GA227 Penmaenmawr, 28 de agosto de 1923 La vida del hombre después de la muerte en el cosmos espiritual

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    RUDOLF STEINER 

Conocimientos de Iniciación

LA VIDA DEL HOMBRE DESPUES DE LA MUERTE EN EL COSMOS ESPIRITUAL

 Penmaenmawr, 28 de agosto de 1923

décima conferencia

Si queremos mostrar a nuestras almas la naturaleza de nuestras experiencias entre la muerte y el renacimiento, debemos ante todo captar la gran diferencia que existe entre ellas y las de la vida terrenal. Aquí en la Tierra llevamos a cabo todo lo que hacemos de tal manera que, una vez hecho, se separa de nosotros, ya no nos pertenece. Por ejemplo, fabricamos diversas cosas y éstas se desprenden de nosotros. La mayoría de la gente se libera de ellas vendiéndolas. De ahí que nos encontremos con que todo lo que un hombre hace en la Tierra, como resultado de su voluntad, sale al mundo de tal manera que siente relativamente, -digo expresamente, relativamente-, poca conexión con ello. Y los pensamientos a partir de los cuales crea algo en la Tierra se deslizan de nuevo dentro de él, hacia su ser interior, donde permanecen meramente pasivos o se convierten en recuerdos, hábitos, aptitudes.

Entre la muerte y un nuevo nacimiento hay una diferencia. Allí, todo lo que el hombre realiza vuelve a él, en cierto sentido.

Ahora bien, debemos recordar que aquí en la Tierra ejercemos nuestros impulsos volitivos sobre las cosas que pertenecen a los reinos de la naturaleza mineral, vegetal y  animal. Más o menos los moldeamos, los movemos e incluso ponemos en movimiento a otras personas.

En el mundo espiritual, entre la muerte y el renacimiento, nos movemos entre Seres puramente espirituales, en parte con aquellos cuya existencia entera ha transcurrido en el mundo espiritual, que nunca han estado encarnados en la sustancia terrenal. Entre tales Seres se cuentan las Jerarquías superiores: los Ángeles, los Exusiai, los Serafines y los Querubines. Pueden preferirse otros nombres; pero tampoco aquí hay necesidad de discutir sobre terminología. Estos nombres particulares son antiguos y venerables; bien pueden utilizarse ahora para lo que estamos redescubriendo en los reinos espirituales.

Por consiguiente, entre su muerte y su renacimiento, el hombre habita en parte entre estos Seres, y en parte con las almas de aquellos hombres que se han despojado de sus cuerpos terrestres y han tomado cuerpos espirituales; o con aquellas almas que están esperando su próximo reingreso en la Tierra. A decir verdad, esta coexistencia depende un poco de que estemos relacionados con tales almas, de que hayamos formado un lazo con ellas en la vida terrestre. Pues aquellas personas con las que no hemos estado en estrecho contacto en la Tierra, poco tienen que ver con nosotros en el mundo espiritual. Tendré más que decir sobre esto.

Además, el hombre está en relación con otros seres que nunca se han incorporado tan directamente a la vida terrena como lo ha hecho él, pues se encuentran en un estadio inferior y no están preparados para adoptar la forma humana. Estos seres son los elementales que viven en los reinos de la naturaleza, en el reino vegetal, en el reino mineral, así como en el de los animales. Así, entre la muerte y el renacimiento, el hombre crece junto con todo el mundo poblado de espíritus.

Debo añadir que estos seres son perceptibles para la conciencia Inspirada, Intuitiva e Imaginativa, pues con estas formas de conciencia se puede ver en el mundo en el cual vivimos entre la muerte y un nuevo nacimiento.

Porque entonces un hombre vive de una manera muy diferente, todo su estado de ánimo y su condición cambian. Cuando aquí en la Tierra, por ejemplo, -vuelvo sobre este tema tan importante-, fabricamos una máquina, nuestra acción, la manipulación y el encaje de las piezas, fluyen de nuestra voluntad y de nuestro pensar. Pero todo esto se desprende de nosotros. Cuando entre la muerte y un nuevo nacimiento estamos en el mundo espiritual, -donde como almas estamos continuamente activos, siempre haciendo algo-, de nuestras acciones resplandece algo que reconocemos como pensamientos que viven en la luz. Aquí en la Tierra un pensamiento permanece con nosotros; allí, brilla en todo lo que hacemos, resplandeciendo como un ser de luz. De modo que en el mundo espiritual nunca podemos hacer nada sin que de ello brote un pensamiento. Este pensamiento no es como el de un ser humano terrenal, que a menudo puede ocultar, por muy dañino que sea, pues se trata de un pensamiento personal, individual. Pero en la vida entre la muerte y el renacimiento, el pensamiento que brota de las cosas es un pensamiento cósmico, que expresa la respuesta de todo el mundo cósmico espiritual a lo que estamos haciendo.

Ahora imagínense esto vívidamente. En la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento, el hombre está activo. A través de su actividad, toda acción del alma, todo gesto, podría decirse que cada toque, se transforma inmediatamente en un pensamiento cósmico, de modo que al hacer cualquier cosa la imprimimos en el mundo espiritual. Entonces resuena por todas partes una respuesta del Cosmos; de aquello que hacemos surge lo que el Cosmos dice de ello, y este veredicto cósmico es definitivo. Pero eso no es todo. En este destello del pensamiento del mundo cósmico, resplandece algo más, otros pensamientos que no podemos decir que se originen en el Cosmos. Así encontramos los pensamientos brillantemente destellantes impregnados por toda clase de pensamientos oscuros, que destellan en nuestro entorno.

Mientras que los pensamientos del Cosmos que brillan intensamente nos llenan de un profundo sentimiento de placer, los que destellan, -muy a menudo, aunque no siempre-, conllevan algo extraordinariamente inquietante; porque son pensamientos que aún siguen actuando desde nuestra vida en la Tierra. Si durante la vida terrenal hemos cultivado buenos pensamientos, después de la muerte éstos resplandecen en el radiante entorno cósmico. Si hemos cultivado malos pensamientos, pensamientos malvados, puede decirse que resplandecen hacia nosotros desde los pensamientos resplandecientes del veredicto cósmico.

De este modo, contemplamos tanto lo que el Cosmos nos dice como lo que nosotros mismos hemos traído al Cosmos. No se trata de un mundo que se desprende de la persona, sino que permanece íntimamente ligado a ella. Después de la muerte, lleva consigo su existencia cósmica y, como recuerdo, su última existencia en la Tierra. Su siguiente tarea es dejar a un lado esta vida terrenal y acostumbrarse a una forma de vida diferente, para convertirse en un ser cósmico en el verdadero sentido. Mientras estemos en esa región de experiencia espiritual que en mi libro Teosofía llamé el mundo del alma, estamos pre-ocupados con esta secuela de pensamientos terrenales relucientes, modos de vida terrenales, aptitudes terrenales. Debido a esto, convertimos en grotescas lo que creemos que podrían ser bellas formas cósmicas, y así, bajo la guía de estas formas cósmicas distorsionadas durante nuestro paso por el mundo del alma, vagamos por el Cosmos hasta que nos liberamos de todo lo que nos ata a la Tierra. Entonces podemos encontrar nuestro camino en la esfera llamada tierra de los espíritus en mi libro, Teosofía. Entonces hemos dejado atrás el estado de alma habitual para nosotros en la vida física en la Tierra, y somos capaces de actuar en perfecta conformidad con las admoniciones de aquellos Seres espirituales en cuya esfera tenemos que entrar como el único en el que nos es posible estar.

Como verán, un hombre no se lleva consigo al mundo después de la muerte nada de lo que vive en sus cuerpos físico y etérico. Eso es desechado y se hunde en el Cosmos. Sólo se lleva consigo lo que, como Yo y cuerpo astral, ha experimentado dentro de sus cuerpos físico y etérico.

De esto se desprende algo de extraordinaria significación e importancia. Mientras un hombre anda por la Tierra, considera su cuerpo físico y su cuerpo etérico, -del que sabe poco, pero al menos lo siente en sus facultades de crecimiento, etc.-, como su propio cuerpo, aunque no tiene derecho a hacerlo. Sólo su Yo y su cuerpo astral son suyos. Todo lo que está presente en su cuerpo físico y en su cuerpo etérico, -incluso mientras está en la Tierra-, es propiedad de los Seres divino-espirituales que viven y tejen en ellos, y continúan su labor mientras el hombre está ausente durmiendo. Mal le iría a cualquiera si tuviera que cuidar de sus propios cuerpos etérico y físico en continua vigilia entre el nacimiento y la muerte. Una y otra vez se ve obligado a entregar sus cuerpos físico y etérico a los dioses, especialmente durante la infancia, pues entonces dormir es lo más importante de todo. Más tarde en la vida, el sueño sólo actúa como un corrector; el sueño realmente provechoso es el que le llega al niño en los primeros años de su vida. Así pues, el ser humano tiene que ceder continuamente sus cuerpos físico y etérico al cuidado de los Dioses.

En épocas pasadas de la evolución humana esto se percibía tan claramente que al cuerpo se le llamaba el templo de los dioses, pues así se experimentaba su maravillosa estructura. Y en todas las obras arquitectónicas, -esto puede verse mejor en los edificios orientales, pero también en los de Egipto y de Grecia-, se seguían las leyes del cuerpo físico y del cuerpo etérico. En la forma misma en que se colocan los Querubines en los templos de Oriente, en la actitud de una esfinge, o en la colocación de los pilares, -en todo esto se ha hecho revivir la obra de los Seres divino-espirituales en los cuerpos físico y etérico humanos. En el curso de la evolución, la conciencia de esto se ha perdido; y hoy en día nos referimos al cuerpo físico como nuestro, - sin noción de lo injustificado que es esto-, mientras que como creación terrenal pertenece en realidad a los Dioses. Por eso, cuando alguien habla hoy de "mi cuerpo", cuando dice que el buen funcionamiento de su cuerpo se debe a él mismo, no es más que un ejemplo de la prodigiosa arrogancia del hombre moderno; un orgullo subconsciente, ciertamente, expresado sin tener conciencia de ello, pero no por ello menos deplorable. Demuestra cómo, al hablar de su cuerpo como si fuera suyo, la gente en realidad reclama la propiedad de los dioses, y este orgullo se encarna en su propio discurso.

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La Ciencia Espiritual debe llamar de nuevo la atención sobre todas estas cosas; debe mostrar cómo en nuestra vida naturalista ordinaria, está ya mezclado un elemento moral -y verdaderamente, como hemos visto en el caso que acabamos de referir, puede tomar una forma nada saludable. Estos asuntos muestran cómo, a través del genuino conocimiento espiritual, toda nuestra vida de sentimientos puede transformarse de tal manera que, si la Ciencia Espiritual ha sido realmente comprendida, incluso las maneras de hablar pueden llegar a ser diferentes de la manera en que a la gente le gusta hablar bajo la influencia del pensar puramente materialista.

Para comprender la experiencia ulterior que tenemos entre la muerte y el renacimiento, debemos ser capaces de recordar lo que se dijo ayer, - que, al acostumbrarse al mundo espiritual, el hombre pierde el aspecto físico de las estrellas y en su lugar surge la contraparte espiritual del brillo de sus rayos que se encuentran físicamente con el ojo. Así como la Tierra es la morada de los hombres que, con su Yo y su cuerpo astral, viven en ella como seres espirituales, ciertos Seres espirituales habitan en cada una de las estrellas. Y durante su vida física, el hombre está conectado también con los seres elementales que moran en los reinos de los minerales, las plantas y los animales. También está conectado a través de su vida corporal ordinaria con otras almas humanas. Entonces, entre la muerte y un nuevo nacimiento, está en conexión con los moradores de otras estrellas, y su vida transcurre realmente experimentando el mundo de las estrellas a través de su contraparte espiritual, a través de la vida en común con los otros Seres divino-espirituales que allí moran.

Ya hemos visto cómo, inmediatamente después de la vida terrena, pasamos por la existencia en el mundo de las almas, y cómo es esencialmente una retrospectiva viviente a través de todo lo que hemos dormido en imágenes inconscientes durante nuestras noches en la Tierra. Un tercio de la duración de la vida terrena de un hombre se emplea, pues, en desprenderse de lo que sus pensamientos centelleantes llevan a los pensamientos del Cosmos. Quien haya vivido hasta la edad de sesenta años, digamos, en la Tierra, atravesará, pues, el mundo de las almas en veinte años, mientras se desprende de todo lo que le une a la existencia física. Interiormente, durante este tiempo después de la muerte, experimenta su entrada en relación con el mundo de las estrellas, y especialmente con la Luna. Ayer hablé de un hombre que describía un círculo, por así decirlo, completando la primera mitad entre el nacimiento y la muerte, y la mitad de vuelta en un tercio de ese tiempo. Añadiré ahora que, según él, este círculo tiene lugar alrededor de la existencia lunar y de los espíritus que le pertenecen. Como señalé ayer, él no es consciente de volver a su nacimiento, por lo que su movimiento no es realmente un círculo, sino una espiral, una espiral progresiva.

La razón por la que no nos limitamos a dar vueltas alrededor de la Luna, sino que avanzamos para acercarnos a otro estado de existencia, es en parte la fuerza impulsora hacia adelante de los seres de Mercurio. Estos seres son bastante más fuertes que los de Venus. La existencia es impulsada hacia adelante por los seres de Mercurio, mientras que a través de los seres de Venus se detiene, como si estuviera terminada. De ahí que el transcurso esencial del paso del hombre por el mundo de las almas sea tal que se sienta absorbido por la actividad de Luna, Mercurio y Venus.

Debemos hacernos una idea bastante clara de esta forma de existencia. Aquí en la Tierra decimos: "Como hombre tengo una cabeza", activada principalmente por lo que podría llamarse el cerebro medio, la glándula pineal y así sucesivamente. "En medio de mi cuerpo está mi corazón, y en todo mi sistema renal el organismo para el metabolismo y el movimiento". En el mundo del alma todo esto no tendría sentido; lo hemos dejado todo de lado. Después de la muerte decimos: "Como hombre estoy constituido por lo que proviene de los espíritus lunares en la Luna". Esto corresponde a decir en la Tierra: "Tengo una cabeza". Y mientras que en la Tierra decimos: "Tengo un corazón en el pecho" -que abarca todo el sistema respiratorio y circulatorio, en el mundo de las almas decimos: "Llevo dentro de mí las fuerzas de Venus". Mientras que en la Tierra decimos: "Tengo un sistema metabólico-motor con todos sus órganos", de los cuales el principal es el sistema renal, después de la muerte tenemos que decir: "Las fuerzas procedentes de los seres de Mercurio viven en mí". Por lo tanto en la Tierra debemos decir: "Como hombre soy cabeza, pecho, parte inferior del cuerpo y extremidades"; y después de la muerte: "Como hombre soy Luna, Venus y Mercurio".

Esto se corresponde totalmente con nuestra verdadera existencia interior durante la vida. Pues toda nuestra existencia física aquí en la Tierra depende del funcionamiento conjunto de la cabeza, el corazón y el aparato digestivo: todo gira en torno a ello. El más mínimo movimiento de la mano implica la acción de la cabeza, el corazón y el aparato digestivo, pues entran en juego continuos cambios en las sustancias relevantes. Toda nuestra existencia terrenal sigue su curso en la cabeza, el corazón y las extremidades, por decirlo de forma muy resumida. Así pues, en el mundo del alma, la actividad de las fuerzas de la Luna, Mercurio y Venus en nuestro interior llena toda nuestra existencia. Y a través de esto somos transportados de hecho a una época en la que los seres humanos experimentaban la existencia natural en épocas muy pasadas de la evolución humana, épocas a las que he aludido a menudo durante estas conferencias.

En aquellos tiempos la gente tenía una especie de visión instintiva, y ya he hablado aquí de ciertos tipos de ésta que todavía se pueden encontrar. Incluso en la Tierra, un hombre de entonces tenía un presentimiento de su conexión, en la vida más allá de la Tierra, con Luna, Mercurio y Venus. ¿Por qué ha desaparecido hoy esta conciencia? Cuando alguien habla de estas cosas profundamente significativas que se ocultan tras el velo del mundo físico y de las que sólo se puede hablar desde el reino más allá del umbral, naturalmente se despiertan malos sentimientos o, por decirlo de un modo más elegante, se despierta la crítica contemporánea. En efecto, hoy en día es particularmente difícil expresar con palabras las verdades de la Iniciación. O bien hay que hacerlo con conceptos tan abstractos que la gente de hoy en día no se da cuenta de lo que se quiere decir, o bien hay que utilizar términos que realmente pertenecen a esas verdades, y eso enfada a mucha gente. Es comprensible, pues se les habla de un mundo del que quieren librarse, al que temen y odian. Pero esto no debe ser obstáculo para que se empiece a hablar honestamente de estos asuntos en círculos civilizados. Si tuviéramos una gran consideración, -aunque no nos ayudaría mucho-, hacia las personas que odian el conocimiento iniciático -no, por supuesto, ninguno de los que están aquí sentados, sino los que están en el mundo exterior-, tendríamos que decir: A medida que el hombre se acostumbra a la vida en el mundo de las almas, se encuentra en condiciones parecidas a una condición anterior en la Tierra, cuando tenía un conocimiento espiritual instintivo de la verdad y, en este conocimiento, vivía las fuerzas de la Luna. De este modo, tal vez se habría llegado a medio camino, muy respetablemente, hacia los conceptos materialistas de hoy en día; pero se habría planteado de un modo demasiado abstracto. Si uno no tiene miedo de las críticas que, por supuesto, vendrán de los pensadores materialistas, tiene que hablar de otra manera y decir: Cuando los hombres atravesaban una lejana época prehistórica de la evolución terrestre, -de la que se hablará más adelante-, incluso en la Tierra se encontraban en compañía de seres espirituales que estaban en conexión directa con el Cosmos más que con la Tierra misma. Podemos decir que los Maestros divinos, y no los terrestres, dirigían los Misterios e instruían a los seres humanos que se encontraban entonces en la Tierra.

En épocas tan remotas estos Maestros no tomaban cuerpos físicos de carne, sino que trabajaban en sus cuerpos etéricos sobre los hombres. De modo que los Maestros más elevados de los Misterios, para quienes los hombres encarnados físicamente eran meros servidores, eran etéricos y divinos; pero moraban entre los hombres de la Tierra. De ahí que estemos expresando algo muy real cuando decimos: Una vez, en un largo período pasado de la evolución humana, los Seres divino-espirituales moraron en la Tierra junto con los hombres. No siempre hacían notar su presencia si alguien, digamos, simplemente iba de paseo, pero se revelaban si una persona era conducida a ellos por el camino correcto a través de los servidores de los Templos de Misterios. Esto sólo ocurría en los Misterios, y a través de los Misterios estos Seres se convertían en compañeros de los hombres terrenales. Desde entonces se han retirado de la Tierra a la Luna, donde ahora moran como en una ciudadela cósmica, no perceptible desde la existencia terrestre, dentro del ser interior de la Luna. Así, al considerar esta existencia interior de la Luna, tenemos que verla como una reunión de aquellos Seres que una vez, en cuerpos etéricos, fueron los grandes Maestros de los hombres sobre la Tierra. Y realmente nunca debemos mirar a la Luna sin decir: Nuestros antiguos Maestros en la Tierra están ahora reunidos allí.

Nada de lo que llega a los hombres terrestres desde la Luna es inherente a ella, sino sólo lo que es reflejado por la Luna desde el resto del Cosmos. Pues la Luna refleja toda la actividad cósmica del mismo modo que refleja la luz. De ahí que cuando miramos a la Luna y vemos su luz más claramente, ésta es en realidad la menor parte de ella. Estamos viendo un espejo de las actividades cósmicas, no la vida interior de la Luna.

Dentro de la Luna habitan aquellos Seres que una vez vivieron en la Tierra, y sólo durante la vida del hombre en el mundo de las almas, después de la muerte, vuelve a estar bajo su influencia. Son estos Seres los que, de acuerdo con el juicio del pasado lejano, actúan correctoramente sobre lo que el hombre ha hecho en la Tierra. Después de la muerte, por lo tanto, en nuestra época, un hombre realmente vuelve a entrar en relación con estos Seres que anteriormente, como Seres divino-espirituales, le educaron e instruyeron a él y a toda la humanidad en la Tierra.

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Cuando el ser humano ha atravesado este reino de la Luna, su tarea en el Cosmos es entrar en la existencia del Sol. Mientras que el primer círculo, la primera espiral completada, tiene como punto central la existencia en la Luna, este movimiento espiral lleva ahora al hombre un paso más adelante, y al salir del reino de la Luna, entra en el reino del Sol.

Cualquier diagrama espacial que ilustre este proceso no puede ser más que ilusorio, pues todo sigue su curso en lo unidimensional, lo suprasensible. Sin embargo, dado que debemos usar palabras terrenales, podemos decir: Cuando un hombre ha completado la primera revolución en el reino de la Luna, llega al reino del Sol, y el Sol, el Sol espiritual, se encuentra entonces en la misma relación con él que la Luna ocupaba anteriormente. El hombre tiene que convertirse ahora en un ser que, al entrar en lo que en mi libro Teosofía llamé el país de los espíritus, el reino espiritual del Sol, debe transformar su anterior existencia lunar, venusiana o mercuriana. De hecho, debe convertirse en un ser diferente. En la vida terrenal dice: Soy un ser de cabeza, corazón, pecho; un ser de metabolismo y extremidades. Inmediatamente después de la muerte dice: Soy un ser de Luna, Mercurio, Venus. Pero entonces ya no puede decir esto, porque significaría que se ha detenido en el mundo espiritual, entre el mundo del alma y el mundo real del espíritu. Ahora tiene que pasar por una metamorfosis especial incluso de su ser alma-espíritu y convertirse en lo que puedo describir así: El Sol debe ser su piel. Todo alrededor debe ser Sol. Como aquí en la Tierra nuestro cuerpo físico está envuelto en nuestra piel, así ahora, al entrar en la vida del espíritu, tenemos que estar vestidos con una piel que consiste enteramente en las fuerzas espirituales del Sol.

No es fácil imaginárselo, porque en la Tierra pensamos: "Ahí está el Sol, brillando sobre nosotros; el Sol está en el centro y derrama sus rayos por todas partes". Al entrar en el reino del Sol espiritual, descubrimos que el Sol ya no está en un lugar definido, sino que está en todas partes. El hombre está entonces dentro del Sol, que lo ilumina desde la periferia y es, en realidad, la piel espiritual de la entidad en que se ha convertido. Además, en el ámbito del Sol espiritual, tenemos lo que debe describirse como órganos. De la misma manera que en la vida terrestre tenemos cabeza, corazón, miembros, e, inmediatamente después de la muerte, Luna, Mercurio, Venus, así, después, tenemos órganos que debemos atribuir a Marte, Júpiter, Saturno.

Estos son entonces nuestros órganos internos, como lo son en la Tierra el corazón, la glándula pineal, los riñones. Todo esto ha pasado por una metamorfosis en lo espiritual y estos nuevos órganos, no completamente formados cuando por primera vez dejamos el mundo del alma y entramos en el mundo del espíritu, ahora tienen que desarrollarse gradualmente. Para ello no describimos un solo círculo en la existencia solar, como en nuestra existencia lunar, sino tres. En el primer círculo se desarrolla el órgano espiritual Marte; en el segundo, el órgano Júpiter, y el órgano Saturno en el último círculo. Si los comparamos con los períodos de tiempo terrestres, encontramos que estos tres círculos se recorren mucho más lentamente, unas doce veces más lentamente que el círculo lunar, relativamente rápido. Y durante todo este recorrido, mientras el hombre vive en el mundo de las esferas espirituales y participa de sus fuerzas, está continuamente activo. Así como aquí estamos activos con las fuerzas de la naturaleza, allí estamos activos con las fuerzas, los Seres, de las Jerarquías superiores, cuya manifestación física en los cielos estrellados circundantes es sólo un reflejo exterior, como ocurre con el Sol y la Luna.

Sin embargo, para que el hombre encuentre su camino desde el reino de la Luna al del Sol, debe tener la guía a la que ya me he referido. Hemos visto cómo, en las épocas más antiguas de la humanidad, vivían en la Tierra Seres que desde entonces se han retirado, atrincherándose, por así decirlo, en la fortaleza cósmica de la Luna. Son los Seres con los que el hombre, después de la muerte, entra por primera vez en relación. Pero estos Seres han tenido sucesores que, en las épocas posteriores al antiguo período hiperbóreo, aparecieron en la Tierra de vez en cuando. En Oriente se les ha llamado Bodhisattvas. Aunque siempre han hecho su aparición encarnados como hombres, son los sucesores de los Seres ahora atrincherados en la Luna, y su vida transcurre en comunidad con estos Seres. Allí se encuentran los manantiales de su fuerza, las fuentes de sus pensamientos. Y ellos fueron los Seres que una vez actuaron como guías de la humanidad. Gracias a las enseñanzas que impartían en la Tierra, los hombres, al final de su viaje por la esfera lunar, tenían la fuerza necesaria para pasar al reino del Sol.

En futuras conferencias veremos cómo, en el curso de la evolución terrestre del hombre, esto se ha vuelto imposible, y cómo el Ser Crístico tuvo que descender del Sol para llevar a cabo el Misterio del Gólgota, a fin de que la humanidad, por medio de las enseñanzas de ese Misterio, recibiera la fuerza suficiente para hacer la travesía del mundo del alma a la tierra de los espíritus, de la esfera lunar a la esfera solar.

En los antiguos días de la evolución de la Tierra, la influencia de la Luna estaba estrechamente conectada con la Tierra, y cuidaba de su elemento espiritual, con la participación, directa o indirecta, de los Bodhisattvas. Luego, cuando el tiempo estuvo maduro, después de que hubiese expirado el primer tercio de la cuarta época post-atlante, entraron los efectos del Misterio del Gólgota, la acción del Cristo. Esta labor del Cristo estuvo rodeada por la actividad de los Bodhisattvas, indicada, -aunque de hecho era una realidad-, en los doce Apóstoles. Así, el Cristo, incorporado en el cuerpo de Jesús, es el poder que, procedente de la existencia espiritual en el Sol, se ha unido ahora con la Tierra.

Si miramos a la Luna con el deseo de comprenderla, en lugar de limitarnos a contemplarla con el alma y el espíritu nublados por el materialismo, y si nos damos cuenta de que es la manifestación de un conjunto de seres que apuntan a la evolución pasada de la Tierra, entonces debemos mirar de la misma manera al Sol. El Sol es una reunión de aquellos Seres que apuntan al futuro de la evolución de la Tierra y ahora también al presente, y cuyo gran representante es el Cristo, que pasó por el Misterio del Gólgota. 

Por cuanto los seres humanos absorben en la Tierra en su relación con ese Misterio, así se facilitará su entrada en la tierra espiritual del Sol, de modo que estén capacitados para tomar interiormente el órgano de Marte en la esfera de Marte, el órgano de Júpiter en la esfera de Júpiter, y en la esfera de Saturno el correspondiente órgano de Saturno. Esto se realiza en tres círculos que siguen su curso mucho más lentamente que el de la Luna; sin embargo, esto también subyace a la evolución del mundo. La realización completa de lo que acabo de describir, -el desarrollo hacia el hombre de Marte, el hombre de Júpiter y el hombre de Saturno-, sólo tendrá lugar en el futuro. Durante nuestra época actual sólo podemos hacer el círculo de la región de Marte después de la muerte, a través de la actividad de las fuerzas del mundo; después de eso no podemos hacer más que tocar la región de Júpiter. Tenemos que pasar por muchas vidas terrestres antes de poder. -entre la muerte y el renacimiento-, entrar plenamente en la región de Júpiter y, más tarde aún, en la de Saturno.

Para que el hombre, aunque no pueda entrar todavía en la región de Júpiter, pueda recibir, entre la muerte y un nuevo nacimiento, algo de las fuerzas de Júpiter y también de Saturno, muchos planetoides están intercalados entre Marte y Júpiter; en su aspecto exterior están siendo constantemente descubiertos por los astrónomos. Constituyen la región que en su aspecto espiritual experimenta el hombre después de la muerte, porque aún no puede llegar a Júpiter. Tienen la notable característica de ser colonias espirituales, por decirlo así, de seres de Júpiter y Saturno que se han retirado allí. Y antes de que un hombre esté maduro para la existencia en la Tierra, puede encontrar en esta región de los planetoides, que están allí para ese fin, una especie de sustituto preparatorio, antes de que pueda entrar en la región de Júpiter y Saturno. En la actualidad, por lo tanto, en el momento en que un hombre ha pasado por la muerte y el renacimiento, ha logrado su organización marciana, y ha absorbido las fuerzas de Júpiter y Saturno que se encuentran en las regiones colonizadas de los planetoides. Con las secuelas de ello -que aún tenemos que conocer- el ser humano se embarca en otra vida terrenal.

Mañana oiremos cómo puede caracterizarse esta vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, que acabo de describir en relación con el mundo de las estrellas.

Traducido por J.Luelmo ago,2023

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