RUDOLF STEINER
8º capítulo : En cuanto a la frontera entre el mundo físico y los mundos suprasensibles.
Para comprender las mutuas relaciones de los diversos mundos, debemos tener en cuenta el hecho de que una fuerza que en un mundo está obligada a desarrollar una actividad conforme al orden del universo, puede, cuando se trata de desarrollarse en otro mundo, estar dirigida contra ese orden. Por lo tanto, es necesario para el ser humano que existan en su cuerpo etérico las dos fuerzas contrapuestas, la capacidad de transformación en otros seres y el fuerte sentimiento de ego, o afirmación de sí mismo. Ninguna de estas fuerzas del alma humana puede desplegarse en la existencia física salvo en una forma amortiguada. En el mundo elemental existen de tal manera que hacen posible el ser del hombre por su equilibrio mutuo, así como el sueño y el estado de vigilia hacen posible la vida humana en el mundo físico. La relación de dos fuerzas tan opuestas no puede ser nunca la de que una suprima a la otra, sino que debe ser de tal naturaleza que ambas se desarrollen y actúen la una sobre la otra en forma de equilibrio o compensación.
- Ahora bien, el sentimiento y la capacidad de transformación sólo pueden afectarse entre sí de la manera indicada en el mundo elemental; En el sentido del mundo, sólo lo que resulta de ambas fuerzas en su mutua relación y cooperación puede funcionar en el sentido del orden mundial. Si el grado de variabilidad que una persona debe tener en su cuerpo etérico tuviera un efecto sobre el ser sensorial, entonces la persona se sentiría espiritualmente como algo que no está de acuerdo con su cuerpo físico. El cuerpo físico le da al hombre una huella fija en el mundo de los sentidos, a través del cual se coloca en este mundo como un ser personal específico. De ese modo, no se sitúa en el mundo elemental con su cuerpo etérico. En este, para ser plenamente humano, debe poder asumir las formas más diversas. Si eso le fuera imposible, estaría condenado a la completa soledad en el mundo elemental; no sabría nada de nada más que de sí mismo; no se sentiría relacionado con ningún ser ni con ningún proceso. Esto, en el mundo elemental equivaldría a la inexistencia de esos seres o eventos, en lo que a tal persona se refiere.
Sin embargo, si el alma humana desarrollara en el mundo físico la capacidad de transformación necesaria para el mundo elemental, su identidad personal se perdería. Tal alma estaría viviendo en contradicción consigo misma. En el mundo físico, la capacidad de transformación debe ser un poder que descanse en las profundidades del alma; un poder que le dé al alma su tono o nota clave fundamental, pero que no llegue a desarrollarse en ese mundo.
La conciencia clarividente tiene, por lo tanto, que vivir por sí misma en la capacidad de transformación; si no fuera capaz de hacer esto, no podría hacer ninguna observación en el mundo elemental. Así adquiere una facultad que sólo debe ejercer mientras se sabe a sí misma que está en el mundo elemental, y que tan pronto como vuelve al mundo físico debe suprimir. La conciencia clarividente debe observar siempre el límite de los dos mundos, y no debe utilizar en el mundo físico facultades adaptadas para un mundo suprasensible. Si el alma, sabiéndose a sí misma en el mundo físico, permitiera que la capacidad de transformación que posee su cuerpo etérico siguiera actuando, la conciencia ordinaria se llenaría de conceptos que no corresponden a ningún ser del mundo físico. La confusión reinaría en la vida del pensamiento del alma. La observación de la frontera entre los mundos es un presupuesto necesario para el correcto funcionamiento de la conciencia clarividente. Quien quiera adquirir esta conciencia debe tener cuidado de que ningún elemento perturbador se deslice en su conciencia ordinaria a través de su conocimiento de los mundos suprasensibles.
Si aprendemos a conocer al guardián del umbral, conoceremos el estado de nuestra alma con respecto al mundo físico, y si es lo suficientemente fuerte como para desterrar de la conciencia física las fuerzas y facultades, pertenecientes a los mundos suprasensibles, a las que no se les debe permitir estar activas en la conciencia ordinaria. Si se entra en el mundo suprasensible sin el auto-conocimiento provocado por el guardián del umbral, podemos vernos abrumados por las experiencias de ese mundo. Estas experiencias pueden introducirse en la conciencia física como imágenes ilusorias. En ese caso asumen el carácter de percepciones sensoriales, y la consecuencia necesaria es que el alma las toma por realidades cuando no lo son. La clarividencia correctamente desarrollada nunca tomará las imágenes del mundo elemental como realidad en el sentido en que la conciencia física tiene que tomar las experiencias del mundo físico como realidades. Las imágenes del mundo elemental sólo son llevadas a su verdadera asociación con las realidades a las que corresponden, por la facultad de transformación del alma.
Por otra parte, la segunda fuerza necesaria para el cuerpo etérico - el fuerte sentimiento del ego - no debe proyectarse en la vida del alma dentro del mundo físico de la misma manera que es apropiada para ella en el mundo elemental. Si es así, se convierte en una fuente de propensiones inmorales, en la medida en que éstas están conectadas con el egoísmo. En este punto de su observación del universo es donde la ciencia espiritual encuentra el origen del mal en la acción humana. Sería un malentendido del orden del mundo rendirse a la creencia de que este orden puede mantenerse sin las fuerzas que forman la fuente del mal. Si estas fuerzas no existieran, el ser etérico del hombre no podría desarrollarse en el mundo elemental. Estas fuerzas son completamente buenas cuando entran en funcionamiento sólo en el mundo elemental. Provocan el mal cuando no permanecen en reposo en las profundidades del alma, regulando allí la relación del hombre con el mundo elemental, sino que se transfieren a la experiencia del alma dentro del mundo físico y se transforman por ello en impulsos egoístas. En este caso trabajan en contra de la facultad de amar y se convierten así en las causas de la acción inmoral.
Si el fuerte sentimiento de ego pasa del cuerpo etérico al físico, no sólo se produce un fortalecimiento del egoísmo, sino un debilitamiento del cuerpo etérico. La conciencia clarividente tiene que descubrir que al entrar en el mundo suprasensible, el necesario sentimiento de ego es débil en proporción a la fuerza del egoísmo en las experiencias del mundo físico. El egoísmo no hace a un ser humano fuerte en las profundidades de su alma, sino débil. Y cuando el hombre pasa por la puerta de la muerte, el efecto del egoísmo que se ha desarrollado durante la vida entre el nacimiento y la muerte es tal que hace al alma débil para las experiencias del mundo suprasensible.
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