano aparece algo muy
especial, a saber, la comprensión de los derechos del ciudadano.
Todo lo que los abogados sueñan sobre el origen de la "justicia"
antes de esto es muy diferente de lo que en tiempos de mejor
investigación se llamaba con razón "Derecho Romano".
En
la antigua Roma el hombre aprendió a considerarse a sí mismo como
un individuo, se puso en pie, no ya como uno perteneciente a una
cierta ciudad, sino como un ciudadano romano; es decir, se sintió
colocado en el centro de su propia naturaleza humana. Con este
sentimiento de individualidad llegó el tiempo en que descendió a la
tierra lo que había de espiritual en el hombre. Anteriormente se
percibía como flotando, por así decirlo, por encima de él en
regiones espirituales. Hay algo único en el derecho romano y en la
civilización romana. Consideremos la circunstancia de que el griego
se sentía principalmente como un espartano o un ateniense. ¿Cuál
era el espíritu de Atenas o de Esparta? Para nosotros los
antropósofos esto no era una abstracción, sino algo así como una
nube espiritual, que a su vez era la expresión espiritual de un ser
espiritual en el que estaba incrustada la ciudad de Atenas o Esparta;
pero este ser no era visible en el plano físico. El griego no se
miraba a sí mismo, sino a algo que estaba por encima de él, el
romano se miraba a sí mismo. Fue él quien primero reconoció al
hombre como la criatura más elevada que puede tomar forma carnal en
el plano físico. El espíritu había descendido completamente a la
humanidad. Este fue el momento en que la Divinidad misma pudo
descender a la evolución humana y encarnarse en Jesucristo.
La
forma en que la civilización egipcia se extendió hasta la época
grecorromana fue un proceso muy maravilloso. Recordamos cómo Moisés,
cuando recibió en Egipto el encargo de los reinos superiores de
guiar a su pueblo hacia el "Dios Único", le preguntó a
Dios - "¿Qué le diré a mi pueblo cuando pregunten quién me
envió?" Y cómo Dios respondió (y veremos qué profunda verdad
se ocultaba en la declaración) - "Di a aquellos a los que te
envío, 'Yo soy' me ha enviado a ti. Así, 'YO SOY' es el nombre de
un Dios individual que trabajó y gobernó en ese tiempo como el
Principio de Cristo en las alturas espirituales, y que aún no había
descendido al plano físico. ¿A quién pertenecía esta voz que
podía hacerse perceptible al iniciado Moisés, diciéndole, por así
decirlo, desde los mundos espirituales, "Yo soy el 'YO SOY'"?
Era exactamente el mismo Ser (y éste es el secreto de los antiguos
misterios griegos) - era el mismo Ser que apareció más tarde en la
carne como el Cristo: sólo después fue visible para los que le
rodeaban, mientras que antes sólo podía hablar a través de los
iniciados desde las alturas espirituales.
Por
consiguiente, vemos a la Deidad - lo que era espiritual -
descendiendo gradualmente después de que la humanidad se hubo
preparado, después de que hubo aprendido en la época romana la
importancia de la encarnación en la carne y su manifestación en el
plano físico. Vemos cómo toda una serie de resultados de la
civilización se desarrollan de una manera sumamente profunda a
partir de lo que el hombre recibió como un nuevo regalo en aquél
tiempo. Vemos cómo la forma de las Pirámides y el Templo cambian a
la de la iglesia romana - otro registro del trabajo creativo humano
interno. Vemos cómo desde el siglo VI aparece la Cruz con Jesús
muerto; y cómo poco a poco a partir de la corriente del cristianismo
se desarrolla una figura notable cuyos misterios están muy
profundamente velados. Sólo tenemos que llamar a esta figura ante
nuestros ojos en la maravillosa forma que le dio el arte del pintor
en la Virgen Sixtina, de Rafael.
Todo el mundo conoce esta
maravillosa figura de la Virgen en el centro del cuadro, llevando al
niño en sus brazos, y ciertamente todos hemos experimentado una
correspondiente emoción cuando nos enfrentamos a ella. Les pido, sin
embargo, que tomen nota de una cosa con respecto a ella que expresa
el esfuerzo espiritual de la humanidad en la etapa con la que estamos
tratando - las tres civilizaciones mencionadas anteriormente. No en
vano el artista ha rodeado a la Virgen con una nube de la que salen
un gran número de niños similares, una multitud de formas
angelicales. Dejemos ahora que nuestro sentimiento sea completamente
absorbido por este cuadro de la Virgen. Cualquiera cuya emoción sea
lo suficientemente profunda para poder hacer esto, sentirá y
percibirá que hay aquí algo muy diferente de lo que un intelecto
profano ordinario verá en el cuadro. ¿No nos dicen algo estos
ángeles que rodean a la Virgen? Sí, dicen algo de la mayor
importancia si lo hacemos, pero considerémoslos con suficiente
profundidad. Cuando nos permitimos hundirnos profundamente en esta
imagen, algo susurra en nuestra alma, "Aquí ante nosotros hay
un milagro en el mejor sentido de la palabra." No creemos que
este niño que la Virgen lleva en sus brazos nazca de forma ordinaria
de la mujer. ¡No! Estas maravillosas y delicadas formas angélicas
que vemos en las nubes parecen estar en proceso de desarrollo, y el
niño en los brazos de la Virgen parece ser sólo una manifestación
más condensada de ellas, como algo que se ha cristalizado algo más
que estas fugaces formas angélicas, que parecen ser bajadas de las
nubes y mantenidas en sus brazos. Es así como este niño se nos
aparece, y no como si hubiera nacido de la mujer. Nos dirigimos a una
misteriosa conexión entre el niño y la madre virgen. Si llamamos a
la imagen así ante nuestras almas, otra madre virgen aparece a
nuestra visión mental: la antigua egipcia Isis, con el niño Horus,
y podemos darnos cuenta de una misteriosa conexión entre la Virgen
Cristiana y la figura egipcia en cuyo templo se escribió las
palabras, "Yo soy, el que es y el que fue y el que vendrá, cuyo
velo ningún mortal puede levantar".
Lo
que hemos insinuado como un milagro en la imagen de la Virgen también
se revela en el mito egipcio, ya que allí se describe a Horus como
que no nació por concepción, sino que relata cómo un rayo de luz
cayó de Osiris sobre Isis, una especie de nacimiento milagroso, y el
niño Horus apareció. Aquí también vemos cómo los hilos conectan
una cosa con otra; lo que aquí podemos investigar carece de ninguna
conexión terrestre.
Pasemos ahora a donde comienza nuestra
propia época. Pensemos en la catedral gótica con su maravillosa
construcción de arcos en punta, recordemos lo que tuvo lugar allí
en la Edad Media, en los encuentros donde los verdaderos creyentes se
reunían con los verdaderos sacerdotes. Pensemos en el efecto de esta
catedral gótica con sus muchos cristales de colores a través de los
cuales penetra la luz del sol; pensemos en cuántos de los que
pudieron hablar de los secretos más profundos de la evolución del
mundo pudieron dejar resonar tonos, cuya imagen exterior era la
maravillosa luz dividida así en colores variados. Una y otra vez
sucedía que los sacerdotes mostraban cómo el poder común del Ser
Divino se impartía a la humanidad en rayos de poder separados,
divididos como la luz que entraba por las ventanas de colores. La
partición de la luz fue puesta ante los sentidos de los hombres, y
en sus almas se despertó lo que estaba espiritualmente en el
trasfondo de este símbolo. De esta manera la catedral gótica
impregnaba los poderes de percepción y de sentimiento de los
fieles.
Entremos ahora más profundamente en lo que se
representa en nuestras mentes. Consideremos primero la Pirámide
Egipcia, una forma de arquitectura muy característica. Debemos
esforzarnos mentalmente para descubrir lo que tiene que decirnos.
Poco a poco veremos cómo se expresa en la pirámide el secreto del
mundo, la tierra y el hombre; veremos que se expresa en ella lo que
el sacerdote egipcio sentía según su forma de religión. Más
adelante profundizaremos en todas estas cosas; hoy sólo notaremos lo
que tal sacerdote sentía, e impartió a su pueblo en imágenes. La
sabiduría de la religión egipcia expresada en la forma era muy
profunda; era el resultado directo de la antigua tradición; era como
un recuerdo, y el sabio egipcio en su encuentro con Solón pudo decir
con la verdad: "¡Oh, griegos, seguís siendo niños toda
vuestra vida, y en vuestras almas infantiles no hay nada de la
antigua verdad!" Se refiere aquí a la era de la sabiduría en
Egipto. ¿De dónde procedía esta sabiduría?
Nuestra
humanidad actual fue precedida, como saben, por otra que habitaba en
un continente sobre el que ahora se agitan las olas del Océano
Atlántico. Cuando tuvo lugar el gran diluvio atlante, el
conocimiento de los atlantes fue llevado hacia el Este a través de
la actual Europa. Los mitos del norte permanecieron atrás como
recuerdos de la sabiduría de la Atlántida. Sabemos que los
sucesores de los atlantes llevaron la sabiduría de la antigua India
y Persia hacia Asia. También sabemos que la sabiduría egipcia fue
en parte reanimada por Asia, pero que también fluyó directamente
desde Occidente, desde la Atlántida, hacia África.
¿A qué
clase de sabiduría se refería el antiguo sabio cuando hablaba de la
"antigua verdad"? Esto se nos desvelará si por un momento
nos detenemos a considerar la diferencia entre la vida actual y la
vida en la antigua Atlántida. En aquel tiempo el hombre estaba
dotado de una tenue clarividencia, a su alrededor veía seres que
también están a nuestro alrededor hoy en día, pero que el hombre
actual ya no ve. La tierra no sólo contiene plantas, minerales y
animales; también hay seres espirituales a nuestro alrededor, pero
éstos sólo son visibles para los ojos clarividentes. En la
Atlántida, en aquella época, el hombre era normalmente
clarividente, los seres divinos eran sus compañeros, vivía con
ellos como ahora vivimos con los seres humanos. No había todavía
esa distinción tan aguda entre la conciencia del día y la
conciencia de la noche que hay ahora. En la actualidad, cuando el
hombre entra por la mañana, con su cuerpo astral y su ego, en la
vida física, los objetos físicos están a su alrededor; y cuando
por la noche se eleva de su cuerpo físico este mundo se vuelve
oscuro y tenue para él. Este es el caso hoy en día con el ser
humano normal; pero en la Atlántida no era así, particularmente en
sus primeros períodos. Cuando por la noche el hombre salía de su
cuerpo físico y etérico la oscuridad no se extendía entonces a su
alrededor; entraba en un mundo de seres espirituales y veía estas
formas espirituales divinas tal como ahora ve las formas carnales. Él
veía a Baldur, Wotan, Zeus y Apolo - que no son figuras imaginarias
y extravagantes, sino que son la expresión de seres reales que, en
la época de la que hablamos, no habían tomado cuerpos de carne,
sino que poseían como su forma más densa cuerpos etéricos
transparentes. Cuando por la noche el hombre se retiraba de su cuerpo
físico, estos estaban a su alrededor como formas etéricas; y cuando
por la mañana volvía a meterse en su cuerpo físico estaba en el
mundo de la realidad que hoy es para él el único mundo; durante un
tiempo abandonaba, se podría decir, el mundo de los Dioses y se
sumergía en el mundo de la existencia física y carnal. No había
una frontera estricta entre su percepción diurna y su percepción
nocturna, y cuando en esos tiempos el Iniciado hablaba a la gente
común de estos Seres Divinos no hablaba de algo que les fuera
extraño. Era lo mismo que cuando hoy se habla de los hombres y se
les llama por sus nombres; el Iniciado hablaba de Seres tales como
Wotan y Baldur, pues los conocían como Seres etéricos divinos.
El
recuerdo de aquella antigua sabiduría y de aquellas experiencias fue
llevado por aquellos que viajaron hacia el Este; y de ellos surgieron
los recuerdos que estaban conectados con algo más que se desarrolló
en la peculiar constitución del pueblo egipcio - la convicción de
que una parte espiritual eterna habita en el hombre, y que cuando su
cuerpo se convierte en un cadáver ha sido abandonado por esta parte
divino-espiritual. Esta convicción se expresa en numerosos símbolos
y enseñanzas que los sacerdotes egipcios daban al pueblo; para ellos
no era una mera verdad abstracta, sino una verdad en la que vivían y
que experimentaban directamente.
Describamos lo que los
egipcios percibían. Ellos decían: "Veo aquí un cadáver, el
polvo de un hombre que era portador de un ego; lo sé por la antigua
tradición y por la experiencia de mis antepasados sé, que hay algo
más, una parte espiritual que pasa a otros mundos. La cual,no podría
cumplir su tarea si viviera únicamente en ese mundo espiritual. Hay
que formar un vínculo de conexión entre esta parte espiritual y el
mundo terrenal; hay que formar un vínculo magnético para el alma
que pasa en el momento de la muerte a reinos más altos, para
despertar en ella un sentimiento de permanencia, para que pueda
volver de nuevo, y aparecer una vez más en esta tierra".
Sabemos
por las enseñanzas de la Ciencia Espiritual que la humanidad por sí
misma se ocupa de que el alma vuelva una y otra vez a las nuevas
encarnaciones; sabemos que cuando el hombre pasa tras morir a otras
esferas, durante el período en kamaloka (ese período durante el
cual se desvincula de lo terrenal) sigue encadenado por ciertas
fuerzas a lo físico. Sabemos que son estas fuerzas las que no le
permiten elevarse de inmediato a las regiones de Devachán, y que son
también las que le atraen de nuevo a una nueva encarnación. Pero
hoy en día somos un pueblo que vive en abstracciones y que
representa cosas como teorías. En el antiguo Egipto todo esto vivía
como una tradición. El egipcio era el reverso de un teórico o un
mero pensador; quería ver con sus sentidos cómo el alma se abría
camino desde el cuerpo muerto hacia reinos más altos, quería que
esto se construyera ante él. Estos pensamientos los plasmó en las
pirámides; la forma en que el alma se eleva, cómo abandona el
cuerpo, cómo está todavía parcialmente encadenada, y cómo es
llevada hacia arriba a regiones más elevadas. En la arquitectura de
las pirámides podemos ver el encadenamiento del alma a lo terrenal,
podemos ver cómo se presenta ante nosotros el kamaloka con sus
misteriosas formas, y podemos decir que, considerado externamente, es
un símbolo del alma que ha dejado el cuerpo y se eleva a reinos más
altos.
Esforcémonos
por entender aquellas antiguas tradiciones. En la época atlante, el
hombre aún veía a su alrededor mucho que hoy en día está
completamente oculto para él. Recordaréis de las conferencias
anteriores que en la Atlántida el cuerpo etérico del hombre no
estaba tan íntimamente ligado al cuerpo físico como lo está ahora,
la cabeza etérica sobresalía mucho más allá de la cabeza física.
En los animales esta formación ha permanecido hasta el día de hoy.
Cuando se observa un caballo de forma clarividente, la cabeza etérica
se puede ver en lo alto como una forma de luz sobre la nariz del
caballo y en el caso de un elefante se puede ver una estructura
verdaderamente notable sobre el tronco. En la humanidad Atlante la
cabeza etérica estaba en una posición algo similar, aunque no tan
afuera. Más tarde, gradualmente se fue introduciendo más y más en
la cabeza física, de modo que ahora es aproximadamente del mismo
tamaño que ésta. Por este motivo, la cabeza física, que al
principio sólo estaba gobernada parcialmente por la cabeza etérica
y todavía tenía muchas fuerzas externas que hoy están dentro de
ella, no era todavía humana en un grado elevado; sólo estaba en
curso de desarrollo y todavía poseía una forma animal algo más
inferior.
¿Qué veía el atlante cuando miraba a un semejante
durante el día? Veía a un hombre con una frente muy retraída, con
dientes muy salientes, algo que le recordaba a un animal, pero por la
noche, cuando él se dormía, la conciencia clarividente comenzaba,
la forma animal se volvía menos distinguible, y de la cabeza física
crecía la cabeza etérica, que ya tenía una forma humana y, de
hecho, una forma mucho más hermosa que la que vemos hoy. En tiempos
aún más remotos, el clarividente atlante podía mirar hacia atrás
a un período en el que la forma física del hombre era aún más
parecida a la animal, aunque poseía un cuerpo etérico que era
completamente humano; mucho más hermoso, en efecto, que la forma
física actual, que se ha adaptado a fuerzas más toscas y densas.
Ahora imaginen este recuerdo del atlante colocado consciente pero
simbólicamente ante el pueblo de Egipto. Imaginen al sacerdote
egipcio diciéndole al pueblo: "En los tiempos de los atlantes,
vuestras propias almas, cuando estabais despiertos, contemplaban la
figura humana con una forma animal, pero por la noche crecía de ella
una cabeza humana extremadamente hermosa." Este recuerdo,
presentado en escultura, es la Esfinge. Sólo así se pueden entender
estas formas; debemos darnos cuenta de que no son sólo formas
pensadas, sino realidades.
Pasemos
ahora de la pirámide egipcia al templo griego. Este templo sólo lo
entenderán aquellos que sean capaces de sentir que en el espacio
existen fuerzas. Los griegos poseían este sentimiento. Cualquiera
que estudie el espacio desde el punto de vista de la Ciencia
Espiritual sabe que no es el vacío absoluto con el que sueñan
nuestros matemáticos y físicos ordinarios, sino que está
diferenciado. Es algo que está lleno de líneas, con líneas de
fuerza en esta dirección y en aquella, de arriba hacia abajo, de
derecha a izquierda, líneas rectas y curvas que van en todas las
direcciones. El espacio puede ser sentido, puede ser penetrado con
sentimiento. Quien tiene tal sentimiento por el espacio sabe por qué
ciertos pintores antiguos podrían pintar las formas de ángeles
flotantes en los cuadros de la Virgen de una manera tan
maravillosamente fiel a la naturaleza; sabe que estos ángeles se
apoyan mutuamente, tal como lo hacen los planetas en el espacio por
su poder de atracción. Es bastante diferente cuando consideramos el
cuadro de Bocklin "Piedad". Aquí, por otra parte, no se
dice nada en contra de la excelencia de este cuadro, pero cualquiera
que haya preservado el sentimiento vivo por el espacio tiene la
sensación de que esas notables formas de ángeles pueden caerse en
cualquier momento. Los pintores de la antigüedad tenían la
percepción que pertenecía a la clarividencia anterior. En los
tiempos modernos esto se ha perdido.
Cuando el arte todavía
poseía tradiciones ocultas, estas fuerzas que se apoyaban mutuamente
y que existían en el espacio, que fluían de aquí para allá, eran
reconocidas. Fueron percibidas por aquellos en cuyas mentes se
originó el pensamiento del templo griego. No pensaban en estas
formas, pero percibían las fuerzas que fluían a través del espacio
y las llenaban de piedra; lo que ya estaba allí ocultamente lo
llenaban de sustancia. Por lo tanto, el templo griego es una
presentación material de las fuerzas reales que existen en el
espacio; un templo griego es un pensamiento espacial cristalizado en
el sentido más puro de la palabra. El resultado de esto fue muy
importante; al dar expresión material a las formas de fuerza en el
espacio los griegos dieron a los seres espirituales divinos la
oportunidad de usar estas formas materiales. No es una figura
retórica sino un hecho cuando decimos que los Dioses bajaron en
aquel tiempo a los templos griegos para estar entre los hombres en el
plano físico.
Así
como hoy en día los padres aportan la forma física, el cuerpo
carnal, a disposición del niño, para que el espíritu pueda
expresarse en el plano físico, en el caso del templo griego ocurría
algo similar. Se ofrecía la oportunidad de que los seres
divino-espirituales fluyeran y se encarnaran en la estructura
arquitectónica. Ese es el secreto del templo griego. Dios estaba
presente en el templo. Aquellos que sintieron la forma del templo
griego correctamente, sintieron que no tenía que haber ningún ser
humano cerca de él, ni en el templo mismo, y sin embargo no estaría
vacío, ya que Dios estaba realmente presente allí. El templo griego
es un todo; es completo en sí mismo, porque tiene una forma que
mágicamente atrae a Dios a él.
Si ahora consideramos una
iglesia romana, especialmente una con una cripta, veremos un mayor
desarrollo. En la Pirámide vemos representado el camino que el alma
toma después de la muerte, la forma arquitectónica exterior para el
alma al partir; el templo griego es la expresión del alma divina que
le gusta quedarse en el plano físico; la iglesia romana con su
cripta corresponde a la Cruz en la que cuelga el cuerpo muerto de
Jesús. La humanidad en esta etapa había progresado a una conciencia
avanzada en las esferas espirituales. El vínculo con lo terrenal, el
período en kamaloka, está representado por las Pirámides; la
victoria sobre la forma física, la victoria sobre la muerte, se
expresa en la Cruz, y nos recuerda la victoria espiritual de Cristo
sobre la muerte.
Una vez más, se da un paso más hacia la
catedral gótica. Sin la piadosa congregación en su interior, está
incompleta. Si queremos sentirla como un todo, entonces a los arcos
ojivales hay que añadir las manos plegadas y los sentimientos que
expresan hacia arriba; no los sentimientos que hay en la cripta,
donde se conserva el recuerdo de la victoria espiritual sobre la
muerte, sino los sentimientos victoriosos, como los que percibe el
alma que aún estando en el cuerpo ya ha sentido que es un vencedor
de la muerte. El alma, victoriosa sobre la muerte mientras está en
el cuerpo, pertenece al edificio gótico, que está incompleto si no
está lleno de tales sentimientos.
El
templo griego es el cuerpo de Dios; es completo en sí mismo. La
iglesia gótica es algo que requiere una congregación; no es un
templo sino una "Dom", una catedral. La palabra alemana
"Dom" aparece en el sufijo inglés "dom" en las
palabras "reino= kingdom", "cristiandad= Christemdom",
por ejemplo. También se encuentra en la raíz de la palabra rusa
"Duma". Una cúpula, o dom, es algo en lo que los miembros
individuales se reúnen en una congregación. A partir de esto
podemos ver cómo con el tiempo el pensamiento humano y la percepción
humana progresa desde la Pirámide al templo griego, luego a la
iglesia romana con su cripta, y después a la catedral gótica.
Así
llegamos gradualmente a nuestra propia época, y veremos cómo las
fuerzas de la evolución están trabajando no sólo en la superficie,
sino que misteriosas corrientes ocultas están activas también
debajo, de modo que lo que está ocurriendo hoy en nuestra
civilización aparece como una reencarnación de mucho de lo que se
sembró dentro de la humanidad en los tiempos del antiguo
Egipto.
Terminaremos con un pensamiento que insinúa esta
misteriosa conexión. ¿En qué consiste el materialismo de nuestra
civilización actual? ¿Cuál es la característica especial del
hombre que, cuando desea ver algo espiritual, ha perdido la armonía
que reconcilia la fe y el conocimiento? No ve nada. Considera la
parte grosera, material, física del mundo; siente que es real, que
existe, e incluso llega a negar lo que es espiritual. Cree que la
existencia del hombre termina cuando su cadáver yace en la tierra;
no ve nada que se eleve a los mundos espirituales. ¿Puede una
concepción como ésta ser el resultado de algo que fue sembrado en
un tiempo en que había una fe firme en la vida continuada del alma,
como la que existía en Egipto? Sí, porque en la civilización no es
como en el reino vegetal, donde las cosas similares brotan una y otra
vez de la semilla. En la civilización una característica se alterna
con otra que es aparentemente diferente a ella - y sin embargo puede
haber similitudes más profundas e íntimas.
La
visión del hombre está confinada hoy en día al cuerpo físico; él
considera esto como una realidad; no puede elevarse hacia lo que es
espiritual.
Las almas que ahora miran sus cuerpos físicos con
sus ojos, y no pueden elevarse a lo espiritual, se encarnaron entre
los pueblos anteriores como griegos, como romanos y como antiguos
egipcios; todo lo que existe en nuestras almas hoy es el resultado de
lo que adquirimos en encarnaciones anteriores.
Imaginen su
alma en su cuerpo egipcio. Imaginen que su alma después de la muerte
es llevada de nuevo por el camino de la pirámide a esferas más
altas - pero su cuerpo es mantenido fijo como una momia. Este hecho
tuvo un resultado oculto. El alma siempre tenía que mirar hacia
abajo cuando su cuerpo momificado estaba abajo; sus pensamientos se
endurecían, se solidificaban, eran atraídos al mundo físico. Se
vio obligada a mirar hacia abajo desde los reinos del espíritu a su
cuerpo físico embalsamado, y en consecuencia se arraigó en él el
pensamiento de que el cuerpo físico tenía una realidad más elevada
de la que realmente tenía. Imaginen a un hombre, en su alma, mirando
hacia abajo en ese momento a su momia. El pensamiento relativo al
físico se endureció; pasó a través de repetidas encarnaciones, y
ahora es de tal naturaleza que el hombre no puede extraer sus
pensamientos de la forma física del cuerpo.
El pensamiento
materialista es a menudo el resultado del embalsamamiento del
cuerpo.
Así vemos cómo los pensamientos y los sentimientos
actúan de una encarnación a otra; cómo a través de repetidas
encarnaciones se continúan las civilizaciones y cómo reaparecen más
tarde en formas completamente diferentes. Esto debería despertar una
débil idea de los innumerables hilos ocultos bajo la superficie.
En
esta conferencia hemos indicado brevemente los temas que se tratarán
en conferencias posteriores. En ellas nuestra visión se extenderá
hacia las regiones más elevadas de los mundos que contemplaban los
sacerdotes egipcios; tendremos que dirigir nuestra atención a la
naturaleza, la meta y el destino del hombre; y comprenderemos cómo
se resuelven estos problemas cuando nos demos cuenta de que los
frutos de una era de civilización reaparecen de manera maravillosa y
misteriosa en otra posterior.
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