GA028 El curso de mi vida cap. VI Estudios de Goethe, mi tutoría con la familia Specht

 

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 EL CURSO DE MI VIDA

RUDOLF STEINER

1879-1890

Viena

Cap. VI Estudios de Goethe, mi tutoría con la familia Specht

En el campo de la pedagogía, el destino me deparó una tarea insólita. Me contrataron como tutor en una familia con cuatro hijos. A tres tenía que darles sólo la instrucción preparatoria para la Volkschule (escuela primaria). y luego asistencia en el trabajo de la Mittelschule (Escuela secundaria). El cuarto, que tenía casi diez años, me fue confiado al principio para toda su educación. Era el hijo del dolor de sus padres, especialmente de su madre. Cuando fui a vivir a su casa, apenas había aprendido los elementos más rudimentarios de lectura, escritura y aritmética. Se le consideraba tan subnormal en su desarrollo físico y mental que la familia dudaba de su capacidad para ser educado. Su pensamiento era lento y embotado. El más mínimo esfuerzo mental le provocaba dolor de cabeza, disminución de las funciones vitales, palidez y síntomas mentales alarmantes. Después de conocer al niño, me formé la opinión de que el tipo de educación que requería semejante organismo corporal y mental debía ser uno que despertara las facultades dormidas, y propuse a los padres que me dejaran la educación del niño a mí. La madre tuvo la suficiente confianza como para aceptar esta propuesta, y de este modo pude encargarme de esta inusual tarea educativa.

Tenía que acceder a un alma que se encontraba, por así decirlo, en estado durmiente, y a la que había que permitir que adquiriera gradualmente el dominio sobre las manifestaciones corporales. En cierto sentido, primero había que atraer el alma dentro del cuerpo. Yo estaba plenamente convencido de que el muchacho tenía realmente grandes capacidades mentales, aunque entonces estuvieran enterradas. Esto hizo que mi tarea fuera profundamente satisfactoria. Pronto logré que el niño dependiera amorosamente de mí. Esta condición hizo que el mero trato entre nosotros despertara sus dormidas facultades anímicas. Para instruirlo tuve que recurrir a métodos especiales. Cada quince minutos más allá de cierto tiempo asignado a la instrucción causaba daño a su salud. El niño tenía grandes dificultades para relacionarse con muchos temas de instrucción.

Esta tarea educativa se convirtió para mí en la fuente de la que aprendí mucho. A través del método de instrucción que tuve que aplicar, se presentó ante mi vista la asociación entre lo espiritual-mental y lo corporal en el hombre. Luego seguí mi verdadero curso de estudio en fisiología y psicología. Me di cuenta de que la enseñanza y la instrucción debían convertirse en un arte basado en una auténtica comprensión del hombre. Tuve que seguir con gran cuidado un principio económico. A menudo tenía que emplear dos horas en la preparación de media hora de instrucción, a fin de obtener el material didáctico de tal forma que en el menor tiempo posible, y con la menor tensión sobre las facultades mentales y físicas del niño, pudiera alcanzar su máxima capacidad de logro. Había que considerar cuidadosamente el orden de los temas de instrucción; había que determinar adecuadamente la división del día entero en períodos. Tuve la satisfacción de ver al niño, en el curso de dos años, completar el trabajo de la Volkschule y pasar con éxito el examen de ingreso en el Gymnasium (instituto).  Además, su condición física había mejorado materialmente. La hidrocefalia había disminuido notablemente. Pude aconsejar a los padres que enviaran al niño a una escuela pública. Me parecía necesario que encontrara su desarrollo vital en compañía de otros niños. Continué siendo tutor durante varios años en la familia, y presté especial atención a este niño, que siempre fue guiado para que se abriera camino en la escuela de tal manera que sus actividades en el hogar se llevaran a cabo con el espíritu con el que se iniciaron. Entonces tuve el incentivo, en la forma que ya he mencionado, de aumentar mis conocimientos de latín y griego, pues era responsable de la tutoría de este muchacho y de otro de esta familia para las lecciones del Gymnasium.

Debo sentirme necesariamente agradecido al Destino por haberme llevado a tal relación vital. Porque por este medio desarrollé de manera vital un conocimiento del ser del hombre que no creo que hubiera podido desarrollar tan vitalmente de ninguna otra manera. Además, fui acogido en la familia de un modo extraordinariamente afectuoso; llegamos a vivir una hermosa vida en común. El padre de estos muchachos era agente de ventas de algodón indio y americano. De este modo pude hacerme una idea del funcionamiento de los negocios y de muchas cosas relacionadas con ellos. Además, gracias a ello aprendí mucho. Tuve una visión interna de la conducta de una rama de un negocio de importación inusualmente interesante, y pude observar el intercambio entre amigos de negocios y la interconexión de muchas actividades comerciales e industriales.

Mi joven pupilo fue guiado con éxito a través del instituto; continué con él incluso hasta el que sigue al último de instituto.  Para entonces había progresado tanto que ya no me necesitaba. Al terminar el instituto, ingresó en la Facultad de Medicina, se hizo médico y, como tal, fue víctima de la guerra mundial. La madre, que se había convertido en una verdadera amiga mía por lo que yo había hecho por su hijo, y que se aferraba a este hijo del dolor con el amor más devoto, pronto le siguió en la muerte. El padre ya se había ido de este mundo.

Una buena parte de mi vida juvenil estuvo ligada a la tarea que me había tocado tan de cerca. Durante varios años fui durante el verano con la familia de los niños a los que tenía que dar clases particulares al Attersee, en el Salzkammergut, y allí me familiaricé con la noble naturaleza alpina de la Alta Austria. Poco a poco pude ir suprimiendo las clases particulares que seguía dando a otros incluso después de empezar esta tutoría, y así me quedó tiempo para proseguir mis propios estudios.

En la vida que llevaba antes de entrar en esta familia tenía pocas oportunidades de participar en los juegos de los niños. De este modo, mi "tiempo de juego" llegó después de los veinte años. Entonces tuve que aprender también a jugar, porque tenía que dirigir la obra, y lo hice con gran placer. Creo que no he jugado menos en mi vida que otros hombres. Sólo que en mi caso lo que suele hacerse en este sentido antes de los diez años lo repetí desde los veintitrés hasta los veintiocho.

Durante este período me ocupé de la filosofía de Eduard von Hartmann. A medida que estudiaba su teoría del conocimiento, se despertaba en mí una continua oposición. La opinión de que lo genuinamente real se encuentra como lo inconsciente más allá de la experiencia consciente, y que esta última no es más que un reflejo pictórico irreal de lo real - esto era para mí totalmente repugnante. En oposición a esto postulé que la experiencia consciente puede, a través del fortalecimiento de la vida mental, sumergirse dentro de lo real. Tenía claro que lo divino-espiritual se revela en el hombre si el hombre hace posible esta revelación a través de su propia vida interior.

El pesimismo de Eduard von Hartmann me parecía un cuestionamiento totalmente falso de la vida humana. Tuve que concebir al hombre como esforzándose hacia la meta de extraer de sí mismo aquello con lo que la vida le colma para su satisfacción. Me dije: "Si a través de la ordenación del mundo se impartiera simplemente al hombre una "vida mejor", ¿cómo podría hacer fluir este manantial interior?". El ordenamiento externo del mundo ha llegado a un estadio evolutivo en el que ha ignorado lo bueno y lo malo de las cosas y de los hechos. Entonces primero el ser humano despierta a la autoconciencia y guía la evolución más lejos, pero de tal manera que esta evolución toma su dirección hacia la libertad, no de las cosas y los hechos, sino sólo de la cabeza fuente del ser del hombre. La mera introducción de la cuestión del pesimismo o del optimismo me parecía contraria al ser libre del hombre. Con frecuencia me decía a mí mismo: "¿Cómo podría el hombre ser el libre creador de su más alta felicidad si una medida de felicidad le fuera impartida a través del ordenamiento del mundo externo?".

Por otra parte, la obra de Hartmann Fenomenología de la conciencia moral me atrajo. Allí, descubrí, se trazaba la evolución moral del hombre según la pista de lo empíricamente observable. No se convierte -como en el caso de la teoría del conocimiento de Hartmann- en un pensamiento especulativo vinculado a un ser desconocido que se encuentra más allá de la conciencia, sino que es aquello que puede experimentarse como moralidad y captarse en sus manifestaciones. Y me quedó claro que ninguna especulación filosófica debe pensar más allá de los fenómenos si desea alcanzar lo genuinamente real. Los fenómenos del mundo revelan por sí mismos esto genuinamente real tan pronto como el alma consciente se prepara para recibir la revelación. Quien toma conciencia sólo de lo que es perceptible para los sentidos puede buscar el ser real en un más allá de la conciencia; quien capta lo espiritual en su percepción habla de esto como de un estar en este lado, no de un más allá en el sentido característico de una teoría de la cognición. La consideración del mundo moral de Hartmann me pareció adecuada porque en ella su punto de vista del más allá se retira totalmente a un segundo plano y se limita a lo que se puede observar. A través de una penetración más profunda en los fenómenos, incluso hasta el punto en que éstos revelan su ser espiritual - era de este modo como yo deseaba saber que el conocimiento del ser real se lleva a cabo, no a través de razonamientos inferenciales sobre lo que hay "detrás" de los fenómenos.

Como siempre me esforzaba por percibir una capacidad humana en su lado positivo, la filosofía de Eduard von Hartmann me resultó útil, a pesar de que su tendencia fundamental y su concepción de la vida me repugnaban; pues arrojaba una luz penetrante sobre muchos fenómenos. E incluso en los escritos del "filósofo del inconsciente", de los que en principio disentía, encontré muchas cosas inmensamente estimulantes. Lo mismo ocurría con los escritos populares de Eduard von Hartmann, que trataban de problemas históricos culturales, pedagógicos y políticos. Encontré en este pesimista concepciones "sólidas" de la vida, como no podía descubrir en muchos optimistas. Precisamente en relación con él experimenté lo que necesitaba: ser capaz de comprender aunque tuviera que oponerme.

Así, muchas noches -cuando podía dejar a mis hijos solos y después de haber admirado el cielo estrellado desde el balcón de casa- me quedaba hasta tarde estudiando la Fenomenología de la conciencia moral y el Religiöses Bewusstsein der Menscheit in der Stufenfolge seiner Entwickelung 5 y, mientras leía estos escritos, alcanzaba una seguridad cada vez mayor respecto a mi propio punto de vista sobre la teoría del conocimiento.

Por sugerencia de Schröer, Joseph Kürschner me invitó en 1884 a editar los escritos científicos de Goethe con una introducción y notas interpretativas adjuntas como parte de la edición de la Deutsche National-Literatur planeada por él. Schröer, que había asumido la responsabilidad de los dramas de Goethe dentro de la gran obra colectiva, debía prologar el primer volumen que se me había asignado con un prólogo introductorio. En él analizaba el modo en que Goethe como poeta y como pensador se relacionaba con la vida espiritual contemporánea. En la filosofía introducida por la era de la ciencia natural que siguió a Goethe, vio una caída desde la altura espiritual en la que Goethe había estado. La tarea que me había sido asignada en la edición de los escritos científicos de Goethe se caracterizaba de un modo general en este prefacio.

Para mí la tarea incluía una exposición en la que la ciencia natural debía estar por un lado y toda la filosofía de Goethe por otro. Ahora que tenía que presentarme ante el público con una exposición de este tipo, era necesario que pusiera en claro todo lo que hasta entonces había ganado para mí en el camino de la concepción del mundo.

Hasta entonces, como escritor, me había limitado a escribir breves artículos para la prensa. No me resultaba fácil escribir lo que era una experiencia vital interior de tal manera que pudiera considerar mi trabajo digno de publicación. Siempre tuve la sensación de que lo que había elaborado en mi interior aparecía de una forma muy mísera cuando tenía que presentarlo acabado. Así que todos los esfuerzos literarios se convirtieron para mí en fuente de continua infelicidad interior.

La forma de pensamiento por la que la ciencia natural ha estado dominada desde el comienzo de su gran influencia sobre la civilización del siglo XIX me pareció inadecuada para alcanzar una comprensión de lo que Goethe se esforzó por lograr para la ciencia natural, y realmente logró en gran medida.

Contemplé en Goethe a una personalidad que, en virtud de la inusual relación espiritual en la que había situado al hombre con referencia a la naturaleza, también estaba en condiciones de situar el conocimiento de la naturaleza en la forma correcta en la totalidad de los logros humanos. La forma de pensamiento de la época en que yo había crecido me parecía apta sólo para formar ideas relativas a la naturaleza sin vida. Me parecía impotente para entrar con capacidad de conocimiento en el reino de la naturaleza viva. Me dije: "Para alcanzar ideas que puedan mediar en el conocimiento de lo orgánico, es necesario que primero se impregnen de vida los conceptos adaptados a la comprensión de la naturaleza inorgánica". Pues éstos me parecían muertos y, por tanto, sólo aptos para comprender lo que está muerto.

El modo en que las ideas cobraron vida en el espíritu de Goethe, el modo en que se convirtieron en formas ideales, esto es lo que traté de exponer para esclarecer la concepción que Goethe tenía de la naturaleza.

Lo que Goethe pensaba y elaboraba en detalle sobre tal o cual campo del conocimiento de la naturaleza me parecía de menor importancia que el descubrimiento central que me vi obligado a atribuirle. Esto lo vi en el hecho de que él había descubierto cómo se debe pensar con respecto a lo orgánico para llegar a comprenderlo.

Descubrí que la mecánica satisface completamente la necesidad de conocimiento en la medida en que genera concepciones de manera racional en la mente humana que luego resultan ser reales cuando se aplican en la percepción sensorial de lo que carece de vida. Goethe fue para mí el fundador de una ley orgánica que se aplica también a lo que tiene vida. Cuando me remonté a Galileo en la historia de la vida espiritual moderna, me vi obligado a observar cómo él, mediante la formación de ideas a partir de lo inorgánico, había dado a la nueva ciencia natural su forma actual. Lo que él había introducido para lo inorgánico, Goethe se había esforzado por conseguirlo para lo orgánico. Goethe se convirtió para mí en el Galileo de lo orgánico.

Para el primer volumen de los escritos científico-naturales de Goethe tuve que elaborar primero sus ideas sobre la metamorfosis. Me resultaba difícil expresar la relación entre las formas ideales vivas, a través de las cuales se puede comprender lo orgánico, y las ideas sin forma, aptas para permitir captar lo inorgánico. Pero me parecía que toda mi tarea dependía de hacer verdaderamente inteligible este punto. En la comprensión de lo inorgánico, el concepto se añade en serie al concepto, con el fin de estudiar la correlación de fuerzas que producen un efecto en la naturaleza. En cuanto a lo orgánico, es necesario permitir que un concepto se desarrolle a partir de otro, de modo que en la metamorfosis progresiva y viva de los conceptos surjan imágenes de lo que aparece en la naturaleza como un ser que posee forma. Goethe se esforzó por mantener en su mente una imagen ideal de una hoja, que no era un concepto fijo y sin vida, sino que podía presentarse en las formas más variadas. Si uno permite que estas formas en la mente se desarrollen unas a partir de otras, uno construye así la planta entera. Se recrea en la mente, de forma ideal, el proceso por el que la naturaleza, de forma real, da forma a la planta.

Si se intenta concebir así el mundo vegetal, se está mucho más cerca en espíritu del mundo de la naturaleza que concibiendo lo inorgánico por medio de conceptos sin forma. Para lo inorgánico uno concibe sólo una fantasía espiritual de lo que está presente en la naturaleza de una manera vacía de espíritu. Pero en la llegada a la existencia de una planta vive algo que tiene una remota semejanza con lo que surge en la mente humana como una imagen de la planta. Uno se da cuenta de cómo la naturaleza, mientras produce lo orgánico, en realidad está poniendo en acción algo espiritualmente similar dentro de su propio ser.

En la introducción a los escritos botánicos de Goethe quise mostrar cómo en su teoría de la metamorfosis tomó la dirección de pensar en el funcionamiento de la naturaleza orgánica del modo en que se piensa en el espíritu. Aún más espiritual en su forma me pareció el modo de pensar de Goethe en el ámbito de lo animal y en los estadios naturales inferiores del ser humano.

En relación con lo animal-humano, Goethe comenzó por ver a través de un error que advirtió entre sus contemporáneos. Éstos pretendían atribuir una posición especial en la naturaleza a las bases orgánicas del ser humano encontrando distinciones individuales entre el hombre y el animal. Encontraron tal distinción en los huesos intermaxilares que poseen los animales, en los que se alojan sus dientes incisivos superiores. En el hombre, decían, falta ese hueso intermedio especial en la mandíbula superior; su mandíbula superior consta de una sola pieza.

A Goethe esto le parecía un error. Para él, la forma humana era una metamorfosis del animal a un estadio superior. Todo lo que aparece en la formación del animal debe estar presente también en la humana, sólo que en una forma más elevada para que el organismo humano pueda convertirse en el portador del espíritu consciente de sí mismo.

En la elevación de toda la forma unida del hombre vio Goethe la distinción con respecto al animal, no en los detalles.

Paso a paso se percibe que las fuerzas creadoras orgánicas se vuelven más semejantes al espíritu a medida que uno se eleva desde la consideración de los seres vegetales hasta las variadas formas de los animales. En la forma orgánica del hombre actúan fuerzas creadoras que producen la metamorfosis más elevada de la forma animal. Estas fuerzas están presentes en el proceso de devenir del organismo humano; y finalmente viven allí como el espíritu humano después de haber formado en las partes básicas naturales un recipiente que puede recibirlas en su forma de existencia libre de la naturaleza.

En esta concepción del organismo humano me pareció que Goethe había anticipado todo lo cierto que se afirmó más tarde, sobre la base del darwinismo, respecto al parentesco del ser humano con el animal. Pero también me pareció que se omitió todo lo que no era cierto. La comprensión materialista de lo que Darwin descubrió conduce a la adopción de concepciones basadas en el parentesco entre el hombre y los animales que niegan el espíritu allí donde aparece en su forma más elevada en una existencia terrenal: en el hombre. La concepción de Goethe conduce a la percepción de una creación espiritual en la forma animal que simplemente no ha llegado todavía al estadio en el que el espíritu como tal puede vivir. Lo que vive en el hombre como espíritu crea en la forma animal en un estadio preliminar; y metamorfosea esta forma en el caso del hombre de tal modo que entonces puede aparecer, no sólo como creadora, sino también en su propia presencia viva.

Desde este punto de vista, la consideración de la naturaleza de Goethe se convierte en una consideración que, al tiempo que traza el proceso natural del devenir desde lo inorgánico a lo orgánico, también conduce a la ciencia natural a la ciencia espiritual. Poner de manifiesto este hecho era para mí más importante que cualquier otra cosa a la hora de elaborar el primer volumen de los escritos científico-naturales de Goethe. Por esta razón, dejé que mi introducción se redujera a una explicación del modo en que el darwinismo establece una visión unilateral, teñida de materialismo, que debe ser restaurada en su integridad por el modo de pensar de Goethe.

Cómo hay que pensar para penetrar en los fenómenos de la vida: esto es lo que quería mostrar al discutir la visión de Goethe sobre lo orgánico. Pronto llegué a la conclusión de que esta discusión requería una base sobre la que apoyarse. La naturaleza de la cognición era concebida entonces por mis contemporáneos de una manera que nunca podría llegar al punto de vista de Goethe. Los teóricos de la cognición tenían en mente la ciencia natural tal como existía entonces. Lo que decían con respecto a la naturaleza de la cognición sólo era válido para una concepción de la naturaleza inorgánica. No podía haber acuerdo entre lo que yo debía decir con respecto al tipo de cognición de Goethe y las teorías de la cognición que se sostenían ordinariamente en aquella época.

Por lo tanto, todo lo que había establecido sobre la base de la teoría de Goethe de lo orgánico me envió de nuevo a la teoría de la cognición. Tenía ante mí teorías como la de Otto Liebmann, que expresaban de las formas más variadas el dogma de que la conciencia humana nunca puede salir de sí misma; que, por tanto, debe contentarse con vivir en aquello que la realidad envía al alma humana y que se presenta en su interior en forma espiritual. Si uno ve las cosas de esta manera, no puede decir que percibe una relación espiritual en la naturaleza orgánica a la manera de Goethe. Hay que buscar el espíritu dentro del alma humana, y considerar inadmisible una contemplación espiritual de la naturaleza.

Descubrí que no existía ninguna teoría de la cognición que se ajustara al tipo de cognición de Goethe. Esto me indujo a esbozar tal teoría. Escribí mi Teoría del conocimiento de la cosmovisión Goethe por una necesidad interior antes de proceder a preparar los otros volúmenes de los escritos científicos naturales de Goethe. Este pequeño libro fue terminado en 1886.


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