GA227 Penmaenmawr, 19 de agosto de 1923 - Primeros pasos hacia el conocimiento imaginativo

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    RUDOLF STEINER 

Conocimientos de Iniciación

PRIMEROS PASOS HACIA EL CONOCIMIENTO IMAGINATIVO

 Penmaenmawr, 19 de agosto de 1923

primera conferencia

A través de los tiempos, la comprensión del mundo ha estado estrechamente asociada a la comprensión del hombre mismo. Generalmente se reconoce que en los días en que no sólo se tomaba en consideración la existencia material, sino también la vida espiritual, el hombre era considerado como un microcosmos, como un mundo en miniatura. Esto significa que el hombre en su ser y hacer, en toda la parte que desempeña en el mundo, era visto como una concentración de todas las leyes y actividades del Cosmos. En aquella época se insistía en que la comprensión del universo sólo podía basarse en la comprensión del hombre.

Pero para cualquiera que no tenga prejuicios, aquí surge de inmediato una dificultad. Quién quiera llegar directamente al llamado auto-conocimiento, -el único conocimiento verdadero del hombre-, se encuentra confrontado con un enigma abrumador; y después de observarse a sí mismo durante un tiempo, se ve obligado a admitir que este ser suyo, tal como aparece en el mundo de los sentidos, no se revela plenamente ni siquiera a su propia alma. Tiene que admitir que una parte de su ser permanece oculta y desconocida para la percepción ordinaria de los sentidos. Así pues, se enfrenta a la tarea de ampliar su autoconocimiento, de investigar a fondo su verdadero ser, antes de poder llegar al conocimiento del mundo.

Una simple reflexión mostrará que el verdadero ser del hombre, su actividad interior como individuo, no puede encontrarse en el mismo mundo que es válido para sus sentidos. En efecto, en cuanto atraviesa la puerta de la muerte, queda entregado como un cadáver a las leyes y condiciones de este mundo perceptible por los sentidos. Las leyes de la naturaleza, -aquellas leyes que prevalecen allá afuera en el mundo visible-, se apoderan del hombre físicamente muerto. Entonces ese sistema de relaciones, que llamamos organismo humano, llega a su fin; posteriormente el hombre físico se desintegra, después de un tiempo que depende de la manera que se produzca dicha desintegración,.

A partir de esta simple reflexión, por lo tanto, vemos que el conjunto de las leyes de la naturaleza, en la medida en que llegamos a conocerlas a través de la observación de los sentidos, es apta únicamente para la desintegración del organismo humano y no hace nada para construirlo. Así pues hemos de buscar esas leyes, esa otra actividad, que, durante la vida terrenal, desde el nacimiento o la concepción hasta la muerte, luchan contra las fuerzas, contra las leyes de la disolución. En cada momento de nuestra vida, estamos comprometidos con nuestro verdadero ser interior en una batalla contra la muerte.

Si nos fijamos en la única parte del mundo de los sentidos que la gente comprende hoy en día, el mundo mineral, sin vida, ciertamente está regido por las mismas fuerzas que para el ser humano significan la muerte. Es una pura ilusión que los científicos naturales piensen que, basándose en las leyes del mundo sensorial externo, puedan llegar a comprender incluso las plantas. Nunca será así. Avanzarán un poco hacia esta comprensión y podrán considerarla como un ideal, pero nunca será realmente posible comprender la planta, -y mucho menos el animal y el hombre físico-, con la ayuda de las leyes que pertenecen al mundo externo percibido por el hombre.

Como seres terrenales, entre la concepción y la muerte, en nuestro verdadero ser interior somos adversarios contra las leyes de la naturaleza. Y si realmente queremos elevarnos al autoconocimiento, tenemos que examinar esa actividad en el ser humano que trabaja contra la muerte. En efecto, si queremos investigar a fondo el ser del hombre, -cosa que es nuestra intención hacer en estas conferencias-, tendremos que mostrar cómo, a través del desarrollo terrenal del hombre, se da el hecho de que sus actividades internas sucumben finalmente a la muerte, obteniendo así la muerte la victoria sobre las fuerzas ocultas que se le oponen.

Toda esta exposición tiene por objeto mostrar el curso que deben seguir nuestros estudios. Porque la verdad de lo que estoy diciendo sólo se revelará gradualmente a lo largo de las diversas conferencias. Para empezar, pues, podemos limitarnos a indicar, observando al hombre sin prejuicios, dónde tenemos que buscar su ser más íntimo, su personalidad, su individualidad. Esto no se encuentra en el reino de las fuerzas naturales, sino fuera de dicho reino.

Hay, sin embargo, otra indicación, -y tales indicaciones son todo lo que quiero dar hoy-, de que como hombres terrenales vivimos siempre en el momento presente. Aquí también, sólo necesitamos ser lo suficientemente desprejuiciados para captar todo lo que esta afirmación implica. Cuando vemos, oímos o percibimos a través de nuestros sentidos, está sucediendo algo que tiene que ver con el momento presente. Cualquier cosa que tenga que ver con el pasado o el futuro no puede afectar ni a nuestros oídos, ni a nuestros ojos ni a ningún otro sentido. Estamos entregados al momento y, por tanto, al espacio.

Pero pensándolo bien, ¿En qué se convertiría un hombre si se entregara por completo al momento presente y al espacio? Observando la vida ordinaria que nos rodea tenemos sobradas pruebas de que, si un hombre está así completamente absorto, ya no es hombre en sentido pleno. Los registros de enfermedades dan prueba de ello. Se pueden citar casos bien autentificados de personas que, en cierto momento de su vida, se vuelven incapaces de recordar ninguna de sus experiencias anteriores, y sólo son conscientes del presente inmediato. Entonces hacen las cosas más locas. Contrariamente a sus hábitos ordinarios, compran un billete de tren y viajan a uno u otro lugar, haciendo todo lo necesario en ese momento con bastante sensatez, con más inteligencia, y tal vez con más astucia, de lo habitual. Comen y hacen todas las demás pequeñas cosas de la vida a la hora normal. Al llegar a la estación a la que han reservado, cogen otro billete, posiblemente en dirección contraria. Deambulan de esta manera, puede que durante años, hasta que se detienen en algún lugar, dándose cuenta de repente de que no saben dónde están. Todo lo que han hecho, desde el momento en que cogieron el primer billete, o dejaron su casa, se borra de su conciencia, y sólo recuerdan lo que ocurrió antes de eso. Su vida anímica, toda su vida como seres humanos en la Tierra, se vuelve caótica. Ya no se sienten como una persona unificada. Siempre habían vivido en el momento presente y habían podido orientarse en el espacio, pero ahora han perdido su sentimiento interior del tiempo; han perdido la memoria.

Cuando un hombre pierde su sentimiento interior del tiempo, su conexión realmente íntima con el pasado, su vida se convierte en un caos. La experiencia del espacio por sí sola no puede ayudar en nada a la salud de todo su ser.

Dicho de otro modo: El hombre, en su vida sensorial, siempre está entregado al momento, y en algunos casos de enfermedad puede separar su existencia inmediata en el espacio de su existencia como un todo, pero entonces ya no es un hombre en el sentido pleno.

He aquí un indicio de algo en el hombre que no pertenece al espacio, sino sólo al tiempo; y debemos decir que si una experiencia humana es la del espacio, hay también otra que debe estar siempre presente en el hombre: la experiencia del tiempo. Para que siga siendo hombre en sentido pleno, la memoria debe hacer presente en él el pasado. Estar presente en el tiempo es algo indispensable para el hombre. El tiempo pasado, sin embargo, nunca está presente en el momento presente; para experimentarlo siempre debemos trasladarlo al presente. Por tanto, en el ser humano deben existir fuerzas para conservar el pasado, fuerzas que no surgen del espacio y que, por tanto, no deben entenderse como leyes de la naturaleza que actúan espacialmente, pues están fuera del espacio.

Estas indicaciones apuntan al hecho de que si el hombre ha de ser el punto central del conocimiento del mundo y ha de comenzar por conocerse a sí mismo, debe buscar ante todo en su propio ser aquello que pueda elevarle por encima de la existencia espacial, -la única existencia de la que dan cuenta los sentidos-, y pueda hacer de él un ser del tiempo en medio de su existencia espacial. Por lo tanto, para percibir su propio ser, debe invocar desde su interior poderes cognoscitivos que no estén ligados a sus sentidos o a su percepción del espacio. Esta es una etapa particular de la evolución humana, cuando la ciencia natural está haciendo un esfuerzo tan trascendental para centrar la atención en las leyes del espacio, donde, por razones que se mostrarán en estas conferencias, el verdadero ser del hombre en general se ha perdido totalmente de vista. De ahí que sea particularmente necesario señalar ahora las experiencias interiores que, como han visto, conducen al hombre fuera del espacio hacia el tiempo y sus experiencias. Veremos cómo, partiendo de ahí, entra realmente en el mundo espiritual.

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El conocimiento que conduce del mundo de los sentidos al suprasensible ha sido llamado, a través de los tiempos, conocimiento iniciático, es decir, conocimiento de lo que constituye el verdadero impulso, el elemento activo de la personalidad humana. De este conocimiento iniciático es de lo que tengo que hablar en estas conferencias, en la medida de lo posible hoy en día. Porque nuestra intención es estudiar la evolución del mundo y del hombre, en el pasado, en el presente y en el futuro, a la luz del conocimiento-iniciático.

Por lo tanto, tendré que comenzar hablando de cómo puede adquirirse ese conocimiento iniciático. La propia forma en que se habla hoy de estas cuestiones, distingue claramente el conocimiento iniciático del pasado respecto del actual. En el pasado, los maestros se esforzaban por llegar a la percepción de lo suprasensible en el mundo y en el hombre. En los sentimientos de los alumnos que acudían a ellos, causaban una fuerte impresión gracias a sus cualidades puramente humanas, y los alumnos aceptaban los conocimientos que ofrecían, no bajo ninguna coacción, sino en respuesta a la autoridad personal del maestro.

De ahí que, durante toda la evolución del hombre hasta nuestros días, se describa siempre la existencia de grupos separados de alumnos, cada uno bajo la dirección de un maestro, un "gurú", a cuya autoridad se sometían. Incluso en este punto, -como en muchos otros que abordaremos en estas conferencias-, el conocimiento iniciático de hoy en día no puede seguir el antiguo camino. El "gurú" nunca hablaba del camino mediante el cual él había alcanzado su propio conocimiento, y en aquellos tiempos pasados ni siquiera se consideraba la instrucción pública sobre el camino hacia el conocimiento superior. Tales estudios se llevaban a cabo únicamente en los Centros de Misterios, que en aquellos días servían como universidades para aquellos que seguían un camino suprasensible.

En vista del nivel general de conciencia humana que se ha alcanzado en el momento actual de la historia, tal camino ya no sería posible. Por lo tanto, se espera que cualquiera que hable hoy en día de conocimiento suprasensible, lo haga diciendo inmediatamente cómo se adquiere este conocimiento. Al mismo tiempo, debe dejarse a cada uno la libertad de decidir, -de acuerdo con su propio modo de vida-, su actitud ante esos ejercicios para el cuerpo, el alma y el espíritu, a través de los cuales se desarrollan ciertas fuerzas dentro del hombre. Estas fuerzas miran más allá de las leyes de la naturaleza, más allá del momento presente, hacia el verdadero ser del mundo y, con ello, hacia el verdadero ser del hombre mismo. De ahí que el curso obvio de nuestros estudios sea comenzar por lo menos con algunas observaciones preliminares sobre el modo en que el hombre de hoy puede adquirir el conocimiento de lo suprasensible.

Así pues, debemos partir del hombre tal como es realmente en la existencia terrena, en relación con el espacio y el tiempo presente. Como ser terrenal, el hombre abarca en su naturaleza anímico-corporal, -digo deliberadamente naturaleza anímico-corporal-, una triplicidad: un ser pensante, un ser sintiente y un ser de voluntad. Y cuando observamos todo lo que hay en el ámbito del pensar, en el ámbito del sentir y en el de la voluntad, visibilizamos la totalidad del ser humano que participa en la existencia terrena.

Veamos primero el factor más importante en el hombre, a través del cual toma su lugar en la existencia terrenal. Este es ciertamente su pensar. Esa lucidez que necesita para examinar el mundo, se la debe como hombre terrenal, a su naturaleza pensante. En comparación con este pensar lúcido, su sentir es oscuro, y en cuanto a su voluntad, -esas profundidades de su ser de las que surge la voluntad-, todo eso está completamente fuera de su alcance, para la observación ordinaria.

Piensen en el pequeño papel que desempeña su voluntad en el mundo y las experiencias ordinarias. Digamos que se proponen mover una silla. Primero piensan en llevarla de un sitio a otro. Se forman ustedes un concepto de ello. Ese concepto pasa, de una manera que desconocemos, directamente a la sangre y a los músculos. Y lo que ocurre en la sangre y los músculos -y también en los nervios- mientras levantan la silla y la llevan a otro lugar, para ustedes sólo existe como una idea. La verdadera actividad interna que tiene lugar dentro de su piel es totalmente inconsciente. Sólo el resultado entra en su pensar.

De manera que de todas sus actividades cuando están despiertos, la voluntad es la más inconsciente. Más adelante hablaremos de la actividad durante el dormir. Durante la actividad de la vigilia, la voluntad permanece en la más absoluta oscuridad; una persona sabe tan poco acerca del paso de su pensar a la voluntad, como en la vida ordinaria en la Tierra sabe de lo que sucede entre dormirse y despertarse. Incluso cuando alguien está despierto, en lo concerniente  a la naturaleza interna de la voluntad está dormido. Sólo la facultad de formar conceptos, la facultad de pensar, entra claramente en la vida del hombre en la Tierra. El sentir se encuentra a medio camino entre el pensar y la voluntad. Y así como el sueño se sitúa entre el dormir y el despertar, como una concepción indefinida y caótica, medio dormida, medio despierta, así también, el sentir es realmente un sueño despierto del alma, situándose a medio camino entre la voluntad y el pensar. Debemos tomar como punto de partida la claridad del pensar; pero ¿Cómo transcurre el pensar en la vida ordinaria de la Tierra?

En toda la vida de un ser humano en la Tierra, el pensar desempeña un papel bastante pasivo. Seamos sinceros al observarnos a nosotros mismos. Desde el momento en que se despierta hasta que se va a dormir, el hombre está enfrascado por los asuntos del mundo exterior. Deja que las impresiones sensoriales fluyan dentro de él, uniéndose con ellas los conceptos. Cuando las impresiones sensoriales desaparecen, sólo quedan en el alma representaciones de ellas, que gradualmente se convierten en recuerdos. Pero, como he dicho, si como seres terrenales nos observamos honestamente, debemos admitir que en los conceptos adquiridos de la vida ordinaria no hay nada que no haya llegado al alma desde el mundo externo a través de los sentidos. Si examinamos sin prejuicios lo que llevamos en el fondo de nuestra alma, encontraremos siempre que fue ocasionado por alguna impresión del exterior.

Esto se aplica particularmente a las ilusiones de aquellos místicos que, -lo digo expresamente-, no profundizan lo suficiente. Creen que por medio de un entrenamiento espiritual más o menos nebuloso pueden llegar a una experiencia interior de una divinidad superior subyacente al mundo. Y a estos místicos a medias, se les oye decir a menudo cómo surgió en ellos una luz anímica interna, cómo tuvieron una especie de visión espiritual.

Cualquiera que se observe a sí mismo de cerca y con honestidad llegará a ver que muchas visiones místicas pueden atribuirse a meras experiencias sensoriales externas que se han transformado con el paso del tiempo. Por extraño que pueda parecer, es posible que algún místico, a la edad quizás de cuarenta años, crea que ha tenido una impresión directa, imaginativa, una visión, de, -tomemos algo concreto-, el Misterio del Gólgota, que visualiza el Misterio del Gólgota interiormente, espiritualmente. Esto le produce un sentimiento de gran exaltación. Ahora bien, un psicólogo realmente bueno, que pueda hacer un seguimiento a lo largo de la vida terrenal de este místico, puede encontrar que cuando era un niño de diez años fue llevado por su padre a una visita, donde vio un pequeño cuadro. Era un cuadro del Misterio del Gólgota, y en aquel momento apenas causó impresión en su alma. Pero la impresión permaneció, y en una forma cambiada se hundió profundamente en su alma, para resurgir a los cuarenta años como una gran experiencia mística.

 Esto es algo que hay que subrayar especialmente cuando alguien se aventura, más o menos públicamente, a decir algo sobre las vías del conocimiento suprasensible. Aquellos que no se toman el asunto muy en serio suelen hablar de forma superficial. Son justamente los que pretenden tener el derecho de hablar sobre las vías místicas y suprasensibles los que deberían conocer los errores en esta cuestión, que pueden hacer que las personas se extravíen. Deberían comprender plenamente que el auto conocimiento ordinario se compone principalmente de impresiones externas transformadas, y que el genuino auto conocimiento debe buscarse hoy en día a través del desarrollo interior, invocando fuerzas del alma que antes no existían. Esto requiere que nos demos cuenta de la naturaleza pasiva de nuestro pensar habitual. El pensar crea todas las impresiones tal como los sentidos lo desean. Lo que está arriba en el pensar, permanece arriba; lo que está abajo, permanece abajo, lo anterior también es anterior en el pensar, lo posterior también es posterior en el pensar. Por lo tanto, por regla general, no sólo en la vida ordinaria, sino también en la ciencia, los conceptos del hombre se limitan a seguir los procesos del mundo exterior. Nuestra ciencia ha llegado al extremo de hacer un ideal de descubrir cómo las cosas siguen su curso en el mundo externo sin dejar que el pensar tenga la menor influencia sobre ellas. En su propia esfera, los científicos tienen mucha razón; siguiendo este método han hecho enormes avances. Pero cada vez pierden más de vista el verdadero ser del hombre. Porque el primer paso en esos métodos para desarrollar las fuerzas internas del alma que conducen a la cognición suprasensible, que nosotros llamamos meditación y concentración, es encontrar el camino para pasar del pensar puramente pasivo al pensar que es interiormente activo.

Voy a empezar describiendo este primer paso de una manera bastante elemental. En lugar de suscitar un concepto mediante algo externo, podemos extraerlo totalmente de nuestro interior y dejarle que ocupe el centro de nuestra conciencia. Lo importante no es que el concepto corresponda a una realidad, sino que surja de las profundidades del alma como algo activo. De ahí que no nos sirva tomar cualquier cosa que recordemos, pues en la memoria se aferran a nuestros conceptos todo tipo de impresiones vagas. Por lo tanto, si recurrimos a la memoria, no estaremos seguros de que no se nos cuelen cosas extrañas, ni de que realmente meditemos con la debida actividad interior. Hay tres maneras posibles de proceder, y no es necesario perder la independencia en ninguna de ellas. Es preferible un concepto simple, fácil de aprehender, una creación del momento, que no tenga nada que ver con lo que se recuerda. Para nuestro propósito puede ser incluso algo bastante paradójico, deliberadamente alejado de cualquier idea recibida pasivamente. Sólo tenemos que asegurarnos de que la meditación se produzca mediante nuestra propia actividad interior.

La segunda forma es acudir a alguien con experiencia en este campo y pedirle que sugiera un tema para la meditación. En ese caso, puede haber el temor de volverse dependiente de él. Sin embargo, si desde el momento en que se recibe la meditación, uno es consciente de que cada paso se ha dado de forma independiente, mediante una actividad interior propia, y que lo único que no está determinado por uno mismo es el tema, que, puesto que viene de otra persona, tiene que ser tomado activamente, cuando uno es consciente de todo esto, ya no hay ninguna cuestión de dependencia. Entonces es particularmente necesario seguir actuando con plena conciencia.

Y por último, la tercera vía. Se puede buscar la instrucción de un maestro que, -podría decirse-, permanezca invisible. El alumno toma un libro que no haya visto nunca, lo abre al azar y lee una frase cualquiera. Así puede estar seguro de llegar a algo totalmente nuevo para él, y entonces debe trabajarlo con actividad interior. La frase, o tal vez alguna ilustración o diagrama del libro, puede servir de tema de meditación, siempre que esté seguro de no haberla visto antes. Este es el tercer método, y de este modo se puede crear un maestro de la nada. Hay que encontrar el libro y mirarlo, y elegir de él una frase, un dibujo o cualquier otra cosa: todo esto constituye el maestro.

De ahí que hoy en día sea perfectamente posible emprender el camino hacia el conocimiento superior de tal manera que el pensar activo requerido no se vea injustificadamente invadido por ningún otro poder. Esto es esencial para la humanidad actual. En el curso de estas conferencias veremos cuán necesario es para las personas de hoy, especialmente cuando desean progresar en el camino hacia mundos superiores, respetar y atesorar su propio libre albedrío. De lo contrario, ¿Cómo puede desarrollarse la actividad interior? En cuanto alguien se vuelve dependiente de otro, su propia voluntad se frustra. Y es importante que la meditación de hoy en día se lleve a cabo con actividad interior, desde la voluntad en el pensar, que apenas se valora hoy en día, con la ciencia moderna poniendo todo el énfasis en la observación pasiva del mundo exterior.

De esta manera podemos llegar al pensar activo, cuyo ritmo de progreso depende totalmente del individuo. Alguno lo conseguirá en tres semanas, si persevera en los mismos ejercicios. Otro tardará cinco años, otro siete, otro diecinueve, y así sucesivamente. Lo esencial es que nunca ceje en su empeño. Llegará un momento en que reconocerá que su pensar ha cambiado realmente: ya no discurre en las viejas imágenes pasivas, sino que está interiormente lleno de energía, una fuerza que, aunque la experimenta con toda claridad, sabe que es una fuerza tan grande como la necesaria para levantar un brazo o señalar con el dedo. Llegamos a conocer un pensar que parece sostener todo nuestro ser, un pensar que puede golpear contra un obstáculo. No es una forma de hablar, sino una verdad concreta que podemos experimentar. Sabemos que el pensar ordinario no hace tal cosa. Cuando yo choco contra una pared y me hago daño, mi cuerpo físico ha recibido un golpe por la fuerza del contacto. Esta fuerza de contacto depende de que yo sea capaz de golpear mi cuerpo contra los objetos. Soy yo quien golpea. El pensar pasivo ordinario no golpea nada, sino que simplemente se ofrece para ser golpeado, pues no tiene realidad; no es mas que una imagen. Pero el pensar al que llegamos de la manera descrita es una realidad, algo en lo que vivimos. Puede golpear contra algo como un dedo puede golpear la pared. Y del mismo modo que sabemos que nuestro dedo no puede atravesar la pared, también sabemos que con este pensar real no podemos comprenderlo todo. Es un primer paso. Tenemos que dar este paso, esta conversión del propio pensar activo en un órgano del tacto anímico, para que nos sintamos pensar de la misma manera que caminamos, agarramos o tocamos; para que sepamos que vivimos en un ser real, no sólo en el pensar ordinario que sólo crea imágenes, sino en una realidad, en el órgano del tacto anímico en el que nosotros mismos nos hemos convertido.

Ese es el primer paso: cambiar nuestra forma de pensar para poder sentir: Ahora ustedes mismos se han convertido en el pensador. Eso lo redondea todo. Con este pensar no ocurre lo mismo que con el tacto físico. Un brazo, por ejemplo, crece a medida que crecemos, de modo que cuando somos adultos nuestras proporciones siguen siendo correctas. Pero el pensar que se ha vuelto activo es como un caracol, capaz de extender los sentidos o de retraerlos. En este pensar vivimos en un ser ciertamente lleno de fuerza pero interiormente móvil, moviéndose hacia delante y hacia atrás, interiormente activo. Con este órgano del tacto de gran alcance podemos, -como veremos-, palpar en el mundo espiritual; o, si esto es espiritualmente doloroso, retroceder.

Todo esto debe ser tomado en serio por aquellos que desean acercarse al verdadero ser del hombre, a la transformación de toda su naturaleza. Porque no descubrimos lo que es realmente un hombre a menos que empecemos por ver en él algo más allá de lo que perciben nuestros sentidos terrenales. Todo lo que se desarrolla mediante la actividad del pensar es el primer miembro suprasensible del hombre; más adelante lo describiré con más detalle. Primero tenemos el cuerpo físico del hombre que puede ser percibido por nuestros órganos sensoriales ordinarios, y que ofrece resistencia al encontrarse con los órganos ordinarios del tacto. Luego tenemos nuestro primer miembro suprasensible, -podemos llamarlo cuerpo etérico o cuerpo de fuerzas formativas. Hay que llamarlo de alguna manera, pero el nombre es inmaterial. En el futuro lo llamaré cuerpo etérico o cuerpo de fuerzas formativas. Aquí tenemos nuestro primer miembro suprasensible, tan perceptible para un poder superior del tacto, en el que se ha transformado el pensar, como las cosas físicas son perceptibles para el sentido físico del tacto. El pensar se convierte en un tacto suprasensible, y por medio de este tacto suprasensible el cuerpo etérico o de fuerzas formativas puede ser, en el sentido superior, tanto captado como visto. Este es el primer paso real, por así decirlo, hacia el mundo suprasensible.

Por la forma misma en que he tratado de describir el paso del pensar a la experiencia de una fuerza real dentro de uno, se darán cuenta del poco sentido que tiene, en lo que concierne al genuino desarrollo espiritual, decir, por ejemplo, que cualquiera que desee entrar en el mundo espiritual por este camino se está entregando meramente a la fantasía o cediendo a la autosugestión. Pues la primera reacción de muchas personas es decir: "Cualquiera que hable de los mundos superiores en relación con un entrenamiento de este tipo está simplemente imaginando algo que se ha autosugestionado". Luego otros retoman el estribillo, diciendo tal vez: "Incluso es posible que alguien a quien le guste la limonada sólo tenga que pensar en ella e inmediatamente se le haga la boca agua, como si estuviera bebiendo limonada". La autosugestión tiene tal poder".

Todo esto puede ser ciertamente así, y cualquiera que esté tomando el camino correcto que hemos indicado hacia el mundo espiritual debe estar bien informado de las cosas que los fisiólogos y psicólogos pueden llegar a conocer intelectualmente, y debe tener un conocimiento completamente práctico de las precauciones que deben observarse. Pero a cualquiera que crea que puede persuadirse a sí mismo por autosugestión de que está bebiendo limonada, aunque no tenga ninguna, yo le respondería: "Sí, eso es posible - ¡pero muéstrenme al hombre que ha saciado una sed real con limonada imaginaria autosugestionada!". Ahí es donde empieza la diferencia entre lo que simplemente se imagina pasivamente y lo que realmente se experimenta. Manteniéndonos en contacto con el mundo real y haciendo que nuestro pensar sea activo, alcanzamos la etapa de vivir espiritualmente en el mundo de tal manera que el pensar se convierte en un tocar. Naturalmente es un tocar que no tiene nada que ver con sillas o mesas; pero aprendemos a tocar en el mundo espiritual, a entrar en contacto con él, a entrar en una relación viva con él. Precisamente por medio de este pensar activo aprendemos a distinguir entre las fantasías místicas de la autosugestión y la experiencia de la realidad espiritual.

Todas estas objeciones se deben a que la gente aún no ha examinado la forma en que el saber iniciático moderno describe el camino para hoy. Se contentan con juzgar desde fuera un asunto del que pueden haber oído simplemente el nombre, o del que han adquirido un pequeño conocimiento superficial. Aquellos que entran en el mundo espiritual de la manera aquí descrita, haciéndoles posible entrar en contacto con él y tocarlo, saben distinguir entre la mera formación de un concepto posterior de lo que han experimentado mediante el pensar activo y la propia experiencia perceptiva. En la vida ordinaria podemos distinguir muy bien entre la experiencia de quemarnos el dedo sin querer y la imagen posterior del incidente. Hay una diferencia muy convincente, ya que en un caso el dedo duele realmente, mientras que en el otro sólo duele en la imaginación. La misma diferencia se encuentra en un nivel superior entre las ideas que tenemos del mundo espiritual y lo que allí experimentamos realmente.

Ahora bien, lo primero que se alcanza de este modo es el verdadero auto conocimiento. Pues, así como para nuestra percepción inmediata tenemos en la vida, aquí una mesa, sillas allá, y todo este espléndido salón -¡con el reloj que no funciona!-, y así sucesivamente; así como todo esto está ante nosotros en el espacio, y es perceptible en cualquier momento, así se da a conocer, para el pensar que se ha vuelto activo y real, el mundo del tiempo, inicialmente en la forma del mundo del tiempo que está ligado al propio ser humano. Las experiencias pasadas, que normalmente sólo pueden recuperarse como imágenes de la memoria, se presentan ante él como un cuadro inmediatamente presente de acontecimientos del pasado. Las personas que experimentan un shock por la amenaza de una muerte inminente, tal vez por ahogamiento, describen lo mismo; y eso que describen también lo confirman, -siempre añado esto-, aquellas personas que piensan de un modo totalmente materialista. A alguien que se encuentra en peligro de muerte puede aparecerle un cuadro interior de su vida pasada. Y esto es, en efecto, lo que les sucede también a las personas que han hecho activo su pensar; de pronto surge ante sus almas un cuadro de su vida desde el momento en que aprendieron a pensar hasta el presente. El tiempo se convierte en espacio; el pasado se hace presente; un cuadro se presenta ante sus almas. Lo más característico de esta experiencia, -mañana tendré que profundizar en ello-, es que, al ser todo como un cuadro, se sigue teniendo cierta sensación de espacio, pero sólo una sensación. Pues el espacio que ahora se experimenta carece de la tercera dimensión; es sólo bidimensional, como en una imagen. Por esta razón llamo a esta cognición Imaginativa, -una cognición pictórica que trabaja, como en una pintura, con dos dimensiones.

Puede que se pregunten: Cuando tengo esta experiencia de sólo dos dimensiones, ¿Qué ocurre si, aún experimentando dos dimensiones, voy más allá? No hay ninguna diferencia. Perdemos toda experiencia de una tercera dimensión. En una ocasión posterior hablaré de cómo, en nuestros días, debido a que ya no hay conciencia de tales cosas, la gente que busca lo espiritual busca una cuarta dimensión como camino hacia ello. La verdad es que cuando pasamos de lo físico a lo espiritual, no aparece ninguna cuarta dimensión, sino que la tercera desaparece. Debemos acostumbrarnos a los hechos reales en esta esfera, como hemos tenido que hacer en otras. Antes se pensaba que la Tierra era plana y que se extendía en una región indefinida donde acababa bruscamente; y así como fue un avance cuando la gente supo que si navegamos alrededor de la Tierra volvemos a nuestro punto de partida, así también será un avance en nuestra comprensión interior del mundo cuando sepamos que, en el mundo espiritual, no pasamos de la primera, segunda y tercera dimensiones a una cuarta, sino que volvemos a dos dimensiones solamente. Y veremos cómo, finalmente, volvemos a una sola. Ese es el verdadero estado de cosas.

Podemos ver cómo, al observar el mundo exterior, la gente hoy en día se aferra de una manera superficial a los números: primera dimensión, segunda, tercera - y por tanto debe haber una cuarta. No, no solo no la hay, sino que volvemos a las dos dimensiones; la tercera se disuelve y llegamos a un conocimiento verdaderamente imaginativo. Cuando examinamos en imágenes poderosas las experiencias de nuestra vida terrenal pasada, nos llega primero como un cuadro de nuestra vida, y cómo las hemos atravesado interiormente. Y esto difiere considerablemente de los simples recuerdos.

 Las imágenes de la memoria ordinaria nos hacen sentir que proceden esencialmente de conceptos del mundo exterior, experiencias de placer, dolor, de lo que otras personas nos han hecho, de su actitud hacia nosotros. Eso es lo que experimentamos principalmente en nuestros recuerdos puramente conceptuales.

En el cuadro del que estoy hablando, es diferente. Allí experimentamos... bueno, pongamos un ejemplo. Tal vez hace diez años conocimos a alguien. En la memoria ordinaria veríamos cómo vino a nuestro encuentro, qué nos hizo de bueno o de malo, etcétera. Pero en el cuadro de la vida revivimos la primera vez que vimos a ese hombre, lo que hicimos y experimentamos para ganarnos su amistad, cuáles fueron nuestras impresiones. De manera que en dicho cuadro, sentimos lo que se desarrolla exteriormente desde nuestro interior, mientras que la memoria ordinaria muestra lo que se desarrolla interiormente desde fuera.

Así pues, del cuadro podemos decir que nos trae algo parecido a una experiencia presente en la que una cosa no sigue a otra, como en el recuerdo, sino que una cosa está al lado de otra en un espacio bidimensional. De ahí que el cuadro de la vida pueda diferenciarse fácilmente de las imágenes del recuerdo.

Ahora bien, con ello lo que se consigue es un aumento de nuestra actividad interior, la experiencia activa de la propia personalidad. Esta es su característica esencial. Uno vive y desarrolla más intensamente las fuerzas que irradian de la personalidad. Una vez superada esta experiencia, hay que ascender un peldaño más, y esto es algo que nadie hace de buen grado. Ello implica la más rigurosa disciplina interior. Porque lo que se experimenta a través de esta panorámica de vida, a través de las imágenes que presentan al alma las propias experiencias, nos proporciona un sentimiento de felicidad personal, incluso en el caso de experiencias pasadas que fueron realmente dolorosas. A este conocimiento imaginativo se une un sentimiento de felicidad tremendamente fuerte.

Es este sentimiento subjetivo de felicidad el cual ha inspirado todos esos ideales y descripciones religiosas, -en el Mahometanismo, por ejemplo-, donde la vida más allá de la Tierra es representada en términos tan brillantes. Son el resultado imaginativo de esta experiencia de felicidad.

Para dar el siguiente paso, es preciso olvidar este sentimiento de felicidad. Porque cuando, en perfecta libertad, hemos ejercido primero nuestra voluntad para hacer activo nuestro pensar por medio de la meditación y la concentración, como he descrito, y por medio de este pensar activo hemos avanzado hasta la experiencia del cuadro de la vida, tenemos entonces que emplear todas nuestras fuerzas en borrarlo de nuestra conciencia. En la vida ordinaria, esta eliminación es a menudo demasiado fácil. Los estudiantes que se examinan tienen buenas razones para quejarse de ello. El sueño ordinario tampoco es más que un borrado pasivo de todo lo que hay en nuestra conciencia diurna. El candidato a un examen difícilmente borrará sus conocimientos conscientemente; es un proceso pasivo, un signo de debilidad en el ámbito de los acontecimientos presentes. Sin embargo, cuando se ha adquirido la fuerza necesaria, este borrado es necesario para el siguiente paso hacia el conocimiento suprasensible.

Ahora bien, sucede fácilmente que, al concentrar todas las fuerzas de su alma en un tema que él mismo ha elegido, un hombre desarrolla el deseo de aferrarse a él, y como un sentimiento de felicidad está conectado con este proyecto de vida, se aferra a él con mayor facilidad y firmeza. Pero uno debe ser capaz de extinguir de la conciencia aquello por lo que se ha esforzado mediante el aumento de sus poderes. Como he señalado, esto es mucho más difícil que borrar cualquier cosa en la vida ordinaria.

Sin duda sabrán que cuando las impresiones de los sentidos de una persona han sido gradualmente apagadas; cuando todo está oscuro a su alrededor y no puede ver nada; cuando todo el ruido está apagado de modo que no oye nada e incluso las impresiones del día están suprimidas, se duerme. Esta conciencia vacía, que le sobreviene a cualquiera al borde del sueño, tiene ahora que producirse a voluntad. Pero mientras todas las impresiones conscientes, incluso las autoinducidas, tienen que ser borradas, lo más importante para el estudiante es permanecer despierto. Debe tener la fuerza, la actividad interior, para mantenerse despierto mientras ya no recibe impresiones del exterior, ni experiencia alguna. Se produce así una conciencia vacía, pero una conciencia vacía de la que uno es plenamente consciente.

Cuando todo lo que ha sido traído a la conciencia a través de fuerzas potenciadas es borrado y la conciencia se vacía, no permanece así, porque entonces se entra en la segunda etapa del conocimiento. Podemos llamarlo conocimiento Inspirativo, en contraste con el conocimiento Imaginativo. Si nos hemos esforzado por vaciar la conciencia mediante una preparación de este tipo, -entonces, al igual que el mundo visible está normalmente ahí para que lo vean nuestros ojos y el mundo sonoro para que lo oigan nuestros oídos-, se hace posible que el mundo espiritual se presente a nuestra alma. Ya no son nuestras propias experiencias, sino un mundo espiritual que nos empuja. Y si somos tan fuertes que hemos sido capaces de suprimir toda la vida de una vez, -dejándola aparecer y luego borrándola, de modo que después de experimentarla vaciamos nuestra conciencia de ella-, entonces la primera percepción que surge en este vacío es la de nuestra vida preterrenal, la vida anterior a la concepción y al descenso a un cuerpo físico. Esta es la primera experiencia suprasensible real que le llega al hombre después de haber vaciado su conciencia: él contempla su propia vida preterrenal. A partir de ese momento llega a conocer el lado de la inmortalidad que nunca se saca a la luz hoy en día. La gente habla de la inmortalidad sólo como la negación de la muerte. Ciertamente, este lado de la inmortalidad es tan importante como el otro, -tendremos mucho más que decir al respecto-, pero la inmortalidad que llegamos a conocer por primera vez de la manera que he indicado brevemente no es la negación de la muerte, sino el "no nacimiento", la negación del nacimiento; y ambos lados son igualmente reales. Sólo cuando los hombres vuelvan a comprender que la eternidad tiene estas dos caras, -inmortalidad y "no-nacimiento"- podrán reconocer de nuevo en el hombre lo que es perdurable, verdaderamente eterno.

Todas las lenguas modernas tienen una palabra para inmortalidad, pero han perdido la palabra "nonato", aunque las lenguas antiguas la tenían. Este lado de la eternidad, el "no nacer", se perdió primero, y ahora, en esta era materialista, amenaza el trágico momento en que puede perderse todo conocimiento de la inmortalidad, porque en el reino del puro materialismo la gente ya no está dispuesta a saber nada de la parte espiritual del hombre.

Hoy sólo he podido indicar, y muy brevemente, los primeros pasos en el camino hacia los mundos suprasensibles. En los próximos días se describirá algo más, y luego volveremos sobre lo que puede saberse en ese camino sobre el hombre y el mundo, en el presente y en el pasado, y también sobre lo que debe saberse para el futuro.

Traducido por J.Luelmo ago,2023


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919