GA227 Penmaenmawr, 20 de agosto de 1923 - Inspiración e intuición

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    RUDOLF STEINER 

Conocimientos de Iniciación

INSPIRACIÓN E INTUICIÓN

 Penmaenmawr, 20 de agosto de 1923

segunda conferencia

Evoquemos una vez más ante nuestras almas hacia dónde lleva la Iniciación moderna, después de haber dado con éxito los primeros pasos hacia el conocimiento Imaginativo. El hombre llega entonces al punto en que su anterior mundo de pensamientos, abstracto y puramente ideal, se impregna de vida interior. Los pensamientos que vienen a él ya no son inertes, adquiridos pasivamente; son un mundo interior de fuerza viva que siente de la misma manera que siente el latido de su sangre o la corriente que entra y sale del aire que respira. Se trata, pues, de sustituir el elemento ideal del pensamiento por una experiencia interior de la realidad. Entonces, las imágenes que antes constituían los pensamientos de un hombre ya no son meras proyecciones abstractas y sombrías del mundo exterior, sino que están llenas de una existencia interior y vívida. Son verdaderas Imaginaciones experimentadas en dos dimensiones, como se indicó ayer, pero no es como cuando se esta delante de un cuadro en el mundo físico, pues entonces puede experimentar visiones, no Imaginaciones. Más bien es como si, habiendo perdido la tercera dimensión, él mismo se moviera dentro del cuadro. Por lo tanto, no es como ver algo en el mundo físico; cualquier cosa que tenga el aspecto del mundo físico será una visión. La Imaginación Genuina sólo nos llega cuando, por ejemplo, ya no vemos los colores como en el mundo físico, sino cuando los experimentamos. ¿Qué significa esto?

Cuando ustedes ven los colores en el mundo físico, les producen experiencias diferentes. Perciben el rojo como algo que les ataca, que quiere saltar sobre ustedes. Un toro reaccionará violentamente ante este rojo agresivo; lo experimenta de forma mucho más vívida que el hombre, en quien toda la experiencia está atenuada.

Cuando ustedes perciben el verde, les da una sensación de equilibrio, una experiencia ni dolorosa ni particularmente agradable; mientras que el azul induce un estado de ánimo de devoción y humildad. Si permitimos que estas diversas experiencias de color penetren en nosotros, podemos darnos cuenta de cómo cuando algo del mundo espiritual se nos presenta de la forma agresiva en que lo hace el rojo en la vida física, es algo que corresponde al color rojo. Cuando nos encontramos con algo que nos suscita un estado de ánimo de humildad, esto tiene el mismo efecto que la experiencia del azul o del azul-violeta en el mundo físico. Podemos simplificarlo diciendo: hemos experimentado el rojo o el azul en el mundo espiritual. De lo contrario, en aras de la precisión, tendríamos que decir siempre: hemos experimentado algo allí del modo en que se experimenta el rojo, o el azul, en el mundo físico. Para evitar tantas palabras, se dice simplemente que se han visto colores áuricos que pueden distinguirse como rojo, azul, verde, etcétera.

Pero debemos darnos cuenta cabal de que este abrirnos paso hacia lo suprasensible, este dejar de lado todo lo que nos llega a través de los sentidos, está siempre presente como una experiencia concreta. Y en el curso de esta experiencia siempre tenemos la sensación que describí ayer, como si el pensar se hubiera convertido en un órgano del tacto que se extiende por todo el organismo humano, de modo que espiritualmente sentimos que se abre un mundo nuevo y que lo estamos tocando. Este no es todavía el mundo espiritual real, sino lo que podría llamar el mundo etérico o de fuerzas formativas. Quien quiera aprender a conocer lo etérico debe captarlo de esta manera. Porque ninguna especulación, ninguna reflexión abstracta, sobre lo etérico puede conducir al verdadero conocimiento de ello. En este pensar que se ha vuelto real vivimos con nuestras propias fuerzas formativas o cuerpo etérico, pero es un tipo de vida diferente de la vida en el cuerpo físico. Quisiera describir esta otra forma mediante una comparación.

Cuando ustedes miran uno de sus dedos, lo reconocen como un miembro vivo de su organismo. Si se lo cortan, ya no es lo que era; muere. Si este dedo suyo tuviera conciencia, diría: No soy más que una parte de tu organismo, no tengo existencia independiente. Eso es lo que un hombre tiene que decir directamente cuando entra en el mundo etérico con la cognición imaginativa. Ya no se siente a sí mismo como un ser separado, sino como un miembro de todo el mundo etérico, de todo el cosmos etérico. Después se da cuenta de que sólo por tener un cuerpo físico se convierte en una personalidad, en una individualidad. Es el cuerpo físico el que individualiza y hace de uno un ser separado.

En efecto, veremos cómo incluso en el mundo espiritual podemos individualizarnos, pero hablaré de ello más adelante. Si entramos en el mundo espiritual de la manera descrita, al principio nos sentiremos sólo como un miembro de todo el Cosmos etérico; y si nuestro cuerpo etérico se separase del éter cósmico, significaría para nosotros la muerte etérica. Es muy importante comprender esto, para poder entender bien lo que se dirá más adelante sobre el paso del hombre por la puerta de la muerte.

Como señalé ayer, esta experiencia imaginativa en lo etérico, que se convierte en un cuadro de toda nuestra vida desde el nacimiento hasta el momento presente de nuestra existencia en la Tierra, va acompañada de un sentimiento extraordinariamente intenso de felicidad. Y la inundación de todo el mundo de imágenes por este sentimiento interior, maravillosamente placentero, es la primera experiencia superior del hombre.

Entonces debemos ser capaces, -como también mencioné ayer-, de tomar todo aquello por lo que nos hemos esforzado a través de la Imaginación, mediante la panorámica de nuestra vida, y hacer que todo desaparezca a voluntad. Sólo cuando hayamos vaciado así nuestra conciencia, comprenderemos cómo son realmente las cosas en el mundo espiritual. Porque entonces sabemos que lo que hemos visto hasta ahora no era el mundo espiritual, sino sólo una representación imaginativa de él. Sólo en esta etapa de conciencia vacía, -así como el mundo físico llega a nosotros a través de nuestros sentidos-, el mundo espiritual llega a nosotros a través de nuestro pensar. Aquí comienza nuestra primera experiencia real, nuestro primer conocimiento real del mundo espiritual objetivo. La panorámica de la vida era sólo de nuestro propio mundo interior. La cognición imaginativa sólo revela este mundo interior, que aparece al conocimiento superior como un mundo de imágenes, un mundo de imágenes cósmicas. El propio Cosmos, junto con nuestro verdadero ser, tal como era antes del nacimiento, antes de nuestra existencia terrenal, aparecen primero en la etapa de la Inspiración, cuando el mundo espiritual fluye hacia nosotros desde el exterior. Pero cuando hemos llegado a ser capaces de vaciar nuestra conciencia, toda nuestra alma se despierta; y en esta etapa de pura vigilia debemos ser capaces de adquirir una cierta quietud y paz interiores. Esta paz sólo puedo describirla de la siguiente manera.

Imaginemos que estamos en una ciudad muy ruidosa y oímos el estruendo a nuestro alrededor. Esto es terrible -decimos- cuando, de todas partes, el tumulto asalta nuestros oídos. Supongamos que se trata de una gran ciudad moderna, como Londres. Pero ahora supongamos que salimos de esta ciudad, y gradualmente, con cada paso que damos al alejarnos, se vuelve más y más silenciosa. Imaginemos vívidamente este desvanecimiento del ruido. Cada vez más tranquilo. Por fin llegamos a un bosque en el que todo está en silencio; hemos alcanzado el punto cero en el que no se oye nada.

Pero podemos ir aún más allá. Para ilustrar cómo puede suceder esto, utilizaré una comparación bastante trivial. Supongamos que tenemos en nuestro monedero una cierta suma de dinero. A medida que lo gastamos día a día, va disminuyendo, igual que disminuye el ruido a medida que nos alejamos de la ciudad. Al final llega un día en que no queda nada: la bolsa está vacía. Podemos comparar esta nada con el silencio. Pero, ¿Qué hacemos ahora para no pasar hambre? Nos endeudamos. No es una recomendación, sino una comparación. ¿Cuánto tenemos entonces en nuestro monedero? Menos que nada; y cuanto mayor es la deuda, tanto mas aumenta ese menos que nada.

Y ahora imaginemos que ocurre lo mismo con este silencio. No sólo habría la paz absoluta del punto cero del silencio, sino que iría más allá y llegaría al negativo del oír, más silencioso que la quietud, más silencioso que el silencio. Y esto debe suceder de hecho cuando, de la manera descrita ayer, somos capaces a través de poderes aumentados de alcanzar esta paz interior y este silencio. Sin embargo, cuando llegamos a este negativo interior de audibilidad, a esta paz mayor que el punto cero de la paz, entonces estamos tan profundamente en el mundo espiritual que no sólo lo vemos sino que lo oímos resonar. El mundo de las imágenes se convierte en un mundo de vida resonante; y entonces estamos en medio del verdadero mundo espiritual. Durante los momentos que pasamos allí estamos, por así decirlo, en la orilla de la existencia; el mundo ordinario de los sentidos se desvanece, y sabemos que estamos en el mundo espiritual. Ciertamente, -diré más sobre esto más adelante-, debemos estar debidamente preparados para poder regresar en todo momento. Pero hay algo más, una experiencia desconocida hasta ahora. En cuanto se alcanza esta paz en la conciencia vacía, lo que he descrito como un sentimiento cósmico de felicidad que se experimenta interiormente y que lo abarca todo, da paso a un dolor que también lo abarca todo. Llegamos a sentir que el mundo está construido sobre una base de sufrimiento cósmico, de un elemento cósmico que el ser humano sólo puede experimentar como dolor. Aprendemos la penetrante verdad, tan voluntariamente ignorada por aquellos que buscan la felicidad fuera de sí mismos, de que todo en la existencia tiene finalmente que nacer en el dolor. Y cuando, a través del conocimiento iniciático, esta experiencia cósmica del dolor ha dejado su impronta en nosotros, entonces, a partir de un verdadero conocimiento interior, podemos decir lo siguiente:

Si estudiamos el ojo humano, -el ojo que nos revela la belleza del mundo físico, y que es tan importante para nosotros que a través de él recibimos nueve décimas partes de las impresiones que componen nuestra vida entre el nacimiento y la muerte-, encontramos que el ojo está incrustado en una cavidad corporal que tiene su origen en una herida. Lo que se hizo originalmente para crear las cavidades oculares, sólo podría hacerse hoy en día cortando realmente un hueco en el cuerpo físico. El relato ordinario de la evolución da una impresión demasiado descolorida de ello. Estas cuencas en las que se insertaron los globos oculares desde el exterior, -como muestra el registro físico de la evolución-, se ahuecaron en un momento en el que el hombre era todavía un ser inconsciente. Si hubiera sido consciente de ello, habría supuesto una dolorosa herida para el organismo.

De hecho, todo el organismo humano ha surgido de un elemento que para la conciencia actual sería una experiencia de dolor. En esta etapa del conocimiento tenemos la profunda sensación de que, al igual que la aparición de las plantas significa dolor para la Tierra, así toda la felicidad, todo lo que en el mundo nos produce placer y bendición, tiene sus raíces en un elemento de sufrimiento. Si como seres conscientes pudiéramos transformarnos de repente en la sustancia del suelo bajo nuestros pies, el resultado sería un aumento sin fin de nuestro sentimiento de dolor.

Cuando estos hechos revelados del mundo espiritual se exponen ante personas de mentalidad superficial, dicen: "Mi idea de Dios es muy diferente. Siempre he pensado que Dios en Su poder fundamenta todo en la felicidad, tal como nosotros desearíamos." Tales personas son como aquel Rey de España a quien alguien estaba mostrando un modelo del universo y el curso de las estrellas. El Rey tuvo la mayor dificultad en comprender cómo ocurrían todos estos movimientos, y finalmente exclamó: "Si Dios me lo hubiera dejado a mí, habría hecho un mundo mucho más simple".

En rigor, ése es el sentimiento de muchas personas en lo que se refiere al conocimiento y a la religión. Si Dios les hubiera dejado la creación, habrían hecho un mundo más sencillo. ¡No tienen ni idea de lo ingenuo que es esto!

El verdadero conocimiento iniciático no puede limitarse a satisfacer el deseo de felicidad de los hombres; tiene que guiarlos hacia una verdadera comprensión de su propio ser y de su destino, tal como salen del mundo en el pasado, en el presente y en el futuro. Para ello son necesarios hechos espirituales, en lugar de algo que proporcione un placer inmediato. Pero hay otra cosa que estas conferencias deben poner de manifiesto. Precisamente experimentando tales hechos, aunque sólo sea conociéndolos conceptualmente, la gente ganará mucho que satisfará una necesidad interior para su vida aquí en la Tierra. Sí, ganarán algo que necesitan para ser seres humanos en el sentido más pleno, del mismo modo que para ser completos necesitan sus miembros físicos.

El mundo que encontramos de este modo cuando vamos más allá de la Imaginación hacia la quietud de la existencia, a partir de la cual el mundo espiritual se revela en color y en sonido, -este mundo difiere esencialmente del mundo percibido por los sentidos. Cuando vivimos con él, -y tenemos que vivir con el mundo espiritual cuando está presente para nosotros-, vemos cómo todas las cosas y procesos físicos perceptibles por los sentidos, proceden realmente del mundo espiritual. Por lo tanto, como hombres terrenales sólo vemos una mitad del mundo; la otra mitad está oculta, oculta para nosotros. Y a través de cada abertura, de cada acontecimiento, en el mundo físico-material, se podría decir, esta mitad oculta revela su naturaleza espiritual primero en las imágenes de la Imaginación, y luego a través de su propia actividad creadora en la Inspiración. En el mundo de la Inspiración podemos sentirnos como en casa, pues aquí encontramos los orígenes de todas las cosas terrenales, de todas las creaciones terrenales. Y aquí, como he indicado, descubrimos nuestra propia existencia preterrenal.

Siguiendo una antigua imagen, he llamado a este mundo, que se encuentra más allá del de la Imaginación, el mundo astral, -el nombre no es importante-, y lo que traemos con nosotros desde ese mundo, y hemos llevado a nuestros cuerpos etérico y físico, podemos hablar de nuestro cuerpo astral. En cierto sentido, encierra la organización del Yo. Por consiguiente, para el conocimiento superior, el ser humano consta de cuatro miembros: cuerpo físico, cuerpo etérico o de fuerzas formativas, cuerpo astral y organización del Yo. El conocimiento del Yo, sin embargo, implica un paso suprasensible adicional, que en mi libro Conocimiento de los Mundos Superiores he denominado "Intuición". El término Intuición puede malinterpretarse fácilmente porque, por ejemplo, cualquier persona con dotes imaginativas y poéticas dará a menudo el nombre de intuición a su sentimiento sensible del mundo. Este tipo de intuición es sólo un sentimiento tenue; sin embargo, tiene alguna relación con la Intuición de la que estoy hablando. Pues así como el hombre terrenal tiene sus percepciones sensoriales, así también en su sentir y en su voluntad tiene un reflejo de la clase más elevada de cognición, de la Intuición. De otro modo no podría ser un ser moral. Los débiles impulsos de la conciencia son un reflejo, una especie de imagen en la sombra, de la verdadera Intuición, la forma más elevada de conocimiento posible para el hombre en la Tierra.

El hombre terrestre tiene en sí algo de lo que es más inferior, y también esta imagen en la sombra de lo que es más superior, accesible sólo a través de la Intuición. Los que le faltan son los grados intermedios; por eso tiene que adquirir la Imaginación y la Inspiración. También tiene que adquirir la Intuición en su pureza, en su cualidad interior llena de luz. Actualmente, donde posee una imagen terrenal de lo que surge como Intuición, es en su sentimiento moral, en su conciencia moral. De ahí que podamos decir que cuando un hombre con conocimiento Iniciático se eleva al conocimiento Intuitivo real del mundo, del cual previamente sólo ha conocido las leyes naturales, el mundo se vuelve tan íntimamente conectado con él en la tierra como sólo lo está ahora el mundo moral. Y ésta es, en efecto, una característica significativa de la vida humana en la Tierra: que a partir de un tenue presentimiento interior nos conectamos con el reino más elevado de todo lo que, en su verdadera forma, sólo es accesible a una cognición mejorada.

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El tercer paso en el conocimiento superior, necesario para llegar a la Intuición, sólo puede alcanzarse desarrollando al máximo una facultad que, en nuestra era materialista, no se reconoce como una fuerza cognitiva. Lo que se revela a través de la Intuición sólo puede alcanzarse desarrollando y espiritualizando al máximo la capacidad de amar. El hombre debe ser capaz de convertir esta capacidad de amar en una fuerza cognitiva. Una buena preparación para ello es liberarnos en cierto sentido de la dependencia de las cosas externas; por ejemplo, haciendo que nuestra práctica habitual sea imaginar nuestras experiencias pasadas no en su secuencia habitual, sino en orden inverso.

En el pensar pasivo ordinario puede decirse que aceptamos los acontecimientos del mundo de una manera totalmente servil. Como dije ayer: En nuestras propias representaciones mantenemos lo anterior como lo anterior, lo posterior como lo posterior; y cuando estamos viendo el curso de una obra en el escenario, el primer acto viene primero, luego el segundo, y así sucesivamente hasta un posible quinto. Pero si nos acostumbramos a imaginarlo todo empezando por el final y volviendo desde el quinto acto al primero, pasando por el cuarto, el tercero y el segundo, romperemos con la secuencia ordinaria: iremos hacia atrás en lugar de hacia delante. Pero no es así como suceden las cosas en el mundo: tenemos que esforzarnos al máximo para sacar de nuestro interior la fuerza necesaria para imaginar los acontecimientos al revés. Al hacerlo, liberamos la actividad interior de nuestra alma de sus habituales hilos conductores, y gradualmente permitimos que las experiencias internas de nuestra alma y espíritu alcancen un punto en el que el alma y el espíritu se desprendan del elemento corporal y también del etérico. Un hombre puede prepararse bien para esta ruptura si cada noche hace un examen retrospectivo de sus experiencias durante el día, comenzando por la última y retrocediendo. Cuando sea posible, incluso los detalles deben ser concebidos en una dirección hacia atrás: si usted ha subido las escaleras, imagínese primero en el escalón superior, luego en el escalón de abajo, y así sucesivamente hacia atrás por todas las escaleras.

Probablemente dirán: "Pero hay tantas horas durante el día, llenas de experiencias". Entonces, primero traten de tomar episodios -imaginando, por ejemplo, esto de subir y bajar escaleras a la inversa. Así se adquiere movilidad interior, de modo que en tres o cuatro minutos se llega gradualmente a ser capaz de volver atrás en la imaginación a lo largo de un día entero.

 Pero eso, después de todo, no es mas que la mitad negativa de lo que se necesita para mejorar y entrenar espiritualmente nuestra capacidad de amar. Esto debe llevarse al punto en el que, por ejemplo, seguimos con amor cada etapa del crecimiento de una planta. En la vida ordinaria, este crecimiento sólo se ve desde fuera, no participamos en él. Debemos aprender a entrar en cada detalle del crecimiento de la planta, a sumergirnos en ella, hasta que en nuestra propia alma nos convirtamos en la planta, creciendo, floreciendo, dando fruto con ella, y la planta llegue a ser tan querida para nosotros como nosotros mismos. Del mismo modo, podemos ir más allá de las plantas para imaginar la vida de los animales y descender hasta los minerales. Podemos sentir en el cristal, cómo el mineral se forma a sí mismo y sentir placer interior en la formación de sus planos, esquinas, ángulos, y tener una sensación como de dolor en nuestro propio ser cuando los minerales se separan. Entonces, en nuestras almas, entramos no sólo con simpatía sino con nuestra voluntad en cada uno de los acontecimientos de la naturaleza.

Todo esto debe ir precedido de una capacidad de amor que se extienda a la humanidad en su conjunto. No podremos amar a la naturaleza como es debido hasta que no hayamos conseguido amar a todos nuestros semejantes. Cuando hayamos alcanzado de este modo un amor integral por toda la naturaleza, lo que primero se hizo perceptible en los colores del aura y en el resonar de las esferas, se redondea y adopta los contornos de los Seres espirituales reales.

Sin embargo, la experiencia de estos Seres espirituales es diferente de la experiencia de las cosas físicas. Cuando tengo delante un objeto físico, por ejemplo este reloj, yo estoy aquí con el reloj allí, y sólo puedo experimentarlo mirándolo desde fuera. Mi relación con él está determinada por el espacio. De esta manera nunca se podría tener una experiencia real de un Ser espiritual. Sólo podemos tenerla entrando directamente en el Ser espiritual, con la ayuda de la facultad de amar que hemos cultivado primero hacia la naturaleza. La intuición espiritual sólo es posible aplicando, -en la quietud y el vacío de conciencia-, la capacidad de amar que podemos aprender primero en el reino de la naturaleza. Imagínense que ustedes han desarrollado esta capacidad de amar a los minerales, las plantas, los animales y también al hombre; ahora se encuentran en medio de una conciencia completamente vacía. Todo a su alrededor es la paz que se encuentra más allá de su punto cero. Sienten ustedes el sufrimiento en el que se basa toda la existencia del mundo, y este sufrimiento es al mismo tiempo una soledad. Todavía no hay nada. Pero la capacidad de amar, que fluye desde el propio interior en múltiples formas, les lleva a entrar con su propio ser en todo lo que ahora aparece visiblemente, audiblemente, como Inspiración. A través de esta capacidad de amor entran primero en un Ser espiritual, luego en otro.

Estos Seres descritos en mi libro La Ciencia Oculta, estos Seres de las Jerarquías superiores, -ahora aprendemos a vivir en nuestra experiencia de ellos-, se convierten para nosotros en la realidad esencial del mundo. Así experimentamos un mundo espiritual concreto, del mismo modo que a través del ojo y el oído, a través del sentimiento y el calor, experimentamos un mundo físico concreto.

Si alguien desea adquirir conocimientos particularmente importantes para sí mismo, debe haber avanzado hasta esta etapa. Ya he mencionado que a través de la Inspiración surge en nuestra alma la existencia espiritual preterrenal, aprendiendo de este modo lo que éramos antes de descender a un cuerpo terrenal. Cuando a través de la capacidad de amar somos capaces de entrar clarividentemente en Seres espirituales, de la manera que he descrito, también se revela lo primero que hace de un hombre, en su experiencia interior, un ser completo. Se nos revela lo que precede a nuestra vida en el mundo espiritual; se nos muestra lo que éramos antes de ascender a la última vida espiritual entre la muerte y el renacimiento. Se revela la vida terrena precedente y, una tras otra, las vidas terrenas anteriores. Porque el verdadero Yo, presente en todas esas vidas repetidas en la Tierra, sólo puede manifestarse cuando la facultad de amar se ha acrecentado tanto que cualquier otro ser, ya sea fuera en la naturaleza o en el mundo espiritual, se ha vuelto tan querido para un hombre como en su amor propio se quiere a sí mismo. Pero el verdadero yo, -el yo que pasa por todos esos nacimientos y muertes repetidos-, sólo se manifiesta al hombre cuando ya no vive egoístamente para el conocimiento momentáneo, sino en un amor que puede olvidar el amor propio y puede vivir en un Ser objetivo de la manera que en la existencia física vive en el amor propio. Pues este Yo de vidas anteriores en la Tierra se ha vuelto entonces tan objetivo para su vida presente como una piedra o una planta lo es para nosotros cuando estamos fuera de ella. Debemos haber aprendido para entonces a comprender en el amor objetivo algo que, para nuestra personalidad subjetiva actual, se ha vuelto bastante objetivo, bastante extraño. Para poder comprender la existencia terrenal precedente, tenemos que habernos dominado a nosotros mismos durante nuestra existencia actual.

Cuando hemos alcanzado este conocimiento, vemos la vida completa de un hombre que pasa rítmicamente por las etapas de la existencia terrenal, desde el nacimiento o concepción hasta la muerte, y luego por las etapas espirituales entre la muerte y el renacimiento, para luego regresar de nuevo a la Tierra, y así sucesivamente. Una vida terrenal completa se revela como un paso repetido por el nacimiento y la muerte, con períodos intermedios de vida en mundos puramente espirituales. Sólo a través de la Intuición puede adquirirse este conocimiento como conocimiento real, derivado directamente de la experiencia.

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Para empezar, he tenido que describirles a grandes rasgos, el camino de conocimiento iniciático que debe seguirse en nuestra época, en esta etapa actual de la evolución humana, a fin de llegar al verdadero conocimiento espiritual del mundo y del hombre. Pero desde que existe el ser humano, existe el conocimiento iniciático, aunque haya tenido que tomar diversas formas según los diferentes períodos evolutivos. Como el hombre es un ser que atraviesa cada vida terrena sucesiva de manera diferente, las condiciones de su desarrollo interior en las diversas épocas de la evolución del mundo tienen que variar considerablemente. En el transcurso de los próximos días aprenderemos más sobre estas variaciones; hoy sólo quiero decir que los conocimientos iniciáticos que debían impartirse en los primeros tiempos eran muy diferentes de los que deben impartirse hoy en día. Podemos remontarnos miles de años atrás, a una época muy anterior al Misterio del Gólgota, y comprobar cómo la actitud de los hombres, tanto hacia el mundo natural como hacia el espiritual, difería enormemente de la actual, y por consiguiente, sus conocimientos iniciáticos eran muy diferentes de los que son apropiados hoy en día. 

Tenemos ahora una ciencia natural muy desarrollada; no voy a hablar de su faceta más avanzada, sino sólo de lo que se imparte a los niños de seis o siete años, como conocimiento general. A esta edad relativamente temprana, un niño tiene que aceptar las leyes relativas, digamos, al sistema copernicano del mundo, y sobre este sistema se construyen hipótesis sobre el origen del universo. Se propone entonces la teoría de Kant-Laplace, que, aunque ha sido revisada, sigue siendo válida en lo esencial. La teoría se basa en una nebulosa primitiva, demostrada en física mediante un experimento destinado a mostrar las primeras condiciones del sistema del universo. Esta nebulosa primitiva puede simularse experimentalmente, y de ella, mediante la rotación de ciertas fuerzas, se supone que surgieron los planetas, y el sol quedó atrás. Uno de los anillos desprendidos de la nebulosa se habría condensado en la forma de la Tierra, y sobre esta base, todo lo demás, -minerales, plantas, animales y, finalmente, el hombre mismo-, habría evolucionado. Y todo esto se describe de una manera completamente científica.

El proceso se hace comprensible para los niños mediante una demostración práctica que parece mostrarlo muy claramente. Se toma una gota de aceite, suficientemente fluida para flotar en un poco de agua; se coloca sobre un trozo de cartulina donde se supone que pasa la línea del ecuador; se atraviesa  la cartulina con un alfiler y se la hace girar. Entonces se puede mostrar cómo, una tras otra, las gotas de aceite se desprenden y giran, y se puede obtener un sistema planetario en miniatura del aceite, con un sol en el centro. Cuando eso se nos ha mostrado en la infancia, ¿por qué habríamos de pensar que es imposible que nuestro sistema planetario haya surgido de la nebulosa primitiva? Con nuestros propios ojos hemos visto reproducirse el proceso.

Ahora bien, en la vida moral puede ser admirable que seamos capaces de olvidarnos de nosotros mismos, pero en una demostración de fenómenos naturales no es tan recomendable. Todo este asunto de la gota de aceite nunca habría funcionado si no hubiera habido alguien allí que hiciera girar el alfiler. Eso hay que tenerlo en cuenta. Para que esta hipótesis sea válida, habría tenido que haber un maestro gigante en el Cosmos, para hacer girar la nebulosa primitiva y mantenerla girando. De lo contrario, la idea carece de realidad.

Es característico de esta era materialista, sin embargo, concebir sólo una fracción de la verdad, un cuarto, un octavo, o incluso menos, y esta fracción vive entonces con un poder terriblemente sugestivo en las almas de los hombres. Así persistimos hoy en día en ver un solo lado de la naturaleza y de las leyes de la naturaleza.

Podría darles muchos ejemplos, de diferentes esferas de la vida, que muestran claramente esta actitud hacia la naturaleza: cómo, -porque un hombre absorbe esto con la cultura del día-, considera que la naturaleza se rige por lo que se llama la ley de causa y efecto. Esto tiñe toda la existencia humana actual. En el mejor de los casos, un hombre todavía puede mantener cierta conexión con el mundo espiritual a través de la tradición religiosa, pero si desea elevarse al mundo espiritual real, debe emprender un entrenamiento interior a través de la Imaginación, la Inspiración, la Intuición - tal como las he descrito. Debe ser conducido por el Conocimiento Iniciático lejos de esta creencia en la naturaleza como impregnada en su totalidad por la ley, y hacia una verdadera comprensión de lo espiritual. Hoy en día, el conocimiento iniciático debe tener como objetivo conducir a los hombres desde la interpretación naturalista del Cosmos, que ahora se da por sentada, hacia la comprensión de su espiritualidad.

En el antiguo conocimiento iniciático, hace miles de años, prevalecía justamente lo contrario. Los sabios de los Misterios, los guías de aquellos centros que eran escuela, iglesia y escuela de arte al mismo tiempo, tenían a su alrededor personas que no sabían nada de la naturaleza en el sentido copernicano, pero que en su alma y espíritu tenían una experiencia instintiva e íntima del Cosmos, expresada en sus mitos y leyendas, que en la civilización ordinaria de hoy en día ya no se entienden. Sobre esto también tendremos más que decir. La experiencia que los hombres tenían en aquellos primeros tiempos era instintiva; una experiencia anímica y espiritual. Llenaba sus horas de vigilia con las imágenes oníricas de la imaginación; y de estas imágenes procedían las leyendas, los mitos, los dichos de los dioses, que constituían su vida. El hombre se asomaba al mundo, experimentando sus imaginaciones oníricas; y otras veces vivía en el ser de la naturaleza. Veía el arco iris, las nubes, las estrellas y el sol surcando velozmente los cielos; veía los ríos, las colinas surgir; veía los minerales, las plantas, los animales.

Para el hombre primitivo, todo lo que veía mediante sus sentidos era un gran enigma. Pues en la época de la que estoy hablando, unos miles de años antes del Misterio del Gólgota, -hubo épocas anteriores y posteriores en las que la civilización era diferente-, el hombre tenía un sentimiento interior de ser bendecido cuando le venían imaginaciones oníricas. El mundo externo de los sentidos, donde todo lo que percibía del arco iris, las nubes, el sol en movimiento, y los minerales, plantas, animales, era lo que el ojo podía ver, mientras que en el mundo estrellado sólo veía lo que el sistema precopernicano, ptolemaico, registraba. Este mundo externo se presentaba a la gente generalmente de una manera que les llevaba a decir: "Con mi alma estoy viviendo en un mundo divino-espiritual, pero ahí fuera hay una naturaleza abandonada por los dioses. Cuando con mis sentidos miro un manantial de agua, no veo nada espiritual allí; no veo nada espiritual en el arco iris, en los minerales, plantas, animales o en los cuerpos físicos de los hombres." La naturaleza aparecía a estas personas como un mundo entero que se había alejado de la espiritualidad divina.

Así era como se sentían los hombres en aquella época en la que todo el Cosmos visible tenía para ellos la apariencia de haberse alejado de lo divino. Para conectar estas dos experiencias, la experiencia interior de Dios y la exterior de un mundo de los sentidos caído, no necesitaban simplemente un conocimiento abstracto, sino un conocimiento que pudiera consolarles por pertenecer a este mundo de los sentidos caído con sus cuerpos físicos y etéricos. Necesitaban un consuelo que les asegurase que este mundo de los sentidos caído estaba relacionado con todo lo que experimentaban a través de sus imaginaciones instintivas, a través de una experiencia de lo espiritual que, aunque tenue y onírica, era adecuada para las condiciones de aquellos tiempos. El conocimiento tenía que ser consolador.

Era consuelo, también, lo que buscaban aquellos que se dirigían ávidamente a los Misterios, bien para recibir sólo lo que se podía dar externamente, bien para convertirse en alumnos de los hombres de sabiduría que podían iniciarlos en los secretos de la existencia y en los enigmas a los que se enfrentaban.

Estos sabios de los antiguos Misterios, que eran al mismo tiempo sacerdotes, maestros y artistas, aclaraban a sus alumnos a través de todo lo que contenían sus Misterios, -aún por describir-, que incluso en este mundo caído, en sus manantiales nacientes, en los árboles y flores florecientes, en los minerales que forman cristales, en el arco iris y las nubes a la deriva y el sol viajero viven esos poderes divino-espirituales que se experimentaban instintivamente en la imaginación onírica de los hombres. Mostraban a estas gentes cómo reconciliar el mundo olvidado de Dios con el mundo divino percibido en sus imaginaciones. A través de los Misterios les dieron un conocimiento consolador que les permitió volver a ver la naturaleza como llena de lo divino.

De ahí que aprendamos de lo que se cuenta de esas épocas pasadas, -contado incluso de la época griega-, que el conocimiento que ahora se enseña a los niños más pequeños en nuestras escuelas, que el sol se detiene y la tierra gira a su alrededor, por ejemplo, es el tipo de conocimiento que en los antiguos Misterios se conservaba como oculto. Lo que para nosotros es conocimiento para todos, en aquella época era conocimiento oculto; y las explicaciones de la naturaleza eran una ciencia oculta. Como puede ver cualquiera que siga el curso del desarrollo humano durante nuestra civilización, la naturaleza y las leyes de la naturaleza son la principal preocupación de los hombres de hoy; y esto ha hecho que el mundo espiritual se retraiga. Las antiguas imaginaciones oníricas han cesado. El hombre siente la naturaleza como algo neutro, no totalmente satisfactorio, que no pertenece a un Universo caído y pecador, sino a un Cosmos que, por necesidad interior, tiene que ser como es. Entonces se siente más agudamente consciente de sí mismo; aprende a encontrar la espiritualidad en ese único punto, y descubre un impulso interior a unir este yo interior con Dios. Todo lo que necesita ahora, -además de su conocimiento de la naturaleza y en conformidad con ella-, es que un nuevo conocimiento iniciático le conduzca al mundo espiritual. El antiguo conocimiento iniciático podía partir del espíritu, que entonces el hombre experimentaba instintivamente, y, encarnado en los mitos, podía conducirle a la naturaleza. El nuevo conocimiento iniciático debe comenzar con la experiencia inmediata del hombre de hoy, con su percepción de las leyes de la naturaleza en las que cree, y desde ahí debe señalar el camino de regreso al mundo espiritual a través de la imaginación, la inspiración y la intuición.

Así, en la evolución humana, algunos miles de años antes del Misterio del Gólgota, vemos el momento significativo del tiempo en que los hombres, partiendo de una experiencia instintiva del espíritu, encontraron su camino hacia conceptos e ideas que, como la forma más externa de la ciencia oculta, incluían las leyes de la naturaleza. Hoy en día estas leyes de la naturaleza nos son conocidas desde la infancia. Frente a esta actitud indiferente y prosaica ante la vida, a este naturalismo, el mundo espiritual se ha retirado de la vida interior del hombre. Hoy, el conocimiento iniciático debe remontar de la naturaleza al espíritu. Para los hombres de antaño, la naturaleza estaba en tinieblas, pero el espíritu era luminoso y claro. El antiguo Conocimiento Iniciático debía llevar la luz de este resplandor del espíritu a las tinieblas de la naturaleza, para que la naturaleza también se iluminase. El conocimiento iniciático actual tiene que partir de la luz arrojada sobre la naturaleza, de forma externa y naturalista, por Copérnico, Giordano Bruno, Galileo, Kepler, Newton y otros. Esta luz debe entonces ser rescatada, vivificada, para abrirle el camino al espíritu, que debe buscarse en su propia luz por el camino opuesto al de la antigua Iniciación.

Traducido por J.Luelmo ago,2023


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919