GA028 El curso de mi vida cap. IX Viajes a Weimar, Berlín y Munich

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 EL CURSO DE MI VIDA

RUDOLF STEINER

1879-1890

Viena

Cap. IX Viajes a Weimar, Berlín y Munich

Fue en esa época (1888) cuando realicé mi primer viaje a Alemania. Ello fue posible gracias a la invitación a participar en la edición de Goethe de Weimar, que debía preparar el Instituto Goethe por encargo de la Gran Duquesa Sofía de Sajonia. Unos años antes había fallecido el nieto de Goethe, Walther von Goethe. Había legado a la Gran Duquesa los manuscritos de Goethe. La Gran Duquesa había fundado el Instituto Goethe y, en colaboración con varios especialistas en Goethe -entre los que destacaban Hermann Grimm, Gustav von Loeper y William Scherer-, había decidido preparar una edición de Goethe en la que sus obras ya conocidas se combinaran con los restos inéditos.

Mis publicaciones sobre Goethe fueron la ocasión de que me pidieran que preparara una parte de los escritos de Goethe sobre ciencias naturales para esta edición. Fui llamado a Weimar para hacer un estudio general de la parte científico-natural de los restos y para dar los primeros pasos requeridos por mi tarea.

Mi estancia de algunas semanas en la ciudad de Goethe fue una fiesta en mi vida. Durante años había vivido en los pensamientos de Goethe; ahora se me permitía estar en los lugares donde estos pensamientos habían surgido. Pasé estas semanas en la elevada impresión que surgía de este sentimiento. Día tras día podía tener ante mis ojos los papeles que contenían los suplementos a lo que ya había preparado para la edición de Goethe para la Kürschner National-Literatur.

Mi trabajo en relación con esta edición me había dado una imagen mental de la concepción del mundo de Goethe. La cuestión que había que dilucidar era cómo quedaría esta imagen en vista del hecho de que en estos restos literarios se encontraba material hasta entonces inédito relacionado con las ciencias naturales. Trabajé con la mayor intensidad en esta parte del legado de Goethe.

Pronto creí poder reconocer que el material hasta entonces inédito suponía una importante contribución a la propia tarea de comprender más a fondo la forma de cognición de Goethe.

En mis escritos publicados hasta entonces había concebido esta forma de cognición como consistente en el hecho de que Goethe percibía vitalmente. En el estado ordinario de conciencia el hombre es al principio un extraño a la esencia del mundo que le rodea. De esta lejanía surge el impulso de desarrollar primero, antes de conocer el mundo, poderes de conocimiento que no están presentes en la conciencia ordinaria.

Desde este punto de vista, fue muy significativo para mí encontrar entre los escritos de Goethe pensamientos tan orientadores como los siguientes

"Para orientarnos un poco en estas diferentes clases [Goethe se refiere aquí a las diferentes clases de conocimiento en el hombre y sus diferentes relaciones con el mundo exterior] podemos clasificarlas como: practicar, conocer, percibir y comprender.

"1. Las personas prácticas, buscadoras de beneficios, adquisitivas, son las primeras que, por así decirlo, esbozan el campo de la ciencia y se afianzan en la práctica. La conciencia les da una especie de certeza a través de la experiencia, y la necesidad les da una cierta amplitud.

"2. Las personas ávidas de conocimiento requieren una mirada serena y libre de fines personales, una curiosidad inquieta, una comprensión clara, y éstas están siempre en relación con el tipo anterior. Asimismo, elaboran lo que descubren, sólo que lo hacen en un sentido científico.

"3. Los perceptivos son en sí mismos productivos; y el conocimiento, mientras progresa, llama a la percepción sin proponérselo, y pasa a la percepción; y, por mucho que los conocedores hagan la señal de la cruz para protegerse de la imaginación, deben sin embargo, si no quieren engañarse a sí mismos, recurrir a la ayuda de la imaginación.

"4. Los que comprenden, a quienes se puede llamar en un sentido orgulloso los creadores, son en sí mismos en el más alto sentido productivos; comenzando como lo hacen con la idea, expresan así la unidad del todo, y está en cierto sentido de acuerdo con los hechos de la naturaleza conformarse así con esta idea".

De tal comentario se desprende claramente que Goethe consideraba al hombre en su conciencia ordinaria como situado fuera del ser del mundo exterior. Debe pasar a otra forma de conciencia si desea unirse conscientemente con este ser. Durante mi estancia en Weimar surgió en mí la pregunta de forma cada vez más decisiva: ¿Cómo debe un hombre seguir construyendo sobre los fundamentos del conocimiento establecidos por Goethe para ser guiado con conocimiento desde la clase de percepciones de Goethe a aquella clase que puede recoger en sí misma la experiencia real en el espíritu, tal como ésta me ha sido dada?

Goethe avanza a partir de lo que alcanzan en los estadios inferiores del conocimiento, las personas "prácticas" y las que "ansían el conocimiento". Sobre esto él hace brillar en su mente todo lo que puede brillar en el "percibir" y en el "comprender" a través de los poderes productivos de la mente sobre el contenido de las etapas inferiores del conocimiento. Cuando se encuentra así con el conocimiento inferior en la mente a la luz de la percepción y comprensión superiores, entonces siente que está en unión con el ser de las cosas. Vivir con conocimiento de causa en el espíritu es, sin duda, algo que todavía no se ha alcanzado de esta manera; pero el camino hacia ello se señala desde un lado, desde aquel lado que resulta de la relación del hombre con el mundo exterior. Estaba claro para mi mente que la satisfacción sólo podía venir con una comprensión del otro lado, que surge de la relación del hombre consigo mismo.

Cuando la conciencia se vuelve productiva, y por tanto saca de sí misma algo que añadir a las primeras imágenes de la realidad, ¿puede entonces permanecer dentro de una realidad, o flota fuera de ella para perderse en lo irreal? Lo que se opone a la conciencia en su propio "producto" es lo que debemos examinar. La conciencia humana debe primero efectuar una comprensión de sí misma; entonces el hombre puede encontrar una confirmación de la experiencia del espíritu puro. Tales fueron los caminos que tomaron mis pensamientos, repitiendo de forma más clara sus formas anteriores, mientras estudiaba detenidamente los documentos de Goethe en Weimar.

Era verano. Poco se veía de la vida artística contemporánea de Weimar. Uno podía entregarse con toda serenidad a lo artístico, que representaba, por así decirlo, un monumento a la obra de Goethe. No se vivía en el presente, sino que se retrocedía a la época de Goethe. En ese momento era la época de Liszt en Weimar. Pero los representantes de esta época no estaban allí.

Las horas después del trabajo las pasaba con los que estaban relacionados con el Instituto. Además había otros que compartían el trabajo y que venían de otros lugares para visitas más o menos largas. Bernhard Suphan, director del Goethe-Institut, me recibió con extraordinaria amabilidad; y en Julius Wahle, colaborador permanente, encontré a un querido amigo. Todo esto, sin embargo, tomó una forma definitiva cuando dos años más tarde fui allí por un período más largo, y debe ser narrado en el punto en que contaré ese período de mi vida.

Lo que más deseaba entonces era conocer personalmente a Eduard von Hartmann, con quien había mantenido correspondencia durante años sobre cuestiones filosóficas. Esto iba a ocurrir durante una breve estancia en Berlín que siguió a la de Weimar.

Tuve el privilegio de mantener una larga conversación con el filósofo. Estaba tumbado en un sofá, con las piernas estiradas y el torso erguido. En esta postura pasó la mayor parte de su vida, desde que empezó a sufrir de la rodilla. Vi ante mí una frente que era una manifestación evidente de un entendimiento claro y agudo, y unos ojos que en su mirada revelaban esa seguridad que se sentía en lo más íntimo del ser del hombre en cuanto a lo que sabía. Una poderosa barba enmarcaba su rostro. Hablaba con total seguridad, lo que demostraba cómo había entretejido ciertos pensamientos básicos sobre todo el concepto del mundo y así, a su manera, lo iluminaba. En estos pensamientos todo lo que le llegaba desde otros puntos de vista quedaba de inmediato desbordado por la crítica. Así que me senté frente a él mientras me juzgaba severamente, pero en realidad nunca me escuchó interiormente. Para él, el ser de las cosas estaba en el inconsciente, y debía permanecer siempre oculto allí en lo que se refería a la conciencia humana; para mí, el inconsciente era algo que podía elevarse cada vez más a la conciencia a través de los esfuerzos de la vida del alma. En el curso de la conversación sobre este tema, dije que no se debía suponer de antemano que un concepto es algo separado de la realidad y que sólo representa una irrealidad en la conciencia. Tal punto de vista nunca podría ser el punto de partida de una teoría de la cognición. Porque de este modo uno se cierra a sí mismo el acceso a toda realidad, ya que sólo puede creer que vive en conceptos y que nunca puede acercarse a una realidad excepto a través de conceptos hipotéticos, es decir, de un modo irreal. Más bien habría que intentar demostrar de antemano si esta visión del concepto como irrealidad es defendible, o si surge de una idea preconcebida. Eduard von Hartmann replicó que no podía haber discusión al respecto; en la propia definición del término "concepto" residía la prueba de que no se encuentra nada real en él. Cuando recibí tal respuesta se me heló el alma. ¡Que las definiciones sean el punto de partida de las concepciones de la vida! Me di cuenta de lo alejado que estaba de la filosofía contemporánea. Mientras estaba sentado en el tren en mi viaje de regreso, sumido en pensamientos y recuerdos de esta visita, que sin embargo fue tan valiosa para mí, sentí de nuevo ese escalofrío en el corazón. Fue algo que me afectó durante mucho tiempo después.

Exceptuando la visita a Eduard von Hartmann, las breves estancias que realicé en Berlín y Munich, a mi paso por Alemania tras mi estancia en Weimar, las dediqué por completo a absorberme en el arte que estos lugares me ofrecían. La ampliación de mi percepción en esta dirección me pareció entonces especialmente enriquecedora para mi vida mental. De modo que este primer viaje largo que pude hacer tuvo una importancia muy amplia en el desarrollo de mis concepciones sobre el arte. Una gran cantidad de impresiones vitales permanecieron conmigo cuando pasé algunas semanas justo después de esta visita en el Salzkammergut con la familia a cuyos hijos ya había estado enseñando durante varios años. Se me aconsejó además que encontrara mi vocación en la enseñanza privada, y yo estaba interiormente decidido a seguir el mismo curso porque deseaba llevar hasta cierto punto de su evolución vital al muchacho cuya educación me había sido confiada algunos años antes, y en quien había logrado despertar el alma de un estado de sueño absoluto.

Después de esto, cuando regresé a Viena, tuve la oportunidad de mezclarme mucho en un grupo de personas unidas por una mujer cuyo tipo de mente mística y teosófica causó una profunda impresión en todos los miembros de este grupo. Las horas que pasé en casa de esta mujer, Marie Lang, me fueron de gran utilidad. Un tipo serio de concepción y experiencia de la vida estaba presente en Marie Lang en forma vital y noblemente bella. Sus profundas experiencias interiores se expresaban en una voz sonora y penetrante. Una vida que luchaba duramente consigo misma y con el mundo sólo podía encontrar en ella, en una búsqueda mística, una especie de satisfacción, aunque incompleta. Así que ella casi parecía creada para ser el alma de un grupo de hombres buscadores. En este círculo había penetrado la teosofía iniciada por H. P. Blavatsky a finales del siglo anterior. Franz Hartmann, que por sus numerosos trabajos teosóficos y sus relaciones con H. P. Blavatsky, se había hecho ampliamente conocido, también introdujo su teosofía en este círculo - Marie Lang había aceptado mucho de esta teosofía. El contenido de pensamiento que allí se encuentra parecía armonizar en muchos aspectos con las características de su mente. Sin embargo, lo que tomaba de esta fuente se había adherido a ella de un modo meramente externo. Pero dentro de sí misma tenía una posesión mística que había sido elevada a la conciencia del reino de una manera bastante elemental a partir de un corazón probado por la vida.

Los arquitectos, literatos y otras personas que conocí en casa de Marie Lang difícilmente se habrían interesado por la teosofía ofrecida por Franz Hartmann si Marie Lang no hubiera participado en ella en cierta medida. Menos aún me habría interesado yo, porque la manera de relacionarse con el mundo espiritual que se evidenciaba en los escritos de Franz Hartmann era absolutamente opuesta a la inclinación de mi propia mente. No podía admitir que poseyera una verdad real e interior. Me preocupaba menos su contenido que la manera en que afectaba a hombres que, sin embargo, eran verdaderos buscadores.

A través de Marie Lang conocí a Frau Rosa Mayreder, que era amiga suya. Rosa Mayreder fue una de las personas a las que más he venerado a lo largo de mi vida y por cuya evolución más me he interesado. Puedo imaginar que lo que tengo que decir aquí le agradará muy poco; pero así es como me siento en cuanto a lo que llegó a mi vida gracias a ella. De los escritos de Rosa Mayreder, que desde entonces han impresionado justamente a tantas personas, y que sin duda le dieron un lugar muy conspicuo en la literatura, nada había aparecido entonces. Pero lo que se revela en estos escritos vivía en Rosa Mayreder en una forma de expresión espiritual a la que tuve que responder con la más fuerte simpatía interior posible. Esta mujer me impresionó como si poseyera cada uno de los dones de la mente humana en tal medida que éstos, en su armoniosa interacción, constituyeran la expresión correcta de un ser humano. Unía varias dotes artísticas con un poder de observación libre y penetrante. Sus cuadros están marcados tanto por el desarrollo individual de la vida como por la absorción en las profundidades del mundo objetivo. Las historias con las que comenzó su carrera literaria son armonías perfectas compuestas de esfuerzos personales y observaciones objetivas. Sus obras posteriores muestran cada vez más este carácter. Esto se pone de manifiesto sobre todo en su última obra en dos volúmenes, crítica de la feminidad. Considero un hermoso tesoro de mi vida haber pasado muchas horas durante el tiempo sobre el que estoy escribiendo aquí junto con Rosa Mayreder durante los años de su búsqueda y esfuerzos mentales.

A este respecto debo referirme de nuevo a una de mis relaciones humanas que surgió y alcanzó una intensidad vital por encima de la esfera del contenido del pensamiento y, en cierto sentido, con total independencia de éste. Pues mi concepción del mundo, y más aún mis tendencias emocionales, no eran las de Rosa Mayreder. El camino por el que ascendí de lo que en este sentido se reconoce como científico a una experiencia de lo espiritual no puede ser de su agrado. Ella pretende utilizar lo científico como fundamento de ideas que tienen como meta el desarrollo completo de la personalidad humana, sin permitir que el conocimiento de un mundo de espíritu puro encuentre acceso a esta personalidad. Lo que para mí es una necesidad en este sentido, para ella no significa casi nada. Ella está totalmente dedicada al desarrollo de la individualidad humana actual y no presta atención a la acción de las fuerzas espirituales dentro de estas individualidades. A través de este método suyo ha logrado la exposición más significativa que se haya producido hasta ahora sobre la naturaleza de la feminidad y las necesidades vitales de la mujer.

Tampoco pude nunca satisfacer a Rosa Mayreder en cuanto a la opinión que se formó de mi actitud hacia el arte. Ella pensaba que yo negaba el verdadero arte, porque intentaba comprender ejemplos concretos de arte por medio de la visión que entraba en mi mente a causa de mi experiencia de lo espiritual. Por eso, ella sostenía que yo no podía penetrar suficientemente en la revelación del mundo de los sentidos y llegar así a la realidad del arte, mientras que yo buscaba precisamente eso: penetrar en la verdad plena de las formas sensibles. Sin embargo, todo esto no menoscabó el interés amistoso que por aquel entonces despertó en mí esta personalidad, a la que debo algunas de las horas más valiosas de mi vida, un interés que, a decir verdad, se mantiene intacto hasta el día de hoy.

En casa de Rosa Mayreder tuve a menudo el privilegio de compartir conversaciones en las que se reunían allí hombres dotados. Hugo Wolf, amigo íntimo de Rosa Mayreder, estaba sentado en silencio, con la mirada fija en sí mismo en lugar de escuchar a los que le rodeaban. Se le escuchaba interiormente a pesar de que hablaba muy poco. Porque todo lo que entraba en su vida se comunicaba de manera misteriosa a los que podían estar con él. Sentía un gran afecto por el marido de Frau Rosa, Karl Mayreder, tan buena persona como hombre y como artista, y también por su hermano, Julius Mayreder, tan entusiasta del arte. Marie Lang y su círculo y Friedrich Eckstein, que entonces estaba totalmente entregado a las tendencias espirituales y a la concepción del mundo de la teosofía, estaban a menudo presentes.

Era la época en que mi Filosofía de la Actividad Espiritual iba tomando forma cada vez más definida en mi mente. Rosa Mayreder es la persona con quien más hablé sobre esta forma en la época en que mi libro estaba naciendo. Ella me alivió de una parte de la soledad interior en que había vivido. Ella aspiraba a una concepción de la personalidad humana real; yo, a una revelación del mundo que podría buscar esta personalidad en la base del alma por medio de los ojos espirituales así abiertos. Entre los dos había muchos puentes. A menudo en la vida posterior ha surgido ante mi espíritu agradecido una u otra imagen de esta experiencia, por ejemplo, imágenes de recuerdo de un paseo por los nobles bosques alpinos, durante el cual Rosa Mayreder y yo discutimos el verdadero significado de la libertad humana

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919