GA017 Berlín, año 1913 4 El umbral del mundo espiritual En cuanto a la reencarnación y el karma, el cuerpo astral del hombre y el mundo espiritual, y los seres ahrimánicos

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RUDOLF STEINER


4º capítulo : En cuanto a la reencarnación y el karma, el cuerpo astral del hombre y el mundo espiritual, y los seres ahrimánicos

Para el alma es especialmente difícil reconocer, que hay algo que predomina en su vida que es el entorno del alma, de la misma manera que el llamado mundo exterior es el entorno de los sentidos ordinarios. El alma inconscientemente se resiste a esto, porque imagina que su existencia independiente está en peligro por tal hecho; y por lo tanto instintivamente se aparta de él. Pues aunque la ciencia más moderna admite teóricamente la existencia de este hecho, esto no significa que se haya realizado todavía plenamente, con todas las consecuencias que conlleva el hecho de captarlo interiormente y de impregnarse de él. Sin embargo, si nuestra conciencia puede llegar a constatarlo como un hecho vital, aprendemos a discernir en la naturaleza del alma un núcleo interno, que existe independientemente de todo lo que pueda desarrollarse en la esfera de la vida consciente del alma entre, el nacimiento y la muerte. Aprendemos a conocer en nuestras propias profundidades a un ser del que sentimos que somos su propia creación, y mediante el cual también sentimos que nuestro cuerpo, el vehículo de la conciencia, ha sido creado, con todos sus poderes y atributos.

En el curso de esta experiencia, el alma aprende a sentir que una entidad espiritual dentro de ella está creciendo hacia la madurez, y que esta entidad se retira de la influencia de la vida consciente. Empieza a sentir que esta entidad interior se vuelve más y más vigorosa, y también más independiente, en el curso de la vida entre el nacimiento y la muerte. Aprende a darse cuenta de que la entidad guarda la misma relación con el resto de la experiencia, entre el nacimiento y la muerte, que el germen en desarrollo del ser de una planta guarda relación con la suma total de la planta en la que se desarrolla: con la diferencia de que el germen de la planta es de naturaleza física, mientras que el germen del alma es de naturaleza espiritual.

El curso de tal experiencia lleva a admitir la idea de vidas terrenales repetidas. En el núcleo del alma, que es hasta cierto punto independiente del alma, esta última es capaz de sentir el germen de una nueva vida humana. En esa vida el germen llevará los resultados de la presente, cuando haya experimentado en un mundo espiritual después de la muerte, de una manera puramente espiritual, aquellas condiciones de vida en las que no puede participar mientras esté envuelto en un cuerpo terrenal físico entre el nacimiento y la muerte.
A partir de este pensamiento resulta necesariamente otro, a saber, que la vida física actual entre el nacimiento y la muerte es el producto de otras vidas pasadas hace mucho tiempo, en las que el alma desarrolló un germen que continuó viviendo en un mundo puramente espiritual después de la muerte, hasta que estuvo madura para entrar en una nueva vida terrenal a través de un nuevo nacimiento; así como el germen de la planta se convierte en una nueva planta cuando, después de haberse desprendido  de la vieja planta en la que se formó, ha estado durante un tiempo en otras condiciones de vida.

Cuando el alma ha sido adecuadamente preparada, la conciencia clarividente aprende a sumergirse en el proceso de desarrollo en una vida humana de un germen, en cierto modo independiente, que lleva los resultados de esa vida a vidas terrenales posteriores. En forma de cuadro, pero esencialmente real, como si estuviera a punto de revelarse como una entidad individual, emerge de las oleadas de la vida del alma un segundo yo, que aparece independiente y situado sobre el ser que previamente habíamos considerado como nuestro yo. Este parece ser un inspirador de ese yo. Y nosotros, como este último yo, confluimos en uno con nuestro inspirador y superior yo.

Ahora nuestra conciencia ordinaria vive en este estado de cosas, y por tanto es contemplado por la conciencia clarividente, sin ser consciente del hecho. Una vez más es necesario que el alma se fortalezca, para que se pueda sostener por sí misma, no sólo en lo que respecta a un mundo exterior espiritual con el que se mezcla, sino incluso en lo que respecta a una entidad espiritual que en un sentido más elevado es el propio yo, y que sin embargo se encuentra fuera de lo que necesariamente se siente que es el yo en el mundo físico. La forma en que el segundo yo se eleva de las oleadas de la vida del alma, en forma de una imagen, aunque esencialmente real, es bastante diferente en las diferentes individualidades humanas. He intentado en las siguientes obras que ilustran la vida del alma, "El portal de la iniciación", "La probación del alma", "El guardián del umbral" y "El despertar del alma", ilustrar cómo las distintas individualidades humanas se abren paso hasta la experiencia de este "otro yo".

Ahora bien, aunque el alma en la conciencia ordinaria no sabe nada acerca de su ser inspirado por su otro yo, sin embargo esa inspiración está ahí, en las profundidades del alma. No se expresa, sin embargo, en pensamientos o palabras interiores, sino que surte efecto a través de los hechos, de los acontecimientos o de algo que sucede. Es el otro yo el que guía al alma a los detalles del destino de su vida, y hace surgir en ella capacidades, inclinaciones, aptitudes, etc. Este otro yo vive en la suma total o agregado del destino de una vida humana. Se mueve junto al yo que está condicionado por el nacimiento y la muerte, y da forma a la vida humana, con todo lo que contiene de alegría y dolor. Cuando la conciencia clarividente se une a ese otro yo, aprende a decir "yo" al total del destino de la vida, tal como el hombre físico dice "yo" a su ser individual. Lo que se llama por una palabra oriental Karma, crece en la forma que se ha indicado, junto con el otro yo, o yo espiritual. La vida de un ser humano se ve inspirada por su propia entidad permanente, que vive de una vida a otra; y la inspiración opera de tal manera que el destino de la vida de una existencia terrenal, es la consecuencia directa de las anteriores.
De esta manera el hombre aprende a conocerse a sí mismo como otro ser, diferente de su personalidad física, que en realidad sólo se expresa en la existencia física a través del obrar de este ser. Cuando la conciencia entra en el mundo de ese otro ser, se encuentra en una región que, comparada con el mundo elemental, puede ser llamada el mundo del espíritu.

Mientras nos sentimos en ese mundo, nos encontramos completamente fuera de la esfera en la que se realizan todas las experiencias y acontecimientos del mundo físico. Miramos desde otro mundo al que en cierto sentido hemos dejado atrás. Pero también llegamos al conocimiento de que, como seres humanos, pertenecemos a ambos mundos. Sentimos que el mundo físico es una especie de imagen reflejada del mundo del espíritu. Sin embargo, esta imagen, aunque refleja los acontecimientos y los seres del mundo espiritual, no sólo lo hace, sino que también lleva una vida independiente propia, aunque sólo sea una imagen. Es como si una persona se mirara en un espejo, y como si su imagen reflejada llegara a tener una vida independiente mientras la mira.

Además, aprendemos a conocer a los seres espirituales, que llevan a cabo esta vida independiente de la imagen reflejada del mundo espiritual. Los sentimos como seres que pertenecen al mundo del espíritu en lo que respecta a su origen, pero que han dejado la escena de ese mundo, y buscaron su campo de acción en el mundo físico. Nos encontramos así frente a dos mundos que actúan uno sobre el otro. Llamaremos al mundo espiritual el superior, y al mundo físico el inferior.

Aprendemos a conocer a estos seres espirituales del mundo inferior, al haber transferido hasta cierto punto nuestro punto de vista al mundo superior. Una clase de estos seres espirituales se presenta de tal manera, que a través de ellos descubrimos la razón por la que el hombre experimenta el mundo físico como sustancial y material. Descubrimos que todo lo material es en realidad espiritual, y que la actividad espiritual de estos seres consolida y endurece el elemento espiritual del mundo físico en la materia. Por muy impopulares que sean ciertos nombres en la actualidad, son necesarios para lo que se ve como realidad en el mundo del espíritu. Y así a los seres que provocan la materialización, les llamaremos seres arimánicos. Parece que su esfera original es el reino mineral. En ese reino reinan de tal manera que allí pueden manifestar plenamente lo que es su verdadera naturaleza. En el reino vegetal y en los reinos superiores de la naturaleza logran algo más, que sólo se hace inteligible cuando se tiene en cuenta la esfera del mundo elemental. Visto desde el mundo del espíritu, el mundo elemental también aparece como un reflejo de ese mundo. Pero la imagen reflejada en el mundo elemental no tiene tanta independencia como la del mundo físico. En el primero, los seres espirituales de la clase arimánica son menos dominantes que en el segundo. Desde el mundo elemental, sin embargo, desarrollan, entre otras cosas, el tipo de actividad que se expresa en la aniquilación y la muerte. Incluso podemos decir que en los reinos superiores de la naturaleza la parte de los seres Ahrimánicos es introducir la muerte. En la medida en que la muerte es parte del orden necesario de la existencia, la misión de los seres Ahrimánicos es legítima.
Pero cuando vemos la actividad de los seres Ahrimánicos desde el mundo del espíritu, encontramos que algo más está conectado con su trabajo en el mundo inferior. En la medida en que su esfera de acción está allí, no se sienten obligados a respetar los límites que restringirían su actividad, si estuvieran operando en el mundo superior del que proceden. En el mundo inferior luchan por una independencia que nunca podrían tener en la esfera superior. Esto es especialmente evidente en la influencia de los seres ahrimánicos sobre el hombre, ya que el hombre forma el reino más elevado de la naturaleza en el mundo físico. En la medida en que la vida humana del alma está ligada a la existencia física, se esfuerzan por dar a esa vida independencia, por liberarla del mundo superior y por incorporarla por completo en el inferior. El hombre, como alma pensante, se origina en el mundo superior. El alma pensante que se ha vuelto clarividente también entra en ese mundo superior. Pero el pensar que ha evolucionado y está ligado al mundo físico, tiene en él lo que debe llamarse la influencia de los seres ahrimánicos. Estos seres desean dar, por así decirlo, una especie de existencia permanente a un pensar ligado a los sentidos dentro del mundo físico. Al mismo tiempo que sus fuerzas traen la muerte, desean sustraer el alma pensante de la muerte, y sólo para permitir que los otros principios del hombre sean llevados por la corriente de la aniquilación. Su intención es que el poder del pensar humano permanezca en el mundo físico y adopte un tipo de existencia que se aproxime cada vez más a la naturaleza ahrimánica.

En el mundo inferior lo que se acaba de describir sólo se expresa a través de sus efectos. El hombre puede esforzarse por saturarse en su alma pensante con las fuerzas que reconocen el mundo espiritual, y se reconocen a sí mismos para vivir y tener su ser dentro de él. Pero también puede apartarse con su alma pensante de esas fuerzas, y sólo hacer uso de su pensar para asirse al mundo físico. Las tentaciones para este último curso de acción vienen de los poderes Ahrimánicos.




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