GA018 Berlín, 1914 -Enigmas de la filosofía -La lucha por el espíritu

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ENIGMAS 
DE LA
FILOSOFIA

RUDOLF STEINER

 No es una "historia de la filosofía", aunque el enfoque sea histórico. Es una revisión de las concepciones históricas y actuales del mundo.

La lucha por el espíritu

Hegel sintió que con su estructura de pensamiento había llegado a la meta por la que se había esforzado la evolución de la concepción del mundo desde que el hombre había intentado conquistar los enigmáticos problemas de la existencia en el ámbito de las experiencias del pensamiento. Con este sentimiento escribió, hacia el final de su Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, las siguientes palabras. "El concepto de filosofía es la idea que se piensa a sí misma; es conocer la verdad. . . . El conocimiento filosófico se ha remontado de este modo a su principio, y el contenido de la lógica se convierte así en su resultado como elemento espiritual que se ha revelado como verdad, tal como es en sí y para sí."
La experiencia de sí mismo en el pensamiento, según Hegel, ha de dar al alma humana la conciencia de estar en su verdadera fuente originaria. Al beber de esta fuente, llenándose de pensamientos procedentes de ella, se supone que el alma vive en su propia esencia verdadera y en la de la naturaleza al mismo tiempo, pues tanto la naturaleza como el alma son manifestaciones del pensamiento. A través de los fenómenos de la naturaleza, el mundo del pensamiento mira al alma, que se apodera en sí misma del poder creador del pensamiento, de modo que se conoce a sí misma en unión con todos los procesos del mundo. El alma ve así ampliado su propio círculo estrecho de autoconciencia por el hecho de que el mundo se observa conscientemente en ella. El alma deja así de considerarse meramente como algo que tiene conciencia de sí misma en el cuerpo sensual transitorio entre el nacimiento y la muerte. El espíritu imperecedero, que no está ligado a ninguna existencia sensual, se conoce a sí mismo en el alma, y el alma es consciente de estar ligada a este espíritu en una unión inseparable.
Pongámonos en la posición de, el alma de una personalidad que pudiera seguir la corriente de ideas de Hegel hasta el punto de creer experimentar la presencia del pensamiento en su conciencia del mismo modo que el propio Hegel. Entonces podemos sentir cómo, para un alma así, las cuestiones enigmáticas de antaño parecen situarse bajo una luz que puede ser altamente satisfactoria para tal indagador. Tal satisfacción es evidente, por ejemplo, en los numerosos escritos del pensador hegeliano Karl Rosenkranz. Al absorber estos escritos con atención concentrada (Sistema de la Filosofía, 1850; Psicología, 1844; Explicaciones Críticas de la Filosofía Hegeliana, 1851), nos sentimos confrontados con una personalidad que está convencida de haber encontrado en las ideas de Hegel lo que puede proporcionar una relación cognoscitiva satisfactoria con el mundo para el alma humana. Rosenkranz puede mencionarse a este respecto como un ejemplo significativo porque no sigue en absoluto ciegamente a Hegel a cada paso, sino que muestra que es un espíritu motivado por la conciencia de que la posición de Hegel ante el mundo y el hombre contiene la posibilidad de dar un fundamento sano a una concepción del mundo.
¿Qué podía experimentar un pensador como Rosenkranz con respecto a este fundamento? Desde el nacimiento del pensamiento en la antigua Grecia, y durante siglos de investigación filosófica de los enigmas de la existencia con los que se enfrentaba fundamentalmente toda alma, han cristalizado una serie de grandes problemas. En los tiempos modernos, el problema del significado, el valor y los límites del conocimiento se ha desplazado, como problema fundamental, al centro de la reflexión filosófica. ¿Qué relación tienen la percepción, la concepción y el pensamiento del hombre con el mundo real? ¿Puede este proceso de percepción y pensamiento dar lugar a un conocimiento capaz de iluminar al hombre respecto a las cuestiones sobre las que desea ser iluminado? Para una persona que piensa como Hegel, esta pregunta se responde a sí misma a través de la implicación en el concepto de pensamiento de Hegel. A medida que se apodera del pensamiento, se convence de que experimenta el espíritu creador del mundo. En esta unión con el pensamiento creador siente el valor y el verdadero significado de la cognición. No puede preguntar: "¿Cuál es el significado del conocimiento?", pues experimenta este significado mientras está comprometido en el acto de conocer. Por este hecho, el hegeliano se opone directamente a todo kantianismo. Téngase en cuenta lo que el propio Hegel tiene que decir contra el método kantiano de investigar la cognición antes de que el acto de conocimiento haya tenido lugar.
Un punto principal de la filosofía crítica consiste en que, antes de proponerse desarrollar un conocimiento de Dios, de la esencia de las cosas, etc., se exige que se investigue si la facultad de conocer es capaz de hacer tales cosas. Hay que conocer el instrumento antes de emprender la obra que se ha de realizar por medio de él. Si este instrumento resultara insuficiente, todo esfuerzo sería en vano. Este pensamiento ha parecido tan plausible que despertó la mayor admiración y acuerdo, y condujo al conocimiento, motivado por un interés en los objetos del conocimiento, de vuelta a sí mismo. Sin embargo, si uno no quiere engañarse a sí mismo con palabras, es bastante fácil ver que otros instrumentos pueden ser investigados y juzgados de otra manera que no sea emprendiendo con ellos el trabajo para el que están destinados. Pero el conocimiento no puede ser investigado de otra manera que en el acto de conocer; en el caso de este llamado instrumento, el proceso para probarlo no es otra cosa que el conocimiento mismo. Conocer antes de conocer es tan absurdo como la sabia intención del pensador escolástico que quería aprender a nadar antes de atreverse a meterse en el agua.
Para Hegel, lo esencial es que el alma se experimente a sí misma como llena del pensamiento del mundo viviente. De este modo, crece más allá de su existencia ordinaria; se convierte, por así decirlo, en el recipiente en el que el pensamiento universal, que vive en el pensamiento, se apodera de sí mismo con plena conciencia. El alma no se siente meramente como un recipiente de este espíritu universal, sino como una entidad consciente de su unión con ese espíritu. Así pues, según Hegel, no es posible investigar la esencia del conocimiento. Debemos elevarnos inmediatamente a la participación en esta esencia a través de su experiencia y, con ese paso, estamos directamente dentro del proceso del conocimiento. Si uno se sitúa dentro de ese proceso, está en posesión de ese conocimiento y ya no siente la necesidad de indagar sobre su significado. Si uno no puede adoptar esta postura, carece también de la capacidad de investigarlo. La filosofía kantiana es una imposibilidad para la concepción del mundo de Hegel porque, para responder a la pregunta "¿Cómo es posible el conocimiento?", el alma tendría primero que producir conocimiento. En ese caso, la cuestión de su existencia no podría plantearse de antemano.
En cierto sentido, la filosofía de Hegel equivale a esto: Permite que el alma se eleve hasta una cierta altura en la que crece hacia la unidad con el mundo. Con el nacimiento del pensamiento en la filosofía griega el alma se separó del mundo. El alma se siente como en soledad frente al mundo. En esta reclusión el alma se encuentra dominándose a sí misma. La intención de Hegel es llevar esta experiencia del pensamiento a su punto culminante. Al mismo tiempo encuentra el principio creador del mundo en la experiencia más elevada del pensamiento. El alma ha completado así el curso de un círculo perfecto al separarse al principio del mundo para buscar el pensamiento. Sólo se siente separada del mundo mientras no reconoce en el pensamiento más que pensamiento. Vuelve a sentirse unido al mundo cuando descubre en el pensamiento la fuente original del mundo. Así se cierra el círculo. Hegel puede decir: "De este modo la ciencia ha vuelto a su principio".
Vistos desde tal punto de vista, los demás problemas principales del conocimiento humano se sitúan bajo una luz tal que uno puede creer ver toda la existencia en una concepción coherente del mundo. Como segundo gran problema, se puede considerar la cuestión de la deidad como fundamento del mundo. La elevación del alma que permite que el pensamiento del mundo despierte al conocimiento de sí mismo, ya que vive dentro del alma, es, para Hegel, al mismo tiempo la unión del alma con el fundamento divino del mundo. Según él, no se puede preguntar: "¿Cuál es el fundamento divino del mundo?" o "¿Cuál es la relación del hombre con él?". Sólo se puede decir: "Cuando el alma experimenta realmente la verdad en el acto de conocimiento, penetra en este suelo del mundo."
Una tercera cuestión importante en el sentido antes mencionado es el problema cosmológico, es decir, el problema de la esencia interna del mundo exterior. Esta esencia sólo puede buscarse, según Hegel, en el pensamiento mismo. Cuando el alma llega al punto de experimentar el pensamiento en sí misma, encuentra también en su autoexperiencia la forma de pensamiento que puede reconocer al observar los procesos y entidades del mundo exterior. Así, por ejemplo, puede encontrar en su experiencia de pensamiento algo de lo que sabe inmediatamente que es la esencia de la luz. Al volver entonces su mirada hacia la naturaleza, ve en la luz externa la manifestación de la esencia pensada de la luz.
De este modo, para Hegel, el mundo entero se disuelve en la entidad del pensamiento. La naturaleza nada, por así decirlo, como una parte congelada en el cosmos del pensamiento, y el alma humana se convierte en pensamiento en el mundo del pensamiento.
El cuarto gran problema de la filosofía, la cuestión de la naturaleza y el destino del alma, parece para la mente de Hegel satisfactoriamente respondido a través del verdadero progreso de la experiencia del pensamiento. Al principio, el alma se encuentra ligada a la naturaleza. En esta conexión no se conoce a sí misma en su verdadera entidad. Se divorcia de esta existencia de la naturaleza y se encuentra entonces separada en el pensamiento, llegando por fin a la comprensión de que posee en el pensamiento tanto la verdadera esencia de la naturaleza como su propio verdadero ser como el del espíritu viviente, ya que vive y teje como miembro de este espíritu.
Todo materialismo parece ser superado con esta filosofía. La materia misma aparece meramente como una manifestación del espíritu. El alma humana puede sentirse como llegando a ser y teniendo su ser en el universo espiritual.
En el tratamiento del problema del alma, la concepción hegeliana del mundo muestra probablemente con mayor claridad lo que hay de insatisfactorio en ella. Al contemplar esta concepción del mundo, el alma humana debe preguntarse: "¿Puedo encontrarme realmente en la amplia construcción de pensamiento del mundo erigida por Hegel?". Hemos visto que toda concepción moderna del mundo debe buscar una imagen del mundo en la que la entidad del alma humana encuentre un lugar adecuado. Para Hegel, el mundo entero es pensamiento; dentro de este pensamiento el alma también tiene su existencia de pensamiento suprasensible. Pero, ¿puede el alma conformarse con estar contenida como pensamiento del mundo en el mundo general del pensamiento? Esta pregunta surge en los pensadores que habían sido estimulados por la filosofía de Hegel a mediados del siglo XIX.
¿Cuáles son realmente los enigmas más urgentes del alma? Son aquellos para los cuales el alma debe sentir un anhelo de respuesta, esperando de ellos la sensación de seguridad y un firme asidero en la vida. Está, para empezar, la pregunta: "¿Qué es esencialmente el alma humana?". ¿Es el alma idéntica a la existencia corpórea y cesan sus manifestaciones con la decadencia del cuerpo igual que se detiene el movimiento de las manecillas de un reloj cuando éste se desmonta? ¿O es el alma una entidad independiente del cuerpo, que posee vida y significado en un mundo aparte de aquel en el que el cuerpo nace y se disuelve en la nada? En relación con estas cuestiones hay otro problema. ¿Cómo puede el hombre conocer ese mundo? Sólo respondiendo a esta pregunta puede el hombre esperar recibir luz para los problemas de la vida: ¿Por qué estoy sometido a tal o cual destino? ¿Cuál es el origen del sufrimiento? ¿Cuál es el origen de la moral?
La satisfacción sólo puede darla una concepción del mundo que ofrezca respuestas a las preguntas mencionadas y, al mismo tiempo, demuestre su derecho a dar tales respuestas.
Hegel ofreció un mundo de pensamientos. Si este mundo ha de ser el universo que lo incluye todo, entonces el alma se ve obligada a considerarse a sí misma en su sustancia interna como pensamiento. Si uno acepta seriamente este cosmos de pensamiento, se encontrará con que la vida anímica individual del hombre se disuelve en él. Uno debe abandonar el intento de explicar y comprender esta vida anímica individual y se ve forzado a decir que el significado del alma no radica en su experiencia individual, sino en el hecho de que está contenida en el mundo general del pensamiento. Esto es lo que dice fundamentalmente la concepción hegeliana del mundo. Hay que contrastarlo con lo que Lessing tenía en mente cuando concibió las ideas de su Educación de la raza humana. Él se planteó la cuestión del significado para el alma humana individual más allá de la vida que se encierra entre el nacimiento y la muerte. Siguiendo este pensamiento de Lessing se puede decir que el alma después de la muerte física pasa por una forma de existencia en un mundo que se encuentra fuera de aquel en el que el hombre vive, percibe y piensa en su cuerpo; después de un tiempo apropiado, a tal forma de experiencia puramente espiritual le sigue de nuevo una nueva vida terrenal. En este proceso está implícito un mundo con el que el alma humana, como entidad particular e individual, está ligada. Hacia este mundo el alma se siente dirigida en busca de su propio y verdadero ser. En cuanto se concibe el alma separada de la conexión con su forma física de existencia, hay que pensar que pertenece a ese mismo mundo. Para Hegel, sin embargo, la vida del alma, al desprenderse de todos los rasgos individuales, es absorbida primero por el proceso general de pensamiento de la evolución histórica, y luego por el de los procesos generales del mundo espiritual-intelectual. En el sentido de Hegel, uno resuelve el enigma del alma al dejar fuera de consideración todos los rasgos individuales de esa alma. El individuo no es real, sino el proceso histórico. Esto queda ilustrado por el pasaje hacia el final de la Filosofía de la Historia de Hegel:
Hemos considerado exclusivamente el progreso del concepto y hemos tenido que renunciar al placer tentador de describir la fortuna, los periodos florecientes de los pueblos, la grandeza y la belleza de los individuos, el interés de su destino en el dolor y la alegría. La filosofía sólo debe ocuparse del brillo de la idea que se refleja en la historia del mundo. Cansada de las pasiones inmediatas en el mundo de la realidad, la filosofía se emancipa en la contemplación; es interés de la filosofía reconocer el curso del desarrollo de la autorrealización de la idea.
Veamos la doctrina de Hegel sobre el alma. En ella encontramos la descripción del proceso de evolución del alma dentro del cuerpo como "alma natural", el desarrollo de la conciencia de sí y de la razón. A continuación encontramos al alma realizando las ideas del derecho, la moral y el estado en el mundo exterior. A continuación se describe cómo ve el alma en la historia del mundo, como una vida continua, lo que piensa como ideas. Se muestra cómo vive estas ideas como arte y religión, y cómo el alma se une con la verdad que se piensa a sí misma, viéndose en el espíritu creador vivo del universo.
Todo pensador que se sienta como Hegel debe estar convencido de que el mundo en el que se encuentra es enteramente espíritu, que toda existencia material no es también más que una manifestación del espíritu. Si tal pensador busca el espíritu, lo encontrará esencialmente como pensamiento activo, como idea viva y creadora. Esto es a lo que se enfrenta el alma. Debe preguntarse si realmente puede considerarse a sí misma como un ser que no es más que esencia de pensamiento. Puede sentirse como la verdadera grandeza, el elemento irrefutable de la concepción del mundo de Hegel que el alma, al elevarse al verdadero pensamiento, se siente elevada al principio creador de la existencia. Sentir así la relación del hombre con el mundo fue una experiencia de profunda satisfacción para aquellas personalidades que pudieron seguir el desarrollo del pensamiento de Hegel.
¿Cómo se puede vivir con este pensamiento? Ese era el gran enigma al que se enfrentaba la concepción moderna del mundo. Era el resultado de la continuación del proceso iniciado en la filosofía griega cuando surgió el pensamiento y el alma se separó de la existencia exterior. Hegel intentó ahora poner ante el alma toda la gama de la experiencia del pensamiento, presentarle, por así decirlo, todo lo que puede producir como pensamiento desde sus profundidades. Frente a esta experiencia de pensamiento, Hegel exige ahora del alma que se reconozca según su naturaleza más profunda en esta experiencia, que se sienta en este elemento como en su suelo más profundo.
Con esta exigencia de Hegel el alma humana ha sido llevada a un punto decisivo en el intento de obtener un conocimiento de su propio ser. Hacia dónde debe dirigirse el alma cuando ha llegado al elemento del pensamiento puro, pero no quiere permanecer inmóvil en este punto De la experiencia de la percepción, el sentimiento y la voluntad, procede a la actividad del pensar y se pregunta: "¿Qué resultará si pienso sobre la percepción, el sentimiento y la voluntad?". Habiendo llegado al pensamiento, al principio no es posible proceder más allá. El intento del alma en esta dirección sólo puede conducir de nuevo al pensar. Quien siga el desarrollo moderno de la filosofía hasta la época de Hegel puede tener la impresión de que Hegel persigue los impulsos de este desarrollo hasta un punto más allá del cual se hace imposible ir mientras este proceso conserve el carácter general exhibido hasta entonces. La observación de este hecho puede conducir a la pregunta: Si el pensar hasta este punto lleva a la filosofía, en el sentido de Hegel, a la construcción de una imagen del mundo que se extiende ante el alma, ¿ha desarrollado entonces realmente esta energía del pensar todo lo que potencialmente contiene? Podría ser, después de todo, que el pensar contenga más posibilidades que la del mero pensar. Pensemos en una planta, que se desarrolla desde la raíz, pasando por el tallo y las hojas, hasta la flor y el fruto. Se puede poner fin a la vida de esta planta, por ejemplo, extrayendo la semilla del fruto y utilizándola como alimento humano. Pero también se puede exponer la semilla de la planta a las condiciones adecuadas para que se convierta en una nueva planta.
Al concentrar la atención en el significado de la filosofía de Hegel, se puede ver cómo la imagen del mundo que el hombre desarrolla se despliega ante él como una planta; se puede observar que el desarrollo llega hasta el punto en que se produce la semilla, el pensamiento. Pero entonces este proceso llega a su fin, igual que en la vida de la planta cuya semilla no se desarrolla más en su propia función orgánica, sino que se utiliza para un fin que es tan ajeno a esta vida como el fin de la nutrición humana lo es para la semilla de los órganos reproductores. En efecto, tan pronto como Hegel ha llegado al punto en que el pensamiento se desarrolla como elemento, no continúa el proceso que le llevó a este punto. Procede a partir de la percepción de los sentidos y desarrolla todo en el alma humana en un proceso que conduce finalmente al pensamiento. En esta etapa se detiene y muestra cómo este elemento puede proporcionar una explicación de los procesos del mundo y de las entidades del mundo. En efecto, el pensamiento puede servir para este fin, del mismo modo que la semilla de una planta puede servir de alimento humano. Pero, ¿no debería ser posible desarrollar un elemento vivo a partir del pensamiento? ¿No es posible que este elemento se vea privado de su propia vida por el uso que Hegel hace de él, como la semilla de una planta se ve privada de su vida cuando se utiliza como alimento humano? ¿A qué luz tendría que aparecer la filosofía de Hegel si fuera posiblemente cierto que el pensamiento puede ser utilizado para la iluminación, para la explicación de los procesos del mundo, como la semilla de una planta puede ser utilizada para alimento pero sólo sacrificando su continuo crecimiento? La semilla de una planta, sin duda, sólo puede producir una planta del mismo tipo. El pensamiento, sin embargo, como semilla del conocimiento, podría, si se le dejara a su desarrollo vivo, producir algo de un tipo enteramente nuevo, comparado con la imagen del mundo de la que procedería su evolución. Así como la vida vegetal se rige por la ley de la repetición, la vida del conocimiento podría estar bajo la ley del realce y la elevación. Es impensable que el pensamiento, tal como lo empleamos para la explicación de la ciencia externa, sea un mero subproducto de la evolución, del mismo modo que el uso de las semillas de las plantas para alimentarse es un desvío en el desarrollo continuo de la planta. Se pueden descartar ideas de este tipo alegando que tienen su origen en una imaginación arbitraria y que representan meras posibilidades sin ningún valor. Con la misma facilidad se puede objetar que en el punto en el que se desarrollaría esta idea entraríamos en el terreno de la fantasía arbitraria. Para el observador del desarrollo histórico de las filosofías del siglo XIX esta cuestión puede, sin embargo, aparecer bajo una luz diferente. La manera en que Hegel concibe el elemento del pensamiento conduce, en efecto, la evolución de la concepción del mundo a un callejón sin salida. Se tiene la sensación de que el pensamiento ha llegado a un extremo; sin embargo, si se quiere introducir este pensamiento en la forma en que se concibe en la vida inmediata del conocimiento, se convierte en un fracaso decepcionante. Surge el anhelo de una vida que debería brotar de la concepción del mundo que uno ha logrado.
A mediados del siglo XIX, Friedrich Theodor Vischer comienza a escribir su Estética a la manera de Hegel. Una vez terminada, es una obra de importancia monumental. Tras su finalización se convierte en el crítico más penetrante de su propia obra. Si se busca la razón más profunda de este extraño proceso, se descubre que Vischer ha tomado conciencia del hecho de que, al impregnar su obra de pensamientos hegelianos, había introducido un elemento que había quedado muerto, ya que había sido sacado del terreno que le había proporcionado las condiciones de vida, al igual que muere la semilla de una planta cuando se corta su crecimiento. Una perspectiva peculiar se abre ante nosotros cuando vemos la concepción del mundo de Hegel bajo esta luz. La naturaleza del elemento pensamiento podría exigir ser recibida como una semilla viva y, bajo ciertas condiciones, desarrollarse en el alma. Podría desplegar su posibilidad llevando más allá de la imagen del mundo de Hegel a una concepción del mundo en la que el alma pudiera llegar a un conocimiento de su propio ser con el que pudiera ocupar verdaderamente su propia posición en el mundo exterior. Hegel ha llevado al alma al punto en el que puede vivir con el elemento del pensamiento; el progreso más allá de Hegel conduciría al crecimiento del pensamiento en el alma más allá de sí misma y hacia un mundo espiritual. Hegel comprendió cómo el alma produce mágicamente el pensamiento en sí misma y se experimenta a sí misma en el pensamiento. Dejó a la posteridad la tarea de descubrir por medio de pensamientos vivos, activos en un mundo verdaderamente espiritual, el ser real del alma que no puede experimentarse plenamente a sí misma en el elemento del mero pensamiento.
En la exposición precedente se ha mostrado cómo el desarrollo de la concepción moderna del mundo se esfuerza desde la percepción del pensamiento hacia la experiencia del pensamiento. En la concepción del mundo de Hegel, el mundo parece presentarse ante el alma como una experiencia de pensamiento autoproducida, pero la tendencia de la evolución parece indicar un progreso ulterior. El pensamiento no debe quedar inmóvil como pensamiento; no debe ser meramente pensamiento, no debe experimentarse meramente a través del pensamiento; debe despertar a una vida aún más elevada.
Por arbitrario que pueda parecer todo esto a primera vista, es sin embargo el punto de vista que prevalece cuando se hace una observación más penetrante del desarrollo de la concepción moderna del mundo en el siglo XIX. Tal observación muestra cómo las exigencias de una época ejercen su efecto en los estratos más profundos de la evolución de la historia. Muestra los objetivos que los hombres se fijan como intentos de hacer justicia a estas exigencias. Los hombres de la época moderna se vieron confrontados con el panorama mundial de la ciencia natural. Era necesario encontrar concepciones relativas a la vida del alma que pudieran mantenerse mientras se sostenía esta imagen del mundo. Todo el desarrollo desde Descartes, Spinoza, Leibniz, Locke, hasta Hegel, aparece como una lucha por tales concepciones. Hegel lleva esta lucha a una cierta conclusión. Su modo de pensar, al presentar el mundo como pensamiento, aparece latente en todas partes con sus predecesores. Como pensador, da el paso audaz de llevar todas las concepciones del mundo a un punto culminante, uniéndolas en un cuadro de pensamiento global. Con él, la época ha agotado, por el momento, la energía de sus impulsos de avance. Lo que se formuló más arriba, es decir, la exigencia de experimentar interiormente la vida del pensamiento, se siente inconscientemente. Esta exigencia se siente como una carga sobre las almas a mediados del siglo XIX. La gente se desespera ante la imposibilidad de satisfacer esta exigencia, pero no es plenamente consciente de su desesperación. Así, se produce un estancamiento en el campo filosófico. La productividad con respecto a las ideas filosóficas cesa. Tendría que haberse desarrollado en la dirección indicada, pero antes parece necesario detenerse a deliberar sobre el logro alcanzado. Se intenta partir de uno u otro punto de los predecesores filosóficos, pero falta la fuerza para continuar fructíferamente la imagen del mundo de Hegel.
Testigo de ello es la descripción que hace Karl Rosenkranz de la situación en el prefacio a su Vida de Hegel (1844):
No es sin pesar que me separo de este trabajo, pero es necesario proceder en algún momento del devenir a la existencia. ¿No parece, sin embargo, que hoy en día sólo somos enterradores y supervivientes para poner monumentos a los filósofos que nacieron en la segunda mitad del siglo XVIII y murieron en la primera del XIX? Kant inició esta marcha de la muerte de los filósofos alemanes en 1804. Le siguieron Fichte, Jacobi, Solger, Reinhold, Krause, Schleiermacher, William von Humboldt, Friedrich Schlegel, Herbart, Baader, Wagner, Windischmann, Fries y tantos otros. . . . ¿Vemos una generación sucesiva para esta cosecha de muerte? ¿Somos capaces también de enviar a la segunda mitad de nuestro siglo un venerable grupo de pensadores? ¿Viven entre nuestros jóvenes aquellos que están inspirados por el esfuerzo inmortal de la contemplación especulativa, por el entusiasmo platónico y la alegría aristotélica de la laboriosa industria? . . . Por extraño que parezca, en nuestros días los talentos parecen no ser del todo capaces de aferrarse a su tarea. Se agotan rápidamente y, después de algunas flores prometedoras, se vuelven estériles y comienzan a copiarse y a repetirse en el mismo momento en que, después de haber superado sus tentativas juveniles todavía inmaduras, imperfectas, unilaterales y tormentosas, deberían comenzar períodos de actividad enérgica y concentrada. Algunos de ellos, llenos de exagerado afán, van demasiado lejos en su búsqueda y deben, como Constantin Frantz, retractarse en parte en libros posteriores de lo que dijeron en los anteriores . .
A menudo se observa que, después de mediados del siglo XIX, la gente se vio obligada a suscribir tal juicio sobre la situación filosófica de la época. El excelente pensador Franz Brentano hizo la siguiente afirmación en el discurso inaugural de su cátedra, Acerca de las razones del desaliento en el campo filosófico, en 1874:
En las primeras décadas de nuestro siglo, las salas de conferencias de los filósofos alemanes estaban abarrotadas; en tiempos más recientes, a esta avalancha le ha seguido una marea menguante. A menudo se oye que hombres dotados acusan a la generación más joven de carecer de sentido para las ramas más elevadas del saber. Sería un hecho triste pero también incomprensible. ¿Cómo es posible que toda la nueva generación sea "inferior" a la anterior en impulso espiritual y movilidad? En realidad no fue la falta de talento sino . . . la falta de confianza lo que tuvo como efecto la disminución de los estudios filosóficos. Si la esperanza de éxito hubiera vuelto, los más altos honores en este campo estarían esperando en vano a ser conquistados. . .
En vida de Hegel, y durante poco tiempo después, ya hubo personas que consideraron que su concepción del mundo mostraba su debilidad en el punto mismo que contenía su grandeza. Su concepción del mundo conduce hacia el pensamiento, pero también obliga al alma a considerar que su naturaleza se agota en el elemento pensamiento. Si esta concepción del mundo llevara al pensamiento en el sentido antes mencionado a una vida propia, entonces esto sólo podría ocurrir dentro de la vida anímica individual; el alma encontraría así su relación hacia todo el cosmos. Esto lo sintió, por ejemplo, Troxler, pero no desarrolló la convicción más allá del estado de un tenue sentimiento. En las conferencias que pronunció en la Universidad de Berna en 1835 se expresó de la siguiente manera:
No sólo ahora, sino también hace veinte años, hemos vivido con la convicción más íntima, y hemos tratado de demostrarlo por escrito y de palabra, de que una filosofía y una antropología que debían abarcar al hombre en su totalidad, a Dios y al mundo, sólo podían fundarse en la idea y la realidad de la individualidad y la inmortalidad del hombre. De ello es una prueba innegable todo el libro Insight into Man's Nature, aparecido en 1811. También lo confirma el último capítulo de nuestra Antropología, titulado "La personalidad absoluta", que tuvo una amplia difusión en forma de folleto. Por lo tanto, nos tomamos la libertad de citar el comienzo de ese capítulo. "Toda la naturaleza interior del hombre ha sido construida sobre desproporciones divinas, que se disuelven en la gloria de un destino supraterrenal, ya que todos los resortes motivadores tienen su origen en el espíritu y sólo los pesos proceden del mundo. Ahora hemos rastreado estas desproporciones con sus manifestaciones desde su oscura raíz terrestre, y hemos seguido la espiral de la planta celestial, que sólo parece serpentear alrededor de un gran y noble tallo desde todos los lados y en todas direcciones. Nos acercamos a la cima, que continúa elevándose, inalcanzable y continuamente más allá de nuestro alcance, hacia los reinos superiores y más brillantes de otro mundo cuya luz sólo está amaneciendo suavemente sobre nosotros y cuyo aliento podemos sentir. . ." 
Tales palabras suenan para un hombre de hoy sentimentales y poco científicas, pero basta observar la meta hacia la que se dirige Troxler. No quiere disolver la naturaleza del hombre en un mundo de ideas, sino que intenta asir al hombre en el hombre como personalidad individual e inmortal. Troxler quiere ver la naturaleza del hombre anclada en un mundo que no es meramente pensamiento. Por esta razón, llama la atención sobre el hecho de que se puede distinguir algo en el ser humano que vincula al hombre a un mundo más allá del mundo sensual y que no es meramente pensamiento. 
Los filósofos de épocas anteriores ya diferenciaron un cuerpo anímico sutil y noble del cuerpo material más grosero, o, en este sentido, supusieron una especie de envoltura del espíritu, un alma que estaba dotada de la imagen del cuerpo que llamaban modelo (Schema) y que era para ellos el hombre superior interior.
El propio Troxler dividió al hombre en cuerpo material (Koerper), cuerpo anímico (Leib), alma (Seele) y espíritu (Geist). De este modo distinguió la entidad del alma de un modo que le permitió ver a esta última entrar en el mundo de los sentidos con su cuerpo material y su cuerpo anímico, y extenderse a un mundo suprasensible con su alma y su espíritu. Esta entidad extiende su actividad individual no sólo al mundo de los sentidos, sino también al mundo espiritual. No pierde su individualidad en la mera generalidad del pensamiento, pero Troxler no llega a concebir el pensamiento como una semilla viva de conocimiento en el alma. No consigue justificar los miembros individuales del alma y del espíritu dejando que este germen de conocimiento viva en el alma. No sospecha que el pensamiento pueda crecer en algo durante su vida que pueda considerarse como la vida individual del alma, sino que sólo puede hablar de esta existencia individual del alma a partir de una sensación tenuemente experimentada, por así decirlo. Troxler no pudo llegar a más que tal sentimiento respecto a estas conexiones porque dependía demasiado de concepciones religiosas dogmáticas positivas. Dado que poseía un amplio conocimiento de la evolución de la concepción del mundo, su rechazo de la filosofía hegeliana puede considerarse de mayor importancia que el que surge de una mera antipatía personal. Puede verse como una expresión de la objeción contra Hegel que surge del estado de ánimo intelectual de la propia época hegeliana. Bajo esta luz tenemos que entender el veredicto de Troxler:
Hegel ha llevado la especulación al estadio más alto de su perfección y en el acto mismo de hacerlo la ha destruido. Su sistema se ha convertido para esta corriente intelectual en la última palabra; su veredicto indirecto es: ¡Hasta aquí y ni un paso más! 
En esta forma, Troxler plantea la pregunta que, si se desarrollara desde un tenue sentimiento hasta una idea clara, probablemente tendría que expresarse de la siguiente manera: ¿Cómo se desarrolla la concepción filosófica del mundo más allá de la fase de la mera experiencia del pensamiento en el sentido de Hegel hacia una participación interior en el pensamiento que ha cobrado vida?
Un libro característico de la relación de la concepción del mundo de Hegel con el estado de ánimo de la época fue publicado por C. H. Weisse en 1834 con el título La doctrina filosófica secreta de la inmortalidad del individuo humano. En este libro se encuentra el siguiente pasaje:
Quien haya estudiado la filosofía de Hegel en toda su conexión interna, conoce la manera en que esta filosofía, tal como está construida con perfecta coherencia en su método dialéctico, muestra el espíritu subjetivo del individuo finito como absorbido por el espíritu objetivo de la ley, el estado y la moral. El espíritu subjetivo queda así subordinado. Es aceptado y rechazado simultáneamente hasta que finalmente se convierte en un elemento dependiente de este espíritu superior. De este modo, el individuo finito se convierte en un fenómeno transitorio, como se ha señalado desde hace tiempo tanto dentro como fuera de la escuela de Hegel. . . . ¿Qué propósito, qué significado puede tener la existencia continuada de tal individuo después de que el espíritu del mundo haya pasado a través de él...?
Weisse intenta contrastar esta falta de sentido del alma individual con su propia descripción de su existencia imperecedera. El hecho de que él tampoco pudiera avanzar realmente más allá de Hegel puede comprenderse fácilmente a partir de su línea de pensamiento, que se ha esbozado brevemente en un capítulo anterior de este libro.

La impotencia de la imagen del pensamiento de Hegel se podía sentir cuando se enfrentaba a la entidad individual del alma, y se manifestaba de nuevo en la creciente exigencia de penetrar más profundamente en la naturaleza de lo que es posible por la mera percepción de los sentidos. Que todo lo que se presenta a los sentidos en la realidad representa el pensamiento y como tal es espíritu lo vio Hegel claramente, pero si se había llegado a comprender todo el espíritu de la naturaleza conociendo este espíritu de la naturaleza como una nueva cuestión. Si el alma no puede captar su propio ser por medio del pensamiento, ¿no podría darse el caso de que con otra forma de experiencia de su propio ser el alma pudiera, sin embargo, experimentar fuerzas y entidades más profundas en la naturaleza? Que tales cuestiones se formulen o no en una conciencia completamente distinta no es lo que está en cuestión. Lo que importa es si pueden o no plantearse con respecto a una concepción del mundo. Si esto es posible, entonces tal concepción del mundo nos deja con la impresión de ser insatisfactoria. Dado que éste fue el caso de la filosofía de Hegel, no se aceptó como una que diera la imagen correcta del mundo, es decir, una a la que pudieran remitirse los problemas más elevados y los enigmas del mundo. Esto debe observarse claramente si se quiere ver en su justa medida el cuadro que presenta el desarrollo de la concepción del mundo a mediados del siglo XIX. En esta época se realizaron nuevos progresos con respecto a la imagen de la naturaleza externa, que, con más fuerza aún que antes, pesó sobre la visión general que el hombre tenía del mundo. Debe ser comprensible que las concepciones filosóficas de esta época estuvieran empeñadas en una dura lucha, ya que, como se ha descrito anteriormente, habían llegado a un punto crítico. Para empezar, es digno de mención observar cómo los seguidores de Hegel intentaron defender su filosofía.
Carl Ludwig Michelet (1801-93), el editor de la Filosofía de la Naturaleza de Hegel, escribió en su prefacio a esta obra en 1841:
¿Continuará la gente considerando una limitación de la filosofía crear sólo pensamientos y ni siquiera una hoja de hierba? ¿Es decir, que sólo puede crear lo general, lo duradero, lo verdaderamente valioso, y no lo particular, lo sensual transitorio? Pero si uno debe ver la limitación de la filosofía no sólo en el hecho de que la filosofía no puede producir lo particular, sino también en el hecho de que ni siquiera sabe cómo se hace, entonces la respuesta es: Este "cómo" no está por encima del conocimiento, sino por debajo de él; por tanto, el conocimiento no puede tener su limitación en este sentido. Al preguntarse "cómo" se produce este cambio de la idea en la realidad, el conocimiento se pierde por la razón de que la naturaleza es la idea inconsciente y la hoja de hierba crece sin ningún conocimiento. Pero la verdadera creación de valores generales es el único elemento del que no se puede privar a la investigación filosófica. . . . Y ahora sostenemos que el más puro desarrollo del pensamiento de la especulación estará en el más perfecto acuerdo con los resultados de la experiencia, y su sentido para la naturaleza no descubrirá en ella más que ideas encarnadas.
En el mismo prefacio Michelet expresa también una esperanza:
Así pues, Goethe y Hegel son los dos genios que, en mi opinión, están destinados a abrir el camino para una física especulativa del futuro, ya que preparan la reconciliación de la especulación y la experiencia ... . Especialmente estas conferencias hegelianas podrían tener el mejor efecto de allanar el camino para un reconocimiento en este sentido, pues como muestran un amplio conocimiento empírico, representan la prueba más segura para la especulación de Hegel.
 El tiempo posterior no condujo a tal reconciliación. Una cierta animosidad contra Hegel se adueñó de círculos cada vez más amplios. La extensión de este sentimiento contra él en el curso de los años cincuenta del siglo pasado puede verse en las palabras que Friedrich Albert Lange utiliza en su Historia del Materialismo en 1865:
Todo su sistema (el de Hegel) se mueve en el ámbito de nuestros pensamientos y fantasías sobre cosas a las que se dan nombres altisonantes con total desprecio de la validez que puedan tener los fenómenos y los conceptos que de ellos se derivan. . . . A través de Schelling y Hegel, el panteísmo se convirtió en el modo de pensamiento dominante en la filosofía natural, una concepción del mundo que con cierta profundidad mística implica al mismo tiempo, casi por principio, el peligro de la extravagancia fantástica. En lugar de separar estrictamente la experiencia y el mundo de los sentidos del elemento ideal, y en lugar de intentar encontrar la reconciliación de estos reinos en la naturaleza del hombre, el panteísta emprende la unificación del espíritu y la naturaleza mediante el veredicto de la razón poética sin ninguna intervención crítica.
Este punto de vista sobre el modo de pensar de Hegel es, sin duda, lo más inadecuado posible para la concepción del mundo de Hegel. (Véase la filosofía de Hegel tal como se describe en el capítulo Los clásicos de la concepción del mundo). Sin embargo, domina numerosos espíritus ya a mediados del siglo XIX, y progresivamente va ganando más terreno. Un hombre que, de 1833 a 1872, ocupó una posición influyente en la vida intelectual alemana como profesor de filosofía en Berlín, Friedrich Adolf Trendelenburg (1802-72), pudo estar seguro de encontrar una fuerte aprobación pública cuando pronunció el juicio de que Hegel quería "enseñar sin aprender" a través de su método porque tenía la impresión de "estar en posesión del concepto divino, que se ve obstaculizado por el proceso de un laborioso trabajo de investigación." Fue en vano que Michelet intentara corregir tal juicio citando las propias palabras de Hegel: "A la experiencia debemos el desarrollo de la filosofía. Las ciencias empíricas preparan el contenido de lo particular hasta el punto en que pueden ser admitidas en el ámbito de la filosofía. También implican con ello la necesidad del pensamiento mismo de llegar a definiciones concretas."

Una observación de un pensador importante, pero desgraciadamente poco conocido, K. Ch. Planck, es característica de la evolución de las concepciones del mundo en las décadas centrales del siglo XIX. En el prefacio de un excelente libro publicado en 1850 y titulado Las edades del mundo, dice:

Realizar conscientemente que todo está bajo la condición de un orden de ley puramente natural, y al mismo tiempo producir la plena libertad autoconsciente del espíritu, la ley interior autodependiente de su naturaleza, esta doble tendencia, que es la firma fundamental distintiva de la historia moderna, presenta en su forma más directa y pura también la tarea del presente libro. La primera tendencia se manifiesta por todas partes desde el renacimiento de las ciencias en el renacimiento de la investigación natural independiente y completa y su liberación de la vida puramente religiosa. Se puede ver en el cambio de la concepción del mundo físico causado por esto, así como en la cada vez mayor realidad de la visión de las cosas en general. Aparece finalmente, en su forma más elevada, en la tendencia filosófica a comprender las leyes de la naturaleza según su necesidad interior, pero también muestra su aspecto práctico en el desarrollo gradual de esta vida presente inmediata con respecto a sus condiciones naturales.

La creciente influencia de las ciencias naturales se expresa en palabras como ésta. La confianza en estas ciencias era cada vez mayor. Se hizo predominante la creencia de que a través de los medios y los resultados de las ciencias naturales se podía obtener una concepción del mundo libre de los elementos insatisfactorios de la concepción hegeliana.

Una imagen del cambio total que se produjo en este sentido puede derivarse de un libro que puede considerarse representativo de este periodo en el sentido más pleno de la palabra, Cosmos, esbozo de una descripción física del mundo, de Alexander von Humboldt. El autor, que representa la cumbre de la educación en el campo de la ciencia física de su época, habla de su confianza en una concepción mundial de la ciencia natural:

Mi confianza se basa en el espléndido estado 'de las ciencias naturales mismas, cuya riqueza consiste no ya en la abundancia de sus hechos, sino en las interconexiones de las observaciones. Los resultados generales que impresionan a cualquier mente educada como interesantes se han multiplicado maravillosamente desde finales del siglo XVIII. Los hechos individuales están menos aislados por sí mismos; las brechas entre las formaciones se han cerrado. Lo que durante mucho tiempo permaneció oscuro para la mente inquisitiva cuando se veía en un horizonte más estrecho se explica a través de las observaciones que se han obtenido en una expedición a las regiones más distantes. Formas de plantas y animales, que durante mucho tiempo parecieron aisladas, se alinean ahora mediante el descubrimiento de eslabones de conexión o mediante formas de transición. Una interconexión general, no en una simple dirección lineal, sino en una textura de red, tejida según un desarrollo superior, o el crecimiento atrofiado de ciertos organismos, es lo que se despliega gradualmente ante los ojos del observador natural inquisitivo. . . . El estudio general de la naturaleza despierta en nosotros, por así decirlo, órganos que han estado dormidos durante mucho tiempo. Entramos en una relación más íntima con el mundo exterior. 

En su Cosmos, Humboldt conduce la descripción de la naturaleza sólo hasta la puerta de una concepción del mundo. No hace el intento de conectar la riqueza de los fenómenos por medio de ideas generales de la naturaleza, sino que vincula las cosas y los hechos de un modo natural entre sí, como cabe esperar del "giro enteramente objetivo de su mente."


Pronto surgieron otros pensadores que se atrevieron a hacer combinaciones y que intentaron penetrar en la naturaleza de las cosas sobre la base de la ciencia natural. Lo que pretendían producir era nada menos que una transformación radical de todas las antiguas concepciones filosóficas del mundo y de la vida mediante la ciencia moderna y el conocimiento de la naturaleza. De la manera más contundente, la ciencia natural del siglo XIX les había allanado el camino. Lo que pretendían hacer lo expresa radicalmente Feuerbach:

Suponer a Dios antes que a la naturaleza es lo mismo que suponer la iglesia antes de tener la piedra con la que está construida, o suponer que el arte de la arquitectura ha juntado las piedras para hacer un edificio antes que los compuestos químicos que forman la piedra, en resumen, antes que la génesis natural y la formación de la piedra.

La primera mitad del siglo produjo muchos resultados de la ciencia natural que son ladrillos para la arquitectura de una nueva estructura de concepción del mundo. Es cierto que no se puede construir un edificio si no hay ladrillos con los que hacerlo, pero no es menos cierto que no se puede hacer nada con esos ladrillos si, independientemente de ellos, no existe una imagen del edificio que se va a construir. De la misma manera que no puede existir ninguna estructura si se colocan estos ladrillos al azar, uno sobre otro y uno al lado del otro, uniéndolos con argamasa a medida que van llegando, tampoco puede surgir ninguna concepción del mundo a partir de las verdades individuales conocidas de la ciencia natural si no existe, independientemente de éstas y de la investigación física, un poder en el alma humana para formar la concepción del mundo. Este hecho fue dejado de lado por los antagonistas de una filosofía independiente.

Al examinar las personalidades que en los años ochenta y cincuenta tomaron parte en la construcción de una estructura de concepción del mundo, destacan especialmente los rasgos de tres hombres: Ludwig Buechner (1824 - 99), Carl Vogt (1817-95) y Jacob Moleschott (1822-93). Si se quiere caracterizar el sentimiento fundamental que inspira a estos tres hombres, basta con repetir las palabras de Moleschott:

Si el hombre ha investigado todas las propiedades de los materiales que impresionan sus órganos sensoriales desarrollados, con ello ha captado la esencia de las cosas. Con este logro llega a su conocimiento absoluto, es decir, el de la humanidad. No existe otro conocimiento para el hombre.

Toda la filosofía que ha avanzado hasta ahora, según estos hombres, sólo ha aportado conocimientos sin significado duradero. Los filósofos idealistas creen, según Buechner y aquellos que compartían sus puntos de vista, que derivan su conocimiento de la razón. A través de este método, sin embargo, no se puede, como sostiene Buechner, llegar a una estructura significativa de las concepciones. "Pero la verdad sólo puede obtenerse escuchando a la naturaleza y su gobierno", afirma Moleschott. En aquella época y durante los años siguientes, los protagonistas de tal concepción del mundo, derivada directamente de la naturaleza, fueron llamados colectivamente materialistas. Se declaró enfáticamente que este materialismo era una concepción del mundo milenaria, respecto a la cual los espíritus ilustrados habían reconocido desde hacía mucho tiempo lo insatisfactoria que era para un pensador superior. Buechner atacó esa opinión. Señaló que:

En primer lugar, el materialismo, o toda la corriente filosófica que se mueve en su dirección, nunca ha sido refutado. No sólo es la forma de contemplación filosófica más antigua que existe, sino también la que ha resurgido con nuevas energías en cada renacimiento de la filosofía a lo largo de la historia. Por otra parte, el materialismo de nuestros días ya no es el mismo de Epicuro o de los enciclopedistas, sino una corriente de pensamiento o un método completamente distinto, que se apoya en los resultados de las ciencias positivas. Se trata de un método que se distingue de su forma precedente por el hecho de que ya no es como el antiguo materialismo, un sistema, sino una simple contemplación filosófica realista de la existencia que, ante todo, rastrea el principio uniforme en el mundo de la naturaleza y del espíritu, esforzándose por mostrar en todas partes una conexión natural y determinada por leyes de todos los fenómenos de ese mundo.

La actitud de Goethe frente a Holbach, uno de los materialistas más destacados de los enciclopedistas franceses del siglo XVIII, ilustra la posición que un espíritu, que se esfuerza de la manera más acentuada por un pensamiento conforme a la naturaleza y hace plena justicia al modo de concepción de la ciencia natural, puede adoptar, sin embargo, frente al materialismo. Paul Heinrich Dietrich von Holbach (1723- 1789) publicó su Systeme de la Nature en 1770. Goethe, que conoció este libro en Estrasburgo, describe en Poesía y verdad la repulsiva impresión que le produjo.

La materia debía estar ahí desde la eternidad, y debía estar en movimiento desde la eternidad. A través de este movimiento, ahora a la derecha, ahora a la izquierda en todas direcciones, debía haber producido sin mayor dificultad todos los infinitos fenómenos de la existencia. Podríamos incluso aceptar esto como satisfactorio si el autor hubiera construido realmente ante nuestros ojos el mundo a partir de su materia en movimiento. Pero es posible que supiera tan poco de la naturaleza como nosotros, pues después de postular algunos conceptos generales, se aparta de nuevo de la naturaleza para transformar lo que parece superior a la naturaleza, o lo que aparece como una naturaleza superior en la naturaleza, en la naturaleza material, pesada, por cierto, en movimiento, pero sin dirección ni forma, y cree haber ganado mucho con ello.

Goethe estaba profundamente convencido de que "la teoría en sí misma y por sí misma no tiene ningún valor, salvo el de hacernos creer en la conexión de los fenómenos". (Sprueche in Prosa, Deutsche Nationalliteratur, Goethe's Werke, Vol. 36, 2, pp. 357.)

Los resultados de las ciencias naturales obtenidos en la primera mitad del siglo XIX eran, sin duda, como conocimiento de los hechos, muy adecuados para proporcionar a los materialistas de los años cincuenta una base para su concepción del mundo. La ciencia ha penetrado cada vez más profundamente en las conexiones de los procesos materiales en la medida en que pueden ser alcanzadas por la observación de los sentidos y por la forma de pensamiento que se basa en esa observación de los sentidos. Si ahora uno quiere negarse a sí mismo y a los demás que hay un espíritu activo en la materia, sin embargo revela inconscientemente este espíritu. Pues lo que dice Friedrich Theodor Vischer en el tercer volumen de su ensayo Sobre cosas viejas y nuevas, es en cierto sentido bastante correcto. "Que la llamada materia pueda producir algo, cuya función es el espíritu, es en sí mismo la prueba completa contra el materialismo". En este sentido, Buechner refuta inconscientemente el materialismo al intentar demostrar que los procesos espirituales brotan de las profundidades de los hechos materiales que se presentan a la observación de los sentidos.

Un ejemplo que muestra cómo los resultados de la ciencia natural tomaron formas que podían tener una influencia profundamente penetrante en la concepción del mundo se da en el descubrimiento de Woehler de 1828. Este científico consiguió producir sintéticamente fuera del organismo vivo una sustancia que hasta entonces sólo se sabía que se formaba en el interior. Este experimento parecía demostrar que la creencia anterior, que suponía que ciertos compuestos materiales sólo podían formarse bajo la influencia de una fuerza vital especial contenida en el organismo, era incorrecta. Si era posible producir tales compuestos fuera del cuerpo vivo, entonces se podía llegar a la conclusión de que el organismo también funcionaba sólo con las fuerzas de las que se ocupa la química. A los materialistas les surgió la idea de que, si el organismo vivo no necesita una fuerza vital especial para producir lo que antes se atribuía a tal fuerza, ¿por qué habría de necesitar este organismo energías espirituales especiales para producir los procesos a los que están ligadas las experiencias mentales? La materia en todas sus cualidades se convirtió ahora para los materialistas en lo que genera todas las cosas y procesos desde su núcleo. Del hecho de que carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno se combinan en un compuesto orgánico, no parecía ir muy lejos la afirmación de Buechner: "Las palabras alma, espíritu, pensamiento, sentimiento, voluntad, vida, no significan ninguna cosa real, sino sólo propiedades, cualificaciones, funciones de la sustancia viva o resultados de entidades que tienen su base en las formas materiales de la existencia." El ser divino o el alma humana ya no eran llamados inmortales por Buechner, sino materia y energía. Moleschott expresó la misma convicción con estas palabras:

La energía no es un Dios creador; ninguna esencia de las cosas es separable de la base material. Es una cualidad de la materia, inseparable de ella, eternamente inherente a ella. El carbono, el hidrógeno y el oxígeno son los poderes que parten la roca más firme y la transforman en procesos fluidos en los que se genera la vida. El misterio de la vida animal es el cambio de materia y forma en las partes individuales mientras que la estructura fundamental sigue siendo la misma.

Las investigaciones realizadas en la primera mitad del siglo XIX en el campo de las ciencias naturales permitieron a Ludwig Buechner expresar la siguiente opinión: "De un modo similar a como la máquina de vapor produce el movimiento, la intrincada complicación orgánica de los materiales dotados de energía en el cuerpo animal produce una suma total de ciertos efectos que, combinados en una unidad, recibimos el nombre de espíritu, alma, pensamiento." Y Karl Gustav Reuschle declaró en su libro Filosofía y ciencia natural, en memoria de David Friedrich Strauss (1874), que los resultados de la ciencia natural implicaban por sí mismos un elemento filosófico. Se pensaba que las afinidades que se descubrían entre las fuerzas naturales conducían a los misterios de la existencia.

Esta importante relación fue descubierta por Oersted en 1819 en Copenhague. Observó que una aguja magnética se desvía por efecto de una corriente eléctrica. Faraday descubrió el fenómeno correspondiente en 1831, que al mover un imán hacia un alambre de cobre retorcido en espiral, se puede generar electricidad en este último. Se demostró así que la electricidad y el magnetismo son fenómenos naturales relacionados. Ambas energías ya no eran hechos aislados; ahora era evidente que tenían una base común en su existencia material. Julius Robert Mayer profundizó en la naturaleza de la materia y la energía en los años cuarenta, cuando se dio cuenta de que existe una relación definida que puede expresarse numéricamente entre el trabajo mecánico y el calor. A partir de la presión, el impacto y la fricción, etc., es decir, a partir del trabajo, se genera calor. En la máquina de vapor, el calor se transforma de nuevo en trabajo. La cantidad de calor producida por una determinada cantidad de trabajo puede calcularse a partir de la cantidad de este trabajo. Si se transforma en trabajo la cantidad de calor necesaria para calentar un kilogramo de agua un grado centígrado, con este trabajo se pueden elevar 424 kilogramos a una altura de un metro. No puede sorprender que el descubrimiento de tales hechos fuera considerado como un vasto progreso que se alejaba de las explicaciones sobre la materia que había ofrecido Hegel: "El paso de la idealidad a la realidad, de la abstracción a la existencia concreta, en este caso, del espacio y el tiempo a la realidad que aparece como materia, es incomprensible para el intelecto y, por tanto, se le aparece siempre como algo externo y meramente dado." El significado de una observación de este tipo sólo se reconoce si el pensamiento como tal puede considerarse como algo valioso. Esta consideración, sin embargo, no se les ocurriría a los pensadores mencionados.

A descubrimientos como éstos, relativos a la unidad de las fuerzas orgánicas de la naturaleza, se añadieron otros que arrojaron luz sobre el problema de la composición del mundo de los organismos. En 1838, el botánico Schleiden reconoció la importancia de la célula simple para el organismo vegetal. Demostró que cada textura de la planta, y por tanto la planta misma, está formada por estos "organismos elementales". Schleiden había reconocido este "organismo elemental" como una pequeña gota de fluido mucilaginoso rodeada por una membrana celular. Estas células están tan multiplicadas y unidas entre sí que forman la estructura de la planta. Poco después, Schwann descubrió la misma estructura general para el mundo de los organismos animales. En 1827, el brillante naturalista Karl Ernst van Baer descubrió el óvulo humano. También describió el proceso de desarrollo de los animales superiores y del hombre a partir del huevo.

De este modo se había renunciado en todas partes al intento de buscar ideas que pudieran considerarse fundamentales para las cosas de la naturaleza. En su lugar, se habían observado los hechos que muestran de qué manera los procesos y entidades superiores y más complicados de la naturaleza se desarrollan a partir de los más simples e inferiores. Los hombres que buscaban una interpretación idealista de los fenómenos del mundo se hicieron cada vez más raros. Fue todavía el espíritu de la concepción idealista del mundo el que en 1837 inspiró al antropólogo Burdach la opinión de que la vida no tenía su origen en la materia, sino que una fuerza superior transformaba la materia según su propio designio. Moleschott ya había dicho: "La fuerza de la vida, como la vida misma, no es más que el resultado de la complicada interacción y entrelazamiento de fuerzas físicas y químicas."

La conciencia de la época tendía a explicar el universo sin otros fenómenos que los que se muestran ante los ojos de los hombres. La obra de Charles Lyell, Principios de geología, publicada en 1830, puso fin a toda la geología antigua con este principio de explicación. Hasta la obra de Lyell, que hizo época, se creía que la evolución de la Tierra había tenido lugar en revoluciones bruscas. Se suponía que todo lo que había surgido en la Tierra había sido destruido repetidamente por catástrofes completas. Sobre las tumbas de las víctimas se suponía que habían surgido nuevas creaciones. De este modo se explicaba la presencia de restos de plantas y animales en los distintos estratos de la tierra. Cuvier era el principal representante que creía en tales períodos repetidos de creación. Lyell estaba convencido de que no era necesario suponer tales interrupciones del curso constante de la evolución de la Tierra. Si sólo se presuponían periodos de tiempo suficientemente largos, se podía afirmar que las fuerzas que hoy siguen actuando en la Tierra causaron todo el desarrollo. En Alemania, Goethe y Karl von Hoff ya habían profesado tal opinión. Von Hoff la mantuvo en su Historia de los cambios naturales de la superficie de la Tierra, documentada por fuentes tradicionales, que apareció en 1822. Con gran audacia de pensamiento, los entusiastas Vogt, Buechner y Moleschott se propusieron explicar todos los fenómenos a partir de los procesos materiales tal como tienen lugar ante los sentidos del hombre.

La situación que se produjo cuando el fisiólogo Rudolf Wagner se encontró con la oposición de Carl Vogt fue típica de la guerra intelectual que tuvieron que librar los materialistas. En 1852, en el periódico Allgemeine Zeitung, Wagner se había declarado partidario de aceptar una entidad independiente del alma, oponiéndose así al punto de vista del materialismo. Dijo "que el alma podía dividirse porque el niño heredaba mucho de su padre y mucho también de su madre". Vogt respondió a esta afirmación por primera vez en su obra Pictures from Animal Life. Su posición en esta polémica queda claramente expuesta en lo que sigue:

El alma, que ha de ser la sustancia, la esencia misma de la individualidad de la entidad individual, indivisible, ha de ser capaz de dividirse. Teólogos, asegúrense de atrapar a este hereje. ¡Hasta ahora ha sido uno de los vuestros! ¡Almas divididas! Si el alma puede dividirse en el acto de la concepción como piensa el Sr. Rudolf Wagner, entonces también podría ser posible que esta alma se dividiera en la muerte, la parte cargada de pecados iría al purgatorio, mientras que la otra parte iría directamente al paraíso. El Sr. Wagner promete también al final de sus cartas fisiológicas algunas excursiones en el campo de la fisiología de las almas divididas.

La controversia se hizo intensa cuando Wagner, en la asamblea de científicos naturales celebrada en Goettingen en 1854, leyó una ponencia contra el materialismo titulada La creación del hombre y la sustancia del alma. Pretendía demostrar dos cosas. En primer lugar, se proponía demostrar que los resultados de la ciencia física moderna no contradecían la creencia bíblica en la descendencia de la raza humana de una pareja. En segundo lugar, quería demostrar que estos resultados no implicaban nada en relación con el alma. En 1855, Vogt escribió contra Wagner un tratado polémico, La fe intolerante y la ciencia (Koehlerglaube und Wissenschaft), en el que se mostraba dotado de todos los conocimientos de la ciencia natural de su época. Al mismo tiempo, se mostraba como un pensador agudo que, sin reservas, desvelaba las conclusiones de sus oponentes como ilusiones. La contradicción de Vogt con la primera afirmación de Wagner llega a su punto culminante en el pasaje: "Todas las investigaciones de la historia y de la historia natural conducen a la prueba positiva del origen de las razas humanas a partir de una pluralidad de raíces. Las doctrinas de la Escritura sobre Adán y Noé, y la doble descendencia del hombre a partir de una sola pareja son leyendas científicamente insostenibles."

En contra de la doctrina del alma de Wagner, Vogt sostenía que vemos que las actividades psíquicas del hombre se desarrollan gradualmente como parte del desarrollo de los órganos físicos. Desde la infancia hasta la madurez de la vida observamos que las actividades espirituales se perfeccionan. Con la contracción de los sentidos y del cerebro, el "espíritu" se encoge proporcionalmente. "Un desarrollo de este tipo no es consistente con la suposición de una sustancia inmortal del alma que ha sido plantada en el cerebro como su órgano".

Que los materialistas, al combatir a sus adversarios, no se enfrentaban meramente con razones intelectuales, sino también con emociones, queda perfectamente claro en la controversia entre Vogt y Wagner. Pues Wagner había apelado, en una ponencia en Goettingen, a la necesidad moral que no podía soportar la idea de que "máquinas mecánicas que andan con dos brazos y dos piernas" se disolvieran finalmente en sustancias materiales indiferentes, sin dejarnos la esperanza de que el bien que hacen sea recompensado y el mal castigado. La respuesta de Vogt fue: "La existencia de un alma inmortal no es, para el Sr. Wagner, el resultado de la investigación y el pensamiento. . . . Necesita un alma inmortal para verla torturada y castigada tras la muerte del hombre".

Heinrich Czolbe (1819-73) intentó demostrar que existe un punto de vista desde el cual el orden moral del mundo puede estar de acuerdo con los puntos de vista del materialismo. En su libro Los límites y el origen del conocimiento vistos en oposición a Kant y Hegel, que apareció en 1865, explicó que toda teología tenía su origen en una insatisfacción con este mundo.

La exclusión de lo suprasensible, o de aquellas cosas incomprensibles que conducen a la suposición de un segundo mundo, es decir, al naturalismo, no se nos impone en modo alguno a través del poder de los hechos de la ciencia natural -ni siquiera a través de la filosofía que pretende conocerlo todo-, sino en último término a través de la moral, a saber, a través de ese tipo particular de comportamiento moral del hombre hacia el mundo que podemos llamar satisfacción con el mundo natural.

Czolbe considera que el anhelo de un mundo sobrenatural es en realidad el resultado de una ingratitud contra el mundo natural. Las causas básicas de una filosofía que mira hacia un mundo más allá de éste son, para él, las deficiencias morales, los pecados contra el espíritu del orden natural del mundo. Pues estos pecados nos distraen "del esfuerzo hacia la mayor felicidad posible de cada individuo" y del cumplimiento del deber que se deriva de tal esfuerzo "contra nosotros mismos y contra los demás sin tener en cuenta la recompensa y el castigo sobrenaturales". Según Czolbe, cada ser humano debe estar lleno de una "aceptación agradecida de su parte de felicidad terrenal, que puede ser posiblemente pequeña, y con una humilde aceptación de sus límites y su necesario dolor." Aquí nos encontramos con un rechazo de un orden mundial sobrenatural por razones morales.

En la concepción del mundo de Czolbe también se ven claramente las cualidades que hicieron que el materialismo fuera tan aceptable para el pensamiento humano, pues no cabe duda de que Buechner, Vogt y Moleschott no eran filósofos en grado suficiente para demostrar lógicamente los fundamentos de sus puntos de vista. Sin perderse en alturas de pensamientos idealistas, en su calidad de naturalistas sacaron sus conclusiones más bien de observaciones sensoriales. Dar cuenta de su método justificándolo a partir de la naturaleza del conocimiento humano no era una empresa de su agrado. Czolbe, sin embargo, emprendió precisamente eso. En su Nueva presentación del sensualismo (1855), encontramos las razones por las que considera valioso un conocimiento construido sobre la base de percepciones sensuales. Sólo un conocimiento de este tipo proporciona conceptos, juicios y conclusiones que pueden concebirse y visualizarse claramente. Hay que rechazar toda conclusión que conduzca a algo sensorialmente inconcebible y todo concepto indistinto. El elemento anímico no es claramente concebible, según Czolbe, sino el material sobre el que aparece lo espiritual como cualidad. Por eso intenta reducir la autoconciencia a procesos materiales visibles en el ensayo que publicó en 1856, La génesis de la autoconciencia, una respuesta al profesor Lotze. Aquí supone un movimiento circular de las partes del cerebro. A través de tal movimiento que regresa por su propio camino, la impresión que una cosa causa en los sentidos se convierte en una sensación consciente. Es extraño que esta explicación física de la conciencia se convirtiera, al mismo tiempo, en la ocasión para que abandonara su materialismo. Este es el punto en el que se hace patente en él una de las debilidades inherentes al materialismo. Si hubiera permanecido fiel a su principio, nunca habría ido más allá de lo que permiten los hechos accesibles a los sentidos. No hablaría de otros procesos en el cerebro que los que pueden afirmarse positivamente a través de los medios de la ciencia natural. Lo que Czolbe se propone establecer es, sin embargo, un objetivo a una distancia infinita. Los espíritus como Czolbe no se conforman con lo que se investiga, sino que suponen hipotéticamente hechos que aún no se han investigado. Uno de esos supuestos hechos es el movimiento circular de las partes del cerebro. Una investigación completa del cerebro conducirá con toda probabilidad al descubrimiento de procesos de un tipo que no se dan en ninguna otra parte del mundo. De ellos se podrá sacar la conclusión de que los procesos psíquicos condicionados por procesos cerebrales sólo ocurren en conexión con un cerebro. En cuanto a sus hipotéticos movimientos circulares, Czolbe no podía afirmar que estuvieran limitados al cerebro. Podrían darse también fuera del organismo animal, pero en ese caso tendrían que dar lugar a fenómenos psíquicos también en objetos inanimados. Czolbe, que tanto insiste en la claridad perceptiva, en realidad no considera imposible una animación de toda la naturaleza. Pregunta: "¿No debería ser mi punto de vista una realización del alma del mundo, que Platón defendió en su Timeo? ¿No deberíamos encontrar aquí el punto en el que el idealismo leibniziano, según el cual el mundo entero consiste en entidades animadas (mónadas), se une con el naturalismo moderno?"

A mayor escala, el error que cometió Czolbe con el movimiento circular del cerebro se repitió en el brillante pensador Carl Christian Planck (1819-80). Los escritos de este hombre han sido completamente olvidados, a pesar de que pertenecen a las obras más interesantes de la filosofía moderna. Planck lucha tan intensamente como cualquier materialista por una concepción del mundo que se derive completamente de la realidad perceptible. Critica el idealismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel por buscar la esencia de las cosas unilateralmente en la idea. "Explicar las cosas realmente fuera de sí mismas es reconocerlas en su estado condicionado original y en su finitud". (Compárese Planck, Las edades del mundo.) "Sólo existe la naturaleza única y verdaderamente pura, de modo que la mera naturaleza en el sentido más estricto de la palabra y el espíritu sólo son opuestos dentro de la naturaleza única en el sentido más elevado y comprensivo."

Ahora bien, lo extraño ocurre en la filosofía de Planck que declara que lo real, el mundo que se extiende ante él, es el elemento que ha de buscar la explicación del mundo. Sin embargo, no procede a la observación de los hechos para alcanzar este elemento del mundo real que se extiende ante él, pues cree que la razón humana es capaz de penetrar por su propio poder hasta lo real. Hegel había cometido, según Planck, el error de hacer que la razón contemplara su propio ser de modo que se viera a sí misma de nuevo en todas las cosas. Planck, sin embargo, pretendía que la razón ya no se retuviera dentro de sus propios límites, sino que fuera más allá de sí misma hacia el elemento de la extensión, lo verdaderamente real. Planck culpa a Hegel porque Hegel hizo que la razón hilara su propia telaraña fuera de sí misma, mientras que él mismo se atreve a hacer que la razón hile la existencia objetiva real. Hegel sostenía que el espíritu es capaz de comprender la esencia de las cosas porque la razón es la esencia de las cosas y porque nace en el espíritu humano. Planck declara que la esencia de las cosas no es la razón, sino que utiliza la razón meramente para representar esta esencia. Una audaz construcción del mundo, brillantemente concebida, pero concebida lejos de la observación real, lejos de las cosas reales, y sin embargo construida en la creencia de que estaba enteramente impregnada de auténtica realidad - tal es la estructura de ideas de Planck. Considera el proceso del mundo como una interacción viva de expansión y contracción. La gravedad es para él la tendencia de los cuerpos, esparcidos en el espacio, a contraerse. El calor y la luz son la tendencia de un cuerpo a poner en actividad su materia contraída a distancia y, por tanto, la tendencia a la expansión.

La relación de Planck con sus contemporáneos es de lo más interesante. Feuerbach dijo de sí mismo: "Hegel mantiene el punto de vista de que quiere construir el mundo; mi punto de vista es conocer el mundo como ser; él desciende, yo asciendo. Hegel coloca al hombre sobre su cabeza; yo lo coloco sobre sus pies, que descansan sobre la geología". Con estas palabras los materialistas también podrían haber caracterizado su credo, pero Planck procede en su método exactamente como Hegel. Él cree, sin embargo, que procede como Feuerbach y los materialistas. Los materialistas, si hubieran interpretado su método a su manera, habrían tenido que decirle: "Desde tu punto de vista intentas construir el mundo. Sin embargo, creéis que procedéis reconociendo el mundo como ser; descendéis, pero tomáis este descenso como un ascenso. Pones al mundo de cabeza y opinas que esa cabeza es un pie". La voluntad hacia la realidad natural y fáctica probablemente no podría expresarse de forma más conmovedora que a través de la concepción del mundo de un hombre que quería producir no sólo ideas, sino realidad a partir de la razón.


La personalidad de Planck no resulta menos interesante cuando se compara con la de su contemporáneo, Max Stirner. Es importante considerar aquí las ideas de Planck sobre las motivaciones de la acción humana y la vida en comunidad. Así como el materialista partía de los materiales y fuerzas que se presentaban realmente a los sentidos para llegar a su explicación de la naturaleza, Stirner partía de la personalidad individual real como línea directriz del comportamiento humano. La razón sólo está con el individuo. Por lo tanto, lo que la razón decide como línea guía para la acción sólo puede tener validez para el individuo. La vida en comunidad resultará naturalmente de la interacción natural de las personalidades individuales. Si cada uno actúa según su razón, el estado de cosas más deseable se producirá mediante la cooperación más libre de todos. La vida natural en comunidad surge como algo natural si cada uno tiene la razón que rige su propia individualidad, ya que, según los materialistas, la visión natural de los fenómenos mundanos se produce si se hace que las cosas expresen su naturaleza y si se limita la actividad de la razón a una mera combinación e interpretación de los enunciados de los sentidos. Así como Planck no explica el mundo dejando que las cosas hablen por sí mismas, sino que decide por su razón lo que las cosas supuestamente dicen, tampoco depende, en lo que respecta a la vida comunitaria, de una interacción real de personalidades, sino que sueña con una asociación de pueblos con un poder judicial supremo al servicio del bienestar general y ordenado por la razón. También aquí, pues, considera posible que la razón domine lo que está más allá de la personalidad.

El derecho general originario del derecho exige necesariamente su existencia externa en un poder general del derecho, pues él mismo no sería real como elemento general en una forma externa si se dejara a los individuos mismos su ejecución, ya que los individuos por sí mismos son, según sus posiciones jurídicas, sólo representantes de su derecho personal, no como el derecho general en cuanto tal.

Planck construye el poder general del derecho porque sólo así puede realizar la idea del derecho para sí mismo. Cinco años antes, Max Stirner había escrito: "Mi propio dueño y el creador de mi propio derecho - no reconozco otra fuente de derecho que yo mismo. Ni Dios, ni el Estado, ni la naturaleza, ni el hombre mismo con sus 'eternos derechos humanos', ni un derecho divino ni un derecho humano". En su opinión, el verdadero derecho del individuo no puede existir dentro de un derecho general. Es la sed de realidad lo que lleva a Stirner a adoptar su actitud negativa hacia un derecho general irreal. Es la misma sed de realidad la que, a su vez, motiva a Planck en su intento de cristalizar a partir de una idea un verdadero estado de derecho.

Al leer los libros de Planck uno siente que le perturbaba profundamente la idea de un doble orden mundial. Consideraba la creencia en tal interacción de dos órdenes mundiales -un orden natural y otro puramente espiritual- como algo contrario a la naturaleza e intolerable.

Ha habido pensadores antes de la época de Planck, por supuesto, que se esforzaron por lograr un modo de concepción puramente científico-natural. Dejando a un lado otros intentos más o menos claros en este sentido, Lamarck, por ejemplo, esbozó en 1809 una imagen de la génesis y el desarrollo de los organismos vivos que, de acuerdo con el estado de los conocimientos de su época, debería haber tenido un gran atractivo para una concepción contemporánea del mundo. Consideraba que los organismos más simples habían llegado a la existencia mediante procesos inorgánicos en determinadas condiciones. Una vez que un organismo se ha formado de este modo, desarrolla, mediante la adaptación a determinadas condiciones del mundo exterior, nuevas formaciones que le sirven para vivir. Desarrolla nuevos órganos porque los necesita. Los organismos son entonces capaces de transformarse y, por tanto, también de perfeccionarse. Lamarck imagina esta transformación de la siguiente manera. Pensemos en un animal que se alimenta de árboles altos. Se ve obligado a estirar el cuello. Con el tiempo, su cuello se alarga debido a esta necesidad. Un animal de cuello corto se transforma en la jirafa de cuello largo. Los animales, por lo tanto, no han llegado a existir en su variedad, sino que esta variedad se ha desarrollado en el curso del tiempo bajo la influencia de condiciones cambiantes. Lamarck opina que el hombre está incluido en esta evolución. El hombre se ha desarrollado en el transcurso del tiempo a partir de formas afines similares a los monos hasta formas que le permitían satisfacer necesidades físicas y espirituales más elevadas. De este modo, Lamarck vinculó todo el mundo de los organismos, incluido el hombre, al reino de lo inorgánico.

El intento de Lamarck de explicar las variedades de las formas de vida fue recibido con poca atención por sus contemporáneos. Dos décadas más tarde surgió una polémica en la Academia Francesa entre Geoffroy St. Hilaire y George Cuvier. Geoffroy St. Hilaire creía reconocer un diseño estructural común en el mundo de los organismos animales a pesar de su gran variedad. Ese plan general era un requisito previo necesario para explicar el desarrollo de unos a partir de otros. Si se habían desarrollado unos a partir de otros, debían tener algún elemento común fundamental a pesar de su variedad. En el animal inferior debe reconocerse algo que sólo necesita perfeccionarse para que esta forma inferior se transforme con el tiempo en la de un animal superior. Cuvier se opuso firmemente a las consecuencias de este punto de vista. Era un hombre prudente que señalaba que los hechos no avalaban conclusiones tan trascendentales. En cuanto Goethe tuvo noticia de este conflicto, lo consideró el acontecimiento más importante de la época. Comparado con esta controversia, el interés que prestó a la Revolución de Julio, un acontecimiento político que tuvo lugar al mismo tiempo, parece insignificante ... . Goethe se expresó sobre este punto con suficiente claridad en una conversación que mantuvo con Soret en agosto de 1830. Vio claramente que la concepción adecuada del mundo orgánico dependía de este punto controvertido. En un ensayo, Goethe apoyó a St. Hilaire con gran intensidad. (Compárense los escritos de Goethe sobre ciencias naturales, vol. 36, Edición Goethe, Deutsche National Literatur). Dijo a Johannes von Mueller que consideraba que Geoffroy St. Hilaire se movía en la misma dirección que él mismo había tomado cincuenta años antes. Esto demuestra claramente lo que pretendía Goethe cuando, poco después de su llegada a Weimar, comenzó a ocuparse de sus estudios sobre las formaciones animales y vegetales. Ya entonces tenía en mente una explicación de la variedad de formas vivas más adecuada a la naturaleza, pero también era un hombre prudente. Nunca sostuvo más de lo que los hechos le daban derecho a afirmar, y cuenta en la introducción a su Metamorfosis de la planta que la época estaba entonces sumida en una considerable confusión con respecto a estos hechos. Prevalecía la opinión, tal como la expresaba Goethe, de que sólo era necesario que el mono se pusiera de pie y caminara sobre sus patas traseras para convertirse en un ser humano.

Los pensadores de la ciencia natural mantenían un modo de concepción completamente distinto al de los hegelianos. Para los hegelianos, era posible permanecer dentro de su mundo ideal. Podían desarrollar su idea del hombre a partir de su idea del mono sin preocuparse por la cuestión de cómo la naturaleza podía llegar a hacer nacer al hombre en el mundo real al lado del mono. Michelet se había limitado a decir que a la idea no le incumbía explicar el "cómo" concreto de los procesos en el mundo real. El pensador que se forma una concepción idealista del mundo está, a este respecto, en la misma posición que el matemático que sólo tiene que decir mediante qué operación de pensamiento un círculo se transforma en una elipse y una elipse en una parábola o una hipérbola. Un pensador, sin embargo, que se esfuerza por una explicación a través de los hechos tendría que señalar los procesos reales a través de los cuales tal transformación puede llegar a ocurrir. Entonces se forma una concepción realista del mundo. Tal pensador no adoptará la posición que describe Hegel:

Ha sido una concepción torpe de la filosofía de la naturaleza más antigua y también de la más reciente considerar el desarrollo y la transición de una forma y reino de la naturaleza a otro superior como una producción externa y real que uno ha fechado en la oscuridad del pasado en aras de la clarificación. Es característico de la naturaleza ser tan externa en su estructura que sus formas se separan en manifestaciones diferenciadas y que estas. formas existen indiferentemente una al lado de la otra; la idea, que guía las etapas en su sucesión, es la naturaleza interna de estas manifestaciones separadas. Tales concepciones nebulosas, que en realidad no son más que concepciones sensuales, como, por ejemplo, la supuesta progresión de las plantas y los animales a partir del agua, y luego la evolución de las formaciones animales más desarrolladas a partir de las inferiores, etc., deben ser abandonadas por una contemplación reflexiva. (Obras de Hegel, 1847, tomo 7, pág. 33.)

En oposición a tal afirmación de un pensador idealista, oímos la del realista Lamarck:

En el principio primitivo sólo se desarrollaron los animales y plantas más simples e inferiores, y sólo en último término los de una organización altamente complicada. El curso de la evolución de la tierra y de su población orgánica fue bastante gradual y no interrumpido por revoluciones violentas. Los animales más simples y las plantas más sencillas que ocupan los estadios más bajos en la escala de los organismos han llegado a existir, y lo hacen aún hoy, por generación espontánea (generatio spontanea).

También hubo en Alemania un hombre de la misma convicción que Lamarck. Lorenz Oken (1779-1859) presentó una evolución natural de los seres orgánicos que se basaba en "concepciones sensuales". Citándolo, "Todo lo orgánico se ha originado a partir de una sustancia viscosa (Urschleim), no es más que limo formado de diversas maneras. Este limo original ha surgido en el océano en el curso de la evolución planetaria a partir de materia inorgánica."

A pesar de estos giros de pensamiento tan profundamente provocadores, tenía que haber, sobre todo entre los pensadores demasiado cautelosos para abandonar el hilo del conocimiento fáctico, una duda contra un modo de pensar naturalista de este tipo mientras no se hubiera despejado la cuestión de la teleología de los seres vivos. Incluso Johannes Mueller, que fue un pionero como pensador y como científico investigador, se vio impulsado, a causa de su consideración de la idea de teleología, a decir:

Los cuerpos orgánicos se distinguen de los inorgánicos no sólo por la composición de elementos que representan, sino también por la actividad continua que actúa en la materia orgánica viva, que crea también teleológicamente y en un plan dirigido por la razón, disponiendo las partes para el fin del todo. Esto es lo que distingue a un organismo. (Johannes Mueller, Handbuch der Physiologic des Menschen, 3, 1838; Vol. 1, p. 19.)

Con un hombre como Johannes Mueller, que se mantuvo estrictamente dentro de los límites de la investigación científica natural, y para quien el pensamiento de la conformidad con el propósito permaneció como una convicción privada en el trasfondo de su trabajo de investigación factual, no era probable que este punto de vista produjera ninguna consecuencia particular. Investigó las leyes de los organismos con estricta objetividad, independientemente de la conexión con el propósito, y se convirtió en un reformador de la ciencia natural moderna gracias a su mente comprensiva; sabía cómo hacer uso de los conocimientos físicos, químicos, anatómicos, zoológicos, microscópicos y embriológicos de forma ilimitada. Su visión no le impedía basar las cualidades psicológicas de los objetos de sus estudios en sus características físicas. Una de sus convicciones fundamentales era que nadie podía ser psicólogo sin ser fisiólogo. Pero si un pensador iba más allá del campo de investigación de las ciencias naturales y entraba en el terreno de una concepción general del mundo, no se encontraba en la afortunada posición de descartar fácilmente una idea como la de la estructura teleológica. Por esta razón, es fácil comprender que un pensador de la importancia de Gustave Theodor Fechner (1801 - 87) hiciera la afirmación en su libro, Zend-Avesta, or Concerning the Nature of Heaven and the World Beyond (1852), de que parece extraño cómo alguien puede creer que no sería necesaria ninguna conciencia para crear seres conscientes como son los seres humanos, ya que incluso las máquinas inconscientes sólo pueden ser creadas por seres humanos conscientes. Asimismo, Karl Ernst von Baer, que siguió la evolución de los animales desde su estado inicial, no pudo resistirse al pensamiento de que los procesos en los organismos vivos se esforzaban por alcanzar ciertos objetivos y que el concepto completo de finalidad debía, en efecto, aplicarse a toda la naturaleza. (Karl Ernst von Baer, Estudios del campo de las ciencias naturales, 1876, págs. 73 y 82.)

Los pensadores materialistas ni siquiera se percataron de las dificultades de este tipo a las que se enfrentan ciertos pensadores cuando intentan construir una imagen del mundo cuyos elementos se supone que proceden en su totalidad de la naturaleza sensiblemente perceptible. Intentaron oponer a la imagen idealista del mundo de la primera mitad del siglo una que recibe una11 explicación exclusivamente de los hechos de la naturaleza. Sólo confiaban en un conocimiento obtenido a partir de estos hechos.

No hay nada más esclarecedor sobre la convicción interior de los materialistas que esta confianza. Se les ha acusado de quitar el alma a las cosas y de privarlas así de lo que habla al corazón del hombre, de sus sentimientos. ¿No parece que quitan a la naturaleza todas las cualidades que elevan el espíritu del hombre y que la degradan en un objeto muerto que sólo satisface al intelecto que busca causas, pero que nos priva de toda implicación interior? ¿No parece que socavan la moral que se eleva por encima de los meros apetitos naturales y busca motivaciones, abogando meramente por la causa de los deseos animales, suscribiendo el lema: Comamos y bebamos y sigamos nuestros instintos físicos porque mañana moriremos? Lotze (1817-81) afirma, en efecto, con respecto a los pensadores materialistas de la época en cuestión, que los seguidores de este movimiento valoran la verdad del monótono conocimiento empírico en proporción al grado en que ofende todo lo que los sentimientos internos del hombre consideran sagrado.

Sin embargo, cuando se conoce a Carl Vogt, se descubre en él a un hombre que comprendía profundamente la belleza de la naturaleza e intentaba expresarla como pintor aficionado. No era en absoluto ciego a las creaciones de la imaginación humana, sino que se sentía a gusto con pintores y poetas. Un buen número de materialistas se sintieron inspirados por el goce estético de la maravillosa estructura de los organismos hasta el punto de pensar que el alma debía tener su origen en el cuerpo. La magnífica estructura del cerebro humano les impresionaba mucho más que los conceptos abstractos de los que se ocupaba la filosofía. Cuánto más derecho a ser consideradas como las causas del espíritu, por lo tanto, parecían presentar las primeras que las segundas.

Tampoco puede aceptarse sin reservas el reproche de que los materialistas envilecieron la moral. Su conocimiento de la naturaleza estaba profundamente ligado a motivaciones éticas. El empeño de Czolbe por subrayar el fundamento moral del naturalismo fue compartido por otros materialistas. Todos ellos pretendían infundir en el hombre la alegría de la existencia natural; pretendían orientarle hacia sus deberes y sus tareas en la tierra. Consideraban que la dignidad humana podía aumentar si el hombre podía ser consciente de haberse desarrollado desde un ser inferior hasta su actual estado de perfección. Creían que sólo un hombre que conoce las necesidades materiales que subyacen a sus acciones es capaz de juzgarlas adecuadamente. Argumentaban que sólo sabe juzgar a un hombre según su valor quien es consciente de que la materia es la base de la vida en el universo, de que con la necesidad natural la vida está conectada con el pensamiento y éste, a su vez, da origen a la buena y a la mala voluntad. A los que ven peligrar la libertad moral por el materialismo, Moleschott responde:

Es libre todo aquel que es gozosamente consciente de la necesidad natural de su existencia, de sus circunstancias, pretensiones y exigencias, y de los límites y extensión de su esfera de actividad. El hombre que comprende esta necesidad natural conoce también su derecho a abrirse camino por reivindicaciones que estén en consonancia con las necesidades del género humano. Más aún, porque sólo aquella libertad que esté en armonía con lo genuinamente humano será defendida con necesidad natural por la especie. Podemos estar seguros de la victoria final sobre todos los supresores en cualquier lucha por fines humanos.

 Con actitudes de este tipo, con una devoción por las maravillas de la naturaleza, con sentimientos morales como los descritos anteriormente, los materialistas estaban preparados para recibir al hombre que superó el gran obstáculo para una concepción naturalista del mundo. Este hombre se les apareció en Charles Darwin. Su obra, a través de la cual la idea teleológica se asentó sobre el sólido terreno de la ciencia natural, se publicó en 1859 con el título de El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida.

Para comprender los impulsos que actúan en la evolución de la concepción filosófica del mundo, los ejemplos de los avances en las ciencias naturales mencionados (a los que podrían añadirse muchos otros) no son significativos en sí mismos. Lo importante es el hecho de que avances de este tipo coincidieron en el tiempo con el desarrollo de la concepción hegeliana del mundo. La presentación del curso de la evolución de la filosofía en los capítulos anteriores ha mostrado que la imagen moderna del mundo, desde los días de Copérnico, Galileo, etc., estuvo bajo la influencia del modo de concepción de la ciencia natural. Esta influencia, sin embargo, no pudo ser tan significativa como la de los logros de las ciencias naturales del siglo XIX. También hubo importantes avances de las ciencias naturales en el cambio de los siglos XVIII al XIX. Basta recordar el descubrimiento del oxígeno por Lavoisier y los hallazgos en el campo de la electricidad por Volta y muchos otros. A pesar de estos descubrimientos, espíritus como Fichte, Schelling y Goethe pudieron, aun reconociendo plenamente estos avances, llegar a una imagen del mundo que partía del espíritu. No pudieron dejarse impresionar tan poderosamente por el modo de concepción de la ciencia natural como lo hicieron los pensadores materialistas de mediados del siglo XIX. Todavía era posible reconocer en un lado de la imagen del mundo las concepciones de la ciencia natural, y en el otro, ciertas concepciones que contenían algo más que "mero pensamiento". Tal concepción era, por ejemplo, la de la "fuerza de la vida", o la de la "estructura teleológica" de un organismo. Concepciones de este tipo permitían afirmar que en el mundo actúa algo que no entra dentro de la ley natural ordinaria, algo que es más espiritual. De este modo se obtenía una concepción del espíritu que tenía, por así decirlo, "un contenido fáctico". Hegel había procedido entonces a privar al espíritu de todo elemento fáctico. Lo había diluido en "mero pensamiento". Para aquellos para quienes los "meros pensamientos" no podían ser sino imágenes de elementos fácticos, este paso aparecía como la prueba filosófica de la irrealidad del espíritu. Estos pensadores sintieron que tenían que encontrar algo que poseyera un contenido real para ocupar el lugar de las "meras cosas pensadas" de Hegel. Por esta razón, buscaron el origen de los "fenómenos espirituales" en procesos materiales que pudieran ser observados sensorialmente "como hechos." La concepción del mundo fue presionada hacia el pensamiento del origen material del espíritu a través de la transformación del espíritu que Hegel había llevado a cabo.

Si se comprende que en el curso histórico de la evolución humana actúan fuerzas más profundas que las que aparecen en la superficie, se reconocerá la importancia que para el desarrollo de la concepción del mundo tiene la actitud característica que el materialismo del siglo XIX adopta frente a la formación de la filosofía hegeliana. El pensamiento de Goethe contenía las semillas para la continuación de una filosofía que fue retomada por Hegel, pero insuficientemente. Si Goethe intentó obtener con su "planta arquetípica" una concepción que le permitiera experimentar interiormente este pensamiento para poder derivar intelectualmente de él una formación vegetal tan específica como capaz de vida, mostró con ello que se esforzaba por dar vida al pensamiento dentro de su alma. Goethe había llegado al punto en que el pensamiento estaba a punto de iniciar una evolución vital, mientras que Hegel no fue más allá del pensamiento como tal. En comunión con un pensamiento que hubiera cobrado vida dentro del alma, como intentó Goethe, se habría tenido una experiencia espiritual que habría podido reconocer el espíritu también en la materia. En el "mero pensamiento" no se tenía tal experiencia. Así, la evolución de la concepción del mundo se vio sometida a una dura prueba. De acuerdo con los impulsos históricos más profundos, la época moderna tendió a experimentar no el mero pensamiento, sino a encontrar una concepción para el yo autoconsciente a través de la cual se pudiera ser consciente de que este yo está firmemente arraigado en la estructura del mundo. Al concebir este yo como producto de procesos materiales, se había perseguido esta tendencia simplemente siguiendo la tendencia de una forma fácilmente comprensible en aquella época. Incluso la negación de la entidad espiritual del yo autoconsciente por el materialismo del siglo XIX contiene todavía el impulso de la búsqueda de este yo. Por esta razón, el impulso con el que la ciencia natural afectó a la filosofía en esta época fue muy diferente de las influencias que había ejercido sobre las corrientes materialistas anteriores. Estas corrientes anteriores aún no se habían visto tan presionadas por algo comparable a la filosofía del pensamiento de Hegel para buscar un terreno seguro en las ciencias naturales. Esta presión, por cierto, no afecta a las personalidades dirigentes hasta un punto en que sean claramente conscientes de ella, sino que, como impulso de la época, ejerce su efecto en las corrientes subconscientes del alma.

Traducido por J.Luelmo jun.2023

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